Un huracán en el Golfo de México - Ramiro Castillo Mancilla - E-Book

Un huracán en el Golfo de México E-Book

Ramiro Castillo Mancilla

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Novela basada en un caso real ocurrido en 1995, en el Golfo de México. Concretamente en las cercanías de Ciudad del Carmen. El huracán llamado Roxana azotó las plataformas marinas de Petróleos Mexicanos. Un homenaje a aquellos hombres que, desgraciadamente, no sobrevivieron a ese fenómeno meteorológico. Y para los sobrevivientes una felicitación, porque tuvieron la dicha o desdicha de vivir una experiencia inolvidable a mar abierto.

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Novela galardonada en 2017 por la librería RM Porrúa con un Premio Nacional de Novela Corta

Basada en un caso real ocurrido en 1995, en el Golfo de México. Concretamente en las cercanías de Ciudad del Carmen. El huracán llamado Roxana azotó las plataformas marinas de Petróleos Mexicanos.

Este un pequeño homenaje a aquellos hombres que, desgraciadamente, no sobrevivieron a ese fenómeno meteorológico. Y para los sobrevivientes una felicitación, porque tuvieron la dicha o desdicha de vivir una experiencia inolvidable a mar abierto. Para que tengan algo que platicar a sus nietos y que vean que la vida en el mar no es fácil y mucho menos cuando se está en el “ojo del huracán”.

Ramiro Castillo Mancilla. Nació en el año 1956, en la comunidad de Nogalitos de la Cruz, municipio de Armadillo de los Infante, SLP. Es mexicano legítimo, egresado del Tecnológico Regional de San Luis Potosí.

Ramiro sostiene que “escribe por el placer de hacerlo y que escribir es un misterio que solo los poetas vislumbran... o tal vez ni ellos”.

UN HURACÁN EN EL GOLFO DE MÉXICO Segunda edición: 2 junio 2022 ISBN: 978-607-8773-37-4

© Ramiro Castillo Mancilla © Gilda Consuelo Salinas Quiñones (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

Diseño editorial: Karina Flores Foto de portada: Karina Flores

HECHO EN MÉXICO

capítulo iPETROLEROS EN LA CANTINA

Dos amigos se embriagan en una cantina en Ciudad Madero, Tamaulipas, esas tierras petroleras orgullosamente mexicanas, a finales de los años noventa.

—Te lo juro, Julián: yo pasé aquel huracán en la plataforma y si no fuera por estas cervezas que me estas tirando, te juro que no me animaba a platicarte, nada más por no acordarme de lo que pasé. Mira, fíjate bien, hasta el cuero se me enchina. Te lo juro que sentí bien gacho…

—Pues yo supe algo por acá, por suerte en esos días estaba de vacaciones. Pero como quiera me tocó verlo en la tele en vivo y a todo color. Jacobo Zabludovsky, el del noticiero, dijo que había más de tres mil trabajadores abandonados en el mar y que se había hundido la Barcaza 269 con algunos trabajadores ahogados y desaparecidos. Hasta dijeron que el puente de la Caleta lo desapareció el huracán. En fin; ahí se aprovechó para hacerle propaganda a Ciudad del Carmen y vaya que se la hicieron.

—¿Que, qué?, que propaganda ni que la jodida, si no fue feria para hacerle promoción. Te juro que eso que pasé, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Pero déjame entonarme para que me lleguen las palabras de lo que viví. Espérame tantito —hipa— deja y me acabo esta clara que me está haciendo señas, porque hasta la boca se me secó, y ahorita te suelto todo el rollo. Aguántame tantito —dijo como en secreto, levantando la mano en alto en señal de espera.

Faustino Trejo había trabajado en las plataformas marinas de Petróleos Mexicanos, situadas en el Golfo de México, en las cercanías de Ciudad del Carmen, a unos 80 kilómetros mar adentro. Era un hombre alto y delgado, moreno claro, con la barba sin rasurar; su vestimenta era sucia y estaba desfajado. Pisaba los 50 años, tenía la mirada marchita de ojos enrojecidos que parecían no dormir, por su afición a las bebidas embriagantes, y era mejor conocido como el “Petromex”. En esos momentos estaba dentro de la cantina la Estrella, acompañado por Julián Guerrero, viejo amigo de siempre.

Este era un petrolero cuarentón que laboraba en la zona de plataformas. Físicamente era lo contrario de su compañero: bajito y gordo, pero de presentación agradable, vestía pantalón de mezclilla y camisa de manga larga a cuadros y botines de color miel.

En aquella cantina Faustino era un cliente frecuente venido a menos, llegó a convertirse en un bebedor solitario a expensas de sus amigos petroleros. En aquel horario matutino eran los únicos clientes y ocupaban una mesa pegada a los baños, al fondo a la izquierda. El mesero no cesaba de pasar la clásica franela a la mesa de lámina, como si quisiera sacarle más brillo, o quizá para entretenerse escuchando la plática de los parroquianos en turno, que continuaban con sus aventuras.

Faustino Trejo, después de beberse la cerveza ávidamente y sin dejar espuma en la botella, repitió en forma estrepitosa y continuó:

—Pues estábamos en que me tocó pasar el huracán Roxana allá en las plataformas, ¿o no?

—Sí, Faustino, pero tranquilo, no te aceleres, no tomes tan a pecho el huracán; digo, porque casi de una levantada vacías las botellas y si continúas así, te vas a dormir muy pronto y no vas a probar la botana.

—Para nada Julián, te lo juro… Oye, esta agüita más tarda uno en tomársela que en irla a tirar, ya ves que apenas llevo como tres claras y he ido al baño como tres veces, pero tú no te apures por cosas que tienen remedio, ahorita me vas a conceder la razón.

Faustino continuó su charla, y como si le faltara el oxígeno llenó de aire sus pulmones y dando un largo suspiro empezó:

 ★ 

Afuera de la cantina, en la acera de enfrente, en la calle Primero de Mayo, un viejo decrépito con lentes de fondo de botella vendía billetes de lotería al lado de un puesto de revistas. Frente a él, un hombre fumaba tranquilo recargado en la pared, mientras un bolero daba brillo a sus desgastados zapatos. Unos pasos adelante estaban las vías de los desaparecidos tranvías y a dos cuadras del lugar, el mercado 18 de Marzo con su movimiento matutino.

En la pequeña placita de enfrente había un merolico con la cara pintada como si fuese payaso. Era obvio que tenía prisa en limitar su territorio para empezar a trabajar, su víbora aún dormía en el costal. La gente caminaba apurada por las banquetas, mientras el tráfico vehicular llenaba las tranquilas calles de aquella afanosa Ciudad Madero, antes de la entrada del segundo milenio.

 ★ 

—Todo comenzó aquel 13 de octubre de 1995, estaba yo de perforador en la Plataforma Chuc A, traía el turno de madrugada, tú sabes, es el turno de 12 de la noche a 12 del día. Estábamos perforando a discreción, metiendo metros en alta aquella mañana nublada. Tú me conoces. ¿o no, Julián?, cuando era chamba era chamba. Yo siempre aparté las podridas, ¿o no? —dijo viéndolo a los ojos como esperando aprobación.

»Bueno, pues resulta que aquel día traía a mi cuadrilla estrella de “orejones” o de “pisos” en las cuñas, uno era José Ricárdez, mejor conocido como el “Mambo”, aquel negro de Agua Dulce, Veracruz, ¿si te acuerdas de él?, aquel que se volvió carmelo y se casó con la Eunice, la vieja que daba los contratos en personal.

»El otro era don Moncho, un viejo correoso que formó parte de aquella famosa cuadrilla a los que les decían los Califas, cuadrilla de puro “mafufo”, muy famosa en el área. Ah, qué bueno era para jalar fierro aquel viejo, te lo juro que le daba las buenas y las malas a cualquier chamaco. Me acuerdo de que a ese Moncho no había quién le ganara a las vencidas, ¡cuidadete con mi Moncho!

»El otro que traía en las cuñas era a la “Migraña”, Daniel Díaz, ¿sí lo conoces, Julián? Ahí vive por tu casa, atrás de la Vicente Guerrero. Ese muchacho siempre fue muy chambeador, nunca se rajaba el bato, dicen que ya anda de segundo.

—Bueno, Faustino y del ciclón, ¿qué pasó? —interrogó el amigo fastidiado.

—Espérese, Julián, usted no coma ansias, deje refrescarme la boca —y levantó la cerveza que le acababa de poner el mesero por un lado—. Porque apenas empiezo a despejarme… sí, te decía, ¿sí conoces a Amaro?, ¿sí?, que andaba de segundo y creo que todavía sigue de delegado, me acuerdo de que él era el que me hacía los paros en los autobuses de la sección 42, aparte de eso, en la chamba me gustaba cómo movía a la gente, por eso me sentía contento de trabajar con él, porque traía a la “mapachada” a pan y agua por no decirte otra cosa.

—Oye, Faustino, quedamos que me ibas a platicar del huracán Roxana, no de esos batos.

—Tranquilo, Julián, usted “tranquiqui”, aguánteme el corte, voy al baño a tirar el agua.

En ese intervalo Julián le comentó al mesero que cada día veía peor a su amigo, “más consumido por su alcoholismo” y el cantinero lo confirmó, dijo que no entendía, que ya estaba enfermo.

Cuando Faustino Trejo salió del mingitorio lo hizo con buen humor:

—¿En qué estaba? —dijo muy sonriente, al tiempo que trataba de abrocharse el cierre de la bragueta, lo que finalmente no logró, y haciéndole un guiño a su amigo se sentó se sentó de nuevo—. Ya hasta se me olvidó lo que te iba a decir.

—Por eso te digo, mi Petro, llévatela calmada.

—Ah… sí, ya me acordé: que era un día 13. Fíjate que el número 13 siempre ha sido para mí de mala suerte, te lo juro, ¿por qué será? Porque ahí empezó todo el desmadre. Por eso el número 13 no lo agarro ni regalado, con el 13 ni a las canicas. Préndeme el cigarro, ¿sí?

Después de que Julián lograra encenderle un cigarrillo sin filtro, chueco, que apuntaba hacia el suelo, continuó:

—Resulta que estando en la Plataforma Chuc A, como a las 9 de la mañana, mandé a la Migraña por café al comedor y cuando regresó me dijo:

“¿Sabes qué, mi Petro?, ahorita que pasé por la administración, oí que por aquí por el Golfo anda un ciclón, lo estaban anunciado en el radio”.

“No te azotes, Migraña, qué ciclón ni que nada”, le contesté, “¿que no ves el solazo que está haciendo? Ya no le quemes las patas al diablo”. Eso le dije molesto porque ya ves que se daba sus toques de mota. “Mejor tomate un café para que te alivianes.” Y como que se molestó y ya no me dijo nada. Pero me quedé pensando que el día anterior habían dicho en las noticias que por el Golfo de México, cerca de Estados Unidos, se había formado una tormenta tropical. Pensé: bueno, si se formó o no se formó, ¿a mí qué me importa? Y no le di importancia. En aquel rato lo que verdaderamente me apuraba era sacar la tubería para hacer el cambio de barrena antes de terminar mi turno. Cuando estás jalando fierro se pasa el tiempo de volada. Tú lo sabes, Julián, así es que seguimos chambeando como si nada. Pero poco antes de terminar mi turno, se escuchó por el equipo de boceo que me hablaron: “Perforador por la línea uno”.

“Adelante por la línea uno, ¿qué pasó, mi súper?”

“Faustino, me acaban de hablar del departamento de Ciudad del Carmen, que suspenda la perforación”.

“¿Algún problema mi súper?”

“Bueno, parece que se quiere formar un huracán. No alarmes a la gente, asegura bien la tubería. Voy a coordinar el aseguramiento de la plataforma, parece que van a evacuarnos”.

“Está bien, mi súper”, y cuelgo el teléfono del voceo y me quedo pensando que tenía razón la Migraña.

—¿Y cuándo te dijo eso el ingeniero te asustaste?

—No, para nada, porque hablé muy tranquilo con mi cuadrilla, sin alarmarlos. Pero ya todos sabían. Ya ves cómo corren los chismes allá en las plataformas, y la raza empezó a asegurar el equipo conforme a las instrucciones del superintendente. En la habitacional, comedor y camarotes, se veía mucho movimiento: desde el piso de perforación se veían algunos compañeros cambiados de ropa y con las maletas listas para evacuar. Parecían hormigas, unos bajaban y otros subían al helipuerto, algunos pedían lonches a los cocineros. Así como cuando se hace el cambio de guardia normal y que todo mundo anda a la carrera. Y yo con mi cuadrilla en el piso acomodando aquí, amarrando allá, porque también teníamos prisa para ir a echarnos un baño y arreglar nuestras maletas. Porque la orden girada por el departamento era bajarnos aquel día.

Después de platicarle a su amigo con señas y detalles lo sucedido en la plataforma aquel día, Faustino se agarró la abultada barriga con las dos manos y cerrándole un ojo le insinuó que estaba seco y que requería agua urgentemente. Al ver que su compañero no le entendía, de plano le dijo:

—Pero, ¿qué crees?, ¿a que no adivinas lo que me falta ahorita?

—¿Qué, Faustino?

—Pues otras chelas, o qué, ¿no quieres que te siga platicando?

—Aguántate tantito ¿no ves que apenas las están poniendo a enfriar porque acaban de bajarlas del camión? Ya ves que ayer fue domingo y se acabaron.

—¡Bueno, entonces pídele un desempance!, ¿o que no somos amigos?

—De eso no digo nada, pero con el vino te vas a poner bien idiota.

—¡Ese es mi problema!, o qué, ¿no quieres que te siga platicando del ciclón? O que piensas, ¿que son mentiras? —dijo alterado y se puso serio.

—Claro que no, pero vamos a tomar más despacio, vas muy aprisa.

Cuando Julián vio que su amigo se estaba poniendo agresivo, decidió evitar problemas y le habló al mesero.

—¡Chavo!, por favor tráete una botella de tequila Cuervo, que aquí mi Petro ya no entiende razones.

El mesero, ni tardo ni perezoso, llegó con la charola y puso la botella con sus respectivas aguas minerales y los vasos. Faustino se frotaba las manos con alegría y después de saborear ávidamente un par de vasos de licor, le dijo a su amigo.

—Permíteme un segundito, voy al baño.

Entró al sanitario por enésima vez. Cuando salió su mirada era vidriosa y tenía la boca reseca. Pero salió contento, cantando una canción de Alejandra Guzmán.

Eternamente bella bella… Eternamente bella bella… Como un hechizo de gitana…

Mientras su compañero de parranda cantaba como en secreto, Julián movía la cabeza de un lado a otro fastidiado, porque como siempre, al Petro se le habían pasado las copas.

—¿Y el Ciclón Roxana?, ¿qué se hizo?, los agarró en la plataforma o qué.