SOS desde la génesis - Dagoberto Luis Herrera Alfonso - E-Book

SOS desde la génesis E-Book

Dagoberto Luis Herrera Alfonso

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Entre apuntes, memorias que en ocasiones están salpicadas con humor, fotos... que se encuentran en esta obra, el autor navega de nuevo a Etiopía y desea dejar en manos del lector, todas sus vivencias. De forma amena y con un lenguaje traslúcido, en las páginas de SOS desde la génesis, se cuenta el significativo desempeño que tuvieron nuestros jóvenes comunicadores en la ayuda internacionalista a este hermano país. Los acontecimientos aquí narrados se corresponden con la realidad histórica.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 358

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2o 1a, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com

Edición:Malena Sánchez Reyna

Diseño de cubierta:Claudia Gorrita Martínez

Diseño interior:Liatmara Santiesteban García

Realización:Yudelmys Doce Rodríguez

Corrección:Catalina Díaz Martínez

Fotos:Cortesía del autor

Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial

 

©DAgoberto L. Herrera Alfonso, 2016

© Sobre la presente edición:

Casa Editorial Verde Olivo, 2016

ISBN: 9789592248328

 

El contenido de la presente obra fue valorado por la Oficina del Historiador de las FAR.

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.

 

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916. CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

volivo@unicom.co.cu

www.verdeolivo.co.cu

 

 

Tabla de contenido
Prefacio
La vida te da sorpresas
En candela
Misión, ¿adónde?
Preparación
Pasaje a lo deconocido
El viaje
Arribo a Addis Ababa. ¡Tremendo frío!
Al combate corred...
Primera caravana
Arba
Parada necesaria en la historia
Segunda caravana
Nuestro primer taller fijo de Comunicaciones
Malas palabritas, no. Acción-reacción
Primeros suministros
Un jefe lesionado
La advertencia de un amigo
Compartir lo poco que teníamos
Tres jefes más
Conocer a comunicadores etíopes
De nuevo con Makonel
Al frente, entre Harer y Jijiga
El coronel Cruz y el resto
Trofeos de guerra
No debemos andar en conflictos bélicos
Anono Mite
El río seco
Tiros locos
De gratis
De nuevo Anono Mite
Génesis de una estación de radio
Seguimos en el río
Lewenaji
Extraviados en el desierto
Cinéfilo en el camino
Letrinas
Fuga involuntaria de la guerra
De nuevo a la batalla
Yo mal y los tiros andando
A tiro limpio
La escuelita de los idiomas
Amago a Jijiga
La toma de Jijiga
¡Patria o Muerte!
En un campamento de acero
Preponderancia obtusa
En busca del M-3
Monos en el camino
En Alem Maya en busca del M-3
De retorno a Alem Maya
Doble peligro en la vía
¡A devolver la planta!
A los problemas..., soluciones
De Addis a Luanda
La Makanissa
Zapateo oriental
Leones en la vía
Los políticos son los políticos
Los políticos son los políticos
A grandes tareas, soluciones inmediatas
Concluida la tarea
Patria bella
¡A Cuba!
Irresponsabilidades
¡Rumbo a casa!
La novia de Pacheco
Me voy de mi tierra
De regreso a la misión
Breve estancia en el Valle Tatek
En Debre Zeyit
En Arba nuevamente
Nómadas en las sabanas
Yogur persuasivo
Unidos nuevamente
Se acabó la tranquilidad
Corretaje
Nueva mudada
Información política
Radio Tatek
La piscina
La piscina ring
El ruso comilón
Los inventores
En las riveras del Mar Rojo
Torneo boxístico
El club
Unión de Jóvenes Comunistas
Condecoración y ascenso en grado militar
Paparazzi
El rey de la «trácala mundana»
«El pueblo de la peste»
La mafia
Hoy como ayer
¿Parapsicología...?
Hoy en día
Epílogo
El conflicto bélico. La colaboración cubana
Anexos
Anexo 1
Anexo 2
Anexo 3
Anexo 4
Anexo 5
Bibliografía

A los héroes y mártires de esta gesta.

A mis compañeros comunicadores. A mis grandes amores,

mi esposa, hijos, nieto, y muy especialmente a mi madre, que no me vio volver y no la vi partir.

Mis más sinceros agradecimientos a mi esposa,

mis hijos y mi yerno. A los compañeros Ernesto Fernández Revilla, Juan Felipe Abreu Montes

de Oca, Francisco Santiago Acea Acea, Pachi;

Álvaro Enrique Diéguez Yáñez, Anselmo

Breto Vázquez, Víctor Fernández Fernández,

Elizet Acebo Pérez y muchos otros

que me ayudaron e incita ron a culminar

esta obra que hoy pongo en sus manos.

Prefacio

La Dra. María Dolores Ortiz Díaz1 fue el motor impulsor para que me decidiera a cotejar viejas notas guardadas durante años debajo de mi colchón. Esos papeles amarillentos eran el detonante.

1 Doctora en Ciencias Filológicas. Profesora Titular de la Universidad de La Habana. Profesora de Mérito del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona y Heroína Nacional del Trabajo de la República de Cuba. Durante muchos años ha sido la única mujer del panel de Escriba y Lea, uno de los programas de más larga historia en la Televisión Cubana.

Todo resultó cuando leí de un tirón Reto a la soledad, obra que a mí me caló, de la autoría del coronel Orlando Cardoso Villavicencio, Héroe de la República de Cuba, quien escribiera en el prólogo:

Siempre he lamentado que en la literatura cubana de los últimos años no abunden los libros relacionados con el cumplimiento de misiones internacionalistas. Este libro que ahora se pone en manos del lector viene a llenar parte del vacío, y es de desear que muchos otros también lo hagan.

Hizo un llamado para despertar la grafomanía de muchos, y aunque no seamos escritores me pareció necesario narrar algunas cosas que me tocaron vivir para contribuir a la divulgación del desempeño internacionalista de los cubanos. No obvio el legado histórico de la heroica y cruenta contienda bélica, que asumo desde una percepción humanista a través de relatos vivenciales. Los personajes todos son reales. En ese entonces no se podía llevar un diario, pero afortunadamente, como nos ha sucedido a muchos de los involucrados en la guerra, busqué la manera de recopilar a punta de lápiz y quizás en el papel menos apropiado no todo lo significativo, pero sí lo que pude. ¿Fotos? Mal habidas, dos. No se podía tener una cámara fotográfica particular en esta ocasión, so pena del excomulgo por la propia seguridad de los combatientes y de la misión.

Aparecen fechas, que parten de los datos guardados, cuando no entonces serán reconstrucciones desde la memoria. Si algún día pudiera terminar estas, llamémosle narraciones, me sentiría complacido de tener como árbitros a los personajes que menciono, y ojalá aparecieran todos los jugadores de este gran equipo, pues por dejadez, distancia o ¿qué sé yo?, no hemos seguido cultivando la entrañable amistad que nos unió en esos tiempos pretéritos, sumamente candentes. De seguro aportarían recuerdos, ideas o cualquier cantidad de anécdotas que aquí se obvian y que, por supuesto, yo no agregaría, porque el tiempo de la vida no da para tanto. Cada uno tiene relatos que exponer. El mío lo comienzo a hacer sin mayor pretensión que la de dejar esta experiencia vivida para mis hijos, nieto, para mi pueblo, para los jóvenes que no vivieron esos días, como una singular constancia que siempre los hará reflexionar, porque fue real y es bueno que la conozcan.

Qué bien poder desandar por Etiopía, donde un cubano, si quería y, habiendo oportunidad podía hacerlo solo, sintiéndose defendido y cuidado por la mayoría de los ciudadanos. En marzo de 2004, fecha en la que inicio estas líneas, veo en la televisión las imágenes de los atentados contra soldados estadounidenses y aliados que se encontraban en Irán, y no puedo menos que pensar que uno no debe ir donde no lo llamen, no lo quieren y son mal mirados. He ahí la diferencia con nuestro proceder en aquel entonces cuando fuimos convocados por un pueblo y un Gobierno, y respondimos a eso que se llama internacionalismo, de lo que hemos sido deudores con una gran parte de la humanidad. Cumplimos la misión con un desinterés personal de tal magnitud, que solo los testigos de esta acción podemos dar fe sobre nuestros actos.

Entre notas, memorias y fotos que se anexan a este libro, navego de nuevo a Etiopía, los invito pues a acompañarme.

El autor

 

 

La vida te da sorpresas

En candela

Era fría y lluviosa la mañana del 8 de enero de 1978, lejos estaba de imaginar que ese día marcaría un viraje importante en mi vida. Por aquella época me levantaba muy temprano, alrededor de las 04:30 horas, pues irremisiblemente tenía que ir dando tumbos en distintos ómnibus por los vastos territorios de nuestra ciudad, La Habana, para llegar al lugar en el cual ejercía mi profesión. Pude bajarme de la tercera guagua frente a la iglesia del Cotorro. Enrumbé mis pasos hasta un estanquillo de prensa cercano y sin variar la costumbre compré todo lo nuevo que había allí.

Mientras caminaba para coger el transporte hacia mi destino, el estado mayor de la división, donde en aquel entonces prestaba mis servicios como oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), me tropecé con un colega que iba muy apresurado en sentido contrario y sin detener la marcha, eufórico, me dijo:

—¡Herrera, la unidad está en candela! ¡Nos citaron a todos los oficiales para una reunión a las 09:00 horas, en el teatro!

—En candela, ¿y ahora por qué? —le pregunté volteándome, pues se escapó a mis espaldas como una exhalación.

—¡No sé!… nos vemos allá, voy rápido a resolver un asunto, regreso enseguida.

No me preocupé mucho. Era habitual que la mayor parte del tiempo estuviéramos «en candela». No obstante, la noticia me metió el bichito de la intriga en el cuerpo.

Tuve que correr hasta la parada para que no se me fuera la guagua que ya me había pasado por el lado mientras hablábamos.

Por lógica elemental debía apurarme para conocer la causa del porqué, nuevamente, la Unidad Militar (UM) 1700, mi División de Infantería Motorizada (DIM) estaba «en candela».

La parada donde me bajé quedaba cerca de la entrada principal del estado mayor, pero de ahí al Taller de Comunicaciones de la división, donde yo fungía como jefe, había buen trecho. La mañana que se tornaba sin indicios de lluvia, comenzó a nublarse. Con tal de no llegar tarde y huyéndole al tremendo aguacero, inesperado por cierto, que estaba por caer apresuré el paso y así y todo, me empapé.

Al llegar me quité la capa verde olivo, que como siempre se filtraba. El uniforme lo tenía humedecido. En unos estantes de madera vacíos desplegué los periódicos y la revistaBohemiaque había comprado con la esperanza de poder leerlos cuando se secaran y así ponerme al tanto sobre las más recientes y disímiles noticias publicadas.

Serían aproximadamente las 07:00 horas. Supuse que mis subordinados estarían desayunando, conducidos por el oficial de guardia del batallón de Comunicaciones que me relevó el día anterior. Como el estómago ya me pedía ingerir desde que me dio el olor apizzasen la parada del Cotorro, sin cambiarme de ropa, fui al comedor de los oficiales. Allí, con una leche con chocolate humeante, espesa y espumosa, convoyada por tostadas de panes untadas con abundante mantequilla y croquetas, calenté el cuerpo y encontré un paliativo hasta la hora de la merienda. En esa época se comía bien en las unidades militares, ya comenzaba el autoabastecimiento en las FAR.

Los oficiales que compartíamos la mesa especulamos sobre el tema de la susodicha reunión, estábamos en ascuas. Este fue uno de esos tantos momentos en que me percaté de la forma tan escrupulosa con que nuestro mando podía guardar un secreto. Al parecer, ni los que se quedaron de guardia desde el día anterior sabían nada, y si lo habían averiguado se hacían los «suecos», porque le preguntamos a otros y nada de nada, no supimos ni ostia.

Todos cavilábamos. Pensé en una posible maniobra prolongada o en otra inspección, de aquellas para las que durante un mes o más se tenía que laborar hasta las 22:00 horas todos los días aunque tuvieras tu trabajo actualizado. Los jefes superiores no entendían que hubiera gente formal. A todos nos cortaban con la misma tijera.

Hoy en día no considero tan drásticas las medidas que se tomaban. En realidad eran para lograr objetivos loables. Pero bueno, continuando con las elucubraciones respecto a lo que nos esperaba en la división, que a lo mejor el problema radicaba en otra de las reiteradas amenazas del Gobierno de Estados Unidos contra nuestro país, una nueva maniobra de sus flotas por los alrededores del Archipiélago. Si era por eso no había objeción, mas a ciencia cierta no encontré la respuesta. Eran muchas las variantes para que se produjeran estos halas, estiras y encoges, como diría mi mamá.

La mayor preocupación que tenía por aquellos días era mi boda, fijada para el 28 de enero, coincidente con el aniversario del natalicio de nuestro Héroe Nacional José Martí. Casi todo estaba preparado y al parecer se iba a complicar la situación, porque por lo general, estos enredillos demoraban más de un mes. ¡Con qué candidez pensaba!

Después del desayuno regresé al taller para cambiarme de ropa, que a pesar del buen degustar estaba sintiendo frío. Entrando, apareció en la puerta uno de mis subordinados.

—¡Permiso para pasar, teniente!

—¡Sí, adelante!

Entró, me rindió cortesía y vino con la misma pregunta que todos nos hacíamos en este lugar.

—No sé. Ustedes continúen en lo de siempre, reparando la técnica. Quédate al frente del taller, que tengo reunión a las 09:00 horas. Ya sabremos qué pasa.

—¡A sus órdenes! —dio media vuelta y sin insistir se retiró. Debió darse cuenta que yo también estaba desinformado.

Mis muchachos eran «relativamente» muy disciplinados cuando yo estaba presente. Eran catorce en total, todos eficientes en cada una de sus especialidades, mecánicos de radio o telefonía, operadores de bases de carga de baterías y el chofer del taller móvil. Algunos dominaban no solo su especialidad, sino las demás.

Para nosotros, los que en aquel entonces conformábamos la UM 1700, teníamos el concepto de que era la mejor del país y algunos afirmaban que del mundo. Me limitaba a llamarla «mi división», pues indudablemente tenía sentido de pertenencia, a pesar de la rígida disciplina y de la exigencia en la instrucción, el cuidado de la técnica y en todos los aspectos necesarios para formar una verdadera e imbatible unidad militar. Cuando había algún obcecado que se ponía a hablar mal de ella lo dábamos por envidioso, fuera de donde fuera.

Además, el fundador de «mi división» fue el comandante Juan Vitalio Acuña Núñez, Vilo Acuña, y esto lo llevábamos con un orgullo particular.

Yo tenía conciencia de la necesidad y utilidad de mi desempeño. Allí existía un colectivo irrestrictamente unido, cooperante. Nadie se descarriaba más de lo debido, había formalidad.

Quizás, entre esas disquisiciones, me cambié de ropa lo más rápido que pude, pues ya casi debía partir hacia el teatro.

En esos precisos momentos observé a través de una ventana la llegada de un camión refrigerado cargado con tinas de helado Coppelia y me dije: «Si los oficiales no nos apuramos nos vamos a quedar con los deseos de probarlo». La nevera del comedor estaba rota, por lo tanto la repartición sería desde el momento de la descarga. A lo mejor alcanzábamos un poco, pero derretido.

Me fui a la reunión. El recinto se encontraba casi abarrotado, no obstante encontré donde sentarme. El local era amplio, ventilado, agradable, con acústica de basílica. Reinaba una atmósfera densa que duró hasta poco después de las 09:00 horas, cuando el jefe de la división hizo acto de presencia, acompañado por otros altos oficiales. Todos los que allí estábamos, sin necesidad de orden previa de mando nos paramos en posición de firme.

Sin preámbulos, el jefe de la subsección política, es decir el político de la unidad, fue al centro, no subió al escenario. Desde abajo mandó a que nos pusiéramos en una posición más cómoda, pero nada de sentarse y cuando se dirigió a todos los reunidos en el teatro, nos dijo que un país hermano había lanzado un SOS.2

2Para los comunicadores, esto significa llamada de auxilio internacional. En telegrafía se representa con tres puntos, tres rayas y tres puntos y suena ti-ti-ti—ta-ta-ta—ti-ti ti.

«¡Compañeros oficiales!» —comenzó su arenga con voz vibrante. «¡A nuestra unidad le ha sido asignado el honroso cumplimiento de una misión internacionalista en un hermano país, cuyo legítimo Gobierno nos solicita ayuda!»

No hubo ni un murmullo, todavía me asombro, y continuó: «¡Los que no estén dispuestos a cumplir, que den un paso al frente!» Densa la atmósfera. ¡Se congeló todo! ¡Silencio total!, ni mirábamos hacia los lados para ver la cara del vecino de la mutual.

Después del triunfo de la Revolución, el pueblo cubano y sus fuerzas armadas han tenido etapas de glorias para la memoria y todas han sido sublimes, pero creo que esos años fueron increíblemente fervorosos. Para cualquier misión, si se pedían cien voluntarios aparecían miles, tanto civiles como militares.

Pensé en mi casamiento, y en ese momento se me armó tremendo lío en la mollera.

En la casa de María Antonia Rodríguez Sánchez, no la de México donde Fidel y el Che se encontraron por vez primera, sino aquí en La Habana, conocí a una muchacha amiga de ella, que me cautivó.

Meses después nos comprometimos. Exactamente y por casualidades de la vida esto sucedió el 11 de septiembre de 1975, proclamado como el Día de la Liberación de Angola. En ese entonces estaba inmerso en los preparativos para ir a cumplir misión internacionalista a ese hermano país africano.

Muchas veces quise integrar los contingentes internacionalistas. Voluntad, espíritu, conciencia y cierta preparación no me faltaban. ¡Pero, oye, que llegara esto en el preciso momento en el cual me iba a casar con la muchacha más linda, dulce y noble que había conocido jamás! ¡Esto era una gran casualidad! ¡Y el trabajo que pasé para conquistarla!

Con mi novia, en 1975.

La mente del ser humano es veloz. Lo que uno cuenta en un párrafo lo piensa en un santiamén. Hubo tres o cuatro de los muchos que habíamos allí, que dieron un paso al frente en señal de negativa por no poder o no querer participar en la misión. Considero, independientemente del motivo, el bochorno que debieron haber pasado, seguro de que no se les olvidará jamás. Nada de palabras hostiles ni miradas recriminatorias, porque el cubano cuando se manda, se manda.

En ese instante cavilé que cada cual tendría un motivo que lo justificara sobradamente. Yo tenía el mío ¡ y grande!, para mí el mayor en ese momento. Los proyectos personales se ven truncados de forma tal que el individuo, si no se siente aplastado por las complicaciones inmediatas, piensa en las consecuencias colaterales. Así y todo, casi el cien por ciento nos mantuvimos ahí, «a lo macho». ¡Qué guapos fuimos!

¿Usted se ha preguntado en alguna ocasión lo que significa brindarse voluntariamente para ir a una guerra, allende las fronteras de su terruño, jugarse la vida sin más acá ni más allá que por una convicción interiorizada? Tiene que ser muy, pero muy profunda. Arraigada en los militares de profesión, como yo en este caso, y en todo este pueblo cubano, sin pedir nada a cambio. ¡Que no era pelear aquí en Cuba para defenderla, sino salir vaya usted a saber adónde!

«¡Desde este momento nos encontramos en estado de alerta, y a preparar condiciones! ¡Por ahora no se debe comunicar al resto de la tropa lo tratado aquí! ¡Pueden retirarse!» —continuó muy sucintamente el político. No dijo nada más. Había concluido más rápido de lo que esperaba y al salir de ese lugar pudimos refrescar paladares tomando helado Coppelia sin que aún se hubiera derretido.

¡Ay!, el cubano. ¡La tropa se enteró! y al cabo de los días, el pueblo tenía referencias sobre el suceso. No era necesario oficializarlo, «radiobemba» se encargó del asunto.

Con un poco de desazón me di cuenta de que por ser firme a mis principios se podía ir a pique la programada boda. No obstante, mi futura esposa definiría el porvenir. Cuando le di a conocer la situación su respuesta fue: «No importa, nosotros somos jóvenes todavía cumple con tu deber, que yo me sentiré orgullosa y te voy a esperar. Solo te pido que te cuides mucho».

Misión, ¿adónde?

Durante la corta, pero enjundiosa historia conocida de Cuba muchos compatriotas han combatido en disímiles sitios de nuestro planeta, en Europa; en el norte, el centro y el sur del continente americano; en el Caribe; en el África… Indudablemente la sangre cubana ha abonado muchas tierras allende los mares. Después del triunfo de la Revolución en 1959 la solidaridad de la Isla con los pueblos hermanos se ha incrementado y no se ha hecho esperar. Así las cosas, desde 1975 Cuba ayudó masiva, multifacética y desinteresadamente a Angola.

Digamos que ese país no sería el sitio, pues ya estábamos allá. Ambiguo este jefe, a eso había limitado la información. No obstante, por estar uno actualizado con los últimos acontecimientos nacionales e internacionales, complementando el discernimiento con las últimas noticias de los periódicos que se habían secado en los estantes, se podía deducir algo, aunque no con certeza.

Decidí cotejar mis criterios con los demás oficiales del batallón cuando me interrumpieron en masa los traviesos jóvenes que tenía bajo mi mando: «¿Esto es sedición, o qué?», —les interpelé en jarana. ¡Caballero!, no hay nada comparado con la intriga, la duda, el no saber con certeza qué acaece. Los catorce parados ahí, esperando que les dijera algo.

Daniel, uno de mis mecánicos de telefonía fue el vocero del grupo.

—Teniente, nos vamos todos con usted para la misión.

—¿Qué misión? —respondí muy serio, sin mirarlos tan siquiera.

Ni que hubiera hecho el mejor de los chistes, se carcajearon, pero con ese estado de las personas que no quieren la sorna, sino la verdad, la cual no han encontrado aún para dilucidar la intriga. En la vida militar las órdenes son órdenes y yo no podía violarlas.

—Teniente, por favor, todo el mundo aquí sabe lo que está en el ambiente, usted, como siempre, puede confiar en nosotros, llévenos porque de lo que sí estamos claritos es de que usted se va.

—¿Para dónde? —pregunté persuasivo y les dije:

—Sigan trabajando, todo llega a su tiempo.

—Teniente, hay más helado ahí, ¿quiere?

—¿Ustedes me están comprando una confidencia con helado? ¡Andando, vayan a hacer lo que les corresponde ahora!

Se retiraron de mala gana. ¡Qué car… si yo también me moría por saber hacia qué destino nos conducirían!

Mi edad no superaba en más de dos o tres años a la de esos muchachos. A pesar de lo establecido por los reglamentos militares, en ocasiones, juntos los habíamos desobedecido. Prácticamente salíamos de la adolescencia. No me cabía la menor duda de que eran partícipes, de alguna forma, de lo tratado en el teatro. Las paredes tienen oídos ¡Y me manifiestan, así como así que se querían ir conmigo… no se sabe adónde… no se sabe a qué! Hay que tener coraje. Este país está lleno de gente dispuesta a participar en el cumplimiento de misiones sin medir las consecuencias.

Con el objetivo de compartir mi criterio con el resto de la masa de oficiales salí del taller. Casi todos estaban dentro de sus oficinas y los que no, andaban moviéndose ágiles, señal de que realizaban trabajoscotidianos que no se podían interrumpir o intrigados igualque yo.

Taller de Comunicaciones de la Unidad Militar 1700. 

Pensé con quién consultar. ¡Claro que sí, con Lorenzo Viera3 o con Jesús Simón Grey! El mayor Viera, en aquel entonces era el jefe de Comunicaciones de la división, y Grey, el oficial para la técnica de Comunicaciones. Yo tenía muy buenas relaciones con ambos, no solamente de trabajo, sino magníficos lazos de compañerismo derivados de la actividad diaria en la unidad.

3A partir de este momento los nombres y apellidos que noestán completos es porque no pudieron ser localizados.(N. de la E.).

Recuerdo como si hubiera sido hoy que cuando me seleccionaron para el cumplimiento de la misión, Viera me aconsejó como un padre a un hijo. Me dijo que él no iba, que a pesar de yo ser muy buen oficial tenía quecuidarme, pues era impulsivo y en la guerra había que pensar las cosas ecuánimemente, de lo contrario se exponía la vida propia y la de los subordinados.

En aquel entonces él sobrepasaba los cuarenta años, por lo tanto tenía a bien escuchar sus consejos con mucha atención. Me resultaba una persona con criterio acertado, buen consejero, paciente y medido. Con Grey me sucedía otro tanto.

Lo que sí no pude sacar en claro fue a qué país iríamos. Ellos, tampoco, al parecer no lo sabían. Me agradó que se preocuparan por el asunto de mi futura boda y Viera me aseguró que si yo estaba aún en Cuba para la fecha, haría todo lo posible para que lleváramos a vías de hecho lo planificado.

Por supuesto, que en el taller mis soldados continuaban quisquillosamente insistiendo para irse conmigo. Estaba desesperado porque la jefatura diera pase, para separarme de estos intrigados, al menos por unas horas, además quería ver a mis padres, a mi hermanita y a mi novia y comunicarles la situación. En los primeros dos días no nos concedieron ni un minuto.

Al fin hubo una oportunidad. Ya tarde en la nochepasé por casa de mi futura esposa. Dialogamos largamente sobre este complejo problema que estábamos viviendo y me despedí con nuevos bríos en el corazón.

De allí salí para la casa. Todos estaban despiertos, exceptuando a mi papá que muy serio, parecía ver el televisor. Si sus espejuelos hubieran sido calobares se podría decir que estaba prestándole tremenda atención a la pequeña pantalla. Yo sabía que, agotado por los trajines diarios, dormía su poco.

Mi mamá, con su acostumbrado beso me recriminó por no haberla llamado por teléfono a la casa del vecino. Preocupación y desvelos de esa cosa linda de la que vivo eternamente enamorado.

Me bañé, comí y esperé a que el viejo se despertara. Hasta me atreví a encender un cigarro en su presencia, porque él estaba «en Belén con los pastores». ¿¡Si me coge fumando!?

No sé a qué hora salió de su letargo y yo debía levantarme como siempre, a las 04:20 horas, pero esperé, hasta que mi mamá cayó en los brazos de Morfeo y llamé a mi papá al pasillo exterior del edificio. «Papi, me voy a cumplir una misión, a ti te lo puedo decir, pero a mami no». Él se quedó lelo.

Mi padre tenía una sonrisa eterna, muy leve, paradejar siempre en todos los que lo conocimos un recuerdograto que nunca se propuso, por su sencillez, quizás por su sentido del deber. Siempre fue muy amorosoconmigo, aunque no lo dejara entrever. Así lo recuerdo, sinembargo me quedó claro que esta noticia lo mordió por dentro, a pesar de su aparente candidez yecuanimidad. Todas esas características de su personanoquitan su estirpe de revolucionario, siendo capazde realizar entretelones algunas actividades y tareas de granimportancia como, su lucha contra la tiranía de Batista en la clandestinidad, transportar desde Colón, en Matanzas, parte de las piezas para armar la emisoraRadio Rebeldey nunca a mí me lo hizo saber. Me enterépor otros compañeros suyos, como Violeta Casal, y cuando le pregunté al respecto, me dijo que eran boberías comparadas con lo que habían hecho otros hombres y mujeres en este país.

—Ya anda el rumor por las calles de que se está preparando otra misión internacionalista. ¿Adónde? —me preguntó.

—¡Qué sé yo, papi!, pero estoy listo, y a mami hay que hacerle creer que voy para la Unión Soviética a pasar un curso. Tú sabes mejor que nadie lo delicada de salud que está y no puedo darle ese disgusto, ni puedo renunciar a algo que más que mi deber es una obligación.

Mi madre nunca se tragó la píldora edulcorada de que su hijo iba a un viaje de estudios. Fue duro para su corazón y su cerebro. Sabía que ella iba a cargar con una preocupación constante durante el tiempo de mi ausencia. Al amanecer y como de costumbre, me despedí con besos para mi hermanita linda, sonriente, pícara, cariñosa, para mi mamá y cuando se lo fui a dar a mi papá, que bien sabía que no había dormido, bajito y en un susurro, me dijo: «Oye, cuídate por nosotros» —le di un fuerte abrazo, le hice un gesto de asentimiento con la cabeza y le dije que nos comunicaríamos.

Preparación

Llegué temprano a la unidad y todo estaba en movimiento. Se sentía el ruido de los motores de los carros. La gente desplazándose rápido en todas direcciones como si fueran hormigas que huían de un pisotón de botas rusas.

Sin embargo, en mi taller todo estaba apacible. El chofer del taller móvil M3M2 limpiaba los parabrisas; el basecarguista revisaba las baterías, los mecánicos se preparaban para continuar poniendo de alta algunos equipos pendientes. Pero nadie me habló, a no ser Eugenio Cisneros Almanza, el ingeniero principal del batallón, que estaba con un paño dándole brillo esmeradamente a un pedazo de metal dorado.

—Herrera, nos vamos para la Región de Concentración —me dijo muy quedo.

—¿Cuándo? —más quieto le pregunté.

—¡Ya! —me contestó exaltando su conocimiento pleno sobre la inminencia.

—¡Adelante, Cisneros Almanza, que nos espera la guerra! —le dije en alta voz.

—¡Tú estás loco, muchacho! Ni tú ni yo sabemos qué es eso. ¡Te encanta la jodedera! —me respondió más alto aún. ¡Y serio que estaba!

—Eugenio, no estoy loco ¡estoy quema’o! —le dije en broma, pero no le saqué ni un ápice de risa.

Caminamos a todo lo largo del pasillo del taller. Al final, recostados a un muro nos pusimos a fumar. Él embarraba de verde su cigarro con la sustancia con que pulía antes la pequeña pieza. Nos caímos a suposiciones mutuas que nos llevaban a la misma conclusión.

—Oye, Herrera para África. ¿Tú crees? —me dice.

—¡Por supuesto, Cisneros! ¿Dónde si no?

—¿Y tú, por estos días no te ibas a casar? Parece que te quedaste en esa, pariente —y ahora sí se carcajeó con sorna. ¡Qué abusador!

—Y tu mujer, Nancy, se va a quedar con los deseos de comer cake. ¡Y que se ve que le encanta! —le respondí con más sorna aún.

En ese momento apareció un oficial de la subsección política del estado mayor de la división y nos estregó un librito pequeño con un texto de la autoría de Raúl Valdés Vivó,Etiopía, la revolución desconocida. Estaba en «onda» ese documento. —¡Al fin sabemos algo! —exclamé.

—¡Al fin qué! Léanselo, que esto es parte del trabajo político-ideológico de la división, pero no significa nada que les pueda dar información —y se retira.

—¡Oye!, pero para ahí es hacia donde vamos, ¿no? —preguntamos a dúo.

—¡Qué sé yo! —dijo el teniente correcaminos.

Nos miramos y por las dudas, libro en mano, cada cualcogió su rumbo. Decidí llegarme hasta la biblioteca del estado mayor de la división. Pedí un mapa y localicé a Etiopía, solicité los periódicos y las revistas más recientes. Pretendía buscar información referida a las cuestiones que más me interesaban, entre ellas indagué sobre Haile Selassie I y Mengistu Haile Mariam, este último llegado al poder con los problemas de las agresiones por parte de Somalia a Etiopíaque ya conocíamos de referencia. ¡Y ya! ¡Sonó la alarma! ¡A correr!

En el escueto libro que nos habían entregado fue donde pude profundizar un poco al respecto. No me quedó más tiempo para consultar otras fuentes.

A media mañana, todos los inicialmente implicados, partimos hacia el punto donde se realizaría la concentración, junto a una laguna enclavada en medio de un montede mangos aventureros, es decir, aquellos que se dan fuera detemporada. Recordemos que estábamos en enero.

El fango llegaba a los tobillos. Los carros que iban arribando se hundían, pero con la potencia de sus motores, auxiliados por pencas de guano y todo lo inimaginable colocado debajo de los neumáticos salían de los atascaderos.

En general, los medios técnicos se portaban bien, y más teniendo el apoyo de los compañeros de los móviles del Taller Central de Comunicaciones del Ejército Occidental, Alfredo Laffite Montero con su inseparable tabaco, resolviendo lo irresoluto y Armando Limia Gómez con suoverol enfundado por alguna huella de grasa (porque este lo mismo arreglaba un equipo de comunicaciones que hacía un carro nuevo). El taller móvil de ellos no salió invicto, también se hundió, por lo que ademásde grasa, Limia cogió fango y Laffite tuvo que botar su mocho de tabaco.

Por el dominio en mi especialidad, Comunicaciones, sobre todo lo referido a los medios de media potencia, me asignaron la misión de preparar y evaluar a una parte de los reservistas que se movilizaban. Se deduce entonces que no tenía tiempo para reparar esos equipos y estos compañeros nos dieron apoyo en el sentido de manteneresa técnica de alta. Nada, que esto era una operación conjunta y mancomunada. Ellos también querían ir con nosotros, pero de eso nada. No los autorizaron, debían garantizar algo tan importante como es la retaguardia.

Los R-118, 824, 839 son equipos de comunicaciones grandes, montados en furgones de camiones de diferentes tipos, en dependencia del modelo, aparatos complejos en su manipulación y reparación. Me ayudaban las horas de estudio que les dediqué en el Instituto Técnico Militar (ITM), en mi época de cadete y después, arreglando uno tras otro, todos los días, cuando trabajé en el Taller Central de Comunicaciones del Ejército Occidental, donde me emplantillaron como jefe del Departamento de Media Potencia. Se me dio la oportunidad de adquirir buena experiencia, trucos y mañas que en la escuela no se enseñan, transmitidos por el maestro Laffite, por mi tocayo Dagoberto Elejalde Villalón y de otros técnicos bien fogueados en la actividad.

A principios de 1976 me propusieron trasladarme para la UM 1700, con el cargo de jefe del Taller de Comunicaciones de la división y no solamente me tocaba reparar equipos de media potencia, sino de cualquier otro tipo. También me fue útil esa práctica.

Estudiando las estaciones R-118, en el ITM.

Dentro de otras misiones, tuve que impartir clases a la tropa, como a la mayoría de los oficiales, sobre todo clases técnicas. Esto, lógicamente, me facilitó acometer la preparación de una buena parte de los reservistas de la especialidad que iban llegando, como a Magranel, al Chino, que por llamarlo así se me olvidó el nombre real y a otros que en el futuro serían los jefes de estaciones de media potencia de la inmediata misión. Ellos, durante la guerra, jugaron un papel fundamental en el establecimiento de las comunicaciones, elemento vital en el combate, porque sin estas, en ninguna época, los jefes han podido mandar a su tropa. Toque de tambores, señales de humo, palomas mensajeras, maratonistas…; pero ahora, equipos de radio, telefonía y demás.

Llegó un momento en que me encontraba agotado física y mentalmente, a pesar de estar joven y sano. No obstante era mucho el personal y estaba solo, hasta que apareció un compañero y amigo, el primer teniente Raisdael Manzanares Blanco, homólogo mío de otra división del ejército, que se enteró del rollo en que se encontraba metida mi unidad y me buscó, hasta dar conmigo en este casi pantano donde acampábamos. Hacía tiempo que los dos queríamos participar en una misión internacionalista. Se nos escapó el agitado 1975 de Angola, y no por nuestra voluntad, sino por decisiones superiores. En las fuerzas armadas el mando determina el rol que juega cada cual en cada momento y por mucha voluntariedad o disposición que se tenga hay que asumir lo establecido por los jefes.

Recuerdo que durante noviembre de 1975 y en meses posteriores, mientras reparaba la técnica en el taller central, no sabía si estaba en Cuba o en Angola. Fueron días, tardes, noches y madrugadas, dedicadas a la preparación, revisando, reparando equipos, tanto en mi taller como en otros lugares. Pero bueno, ahora llegó otra nueva misión que al parecer esa sí nos tocaba.

Llevé a Raisdael ante el mayor Viera, jefe de las Comunicaciones de la UM 1700. De inicio, se hicieron previas coordinaciones telefónicas y se solucionó el problema. Él continuaría con nosotros, quizás por un tiempo. «Herrera, me voy contigo, ubícame en cualquier cargo» —me pidió encarecidamente, y eso lo dejé en manos del jefe de Organización de la Movilización de la división y él lo arregló. A partir de aquel momento Manzanares comenzó a ayudarme en la preparación de los operadores de equipos de media potencia.

Así transcurrieron esos días. Llegó el momento de la conformación del personal que integraría mi taller. Ya él estaba emplantillado como técnico de radio.

Enrique San Emeterio Guzmán, el Macao, fue el primer reservista que me asignaron y formó parte de la plantilla de mi pequeña unidad. Se agenció de un cajón de balas vacío y la primera noche durmió allí, enroscado. A partir de ese momento le pusieron el sobrenombre de Macao. Nadie se explicaba que un ser humano pudiera pasar la noche entera, de esa manera en un sitio tan estrecho.

Mientras, mis soldados en la división esperaban a que les avisara. Esto constituyó un gran lío. La UM 1700 había recibido la misión, pero tenía que continuar en plena disposición combativa para la defensa de nuestro propio teatro de operaciones, en el territorio nacional. Ya era suficiente con la cantidad de personal activo FAR y reservistas implicados en esta movilización. No obstante, y bajo protesta por parte del mando dejaron que eligiera a dos de mis mecánicos quienes trabajaron conmigo más de un año. No es que los demás no fueran buenos, eran magníficos, mas rifé la opción y salieron Bienvenido Ramos Hernández y Samuel Portal Hernández.

Después, entre los reservistas, aparecieron Mario Díaz Acosta, José Luis Mesa Mesa, José Enrique Baños Arzola y Raúl Meriño Burgos, entre otros que más adelante se incorporaron. (Vea anexo 1.)

Durante aproximadamente el mes que duró la preparación, cada vez que iba al estado mayor y me encontraba con los que continuaban siendo mis subordinados, y que no habían sido elegidos, sentí que casi me recriminaban. Todos, con un altruismo y valentía increíbles querían participar. Fueron pocas las veces que tuvimos oportunidad de salir de pase, sobre todo los oficiales.

Los reservistas se fugaban con frecuencia y teníamos que ir, incluso de madrugada, a buscarlos, pues el día y la hora de la partida no estaban definidos, por lo tanto, de faltar alguien en ese momento, sería un problema. Y eso, significaba que no dieran pase para los oficiales.

Todos comprendíamos que estos tenían que dejar de un día para otro un sinnúmero de líos por resolver, los cuales querían dilucidarlos a cualquier hora. Casi que se divertían con eso y nos dejaban en dificultades. Nosotros también teníamos los nuestros, pero bueno, ellos eran de la reserva y nosotros permanentes. No obstante, la movilización fue de carácter voluntario.

¡Qué momentos de determinación para todos! Como jefe directo estaba el primer teniente Eduardo Pérez Barcada, al que los dolores de cabeza no se le quitaban con los enredos propios de la etapa. Casi acaba con las aspirinas del Puesto Médico.

Los tenientes Raúl López González y Raúl Despaigne Lazo ( ¡qué par de ellos! ) tenían bajo su mando a los otros dos grupos de soldados comunicadores, radistas y telefónicos, respectivamente. ¿Los míos?, los técnicos y mecánicos del Taller de Comunicaciones.

Barcada nos llamaba frecuentemente para solucionar los líos que se presentaban, y uno de ellos era buscar a los fugados por la madrugada. Recuerdo que se hizo hasta una celda bastante cómica, era una soga amarrada entre cuatro árboles y un centinela para cuidar a los indisciplinados. Algunos fueron a dar dentro del cuadrilátero imperfecto, y también recuerdo a Barcada echándole una descarga al soldado de turno por habérsele salido un detenido para tomar agua fría. Despaigne le decía con burla, más que saña a los que cogían: «¡Estás presito!»

Fueron días curiosos estos de armar la tremenda tropa con gente desconocida en su inmensa mayoría, pero con mucho en común, sobre todo convicciones y coraje. Puedo afirmar que resultó vital el contacto previo antes de partir a la guerra, pues logramos conocernos todos un poco. A pesar de la diversidad de caracteres, edades y demás, congeniamos unos con otros. Estaba presente en cada cual el compañerismo y la unidad, factores vitales en ese momento y para el futuro inmediato.

Una tarde de finales de enero nos llevaron de pronto al teatro de la Escuela de Cadetes de Artillería Camilo Cienfuegos, de La Cabaña y en su discurso, el entonces ministro de las FAR, el compañero Raúl Castro Ruz, nos insufló aliento para el combate. Luego, nuestro Comandante en Jefe resumió con los sabios consejos del padre que solo quiere defender a sus hijos abriéndonos los ojos para que afrontáramos lo mejor posible las contiendas venideras. Cuidarse uno, a los subordinados, preservar el agua y los combustibles, cuidar y cuidar…, seguí los consejos. Esos fueron momentos que no se olvidan.

Fui de pase a mi casa, pude ver a toda la gente cercana y todos quedamos de acuerdo en que yo procuraría regresar vivo para hacer efectiva la tan anunciada boda. Esto de la ceremonia suena un poco reiterativo, pero constituía un drama real para nosotros.

Mi madre era la única que aparentaba ignorar mi destino. Siempre recuerdo que adiviné en sus lindos y brillantes ojos de miel, al despedirme, la complicidad misericordiosa con mi mentira. Ella fue mi adoración, tan alegre, afable, activa, presumida, linda… Me veía aún como a un estudiante, no como a un militar que iba a cumplir con su deber. No consentía peligro alguno a mi alrededor. En su afán de sobreprotección llegó incluso hasta a santiguarme y la dejé. Sus palabras en esta ocasión de despedida temporal solo fueron: «¡Cuídate, que yo desde aquí te estaré esperando, velando y rogando por ti!»

Esta suprema señora era una constante protectora. ¡Qué belleza! ¡No me ha abandonado nunca! ¡La adoro! Todavía hoy, me guía en las buenas y en las malas para salir bien. ¡Y salgo bien! ¿Qué les parece? Es mi ángel de la guarda.

De mi novia diría otro tanto. Pero solo me referiré a lo siguiente. Cuando pude cartearme con ella, lo primero que hice fue escribirle esto y tratar de hacerlo llegar, porque era mi nostalgia por la mujer que amaba y amo todavía:

De novia virgen

Vestida te dejé

Entre presagios fríos

De una noche invernal

Sabiendo que de frente

Al umbral del amor

Por mí toda la vida

Sabrías esperar

Camino consciente

A cumplir un deber

El mundo hoy me llama

Tengo que marchar

Tu adiós de esperanza

Me da fe en el futuro

Sabiendo que aquí mismo

Al retorno ¡estarás!

Por el momento se había detenido el romanticismo, acabó el tiempo para admirar a su lado el sol perderse en el malecón, tiñendo hermosísimo el cielo mío, el de mi Habana, pero me arreboló el corazón de ánimo para volver vivo. El tiempo me llevaba ahora junto a mis compañeros a pasear lejos y a oler arena gruesa y pólvora caliente.



Tausende von E-Books und Hörbücher

Ihre Zahl wächst ständig und Sie haben eine Fixpreisgarantie.