América - Ariel Wainer - E-Book

América E-Book

Ariel Wainer

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Beschreibung

La vida de América Scarfó, mítica figura del anarquismo, recordada por su relación amorosa con Severino di Giovanni, narrada por primera vez por su nieto, Ariel Wainer. Un retrato íntimo y sensible de una mujer adelantada a su tiempo.   Una serie de hechos trágicos en la familia Scarfó interpelan al autor, que se pregunta por los orígenes. Así comienza a rastrear las causas de una desgracia que parece esparcirse entre los descendientes de su legendaria abuela. ¿Había algo en ese origen, en esa historia, que podía explicar el sufrimiento en las generaciones siguientes? Wainer descubre que lo que se ha escrito sobre ella, que no es poco, abarca, sobre todo, un período de tres años, los que compartió con Severino, los del amor fulgurante. Fueron tres años, en una vida que tuvo noventa más. El destino de esa historia hubiera sido el olvido. La rebelión del nieto fue escribir. El desafío consistía en que Severino, célebre mártir del anarquismo, no se robara el protagonismo de la historia. América Scarfó fue feminista y anarquista. A los 15 años comenzó su historia de amor prohibido con Severino di Giovanni. A los 18 se enfrentó a la tortura y al fusilamiento de su compañero y de su hermano Paulino. Ella logró sobrevivir. Entre sus muchas vidas trabajó con otra mujer anarquista, Salvadora Medina Onrubia, y fundó junto a su marido la editorial Americalee de circulación en toda América Latina.   Ariel Wainer construyó con diversas fuentes, sobre todo la de los relatos familiares, la primera biografía de una mujer clave del siglo XX.

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Contenidos

Presentación

Cómo se escribe el destino

Mi abuela

Cómo se escribe la historia

PRIMERA PARTE - Soñar

Capítulo I

Fina

Paulino

América y sus hermanos

Una foto

Capítulo II

Severino di Giovanni

Temible agitador anarquista

A los héroes se los imita con heroísmo

La Antorcha

Las palabras han sido muchas

El tiempo en que fueron vecinos

Ni flores, ni poesía

Divididos

Capítulo III

Una casa desorganizada

Sin fiesta

Dinamita vindicadora

Su foto en todos los diarios

Capítulo IV

Contigo, ahora y siempre

A su ritmo

Capítulo V

Cadena perpetua

Cuánto pesan las muertes

El itinerario de las cartas

Asesinato moral

La cara del horror

Capítulo VI

El casamiento

SEGUNDA PARTE - Despertar

Capítulo VII

Expropiadores

El Edén

Son los pájaros

Al límite

Capítulo VIII

Empezar a caer

Llegar hasta Di Giovanni

Su mano pensó diferente

La muerte tenía que esperar

Usted a mí no me toca

TERCERA PARTE - Pesadillas

(con los ojos abiertos)

Capítulo IX

Franco

Capítulo X

Día 1

“He visto morir”

Día 2

Capítulo XI

Lo que no se puede nombrar

CUARTA PARTE - En un limbo

Capítulo XII

Decisiones

Sus ojos no se volverán a cerrar

Tenía una familia

El padre

Maldita

Maldito

Salvadora

Capítulo XIII

Domingo

Promesas

Suzuki

Paulina Vanda

Recitar

Del hierro al plomo

Nunca en una comisaría

Todos juntos

Florida

Americalee

Una mañanita

Una casa propia

Volver a Florida

Recorrer el mundo

Caty

Recorrer el mundo II

Último tramo

QUINTA PARTE - Las marcas del abismo

Capítulo XIV

Una bolsa para el hielo

Un lápiz de labios

Las cartas

La Dante

Capítulo XV

América Scarfó

Hablar sobre su historia

Capítulo XVI

La película imposible

Otra vez las cartas

El final

Capítulo XVII

Una genealogía

El silencio

La culpa

Salir de las sombras

Agradecimientos

Puntos de Interés

Portada

Wainer, Ariel

América : anarquía y tragedia en la familia Scarfó / Ariel Wainer. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2023.

Libro digital, EPUB - (Historia urgente / Constanza Brunet ; 100)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-823-016-0

1. Anarquismo. 2. Feminismo. 3. Fascismo. I. Título.

CDD 929.2

Dirección editorial: Constanza Brunet

Coordinación editorial: Víctor Sabanes

Comunicación: Valentina Winocur

Diseño de tapa e interiores: Hugo Pérez

Corrección: Marisa Corgatelli

Foto de tapa: fotografía de prontuario de América Scarfó, el mismo día

en que fue fusilado Severino di Giovanni.

Foto de contratapa: América Scarfó en el patio de su casa.

© 2023 Ariel Wainer

© 2023 Editorial Marea SRL

Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina

Tel.: (5411) 4371-1511

[email protected] | www.editorialmarea.com.ar

ISBN 978-987-823-016-0

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Depositado de acuerdo con la Ley 11.723. Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio

o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.

A mi madre.

En memoria de Pablo y Gonzalo.

Para mí no hay literaturas serias y literaturas menores.

Para mí no hay nada más serio que un fantasma.

Un fantasma es un ser atrapado en su trauma. Un trauma personal o político. Alguien que pide la justicia que no tuvo. Y repite, y cuenta su historia para siempre, incapaz de romper el ciclo, imposible de aplacar, desesperado por ser escuchado. No se me ocurren cosas más serias que esa.

Mariana Enríquez

Presentación

Una mañana gris, luminosa y fría de agosto. Había salido y antes del mediodía estaba de vuelta en mi casa. En el comedor, la luz del contestador telefónico titilaba. Como siempre, escuché los mensaajes mientras hacía otra cosa.

La voz de mi madre no era la habitual. Algo grave había pasado. Como en una agonía, repetía el nombre de mi hermano menor y, al final, me pedía que la llame.

Algo parecido al terror invadió mi cuerpo. La vida cotidiana, firme y anodina, en la que estaba un momento antes, se transformó en un territorio que me quedaba cada vez más lejos.

No sé cuánto tiempo tardé en poder hacer algo. Al fin, tomé el teléfono y marqué. Me atendió mi otro hermano. Ya había llegado a la casa de mi madre. La conversación fue breve. Pablo se había pegado un tiro.

Salí sin ver. No sé dónde tomé un taxi. Me hundí en el asiento. Aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada.

Mi madre no oyó el disparo. Le llamó la atención que Pablo no se había despertado para ir a trabajar. Golpeó varias veces la puerta. Como no respondía, entró.

Cuando llegué, el departamento estaba dividido. Había una zona donde se podía circular: la cocina, el living y el primer tramo del pasillo que llevaba a los dormitorios. Ahí estaba el límite. A tres pasos de esa línea invisible, en su habitación, estaba el cuerpo de mi hermano.

Demasiado rápido hubo que buscar una funeraria y elegir un cementerio. Yo solo podía observar lo que otros hacían. Todo me resultaba irreal. La policía y los peritos. Cada tanto, me ilusionaba con despertarme de esa pesadilla.

En el velatorio, los amigos y familiares tenían preguntas. Las mismas que yo.

En el cementerio, el césped perfecto y las flores me lastimaron. Hubiera preferido un lugar gris y austero, pero el día anterior no había podido elegir nada.

Ya pasaron casi veinte años. Una parte mía no terminó de bajar del asiento de atrás del taxi que me llevó a la casa de mi madre.

En el velatorio recordé que, ocho años antes, mi primo, el hijo del hermano de mi mamá, también se había suicidado. Quizá porque no nos veíamos, quizá porque no había contacto entre las dos familias, el recuerdo llegó con retraso.

Fue inevitable juntar las dos muertes: dos de mi generación se habían suicidado antes de llegar a los treinta años. Me pareció que era mucho.

¿Tenía que considerar que esa inquietante repetición era un accidente, una casualidad?

¿Hay alguna medida de la desgracia que ponga en cuestión al azar?

Los muertos eran dos primos hermanos que prácticamente no se conocían. Sus familias hacía muchos años que no tenían relación. Lo que nos enlazaba era un origen común.

¿Había algo en ese origen, en esa historia, que podía discutir a la maldita contingencia?

Cómo se escribe el destino

Hace varios años, cuando terminé de leer El chino, de Henning Mankell, se me presentó la idea de escribir este libro.Hubo algo en esa historia que me impulsó en esta dirección.

El personaje que le da el título a la novela vive en la China contemporánea. No es un ciudadano común, forma parte de la elite que gobierna su país. La historia que importa ocurrió a mediados del siglo xix. Un antepasado suyo atravesó medio mundo para trabajar, con otros compatriotas, en la construcción del ferrocarril que uniría las dos costas de Estados Unidos. El trabajo que les tocó estaba dentro de los cálculos, el trato que recibieron no.

El destino de esa historia era el olvido. La rebelión del antepasado fue escribir. En su testimonio, que los descendientes conservaron, incluyó los nombres de los encargados más crueles de la cuadrilla. Un siglo y medio después, muertos ya los victimarios, el chino mandó a ejecutar a sus descendientes.

El protagonista de la novela hizo algo con lo que recibió. Así alteró la cadena de trasmisión. Lo que pasó a la generación siguiente no fue lo mismo.

Mi abuela

Mi madre fue la hija mayor de América Scarfó.

Cuando nací, América, mi abuela, llegó a la clínica a las ocho de la mañana, tres horas después del parto.

El cochecito en el que me paseaban fue un regalo suyo. Un coche cuna con capota sobre unas ruedas grandes de color blanco. Los guardabarros y la estructura tenían el brillo que le daban los cromados.

En mi infancia veía a mi abuela en las reuniones familiares. Después los encuentros se fueron espaciando.

Cuando tenía ocho años, ella se instaló en mi casa un fin de semana que mis padres salieron de viaje. Esa fue la vez que compartimos más tiempo y, sin embargo, no tengo un solo recuerdo de esos días.

Cuando íbamos a su casa solía preparar un bizcochuelo dulce que rellenaba con verduras. Una suerte de pionono con forma de torta. Cuando lo llevaba a la mesa y se disponía a servirlo, me miraba y decía: “El que te gusta a vos”.

Antes de que cumpliera veinte, me tejió un chaleco que, cuatro décadas después, todavía conservo. Es raro que lo use, pero nunca se me ocurrió desprenderme de él.

Su legado no pasó por la comida ni por el tejido. El modelo de abuela de la época le era ajeno.

No recuerdo haber estado a solas con ella.

Nunca la escuché hablar de su historia.

Cómo se escribe la historia

Osvaldo Bayer, en su investigación para el libro Severino di Giovanni. El idealista de la violencia, se encontró con la familia Scarfó, la familia de América.

Todo lo que se ha escrito sobre Di Giovanni y sobre mi abuela tiene su fuente en ese libro.

Lo que se ha escrito sobre ella, que no es poco, abarca, sobre todo, un período de tres años, los que compartió con Severino, los del amor fulgurante. Son tres años, en una vida que tuvo noventa más.

En mi hoja de ruta hice una lista de personas que la conocieron. En ella, mi madre tuvo los méritos para ocupar el primer lugar. A los ochenta y cinco años, estaba empezando a recorrer el tramo final de su vida. Por eso, no me demoré en proponerle que nos encontráramos con cierta regularidad para que me contara la historia de la familia.

Esa historia no había circulado en mi casa. Las pocas veces que hice algunas preguntas, mi madre no tuvo buena disposición para hablar. En general, parecía que recordar la llevaba a lugares ingratos. Sin embargo, esta vez le interesó la propuesta.

Los encuentros fueron en su casa. Me esperaba sentada en su sillón. En la mesa baja que estaba enfrente tenía preparadas algunas fotos o cartas para mostrarme.

Entre un encuentro y otro ella seguía pensando. Me lo hacía saber con algún mensaje que dejaba en el teléfono. Podía ser un recuerdo nuevo o un pensamiento relacionado con lo que habíamos hablado la última vez.

Solo una vez nos reunimos fuera de su casa. Fuimos a un pequeño café. Después de casi dos horas, cuando habíamos acordado que ya estaba bien por esa tarde, una mujer que se había sentado cerca de donde estábamos vino hasta nuestra mesa. Le costaba hablar, algo la avergonzaba. Había estado escuchando toda nuestra charla. Se apuró en aclarar que era admiradora de América y que haber escuchado a su hija hablando de ella la emocionaba.

Mi madre, que le tenía prohibido a mi abuela que la nombrara si daba alguna entrevista, que no quería que se hiciera público que era su hija, hizo, en este caso, una excepción y sonrió.

PRIMERA PARTE

Soñar

Capítulo I

Fina

Cuando Catalina Romano supo que sus padres creían que Pedro Scarfó era un buen candidato para ella, no la sorprendió la posibilidad de pasar el resto de su vida con un hombre que no conocía. Lo que la desconcertó fue que, teniendo hermanas mayores solteras, la elegida hubiera sido ella.

Su padre trabajaba en la construcción de la red ferroviaria y tenía un grupo de obreros a cargo, entre los cuales estaba Pedro, que aceptó la invitación a conocer a la hija de su jefe. Él tenía 22 y ella 16.

El casamiento fue en Calabria. Después de los festejos, el matrimonio se instaló en la planta alta de la casa de los Romano. Al poco tiempo nació Santa, que sería la única hija italiana de la pareja. La niña y la guerra llegaron juntas. En 1895 comenzó la campagna d’Africa orientale, la invasión italiana a Etiopía.

La guerra no tuvo clemencia con la familia Romano. Dos de sus hijos, uno médico y otro ingeniero, murieron en el frente. Y si no reclutaron al tercer varón, no fue por piadosos, sino porque era cura.

A los Scarfó la guerra no los trató mejor. El día que recibieron la noticia de la muerte del primogénito, no dudaron: Pedro, el único hijo que les quedaba, tenía que dejar el país lo antes posible.

Pedro viajó a Argentina con su suegro. Se instalaron en Buenos Aires y, como en Italia, trabajaron juntos en la construcción. Fueron cuatro años los que necesitaron para levantar una casa que estuviera en condiciones de recibir al resto de la familia.

El relato de mi madre sobre esa época, previa al nacimiento de América, tuvo un tono neutral, como el de alguien que se limita a contar datos objetivos. Fue la guerra, que siempre hace estragos. No más.

Me llevó un tiempo darme cuenta de que allí había ocurrido un desastre y me pregunté por las posibles secuelas de esas muertes a las cuales parecía que se les había puesto sordina.

Con Catalina en Buenos Aires, la familia creció. A Santa le siguieron tres hermanos: Antonio, José y Asunción. Des-pués del tercer varón en fila, Pedro anunciaría ante cada nuevo embarazo que, si llegaba una niña, haría una fiesta. Los siguientes alumbramientos no le dieron el gusto. Primero fue Paulino y después Alejandro. Finalmente, el 12 de noviembre de 1912, el padre festejó: había llegado al mundo una nena a la que llamaron Josefa América.

Pedro se independizó de su suegro y, con un grupo de obreros que dirigía, fue tomando obras de mayor tamaño y complejidad. Entre las que quedaron en la memoria de la familia, mi madre recordó con cierto orgullo la balaustrada de la Confitería del Águila, y la estancia de la familia Agustoni, en la provincia de Santa Fe.

A mi abuela la llamaban Fina. No por Josefina, sino por el modo delicado que tenía.

Como su hermana mayor se casó cuando ella tenía un año, América creció entre varones como la única hija de la casa.

Su abuela materna, la señora Ferro, era catequista en la iglesia de Floresta y desarrollaba una actividad peculiar: bautizaba a las niñas y a los niños que no contaban con ese sacramento. Lo hacía cuando los padres, poco afectos a los preceptos de la religión, se iban a trabajar. El trámite requería del consentimiento de las madres y de la presencia de una madrina. Para esta función, la señora Ferro llevaba a América, su nieta.

A la mañana, la abuela le pedía a Catalina que le preparara a la nena para cumplir con la tarea evangelizadora. América creía en la pasión de su abuela y en la misión que les había tocado. Su convencimiento se apoyaba en la educación religiosa que recibía en el colegio. En el apogeo de aquel período de fervor místico les comunicó a sus padres que quería ser monja.

En ese momento temprano de la vida de América se reveló el interés que le despertaban las personas que, movidas por un deseo muy intenso, consideraban que tenían una misión en la vida.

La relación con su abuela y con la religión entró en crisis cuando América se acercó a Paulino y a Alejandro, sus hermanos, cuyo catolicismo, para la señora Ferro, dejaba bastante que desear. Entonces, se preguntó si podía ser un pecado bautizar a los niños a escondidas de sus padres. Como ya conocía la respuesta de su abuela y las de sus hermanos, decidió consultar la opinión de su madre. Catalina justificó la tarea con un argumento convincente: si esos niños hubieran muerto sin haber sido bautizados, no habrían podido ver a Dios. América entendió el mensaje, pero se dio cuenta de que prefería hablar con sus hermanos.

Paulino

Los hijos varones mayores de los Scarfó-Romano crecieron cercanos al padre y se inclinaron por el aprendizaje de un oficio. Antonio fue sastre y trabajó en Mc Hardy Brown, una de las grandes tiendas del centro de Buenos Aires. José, también hábil con las manos, fue primero carpintero y luego se especializó en la ebanistería.

La segunda camada de hijos tuvo la impronta de la familia materna y en especial la del tío Pablo, hermano de Catalina. Fue él quien propuso el nombre del primer sobrino del nuevo grupo. Se llamó Paulino Orlando. Paulino era la versión italiana de Pablo y Orlando en homenaje a Orlando furioso, el poema épico de Ariosto.

Cuando Paulino y Alejandro entraron en la adolescencia, el tío los inició en el amor por la literatura y en la pasión por las ideas. Les hablaba de Dante y también de Vittorio Alfieri, que decía que el tirano debía morir. La relación con sus sobrinos fue breve e intensa, como la vida de Pablo, que tuvo una muerte prematura. Una muerte cuya causa no conozco y será difícil conocer. Una muerte que marcaría el comienzo de un linaje que llevará un sino trágico cifrado en un nombre. El tío Pablo, su sobrino que llevaba su mismo nombre en italiano y dos Pablos de las generaciones siguientes.

Paulino fue el hijo preferido de Catalina. Ella decía que él tenía una “boquita dulce”, cuando se refería a su manera de hablar. En la infancia fue tranquilo e introvertido y cuando creció mantuvo un perfil silencioso y discreto. En confianza desplegaba su sentido del humor y su lucidez.

Uno de los rasgos que lo definirían se manifestó una noche, cuando estaba por cumplir los trece años. Ya había oscurecido y en la casa estaba solo con su madre. Ella oyó ruidos de pasos en la terraza y el susto la paralizó. Al verla en ese estado, Paulino salió al patio y, a los gritos, le pidió que le trajera “la escopeta”. Los ladrones huyeron. En la casa no había armas.

En ese momento, su madre, por el temor a lo que podría haber ocurrido, no reparó en que su hijo tenía un coraje que nadie conocía.

América y sus hermanos

La campaña que llevaban adelante con su abuela se volvió una carga para América. Sus nuevos intereses competían con los bautismos en los que había cosechado infinidad de ahijados.

Su madre advirtió la curiosidad que tenía por los libros que leían sus hermanos y no dudó en prohibírselos. Esa restricción, en lugar de amedrentarla, la estimuló. América no se iba a doblegar ante un mandato que la dejaba, por ser mujer, fuera del acceso a la cultura.

Los miserables de Víctor Hugo trastocó por completo su concepción del bien y del mal. Después vinieron Tolstoi, Turguénev y Gorki. Más tarde, los clásicos españoles.

La desobediente seguía los intereses literarios de sus hermanos y, además, comenzó a participar de los encuentros que organizaban Paulino y Alejandro. En ellos había recitales de poesía, de música y pequeñas representaciones teatrales.

Una foto

América en el patio de la casa familiar. La gracia de la imagen se sostiene en tres puntos. El más evidente, en la parte superior. La cabeza, coronada por una gran gorra, está levemente inclinada hacia atrás. Los ojos entrecerrados se posan sobre la punta del cigarrillo encendido.

El gesto más sutil lo encontramos en la zona inferior. La leve torsión de la muñeca izquierda y la suavidad con que se apoyan los dedos en el respaldo de la silla hacen que esa mano, en lugar de sostener el peso del cuerpo, lo eleve, para que la atención se concentre en la parte superior.

Allí, el cigarrillo reposa sobre el dedo mayor flexionado, con una leve inclinación hacia la izquierda para que la brasa quede justo frente a su rostro.

La foto capta bien el humor y el desafío a lo establecido, dos rasgos del grupo que sus hermanos lideraban y del que ella ya formaba parte.