Amor apasionado - Princesa de incognito - Victoria Pade - E-Book

Amor apasionado - Princesa de incognito E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Amor apasionado Victoria Pade El trabajo de Neily consistía en determinar si el nieto de una anciana estaba capacitado para cuidar de ella. Teóricamente, debía ser objetiva y no dejarse influir por su impresionante atractivo ni rendirse al deseo poderoso y prohibido que había despertado en ella desde el primer día. En cuanto a Wyatt, no había viajado a Northbridge en busca de una aventura. Pero, ¿cómo podía resistirse un hombre a la tentación cuando se le presentaba de una forma tan atractiva como la irresistible Neily? Princesa de incógnito Christine Flynn El aislado rancho de Montana parecía el lugar perfecto para que la princesa Sophie Saxe pudiera refugiarse del acoso de los paparazzi. Ella creía que había encontrado la paz allí, hasta que descubrió que se estaba enamorando de un hombre distinto a cualquiera de los que ella había conocido en su mundo de lujo y apariencias. Pero el hogar de Carter McLeod estaba bajo aquel enorme cielo azul, junto a la adorable niña a la que estaba criando él solo, mientras que el de Sophie estaba en la corte real de Europa.

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Seitenzahl: 397

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 427 - noviembre 2020

 

© 2008 Victoria Pade

Amor apasionado

Título original: Hometown Sweetheart

 

© 2009 Christine Flynn

Princesa de incógnito

Título original: The Rancher & the Reluctant Princess

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-947-6

 

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Amor apasionado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Princesa de incógnito

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DIJISTE que tenías un desatascador y que sabías usarlo, así que te tomé la palabra.

Neily Pratt le estaba tomando el pelo a Charlie, un fontanero a quien conocía de toda la vida. Charlie sólo era uno más de los vecinos de Northbridge, una localidad de Montana, que habían dedicado el domingo a arreglar la vieja casa de Hobbs, un edificio gigantesco de ladrillo situado en lo alto de una colina al final de la calle South, en el mejor barrio del pueblo.

La casa había estado vacía hasta una semana antes, cuando su propietaria, Theresa Hobbs Grayson, se las arregló de algún modo para robar el coche de la enfermera que cuidaba de ella en su residencia de Missoula y conducirhasta Northbridge. En cuanto llegó, abandonó el coche delante de la heladería, caminó la manzana y media de distancia que la separaba de la casa y entró por la puerta del sótano.

Pasaron varios días antes de que se descubriera la presencia de la mujer, que sufría una enfermedad mental. Cuando la policía se presentó en el domicilio, Theresa huyó a un dormitorio del primer piso, se encerró en él y declaró en plena histeria que se negaba a marcharse y que estaba allí para recuperar lo que le habían quitado. Los agentes no tuvieron más remedio que llamar a los servicios sociales del Ayuntamiento; pero en Northbridge, esos servicios se reducían a un solo asistente, Neily Pratt, que ahora estaba a cargo de Theresa y se alojaba en la vieja casa de Hobbs.

Cam, el hermano de Neily, se reunió con ella en el porche desde el que estaba dando las gracias y las buenas noches a todos los que se marchaban.

—¿Estás bien aquí, sola? —preguntó él.

Cam era uno de los policías locales. También había estado trabajando ese día para adecentar la casa.

—Estoy perfectamente —le aseguró.

Neily sabía que su hermano sólo estaba preocupado por su seguridad. Como asistente social, había trabajado con personas que podían suponer un peligro, pero dudaba que la encantadora anciana de setenta y cinco años se encontrara en ese caso.

—¿Ha vuelto a montar alguna escena como la de la noche que la encontramos?

—Theresa sólo me complica la vida cuando insinúo que tendría que marcharse de la casa. Mientras no toque ese tema, es como un corderito… será mejor que se quede aquí hasta que encontremos una solución de largo plazo.

—Por lo menos, la casa está más limpia y ya no hay peligro de incendio. Además, han desatascado la pila de la cocina y remplazado todas las ventanas rotas —observó su hermano.

—Gracias a ti a y a los buenos samaritanos que habéis venido a ayudarme. Os agradezco especialmente lo de las ventanas… abril está siendo bastante cálido, pero refresca de noche y el cartón que tapaba los cristales rotos no servía de gran cosa.

Neily y Cam intercambiaron unas palabras con el electricista, que salía en ese momento. Cuando el hombre se alejó hacia su furgoneta, que estaba aparcada en el vado, ella continuó:

—De todas formas, todavía no he notado síntoma alguno de que Theresa sea violenta. Su humor es cambiante y está muy confundida, pero no es un peligro para nadie. Ni siquiera entiendo cómo logró llegar a Northbridge… pasa casi todo el tiempo en la mecedora del dormitorio principal, en silencio.

—Ya me he dado cuenta. No la he visto en todo el día.

—Ni tú, ni nadie. No quiere que la molesten. Pero yo no podía permitir que estuviera sola, así que…

—Le has buscado compañía —la interrumpió.

—Sí, pero después de prometerle a Theresa que no sería nadie que la hubiera conocido en el pasado. Quién sabe por qué habrá puesto esa condición.

En ese momento salieron tres voluntarios más, entre los que se encontraba Missy Hart, la chica de diecisiete años a quien había contratado para que hiciera compañía a Theresa. Después de otra ronda de agradecimientos y despedidas, Cam dijo:

—Tal vez no debería estar dentro sin vigilancia.

—Seguro que sigue en la mecedora cuando suba a verla, por eso le he dicho a Missy que se podía marchar. Además, como tiene pánico de ver a cualquiera que la conozca, no saldrá del dormitorio hasta que yo le diga que todo el mundo se ha marchado.

—¿Ya te has formado una opinión profesional sobre el estado de nuestra fugitiva senil?

Neily contestó a su hermano porque no suponía ninguna ruptura de confidencialidad. Cam conocía el caso y estaba involucrado en él.

—El examen físico de Theresa no ha mostrado ninguna señal de malos tratos, aunque ella tampoco insinúo tal cosa cuando respondió a mis preguntas. Está bien alimentada, bien vestida y limpia. Pero su cuerpo es una cosa y su cabeza, otra…

—Comprendo.

—Los servicios de Missoula se han puesto en contacto con su enfermera y con su nieto, que vendrán pronto y se encargarán de ella. Bajo mi supervisión, claro está —puntualizó—. Luego haré las entrevistas que faltan y redactaré el informe, pero eso puedo hacerlo aquí, con Theresa y con quien venga a verla.

—Vamos, que Theresa está mentalmente… desconectada —dijo Cam, planteando la cuestión de forma suave.

—Tiene muchos problemas. La memoria le falla y a veces no me reconoce y me llama Mikayla. Cuando le pregunto quién es Mikayla, no puede o no quiere contestar. Pero sea quien sea, parece que le cae bien.

Entre la riada de coches, camionetas y gente que se alejaba a pie colina abajo, Neily vio un todoterreno negro que avanzaba lentamente hacia la casa y que no conocía.

—Como sea otro periodista, voy a tener unas palabritas con él —dijo a su hermano.

Cuando Theresa se había escapado de Missoula, las autoridades la dieron por desaparecida y comenzaron la búsqueda. Y ahora que ya se conocía su paradero, toda una legión de periodistas había descendido sobre la pequeña localidad para conseguir una buena historia.

—Me acercaré a preguntar y me libraré de ellos —declaró Cam—. Por cierto, hermanita… deberías lavarte la cara. La tienes llena de hollín de la chimenea.

El último grupo de voluntarios salió de la casa. Neily tuvo que permanecer en el porche para despedirse de ellos, así que no pudo hacer otra cosa que pasarse la mano por la cara con la esperanza de adecentarse un poco.

Cam volvió unos segundos después. Lo acompañaban una mujer gruesa y un hombre, los ocupantes del todoterreno.

—No era un periodista —le informó—. Te presentó al nieto de Theresa, Wyatt Grayson, y a su enfermera, Mary Pat Gordman.

Neily maldijo su suerte por tener que recibirlos con toda la cara manchada. Por otra parte, su hermano ya le había comentado que tenía la ropa llena de polvo y que su largo cabello, de color chocolate, no podía estar más revuelto. Se mirara como se mirara, su aspecto distaba mucho de resultar profesional. Y eso le molestó más todavía porque el nieto de Theresa resultó ser un hombre atractivo y más o menos de su edad.

Sin embargo, como no podía hacer nada al respecto, fingió que todo estaba bien y adoptó un tono serio pero cordial.

—Encantado de conoceros. Yo soy Neily Pratt, la asistente social de Theresa.

La mujer gruesa no se movió, pero Wyatt Grayson se acercó a ella. Era un hombre alto, seguro, de hombros anchos y lo suficientemente musculoso como para que sus pantalones de color caqui y su polo azul marino no lo disimularan.

Cuando la miró de nuevo, había tal brillo de extrañeza en sus ojos que Neily se creyó en la obligación de justificar su aspecto.

—Lamento recibiros así —declaró—. Hemos estado limpiando la casa y tenía décadas de polvo acumulado.

Wyatt Grayson sacudió la cabeza, frunció el ceño y murmuró:

—No, la no miraba así por eso. Es que se parece a…

—¿A una mujer llamada Mikayla? —preguntó ella—. Porque Theresa no deja de llamarme de ese modo…

—Mikayla —repitió el hombre con su voz de barítono, en tono enigmático—. Sí, eso es, Mikayla.

La respuesta sólo sirvió para aumentar la curiosidad de Neily, pero Wyatt Grayson no explicó quién era y se limitó a ofrecerle la mano.

—Es un placer, señorita Pratt —dijo.

—Neily —corrigió.

Neily ni siquiera supo por qué, pero le estrechó la mano con un entusiasmo poco habitual en ella. Y el contacto fue tan intenso que sintió cada detalle, cada matiz del encuentro entre sus pieles.

Fue una de las cosas más extrañas que le habían pasado en toda su vida, pero significara lo que significara, era evidente que estaba totalmente fuera de lugar en ese momento y se apresuró a apartarse.

Cam rompió el silencio mientras Wyatt Grayson la seguía observando con sus ojos grises, como de peltre.

—Tengo que volver a comisaría, Neily. Mi turno empieza dentro de poco, así que si no me necesitas para nada más…

—No, no, márchate.

Neily logró contestar a su hermano a pesar de que el escrutinio de Wyatt Grayson empezaba a resultarle incómodo. De hecho, se sintió muy aliviada cuando el recién llegado se giró para despedirse de Cam. Pero además de sentir alivio, su cambio de posición le permitió observarlo con más detenimiento. Y podría haberlo mirado durante horas y horas.

Su cabello, de color rubio oscuro y corto a los lados, estaba ligeramente más largo en la parte superior, que llevaba revuelta y le daba un aspecto informal y rebelde. Su nariz tenía una forma perfectamente recta. Sus labios no eran grandes, pero su sonrisa irónica resultaba muy sexy. La estructura de su fotogénica cara parecía una colección de depresiones y ángulos bien definidos, con pómulos altos, mejillas lisas y una mandíbula escultural. Y por si eso fuera poco, sumaba unos ojos grises y sensuales que, según la luz que les diera, adquirían un tono plateado o azul.

Sin embargo, Neily se recordó que su belleza física carecía de importancia para el caso. Wyatt Grayson era uno de los guardianes de su abuela y su atractivo no debía influir en su valoración profesional.

Cuando Cam se alejó hacia el coche, ella preguntó:

—¿Por qué no pasamos dentro?

—¿Cómo está mi abuela? ¿Se encuentra bien? El asistente social de Missoula dijo que no había empeorado, pero no es precisamente joven ni está en posesión plena de sus facultades mentales. Me sorprende que se escapara y que fuera capaz de llegar aquí… Mi hermano y mi hermana están tan asombrados como yo.

Neily los acompañó al interior de la casa, pensando que la preocupación de Wyatt era un buen síntoma; significaba que quería a su abuela.

—El asistente de Missoula tiene razón. Theresa se encuentra aparentemente bien, pero no sé cómo estaba antes y no puedo comparar.

—Siento que ningún miembro de mi familia pudiera venir cuando las autoridades se pusieron en contacto conmigo, el jueves pasado. Mi hermana estaba en México y no pudo marcharse porque se enfrentaba a un problema grave en una de nuestras fábricas y necesitábamos que se quedara allí. Y mi hermano estaba con la policía, en Canadá… alguien se enteró de la desaparición de mi abuela y pensó que podía ganar algún dinero llamando por teléfono y fingiendo un secuestro.

Neily cerró la puerta a sus espaldas y Wyatt siguió con la explicación:

—Yo me quedé solo en Missoula, con toda la conmoción de la búsqueda. Cuando me dijeron dónde estaba mi abuela, los servicios sociales nos acribillaron a Mary Pat y a mí con tantas preguntas y tantos formulismos como si pretendieran evitar que viniéramos a Northbridge. Ha sido una verdadera pesadilla.

—Estoy segura de ello…

Neily prefirió no decirle que estaba en lo cierto, que el asistente social de Missoula había hecho lo posible por retrasar su marcha. Quería asegurarse de que su visita no empeoraría la situación de Theresa.

—La policía me llamó cuando supo que tu abuela estaba en la casa —continuó ella—. He estado cuidándola desde entonces, así que no había prisa alguna.

—De todas formas, no quiero que saques una conclusión equivocada. Todos estábamos muy preocupados por nuestra abuela, y habríamos venido el mismo día si hubiéramos podido —explicó.

Neily llevó a los recién llegados al salón.

—¿Dónde está, por cierto? —preguntó él, mirando a su alrededor.

—Sería mejor que tú y que la señorita Gordman…

—Mary Pat, por favor —intervino la mujer.

—¿Por qué no os sentáis un momento? Iré a ver si Theresa se encuentra en disposición de veros. Lleva todo el día en su dormitorio y me gustaría que saliera un rato.

Ni la enfermera ni el nieto aceptaron la invitación a sentarse, tal vez porque estaban demasiado preocupados por la anciana. Neily se excusó, volvió al vestíbulo y subió por la escalera.

Al llegar a la puerta del dormitorio principal, llamó y entró sin esperar respuesta. Theresa solía estar demasiado perdida en su propio mundo como para oír una llamada.

La anciana estaba justo donde la había imaginado, en la mecedora, moviéndose hacia delante y hacia atrás como si eso la relajara. Theresa Hobbs Grayson era una mujer relativamente pequeña; Neily medía un metro sesenta y le sacaba ocho centímetros más o menos. Tenía el pelo de color sal y pimienta, corto y arreglado, y unos ojos grises que carecían de la pasión y de los tonos diferentes de los ojos de su nieto, pero a pesar de ello, supo que Wyatt habría heredado de su abuela la chispa y también el atractivo, porque Theresa seguía siendo muy guapa.

—¿Theresa? —preguntó.

La anciana no parecía haber notado su presencia en la habitación.

—¿Mikayla?

—No, soy Neily… ¿no te acuerdas?

—Sí, claro… Neily. He vuelto a equivocarme, ¿verdad? —dijo la mujer.

—Tu nieto Wyatt está abajo —le informó.

Los ojos, la cara y hasta la postura de Theresa cambiaron de inmediato. Evidentemente, la noticia le alegraba mucho.

—¿Mi Wyatt? —declaró con entusiasmo.

—Sí, y Mary Pat…

—¿También Mary Pat? —preguntó, decepcionada.

—En efecto.

Theresa se quedó pensativa unos segundos.

—No habrán venido para llevarme, ¿verdad? No voy a marcharme de aquí. No quiero marcharme. ¡No hasta que consiga lo que es mío!

—Lo sé, lo sé. Pero no han venido para llevarte con ellos. Van a quedarse aquí, contigo.

—¿En serio?

Neily notó que en su pregunta había más esperanza y alegría que temor. Eso también era un buen síntoma.

—Claro que sí —contestó—. Entonces, ¿te parece bien que se queden contigo en la casa? ¿Incluso si yo me marcho?

—Oh, sí. Sé que me ayudarán. Me ayudarán a recobrar lo que es mío. Mi Wyatt se encarga de las cosas importantes y Mary Pat cuida de mí… Siempre han sido muy buenos conmigo —afirmó.

—¿Te gustaría bajar al salón a saludarlos?

—¿Están sólo ellos?

—Sí, los demás se han marchado. Y la casa tiene un aspecto mucho mejor… podrás ver lo que hemos hecho mientras estabas en la habitación

—Me gustaría ver a Wyatt y a Mary Pat.

—Pues bajemos.

A Theresa no le costó levantarse de la mecedora ni acompañar a Neily escaleras abajo. En cuanto vio a su nieto y a la enfermera, cruzó el salón a toda prisa y los abrazó como un niño encantado de ver a sus padres tras una separación larga. Era evidente que no les tenía ningún miedo; eso confirmaba la opinión del asistente social de Missoula, quien ya le había dicho que podía dejar el cuidado diario de la anciana en sus manos.

—¡Cuánto me alegro de veros! —declaró Theresa—. Pero Wyatt, ¿dónde están Mikayla y el niño? ¿No han venido contigo? ¡Todavía no he visto al bebé!

El interés de Neily se volvió aún más fuerte al observar que Wyatt Grayson se ponía súbitamente tenso.

—¿No te acuerdas, abuela? Mikayla y el niño, murieron.

Theresa se llevó las manos a la cabeza.

—Oh, lo siento… lo he vuelto a olvidar otra vez. Lo siento, Wyatt, lo siento muchísimo.

—Yo también, pero no te preocupes. Estamos muy contentos de haberte encontrado. Nos has dado el mayor susto de nuestras vidas.

—Tenía que volver a esta casa —afirmó Theresa, con tono de quien comparte un secreto—. Yo nací aquí… ¿Lo sabías?

—Sabíamos que naciste en una localidad pequeña de los alrededores de Billings —contestó—, pero nunca dijiste dónde. No conocíamos el nombre de la localidad, ni sabíamos que poseías una casa en ella.

—El abogado paga los impuestos, y creo que también se ocupa de que alguien la mantenga en buenas condiciones. El abuelo se encargó de organizarlo todo para que yo no tuviera que preocuparme por esas cosas, y ha sido así desde hace muchos años. Pero tenía que volver. ¡Tenía que volver, Wyatt! —exclamó, repentinamente desesperada.

—Tranquilízate, abuela. Ahora que sabemos que estás a salvo, nos sentimos muy aliviados.

—¿A salvo? Sí, estoy a salvo. Aunque tú no lo sepas, soy una mala persona. Pero eso sí, estoy a salvo —declaró.

Neily había contemplado muchas escenas parecidas durante los días pasados; Theresa empezaba a hablar, se liaba y terminaba por decir cosas sin sentido. También había descubierto que intentar razonar con ella en esas circunstancias era totalmente inútil; si la presionaban, no obtendrían más información y además, se enfadaría. Pero su nieto también debía de saberlo, porque se quedó en silencio.

Theresa se acercó a Mary Pat, la tomó del brazo y dijo, como si fuera una niña pequeña:

—Quiero irme a la cama. ¿Me leerás algo para que me quede dormida, Mary Pat?

La enfermera le dio un golpecito en el brazo.

—He traído el libro que empezamos la semana pasada.

—Espero que no lo hayas leído sin mí…

—No he leído ni una palabra.

Wyatt dijo a Mary Pat que iría a buscar su equipaje mientras ella llevaba a Theresa al dormitorio y, acto seguido, se giró hacia su abuela.

—Dentro de unos minutos subiré a darte las buenas noches —afirmó.

—Sí. Dentro de unos minutos —dijo la anciana.

Neily y Wyatt Grayson observaron a Theresa y a Mary Pat mientras desaparecían escaleras arriba.

—Bueno, supongo que ahora somos compañeros de piso —declaró Wyatt.

—No, yo no me quedaré aquí. Os la dejaré a vuestro cuidado.

—Vaya… ¿quiere eso decir que hemos aprobado el examen? —preguntó con ironía.

Antes de que Neily pudiera contestar, él continuó.

—Sé que cuando sucede algo así e intervienen los de servicios sociales, se investiga la situación y a las personas involucradas. No es que me guste, pero no tenemos nada que ocultar y lo comprendo, has hecho lo que tenías que hacer. Todos queremos lo mismo… lo que sea mejor para mi abuela.

Neily se sintió agradecida. Su actitud facilitaba las cosas.

—En efecto, eso es lo que todos queremos —confirmó.

—Y crees que de momento es mejor que nos quedemos en Northbridge, ¿verdad?

—Bueno, Theresa se ha tomado muchas molestias para venir.

—Y que lo digas. Normalmente nos costaba convencerla para que saliera de su casa de Missoula, y cuando la convencíamos, nunca salía sola —explicó—. Hacía tantos años que no conducía un coche, que me sorprende que haya sido capaz. Pero claro, todo lo sucedido es sorprendente…

—De todas formas, ahora parece decidida a quedarse aquí. He hablado con el asistente de Missoula y con el médico que la trata y estamos de acuerdo en que es mejor que no la presionemos con ese asunto. Por lo menos, de momento.

—Para nosotros no es ningún problema. Haremos lo que le haga feliz.

—Magnífico.

—Pero no te vas a quedar…

—No, aunque vendré todos los días.

—Me parece justo —dijo él—. Y ahora, ¿tienes algo que preguntarme?

Neily quería preguntarle quién era Mikayla y cómo habían muerto ella y su bebé, pero no estaba segura de que aquello tuviera alguna relación con Theresa y prefirió tragarse la curiosidad.

—Es tarde. Yo estoy llena de polvo y tú seguramente querrás descansar, así que podemos dejar la conversación para otro día.

—Ahora que mencionas lo del polvo, ¿toda esa gente que he visto al llegar ha estado ayudando a arreglar la casa de mi abuela? —preguntó él.

—Sí, son vecinos del pueblo. Han venido a echar una mano.

—Tal vez debería pagarles…

—No, las cosas no funcionan así en Northbridge. Cuando alguien necesita algo, los demás lo ayudan —le informó.

Él arqueó las cejas, sorprendido.

—Qué detalle.

—Desde luego.

Neily se sorprendió mirándolo con más intensidad de lo normal y decidió que había llegado el momento de marcharse.

—Iré a buscar mi bolsa. La he dejado en el cuarto de estar…

—No conozco la casa, pero por fuera parece muy grande. ¿Por qué te has alojado en el cuarto de estar? Podrías haber elegido cualquier habitación…

—Sí, podría. En el piso de arriba hay cinco dormitorios. Pero no quería arriesgarme a que Theresa se despertara en mitad de la noche y se fugara, así que decidí dormir abajo. Con un ojo abierto casi todo el tiempo —comentó con humor.

—Lo siento —se disculpó—. Si hubiera podido, habría venido antes.

—No te preocupes. Ahora ya estáis aquí. Y después de una ducha y un buen sueño en mi cama, estaré como nueva.

De repente, a Neily le pareció que hablar de camas era algo arriesgado en presencia de aquel hombre, se sentía tan vulnerable y tan consciente de sí misma en su presencia que pensó que se debía al cansancio.

Le dio su número de teléfono y una tarjeta del trabajo. Mientras atravesaban el salón para ir al cuarto de estar, Neily le dio una explicación breve sobre la distribución de la casa. Después, ella recogió su bolsa y él la acompañó a la puerta.

—Si me quedara, esta noche dormiría bien de todas formas. El contratista local ha venido hoy y ha instalado cerrojos en todas las puertas y ventanas para que Theresa no pueda escaparse con facilidad —explicó mientras le daba un manojo de llaves—. Si tu abuela no tiene acceso a esto, podrás dormir a pierna suelta.

Wyatt se guardó las llaves y comentó:

—Al menos, me gustaría pagar los materiales que han comprado para arreglar la casa…

—Se lo diré.

—Diles también que les estoy muy agradecido y que…

—Por supuesto.

Neily abrió la enorme puerta y él la siguió al porche.

—Tengo que sacar el equipaje del maletero —explicó él.

Hacía fresco y faltaba poco para el anochecer. Wyatt Grayson miró a su alrededor y no vio más vehículo que el suyo, así que preguntó:

—¿Dónde está tu coche?

—He venido andando.

—Entonces, permíteme que te lleve a casa…

—Te lo agradezco mucho, pero está muy cerca. Además, estoy segura de que querrás volver con tu abuela —dijo ella—. Vendré mañana, pero si necesitas algo antes o tienes alguna pregunta, no dudes en llamarme por teléfono… aunque sea en mitad de la noche.

—Gracias.

Neily se alejó hacia su casa mientras Wyatt caminaba hacia el todoterreno. Y cuando ya estaba a cierta distancia de él, no pudo resistirse al impulso de mirar hacia atrás para mirarlo de nuevo.

Wyatt había abierto el maletero y estaba cargando el equipaje como si su fuerte y musculoso cuerpo no notara el peso en absoluto.

La boca se le quedó seca.

En sus años como asistente social había sentido compasión, piedad, conmiseración, simpatía, empatía, tristeza, dolor e incluso ira hacia la gente con la que trataba, pero nunca, jamás, lo que sentía por Wyatt Grayson.

Ni siquiera sabía cómo definirlo.

Se parecía terriblemente a la atracción física, pero no podía ser eso.

Y sin embargo, cuando él se giró hacia ella como si tampoco se pudiera resistir a la tentación de mirarla una vez más, Neily sintió un revoloteo de mariposas en la boca del estómago.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, alzó una mano y la agitó de un modo coqueto e insinuante.

Wyatt Grayson imitó el gesto.

Del mismo modo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

WYATT estaba sentado en la cama, a primera hora del lunes por la mañana, cuando colgó el teléfono. Había mantenido una conversación con sus hermanos, Ry y Marti. Los dos seguían de viaje, Ry en Canadá y Marti en México, pero querían saber cómo estaba su abuela y averiguar qué pensaba hacer el Departamento de Servicios Sociales ahora que se había declarado a Theresa, oficialmente, incapaz de cuidar de sí misma.

Tras informarles y responder a sus preguntas sobre el asistente de Missoula y la de Northbridge, le costó quitarse a Neily Pratt de la cabeza. Y no sólo porque se hubiera dado la vuelta para mirarlo.

No le extrañaba que su abuela la confundiera con Mikayla. Aunque no eran ni mucho menos idénticas, se parecían tanto como si fueran primas. Sobre todo en el pelo, fuerte y de un castaño caoba intenso que llamaba la atención, pero también en la nariz, fina, respingona, tentadora.

Sin embargo, Neily era más baja que Mikayla, incluso teniendo en cuenta que la asistente social llevaba zapatillas deportivas y no zapatos de tacón alto. Tampoco era de piel morena, sino muy blanca, y sus ojos no eran de color avellana sino de un azul tan maravillosamente metálico y profundo que no se cansaba de mirarlos. En cuanto a su cuerpo, la asistente era menos voluptuosa que Mikayla, aunque con curvas suficientes como para gustar a cualquiera.

Intentó dejar de pensar en ella, pero no lo consiguió y empezó a parecerle preocupante. Su encuentro le había afectado mucho; no por la posible investigación del Departamento de Servicios Sociales, puesto que su abuela no había sido víctima de abusos ni de negligencia alguna, sino por su propia respuesta ante Neily Pratt.

Había sentido algo extraño. Algo que lo empujaba a verla de nuevo, a charlar con ella, a admirarla con menos polvo encima. Y eso era alarmante, porque sabía que podía ser un principio y no quería que lo fuera.

Sacudió la cabeza, disgustado con sus emociones, y se preguntó qué le estaba pasando. Acababa de conocer a esa mujer, y desde luego no tenía la menor intención de mantener una relación con alguien después de lo de Mikayla y de los dos años que habían transcurrido desde su muerte.

Habían sido dos años tan terribles que se había convencido de que no volvería a ver la luz del sol en cuestión de sentimientos, tan insoportables, que tuvo miedo de terminar con el tipo de depresión que había llevado a su abuela a aquel estado.

Pero sin saber ni cómo ni por qué, las cosas habían empezado a mejorar. Aunque no estaba totalmente recuperado, aunque la vida le había jugado una mala pasada, ahora veía luz al final del túnel y no quería volver a caer en ese tipo de oscuridad, en el vacío de perder a la persona amada.

La mejor forma de evitar ese peligro era estar solo, no apreciar tanto a nadie como para echarlo en falta si fallecía de repente o si las cosas no funcionaban; y se había mantenido fiel a esa decisión, intentando disfrutar de los pequeños placeres de la vida y manteniéndose alejado de las mujeres. Además, tenía a su hermano y a su hermana con él.

Sin embargo, la aparición de Neily lo había cambiado todo. Se dijo que tal vez se debiera a su parecido con Mikayla, que había despertado emociones enterradas durante mucho tiempo. Pero fuera cual fuera el motivo de aquella atracción, iba a resistirse a ella con todas sus fuerzas.

—Será mejor que empieces enseguida —se dijo en voz alta.

Esperaba que Neily terminara pronto su trabajo y desapareciera para siempre de su vida. Así, no tendrían que verse. Porque nada merecía el riesgo de volver a sentirse en el borde de aquel pozo.

 

 

Neily tuvo una jornada laboral muy ajetreada y no pudo ir a la casa de Theresa hasta la tarde del lunes, a última hora. Mary Pat le abrió la puerta, la saludó y dijo:

—Lleva triste todo el día. Wyatt está sentado con ella en el porche trasero.

—Iré a verla. Ya me conozco el camino.

El porche al que la enfermera se refería había sido probablemente un invernadero en los viejos tiempos de la casa Hobbs. Era un lugar pequeño situado en la parte de atrás, completamente cerrado con cristaleras. Hasta los arreglos del día anterior, la mayoría de los cristales estaban rotos, pero los habían cambiado y el sol de abril, que no era muy intenso, se bastaba para calentarlo y hacerlo agradable.

Desde allí se veía gran parte del pueblo, y Theresa y Wyatt se estaban dedicando a disfrutar de las vistas. Sin embargo, Neily prefirió no anunciar su llegada. Quería observar cómo se relacionaban antes de que fueran conscientes de su presencia.

Estaban sentados en dos sillas de mimbre, de espaldas a la entrada, pero en un ángulo perfecto para que Neily los pudiera ver de perfil. La tristeza de la anciana era evidente, su expresión era sombría a pesar de que Wyatt Grayson intentaba animarla con una historia divertida sobre un vendedor de herramientas.

Aunque no había nada alarmante ni extraño en ello, Neily se quedó allí un momento más para poder mirar al nieto de Theresa.

Intentó convencerse de que su interés por él era profesional y totalmente ajeno a su atractivo, a lo bien que le quedaban la camisa y los pantalones de sarga, a sus hombros anchos, al brillo del sol en su cabello rubio y a sus facciones marcadas. Se dijo que sólo los espiaba porque quería observar su relación. Y justo entonces, Wyatt consiguió robarle una sonrisa a su abuela.

—Toc toc —dijo al fin, como si acabara de llegar.

Él se giró inmediatamente hacia ella y la miró con toda la intensidad de sus ojos grises. Theresa, en cambio, siguió contemplando las vistas.

—Mira quién ha venido, abuela… es Neily —anunció, levantándose de la silla.

Theresa no dijo nada.

—Es un lugar precioso para pasar un día de primavera… —comentó la recién llegada.

—Desde luego. Convencerla para venir no ha resultado fácil, pero Mary Pat y yo nos empeñamos y al final lo hemos conseguido —le explicó—. En fin, supongo que no has venido para verme a mí… será mejor que os deje a solas. Sin embargo, ¿podríamos hablar un minuto cuando termines?

—Por supuesto —respondió, encantada con la idea.

—¿Quieres algo de beber? ¿Café? ¿Té?

—No, gracias. Sólo quiero estar un rato con Theresa.

—En tal caso, me marcho.

Wyatt se acercó a su abuela, le acarició el hombro y añadió:

—Espero que no te moleste que me vaya. Te dejo con Neily…

La anciana se limitó a darle una palmadita en la mano y siguió mirando por la cristalera como si aquello no fuera con ella.

Neily se sentó en la silla que Wyatt había dejado vacía.

—No te preocupes, estaremos bien.

Cuando él se marchó, Neily intentó no pensar en lo mucho que le gustaba y decidió concentrarse en su abuela.

—Hola, Theresa. ¿Cómo estás hoy?

Theresa se encogió de hombros, pero no contestó.

Neily miró el paisaje. Desde allí se veía toda la zona de Northbridge que se había urbanizado a partir de la década de 1950; pero no era especialmente interesante.

—¿Te gusta que Mary Pat y tu nieto estén aquí?

—Son buenos conmigo —respondió sin inflexión alguna.

—Entonces, te alegras de que hayan venido…

—Sí.

—¿Y qué hace exactamente Mary Pat?

Neily lo sabía de sobra, pero lo preguntó para darle conversación y averiguar más cosas sobre las relaciones de Theresa.

La anciana se encogió de hombros otra vez.

—Todo. Me trae las medicinas cuando me las tengo que tomar, me prepara la comida, me dice si hace frío y tengo que ponerme un jersey, me recuerda que me cepille los dientes y que me peine cuando se me olvida… casi parece mi madre.

Theresa lo dijo con la misma voz monótona de antes, sin apartar la vista ni un segundo de la cristalera.

—Pero le robaste el coche…

—No tuve más remedio. Tenía que venir, aunque fuera con ella.

Neily notó un fondo de beligerancia y decidió cambiar de tema.

—¿Y qué me dices de tu nieto? ¿También te ayuda?

Theresa volvió a encogerse de hombros.

—Wyatt, Marti, Ry… no sé qué haría sin ellos.

—¿Marti es la hermana de Wyatt?

—Sí, y Ry es mi otro nieto, su hermano.

—¿Te visitan muy a menudo?

—Oh, se preocupan mucho por mí, incluso demasiado. Pobrecillos… me tratan como a una reina y están al tanto de todos mis deseos. Y aquí estoy yo, complicándoles la vida un poco más —contestó.

—¿Eso te lo han dicho ellos? ¿Te han dicho que les complicas la vida?

—No, todo lo contrario. Se desviven por mí.

—Entonces, ¿por qué no les dijiste que querías venir a Northbridge?

Theresa frunció el ceño.

—No podía decírselo —susurró.

Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Un segundo después, apuntó hacia el pueblo y declaró:

—Todo eso pertenecía a mi familia, ¿sabes?

—¿A qué te refieres?

—A las tierras donde levantaron esas urbanizaciones.

—Vaya, no tenía ni idea.

—Pertenecían a mi padre. Me las dejó en herencia.

Neily no sabía si estaba diciendo la verdad o si sólo era una de sus fantasías, pero decidió seguirle la corriente.

—¿En serio? —preguntó—. No sabía nada, aunque supongo que ha pasado mucho tiempo desde que vendiste las tierras. Porque las vendiste, ¿verdad?

Theresa no contestó.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Recuperar las tierras de tu padre?

La anciana evitó responder a la pregunta.

—Todo era nuestro —insistió—. Desde aquí hasta el horizonte. En la vida se pierden tantas cosas…

—¿Insinúas que perdiste esas tierras de algún modo?

Theresa siguió hablando como si no la hubiera oído.

—Pérdidas, tantas pérdidas. Wyatt lo ha sufrido en carne propia. Y Marti, también.

—No sé qué perdiste exactamente, Theresa, pero lo siento mucho. ¿Te apetece que hablemos de ello?

—No, ya no quiero hablar más. Necesito descansar.

La abuela de Wyatt se levantó y se marchó sin decir una sola palabra más. Neily la siguió hasta el vestíbulo, pero ya había cumplido su objetivo del día: asegurarse de que estaría bien con la enfermera y su nieto.

Mary Pat se acercó entonces e intentó convencer a Theresa para que fuera a la cocina a tomarse un té en lugar de subir a su dormitorio. Sin embargo, no tuvo éxito y al final tuvo que acompañarla al piso de arriba.

Neily acababa de quedarse a solas cuando oyó la voz de Wyatt, que venía del salón y se quedó apoyado en el arco de la entrada.

—Vaya, qué rápido ha sido…

Estaba tan guapo con las manos metidas en los bolsillos, como si fuera un vaquero, que ella se estremeció y tuvo que hacer un esfuerzo para poder hablar.

—Sí, ha sido rápido, pero ya sé lo que necesitaba saber.

—En ese caso, tal vez puedas concederme un par de minutos en lugar de uno…

Neily se dijo que no estaba coqueteando con ella, que su sonrisa era inocente y que, en cualquier caso, sólo les unía el interés por el bienestar de Theresa.

—Bueno, supongo que puedo concederte esos dos minutos —dijo, mirando el reloj—. Pero sólo eso, porque todavía tengo que visitar otra casa. Si necesitas más…

—No, eso será suficiente. Quería darte las gracias por todo lo que has hecho aquí. Durante el desayuno, mi abuela nos habló de los cristales rotos, de las cañerías atascadas y de la suciedad que había por todas partes… nos hemos hecho una idea más aproximada del trabajo que hicisteis ayer, y sinceramente te estoy muy agradecido.

—No tiene importancia.

—También estaba pensando que tal vez podríamos dar una cena para todas las personas que vinieron a echar una mano, pero no sé quiénes son ni cómo podría organizarlo —le confesó.

A Neily le pareció una gran idea. Era una forma apropiada de demostrar su gratitud a los voluntarios de la localidad.

—Si me dices un día, me encargaré del asunto.

—¿Avisarás a todos los que han trabajado en la casa?

—Por supuesto.

—A Mary Pat y a mí nos parece que el miércoles por la noche podría ser un buen momento. ¿Te parece bien a las siete?

—Perfecto.

—Entonces, sólo queda otra cuestión. Necesito comprar comida y cosas para la casa, pero no he visto ningún supermercado en Northbridge…

—No lo has visto, porque no lo hay. Pero tenemos carnicerías, panaderías, verdulerías, tiendas de comestibles, establecimientos especializados… Si quieres, esta noche podría enseñarte dónde está todo y así podrías ir de compras.

—Eso sería magnífico.

Los dos hablaron sin pensar. Ella se ofreció sin darse cuenta de lo que hacía y él contestó demasiado deprisa. Sin embargo, Wyatt comprendió la situación y añadió:

—Bueno, si estás totalmente segura, claro. Puede que no tengas tiempo o que ya hayas hecho otros planes…

—No, sólo tengo que visitar otra casa. Después estaré libre —afirmó, intentando convencerse de que aquello seguía siendo puramente profesional—. Casi todas las tiendas abren hasta las ocho. Cuando termine de trabajar, puedo ir a cenar algo y estar de vuelta alrededor de las seis y media.

—Excelente. Un nativo me va a enseñar la localidad… —bromeó—. Así sabré todo lo que hay que saber.

—Intenta convencer a tu abuela para que venga con nosotros —dijo ella, intentando llevar el asunto a un terreno más seguro.

—Se lo diré, pero me sorprendería que quisiera.

—Puede que a Mary Pat le apetezca…

La estrategia de Neily debió de ser obvia para él, porque sonrió con ironía.

—¿Es que tienes miedo de estar a solas conmigo? Te aseguro que soy inofensivo.

Ella pensó que él podía ser inofensivo, pero su encanto, no.

—No me asusta quedarme a solas contigo. Simplemente, sería una buena ocasión para que conocierais Northbridge.

—Está bien, intentaré convencer a mi abuela, pero dudo que venga. Y si ella se queda en casa, Mary Pat también se quedará.

Neily asintió.

—Bueno, quedamos a las seis y media de todas formas.

—Te estaré esperando. A no ser que prefieras que vaya a recogerte a tu casa… si me das tu dirección, estaría encantado.

—No, será más fácil si vengo yo.

En realidad no era más fácil, pero Neily lo prefería porque así tendría el control de la situación y hasta lograría convencerse de que aquello no era una cita romántica.

Sin embargo, estaba tan nerviosa que volvió a mirar el reloj para disimular su inquietud.

—Será mejor que me vaya. Sé que mi siguiente compromiso me va a mantener ocupada un buen rato…

Wyatt asintió, se apartó del arco y le abrió la puerta de la casa sin dejar de sonreír en ningún momento. Por lo visto, la encontraba muy divertida.

—Te veré esta noche —dijo él, mirándola con intensidad.

—Esta noche —confirmó ella.

Cuando pasó ante Wyatt, Neily inclinó la cabeza con timidez. Y al subir al coche, descubrió que, en el fondo, estaba deseando que Theresa y Mary Pat se quedaran en casa aquella noche.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

NEILY era muy consciente de que el domingo, cuando conoció a Wyatt Grayson, tenía un aspecto lamentable; y también de que el lunes por la tarde, cuando pasó por casa de Theresa, su ropa, su pelo y su maquillaje mostraban el desgaste de todo un día de trabajo. Por eso, decidió saltarse la cena y dedicar ese tiempo a arreglarse un poco y cambiar la impresión que le había dado.

Sin embargo, intentó convencerse de que lo hacía por ella misma, no por un hombre que la afectaba de un modo completamente nuevo en su vida. Neily tenía cinco hermanos y hermanas y nunca se había sentido fuera de lugar con ellos, ni siquiera en la infancia, pero con Wyatt se comportaba como una niña tímida.

Y eso no podía ser. Sobre todo, porque su trabajo le obligaba a juzgar objetivamente la estabilidad, el comportamiento y el carácter de Wyatt Grayson, lo cual implicaba mantener las distancias y demostrar cierto sentido del decoro y autoridad. Algo que no conseguiría a base de parecer una adolescente impresionable.

Quería tener buen aspecto aquella noche, pero no porque él le gustara, sino porque debía enmendar los errores que pudiera haber cometido.

Mientras se cambiaba de ropa y se ponía un jersey de cachemir y unos pantalones muy ajustados a los que se solía referir como pantalones para una primera cita, se dijo que no tenía ninguna intención de impresionar a Wyatt. Él formaba parte de un caso en el que ella estaba trabajando y cualquier relación personal produciría inevitablemente un conflicto de intereses.

Además, por muy atractivo y encantador que fuera, en Northbridge también había muchos hombres atractivos y encantadores y eso no significaba que se interesara por ellos. Sin embargo, no podía negar que el nieto de Theresa tenía algo que había conseguido desconcentrarla, y fuera lo que fuera ese algo, debía controlarlo y detenerlo a tiempo.

—Déjate de tonterías —dijo en voz alta, mientras se empolvaba la nariz.

Terminó de maquillarse, se soltó el cabello y se lo cepilló antes de alcanzar las tenacillas para rizarse las puntas.

Neily se repitió que controlar sus emociones no sería un problema. Ahora era consciente de lo que sentía cuando Wyatt la tocaba, le daba conversación o simplemente permanecía a su lado; conocía el efecto y sabía cómo resistirse a él. Y cuando estaba decidida a resistirse, no había nada que pudiera quebrar su determinación; crecer con cinco hermanos la había preparado para casi todo.

—Tú sólo eres un caso más para mí, Grayson —se dijo.

Por otra parte, aquella noche tendría la ventaja de que iría en su coche, estaría en su pueblo y trataría de algo perteneciente a su trabajo. Aquello sólo era una forma sutil de conocer mejor al nieto de Theresa y poder determinar si reunía los requisitos necesarios para cuidar de la anciana. No era una cita romántica, no iba a salir con él.

Pero se había puesto sus pantalones especiales. Y el revoloteo que sentía en el estómago no tenía nada de laboral.

 

 

—Seguramente piensas que soy un idiota.

Neily y Wyatt estaban sentados en una cafetería de Northbridge. Ella alcanzó la taza de chocolate caliente que le acababan de servir y preguntó:

—¿Por qué lo dices?

—Porque ayer pasé por esta calle, pero no se me ocurrió que fuera la única de Northbridge y pensé que necesitaría que alguien me enseñara la localidad.

Neily frunció el ceño con humor.

—¿Qué dices? Northbridge tiene más calles. Está la calle Main, que va de norte a sur, y la calle South, que está al final de Main y transcurre de este a oeste… si tuerces a la izquierda en la segunda, llegas a la plaza y luego a la escuela y a un montón de casas, ranchos y granjas. Si tuerces a la derecha, a la casa de tu abuela y a otro montón de lo mismo.

—Te has olvidado de las cuatro calles que salen a Main. Tienen seis u ocho tiendas por lo menos… —bromeó.

—Y también hay un semáforo y hasta una cafetería.

—¿Un semáforo y una cafetería? Dios mío, prácticamente sois una metrópolis…

De nuevo, Neily fingió sentirse ofendida.

—Pero vamos a ver, ¿es o no es verdad que has comprado todo lo que querías?

—Es verdad —dijo mientras alcanzaba su taza—. Lástima que tengáis hasta un almacén de maderas y muy poca cosa de ferretería.

—¿Es que necesitas algo más que los tornillos que venden en la tienda de ultramarinos?

—No. Sólo era una observación profesional.

—¿Es que eres policía de ferreterías? —preguntó, tomándole el pelo.

—No precisamente. Pero estás hablando con uno de los dueños de Home Max.

Neily se dio cuenta de que ya no estaba bromeando y preguntó:

—¿En serio? ¿De Home Max?

—En serio. Ya veo que nos conoces…

Home Max era una famosa cadena de establecimientos especializados que vendía todo tipo de materiales de construcción y carpintería, muebles para el hogar, sistemas de iluminación y, en general, cualquier cosa desde una barbacoa hasta un cortacésped para interiores y jardines. La empresa se había ganado últimamente el interés de los medios de comunicación por la apertura de docenas de centros nuevos en el oeste de Estados Unidos y porque estaba destrozando a la competencia.

—Por supuesto que conozco Home Max. Pero no sabía que tú fueras su dueño…

—Bueno, pertenece a mi familia, no sólo a mí —puntualizó—. Marti, Ry, mi abuela y yo somos los únicos accionistas.

—Theresa no me había dicho nada.

—Es que ella no trabaja en la empresa. Incluso olvida que ahora se llama Home Max… ella la conoce como G. y H., que era el nombre que le puso mi abuelo cuando empezó con una ferretería pequeña.

—¿Tu abuelo? ¿Te refieres al marido de Theresa?

—Sí, ya tenía la tienda cuando se conocieron, pero ella decidió apoyarlo con sus escasos ahorros y él cambió el nombre a G. y H., por Grayson y Hobbs. Cuando mi abuelo murió, la ferretería quedó a cargo de mi padre, que era hijo único. El negocio empezó a ir mejor y al cabo de un tiempo ya tenía seis tiendas más… Luego, hace ocho años, mis padres se mataron en un accidente de tráfico y nosotros nos encontramos en una situación complicada.

—¿Complicada? ¿Por qué?

—Porque las grandes cadenas habían empezado a hacernos daño. Estábamos en números rojos y nos hicieron una buena oferta —explicó él.

—¿Y por qué no vendisteis?

—Fundamentalmente, por la abuela. Entonces no estaba mucho mejor que ahora, y necesita un tipo de atención médica que sale cara. La suma que nos ofrecían no era suficiente para asegurar su futuro; y si Marti, Ry y yo nos separábamos, tampoco teníamos la seguridad de que pudiéramos ganar lo necesario…

—Y decidisteis seguir adelante.

—Sí. Decidimos arriesgarnos e intentar competir con las grandes cadenas. Cerramos todas las tiendas menos una, que convertimos en el primer Home Max —explicó él—. Así empezó todo. Y por suerte, salió bien.

—Es evidente que queréis mucho a vuestra abuela. De lo contrario, no os habríais arriesgado tanto.

Él se encogió de hombros.

—Sólo queríamos lo que fuera mejor para ella. Además, nos pareció lo más justo porque a fin de cuentas había invertido todos sus ahorros en la tienda original… Pero también lo hicimos por nosotros. Marti, Ry y yo queríamos seguir trabajando juntos.