Sobre la política y el odio - Václav Havel - E-Book

Sobre la política y el odio E-Book

Václav Havel

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Beschreibung

A pesar de sufrir personalmente las consecuencias del odio en su país, Václav Havel se aproxima a él como intelectual y como observador inquieto, examinando el deseo de absoluto que esconde esta pasión como odio personal y también como odio colectivo. En el segundo capítulo trata sobre la política y la conciencia, reflexionando sobre los fundamentos espirituales de la civilización moderna, y las causas de su crisis.

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VÁCLAV HAVEL

Sobre la política y el odio

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5994-7

ISBN (versión digital): 978-84-321-5995-4

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

NOTA DEL EDITOR

1. EL ODIO: LA TRAGEDIA DE UN DESEO

2. LA POLÍTICA Y LA CONCIENCIA

AUTOR

NOTA DEL EDITOR

RECOGEMOS EN ESTE breve libro dos textos cedidos por el autor a Rialp, que fueron publicados en nuestra revista Atlántida. En el primero, Václav Havel ofrece una reflexión acerca del odio. Su análisis se dirige primero a la pasión vivida individual o colectivamente; después, su discurso se dirige a la historia contemporánea de los países de Europa Oriental y Central, como campo abonado para la exacerbación de ese sentimiento, como el propio Havel tuvo ocasión de experimentar en su Checoslovaquia natal. Se trata de una alocución pronunciada en Oslo el 29 de agosto de 1990.

El segundo texto fue preparado por el autor con motivo de su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad de Toulouse Le Mirail. Fue leído allí en su ausencia el 14 de mayo de 1984, y traducido por el diario chileno El Mercurio, al que agradecemos de nuevo su cortesía.

1.

EL ODIO: LA TRAGEDIA DE UN DESEO

ME PARECE QUE SON POCOnumerosos aquellos que podrían hacer, desde su interior, una reflexión sobre el odio, el tema que nos ocupa, como autopsia de un estado de alma vivido personalmente. Todos somos, sin duda, observadores inquietos de este fenómeno que intentamos reflejar desde fuera. Esto vale también para mí: entre los numerosos defectos de mi carácter, no se encontrará, curiosamente, la capacidad de odiar. Voy, por lo tanto, a presentar esta reflexión sobre el odio en calidad de observador, un tanto desconcertado e inquieto.

DESEO DE ABSOLUTO

Al meditar sobre aquellos que me odian o me han odiado personalmente, descubro que todos tienen ciertos rasgos de carácter que, una vez reunidos y sumados, proporcionan una explicación muy general al origen de ese odio.

Ante todo, nunca se trata de personas vanas, vacías, pasivas, indiferentes o apáticas. Su odio me parece traducir siempre una gran aspiración insatisfecha, una voluntad incumplida e irrealizable, una ambición desesperada. Se trata de una fuerza interior radicalmente activa que habita en la persona, la sujeta, la arrastra hacia algún lugar y la supera. El odio no me parece una simple ausencia de amor, de humanidad o un vacío anímico. Tiene, por el contrario, muchos puntos en común con el amor, especialmente un elemento autotrascendente, una vinculación y una interdependencia con el otro, la proyección directa de una parte de su identidad sobre aquel. Así como el hombre que ama desea a la persona amada y no puede prescindir de ella, el que odia desea al hombre odiado. Al igual que el amor, el odio es en el fondo la expresión de un deseo de absoluto, todo lo trágico y perverso que pueda resultar.

Tal y como las he conocido, las personas llenas de odio tienen permanentemente el sentimiento de que han sido engañadas, es un sentimiento indestructible profundamente desproporcionado respecto de la realidad. Estas personas parecen querer ser estimadas, respetadas y amadas sin límite, parecen atormentarse sin cesar por el doloroso descubrimiento de que los demás son de una ingratitud y de una injusticia imperdonables, pues no solo no les manifiestan el respeto y el amor que se les debería, sino que incluso les olvidan; esta es al menos su impresión.

En el subconsciente de los que odian duerme el perverso sentimiento de ser los únicos representantes auténticos de la verdad completa y, por lo tanto, de ser unos superhombres, incluso unos dioses, y que por este título el mundo les debe total reconocimiento, lealtad y docilidad absolutas, e incluso obediencia ciega. Quieren convertirse en el centro del mundo y se encuentran frustrados e indignados por el hecho de que el mundo ni les acepte ni les reconozca como tales, ni les preste atención alguna e incluso se burle de ellos.

Son como niños mimados o mal educados, que piensan que su madre está ahí solo para adorarlos; se resisten a que esta haga otra cosa, a que se ocupe de sus hermanos o hermanas pequeños, de su marido, a que lea un libro o desempeñe un trabajo. Sienten todo esto como un perjuicio, una herida, un ataque o un cuestionamiento de su valía. Una carga interior que habría podido ser amor se pervierte convirtiéndose en odio, en contra de la supuesta fuente del mal.

Al igual que ocurre con un amor desgraciado, el odio encubre una especie de trascendencia desesperada: los hombres animados por el odio intentan alcanzar lo inaccesible, y están consumidos incesantemente por la imposibilidad de conseguirlo por culpa de ese mundo infame que se lo impide. El odio es la cualidad diabólica del ángel caído: es el estado del alma de quien se cree Dios, incluso está seguro de serlo, y se ve atormentado constantemente por señales que muestran que no es, que no puede ser así. Es una característica del ser celoso de Dios, roído por el sentimiento de que el camino que conduce al trono divino que cree poder ocupar le es denegado por un mundo injusto que se ensaña contra él.

El hombre que odia es incapaz de buscar la causa de su fracaso metafísico en sí mismo, en esa sobreestima general de su persona. A sus ojos, todo es culpa del mundo que le rodea. Lo que ocurre es que en esta situación el culpable aún es demasiado abstracto, vago e inasequible. Ha de ser materializado, pues el odio —como un impulso anímico perfectamente concreto— necesita una víctima concreta, y el que odia encuentra entonces un culpable concreto. Ello no es, ciertamente, sino un paliativo, fortuito y, por lo tanto, intercambiable. He podido observar que, para aquel que odia, el odio era más importante que su objeto, y que puede, por lo tanto, cambiar de objeto con bastante frecuencia, sin modificar en nada su actitud.

Ello es totalmente comprensible, puesto que no experimenta odio por un hombre concreto, sino por lo que este representa: la suma de los obstáculos en el camino que conduce al absoluto, al reconocimiento absoluto, al poder absoluto, a la identificación absoluta con Dios, con la verdad y con el orden del mundo. El odio hacia el prójimo parece ser un odio del universo fisiológicamente materializado, concebido como una causa del fracaso cósmico de aquel que odia.