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El diario de Náufragos de Kristi: Día 1 Naufragar en una isla idílica para un reality show de televisión sonaba a algo feliz. Hasta que descubrí que iba a tener que compartir una semana con Jared Malone, también conocido como "el hombre que me rompió el corazón". Pero, por supuesto, estaré bien. Ya no siento nada por él. Seguro que las telespectadoras pierden la cabeza por el esplendoroso bronceado de Jared, ¡pero yo sé que no es más que un arrogante y musculoso rompecorazones! Las cámaras están grabando, así que me voy a la playa a enfrentarme a Jared. ¡Sólo espero estar bien con este biquini!
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados. ¿DINERO O AMOR?, N.º 2376 - enero 2011 Título original: Deserted Island, Dreamy Ex! Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9738-9 Editor responsable: Luis Pugni
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Náufragos: consejo de supervivencia nº 1
Vuestro pasado está a sólo una llamada de distancia
Kristi Wilde tomó la rosa de tonalidad rubor, la hizo girar bajo su nariz, cerró los ojos y aspiró la fragancia sutil.
Se dijo que debería llamar a Lars para darle las gracias, pero... Abrió los ojos, posó la vista en la trillada tarjeta que probablemente le había enviado a innumerables mujeres y tiró la rosa envuelta en celofán a la papelera.
El único motivo por el que había aceptado una cita con el mejor modelo masculino de Sidney era para obtener de primera mano el tan celebrado golpe de una empresa rival de conseguir como cliente a la Agencia de Modelos Annabelle.
El hecho de que Lars midiera un metro noventa, tuviera un cuerpo fibroso y bronceado y fuera físicamente maravilloso sólo había sido un incentivo añadido.
Entrar en Guillaume de la mano con un hombre como Lars había sido un estímulo para el ego. Pero eso era lo más excitante que iba a ser la noche.
Lars era atractivo, pero su personalidad podría hacer dormir a todo un grupo de niños hiperactivos. Mientras ella había observado a la oposición, disfrutado de una fabulosa cena francesa y sentido las deliciosas burbujas de un champán caro, Lars no había parado de hablar de sí mismo... una y otra vez...
Ella había fingido interés, ofreciendo el aire del bombón embelesado y adecuadamente impresionado que no perdía palabra de lo que oía. Se hallaba en una fase de su vida en la que haría cualquier cosa por un ascenso. Descartando la pasarela, que era exactamente lo que él había tenido en mente en cuanto habían salido del ascensor al final de la velada.
La rosa podía representar una disculpa. Aunque teniendo en cuenta su arrogante seguridad de que la próxima vez sucumbiría a sus encantos, probablemente estaba protegiendo sus apuestas.
Con la nariz fruncida, empujó la papelera con sus sandalias de color fucsia de Christian Louboutin y le echó un vistazo a su calendario online.
Apenas disponía de tiempo para tomarse un café con leche de soja antes de dirigirse al Sidney Cricket Ground para una promoción de fútbol.
Recogió el bolso y abrió la puerta a tiempo de ver a su jefa entrar en la habitación con sus zapatos Jimmy Choo con tacones de diez centímetros y envuelta en un terciopelo de color ébano como si fuera la capa de una bruja, dejando una estela de Chanel nº 5 a su paso.
–Hola, Ros, en este momento iba a...
–No vas a ninguna parte.
Rosana agitó un fajo de papeles bajo su nariz y señaló su escritorio.
–Siéntate. Escucha.
Kristi puso los ojos en blanco.
–Que te hagas la jefa ya no me impresiona tanto después de verte bailar el tango con aquel camarero medio desnudo en la fiesta de Navidad del año pasado. Y de aquel incidente con el boy en Shay...
–Basta.
A pesar de ser una mujer de negocios, el orgullo que sentía Rosanna por su lado salvaje despertaba el cariño de sus compañeros de trabajo. Kristi no podía imaginarse hablando con otra jefa como lo hacía con Ros.
–Échale un vistazo a esto.
Los ojos pintados de Rosanna centellearon con picardía al entregarle un fajo de documentos y juntar las manos en cuanto se los quitó de encima.
Kristi no había visto a su jefa tan entusiasmada desde que Endorse This le había arrebatado un cliente importante a un competidor ante las propias narices de la otra agencia.
–Vas a agradecérmelo.
Rosanna comenzó a caminar, agitando las manos y musitando tal como hacía en una sesión de intercambio de ideas con su equipo de Relaciones Públicas.
Con curiosidad estudió el primer documento y su confusión fue en aumento en vez de decrecer.
–¿De qué va este documental de reality show? –sonaba interesante, siempre que alguien quisiera estar varada en una isla durante una semana con un desconocido–. ¿Vamos a hacerles la campaña de relaciones públicas?
Rosanna movió la cabeza, agitando unos bucles de color magenta.
–No. Algo mejor.
Kristi pasó una páginas hasta llegar a un formulario.
–¿Estás pensando en apuntarte?
Rosanna esbozó la sonrisa diabólica de una leona a punto de saltar sobre una gacela indefensa.
–Yo no.
–Entonces, ¿qué...? –al ver la sonrisa más amplia de Rosanna lo comprendió–. Oh, no, no lo has hecho, ¿verdad?
Rosanna se sentó en el borde del escritorio y estudió con atención sus garras bien cuidadas y pintadas de color mora.
–Introduje tus datos para la participante femenina –indicó el folleto y señaló la letra pequeña–. Te han elegido. Solos tú y algún semental ardiente en una isla desierta durante siete días y siete largas, ardientes y gloriosas noches. Estupendo, ¿verdad?
Sobraban las palabras que describieran lo que su jefa acababa de hacer.
Y estupendo no figuraba entre ellas.
Soltó el formulario como si fuera radioactivo y lo empujó con el pie antes de calmarse con respiraciones hondas. Podía ser tolerante, pero no tenía sentido crisparse hasta el punto de desear estrangular a su jefa.
–Quiero que te vuelvas una superviviente durante una semana.
Se dijo que debía tratarse de una broma, de una de esas pruebas extrañas que espontáneamente y al azar le ponía a sus empleados para comprobar la lealtad que le profesaban.
Apretando la mano con tanta fuerza que el documento crujió, dejó los papeles sobre la mesa al tiempo que se afanaba en desarrollar un argumento coherente para convencer a su jefa de que era imposible que hiciera eso.
Sólo había una manera de que atendiera a razones: apelar a su lado empresarial.
–Suena interesante, pero en este momento estoy agobiada de trabajo. No puedo dejarlo y marcharme una semana.
Rosanna se levantó de la mesa como si no hubiera hablado y chasqueó los dedos.
–¿Conoces a Elliott J. Barnaby, el productor más famoso de la ciudad?
Kristi asintió con cautela mientras la otra alzaba un folleto y lo agitaba bajo su nariz.
–Va a hacer un documental basado en el fenómeno del reality show que está dando la vuelta al mundo. Dos personas trasladadas a una isla, con recursos limitados, durante una semana.
–Suena como una bomba.
Rosanna soslayó el sarcasmo.
–El premio es de cien de los grandes.
–¿Qué? –Kristi trató de leer por encima del hombro de su jefa–. No me mencionaste esa parte.
–¿No? Quizá no llegué a hacerlo por el entusiasmo abrumador que mostraste y todo eso.
Kristi sacó la lengua mientras leía a toda velocidad los detalles de los premios.
Cien de los grandes. Mucho dinero. Y si estaba lo bastante loca como para seguir adelante con el ridículo plan de su jefa, sabía exactamente qué haría con él.
Durante un momento, recordó la cena que había tenido la noche anterior con su hermana Meg.
El destartalado cuchitril de apartamento que tenía en las afueras de Sidney, con el sonido atronador de la pareja que se peleaba en la puerta contigua entremezclado con las amenazas de bandas rivales procedentes de la calle. Los muebles deshilachados, el montón de facturas sin pagar en la encimera de la cocina, la falta de alimentos en la nevera.
Y Prue, la adorable sobrina de siete años, la única persona que en esos tiempos conseguía sacarle una sonrisa a su extenuada mamá.
Después de todo lo que había pasado, Meg aún vivía momentos duros, pero seguía sin aceptar un céntimo. Si el dinero que su orgullosa hermana se negaba a aceptar no procediera de sus ahorros, ¿marcaría alguna diferencia?
–Un premio suculento, ¿eh?
A Kristi no le gusto el destello maníaco que apareció en la mirada astuta de Rosanna. Cada vez que pasaba eso, significaba que había un cliente en potencia, alguien cuya promoción añadiría otra pluma en el creciente tope de Endorse This.
Mientras intentaba desterrar de la mente el recuerdo del apartamento de Meg y de las enjutas mejillas de su sobrina, Kristi le devolvió el folleto.
–Desde luego, el dinero es goloso, pero no como para encerrarte con un desconocido durante una semana y que toda esa experiencia desastrosa sea grabada.
Rosanna apretó los labios de silicona y su mirada decidida no aceptó discusión alguna.
–La semana pasada recibí una llamada del Canal Nueve. Están poniéndose en contacto con empresas de relaciones públicas para un nuevo reality show en una isla, dijeron que sería un Supervivientes con una ligera variante. Por eso te apunté a ti. ¡Si lo haces, estaremos en la cumbre!
¡No, no, no!
Al lado del brillo en los ojos de Rosanna que le había puesto los pelos de punta, la sonrisa enfermizamente dulce de una bruja que le ofrecía a Hansel y Gretel un enorme trozo de pan de jengibre no fue nada.
–Y, por supuesto, tú llevarás toda la cuenta.
–Eso no es justo –soltó, deseando haber mantenido la boca cerrada al ver que la sonrisa de Rosanna se desvanecía.
–¿Qué parte? ¿La parte en la que ayudas a Endorse This a conseguir el cliente más grande de este año? ¿O la parte en la que prácticamente te aseguras un ascenso gracias a ello? Sin contar con la oportunidad de ganar cien de los grandes, por supuesto.
Le lanzó a su jefa una mirada mortífera que surtió poco efecto.
No tenía elección.
Debía hacer lo que le pedía.
Si el ascenso no era incentivo suficiente, sí lo era la oportunidad de ganar cien de los grandes. Meg se merecía más, mucho más. Su dulce, ingenua y resistente hermana merecía que todos los sueños se le hicieran realidad después de lo que había pasado.
Forzando una sonrisa entusiasta, que a medias era una mueca, se encogió de hombros.
–De acuerdo, lo haré.
–Estupendo. En unas horas tienes una reunión con el productor. Al terminar, dame los detalles –le entregó el folleto y miró la hora–. Llamaré al Canal Nueve y les comunicaré las últimas noticias.
Mientras Rosanna se contoneaba hacia la salida, Kristi supo que había tomado la decisión acertada, a pesar de haberse visto obligada a ello.
Había trabajado duramente durante los últimos seis meses, desesperada por conseguir un ascenso, y lograr que el Canal Nueve fuera cliente de ellos, lanzaría su carrera hacia el firmamento.
En cuanto al dinero del premio, haría lo que hiciera falta para ganarlo. Meg se merecía hasta el último céntimo.
El ascenso y el premio; razones cuerdas y lógicas para pasar por eso. Pero, ¿una semana en una isla con un desconocido? ¿Podría ser peor?
Mientras ojeaba los papeles, Rosanna se detuvo en la puerta y alzó un dedo.
–¿Te he mencionado que estarás sola en la isla con Jared Malone?
Náufragos: consejo de supervivencia nº 2
Asegúrate de programar tu mini fusión nuclear cuando estés fuera de las cámaras
Jared entró en Icebergs, en la parte norte de Bondi, y se dirigió a la mesa habitual de Elliott, enfrente y en el centro del ventanal que daba a la playa más famosa de Sidney.
Junto al expreso doble de su predecible amigo, esperaba su zumo de mango.
Al acercarse a la mesa, Elliott alzó la vista de una pila de papeles, plegó sus gafas de montura metálica, las dejó junto al café y miró su reloj de pulsera.
–Me alegro de que al fin pudieras llegar.
Jared se encogió de hombros y señaló su rodilla coja.
–La sesión de rehabilitación se prolongó más de lo esperado –experimentó el habitual pinchazo de dolor al sentarse–. Los ligamentos han sanado bien después de la operación, pero la inflamación persistente tiene desconcertados a los médicos.
Elliott frunció el ceño.
–Estás viendo a los mejores, ¿verdad?
Jared puso los ojos en blanco.
–Sí, mamá.
–Tonterías.
–Las tonterías que van a conseguirte otro de esos premios de cine que tanto anhelas –Jared señaló los papeles que tenía delante–. A ver si lo adivino. Los habituales descargos de responsabilidad de que cualquier cosa que haga o diga en la televisión no serán de tu responsabilidad.
–Algo por el estilo –tomó el documento superior y lo deslizó por la mesa–. Esto es lo básico.
Jared apenas miró la letra impresa, ya que había oído demasiadas veces por boca de Elliott las virtudes del documental que iba a realizar.
Estar abandonado en una isla con una desconocida durante una semana era lo último que le apetecía hacer, pero si así convencía a los niños discapacitados de Sidney de que el centro recreativo Activate era el lugar para ellos, lo haría.
Había pasado gran parte de su vida bajo los focos, con su carrera y vida privada bajo escrutinio como carnaza para los paparazzi. Lo había odiado. Era hora de darle un buen uso a tanta intrusión, empezando por una semana de publicidad gratuita que el dinero no podría comprar.
Los premiados documentales de Elliott eran vistos por millones de personas y sus temas de vanguardia estaban en boca de todos, en las universidades, en las calles... todo el mundo hablaba de los asuntos que tocaba Elliott.
Con un horario de prime time, los anuncios costarían una fortuna, de modo que cuando Elliott le había propuesto el trato, no había dudado en aceptarlo. Preferiría gastar mil millones en el centro y en equipo que en publicidad.
Millones de personas verían el centro en la televisión, oirían hablar de lo que ofrecía y, con suerte, difundirían el mensaje. Con eso contaba.
Era una situación beneficiosa para ambos. Elliott conseguía a un ex profesional del tenis para su documental; él obtenía una publicidad impagable para exponerle al país entero el centro recreativo juvenil que iba a fundar.
–Bien, ¿quién es la dama afortunada?
Elliott miró hacia la puerta con las cejas enarcadas.
–Aquí viene. Siempre has sido un tipo de suerte.
Jared se volvió, curioso por ver con quién estaría abandonado en la isla. No es que le importara. Durante años había tenido una intensa vida social en el circuito tenístico y podía fingir con los mejores. Era fácil.
Pero cuando se encontró con un par de inusuales ojos azules del color del océano azul de Bondi un día despejado, atravesado por esa mirada acusadora, supo que pasar una semana en una isla desierta con Kristi Wilde en absoluto sería fácil.
–Me ocuparé de ti más tarde –musitó Jared a un confuso Elliott mientras Kristi avanzaba hacia ellos sobre unos tacones altísimos.
Siempre había sentido predilección por los zapatos, casi tanto como él había sentido predilección por ella.
–Me alegro de verte...
–¿Estabas al tanto de esto?
Aunque le había cortado la introducción, no tenía esperanza de evitar su beso, y cuando su inclinó para besarle la mejilla, la familiaridad de esa fragancia dulce y aromática lo golpeó con la potencia de un servicio de Nadal, seguido con celeridad por un caudal de recuerdos.
La euforia de ascender el Harbour Bridge eclipsada por una risueña y exuberante Kristi cayendo en sus brazos, y más tarde aquella noche en su cama.
Largas y ardientes noches estivales que se prolongaban sobre mariscadas en Doyles en la Bahía Watson, para luego acurrucarse en un taxi acuático de regreso a su casa mientras se afanaba por mantener el tenue autocontrol que le quedaba.
Y lo mejor de todo, la relación pausada, tranquila y llena de diversión que habían compartido.
Hasta que ella empezó a exigir y él huyó.
Con buen motivo. Su posición en la clasificación de tenistas había empezado a dispararse en aquella época, y no le había quedado más remedido que compensar a las personas que habían invertido tiempo en él. Jamás había querido ser un aprovechado, alguien que daba por sentado su derecho de nacimiento; como sus padres.
Era irónico que lo que había empezado como un ejercicio de niñera, un lugar donde los esnobs Malone podían olvidarse de su hijo único durante unas horas al día, se había convertido en una carrera lucrativa llena de fama, fortuna y más mujeres que las que cualquier chico sabría hacer con ellas.
Extrañamente, sólo una mujer había llegado a estar lo bastante cerca como para ver al verdadero Jared, el tipo que se exhibía detrás de la sonrisa despreocupada.
Y la estaba mirando a la cara.
Así como su carrera no había sido el único motivo para marcharse, verla ahí en ese instante, tan vivaz y hermosa, le recordó cuánto había abandonado alejándose de ella.
Kristi se retiró con un movimiento altivo de la cabeza que podría haber funcionado si él no hubiera visto la expresión suave en las comisuras de sus labios y el destello de reconocimiento en sus ojos.
–Y bien, ¿estabas al tanto?
Apoyando una mano en su cintura para guiarla a una silla, negó con un movimiento de la cabeza.
–Justo un segundo antes de que entraras, acababa de enterarme de la identidad de mi cómplice en este fiasco.
–Ésa es la palabra apropiada. Fiasco.
Él sonrió ante el consenso vehemente al tiempo que Elliott extendía la mano.
–Encantado de conocerte. Me llamo Elliott J. Barnaby, productor de Náufragos. Me complace tenerte a bordo.
–Eso es lo que debemos discutir.
Llamando a un camarero con un gesto de la mano, pidió una botella de agua mineral con gas y lima antes de erguir los hombros en una postura combativa que a Jared le resultaba tan familiar como el gesto con que ladeaba su cabeza.
–Antes de empezar esta discusión, permitidme que deje unas cosas claras. Primera, me encuentro aquí por obligación. Dos, lo hago por el dinero –alzó un dedo y señaló a Jared–. Tres, será mejor que la isla resulte lo bastante grande para los dos, porque preferiría volver a nado al continente antes que estar enjaulada contigo una semana.
Elliott los observaba por turnos con curiosidad manifiesta.
–¿Os conocéis?
–¿Es que su señoría no te lo contó? –respondió, girando la cabeza hacia él.
–Nos conocemos –intervino Jared con calma, bien consciente de que más tarde Elliott querría saber la profundidad de dicho conocimiento–. Somos viejos amigos –Kristi contuvo un bufido mientras él le guiñaba un ojo–. Volver a familiarizarnos el uno con el otro va a ser muy divertido.
–Sí, como someterse a una endodoncia –musitó con mirada hostil.
Al aceptar el trato, a Jared no le había importado especialmente con quién iba a estar aislado una semana.
Sin embargo, en ese momento la idea de batallar con la insolente y desvergonzada Kristi durante siete días le animó considerablemente la mañana.
Luchando por ocultar una sonrisa, cruzó los brazos y miró a Elliott.
–¿El que nos conozcamos no debería ser un problema?
El otro movió la cabeza.
–Todo lo contrario, debería generar una interacción interesante. El fin del documental es exponer la realidad que hay detrás de la televisión de los reality shows. Cómo habléis, reaccionéis y choquéis cuando estéis confinados una semana sin otras actividades sociales debería convertirse en un buen material –hizo una pausa y frunció el ceño–. ¿Viejos amigos? ¿Significa eso que llegasteis a vivir juntos algún tiempo?
–¡Diablos, no!
El destello de dolor en los memorables ojos de Kristi hizo que Jared maldijera para sus adentros el exabrupto de su negativa, pero al siguiente instante ella alzó el mentón, lo miró con arrogancia e hizo que dudara si no había imaginado la primera expresión.
–Cohabitar con un niño no es la idea que tengo yo de diversión –manifestó con ojos entrecerrados.
Quería que él respondiera, que entrara en la refriega, que lanzara algunas pullas. Podía seguir esperando. Ya dispondrían de tiempo más que suficiente para eso. Siete días completos. Solos. Sin más diversión que el otro. Interesante.
Ajeno a la tensión que hervía entre ellos, Elliott se frotó las manos.
–Bien. Porque eso habría cambiado el statu quo. De esta manera, vuestras reacciones serán más auténticas –sacó una carpeta llena de documentos del montón que tenía delante y la deslizó por la mesa hacia Kristi–. Soy consciente de que tu jefa planteó tu nombre para esto, de modo que necesitas leer todos los puntos legales, firmar los formularios donde se indica y empezaremos por ahí.