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Libro que consta de ocho obras teatrales creadas por el autor, quien muestra la predilección por esta manifestación artística que, a partir de su talento, oficio y maestría, lo convierten en un hacedor de subyugantes e insospechadas historias, tanto tragedias como obras de graciosa picardía y cubanísimo humor.
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Seitenzahl: 355
Veröffentlichungsjahr: 2025
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© Joaquín M. Cuartas Rodríguez, 2024
© Sobre la presente edición: Editorial enVivo, 2024
ISBN: 9789597276449
Tomado del libro impreso en 2024 – Compilación y edición: Barbarella D´Acevedo/ Corrección: Lourdes Girola/ Diseño de cubierta, interior y composición: Erick Eimil
E-Book – Compilación y edición: Barbarella D´Acevedo/ Corrección: Lourdes Girola/ Diagramación pdf interactivo y conversión a ePub: Erick Eimil / Diseño interior: Erick Eimil
Ediciones enVivo
Instituto Cubano de Radio y Televisión
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«El teatro, siempre el teatro». Algo me sorprendió, lo confieso, al escucharle tan categórica afirmación a alguien que, por décadas, ha escrito centenares de obras para la radio, empeño que lo convierte, a la vez, en un continuador y renovador de los dramatizados para la ya centenaria radiodifusión cubana.
¿Cuál es el motivo de que Joaquín Cuartas, conocido y reconocido autor de novelas, teatros, cuentos, aventuras, obras dirigidas a adultos, niños y jóvenes, trasmitidas por emisoras nacionales y provinciales del país, sienta esa especial predilección por el teatro?
Para encontrar la respuesta a esa interrogante, hay que revisar esos momentos de su propia vida que lo vinculan a una manifestación artística que, desde tiempos inmemoriales, cautiva, por su magia, sortilegio y encanto, a espectadores de todo el mundo.
La historia comienza cuando, en los años sesenta de la pasada centuria, el joven Joaquín Cuartas —ya contador público, taquígrafo y mecanógrafo, en inglés y español—, escribe, como parte del movimiento de aficionados nacido a partir de 1959, El regreso, su primera obra para la escena.
Vendría luego, también por esos años esenciales de la cultura cubana, su participación en el Seminario de Dramaturgia, donde conoce qué era una comedia, una pieza, un teatro del absurdo, una farsa…, en fin, la estructura de lo que después podría hacer con su imaginación.
Su amor por el teatro —que por entonces escribe sin abandonar su trabajo como contador—, le lleva a crear varias obras, entre ellas Llegó a la Gloria la gente de los santos inocentes, galardonada con mención, en el año 1965, en el Premio Literario Casa de las Américas.
Quiso el azar de la vida que Joaquín Cuartas no se relacionara profesionalmente con el teatro, sino que, en 1967, llegara a la emisora Radio Progreso, para así iniciar una fecunda, talentosa y rica carrera que ha salvado desde la contemporaneidad esa larga tradición de la radionovela cubana.
Amplio y diverso es su catálogo, en que —no resulta un secreto— sobresalen sus radionovelas, tanto originales como adaptaciones de otros autores, lo que ha permitido a varias generaciones de radioyentes amar, sufrir, reír, llorar, vivir, a través de historias inteligentemente contadas.
La memoria atesora títulos de indudable alcance y trascendencia en la historia de la radiodifusión nacional, como La canción del Shanon, Viento sur, Historias de amor y olvido, Cuando la vida vuelve, Crónica social, Cuando baja la marea, Encuesta por un divorcio, Vereda tropical…
Su pasión por el teatro le ha permitido alcanzar, entre otros muchos reconocimientos, dos prestigiosos galardones concedidos en España: el Premio de Teatro Radiofónico Margarita Xirgu, 1988 y el Premio de Teatro Iberoamericano Tirso de Molina en 1994.
Ese interés por la escena, queda demostrado igualmente con este libro que, titulado Teatro, constituye una selección de su amplio repertorio y pone a disposición de los lectores ocho obras inéditas, escritas a lo largo del tiempo, muestra fehaciente de la diversidad, de géneros y temas, que caracteriza la producción de Joaquín Cuartas.
Podrán leerse en estas páginas, obras como «Descubriendo América», farsa que cuenta, desde los disparatados avatares de una puesta en escena, en un país sudamericano marcado por la violencia, la tortura y el golpe de estado, la llegada del Almirante Cristóbal Colón al Nuevo Mundo.
En «Para Carmen quiero un son» se retoma, ahora en una comedia musical, enmarcada en la Cuba de la primera mitad del siglo XX, la trágica historia originalmente narrada por Prosper Mérimée, que inspiró después una ópera con música de Georges Bizet.
«La seca ha terminado», otro de los textos antologados, es una pieza en que el autor, a través de un bien pensado y estructurado diálogo entre las dos hermanas que protagonizan la historia, revela angustias, miedos, conflictos, odios, esperanzas…
La trama de la comedia «De cómo y por qué Quirino Quirimbombo se hizo cimarrón»se desarrolla en Bejucal, en el esclavista siglo XIX, en un logrado intento de entremezclar, con graciosa picardía y cubanísimo humor, una historia de indudable erotismo.
Un hermoso canto a la salvaguarda de la dignidad de un pueblo es el mensaje que aparece en «Nuevamente se hablará de Troya», interesante tragedia que, al rememorar el conocido enfrentamiento entre griegos y troyanos, entrega un mensaje de incuestionable vigencia en el mundo contemporáneo.
Estas son solo algunas de las obras que aparecen enTeatro, suficientes para comprobar la predilección de Joaquín Cuartas por esta manifestación artística que, a partir de su talento, oficio y maestría, lo convierten en un hacedor de subyugantes e insospechadas historias.
«El teatro —escribe el Héroe Nacional cubano José Martí, en su artículo “Escenas mexicanas”, publicado en las páginas de la Revista Universal, de México, el 4 de agosto de 1875— no es más que el conjunto de algunos sueños y el reflejo de algunas ideas».
Estas palabras pueden ahora servir para invitar a los lectores a llegar a Teatro, este libro —el primero publicado por su autor— que permite develar la razón y la pasión de décadas de labor creadora. Un libro, a no dudarlo, que descubre los sueños y las ideas de Joaquín Cuartas.
Fernando Rodríguez Sosa
La Habana, 15 y 16 de abril de año 2024
Versión de Joaquín M. Cuartas sobre la gran epopeya homérica
PERSONAJES
Príamo
Hécuba
Paris
Helena
Odiseo
Menelao
Hermes
Corifeo
Coro
Suplicantes
Príamo. De rendirnos todo habrá terminado, de Troya no se hablará jamás porque las vergüenzas cuando son recordadas se convierten en burla.
Coro. Ay, de aquellos.
Corifeo. Ay, de los que se dejan arrastrar por las dulces ilusiones.
Coro. El amor, la mayor de todas.
Corifeo. Ay de aquellos que siguen los pasos al amor ajeno y lo hacen propio como bandera.
Coro. Paris raptó a Helena, mujer de Menelao.
Corifeo. La llevó a Troya.
Coro. Guerra.
Corifeo. Diez años han transcurrido del asedio. Príamo, rey de Troya en su palacio da inicio a la tragedia.
Coro. Donde hombres y dioses se mezclarán.
Corifeo. Más hombres que dioses.
Coro. Príamo, rey de Troya, en el salón del trono.
Paris. Padre y muy amado Rey…
Príamo. Ah, Paris, eres tú.
Paris. ¿Esperabas a alguien más?
Príamo. Quizás a un dios.
Paris. ¿Cuál de ellos?
Príamo. Cualquiera nos vendría bien dadas las circunstancias. ¿No lo crees, hijo? Cruentos han sido nuestros días y grandes las miserias desde que trajiste a Helena a Troya, arrebatándosela a Menelao.
Paris. El amor me impulsó.
Príamo. Ah… el amor… trae goces y delicias, mas también se hace al sabor de la desdicha, sabor amargo cual acíbar en la boca es. Recuerdo aquel día y mis palabras…
Paris. Padre… te tengo que hablar.
Príamo. Primero he de decir lo que fue para saber lo que será. Solo de los principios provienen los finales. Sin nacimiento no hay muerte. Llegaste y caíste a mis pies en súplica.
Paris. Refugio pido para mi amor.
Príamo. Así dijiste y yo me negué de plano, mas tú insististe y tu madre, Hécuba, y tu hermano Héctor, al cual hoy los dioses les acompañan en el Elisio, se unieron a tu petición. Así como la mismísima Andrómaca que hoy no cesa de llorar la muerte de su esposo a manos de Aquiles.
Paris. Mi lanza de mucho le llevó al mismísimo averno. Sea este siempre el sitio de destino para los malvados.
Príamo. Me mantuve firme, mas tú… Ay, en tu santa juventud y entereza y Helena, llena de belleza angelical, ambos arrastraron al pueblo de Troya a su causa y fue el pueblo el que dijo, más que su rey dijo.
Coro. Proteged a la inocente.
Corifeo. Salvad el amor.
Coro. Troya no devolverá a Helena.
Corifeo. Si se devolviera sería cobardía, deshonor.
Paris. ¿Por qué hablas de lo pasado?
Príamo. Ya te dije, Paris, para entender el presente.
Paris. Claro está el presente. Hemos resistido el asedio. Padre, ¿no has contemplado a tu pueblo? Los niños mueren a diario sin nacer, en el vientre de la madre. No hay ratas en la ciudad, todas han sido devoradas. Hay hambre, padre. ¡Hambre! Macilentos están los rostros de todos los que amamos y sus carnes parecen desprenderse de los cuerpos.
Príamo. Lo sé.
Paris. Debemos concertar la paz con los griegos.
Príamo. No bastará con devolver a Helena. ¿Qué dice la mujer de Menelao?
Paris. Ella está de acuerdo, quiere salvar a Troya de un último horror.
Príamo. Diez años ha demorado en tomar la decisión. Ay, hijo mío, que poco sabes de los hombres.
Paris. No entiendo.
Príamo. Helena es causa no razón valedera. Las riquezas de Troya de mucho deslumbraron a los griegos cerrándoles el alma. El oro es tapia fuerte que cierra el corazón, que anula el entendimiento.
Paris. Padre, he dicho que el pueblo sufre.
Príamo. Lo sé.
Paris. ¿Lo sabes? ¿No dices más?
Príamo. Dije de mucho. He de repetir fue decisión de todos contra mi voluntad, acaté la voluntad de la mayoría, quizás con poco tino. Acaté, sí, y hoy mucho me arrepiento pues ahora sé que en ocasiones, esta es una de ellas, la mayoría puede estar errada.
Paris. Más razón me dan tus palabras.
Príamo. ¿Para pedirme la rendición ante los griegos?
Paris. Así es.
Príamo. (Suspira). No se trata de mí, hijo.
Paris. Mi padre y amado rey ¿de quién se trata entonces?
Príamo. De Troya. De su dignidad y su honor. Una rendición borra de golpe todos los momentos de gloria que puedan haber existido y solo queda presente para la historia la infamia de la cobardía.
Paris. No es cobardía, padre. Troya ha resistido.
Príamo. Y resistirá hasta perecer el último hombre, cuando no queden ni ortigas para alimentarnos.
Paris. Nos condenas.
Príamo. ¡Los salvo!
Paris. Veo que es inútil hablarte, al menos hoy. Debo marchar, quizás mañana sea distinto, mas recuerda, padre y gran rey, que el tiempo se agota.
Príamo. El tiempo no se agota, Paris, el hombre es el que siempre se agota en el tiempo. Cronos es eterno.
Coro. Ay, Príamo, rey de Troya, ¿no has escuchado a Paris?
Corifeo. Debiste escucharlo.
Coro. Él no será el único que vendrá a ti. Tú lo has dicho.
Corifeo. El tiempo no se agota. El hombre se agota en el tiempo.
Coro. Hécuba, señora de señoras, va donde su rey y amado esposo.
Corifeo. Hécuba ante Príamo.
Coro. Con el velo rasgado y la frente cubierta de cenizas.
Corifeo. Hécuba ante Príamo.
Príamo. Nada dices. Llegas ante mí, mujer, y caes de rodillas, solo eso haces, sin decir.
Hécuba. Busco las palabras.
Príamo. Pero no las encuentras. Difíciles son de encontrar cuando no hay razón valedera para decirlas.
Hécuba. El sufrimiento lo es. La muerte lo es.
Príamo. Desde un principio se sabía.
Hécuba. Rey Príamo y amado esposo, todo está por terminar.
Príamo. Lo sé.
Hécuba. Entonces, si lo sabes, contémplame hecha a la imagen del dolor. Yo represento en mí a todas las mujeres de Troya. Soy Alfa y Omega, por mi boca saldrán sus palabras, que siendo mías resumen, serán de todas.
Príamo. Espero por ellas.
Hécuba. Pacta la paz con los griegos. Haz que este martirio termine.
Príamo. Yo no lo comencé.
Hécuba. El no comenzar algo no quiere decir que no exista la voluntad para terminarlo.
Príamo.(Suspira). Levántate, Hécuba, ven. (Efecto: movimiento). Así, y te pido que te mires en mis ojos. ¿Qué ves?
Hécuba. Algo que me aterra, como si los rayos más terribles de Zeus se guardasen en tus pupilas.
Príamo. Y… ¿te causa temor?
Hécuba. Más que temor, pavor tal como nunca antes sentí, no por los días y años transcurridos sino por los que vendrán.
Príamo. No es el divino castigo de Zeus lo que ves en mis pupilas. (Suspira). La decisión de los hombres cuando se toma, puede ser más fuerte que la voluntad de los dioses.
Hécuba. Calla, si Zeus te escuchara…
Príamo. Sordo está de mucho, por dejarnos arrastrar por pasiones juveniles ajenas al entendimiento y voluntad de un rey, Troya se encuentra como hoy la vemos.
Hécuba. Concerta la paz.
Príamo. La paz sería la derrota, la vergüenza, la ignominia y algo peor, el olvido. Troya no existiría y Troya ha existido, Troya existe.
Hécuba. ¿Qué importancia tiene ahora Troya?
Príamo. Troya ya no eres tú, mi amada Hécuba, ni Paris, ni Eneas, ni Helena, ni los griegos.
Hécuba. Has perdido el juicio.
Príamo. No, en un principio sí, pero mientras el asedio continuó y la lucha se hizo intensa, los valores fueron cambiando. Quizás para los griegos no, pero para nosotros sí. De mucho sé, Hécuba, que de pequeñas semillas nacen los grandes árboles y en el sacrificio diario se forjó la leyenda.
Hécuba. ¿Qué leyenda?
Príamo. De la dignidad, del ejemplo.
Hécuba. ¿Dignidad? ¿Ejemplo? ¿Llamas así a este cruel asedio?
Príamo. De él fue brotando la razón de la historia de Troya. Y cuando se ha ganado en historia, cueste lo que cueste, esta no puede traicionarse, no puede perderse. ¿Es que no me entiendes?
Hécuba. Tus manos laceran mis hombros. Desvarías. Si llegué a ti con esperanzas he de marcharme sin ellas.
Príamo. El símbolo de Troya ya es más que su mismo rey, más que su mismo pueblo. El símbolo de Troya es el de resistir a toda costa, el no dejarse vencer.
Hécuba. Príamo, Príamo, ¡vuelve en ti! Oh, dioses, ¿quién lo ha enloquecido? ¿Qué brebaje ha bebido para que así hable?
Príamo. De rendirnos, todo habrá terminado, de Troya no se hablará jamás porque las vergüenzas cuando son recordadas, se convierten solo en burla y quizás en una última sonrisa de afrentosa piedad.
Hécuba. ¿Prefieres la muerte? ¿Prefieres la destrucción de Troya?
Príamo. ¡Estoy hablando de la dignidad!
Hécuba. La dignidad…
Príamo. Escucha, Hécuba, escucha, el que ve el rostro de la dignidad no lo olvida nunca, se vive por ella y se muere por ella, eso es lo que nos hace más grandes que los mismos dioses. Sé que el Olimpo en que residen está en nuestras propias mentes.
Hécuba. He de ir al templo a hacer votos. Estás ciego.
Príamo. Nunca brilló tanta luz en mis ojos.
Hécuba. Iré al templo.
Sonido: música de transición con sonido de rayos y truenos.
Príamo. Troya parece tranquila. ¿Qué se anuncia? En cielo despejado retumba el trueno. ¿Acaso Zeus manda un mensajero? Mas…, lejano aún está. ¿Quién llega?
Sonido: trueno.
Helena. Mi señor.
Príamo. Helena.
Helena. Ay, mi señor, mi señor.
Efecto: caer de rodillas.
Príamo. ¿Qué haces? Te abrazas a mis piernas.
Helena.(Sollozando). Mi señor, mi señor.
Príamo. Besas mis sandalias. ¿Qué locura es esta?
Helena. Sálvame de mi culpa.
Príamo. ¿Salvarte?
Helena. Termina con el asedio, abre las puertas de Troya a los griegos.
Príamo. ¿De dónde vienes?
Helena. Del templo de Artemisa. Señor, necesito la paz del perdón.
Príamo. ¿Hécuba te lo ha pedido?
Helena. Sí, la señora de señoras me lo pidió, que viniese ante ti y te dijese que estoy dispuesta a entregarme a los griegos ahora mismo, sin dilación, con mi cuerpo desnudo, para en un fulgor de carne encandilar la mirada de Menelao y que Eros, despertando en él, acabe por traer la paz.
Príamo. Helena, que poco sabes. (Sonido: relámpagos y truenos). Sí, alguien viene. Aunque te entregase a los griegos, aunque seas parte de nuevo en el lecho de Menelao, nada conseguirías, pues dicho está que es la ambición la que guía a los griegos y no la afrenta.
Helena. Rey y señor, no tengo sosiego. De Hécuba no perdonarme mis días serán apagados y sombríos, tal como ahora lo siento.
Príamo. Es el olor a muerte, cuando entre perfumes y manjares vuelvas a encontrarte, todo será olvido.
Helena. Señor…
Sonido: relámpagos y truenos.
Príamo. Retírate, alguien viene. Retírate, Helena.
Helena. Tu voluntad sobre mi cabeza.
Sonido: descargas y truenos.
Coro. Todo se oscurece. De pronto se hace noche.
Corifeo. Príamo espera.
Coro. Las centellas cruzan el firmamento y un batir de alas comienza a escucharse.
Corifeo. Leves son.
Coro. Hermes, el mensajero de Zeus está por llegar.
Sonido: descargas y truenos.
Efecto: batir alas, de tercero a primero. Cesan.
Hermes. Príamo.
Príamo. Hermes… Debí suponerlo. ¿Te envía Zeus?
Hermes. ¿Es que otro puede enviarme?
Príamo. ¿Qué quiere el dios de dioses?
Hermes. La paz. Esta guerra cansa y ya no divierte como antes en el Olimpo.
Príamo. ¿Acaso vienes a decirme, Hermes, que se marchan los griegos?
Hermes. No lo harán.
Príamo. Entonces, ¿de qué paz habla el gran Zeus?
Hermes. Debes abrir las puertas de Troya. Entregarte y reconocer la derrota. Zeus hará que Atenea influya en los griegos para que las condiciones a que sean sometidos los troyanos no resulten las peores.
Príamo. ¿Eso has venido a decirme?
Hermes. Eso. Sabes que tu pueblo no puede más, que todos claman por la rendición.
Príamo. Puede ser.
Hermes. Es.
Príamo. Aunque fuera, no será.
Hermes. ¿No será?
Príamo. Ah, los dioses nacieron inmortales, mas el hombre mortal es y como mortal debe ser aún más desafiante que los mismos dioses.
Hermes. Es la voluntad de Zeus.
Príamo. ¡Troya no se rendirá! ¡Nunca!
Hermes. Ay, de ti, rey Príamo, que de esa forma te expresas pues Zeus me ha permitido mostrarte los horrores a que será sometido tu pueblo si mantienes tu decisión hasta el final. Mira, escucha. (Sonido: murmullo de lamento de muchas voces). Esas llamas que ves envolverán la ciudad, la harán convertirse en pavesas. (Sonido: murmullos, lamentos y gritos; fuego ardiendo). Esos son ahora los gritos de los que sufren en el martirio y la muerte. Las madres separadas de los hijos, las mujeres de los esposos, de todos aquellos que son conducidos e la esclavitud. (Sonido: entra música suave). De Troya no quedará nada. Campos arrasados, tierra calcinada, solo eso. Ya has visto, ya has escuchado.
Príamo. He visto y he escuchado.
Hermes. ¿Entonces…?
Príamo. Zeus, como dios que es, no entiende.
Hermes. ¿Cómo te atreves? ¿Es que acaso no has comprendido el sentido de su magnífica benevolencia hacia Troya y su pueblo?
Príamo. La benevolencia de un dios está muy lejos de conocer al hombre. Escucha, Hermes, y dile a Zeus lo que mis palabras harán llegar a ti. La inmortalidad de un hombre, de un pueblo, solo es alcanzada a través del sacrificio y la abnegación, del heroísmo y la misma muerte. La grandeza del hombre está precisamente en que ha de perecer y lo que lo hace inmortal, más inmortal que los mismos dioses, es la forma en que muere y por qué muere. En su causa está el efecto. Troya nunca será vencida si resiste. Su dignidad estará salvada. Y la dignidad, ah, mensajero de Zeus, es algo que ni el mismo Cronos puede vencer, la dignidad se eterniza en el recuerdo de los hombres por venir y se convierte en ejemplo.
Hermes. Vas lejos, rey Príamo, y ahora te mostraré más. ¿Quieres ver cómo has de morir? ¡Míralo! Ese rostro que ahí aparece como flotando en nube ante ti, ¿sabes quién es?
Príamo. Pirro.
Hermes. Sí, Pirro. Que con lanza entrará al salón del trono y con la misma atravesará tu pecho. ¡Mírate, oh, rey, todo ensangrentado al exhalar un último aliento!
Príamo. Así sea.
Hermes. (Mordiendo las palabras). ¿Ni aún, el encontrarte en presencia de tu misma muerte, te hace flaquear?
Príamo. Es Troya la que cuenta, no mi muerte a manos de Pirro.
Hermes. Vaya tozudo que puedes llegar a ser, mas has de saber que tu voluntad no se opondrá a la mayoría y que ya en las calles de Troya se escucha con más que insistencia el deseo de rendirse. Vendrán a ti, te lo exigirán y quieras o no tendrás que aceptarlo.
Príamo. Quizás…
Hermes. A Zeus no le va a gustar lo que ha de escuchar de mis labios.
Príamo. No siempre se puede complacer a los dioses. Ya te he dicho, Hermes, soy un hombre y como hombre he de perecer. La única herencia que un hombre puede dejar a los otros, su única permanencia, es la historia. Que no sea la de Troya contada con vergüenza.
Hermes. ¿No cejarás en tu empeño?
Príamo. ¡No!
Sonido: entra música adecuada.
Coro. Hermes se ha marchado, Príamo ha quedado solo.
Corifeo. Un rey solo ¿con quién ha de hablar?
Coro. Sus palabras sean para sí mismo.
Corifeo. Príamo le habla a Príamo en el salón del trono.
Príamo. Hermes habló y razón tenía. ¿Acaso Paris no me dijo del rumor en las calles? ¿No me lo dijo Hécuba? ¿La misma Helena? Dioses. ¿Y si se levantan como ola que choca en los muros de palacio? Ola tal que llegue al salón del trono y me obligue a seguirla. Ah, insensatos, ¿es que no comprenden que en la última jugada o todo se pierde o todo se gana? Temores llegan a mi corazón, grandes. (Suspira). He de pensar y mucho cómo enfrentarme a aquellos que con más que fuerzas vendrán a mí, no a pedir, a exigir la rendición de Troya. Sí, he de pensar y mucho pues a la fuerza solo algo puede oponerse, la astucia. ¿Por qué pienso en Odiseo? Su imagen ha venido a mí como destello fulgurante. Entre los griegos es el que más habilidad tiene. Sí, se cuentan de él tantas historias que… ¡La idea ha llegado! ¡La idea ya es mía! Odiseo, te tengo. No lo sabes. ¡Sí, te tengo!
Sonido: música adecuada.
Coro. Campo griego, noche cerrada.
Corifeo. Las fogatas encendidas
Coro. Los centinelas vigilan. Todos duermen.
Corifeo. Todos no.
Coro. Cierto, todos no.
Corifeo. Odiseo y Menelao calientan sus manos alrededor de unas brazas.
Efecto: crujir de brasas.
Menelao. Nuestros hombres están cansados.
Odiseo. Lo sé, como los troyanos.
Menelao. Ha sido un largo asedio, Odiseo. Me pregunto cuándo terminará. Ya se están levantando voces diciendo que debemos marcharnos.
Odiseo. No las escuches, Menelao.
Menelao. ¿Piensas que en Troya ocurra lo mismo?
Odiseo. Ocurre más.
Menelao. ¿Qué sabes?
Odiseo. El no saber a veces nos hace saber demasiado y si sentimos el cansancio en nuestros huesos cómo no han de sentirlo en sus estómagos los troyanos.
Menelao. ¿Se rendirán? (Sonriendo). Entraríamos triunfalmente en Troya. ¿Has oído hablar de su tesoro?
Odiseo. Hace diez años que no hablamos de otra cosa, Menelao.
Menelao. Se dice de sus riquezas inmensas y...
Odiseo. ¿No piensas en Helena?
Menelao. ¿En Helena? Sí, todo el tiempo, noche a noche se me presenta Afrodita en sueños a decirme que Paris no ha logrado tocar su cuerpo y que mi mujer espera llena de pasión por mí.
Odiseo. ¿Eso te dice Afrodita?
Menelao. ¿Por qué me miras de esa forma ¿No crees en mis sueños?
Odiseo. ¿Creer? Estoy seguro que así es. ¿Más vino?
Menelao. Mal no me vendría.
Odiseo. Aquí tienes.
Efecto: servir y sorbo de vino.
Menelao.(Saboreando). El vino se pica, se convierte en vinagre. Ha sido un asedio demasiado largo.
Odiseo. Ya lo has dicho.
Menelao. En diez años tenemos que repetirnos mucho.
Odiseo. (Sonriendo). Al fin una buena frase en esta fría noche ante los muros de Troya.
Menelao. ¿Y si mañana dijesen que quieren pactar? Que abren sus puertas. ¿Cómo sería?
Odiseo. Se respetarían las vidas y se tomarían algunos esclavos. La ciudad sería saqueada y todo habría terminado para Troya.
Menelao. Así de sencillo.
Odiseo. Siempre fue sencillo desde un principio. Con tu deseo por el oro de Troya… a veces me pregunto si no fuiste tú, Menelao, quien le dio la idea a Paris de raptar a Helena.
Efecto: sonido de espada desenfundada.
Menelao. No te permito…
Odiseo. Vamos, vamos. Lo que faltaba, que a una broma pusieses el color de la sangre. Guarda el espadín.
Efecto: sonido de metal.
Menelao. Hay bromas que ofenden, esta es una de ellas.
Odiseo. Muchos se alegrarán al final de poder saquear a Troya.
Menelao. Yo solo quiero a Helena.
Odiseo. Hablas del oro.
Menelao. A mi esposa.
Odiseo. Lo mencionas más que el nombre de tu amada.
Menelao. Mala es la noche para conversar contigo, Odiseo. Me voy a mi tienda.
Odiseo. Así sea. Supongo que Afrodita volverá a tu sueño para darte seguridades sobre la virtuosa Helena. Salúdala en mi nombre.
Menelao. ¿Nunca se te ha presentado Afrodita para hablarte de tu amada Penélope?
Odiseo. No.
Menelao. ¿Y a veces no te preguntas?
Odiseo. No.
Menelao. Eres extraño, Odiseo.
Efecto: pasos que se alejan en tierra; son sandalias.
Odiseo. Buenas noches, Menelao. Ah, dioses cuántas estrellas hay en el cielo hoy. Todas las constelaciones parecen refulgir al unísono. El extrañamiento de hallarse fuera del hogar es el peor de todos. No necesito de dioses para pensar en Penélope. Me duele en mi hombría a cada momento. Troya… Ay de ti ciudad de ciudades que pronto polvo serás, quedarás sin historia al rendirte a nuestras plantas, serás nada, Troya, solo olvido y quizás cuento triste que por mucho tiempo no se repita. Vas a perecer. Puedo oír tus tripas sonar, Troya, las estoy oyendo, son tripas vacías y el hambre es mala consejera. Ya corre su veneno por tus venas y se hace aquí como un todo. Cuestión de días es, no aguantas. (Carcajada). No está tan lejos Ítaca, como en un principio, y el vientre de Penélope y la caricia de Telémaco, el hijo, y Helena irá a los brazos de Menelao virginal y pura… (Risa). Como Afrodita le dice en sueños, intocada. (Risa). ¡Eres mía, Troya, eres mía! Nos beberemos tu sangre de golpe en un cuenco y jamás volverás a ser mencionada. (Risa). ¡Por ti, Troya! Tiene razón, Menelao… (Saboreando). El vino se pica, pero se puede tomar.
Coro. Amanece en Troya, amanece, un polvo triste cubre el sol.
Corifeo. Como un manto triste de presagio.
Coro. ¿Qué se escucha por las calles?
Corifeo. La paz, la paz con los griegos, la paz.
Coro. Y hasta palacio llega, despertando a Príamo que en su trono dormita.
Corifeo. Al aposento que comparte con Hécuba no quiso ír por no escuchar sus súplicas.
Coro. Despierta, Príamo.
Sonido: música suave.
Príamo. ¿Ha sido un sueño? Me pareció escuchar…
Voces: La paz, queremos paz…(Tercero alejado).
Príamo. No ha sido sueño y la ola anunciada y esperada comienza a moverse hacia el palacio.
Efecto: pasos que se acercan en carrerita.
Hécuba. Mi señor y rey.
Príamo. ¿Qué pasa?
Hécuba. Las mujeres de Troya ya están ante la puerta de palacio y piden ser recibidas por ti.
Príamo. ¿Han dicho la razón de su presencia?
Hécuba. ¿Tienen que decirla? ¿Acaso tu entendimiento no guarda en él la mejor de las razones? ¿Acaso no fuiste advertido, amado rey, de lo que sucedería? Te hablé con mis palabras, arrodillada a tus pies, mas te dije que no eran mías, que por mi boca hablaban las mujeres de Troya. Ahora, ellas han de ser las que digan y yo callaré.
Príamo. Que pasen.
Sonido: música adecuada.
Coro. Que entren las suplicantes, que entren.
Corifeo. Hechas a la desesperanza.
Coro. Marcadas por el dolor.
Corifeo. Ante Príamo se encuentran.
Coro. Aún sin decir.
Corifeo. Solo mirando con ojos vacíos.
Coro. Esperando ver lo que no ven. Esperando ver lo que no ven.
Suplicante 1. Señor y rey, misericordia.
Suplicante 2. Señor y rey, piedad.
Suplicante 3. Señor y rey, a ti pedimos.
Suplicante 1. Hemos resistido, oh, gran rey.
Suplicante 2. Ya es tiempo de terminar el horror.
Suplicante 3. Tiempo es ya de terminar con tanta pena.
Suplicante 1. Abre las puertas de Troya a los griegos.
Suplicantes. (Todas). Que todo termine, que todo termine
Príamo. Mujeres, han dicho que todo termine. Engañoso final es el que proponen. Pues no será final sino el principio de la ignominia, de la vergüenza, de la infamia mayor de todas. Es preferible morir mil veces a vivir en la afrenta de la rendición y será esta culpa callada que cerrará como tumba sus pobres vidas para siempre y lo peor, la de sus hijos, la de sus nietos y la de todas las generaciones por venir. ¡¿Eso quieren?! ¿Me piden que traicione el futuro? ¿Qué lo venda a los griegos con una rendición?
Suplicante 1. Señor, tenemos hambre.
Suplicante 2. La ciudad se ahoga en su miseria
Suplicante 3. ¿De qué futuro hablas?
Suplicantes. (Todas). ¿De qué futuro?
Príamo. Del único que nos queda, el del ejemplo. Hasta aquí llegamos y no nos detendremos. Para hacer que Troya se rinda tendrían que matar a su rey primero. ¿Quién está dispuesta a clavar este puñal en el pecho de Príamo? Aquí está y aquí está mi daga. ¿Quién la toma? ¿Tú? ¿Acaso tú? ¿Tú? ¿Callan? ¿Inclinan las cabezas? Márchense, ya han dicho y yo he escuchado.
Suplicantes. (Todas). Nos marchamos, nos marchamos.
Sonido: música adecuada.
Paris. Mi padre ha enloquecido. Dioses, mi amado rey ha perdido el juicio. Toda razón ha desaparecido de su mente y no quiere comprender la situación en que nos encontramos. Di, tú, madre.
Hécuba. Me cuesta.
Paris. Di. Que seas escuchada por todos.
Hécuba. Le he rogado con el peplo rasgado y la frente llena de cenizas. ¡Salva a Troya, mi señor! Mas su respuesta es extraña y de ella se desprende como si en nuestra propia destrucción estuviese la salvación eterna.
Paris. ¿A quién trata de salvar mi padre? ¿Que ser intangible, que dios aún no nombrado perturba sus razonamientos?
Helena. Yo le dije que me entregaría, que evitase el último de los horrores. Poca atención o ninguna hubo de darme. Estoy dispuesta a inmolarme por Troya ya que Troya se inmoló por mí al recibirme.
Hécuba. Ay, de decisión mal tomada que nunca será pagada con suficiente lágrima.
Paris. Las suplicantes vinieron y las arrojó de palacio.
Hécuba. ¿Qué será de Troya?
Paris. Que el pueblo diga.
Coro. Que el pueblo diga, que diga.
Corifeo. Habla el coro con voz de pueblo.
Sonido: música adecuada.
Suplicantes.(Se entremezclan voces). La paz con los griegos… A palacio…a palacio. (Se pasan de tercer plano a casi primero).
Príamo. Ya llegan… solo estoy en esta causa. Pero un hombre solo que abraza una causa justa puede convertirse en gigante. Mas he de obrar en consecuencia. De acceder al principio puede acarrearnos el triunfo al final y en esta ocasión así será. Ya llegan.
Voces: La paz… paz… paz. (Primer plano sube y cesa).
Paris. Padre y amado rey.
Príamo. No vienes solo.
Paris. El pueblo me acompaña.
Príamo. Colgado le tienes del brazo como cuando trajiste a Helena y yo me opuse.
Paris. Viene a pedirte, tu pueblo viene a pedirte.
Príamo. ¿Qué me pide?
Paris. Tienes que haberlo oído.
Príamo. Tengo oídos sordos en ocasiones. Que diga el pueblo de nuevo.
Voces: La paz… paz… paz. (Subiendo de primer plano a tercero y volviendo a primero).
Príamo. Eso, qué corta palabra y tan llena de esperanzas. ¿Sabe el pueblo lo que es la paz?
Voces: El pan.
Corifeo. La abundancia.
Príamo. ¿La esclavitud no?
Voces: En la esclavitud se come. En la esclavitud se puede vivir.
Príamo. ¡No! En la esclavitud se muere. Se están condenando todos.
Paris. Padre, se te ha pedido.
Príamo. Se me exige, Paris. Sí, lo veo reflejado en tus pupilas, se me exige la rendición.
Voces: La paz…
Príamo. La entrega.
Voces: La paz…
Príamo. La ignominia.
Voces: La paz…
Paris. El pueblo ha dicho, se abrirán las puertas de la ciudad aún contra tu deseo. Se pactará con los griegos.
Príamo. ¡Tiempo!
Hécuba. ¿Qué ha dicho, mi señor, mi rey?
Príamo.Tiempo, siete días a lo sumo. ¿Es mucho pedir después de tantos años de asedio?
Paris. ¿Para qué el tiempo, padre mío?
Príamo. Escúchenme. Hermes, el mensajero de Zeus, vino a verme, ayer estuvo aquí, cuando el cielo se ensombreció y se llenó de relámpagos era el anuncio de su llegada.
Paris. No lo dijiste, padre.
Príamo. Ahora digo. Zeus lo envió para anunciarme la próxima retirada de los griegos.
Hécuba. ¿Retirada? ¿Estás loco?
Príamo. No lo estoy, no lo estoy, mi señora. Y no fue sueño. Hermes habló por Zeus. «No a Troya», dijo Hermes «que así ha resistido el asedio que ya está por terminar. En días los griegos se marchan y todo habrá concluido».
Paris. Padre, perdóname, pero he de dudar.
Príamo. No dudes, no dudes. Solo pido que se me dé el tiempo que he solicitado, no más. Siete días. Y caso de no ocurrir lo que Hermes dijo se hará la voluntad del pueblo. Siete días es lo que pide el rey. ¿Es mucho tiempo?
Coro. Corto en verdad, siete días. Ni uno más, siete días, ni uno más, ni uno más. Ni uno más.
Hécuba. Mi señor, ¿te sientes bien? Ya Paris, Helena y el pueblo, acompañados de Andrómaca y Eneas se han marchado, solo quedo yo a tu lado.
Príamo. Lo sé, Hécuba, mi querida Hécuba, siempre acaba uno por refugiarse en la esposa.
Hécuba. Cuando la madre no está, siempre. Que cansado te ves.
Príamo. Acaríciame los cabellos.
Hécuba. Habrá grandes fiestas en Troya.
Príamo. Seguro.
Hécuba. Y días de gloria vendrán como nunca antes existieron. Cuando los griegos se hayan retirado.
Príamo. ¿Quién puede dudarlo?
Hécuba. ¿Y por qué aún veo sombras en tus pupilas?
Príamo. Es el cansancio. Acaricia mis cabellos, Hécuba. Esta noche iré al templo y pasaré allí las horas hasta que llegue el amanecer. Que nadie me moleste, debo agradecer en mucho a Zeus.
Hécuba. Tu voluntad es ley en Troya.
Príamo. Así sea.
Sonido: música adecuada ligada con ambiente nocturno.
Odiseo. Hay una angustia en mí, una sensación insegura que no se aparta desde el amanecer y que todo el día me ha perseguido.
Coro. Noche de Odiseo.
Odiseo. Ya no siento la voz de Atenea, la diosa, cercana como antes y es como si su influjo ya no prevaleciera en esta guerra entre griegos y troyanos. ¿Se habrá cansado? ¿Los dioses también pueden cansarse? ¿Y esa luz? Tímida es. Se mueve en las sombras como un anuncio. ¿Será que al mencionar a Atenea esta me ha escuchado? El corazón me palpita pues hijo de la diosa soy, el más fiel de sus sirvientes y servidores. Sí, de una luz se trata, he de ir tras ella.
Coro. Noche de Odiseo en busca de la luz.
Corifeo. Saliendo de las sombras.
Coro. Noche de Odiseo, distinta noche del zorro.
Corifeo. Odiseo.
Odiseo. ¿Quién eres? ¿Qué vestimentas llevas y qué máscaras luces sobre tu rostro?
Príamo. ¿No reconoces a un augur?
Odiseo. ¿Augur?
Príamo. Alguien a ti me envía.
Odiseo. ¿Quién puede enviarte?
Príamo. La más querida de tus diosas.
Odiseo. Atenea… ¿Atenea te envía? ¿Qué quiere que me digas? ¿De dónde has salido? ¿Acaso de las mismísimas murallas de Troya?
Príamo. Podría ser, mas Troya no es buen lugar para augures ya que está llena de pestilencia.
Odiseo. Di lo que tengas que decir y márchate. Si los soldados te vieran…
Príamo. Solo tú me ves. Tú has venido al llamado de la luz que porto en mis manos, lamparilla de tímido aceite que solo tu visión aguda de guerrero podría notar.
Odiseo. Así ha sido, mas aún no dices.
Príamo. Ya digo de cómo el astuto Odiseo venció a Troya, de cómo con un engaño terminó con la resistencia que diez años hubo de durar.
Odiseo. ¿Eso dices?
Príamo. Eso digo.
Odiseo. Di más. Me interesa.
Príamo. De cómo mandó a hacer un caballo de madera hueco en su interior y levantado sobre ruedas que dejó a las puertas de Troya.
Odiseo. ¿Una ofrenda a los troyanos? (Risa). Sería el colmo.
Príamo. Que en su interior guardaría la perdición de Troya.
Odiseo. Espera, espera, augur, espera. Voy entendiendo. ¡¿Soldados en el interior del caballo?! Por Zeus que es formidable. Soldados que más tarde saldrían y nos abrirían las puertas de la ciudad.
Príamo. Así será.
Odiseo. Nunca se me hubiese ocurrido algo así.
Príamo. Atenea te manda su luz.
Odiseo. Y grande es. Retiraremos las naves, dejaremos el caballo y, buena pasada.
Príamo. La mejor.
Odiseo. Me gusta. Es algo que se ajusta a mi forma de pensar. ¿Gustas de vino?
Príamo. Debo volver.
Odiseo. Está picado, sabe a vinagre, pero algo es mejor que nada.
Príamo. Los dioses sean contigo.
Efecto: pasos que se alejan.
Odiseo. Ahí se va, apagó su lámpara de aceite, ya no puedo verle. ¿En realidad existió?
Príamo. Tu premio y tu razón de ser lo encontrarás tras el trono de Príamo.
Odiseo. Así también dijo. ¿Mi premio? ¿Mi razón de ser?
Príamo. Tu premio… tu razón de ser, tras el trono de Príamo, cuando Troya haya sucumbido.
Odiseo. Vaya noche. (Suspira). Ay… de pronto viene el aire del mar y se siente demasiado fresco. Mañana habrá cosas que hacer. (Sonriendo). Muchas.
Coro. Amanece en Troya. Hécuba es parte del amanecer.
Corifeo. Señora de señoras.
Coro. Busca a Príamo en el salón del trono.
Corifeo. ¿Qué nuevas ha de darle?
Hécuba. Mi señor y rey, noticias vengo a darte que desde el mirador mayor de Troya han llegado a palacio.
Príamo. ¿Cuáles son?
Hécuba. Los griegos, talan árboles en una prisa, algo están preparando y sus barcos, al parecer los alistan como en deseos por partir.
Príamo. (Balbuceando). Salvé a Troya.
Hécuba. ¿Qué has dicho, mi señor?
Príamo. Una invocación al divino Hermes que tanta verdad me trajo en sus labios al darme el mensaje de Zeus.
Hécuba. Así ha sido. Y la esperanza renace en nuestros corazones, mas algo no se entiende y es por qué los griegos talan árboles con tanta prisa.
Príamo. Quizás una ofrenda quieran dejar a Troya como recuerdo de su presencia por no poder vencerla. Un tributo a nuestra resistencia.
Hécuba. ¿Los griegos harían eso?
Príamo. Por qué no…
Hécuba. Príamo, rey mío, el corazón se me llena de dicha y pienso en los días felices que vendrán.
Príamo. Hermosos serán.
Hécuba. Troya brillará de nuevo bajo el sol, en paz y dicha, la prosperidad y la abundancia volverán.
Príamo. Sí.
Hécuba. Paris ya lo sabe, también Helena, todo el pueblo. ¿No sonríes?
Príamo. Estoy cansado, pasé la noche en el templo, te lo dije.
Hécuba. Es cierto. La pesadilla está por terminar. ¿Vienes conmigo? Todos han ido a la plaza central de Troya.
Príamo. Que Paris le hable al pueblo en mi nombre. Quiero estar solo.
Hécuba. Sea tu deseo sobre mí.
Coro. Se marcha Hécuba, se marcha.
Corifeo. La mentira.
Coro. Que puede ser la verdad más valedera.
Corifeo. Príamo, ¿qué has hecho?
Príamo. Salvar a Troya.
Coro. ¿Condenándola?
Príamo. A su destrucción, sí. A su martirio, también, pero a su historia, leyenda y dignidad, nunca. Ah, la dignidad solo esa diosa debe ser reverenciada por el hombre justo, en ella se encierra, dicho está, la eternidad del efímero mortal y su justa valía. Salvar a Troya, eso he hecho. Salvar a Troya.
Sonido: música adecuada.
Coro. Corre el vino. Las puertas de la ciudad se abrieron.
Corifeo. Y el regalo de los griegos fue entrado en triunfo a Troya.
Coro. Corre el vino y en las plazas todos se divierten.
Corifeo. Con que prisa se olvida la penuria.
Coro. Las mujeres cantan, los hombres bailan, los niños juegan.
Corifeo. Qué fácil es la dicha en ocasiones cuando no se sabe.
Coro. Pero alguien sabe. Alguien sabe, Príamo en su palacio.
Paris. Padre, ¿no te unes a los festejos? Es noche hermosa. Los griegos se han marchado. Todo terminó.
Príamo. Tienes razón, Paris, todo terminó.
Paris. ¿Entonces, qué esperas, padre mío? Vamos, esta también es tu gloria.
Príamo. Ve tú con los otros. Déjame solo.
Paris. Pero, padre…
Príamo. Si quieres complacerme, haz lo que te pido, déjame solo, por favor.
Paris. Si es tu volundad… Iré con mi madre y Helena. También Andrómaca y Eneas. Si cambias de opinión…
Príamo. Ya sé.
Efecto: pasos que se alejan en carrerita.
Príamo. Ay, hijo mío, si supieras… Pero no sabes y el no saber trae la dicha. El hombre sabio, el más sabio de todos, imagino, no cesaría de llorar, sentado sobre un tocón lo haría todo al tiempo. (Suspira). Ah… la sabiduría quita la imagen suave del engaño de las pupilas y muestra descarnadamente el mundo. Ay, Príamo, ¿qué has hecho? Aún puedes… Sí, puedes correr a la plaza, lanzarte sobre tu mentira, ordenar que le prendan fuego a tu argucia y ver perecer el mal que acabas de dejar entrar en Troya. Mas, si eso haces, si Troya se extinguiera… ¿qué quedaría para los hombres por nacer? Y esos que aún no han nacido ¿ya no están aquí formando parte de los que existen? Derecho tienen a sostenerse al recuerdo de la dignidad, hacerla suya y sentirla como hembra que poseen y que les infunde vida y les pare los mejores hijos. La dignidad es buena paridora. La de Troya lo será. Pero pienso en los que aún no son y me olvido de los que están. El dolor es llaga en mi corazón. Cuántos sueños tiene que romper un hombre, cuántos sacrificios de sangre, para darle al mundo una razón de ser. Dioses, qué poco son, qué poco saben. Zeus, tú nunca te has tenido que revolcar en tu propia duda, en tu propia miseria para ofrecer un humilde grano de grandeza y luz a aquellos que en el futuro lo necesitarán. Solo Prometeo podía comprender, por eso lo condenaste, por darle el fuego a los hombres.
Sonido: música adecuada.
Voces: Los griegos… los griegos…
Efecto: ambiente de lucha, espadas se cruzan. Gritos y lamentos.
Príamo. El vaticinio de Hermes ya está aquí, es el precio que se paga, el justo precio. Pirro, date prisa en llegar. Sé que traes la muerte contigo. Pirro, ¿por qué demoras? Pirro, has llegado, debía morir por tu lanza, no por tu espada. Aquí tienes el pecho del rey de Troya. ¿Qué esperas, perro griego? Vamos, tu lanza. Ay…, ah… Muere Príamo, rey de Troya. Troya vive para siempre.
Corifeo. La ciudad es una hoguera.
Coro. Troya es saqueada.
Corifeo. Helena ha vuelto a Menelao y los troyanos que sobreviven en esclavos quedan convertidos.
Coro. Helena se salva.
Corifeo. ¡Ay, rey Príamo, ¿qué has hecho?!
Coro. Menelao y Odiseo en el salón del trono.
Corifeo. Ante el cuerpo sin vida del último rey de Troya.
Menelao. Todo ha terminado. Con buen fin para nosotros. Odiseo, tuviste una idea brillante con eso de colocar el caballo en Troya.
Odiseo. Sí.
Menelao. ¿Qué te pasa? Te toca una buena parte del botín. Regresas a Ítaca donde Penélope y Telémaco. ¿Qué más puedes desear? Yo tengo a Helena. Entonces, ¿por qué no cesas de mirar el despojo de los que fue una vez Príamo, orgulloso rey de Troya?
Odiseo. ¿Es que no te das cuenta, Menelao?
Menelao. ¿De qué?
Odiseo. Príamo, su faz no es rostro que muestre el último terror que ante su próxima muerte debió sentir y tal parece como si en su lugar sonriera, lleno de complacencia.
Menelao