Alfonso María de Ligorio - Martin Leitgöb - E-Book

Alfonso María de Ligorio E-Book

Martin Leitgöb

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Beschreibung

En estos momentos en los que la Iglesia vive un tiempo de nueva evangelización, el papa Francisco nos invita a redescubrir la grandeza de la misericordia de Dios y nos propone asumirla como propio estilo de vida. Alfonso María de Ligorio fue una de las personalidades de la Iglesia que se ha ocupado ejemplarmente del tema de la misericordia, ya que no solo lo ha enseñado y predicado, sino que sobre todo lo ha vivido e interpretado con su vida. Puesto que él mismo se sentía objeto del don sobreabundante de la misericordia de Dios, llegó a ser misionero de la misericordia y, según el modelo de Jesús, ayudó a muchas personas interiormente heridas ya sea con palabras y acciones de bondad, o con una mirada de benevolencia o una escucha atenta. Vivió como el buen pastor del evangelio, que deja a las noventa y nueve ovejas para buscar a la que se ha perdido o extraviado. Por eso, este libro describe a Alfonso María de Ligorio como "maestro de la oración y de la misericordia" y pretende ser una aportación para que el ejemplo de este importante santo resulte fecundo también en nuestro tiempo.

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Martin Leitgöb

Alfonso María de Ligorio

Maestro de la oración y de la misericordia

Traducción:Roberto H. Bernet

Herder

Título original: Alfons von Liguori. Lehrer des Gebetes und der Barmherzigkeit

Traducción: Roberto H. Bernet

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2013, Verlagsanstalt Tyrolia, Innsbruck

© 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona

1.ª edición digital, 2016

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3648-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

PRÓLOGO

BIOGRAFÍA

Infancia y juventud

Carrera de abogado

Un primer giro en su vida

Los años como sacerdote en Nápoles

La «segunda conversión»

La congregación de los redentoristas

Obispo contra su voluntad

Los últimos años de su vida y su muerte

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD

¿Qué es el hombre?

El Dios de amor y misericordia

El amor redentor de Jesucristo

María, Madre de misericordia

«El que reza, ciertamente se salva»

El gran arte del desasimiento

Ser cristiano significa ir haciéndose cristiano

APOSTOLADO Y PASTORAL

«Evangelizare pauperibus»

Las misiones populares

Anuncio y predicación

Pastoral misericordiosa de la confesión

Guía para la oración

Pastoral con pluma y tinta

Oración y anuncio a través de la música

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes originales

Obras en versión española

Literatura secundaria

PRÓLOGO

El libro que aquí presentamos, ya publicado en alemán y en portugués, aparece ahora en traducción española en el marco del Jubileo de la Misericordia. Este año santo jubilar (2015-2016), convocado por el papa Francisco, quiere traer nuevamente a la memoria la importancia de la misericordia como regalo de Dios al igual que como actitud fundamental cristiana. La Iglesia tiene en su historia un gran número de personalidades que se han ocupado ejemplarmente del tema de la misericordia. No solamente lo han enseñado y predicado, sino que sobre todo lo han vivido e interpretado con su vida. Puesto que ellos mismos se sentían objeto del don sobreabundante de la misericordia de Dios, llegaron a ser misioneros de la misericordia y, según el modelo de Jesús, curaron a muchas personas interiormente heridas, sea mediante palabras y acciones de bondad, mediante una mirada de benevolencia o mediante una escucha atenta. Vivieron como el buen pastor del Evangelio, que deja a las noventa y nueve ovejas para buscar a la que se ha perdido o extraviado. Su corazón estuvo impregnado del amor del Padre misericordioso, que espera al hijo pródigo con anhelo y lo abraza sin recriminaciones a su regreso. San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) fue uno de esos misioneros de la misericordia. En 1871, este gran sacerdote del sur de Italia —a quien la congregación de los redentoristas venera como fundador— fue proclamado doctor de la Iglesia. El título le fue conferido, en ese entonces, por sus obras de teología moral, las cuales, sin embargo, hoy carecen casi de toda relevancia, por lo menos en lo tocante a su forma casuística. Por el contrario, sí son relevantes sus numerosas obras espirituales, su modelo de vida como sacerdote y fundador, así como su actitud fundamental misionera, que lo convirtió en un importante e influyente colaborador en el reino de Dios. Alfonso María de Ligorio desarrolló sus actividades pastorales desde la fuerza de su relación con el Dios trino, pero sobre todo con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Redentor. Como vivía hondamente inserto en los misterios de la fe cristiana podía estar también más cerca de las dificultades de los hombres que muchos de sus contemporáneos. Este libro lo describe, por eso, como «maestro de la oración y de la misericordia». Quiera Dios que constituya una aportación para que el ejemplo de este importante santo resulte fecundo también en nuestro tiempo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

P. Martin Leitgöb C. SS. R.

Praga

BIOGRAFÍA

Todo ser humano vive inserto en un determinado marco temporal del cual no puede salir. Para Alfonso María de Ligorio, este marco vital fue el siglo XVIII: un tiempo sumamente ajetreado, marcado por los grandes despertares intelectuales de la Ilustración, por una atmósfera cultural enormemente viva, en especial en lo que hace a la música y a las artes plásticas, pero, a la vez, un tiempo de divisiones sociales extraordinariamente fuertes que afectaban también la vida religiosa y eclesial. Ya en este punto puede decirse que Alfonso afrontó las circunstancias intelectuales, culturales y sociales que se le ofrecían e intentó transformar ese marco de circunstancias a su modo y dentro de su concreto contexto vital. Para captar en toda su dinámica esta influencia en su tiempo y en su entorno es preciso relatar ante todo en líneas esenciales su biografía. De allí provendrán orientaciones para poder señalar en qué estriba su importancia como teólogo y sacerdote, como «maestro de la oración y de la misericordia».

Infancia y juventud

Alfonso María de Ligorio nació el 27 de septiembre de 1696 como primogénito de una arraigada familia napolitana perteneciente a la llamada nobiltà di piazza, o sea, a la baja nobleza. Su padre, don Giuseppe Felice de Liguori-Mastrillo (1670-1745), era oficial en la marina real de Nápoles. Su madre, doña Anna Catarina Angelica Cavalieri d’Avenia (1670-1755), era hija de un alto funcionario de la Corona, ella misma descendiente de una familia de la nobleza española. La familia de Liguori poseía un gran palazzo en Nápoles, así como la finca Marianella en las afueras de la ciudad. Alfonso vio la luz del mundo justamente en la amplia casa de campo que allí se levantaba. Dos días después del nacimiento fue bautizado en la iglesia Santa Maria delle Vergini (Santa María de las Vírgenes), en el centro de Nápoles.

El hecho de ser el primogénito desempeñó un papel esencial para la infancia y juventud de Alfonso. Después de él nacieron tres hermanos y cuatro hermanas. Con la primogenitura se asociaba la expectativa de que, a través del matrimonio y de la fundación de una familia, diera continuidad al linaje, y también de que agregara más honores al apellido y al título del linaje. El primogénito de una familia era por regla general también el heredero principal de sus padres.

Alfonso era delicado y más bien débil de cuerpo y de salud, pero extraordinariamente dotado. Su padre —que inspiraba un cierto temor a Alfonso— puso todo de su parte para favorecerlo de una forma que se correspondiera con su descollante talento. El muchacho debía tener más tarde una brillante carrera y ser debidamente preparado para ella. Don Giuseppe de Liguori tenía en mente que su hijo fuese un oficial de alto rango de la marina o bien que hiciese una carrera como jurista. A través de maestros y educadores particulares, el niño debía recibir una gran cultura. Aparte de las asignaturas usuales integraba dicha formación el conocimiento de las lenguas extranjeras. Alfonso recibió con regularidad clases de francés, español, latín y griego clásico. Sin embargo, el aprendizaje no era para el muchacho una obligación molesta, sino una tarea muy fácil. Alfonso era un alumno modelo y satisfacía a sus padres en sus expectativas.

Pero don Giuseppe de Liguori no fomentó solamente las capacidades intelectuales de su hijo. Le importaba también educarlo en un cierto carácter que correspondiera con los códigos de comportamiento y de honor de la alta sociedad de entonces. A fin de preparar física y psíquicamente a su hijo para futuros desafíos y tareas, lo obligó, por ejemplo, a dormir una vez por semana en el suelo. Le importaba, asimismo, que su hijo adquiriese una cierta competencia artística. En la sociedad de entonces, el varón de la nobleza debía tener también capacidades en los ámbitos de la arquitectura, la pintura y la música. Así, Alfonso fue enviado a la escuela del conocido pintor Francesco Solimena (1657-1747). Para las clases de música se eligió al célebre compositor napolitano Gaetano Greco (1657-1728). Alfonso tuvo que practicar entre dos y tres horas diarias el clavicémbalo. A los 12 años era ya un pequeño virtuoso del instrumento.

Para el desarrollo espiritual y religioso de Alfonso tuvo una importancia decisiva su madre. Doña Anna de Liguori había perdido prematuramente a su madre, razón por la cual había sido criada en un internado de religiosas. Era una mujer muy piadosa pero, al mismo tiempo, sumamente ansiosa; aparte de sus habituales oraciones, pasaba un tiempo relativamente prolongado dedicado a la oración silenciosa, a la meditación. También el ayuno y otras prácticas ascéticas tenían para ella un gran valor. Su participación en la vida social de la nobleza napolitana era reducida. La influencia educativa de su madre tuvo para Alfonso consecuencias tanto positivas como negativas. El hecho de que a lo largo de toda su vida sufriese de un temor hasta enfermizo al pecado y de una escrupulosidad neurótica tuvo su origen, en buena medida, justamente en su madre. Por otro lado, Alfonso recibió de su madre su temprana inclinación hacia la oración y la piedad. Apenas había aprendido a leer, se confeccionó ya él mismo un pequeño abecedario espiritual que siguió utilizando hasta edad muy avanzada. Su preferencia por el rosario y por otras formas de piedad provenía asimismo de su madre.

También don Giuseppe de Liguori se esmeraba en la fe y la oración. En correspondencia con su natural rigor consigo mismo y con los demás —rigor que se había reforzado aún más por su carrera militar— llevaba una vida religiosa disciplinada que comprendía también la participación periódica en ejercicios espirituales y días de retiro. Don Giuseppe tenía una inclinación especial hacia la figura de Cristo sufriente. En la cabina de oficiales de su buque insignia había cuatro figuras de madera de unos 50 centímetros de alto que representaban a Cristo en su Pasión. En el mundo de ideas del futuro teólogo, escritor espiritual y sacerdote Alfonso María de Ligorio, esta temática iba a desempeñar justamente un papel importante. De ello hablaremos todavía.

A los 7 años de edad, Alfonso fue confiado en su desarrollo religioso y espiritual al especial cuidado del sacerdote Tommaso Pagano (1671-1755). Pagano era el director espiritual y confesor de su madre y pertenecía a la comunidad de los oratorianos, fundada por Felipe Neri (1515-1595). La comunidad era conocida por sus sermones y celebraciones devocionales y se había dedicado de manera especial al servicio pastoral de la juventud. Alfonso siguió estrechamente vinculado a Tommaso Pagano durante los siguientes treinta años. Comentaba con él todos los problemas y dificultades interiores, pidiéndole que le diera su consejo y hasta su directiva antes de toda decisión importante. Que un director espiritual desempeñara un papel tan fuerte en la vida interior y exterior de una persona no era algo fuera de lo común en aquella época. Ciertamente se podía abusar de esa función. Pero también podía ser de gran utilidad, en particular cuando el director espiritual tenía un verdadero carisma para esa tarea y sus indicaciones se basaban en experiencias personales y en una gran humanidad. Este era el caso de Tommaso Pagano.

Alfonso participó desde su infancia y juventud en las más variadas asociaciones y cofradías religiosas. Estar arraigado en tales agrupaciones era en aquel entonces más importante que la pertenencia activa y la colaboración en una parroquia. Así, ya a los 9 años de edad fue incorporado a la «Cofradía de los Jóvenes Nobles», dirigida por los oratorianos. Allí se cultivaban la oración y la catequesis al igual que el compartir con amigos y el juego. De ese modo se sentaba una base esencial para la maduración afectiva de una persona joven.

Carrera de abogado

Ya a los 12 años Alfonso contaba con las cualificaciones correspondientes para el estudio en la universidad. Entretanto se había manifestado claramente que no era apto para una carrera en la marina. Así, don Giuseppe decidió que su hijo debía ser jurista. Alfonso comenzó en 1708 el estudio de las Ciencias Jurídicas. Nápoles era, entonces como hoy, un centro importante de esta disciplina. Además, la Universidad de Nápoles era uno de los centros formativos más antiguos e importantes de Europa y solían visitarla también jóvenes de la nobleza provenientes del otro lado de los Alpes, en el marco de sus viajes culturales a Italia. Alfonso dio con éxito su examen de admisión a la universidad frente a uno de los más famosos eruditos de su época, Giambattista Vico (1668-1744).

Las expectativas del padre con el joven estudiante eran muy elevadas. Solo le concedía pocas posibilidades de ocio, juego y deporte. No obstante, Alfonso participaba de la vida cultural y social de las familias nobles de su ciudad natal. Se entusiasmó por el teatro y la música y tomó contacto con las más variadas corrientes intelectuales de su tiempo.

Alfonso concluyó sus estudios el 21 de enero de 1713 siendo aún inusualmente joven, a los 16 años de edad, con el doctorado utriusque iuris —en ambos derechos, canónico y civil—. Y lo hizo con la más alta de las calificaciones: Summo cum honore maximisque laudibus et admiratione. En virtud de su edad había sido necesaria una autorización excepcional de la corona para poder ser admitido a los exámenes correspondientes. A su doctorado siguieron dos años de introducción en la práctica jurídica. A continuación Alfonso ejerció exitosamente la profesión de abogado durante ocho años. En razón de su inteligencia y elocuencia era uno de los jurisconsultos más buscados de su ciudad natal. Además, gracias a su talento y a su origen noble tenía buenos contactos con importantes instancias estatales en el Reino de Nápoles.

Paralelamente a su actividad profesional, y según correspondía a las expectativas sociales puestas en su persona, Alfonso se comprometió en aquellos años con los ámbitos eclesial y social. Era costumbre que los adolescentes y adultos jóvenes de las familias pudientes realizaran servicios caritativos para los pobres de la ciudad. A los 19 años de edad Alfonso pasó de la «Cofradía de los Jóvenes Nobles» a la «Cofradía de los Doctores». Una de las tareas de esta asociación era la atención a los enfermos graves y a los moribundos en el que por entonces era el mayor hospital de Nápoles, el llamado «Ospedale degli incurabili» («Hospital de los incurables»). No es posible imaginarse de forma suficientemente concreta esa labor: Alfonso daba de comer a los enfermos, hacía las camas, curaba llagas y erupciones cutáneas, lavaba a los moribundos y a los cadáveres. La misma familia de Liguori pertenecía a la «Cofradía de la Misericordia», que había tomado como tarea dar sepultura a los muertos de aquellas familias que no tenían dinero para pagar el entierro. La cofradía tenía también una casa en la que se alojaban gratuitamente sacerdotes pobres y se ocupaba asimismo de los sacerdotes que estaban en prisión.

Tanto en la carrera profesional como en la actividad social de su hijo todo iba a pedir de boca para don Giuseppe de Liguori. Desde luego, este tenía también planes de casamiento para su primogénito. Pero las correspondientes ambiciones de Alfonso eran reducidas. Participaba periódicamente en ejercicios espirituales y días de retiro, se ocupaba mucho de los temas religiosos y, en realidad, para sus adentros había decidido no contraer matrimonio. Esto llevaba ocasionalmente a situaciones incómodas en las fiestas de la nobleza, en las que precisamente del primogénito de una familia se esperaba que se pusiese en busca de una futura esposa. Fue así como comenzó una latente separación respecto de la dominante figura de su padre, que poco sospechaba al principio de los grandes ideales de su hijo.

Un primer giro en su vida

Hasta 1723, Alfonso no perdió ningún proceso. Pero después, el talentoso jurista experimentó una inesperada derrota. En un litigio de derechos feudales tenía que representar al duque de Gravina, del linaje de los Orsini, contra uno de los hombres más poderosos de Italia, el gran duque de Toscana, Cosme III de Médici (1642-1723). Cosme había recibido en el litigio un apoyo particular de la casa austríaca de los Habsburgo. Consecuentemente, las circunstancias del caso eran desde el principio desequilibradas. El proceso resultó desfavorable para el hasta entonces celebrado abogado Alfonso María de Ligorio, pues —como fundamenta usualmente la mayoría de los biógrafos— había sobornos en juego y los jueces, contraviniendo sus propias convicciones, se inclinaron a favor del poder de los Habsburgo. Alfonso se sintió profundamente humillado y avergonzado. Según se cuenta, tras la sentencia, que lo decepcionó y abatió, abandonó el tribunal diciendo: «¡Mundo, ya te conozco! ¡Adiós, tribunales!». Su resolución de abandonar la profesión era irrevocable, aunque el presidente del Tribunal Supremo le asegurara que seguía teniendo brillantes perspectivas profesionales y también otros colegas y amigos lo instaran a proseguir la vida profesional que llevaba.

En esos amargos días y semanas que pasó en parte encerrado en su habitación del palazzo paterno, en el interior de Alfonso se produjo un giro decisivo para su futuro camino de vida. Reconoció la fugacidad de las glorias mundanas y se vio confrontado al mismo tiempo con el hecho de que tampoco los mejores talentos eran una base suficiente para la felicidad y el contento en la vida. Fue así como maduró su decisión de abandonar la búsqueda de honores mundanos y éxito profesional, confiarse a Dios de manera más intensiva que hasta ese momento y ponerse a disposición suya.

Unos dos meses después del fallido proceso, Alfonso tuvo en el Ospedale degli incurabili una vivencia que completó el giro que se había producido en su vida y lo hizo irreversible. Fue una «vivencia de vocación», como se diría hoy. En medio de los enfermos y necesitados de cuidados, Alfonso se sintió rodeado de una luz brillante. Tuvo la sensación de que toda la casa temblaba. Después, pensó escuchar una voz que le decía: «Abandona el mundo y entrégate a mí». Según relató, al bajar las escaleras las vivencias se reiteraron. A continuación, Alfonso se dirigió a la iglesia Santa Maria delle Mercede (Nuestra Señora de la Merced). Delante de la imagen de la Virgen oró pidiendo la fuerza y la disposición para poder corresponder a la voluntad de Dios. Después, en simbólico gesto, depositó sobre el altar la espada que llevaba, signo de su origen noble. Por lo demás, Alfonso había decidido hacía ya bastante tiempo renunciar a sus derechos de primogenitura. No obstante, el certificado correspondiente lo firmó solo en 1727.

En contra de la decidida voluntad de su padre, que, enfadado y ofendido, dejó incluso durante un tiempo de hablarse con su hijo, Alfonso decidió ser sacerdote y comenzar los estudios de Teología. La idea del sacerdocio no era del todo nueva para él, pues ocasionalmente la había puesto ya en consideración. Pero, evidentemente, era necesaria la llegada del correspondiente kairós, o sea, del momento apropiado y favorable, que nunca puede pretenderse sino solo recibirse como regalo, a veces justamente a través de una situación deprimente, difícil de aceptar, como había sucedido con Alfonso a raíz de que su sentimiento de honor como joven abogado lleno de vitalidad se había visto dañado de forma permanente. Él no había dejado pasar ese kairós, sino que lo había aprovechado y había transformado un pensamiento hasta entonces más bien vago en una decisión concreta. El hecho de que en esa decisión hubiese intervenido también la gracia iluminadora de Dios, tal como la había experimentado simbólicamente en el Ospedale degli incurabili, había sido para él al mismo tiempo una ayuda y una confirmación. El gran peligro que en esos meses amenazaba a Alfonso —como a toda persona que experimenta fracasos— era la tentación de encerrarse en su propia decepción y amargura. A través del llamado de Dios y de su propia disposición a escuchar y seguir ese llamado logró defenderse de ese peligro.

Como estudiante de Teología Alfonso siguió viviendo en casa de sus padres y fue apoyado por su madre en sus intenciones de llegar a ser sacerdote. En el estudio de la Teología Alfonso reveló, una vez más, tener grandes aptitudes intelectuales. En paralelo a sus estudios, se unió a una comunidad de sacerdotes y candidatos al sacerdocio llamada «Congregación de los Misioneros Apostólicos». A dicha comunidad pertenecía una cantidad de comprometidos representantes del clero napolitano, hombres de grandes ideales pastorales y espirituales: era un grupo de élite. Junto con ellos Alfonso impartía catequesis para niños y adolescentes. También participaba en las denominadas misiones populares, que más tarde iba a adaptar y ampliar para la Congregación del Santísimo Redentor, que él mismo fundaría. Pero hubo una asociación más a la que se unió Alfonso en esos años: los llamados «Bianchi della giustizia» («Blancos de la justicia»), que acompañaban a los presos condenados a muerte, cuidaban de su sepultura y se ocupaban de sus deudos y de lo que tuviese que ver con el bienestar material de estos últimos. Así pues, el ahora estudiante de Teología desarrolló un auténtico compromiso pastoral y una gran sensibilidad hacia personas en situaciones de extrema necesidad.

Los años como sacerdote en Nápoles