2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
Era un hombre al que nadie rechazaría… El millonario Garrett Miller había llegado a Texas con un falso pretexto. Le había dicho a Ali Moran que estaba alojado en su pequeño hotel por motivos puramente de negocios, pero lo cierto era que su verdadera intención era descubrir todos los secretos de Ali… y utilizarlos en su propio beneficio. Por muy inocente que fingiera ser, Garrett no podía creer que Ali no supiera el poder que ella podría tener sobre la familia Miller. En cualquier caso, muy pronto sólo pudo pensar en aprovechar el poder que él ejercía sobre ella... un poder muy apasionado.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 173
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Peggy Bozeman Moreland. Todos los derechos reservados.
SÓLO POR TI, N.º 1628 - diciembre 2011
Título original: The Texan’s Contested Claim
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-140-7
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Para Garrett Miller, la oportunidad del momento lo era todo, tanto en los negocios como en la vida.
Y su viaje a Austin, Texas, no podía ser más oportuno.
Su objetivo principal era reunir a su madrastra con Ali Moran, la hija que había dado en adopción treinta años antes. Si eso fracasaba, pretendía persuadir, o coaccionar si era necesario, a Ali para que le diera la parte de la escritura que tenía en su posesión y que permitiría a su madrastra y a su nuevo marido reclamar legalmente el rancho que habían recibido.
Además, necesitaba buscar una propiedad para expandir su empresa. Dado que Austin estaba convirtiéndose en el Silicon Valley del sureste, era una buena opción y le proporcionaba la excusa perfecta para realizar el viaje.
Lo malo era que tenía que conseguirlo todo sin que nadie supiera que estaba en Austin.
Arrugó la frente y marcó el código de entrada de la verja electrónica de la casa de huéspedes Vista, donde su secretaria le había reservado habitación. Si hubiera sabido que el éxito lo haría tan popular entre los medios de comunicación, nunca habría creado su empresa Conceptos de Futuro. No había imaginado que al público en general pudiera interesarle tanto los movimientos de un hombre de negocios.
Ni que el éxito pudiera convertirlo en objetivo de un loco que quería verlo muerto.
Rechazó el inquietante pensamiento y condujo a través de la verja. Se recordó que, por lo que el mundo sabía, Garrett Miller se encontraba en un seminario de tecnología en Suiza, una mentira que su departamento de relaciones públicas había filtrado a los medios. Garrett sólo tenía que mantener el incógnito en Austin; su perseguidor iría a Suiza y, con suerte, caería en la trampa que habían preparado.
Aparcó el coche alquilado que había recogido en el aeropuerto ante la casa de dos plantas. Estudió el edificio un momento, pensando en la mujer que había dentro y en las posibilidades que tenía de conseguir su cooperación. Se había concedido un mes para encontrar la manera de convencerla para reunirse con su madrastra, aunque dudaba que fuera a tardar tanto. Todo el mundo tenía un precio, o una debilidad. Se trataba de averiguar cuál era la de Ali.
Sonrió con superioridad mientras bajaba del coche. Estaba seguro de que tendría éxito. Saber era poder y, gracias al detective privado que había contratado y sus propias investigaciones, lo sabía todo sobre Ali Moran.
Y ella no sabía nada de él.
Subida en una escalera, Ali se estiró para quitar el último adorno de la rama más alta del árbol de Navidad. A pesar del fuego que crepitaba en la chimenea y del CD de Norah Jones que sonaba, no habría podido sonreír aunque quisiera. El uno de enero solía ser su día favorito del año: dormía hasta tarde después de celebrar el Año Nuevo con sus amigos, se comía un bol de frijoles para tener buena suerte y escribía una lista de resoluciones que no cumpliría. Lo mejor de todo era que el uno de enero marcaba el inicio de sus cuatro semanas de vacaciones anuales.
Pero ese año no habría vacaciones para Ali.
Con una mueca, guardó el adorno en la caja y bajó la escalera. Era culpa suya. Había permitido que su avaricia ganara la partida.
Pero ¿quién no lo habría hecho? Cuando un millonario llama y ofrece cuatro veces la tarifa habitual para alquilar la casa de huéspedes entera durante un mes, es difícil decir que no. Cocinar y limpiar para un huésped, en vez de los cinco que acomodaba su casa y recibir cuatro veces más. Sólo un tonto rechazaría esa clase de oferta.
«Así que deja de quejarte», se dijo. El dinero que iba a ganar compensaría con creces el sacrificio de renunciar a sus vacaciones.
–Pero no por eso me gusta –rezongó entre dientes.
Sonó el timbre. Se preguntó quién podía llamar a una hora tan temprana el día de Año Nuevo. Todo el mundo sabía que estaría durmiendo, tras una noche de fiesta; y sería la verdad si no esperara a un huésped esa tarde.
Se mordió el labio inferior. Esperó que no hubiera llegado pronto; le había dicho que llegara a las tres. Pero no se le ocurría nadie más que pudiera llamar a su puerta tan temprano. Empezó a guardar los adornos a toda prisa, avergonzada porque alguien pudiera entrar en su casa estando tan desordenada, y Garrett Miller menos que nadie.
El timbre sonó por segunda vez, irritándola. Fue hacia la puerta, diciéndose que tendría que aguantarse con lo que había, por llegar pronto.
En la puerta se detuvo para quitarse la goma del pelo y acercó el ojo a la mirilla. Parpadeó una vez, y otra. Si no hubiera investigado a su huésped en Internet no habría reconocido al hombre que estaba en su porche, dueño de una empresa mundialmente famosa como Conceptos de Futuro. Con vaqueros desteñidos, una gastada chaqueta de cuero y gafas de aviador, parecía… muy normal.
El timbre sonó por tercera vez, sobresaltándola. Resopló, esbozó una sonrisa risueña y abrió la puerta.
–Hola –dijo, ofreciéndole su mano–. Debes ser Garrett. Yo soy Ali, la propietaria de Vista.
Él la miró con una expresión extraña en el rostro, pero no hizo intención de aceptar su mano.
–¿Eres Garrett Miller, no? –dijo ella, mirándolo con más detenimiento.
–Disculpa –la pregunta pareció sacarlo de su trance. Le dio la mano–. Es sólo que te pareces mucho a… alguien que conozco.
Ella sintió un cosquilleo en la espalda cuando los dedos de él se cerraron sobre los suyos. Sorprendida por su reacción, y nada segura de que le gustara, retiró la mano.
–Ya sabes lo que dicen –dijo, encogiéndose de hombros–. Todo el mundo tiene su gemelo.
Él volvió a mirarla con extrañeza y ella gimió internamente, iba a ser un mes muy largo.
–Entra –le dijo, abriendo la puerta de par en par–. Tendrás que perdonar el desorden –le advirtió–. Me has pillado retirando los adornos de Navidad.
Él entró, dejando a su paso un seductor aroma a sándalo.
–Espero que llegar antes de tiempo no suponga una inconveniencia. Mi piloto me trajo antes de lo que había planeado.
Si tenía su propio piloto, debía tener su propio avión. Incapaz de imaginar esa riqueza y la libertad que ofrecía, se tragó un suspiro de envida.
–No es problema –miró hacia el coche de alquiler que había aparcado ante su puerta–. ¿Necesitas ayuda con el equipaje?
Él se quitó las gafas de sol, las metió en el bolsillo de la cazadora y miró a su alrededor.
–Lo sacaré después, si te parece bien.
Cuando volvió a mirarla, sin gafas de sol, sintió el mismo cosquilleo que cuando había tocado su mano.
–Huy, vaya –exclamó, incapaz de desviar la mirada.
–¿Disculpa?
–Tus ojos. No me había dado cuenta hasta que te has quitado las gafas. Son marrones. Ese marrón del color del chocolate fundido. Y cuando les da la luz… –abrió y cerró la puerta, cambiando la intensidad de la luz que iluminaba su rostro– se ven chispitas doradas que parecen explosiones de luz.
–Puedo volver a ponérmelas, si te molesta –dijo él, llevando la mano al bolsillo.
–Perdona –dijo ella con una sonrisa avergonzada–. Tengo tendencia a dejarme llevar por los juegos de luz. Es una de las maldiciones de dedicarse a la fotografía. Por aquí –dijo, indicándole el camino–. Te enseñaré la planta inferior, después te llevaré a tu habitación, arriba.
Lo guió por el pasillo, señalando a derecha e izquierda mientras hablaba.
–Salón y comedor –dijo–. Puedes utilizarlos cuando quieras, pero la mayoría de mis huéspedes prefieren la sala de estar y la sala de desayunos, más acogedora, en la parte trasera de la casa. Tienen una vista preciosa de Town Lake –hizo una pausa y señaló una puerta que había al final del corto pasillo–. Ésa es la entrada a mi apartamento privado. La única parte de la casa no permitida a los huéspedes.
–Leí en tu página web que estás especializada en hospedar a hombres de negocios –ladeó la cabeza–. Creo que era algo como «Vista, donde se satisfacen todas las necesidades del viajante de negocios».
–Si estás pensando que Vista ofrece servicios de chicas –dijo ella, ofendida por su tono sugerente y el énfasis que había puesto en «todas»–, te equivocas.
–No he dicho eso –contestó él.
–Bueno, para que quede claro, sólo ofrezco a mis huéspedes un alojamiento cómodo, comida casera y un lugar de trabajo, si lo necesitan.
–Es cuanto espero –le aseguró él–. Sólo sentía curiosidad sobre por qué una mujer que vive sola prefiere a hombres como huéspedes.
–No he dicho que viva sola –dijo ella, estrechando los ojos.
–No hacía falta. El uso repetido de «mi» y «yo» lo ha hecho obvio.
Ella siguió mirándolo con suspicacia y él colocó las manos en las caderas y torció la boca.
–Oye –dijo, irritado–. Si te preocupa tu seguridad, olvídalo. Estás a salvo conmigo. No me interesas tú ni tu cuerpo. Espero que me entiendas, si quiero compañía femenina, no necesito que nadie me la organice.
Ella no supo si sentirse aliviada o insultada, pero una cosa era indudable: había irritado a su huésped. Una persona que se dedicara a su actividad, no podía permitirse hacer eso.
–Disculpa –dijo ella, con sinceridad–. No suelo ser tan defensiva.
–Y a mí no suelen tomarme por un depredador –contestó él.
–¿Podemos pulsar el botón de «Rebobinar»? –preguntó ella, esperanzada–. Parece que hemos empezado mal.
–Si prefieres pensar que nuestra relación mejorará empezando de nuevo… –alzó una mano–, considera que ya he rebobinado.
–Gracias –para demostrar su intención de ser agradable, forzó una sonrisa–. Y para contestar a tu pregunta sobre mi preferencia por viajantes de negocios, esto no es sólo una casa de huéspedes, sino también mi hogar; descubrí muy pronto que los hombres de negocios interfieren menos con mi vida habitual que los turistas. Y que suelan reservar durante la semana es otra ventaja, así tengo los fines de semana libres para dedicarlos a mi otro trabajo.
–¿Otro trabajo? –él enarcó una ceja.
–La fotografía. Aspiro a convertirme en reportera gráfica.
–Una mujer de muchos talentos.
–Deberías reservar tu juicio hasta que veas mi trabajo –le advirtió ella. Sonrió e hizo un gesto con la mano–. Vamos, sigamos con la visita.
Se encaminó hacia la cocina.
–Por la mañana encontrarás zumo y café en la sala de desayunos. Suelo servir el desayuno a las siete los días de diario y a las ocho en fin de semana, pero como eres el único huésped, puedes elegir una hora distinta, si quieres.
–Ese horario me parece bien.
–Ésta es la sala de estar –dijo ella, entrando bajo un arco. Se detuvo y dejó caer los hombros al ver el trabajo que tenía por delante–. Bienvenido a la pesadilla post-navideña.
–Diablos –murmuró él–. ¿Decoras todas las habitaciones de la casa?
–Más o menos. Mis amigos me acusan de querer compensar las terribles navidades de mi infancia.
–¿Terribles?
–Un arbolito de sobremesa y un regalo en Nochebuena, justo antes de acostarme.
–¿Tus padres eran pobres?
–No –se tragó una risa–. Más bien aburridos.
Como dudaba que a su huésped le interesara su disfuncional familia, señaló un mueble antiguo, casi tapado por guirnaldas de flores.
–Lo creas o no, detrás de esas guirnaldas hay una televisión de pantalla plana. Puedes ver la televisión aquí o en tu habitación, como quieras. Tengo red de Internet inalámbrica, así que puedes conectarte en cualquier parte de la casa y también en los patios exteriores –hizo una pausa y siguió con las explicaciones–. Las dos puertas se abren sin llave, cambio la clave de entrada cada dos semanas –señaló unas escaleras que había al otro lado de la habitación–. Subiremos a la segunda planta por la escalera de atrás.
Cuando llegaron al descansillo, se encaminó hacia el extremo opuesto del pasillo.
–Puedes elegir dormitorio, pero como vas a quedarte un mes, creo que la suite será lo más apropiado. Tiene una salita independiente, con mininevera y bar. Además, el cuarto de baño es más grande y tiene una bañera perfecta para relajarse.
Abrió la puerta de la suite y se apartó.
–Si no tienes preguntas, dejaré que te acomodes.
–Sólo tengo una.
–¿Cuál?
–Cuando mi secretaria hizo la reserva, pidió que mantuvieras mi estancia aquí en secreto.
–No se lo he dicho a nadie –ella alzó la mano como una buena chica scout.
–Bien. Nadie debe saber que estoy aquí.
–¿Por qué? –esbozó una sonrisa traviesa–. ¿Te busca la policía?
–No –dijo él tras un leve titubeo–. Busco emplazamiento para una futura expansión de mi empresa. Es imperativo que mi presencia y mis planes se mantengan en secreto hasta que tome una decisión.
–Tu secreto está a salvo conmigo –simuló que cerraba sus labios con una cremallera–. ¿Algo más?
–De momento no.
–Bueno, si se te ocurre algo, estaré en la sala de estar, librándome del fantasma de las Navidades pasadas.
Garrett fue al cuarto de baño a colocar sus cosas. Había estado a punto de delatarse. Cuando Ali había abierto la puerta, su parecido con su madrastra lo había dejado sin habla. Tenía el mismo cabello rubio, ojos azules y rasgos delicados. Incluso sus gestos se parecían, y eso lo desconcertaba, dado que no habían llegado a conocerse.
Había estado a punto de confesar por qué la miraba fijamente, y lo habría hecho si el contacto de su mano no le hubiera provocado una especie de descarga eléctrica. Los ojos de ella habían expresado sorpresa y había retirado la mano rápidamente, así que debía haber sentido algo parecido.
Ella había vuelto a desconcertarlo al decir que todo el mundo tenía un gemelo. Habría pensado que intentaba atraparlo, si su expresión no hubiera sido tan inocente y sincera.
A pesar de todo, había conseguido infiltrarse con éxito en el campo enemigo. Soltó una risa irónica; por lo visto empezaba a pensar con palabras de espía.
Volvía al dormitorio, sacudiendo la cabeza, cuando vio la bañera. Estaba sobre una plataforma de baldosas de piedra y su diseño imitaba al de una bañera antigua con patas, pero su tamaño y grifos modernos la situaban claramente en el siglo XXI.
Recordando su comentario de que era perfecta para relajarse, se acercó para examinarla con más de detalle. Sin duda parecía cómoda, era muy larga y los extremos tenían una inclinación perfecta. Miró el mirador que tenía encima. Ofrecía una impresionante vista del lago y del cielo. Aunque él prefería ducharse, entendía que una persona disfrutara de un largo baño relajante en ese entorno. Si se añadía una mujer a la ecuación, incluso él aceptaría sustituir la ducha por un baño.
Entrecerró los ojos y miró la vista, imaginándose la escena de noche. La luna reflejándose en la superficie del agua. Un cielo tachonado de estrellas. Si a eso se añadía suave música de piano y montones de burbujas perfumadas se convertiría en el escenario perfecto para una seducción.
Miró la bañera de nuevo y se preguntó si la casera de Vista la utilizaba cuando tenía la casa para ella sola. Parecía el tipo de mujer que disfrutaba con un baño de burbujas: femenina, sensual. De hecho, le resultaba fácil imaginársela allí, con la cabeza apoyada en el borde de la bañera, los ojos cerrados y cubierta por montones de burbujas iridiscentes.
Incluso más fácil, y mucho más placentero, era imaginársela allí con él.
Frunció los labios y pasó un dedo por el borde de la bañera. Se imaginó con ella apoyada en su pecho, las caderas entre sus muslos, trazando sus curvas con las manos. Eran curvas generosas, lo había visto en cuanto le abrió la puerta. Y tenía una boca hecha para besarla. Labios llenos y jugosos curvados con una sonrisa perenne.
Con una excepción.
La indignación había borrado esa sonrisa cuando él insinuó que la casa de huéspedes pudiera ser la tapadera de una casa de citas, un negocio de «chicas de compañía». Lo cierto era que había tenido la esperanza de que utilizase la pensión para actividades ilegales.
Era una pena haberse equivocado. Si hubiera tenido razón, habría contado con una forma de obligarla a cooperar.
Y también habría tenido otra razón para alimentar el desagrado que sentía hacia Ali Moran.
Aunque no necesitaba más.
El dolor que le había infligido a su madrastra era más que suficiente para desearle que ardiera en el infierno.
–¡Traci! –Ali miró hacia el techo con preocupación y luego bajó la vista hacia su risueña amiga–. Contrólate, ¿quieres? Podría oírte.
–Perdona –Traci hizo una mueca de culpabilidad–. Pero cuando me has contado lo de la insinuación de que Vista era una casa de citas, te he visto paseando por la casa con mallas elásticas y tacones de aguja. ¿Te imaginas? ¿Tú, una madame? O, peor aún, ¿una chica de alterne?
–Podría ser una chica de alterne –dijo Ali, defensiva–. No lo sería, pero podría serlo.
–¿Bromeas? –dijo Traci, atónita–. Si tuvieras que vivir de vender tu cuerpo te morirías de hambre en una semana.
–Vaya, gracias por el voto de confianza –Ali abrió la puerta del horno y metió una cestita de hojaldres fritos para que se mantuvieran calientes.
Traci consiguió robar uno antes de que cerrara el horno y le puso una cucharadita de miel en el centro.
–No he dicho que no puedas «atraer» a un hombre –dijo–. Pero ser una chica de alterne implica más que ir ligerita de ropa y luciendo escote.
–Ah, y supongo que tú eres experta en el tema –dijo Ali, mirándola con ironía.
–Veo suficientes series policíacas como para dar un cursillo. Y te diré algo –siguió, animándose–, las prostitutas que recogen de la calle no tienen escrúpulos sobre con quién practican el sexo. No pueden permitirse tenerlos. Tú, en cambio, arrugarías la nariz ante el más mínimo defecto físico.
–¿Estás diciendo que soy una esnob sexual? –preguntó Ali, boquiabierta.
–¿Hace falta que te recuerde lo de Richard?
–Traci recogió una gota de miel con la punta del dedo y se lo llevó a la boca.
Ali se estremeció con la mención del censor jurado de cuentas con quien había salido un breve periodo de tiempo.
–Por favor. Sólo pensar en sus manos sudorosas y besos pringosos me da dolor de cabeza.
–¿Y crees que las chicas de alterne entretienen sólo a hombres tipo Brad Pitt?
–Vale, vale –gruñó Ali–. Tienes razón.
–Me encanta tener razón –Traci sonrió con satisfacción.
–Shhh –siseó Ali, segura de que había oído pasos en el vestíbulo de la planta superior.
–Viene –susurró, agarrando a Traci del codo y llevándola a la puerta trasera.
–Eh –protestó Traci, haciendo malabarismos con su hojaldre para no dejarlo caer–. ¿Quién ha dicho que me iba? Quiero conocer a tu misterioso huésped millonario.
–No es mi millonario y no puedes conocerlo –dijo Ali, abriendo la puerta y empujándola afuera.
–¿Por qué no?
–Ya te lo he dicho. No quiere que nadie sepa que está aquí –antes de que Traci pudiera insistir, cerró la puerta y echó el cerrojo por si intentaba entrar.
Una vez libre de Traci, fue a la sala de desayunos, donde encontró a Garrett ante el bufé, sirviéndose una taza de café. Estaba vestido de forma muy parecida al día anterior: pantalones vaqueros y un suéter negro, un conjunto informal que ella encontraba muy atractivo.
Pensó que era una pena que su personalidad no acompañara al físico. Forzó una sonrisa y se acercó a saludarlo.
–Buenos días. ¿Has dormido bien?
–No demasiado –dijo él, mirándola de reojo.
–Bueno, esperemos que esta noche descanses mejor –dijo ella, aún sonriente. No permitiría que su mal carácter la amargara.
–Eso está por ver –dijo él, llevándose la taza de café a los labios y mirándola por encima del borde.
Ella pensó que sus ojos tenían algo hipnótico. Y no era por su color. Los ojos marrones eran muy comunes en Texas. Se preguntó por qué serían tan atractivos.
Sintiendo que se perdía en sus oscuras profundidades, desvió la mirada y fue hacia la cocina.