Siempre dama de honor - Nicola Marsh - E-Book

Siempre dama de honor E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Otra invitación de cantos dorados apareció en el buzón de Eve Pemberton pero, en lugar de asistir sola como siempre hacía, en aquella ocasión la práctica mujer de negocios buscaría una pareja falsa. El multimillonario Bryce Gibson era casi una cita de ensueño. Sólo había un problema: era el hombre que le rompió el corazón a Eve cuando era adolescente.En la pista de baile, Eve y Bryce resultaban una pareja convincente… pero ella corría el peligro de enamorarse otra vez de su primer amor.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados. SIEMPRE DAMA DE HONOR, N.º 2358 - octubre 2010 Título original: Three Times a Bridesmaid... Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso deHarlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecidocon alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradaspor Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited ysus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

I.S.B.N.: 978-84-671-9205-6 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

CAPÍTULO 1

LAS parejas de ensueño eran difíciles de encontrar. Eve Pemberton debería saberlo. Lo había intentado.

Con un suspiro de exasperación, apartó con el codo la invitación de boda de bordes dorados que estaba en medio de su mesa. No se movió, rígida, inamovible, desafiante.

Sabía lo que tenía que hacer, pero no quería hacerlo.

Respiró hondo, apartó la invitación y abrió el ordenador portátil. Era un momento tan bueno como cualquier otro para continuar con su búsqueda de la pareja soñada.

–Es un negocio –murmuró mientras sus dedos volaban sobre las teclas–. Esto no va a ninguna parte.

Puso los ojos en blanco al mirar la pantalla, cubierta de almibarados corazones rojos, y pulsó la tecla de intro con la esperanza de que no tardara mucho. Tenía un millón de cosas que hacer en su lista de tareas pendientes. Para empezar, perseguir a unos contratistas de una de las tribunas del Open de Tenis de Australia para asegurarse de que todos los sistemas funcionaban en el momento del saque de inauguración de la Liga de Fútbol Australiana en el Melbourne Cricket Ground.

Le encantaba su trabajo de coordinadora y preferiría estar con un grupo de futbolistas que buscando su pareja soñada a través de una agencia de contactos de Internet, pero tenía que hacerlo. No tenía elección.

El primer perfil se materializó en la pantalla. No estaba mal. Era una rostro agradable, una agradable sonrisa, sólo... agradable. Era una pena que no quisiera algo agradable. Quería alguien guapo de la muerte.

Mientras sus dedos recorrían el teclado para ver hasta veinticinco tipos, sus esperanzas se iban desvaneciendo. No había ninguno que destacara entre los demás, no la clase de hombre que necesitaba para impresionar a la futura recién casada, Mattie, y a sus amigas Linda y Carol. Había ido sola a todas las bodas de su entorno social y ya estaba bien. Había sido la única dama de honor sin pareja en todas las bodas, y eso tenía que cambiar.

Aunque ninguna había dicho nunca nada, había notado sus miradas de lástima, su frenética búsqueda de alguien adecuado entre los invitados, o peor aún, las presentaciones «accidentales» de primos segundos. Parecía que llegaba a todas las bodas con las palabras «desesperada por tener pareja» tatuadas en la frente.

Esa vez no. Mattie, la última amiga soltera a punto de dejar de serlo, era especialmente sensible a su estado de ánimo y no quería estropearle el día apareciendo sola.

Una última boda a la que asistir, una última vez que se vestía de dama de honor... La idea la animó por un momento y renovó la búsqueda vigorosamente, reacia a reconocer la decepción cuando el quincuagésimo perfil se desdibujó delante de ella.

Todos esos tipos parecían iguales: buscaban una amiga con vistas a una relación, les gustaba pasear por la playa y disfrutaban de las cenas agradables.

Bueno, no necesitaba ni una amistad, ni una relación ni nada parecido. Era una mujer de negocios muy ocupada que necesitaba alguien con quien salir, nada más. Y nada menos. Utilizaba la Red constantemente en su trabajo, así que encontrar una cita por ese medio debería haber sido pan comido, ¿no?

Había tenido ya cinco citas, cinco citas aburridas, dolorosas y de bla, bla, bla... y nada. Ninguna cita de ensueño entre todo el mediocre lote.

Era su último intento, la última agencia en línea con la que lo había intentado.

Con un resoplido de disgusto, se separó de la mesa y se frotó la nariz. En ese momento, una fotografía situada en una esquina de la página de noticias atrajo su atención.

Accionó sobre la imagen para ampliar la noticia. Se quedó sin aliento cuando la fotografía se expandió y llenó la mitad de la pantalla con unos brillantes ojos azules, una carismática sonrisa y un encantador hoyuelo. Había querido a alguien guapo de la muerte. Ya lo tenía.

El único problema era que Bryce Gibson sabía perfectamente lo atractivo que era y, peor aún, sabía lo mucho que a ella le afectaba.

Decidida a ignorar el adorable hoyuelo que recordaba demasiado bien, leyó por encima el artículo.

Un nuevo ejecutivo del mundo de la publicidad llega a Melbourne desde Sidney... necesita probarse a sí mismo... espera grandes cosas...

–Bla, bla, bla... –murmuró entre dientes sin dejar de mirar la fotografía.

Sí, Bryce Gibson había cambiado poco. Aún parecía con demasiada confianza en sí mismo, demasiado carisma, demasiado... todo. Tenía encanto hasta rebosar y ella se había fingido inmune. Hasta que Tony había cumplido veintiún años, la noche que lo había cambiado todo.

Miró la fotografía y recordó la fiesta de la mayoría de edad de su hermano.

Esa noche había sido el catalizador que la había llevado a donde estaba: nueva imagen, nueva seguridad en sí misma, nueva personalidad.

Debería agradecérselo a Bryce: por flirtear, por tomarle el pelo, por haberle hecho sentir como una mujer por primera vez en su vida. O debería patearlo por lo que había pasado después. Después de ese casi beso...

Daba lo mismo, le habría encantado que el señor Carisma la viera en ese momento... Apartó la mano del ratón como si quemara. No, mala idea. Muy mala idea.

–Necesitas una cita con el tipo más sexy del planeta. La clase de tipo que transmite a tus amigas que estás bien, que puedes pescar a un hombre estupendo, pero que has decidido no hacerlo.

«Sí, pero de quien estamos hablando es de Bryce Superfrío Gibson», le dijo una voz interior. «¿Lo recuerdas? El tipo que se rió de ti. Que empleó ese legendario encanto hasta hacerte enrojecer. El tipo que se salió de su camino para hacerte caso cuando tú no querías y que después, cuando ya querías, te dejó helada».

–Sí, pero eso fue entonces y esto es ahora. ¿No te gustaría enseñarle lo lejos que has llegado? ¿Dónde está tu orgullo?

«Pero pensará que estás desesperada si le pides salir. O, peor aún, que todavía te gusta. Y, además, recurrir a una agencia de contactos era algo muy profesional. Una cita sin excesos, sin expectativas».

–¿Y qué? ¿Por qué no puede ser lo de Bryce igual de profesional?

Sacudió la cabeza y miró la fotografía de Bryce. Cumplía sus criterios en todos los sentidos: atractivo, exitoso, encantador, la clase de tipo que demostraría para siempre a sus amigas que podía salir con quien quisiera y que si no lo hacía era porque había decidido apostar por su profesión.

Tamborileó con los dedos en la mesa. Sabía que no tenía elección. Los tipos con los que había salido estaban por debajo de la media, lo mismo que los candidatos potenciales de esa última agencia. Cuando, en realidad, tenía la cita perfecta delante de los ojos.

Tendió la mano en dirección al teléfono y apenas lo rozó, retiró la mano. No podía hacerlo. Daba lo mismo lo lejos que hubiera llegado, no podía levantar el teléfono y pedirle que saliera con ella. Era absurdo. Era una locura. Pero cuanto más miraba esos ojos, esos tentadores labios, recordando lo cerca que habían estado de los suyos, más inevitable era.

Habían compartido un destello, un atisbo de algo que jamás había soñado que fuera posible esa noche especial y, aunque había terminado mal, no había como un viaje por los recuerdos para recibir una inyección de confianza.

Había utilizado lo que había ocurrido como un catalizador y se había reinventado a sí misma después de esa noche. ¿No sería estupendo mostrarle lo lejos que había llegado, una especie de «Gibson, mira lo que te has perdido»?

Pero era algo más que eso y ahí radicaba el problema. Podía ser falta de confianza, pero sería tonta si creyera que sería completamente inmune a él, incluso después de ocho años.

Daban lo mismo los vestidos de diseño, los cortes de pelo o los zapatos que tuviera, daban lo mismo los eventos que presidiera como una reina, daban lo mismo las reservas que tuviera hechas para el año siguiente, había una parte pequeña e insegura de ella que esperaba que él no le echara ni una mirada y se marchara como había hecho al final de aquella noche.

Normas, necesitaba normas. Normas claras y que evitaran que se hiciera líos. Normas que le dieran una sacudida a su corazón si contemplaba la posibilidad de otra cosa que no fuera utilizarlo como una cita provisional para asistir a la boda.

Tamborileó ausente sobre un documento mientras dudaba de si era sabio llamar en frío a un tipo que una vez le había gustado y pedirle que saliera con ella durante un periodo de tiempo prefijado.

¿Sabio? Más bien una locura, pensó mientras su vista recorría los documentos que tenía delante. Volvió a mirar la fotografía de Bryce. Sabía que podía hacerlo. Era una mujer de negocios de éxito, acostumbrada a seguir procesos y procedimientos hasta el enésimo grado. Y eso sería exactamente salir con Bryce el mes siguiente, un procedimiento para conseguir lo que quería: convencer a sus amigas en la boda de Mattie de que estaba bien y libre de estrés. Podría hacerlo.

Ignorando la bandada de mariposas que tenía en el estómago, se concentró en la invitación de la boda y agarró el teléfono con manos temblorosas.

Ningún momento sería mejor que ése para comprobar si Bryce, con sus ojos hipnotizadores y magnética sonrisa, se apuntaría a la fiesta... en sentido literal.

–Menuda vista, ¿eh?

Bryce dejó de mirar por la ventana de su despacho y se giró hacia su colega Davin. El panorama de Melbourne era fantástico, pero decididamente menos que la vista de un millón de dólares sobre el puerto de Sidney a la que había renunciado cuando había aceptado su nuevo trabajo en la agencia de publicidad Ballyhoo.

No era un mal acuerdo. Había afrontado la pérdida de las vistas y aceptado la oportunidad. Ballyhoo era importante en el mundo de la publicidad y estaba impaciente por lanzarse al nuevo reto.

–No está mal. Aunque no pasaré mucho tiempo mirando por la ventana con el trabajo que hay.

Indicó la pila de manuales de recursos humanos que había encima de su mesa e hizo la anotación mental de que tenía que empezar a echarles un vistazo, empezando por los marcados como Lo antes posible.

–¿Ya te has reunido con Sol?

Bryce sacudió la cabeza y se dejó caer en la butaca.

–Está en Auckland, me ha dicho que nos reuniremos cuando vuelva.

–Bien.

Davin se apoyó en la mesa y abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar.

–¿Y?

La incomodidad de Bryce creció cuando Davin, sin mirarle a los ojos, se puso a juguetear con el tarro de los bolígrafos.

–Sabes que somos la agencia número uno de Melbourne, ¿no?

Oh, sí, lo sabía. Solomon Perlman, director general de Ballyhoo, había exaltado las virtudes de la agencia cuando le había ofrecido el puesto. Se había sentido tentado por la cuenta de la delegación de la empresa, por los nuevos retos. Y Sol había acabado de completar su oferta con un salario que habría hecho parpadear al primer ministro.

Trabajar para una empresa tan grande como Ballyhoo dispararía su carrera hasta la estratosfera. Algo para lo que había trabajado los últimos años, algo que se merecía después del duro camino que había recorrido.

–Sí, Sol ha mencionado lo de la primera agencia un par de veces. ¿Adónde quieres llegar?

Davin se movió ligeramente. Su expresión iba de lo furtivo a la pretensión de congraciarse con él. Eso puso su radar en marcha.

–Somos la número uno porque Sol sólo persigue los grandes contratos. No aceptará nada menor.

–Eso ya lo sé.

–Los rumores dicen que te han traído para reorganizar esto. Sol sabe los clientes que tú cortejabas en Sidney. Quiere los mismos resultados aquí, pronto.

–Lleva meses hacer contactos en esta industria. Sol lo sabe.

–Sólo te digo cómo son las cosas. Sol espera resultados y no es un hombre paciente.

–Y me cuentas esto porque...

La avaricia que brilló en los ojos de Davin le dijo, antes de que pronunciara ni una palabra, por qué su nuevo compañero actuaba con tanta camaradería.

–Ahora estamos en el mismo equipo.

Así que cuando él consiguiera las grandes cuentas, Davin también gozaría de gloria. Había visto gente de su clase en Sidney, trabajadores negligentes deseosos de mejorar gracias al trabajo de otros.

–Y hablando de equipo, unos cuantos vamos a salir esta noche a tomar unas copas, ¿te apuntas?

Lo último que le apetecía era hacer vida social con tipos como Davin, pero necesitaba conocer a sus compañeros de trabajo y el modo más rápido era tomar una cerveza.

–Claro.

–Normalmente quedamos en The Elephant and Wheelbarrow sobre las seis.

–Estupendo.

–Hasta luego –Davin saludó con la mano y salió del despacho con una sonrisa presuntuosa.

Bryce se relajó en la butaca, enlazó los dedos y estiró los brazos deseando poder considerar las palabras de Davin como tonterías inútiles. Pero no podía. Ballyhoo era la agencia número uno y acababa de entrar como ejecutivo. Sol esperaría resultados, y rápido.

¿Qué pasaría si no lo conseguía? La duda lo envolvió como una pitón. El fracaso no iba con él. Nunca había ido.

Sonó el teléfono y atendió la llamada.

–Bryce Gibson al habla.

–Bryce, soy Eve Pemberton. La hermana de Tony.

No necesitaba ninguna aclaración. Sabía quién era Eve Pemberton. Lo que quería saber era qué le había hecho a su voz. No había sonado así de dulce de adolescente. Aunque tampoco había hablado mucho con ella. Hasta aquella noche que casi había olvidado.

–Hola, Eve, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo!

–Estoy bien, gracias.

Ella hizo una pausa y su curiosidad se incrementó. ¿Qué querría de él esa Eve de maneras suaves? Sobre todo después de cómo habían acabado las cosas entre ellos.

–Tengo una propuesta de negocios que hacerte. ¿Estás libre para tomar una copa después del trabajo? –dijo ella.

–La verdad es que no puedo...

La frase murió en sus labios cuando notó el más suave de los suspiros al otro lado de la línea. Se podría pensar que había sido un suspiro de decepción. ¿Por qué? Aparte de Tony, a quien no veía desde que se había ido a vivir a Nueva York años antes, no tenían nada en común.

«La cretina», así la habían llamado algunos chavales a sus espaldas. Por eso había hablado con ella. Sabía lo que era ser el raro del grupo, aunque había hecho todo lo posible para asegurarse de que a él nadie se lo notara.

–¿Qué tal mañana?

No hubo ninguna duda en la punzada de desesperación que había en su dulce tono.

¿La fría, tranquila, distante Eve Pemberton desesperada?

–Una proposición de negocios, ¿no?

Bajó deliberadamente la voz insinuando un tipo diferente de proposición y casi se echó a reír cuando oyó su entrecortada inspiración. Eve no era una mujer con la que debiera flirtear. Lo había intentado una vez y había que ver cómo había resultado.

–Recién llegado a Melbourne, te interesa verme –replicó, y añadió–: No saldrás decepcionado.

Se incorporó bruscamente, golpeó con la rodilla la parte de debajo de la mesa y el auricular se cayó al suelo. Juró en silencio mientras miraba el teléfono como si ella hubiera salido por él y le hubiera retorcido la oreja.

La Eve que había conocido jamás habría sonado así: suave, jadeante, como prometiendo algo. Salvo la noche que Tony había cumplido veintiún años, una noche que deliberadamente había borrado de su memoria. Una noche llena de promesas y terminada en vergüenza.

Volvió a llevarse el auricular a la oreja sabiendo que estaba loco por pensar que en su tono había algo más que educada amabilidad.

–¿Bryce?

Revisó su agenda y tomó una decisión rápida.

–Tengo que hacer acto de presencia en una cosa del trabajo a eso de las seis. ¿Podríamos quedar más tarde?

–¿Qué tal a las siete y media en el Aria, el bar del hotel Langham?

–De acuerdo.

–Estupendo. Nos vemos entonces.

Bryce hizo un chiste para terminar la extraña conversación en un tono ligero y se preguntó si se habría imaginado la desesperación de la voz de la mujer.

–Seguro que no tienes ningún problema para reconocerme –dijo ella en tono poco firme antes de colgar.

Lo dejó mirando al teléfono confuso. Sacudiendo la cabeza apuntó los detalles en su BlackBerry. Eve Pemberton quería hablar de negocios. ¿Pero qué negocio podían tener en común después de tantos años?

CAPÍTULO 2

HABÍA mentido.

Bryce no sólo tuvo problemas para reconocer a la ágil diosa de largas piernas que entró en el Aria, sino que jamás habría pensado que podía ser Eve Pemberton por la forma de sacudir confiada la brillante cascada de cabello castaño oscuro que le caía sobre los hombros.

La Eve que había conocido jamás había sido segura. Siempre con los hombros hundidos, tras una montaña de libros, subiéndose por la nariz las gruesas gafas mientras mordisqueaba un lápiz.

Las gafas habían desaparecido, lo mismo que los vaqueros holgados, las camisetas enormes y los jerséis que utilizaba como si se tratase de un uniforme.

La recorrió con la mirada, desde los pantalones morado oscuro, hasta los zapatos a juego en dos tonos. Todo de diseño. La clase de ropa que manifestaba el éxito... y que mostraba un cuerpo que jamás habría imaginado ni en sus más salvajes sueños de adolescente.

Recorrió el salón con la mirada y cuando se encontró con la suya, sonrió. Él agitó una mano sorprendido por la sonrisa de ella. Auténtica. Cálida. Deslumbrante.

–Bryce, me alegro de verte.

Le tendió una mano que él estrechó de un modo automático sorprendido por el deseo de saludarla con un beso.

No eran exactamente extraños... no después de las confidencias que habían compartido aquella noche, las mismas confidencias que le habían hecho actuar como un canalla cuando sus colegas se habían reído de su casi beso y él se había reído con ellos.

El recuerdo le avergonzó y, tras una sacudida mental, hizo un gesto elegante para invitarla a sentarse.

–Yo también. Por cierto, estás estupenda.

–Es sorprendente lo que los contactos y la ropa pueden hacerle a una chica, ¿no?

Era más que eso, mucho más. Había algo en ella, un amor propio que no podía ser ni fingido ni artificial, y eso le intrigaba.

¿Qué había pasado los últimos ocho años para convertir a una chica tímida en una mujer elegante y sofisticada, que no tenía escrúpulos en llamarle para que se reuniera con ella después de tanto tiempo, después de aquella noche?

–Te habría reconocido en cualquier sitio.

Él sonrió con la misma sonrisa que llevaba años utilizando para captar a los clientes y cautivar a las mujeres, mientras hacía un gesto al camarero.

–Ocho años no es tanto tiempo.

Eve alzó las cejas con un gesto de «¿me estás tomando el pelo?». –Ya veo que sigues siendo un embaucador. Se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y la miró a los ojos.

–¿Funciona?

Ella se echó a reír. Un sonido suave y dulce que había oído muchas veces la noche de aquella fiesta, cuando había respondido a sus ingeniosas bromas en lugar de ignorarlas como solía hacer.

–No he venido a que me engatusen. Aunque algo de encanto no vendría mal para el trato que quiero proponerte.

–¿Trato?

Si su nueva personalidad no le hubiera intrigado, la palabra «trato» lo habría hecho del todo. No había nada que le gustara más que cerrar tratos.

La llegada del camarero interrumpió la conversación. Bryce aprovechó para recostarse en el respaldo y disfrutar viendo al joven camarero ruborizarse cuando ella, enrollándose un mechón de cabello en el dedo, le pidió agua mineral con gas con un toque de lima.

Eve Pemberton, el tímido ratón de biblioteca, se había metamorfoseado en una mujer chic. Había esperado encontrarse con una Eve con un vestido discreto y una conducta distante, no con ese... ese... ¡bombón!

–Bueno, ¿dónde estábamos?

Se volvió hacia él con los ojos brillantes y, por un momento, olvidó la sorpresa que le había producido su llamada. Olvidó el fascinante trato. Olvidó el abrupto final de la fiesta de Tony y se preguntó cómo sería estar allí sentado si estuviera saliendo con ella.

–El trato que has mencionado...

–Eso es, el trato.

Bebió un sorbo de su dosis de cafeína habitual al salir del trabajo y trató de ignorar la seductora sonrisa que iluminaba los labios de Eve, el intrigante brillo de sus ojos.

Era un experto en interpretar el lenguaje no verbal y, si lo estaba interpretando correctamente, ese trato era algo más que un negocio...

–En realidad, es muy sencillo –ella se inclinó hacia delante y su sonrisa se desvaneció cuando le clavó la mirada–. Tengo una proposición de negocios que hacerte. Y no creo que la desaproveches.

–Te escucho.

Se puso a juguetear con la servilleta que había al lado de su vaso y, por primera vez desde que la había visto, le pareció menos segura. –He leído que estás en la ciudad trabajando en una agencia de primera.