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Sinesio Delgado

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Beschreibung

Esta edición digital en formato ePub se ha realizado a partir de una edición impresa digitalizada que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España. El proyecto de creación de ePubs a partir de obras digitalizadas de la BNE pretende enriquecer la oferta de servicios de la Biblioteca Digital Hispánica y se enmarca en el proyecto BNElab, que nace con el objetivo de impulsar el uso de los recursos digitales de la Biblioteca Nacional de España. En el proceso de digitalización de documentos, los impresos son en primer lugar digitalizados en forma de imagen. Posteriormente, el texto es extraído de manera automatizada gracias a la tecnología de reconocimiento óptico de caracteres (OCR). El texto así obtenido ha sido aquí revisado, corregido y convertido a ePub (libro electrónico o «publicación electrónica»), formato abierto y estándar de libros digitales. Se intenta respetar en la mayor medida posible el texto original (por ejemplo en cuanto a ortografía), pero pueden realizarse modificaciones con vistas a una mejor legibilidad y adaptación al nuevo formato. Si encuentra errores o anomalías, estaremos muy agradecidos si nos lo hacen saber a través del correo [email protected]. Las obras aquí convertidas a ePub se encuentran en dominio público, y la utilización de estos textos es libre y gratuita.

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Veröffentlichungsjahr: 1894

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Esta edición electrónica en formato ePub se ha realizado a partir de la edición impresa de 1894, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

Y pocas nueces

Sinesio Delgado

Índice

Cubierta

Portada

Preliminares

Y pocas nueces

Humorada que puede servir de Prólogo

S. M. el público

Celos retrospectivos

Fantasía

En la celda

La disección

El amor

El campo de batalla

Menudencias

Miniatura

Volubilidad

Égloga

Diálogo trascendental

Pequeño poema

La eterna derrota

Las pequeñas causas

Confiteor

Sensiblería

Haz bien

Luzbel

Contraste

El tiro por la culata

El timonel

Al montón

Juicio oral

Los ojos lánguidos

Visita de inspección

¡Ande el movimiento!

Un cuento

Floreos

Ellas

El tren gallego

En el Olimpo

La Metamorfosis

El beso

La eterna injusticia

En el árbol

¡Oh, la fama!

Ensayo general

Cuento olímpico

Querido amigo

Música perdida

Noche perdida

Amorosas

El sexo débil

Pesadillas

El orden social

El placer del tormento

La orgía

El rancho

La letra con sangre entra

Carne de tablas

Una aventura

Bonitas están las leyes

Vanos propósitos

Ante el juez

Miniatura

Acerca de esta edición

Enlaces relacionados

(Que puede servir de prólogo.)

Bien puede decir cualquiera:

«¡Qué zapatos tan mal hechos!»

pues siempre será decirlo

mucho más fácil que hacerlos.

(FÁBULA)

Á juzgar una pieza de concierto

se reunieron cuatrocientos burros,

que al final dictarían

un fallo inapelable y absoluto.

Los animales, al sentirse jueces,

reventaban de orgullo,

y tal se envanecieron, que no quiso

su incompetencia declarar ninguno.

Dió el maestro dos golpes

con la batuta, y empezó el preludio:

un cántico de amor, dulce al principio,

después ardiente y al final impuro.

Violines y trompas simulaban

espasmos de placer, quejas y arrullos;

las notas se escapaban de las cuerdas,

llenando el aire y alegrando el mundo.

Magnífico era aquello. Parecía

mágica vibración del genio oculto;

pero, á pesar de todo,

los pobres asnos se aburrían mucho.

Como era de esperar, vino á la postre

la tempestad de coces y rebuznos,

se irritaron los jueces, y por poco

la emprenden á bocados con los músicos.

Rodaron los atriles por el suelo

y á sus establos se marchó el concurso,

renegando de aquella jerigonza

de leyes de harmonía y contrapunto.

Y entre tanto el maestro

se retiraba cabizbajo y mustio,

diciendo en su interior:—Me he equivocado;

¡el público no yerra! El fallo es justo.

¿Se juzga el arte así? ¿Se forma un sabio

de cuatrocientos animales juntos?

Si eran borricos todos, ¿dejarían

de ser borricos porque fueran muchos?

—¡Qué empeño de que te cuente

larga y detalladamente

mis anteriores amores,

por ver si los anteriores

han sido como el presente!

¡Si no me acuerdo, mujer!

¿Y qué endiablado placer

buscas en ese tormento?

¿Te querré más si te cuento

mis aventuras de ayer?

Suponte que te dijera

que has sido tú la primera,

sólo por no hacerte daño.

¿Qué creerías? Que te engaño;

¡lo mismo que si lo viera!

Y si confieso que amé

y me encendí y me abrasé

como me abraso por tí,

te vas á formar de mí

mala idea. ¡Ya lo sé!

¿Insistes? ¡Qué tontería!

Pues sí, palomita mía,

quise de varias maneras,

y aunque no fuese de veras,

á mí me lo parecía.

Luego, pasado el calor,

suave, dulce, bienhechor,

que en tales casos se siente,

lo he pensado seriamente

y he visto que no era amor.

El amor es lo que siento

besando á cada momento

esos tus labios de grana,

que brindan de buena gana

tras de una caricia ciento.

Los otros fueron ñoñeces,

tonterías, pequeñeces,

caprichos insustanciales

y rápidos, de los cuales

ni el recuerdo queda á veces.

¿Que si á las otras decía

lo que te digo? ¡Alma mía!

¿Por qué me preguntas eso?

¿Te empeñas? ¡Yaya! Confieso

que sí, que se lo decía.

¿Que si era mentira? ¡No!

¡Nunca mi audacia llegó

á fingir de esa manera!

Lo que sucedía era

que me equivocaba yo.

¿Que también puedes creer

que ahora...? ¡Calla, mujer,

eso sí que no lo paso!

Tu lógica en este caso

no tiene razón de ser.

¡Que mi traición está clara!

¡Que no le mire á la cara!

¡Caramba! ¿Te has ofendido?

¡Pues, hija, tú lo has querido

por empeñarte en que hablara!...

Rodaba el tren exprés, culebreando

por los ásperos riscos de la sierra,

y el jadear potente de la máquina

vibraba entre los bosques y en las penas.

Ramilletes de chispas le formaban

magnífica y brillante cabellera

que iba, al pasar, hundiendo en los barrancos

los mil fantasmas de la noche negra.

Retumbaba en el monte silencioso

el estruendo de topes y cadenas,

que el hálito valiente del progreso

á las ocultas soledades lleva.

Por donde el monstruo pasa, se convierten

en hermosas ciudades las aldeas;

por doquier, á los lados del camino,

surgen el bienestar y las riquezas,

los rudos campesinos se transforman,

los cerebros dormidos se despiertan,

y, recorriendo el mundo, alcanza á todos

la bienhechora plácida influencia...

A quince ó veinte pasos de la vía,

en lo más intrincado de la selva,

se levanta una choza miserable

de trozos de pizarra y ramas secas.

Allí duerme un pastor, envuelto en mugre

cubierto por la clásica pelleja,

con un trapo asqueroso por camisa

y un pañuelo indecente por montera.

Casi no sabe hablar. No hace otra cosa

que guiar al ganado por la sierra,

sin pensar ni sentir, como lo hacían

sus abuelos del tiempo de los celtas.

Al pasar el exprés, la pobre choza

se ilumina al fulgor de la caldera,

y un instante después queda de nuevo

solitaria y perdida en las tinieblas.

Todas las noches, el pastor salvaje,

al brusco y breve trepidar, despierta,

se incorpora, se dice: «el tren que pasa,»

y se vuelve á dormir á pierna suelta.

Fray Antonio se hizo fraile,

es decir; se enterró vivo

por la razón ó motivo

de que una noche, en un baile,