Vidas criminales - Juan Madrid - E-Book

Vidas criminales E-Book

Juan Madrid

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Beschreibung

Este breve, pero profundo relato protagonizado por Dolorcitas y Rufina después de salir de la cárcel, es una gran aproximación a la obra de Juan Madrid. Vidas criminales ofrece al lector una intensa experiencia mediante la descripción del vertiginoso recorrido de las protagonistas, y a través del atractivo apoyo visual como son las ilustraciones realizadas por Daniel Silva.

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JUAN MADRID

Ilustraciones DANIEL SILVA PÁRAMO

Primera edición, 2019 [Primera edición en libro electrónico, 2020]

Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Sanginés Ilustraciones de portada e interiores: Daniel Silva Páramo

D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel.: 55-5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6790-8 (ePub)ISBN 978-607-16-6524-9 (rústico)

Hecho en México - Made in Mexico

LO PRIMERO QUE HIZO DOLORCITAS al salir de la prisión de mujeres de Ávila fue alquilar una habitación en una pensión barata y limpia y aguardar a su amiga Rufina, que aún tardaría en salir tres días más. Luego se tomó un cruasán con café con leche, su comida favorita, en una céntrica cafetería. Después fue a Mercería Conchita, en la calle Mayor, a trastear entre la ropa interior de mujer.

La dependienta le dijo que el sujetador negro que estaba manoseando no era de su talla.

—No es para mí —le contestó Dolorcitas—, es para mi amiga Rufina, ¿sabe? Tiene unos pechos enormes, muy grandes, pero muy duros.

La dependienta parpadeó varias veces. Se llamaba Anselma, tenía diecisiete años y era sobrina lejana de la dueña de la mercería, doña Concepción Huete, ahora en cama por reuma articular deformante. Anselma tenía un novio policía llamado José Mari, con el que tenía intención de casarse.

Dolorcitas medía un metro setenta, pesaba ochenta kilos de músculos, tenía ojos negros y grandes, pero nada de pecho. Una vez estuvo a punto de estrangular a un amante ocasional, el vecino de la casa de al lado en la calle Tres Cruces de Jaén, llamado Teodoro Rivas Gutiérrez, tres años mayor que su padre, simplemente porque le dijo que tenía las tetas como huevos fritos.

Si no llega a ser por la mujer de Teodoro, que los sorprendió en ese momento, Dolorcitas lo habría matado.

—¿Se los envuelvo? —le preguntó Anselma un poco nerviosa.

—No —contestó ella—. Los voy a robar.

—¿Qué? —exclamó Anselma.

—Nada, era una broma.

Luego, tres días después, Dolorcitas y su amiga Rufina no pararon de reírse al recordar la cara de asombro que había puesto la dependienta de Mercería Conchita.

Rufina conducía un BMW Turbo gris plateado y descapotable recién robado por Dolorcitas en la puerta del pabellón agrícola de la Diputación, durante la feria anual ganadera de Ávila y su provincia. Iban a todo gas rumbo a Madrid por la autopista, charla que te charla.

—Le tuve que dar un puñetazo en la jeta a la gilipollas —agregó Dolorcitas, entre risas—. La dejé seca.

Rufina soltó otra carcajada, que se perdió al viento. Se había quitado la blusa y conducía con el sujetador negro puesto, que apenas si le cubría sus pechos gordos como melones. Un día había visto en la cárcel una revista Vogue de un año atrás en la que se veía a una modelo de alta costura con el cabello al rape, y ella se lo había cortado también. Le hacía sentirse enérgica y moderna.

Por lo demás era muy delgada, de caderas huesudas y ojos almendrados y tristes. Pero como ella solía decir: más tiran dos tetas que dos carretas.

—¡Yujuuuu! ¡Eres la pera, Dolorcitas, la pera!

Dolorcitas abrió un poco las piernas, enfundadas en gruesos vaqueros, y dejó que sus efluvios interiores circularan un poco. Le excitaba saber que su amiga no llevaba ropa interior bajo la minifalda, que también había tenido que robar de Mercería Conchita, junto con dos camisones picardías, seis pares de medias, cuatro blusas de seda, unas zapatillas de andar por casa y un oso de peluche que en realidad era del hermano pequeño de Anselma.

—Cariño —dijo Dolorcitas—, ahora vamos a ser felices tú y yo. Que no se te olvide eso, vamos a ser felices. La vida comienza ahora, en este preciso momento.

—¡Sí, sí, sí! —exclamó Rufina—. Pero para empezar no me vuelvas a llamar Rufina, no me gusta. Quiero cambiarme de nombre.

—¿Qué? —exclamó Dolorcitas, para quien los nombres daban lo mismo.

Rufina se lo repitió. Mientras ella estaba fuera había leído en la cárcel un libro de Manuel Velasco Grey titulado