Amor por sorpresa - Victoria Pade - E-Book

Amor por sorpresa E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Sus días de soltero estaban contados... Todo el mundo sabía que uno no podía fiarse de los Camden, y, precisamente por eso, Gia no acababa de entender por qué era incapaz de luchar contra la atracción que sentía hacia Derek Camden. Derek tenía un don especial para enamorarse de las mujeres que no le convenían y lo metían en líos. Estaba trabajando codo con codo con Gia Grant para enmendar los daños que su familia les había causado a los vecinos de esta, pero, por suerte para él, Gia no suponía una amenaza. O al menos eso se decía para convencerse, porque la realidad era que estaba empezando a encariñarse con aquella hermosa mujer…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Victoria Pade

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor por sorpresa , n.º 2054 - noviembre 2015

Título original: To Catch a Camden

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7299-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Lo que estás haciendo por los Bronson es maravilloso, Gia.

Gia Grant se rio incómoda al oír aquel cumplido de Brian, el joven pastor de la parroquia.

—Larry y Marion son dos personas estupendas —le dijo—, y no podía quedarme cruzada de brazos sin hacer nada. Gracias por dejarnos usar esta noche el sótano de la iglesia para organizarlo todo.

—No hay de qué; los Bronson han sido miembros de esta parroquia desde que mi padre era pastor. Nosotros también queremos hacer todo lo que podamos por ellos.

—Dale las gracias a tu madre por las galletas, los brownies y las magdalenas —le dijo Gia—. Como no salen mucho, me ha sorprendido que los Bronson accedieran a venir esta noche, pero les viene bien socializar un poco —añadió señalando con la cabeza el otro extremo del sótano, donde sus vecinos, los Bronson, charlaban con otros miembros de la parroquia.

Gia había iniciado una colecta para ayudarles. Estaban a punto de perder su casa porque con su modesta pensión no podían hacer frente al incremento del coste de la vida y a los gastos médicos que, con su edad, también iban en aumento.

Había hecho unas cuantas llamadas y varias búsquedas en Internet para informarse de si podrían solicitar algún tipo de ayuda al gobierno, pero había descubierto que las personas mayores en su situación estaban bastantes desamparadas por el Estado.

Por eso se le había ocurrido organizar aquella colecta, haciendo correr la voz por el vecindario. Los dueños de varios pequeños negocios habían puesto en sus tiendas, junto a la caja, una hucha para que los clientes que quisieran contribuyeran a la colecta. La parroquia también había puesto al corriente a sus fieles, y ella había convencido a una cadena de televisión local para que expusieran el caso en su noticiario. Habían emitido una breve entrevista con ella, en la que mencionaban la colecta, y una petición de voluntarios para llevar a cabo las reformas que requería la vieja casa de los Bronson.

Aunque esperaba que consiguieran reunir el dinero suficiente para evitar que les embargaran la casa, si no fuera así al menos quería que la vivienda estuviese en el mejor estado posible para que pudieran venderla y no tener que llegar al embargo.

Esa tarde, vecinos y amigos se habían reunido en la parroquia para organizarse y distribuirse las reparaciones, y ahora que ya se habían puesto de acuerdo, la reunión se había tornado en una merienda distendida. La alegraba ver a Larry y a Marion pasando un buen rato con los demás.

—Estaba preguntándome si querrías salir a cenar alguna noche conmigo —dijo el pastor Brian, interrumpiendo sus pensamientos.

Gia había estado temiéndose aquello. Aunque no pertenecía a aquella parroquia, el pastor se había ofrecido a ayudarla con la colecta, y en las últimas semanas se había estado mostrando cada vez más amistoso con ella.

Al principio había pensado que solo estaba intentando atraer a otra oveja a su rebaño, pero poco a poco había empezado a tomarse confianzas, y había comenzado a preguntarse si estaba interesado en ella.

Solo tenía treinta y cuatro años, tres más que ella, era atractivo y un hombre franco y honrado, pero… bueno, era sacerdote. Además, las obligaciones y deberes que conllevaba su vocación eran un incómodo recordatorio de los lazos familiares que habían atado a su exmarido, relegándola a un segundo plano en su vida.

Y, aunque ya casi hacía un año que se habían divorciado, apenas estaba empezando a sentirse libre, y todavía no se sentía preparada para volver a salir con alguien. Con nadie.

—Te agradezco la invitación, pero creo que no es buena idea—le respondió—. Me caes muy bien, pero ahora mismo la idea de iniciar una nueva relación me da escalofríos, y, aunque no fuera así, estoy divorciada, y la gente de tu comunidad está chapada a la antigua. Y he oído a Marion y a las demás mujeres hablando de buscarte una esposa.

—Me sorprende que no hayan formado un comité. Deben de haberme presentado a todas las jóvenes solteras con las que están emparentadas. Por lejano que sea el parentesco.

—Pero a ninguna divorciada, eso seguro —apuntó Gia con una media sonrisa—. Nos consideran plato de segunda mesa, y no querrían ver a su pastor con una divorciada. En fin, el caso es que, como te digo, no me siento preparada para volver a salir con alguien.

El pastor se encogió de hombros.

—No importa. Pensé que no perdía nada por preguntar. Y, por supuesto, sigo contigo al cien por cien en este proyecto para ayudar a Larry y Marion.

—Gracias —Gia señaló el cartel que indicaba por dónde se iba al lavabo—. Voy a lavarme las manos; las tengo pegajosas de unos pasteles que he estado poniendo en una bandeja. Ahora nos vemos —añadió mientras se alejaba.

Cuando cerró la puerta del lavabo tras de sí, respiró aliviada. Bueno, parecía que el pastor no se lo había tomado demasiado mal, pensó. Al menos no se había imaginado lo de que estaba interesado en ella. Se lavó las manos y se miró en el espejo. Ojos castaños, un cutis decente… La nariz tampoco estaba mal. Ni muy prominente ni tampoco deforme. Claro que la boca quizá fuese un poco grande, sobre todo cuando sonreía, y su pelo castaño eran tan, tan rizado que no podía cortárselo por encima de los hombros porque se le quedaba levantado y parecía un payaso con una enorme peluca.

Su exmarido, a quien al final de su matrimonio se le iban los ojos detrás de otras, y el divorcio la habían llevado a aquello, a ser más crítica con su físico de lo que lo había sido de adolescente. No hacía más que encontrarse defectos. Por eso, aunque desde el principio le había dado la impresión de que el pastor estaba interesado en ella, no había acabado de creérselo, porque le parecía imposible que pudiese atraer la atención de ningún hombre.

Claro que también estaba el hecho de que solo medía uno sesenta, lo que la convertía en una de las pocas mujeres que medían menos que el pastor, que no debía de pasar del metro sesenta y cinco. Sí, probablemente no era que la encontrase atractiva, sino que le resultaba conveniente que no fuese más alta que él. Suspiró, algo desmoralizada, y se secó las manos.

Estaba saliendo del lavabo cuando vio que un hombre bajaba las escaleras que conducían al sótano. En un primer momento pensó que era uno de los feligreses, que llegaba tarde a la reunión, pero al mirarlo bien le pareció reconocerlo. A menos que estuviese equivocada, era Derek Camden.

Tyson, un amigo suyo, le había enseñado una foto de él con una prima suya con la que había estado saliendo, y, aunque no lo conocía personalmente, sabía quién era su familia y lo que les habían hecho a los Bronson. Por eso, antes de que pudiera llegar donde estaban los demás, se interpuso en su camino.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —se apresuró a preguntarle.

—Pues… no lo sé. Me he enterado de que esta noche la gente iba a reunirse aquí para echar una mano a Larry y Marion Bronson y…

—Pero usted es Derek Camden, ¿no? —lo interrumpió ella.

—Sí. ¿Y usted quién…?

—No voy a dejarle bajar.

Una sonrisa burlona afloró a los labios de él. En persona era aún más guapo que en la foto. Tenía el cabello más oscuro que ella, casi negro, unos increíbles ojos azules, una nariz recta y aristocrática, unos labios ni muy gruesos ni muy finos, y un hoyuelo muy sexy en la barbilla. Y todo eso sin contar con su estatura, un metro ochenta, por lo menos, y la complexión atlética que no disimulaba el traje de ejecutivo que vestía. Llevaba abierto el cuello de la camisa, la corbata aflojada y la chaqueta enganchada del pulgar y colgando sobre el hombro.

—¿Que no va a dejarme bajar? —repitió, como si lo divirtiese que pensara que podía impedírselo.

—No —le reiteró con firmeza—. No voy a permitir que les estropee la noche a los Bronson.

Sin embargo, de pronto se le ocurrió que aquel hombre, que debía de ser más o menos de su edad, quizá no supiera qué habían hecho sus antepasados.

—¿Acaso no sabe que los Bronson detestan a su familia?

Él se rio.

—Hay mucha gente a la que no le caemos simpáticos.

—No se trata solo de… —Gia no sabía cómo explicárselo.

—Es igual; como he dicho, solo quiero ayudar —repitió él, como si la aversión de los Bronson a su familia no le pareciese un impedimento.

—Ya, pues me temo que Larry y Marion no querrán su ayuda —le espetó ella con franqueza.

—Pero es que quiero ayudar —insistió Derek Camden.

Era un poco cabezota.

—Mire, hace años perdieron el hotel que tenían por culpa de su bisabuelo, H.J. Camden. Quizá si les da los grandes almacenes que levantó allí su familia… —le sugirió para ponerlo a prueba, para comprobar si sabía o no lo ocurrido.

Y funcionó, porque Derek Camden dio un respingo, y por la cara que puso le dio la impresión de que sabía exactamente de qué estaba hablando.

—No creo que pueda hacer eso. Pero eso no significa que no pueda hacer nada para ayudar. Y a todo esto, ¿usted es…?

—Gia Grant. Vivo al lado de los Bronson.

—Ah, y los ha tomado bajo su protección —dedujo él—. El otro día vi que el peluquero al que voy tenía una hucha para una colecta benéfica y me explicó de qué se trataba. ¿La ha organizado usted?

—Pues sí; además de vecinos también los considero amigos. Los Bronson son buena gente, y no podía quedarme al margen viendo por lo que están pasando.

—Entonces, no entiendo por qué no me deja ayudar.

—Si quiere ayudar, done dinero y ya está.

—Quiero hacer algo más que meter unos dólares en la hucha de la peluquería. Mi abuela no es mucho mayor que los Bronson y… bueno, digamos que su historia le ha tocado la fibra sensible. Me ha enviado en representación de la familia, y quiere que me asegure de cubrir las necesidades que tengan los Bronson.

—Pues entonces done un montón de dinero. Aunque tendrá que hacerlo de forma anónima o no lo aceptarán.

Él ladeó la cabeza, como si aquella pudiese ser una buena solución pero no pudiese aceptarla.

—Mi familia no quiere limitarse a darles dinero; queremos saber cuál es la dimensión exacta del problema para que los Bronson puedan acabar sus días en paz y con la seguridad de que no les faltará nada.

—De modo que reconoce que lo que su familia les hizo hace años es la causa del problema y siente que tiene la responsabilidad de enmendar las cosas —concluyó Gia.

—Solo queremos ayudar —repitió él, sin admitir ni negar nada.

Gia sacudió la cabeza.

—Aunque los Bronson estén pasando por un mal momento, son gente orgullosa. Si han aceptado la ayuda de sus vecinos y amigos, ha sido porque les he asegurado que lo que les mueve es que ellos les han ayudado en otras ocasiones, o que saben que ellos también los ayudarían si lo necesitaran. Les he dado mi palabra de que no hacen esto por caridad, sino porque son personas que los aprecian. A usted y a su familia los Bronson los detestan, y perdone que se lo diga de un modo tan crudo, pero es la verdad. Si les dice que quiere ayudarles, pensarán que hay segundas intenciones tras su ofrecimiento y no aceptarán de usted ni un centavo.

—Bueno, tal vez usted pueda convencerlos para que acepten nuestra ayuda —propuso él.

—Francamente, lo veo bastante difícil, por no decir imposible. Aunque, desde luego, su familia se lo debe.

—Quizá podría presentarme a ellos como un amigo suyo y omitir mi apellido.

—Lo reconocerían —replicó ella—. Han visto su fotografía en los periódicos, igual que yo, y aunque sean ancianos la cabeza aún les funciona perfectamente. No se les escapa nada —giró la cabeza para mirar tras de sí, y añadió—: Y debería irse, antes de que lo vean.

—No pienso darme por vencido —respondió él, pero dio un paso atrás, subiendo un escalón—. Intente convencerlos —le dijo sacando una tarjeta del bolsillo de la camisa y tendiéndosela—. Puede ponerse en contacto conmigo en cualquiera de esos números de teléfono. Y, si dentro de unos días no tengo noticias suyas, me tendrá llamando a su puerta. No olvide que sé que vive junto a los Bronson.

—No puedo prometerle nada —dijo Gia, sabiendo que convencer a Larry y a Marion sería misión imposible.

—De todos modos, confío en usted —insistió él.

—De acuerdo, está bien —contestó Gia tomando la tarjeta—, veré lo que puedo hacer… ¡si se va de una vez!

Él sonrió de nuevo y volvió a retroceder, subiendo otro escalón.

—¿Sabe qué? Es usted la «gorila» más bonita que me ha echado de un local.

Ella puso los ojos en blanco.

—Ya, dudo mucho que a un Camden lo hayan echado de ningún local —replicó.

—Se sorprendería.

—¿Quiere irse ya? —lo increpó Gia algo azorada, al ver que estaba recorriéndola con la mirada.

—Me marcho, pero no deje de ponerse en contacto conmigo o iré a por usted… —le advirtió él con una sonrisa juguetona, como si ya no estuviesen hablando de los Bronson.

—No le prometo nada —reiteró Gia, para que supiera que su encanto personal no estaba haciendo mella en ella en absoluto.

Pero no era verdad. Algo de mella sí que estaba haciendo. Solo un poco, se dijo. Y, sin embargo, cuando él se fue y ella se dio la vuelta, una sonrisa se dibujó en sus labios. No sabía por qué, pero el modo en que Derek Camden la había mirado la había hecho sentirse mejor con ella misma que la invitación a cenar del pastor Brian.

Capítulo 2

 

Georgie!, ¿dónde andas? —llamó Derek al entrar en casa de su abuela, el martes a media mañana.

—Está en el invernadero.

—¡Ah, hola a los dos! —dijo Derek alzando la vista hacia la escalera—. No os había visto.

En el rellano de arriba, acuclillados y rodeados de herramientas, estaban Jonah Morrison y Louie Haliburton. Jonah, que había sido novio de su abuela en el instituto, era desde el mes de junio su nuevo marido, y el viejo Louie llevaba años, junto con su esposa, trabajando para la familia. Ella se ocupaba de las labores de la casa, y él, entre otras cosas, de las reparaciones y las tareas de mantenimiento.

—¿Qué hacéis? —les preguntó.

—Arreglando el pasamanos —contestó Louie.

—O al menos intentándolo —añadió Jonah, aunque tenía que volver a la oficina.

—¿Necesitáis que os eche una mano? —se ofreció Derek.

Solo se había pasado un momento, aprovechando que había terminado una reunión.

—No hace falta; nos las apañaremos —le aseguró Louie.

—Bueno, pues entonces voy al invernadero; dadme una voz si cambiáis de idea.

Derek atravesó el pasillo que conducía a la cocina, donde encontró a Margaret, la esposa de Louie.

—Hola, Maggie-May —la saludó.

Margaret ya era lo bastante mayor como para jubilarse y tenía unos cuantos kilos de más, pero estaba de rodillas en el suelo, limpiando el horno por dentro.

—¡Derek! ¿Habías avisado de que ibas a venir?

Él se inclinó y la besó en la mejilla.

—No, solo he pasado porque hay algo de lo que quiero hablar con Georgie.

—Está en el invernadero.

—Eso me han dicho, y ahí es donde voy.

—¿Te quedas a almorzar?

—No puedo, tengo que volver a la oficina —respondió Derek, y salió por la puerta de la cocina que daba al jardín de atrás.

A través de los cristales del invernadero vio a su abuela regando sus orquídeas, que habían recibido premios en varios concursos de jardinería. Como estaba de espaldas a él y no quería sobresaltarla, entró silbando una canción.

—Espero no haberte asustado, Georgie —le dijo cuando ya estaba llegando junto a ella.

Su abuela dejó la regadera sobre una mesa y se volvió hacia él.

—¡Como si no te hubiera oído gritando al entrar por la puerta! —dijo poniendo los brazos en jarras.

Georgianna Camden, de setenta y cinco años, era la matriarca de la familia, y la mujer que había criado a sus diez nietos tras fallecer sus padres y su marido en un accidente de avión. Los demás la llamaban Gigi, pero él siempre la había llamado Georgie.

La besó en la mejilla y le dio un abrazo.

—Ayer por la tarde fui a esa reunión en la parroquia de tu amiga Jean.

—¿Que fuiste? Pues ella no me ha dicho que te viera, y he hablado con ella esta mañana.

—¿Me tienes vigilado o qué? —le preguntó él riéndose—. Sí que fui, pero no pude entrar, porque una bonita joven llamada Gia Grant me cortó el paso cuando estaba bajando al sótano y no me dejó unirme a los demás.

—¡Ah, Gia!, Jean me ha hablado mucho de esa chica. Aunque no es miembro de su parroquia solo dice cosas buenas de ella. Y es vecina de los Bronson y…

—Y es quien ha organizado la colecta para ayudarlos, lo sé. Me lo contó mi peluquero. Pero ayer también era la «guardiana» de la puerta. Cuando me vio, me reconoció y se negó a dejarme bajar, aduciendo que la presencia de un Camden les arruinaría la noche a los Bronson. A tu amiga se le olvidó mencionar que estarían allí.

—Cielos…

—Nosotros no teníamos ni idea de lo que había pasado entre el bisabuelo y esas personas hasta que te enteraste de ello por sus diarios, pero es evidente que ellos no lo han olvidado —apuntó Derek.

El hombre que había empezado el imperio Camden, su bisabuelo, H.J. Camden, había escrito varios diarios a lo largo de su vida que habían salido a la luz recientemente. Y a través de ellos se habían confirmado las acusaciones que durante años se habían hecho contra él, su hijo Hank y sus nietos Mitchum y Howard, de un comportamiento falto de escrúpulos con varias personas, cuyos negocios habían aplastado sin piedad.

Tras ese descubrimiento, su abuela, sus hermanos y él habían decidido que tenían que compensar al menos a quienes habían sufrido los peores agravios. Y eso incluía a los Bronson.

—Gia Grant dice que los Bronson son demasiado orgullosos como para aceptar nada de nosotros —le explicó a su abuela—. Me recomendó que hiciéramos una donación anónima, y para nosotros desde luego sería lo mejor…

Su abuela sacudió la cabeza.

—Ya sé que no podemos admitir públicamente los perjuicios que causó tu bisabuelo porque empezarían a caernos demandas por todos lados, pero…

Derek asintió.

—Cuando uno tiene una gran compañía o mucho dinero se convierte en un blanco fácil. Y, como sabes, de hecho ya circulan historias por ahí que nos acusan de cosas que ni siquiera han pasado. Así que sí, si admitimos las acusaciones que son ciertas, habrá una avalancha de demandas que nos tendrán en los juzgados hasta el fin de los tiempos.

—Sí, pero en este caso en concreto si de verdad queremos enmendar el daño que tu bisabuelo les hizo a los Bronson no basta con que les hagamos una donación. Jean dice que no tienen familia, que no tienen a nadie excepto a esa chica, Gia, que solo es su vecina, para ayudarles y cuidar de ellos —dijo su abuela—. Con una donación no bastaría. Tenemos que asegurarnos de que los Bronson contarán con los medios necesarios para vivir tranquilos los años que les queden. Además, puede que con el tiempo les surjan otras necesidades, dependiendo de su estado de salud. Por eso debemos tener de algún modo una cierta presencia en sus vidas, para saber cómo están y poder ayudarles de nuevo si la situación lo requiere. Así que tendrás que ganártelos y establecer una relación cordial con ellos para que nos permitan hacerlo.

—Le planteé eso mismo a Gia, pero aun así no me dejó pasar a hablar con los Bronson.

—Bueno, pues tendrás que hacer lo que haga falta para conseguirlo, cariño. Quizá tengas que ganarte primero la confianza de ella.

En ese momento, una vívida imagen de Gia Grant acudió a la mente de Derek, algo que había ocurrido con demasiada frecuencia desde la tarde anterior. Tal vez fuera por su pelo. Tenía un pelo increíble, tan rizado, brillante y rebelde… El solo pensar en su pelo lo hacía sonreír. Sí, probablemente fuera eso lo que lo atraía de ella. Le gustaban las cosas un poco salvajes.

También tenía unos ojos muy bonitos, un cutis perfecto y una nariz recta que en la punta se tornaba ligeramente respingona, dándole un aire travieso. Y luego estaban sus labios, la clase de labios que le entraban ganas a uno de besar con solo mirarlos, y las curvas de su figura.

—Además, no debería suponerte ningún sacrificio —prosiguió su abuela—. Jean dice que nunca ha conocido a una persona más agradable y servicial. Y también que es muy guapa y ni siquiera es consciente de que lo es. O sea, que encima es humilde. Sé que Jean la quiere para su hijo Lucas, para cuando su divorcio ya esté formalizado, aunque las demás mujeres de su parroquia y ella están preocupadas porque parece que el pastor se siente muy atraído por esa chica.

—Pues, si es un parangón de virtud como dices, se supone que debería ser la esposa perfecta para el pastor, ¿no?

—Deberías avergonzarte de burlarte de una buena persona solo porque es buena. Eso es lo que hace que siempre acabes metiéndote en problemas.

Derek no podía negar que en eso tenía mucha razón. Ni se atrevería a negarlo después de su metedura de pata más reciente, la que había ido demasiado lejos y por la cual le entraban ganas de abofetearse. Una metedura de pata que le había costado mucho dinero y la mayor parte de su dignidad.

—No me estoy burlando; solo digo que, si tiene todas esas cualidades que tu amiga dice que tiene, no entiendo por qué las mujeres de su parroquia y ella no quieren que salga con el pastor —apuntó él, de un modo más respetuoso.

—Porque es divorciada.

—¿Y eso es un problema?

—Solo en lo que respecta al pastor. Además, como te he dicho, Jean quiere que Gia se case con su hijo Lucas.

—Lucas Paulie es un granuja —dijo Derek.

No entendía por qué le irritaba tanto imaginarse a una mujer con la que no habría pasado ni cinco minutos teniendo una relación con el pastor, al que no conocía, o con esa rata de Lucas.

—No sabía que tuvieras algo en su contra —contestó su abuela.

—Me es indiferente, pero no se lo recomendaría a esa pobre alma caritativa que según tu amiga roza la santidad.

—¡Ya estás otra vez con ese retintín! Derek James Camden, no hay nada de malo en ser caritativo. Es más, lo que tú necesitas es una buena chica. Harías mejor en empezar a buscar una y enmendarte. ¿Es que todavía no has aprendido la lección?