Un salto a la vida - Liliana Pidoux - E-Book

Un salto a la vida E-Book

Liliana Pidoux

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Beschreibung

En las páginas de este libro, se despliega la historia de Soledad, una joven con síndrome de Down que desafió con coraje y determinación los obstáculos que se presentaron desde el mismo momento de su nacimiento. Este relato, más allá de las proezas, busca inspirar a aquellos que enfrentan desafíos similares, mostrando que la valentía y la persistencia pueden transformar cada adversidad en una oportunidad de crecimiento. Con determinación, es posible alcanzar la independencia, superando las expectativas y celebrando cada logro, por pequeño que sea.

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Seitenzahl: 86

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Pidoux, Liliana

Un salto a la vida / Liliana Pidoux. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

96 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-899-8

1. Biografías. 2. Relatos Personales. 3. Superación Personal. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Pidoux, Liliana

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Dedico este libro a mis tres hijos, Carlos, Sole y Lina; a mi esposo y a todos los padres de hijos discapacitados que luchan incansablemente por mejorar su calidad de vida.

Agradecimientos

A mis padres, Ofelia y Lito, que no soltaron mi mano nunca hasta el día que Dios decidió llevarlos.

A mis tres hijos y esposo por entender mis ausencias, acompañarme en derrotas y victorias; por sobre todo, por estar a mi lado.

A mis hermanos, Chiche, Chuny y Piky, que me acompañan desde el primer día en forma incondicional, sin mirar tiempos ni espacios.

A mis hermanos políticos, Beatriz y Elvio, también presentes desde el primer día.

A todos mis sobrinos por acompañar, con alegría, a su prima y aportar a su educación y crecimiento.

A Cristian Vidal Rojas por ayudarme a creer en mí.

A Josephine por su intervención creativa que nos ayudó a pensar en la tapa y el título del libro.

A las docentes que pasaron por su vida y, de alguna manera, dejaron huella en ella. En especial, a la institución El Andén que fue sostén fundamental de esta historia.

A Mariana Chavero por acompañarnos y estimularnos constantemente en el crecimiento de Sole y por ayudarnos a seguir en el camino correcto cuando quisimos tomar algún atajo.

A Susi y Ani, mis amigas vecinas, que no dudaron un instante en decir sí y apoyar nuestro proyecto. Sus ángeles guardianes.

A mis amigos que me pedían que escribiera y, sin darse cuenta, sembraron en mí la semilla de la duda sobre mis posibilidades de escribir la historia de Sole, para que fuera útil a otras personas.

A todos los que me ayudaron a cumplir sus sueños.

Agradecimiento especial

Para mí querida amiga Silvia Berardo, que subió a mi barco en esta experiencia, sin dudarlo. Ella supo calmar mis angustias iniciales y llevarme de la mano, despacio, para poder cumplir mi propósito.

Prólogo

Dice mi amado Borges que un prólogo es una entrega de símbolos. Maestro, en esta oportunidad (quizás la única) no voy a acordar con usted, porque los símbolos, en este caso, están en la historia que se cuenta en este libro. Dirán que fue escrito en conjunto con Lichy, la mamá de Sole, pero es una falacia que no podemos dejar incólume. Este libro lo escribió la Sole con su voluntad, su resiliencia, su mirada amorosa, su decir frontal, su temeridad e incluso sus saltos al vacío cuando todos estaban calculando dónde poner la red.

Un día, cuyo registro numérico olvidé, me invitaron a asomarme a un milagro. Perdón, me rectifico, milagro es aquello que se produce sin voluntad humana, por lo tanto, me asomé, realmente, a contemplar unahazaña. Y yo que, cuando de escribir se trata nunca puedo quedarme en la puerta, la abrí. Todo estaba consumado, la construcción era sólida, una niña con síndrome de Down capitaneaba y una familia, en la que todo lo importante (amor, solidaridad, empeño, resguardo) abunda, la protegía cual guardia imperial napoleónica.

Este libro que, en apariencia, narra la historia de superación de Sole y los suyos, comprende, en realidad, un mensaje más amplio y extensivo a todos aquellos que enfrentan desafíos y carecen de la inspiración suficiente para continuarlos, como también para quienes, por alguna razón, los han abandonado.

Es un libro para leer y creer.

El mérito no es de la narrativa, el mérito es de ella.

¡GRACIAS, SOLE!

Silvia M. Berardo

Julio de 2023 Sierras Chicas (Córdoba, Argentina)

Un salto a la vida

Reflexión inicial

Muchas veces me hicieron la misma propuesta. Algunos expresaron lo útil que sería para otros padres que “inauguran” el camino conocer esta experiencia, escrita por nosotros que ya lo transitamos a tientas y en un continuo “no saber”, con la meta de hacer de Sole un ser feliz, integrado y con el firme propósito de su ansiada independencia.

Nos ayudaron la tozudez, las circunstancias, las personas que acompañaron, aquellos que no pudieron, los que con sus prejuicios iban indicando lo que había que demoler, los obstáculos que aún nos desafían. Pero no me decidía, yo no soy escritora, ni tengo intención de serlo, pensaba.

Una vez más, ella nos inspiró y lo único que, con seguridad, se volvió guía y faro en nuestra travesía, fue el gran amor que nos envuelve a toda la familia.

Y llegamos.

Si Sole con tantos “no” acumulados antes de la largada pudo, cómo no voy a poder yo compartir este viaje, que aún no ha terminado. Y hacer, con suerte, que los que se asomen a este relato, se sientan menos solos, más esperanzados y puedan pensar en que jamás cambiarían ese cromosoma que, aunque para mí es único, algunos sostienen que está de más.

Por esa razón, estoy aquí sentada, emocionada, recordando y abriendo el corazón a la incertidumbre de este viaje, pero convencida de que valió y vale la pena.

La felicidad no hay que guardársela para uno solo, hay que compartirla.

Su abuelo Lito lo dijo mejor y aquí queda una de sus tantas palabras poéticas, inspiradas por Sole pero disfrutadas por todos.

Ángel nuestro

Tu barriguita vacíasin luz tus lindos ojitoscorazón con agujerocomo si fuera poquito.Así tú llegaste al mundoángel de amor y de paztrayéndonos con tus penasel don de reflexionary pensando obviamentepor qué has llegado asíel Dios de todos los tiemposya lo tenemos aquí.

La vida abre su abismo

La vida era buena por marzo de 1986. Todo como lo había soñado, pensado o me habían dicho que debía ser. Yo creía, por ese entonces, que a la vida se la tomaba del cuello y se la dominaba, todo era cuestión de voluntad y empeño.

Para ese tiempo llevábamos con Carlos cuatro años de matrimonio y teníamos ya a nuestro primer hijo de dos años, Carlitos. Un niño hermoso, sano y muy travieso. Yo trabajaba en un estudio contable ubicado en la casa de mis padres y Carlos viajaba todos los días a trabajar en el campo.

Una familia común que se esforzaba a diario en avanzar. Si se hacía todo bien, el resultado siempre debía ser el esperado.

Llegó, entonces, la nueva gran noticia “estaba embarazada”. Nos sorprendió, no lo esperábamos y, rápidamente, la sorpresa dio paso a los festejos. La familia se agrandaba y nos sentíamos felices.

El embarazo fue hermoso, sin ningún inconveniente.

Todos los estudios con óptimos resultados, tanto para mí como para el bebé. Mensualmente, cumplía con los controles que indicaban las buenas prácticas médicas del momento. Debo aclarar que, por ese entonces, los estudios y la tecnología biomédica no presentaban la exactitud ni los avances actuales.

A los 8 meses de gestación, llegó el turno de la ecografía correspondiente, y, ante la pregunta sobre si deseábamos saber el sexo, respondimos que sí. Entonces, nos enteramos de que era la bebé. “Es niña”, dijeron y, en ese momento, nuestra hija comenzó a tener identidad. Después de algún debate, decidimos llamarla María Soledad.

Todo seguía bien, así lo indicaban los estudios realizados.

Carlitos ya había ascendido a la categoría de hermano mayor y se mostraba feliz por el acontecimiento. Y nosotros, después de cenar o en la intimidad del dormitorio, proyectábamos ansiosos la vida de María Soledad. Con enormes expectativas, queríamos adivinar qué estudiaría, cómo afrontaríamos los desafíos de sus primeras salidas, su fiesta de 15, sus amores, los celos del padre y el hermano y todo lo que es usual. La vida solo podía ser como la imaginábamos.

El momento llegó, miércoles 26 de noviembre de 1986.

El bolso estaba listo desde hacía quince días y contenía todo aquello que necesitaríamos: su primera mudita de ropa, un abrigo liviano, un chupete, pañales, bombacha de goma, el moisés de mano que había sido de su papá. Todo dispuesto y controlado para la llegada de María Soledad.

Estaba trabajando y comenzaron las contracciones. Era la siesta y decidí quedarme, con Carlitos, en casa de mis padres. Llamé a Carlos para que ultimara detalles y volviera del campo porque los dolores eran cada vez más seguidos. A las 18, decidimos ir a la clínica y quedé internada. María Soledad estaba por nacer y, con ella, se abría la ventana hacia una nueva vida, nuestra.

En la sala de partos, Carlos siempre conmigo, acompañando. Por delante, mi querida Mimí Aranda. Con ella había hecho toda la gimnasia preparto. Mimí, una vez más, desplegaba su ternura, no solo profesional, sino también maternal. Su calidez arropaba y su presencia me daba la certeza del buen término de los hechos. No la sentía como mi obstetra, me conocía desde niña.

El parto fue rápido, con tres fuerzas la pequeña ya estaba entre nosotros. Pero no con nosotros. El silencio estrepitoso en la sala fue la primera señal. No me la mostraron ni la pusieron sobre mi pecho. La urgencia con la que se la llevaron nos desconcertó. Carlos y yo nos mirábamos, sin comprender. Estábamos aturdidos aún por el silencio. En ese momento, la vida abrió un abismo de incertidumbre.

Al ratito llegó el pediatra con Sole envuelta en una sábana. Nos dijo, sin mirarnos y como si quisiera terminar rápidamente un trámite incómodo: “Esta es su hija, pesa 2.600 kg., sus signos vitales son normales, pero hay algunas cosas que no lo son”.

Todavía me encontraba en posición de parto, giré la cabeza hacia la derecha, la miré, vi su lengua afuera y no pude evitar decir: ¡es mogólica! A lo que medico respondió que aún no podía confirmarlo y que debían efectuar estudios. En ese momento, sentí que se desmoronaba todo. Como dice César Vallejos: “Hay golpes en la vida tan duros/ golpes como del odio de Dios”.