Amor y honor - Cathie Linz - E-Book
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Amor y honor E-Book

CATHIE LINZ

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Beschreibung

¿Cómo era posible que la promesa que le había hecho a un amigo lo hubiera llevado hasta el altar? El marine Ben Kozlowski no estaba del todo seguro, pero sabía que los maravillosos ojos castaños y la suave piel de Ellie Jensen tenían algo que ver con lo que le pasaba: cada vez que se acercaba a ella se le aceleraba el pulso. Desde el momento que la conoció había estado inventando cuentos de hadas para su hija y había sentido cómo se le derretía el corazón con su pequeña familia. Aquélla se había convertido en la misión más arriesgada de su vida. ¿Se atrevería a bajar la guardia y rendirse al amor de Ellie y de su hija?

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Cathie L. Baumgardner. Todos los derechos reservados.

AMOR Y HONOR, Nº 1943 - octubre 2012

Título original: Cinderella’s Sweet-Talking Marine

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-697-1130-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Ben Kozlowski era marine del ejército de Estados Unidos y tenía mucho dinero, pero no era feliz. Cuando se enteró de la fortuna que iba a heredar de su abuelo, un acaudalado petrolero, se sintió culpable. No había hecho nada para merecerla.

Pero aquel sentimiento de culpa no era nada comparado con el que le había llevado a aquella comunidad rural en mitad de Carolina del Norte, a un pueblo llamado Pine Hills. No había ido allí a ahogar sus penas en una botella de whisky, aunque la idea le resultaba tentadora. Había llegado allí buscando a una mujer.

Y no a una mujer cualquiera. Buscaba a Ellie Jensen.

Un vecino le había dicho que estaba trabajando y le había dado el nombre de aquel lugar.

Ben había estado en muchos bares en su vida, desde cantinas en Sudamérica a exóticos refugios en Asia. Cada uno tenía su olor característico mezclado con el habitual humo de tabaco. Aquel lugar en particular olía a cebollas quemadas. Un pizarrón anunciaba que la especialidad de la casa eran las hamburguesas, picantes y jugosas.

El bar estaba lleno de gente y la música country salía a todo volumen de una gramola. Había tipos en vaqueros, con camisetas pegadas al cuerpo y barrigas cerveceras que apenas cabían en los taburetes de la barra. Lucían una gran variedad de gorras con las marcas de sus bebidas alcohólicas favoritas. El resto del local estaba atestado de mesas que apenas dejaban espacio a las camareras para maniobrar.

Pero eso no parecía importar a los clientes. Las camareras, todas mujeres, vestían faldas vaqueras muy cortas y ajustadas y diminutas camisetas de tirantes. Cuanto menos espacio hubiera, más fácil resultaba ser rozado por una de ellas al pasar.

Ben se sacó de la cartera una foto desgastada y la acarició con un dedo. John Riley había sido uno de su amigos más íntimos, y Ellie era su hermana, su única familia.

«Cuida de mi hermana. Prométeme que cuidarás de mi hermana».

John se lo había pedido cuando yacía en sus brazos mortalmente herido. Por eso estaba allí.

Y allí estaba ella. La localizó al otro lado de aquella estancia llena de humo, esforzándose por mantener el equilibrio con una bandeja llena de grandes jarras de cerveza y por mantener a raya las manos largas de un cliente.

–Deje en paz a la señorita.

Su voz seria de marine atrajo la atención del cliente, a pesar de que éste llevaba unas cuantas cervezas de más.

–¿Y tú quien eres? –farfulló el tipo.

–Soy el que te hará lamentar haber nacido si no la sueltas ahora mismo.

El tipo obedeció. Levantó las manos con gesto de rendirse.

–Vamos, tío. No estaba haciendo nada malo.

Ben ignoró al tipo y miró a Ellie. Ella ya estaba atendiendo otra mesa, poniendo las jarras en la mesa con rapidez. En cuanto terminó se apresuró a volver a la barra por más cervezas.

Tenía las piernas increíblemente largas y sus movimientos eran elegantes. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba recogido con horquillas, pero un mechón se había escapado. Tenía la piel muy blanca y la espalda tan recta como la de cualquier soldado del cuerpo de marines en formación.

¿Qué demonios hacía una chica como aquélla en ese lugar?

Ellie se dio cuenta de que aquel hombre la miraba. Se había fijado en él desde el mismo instante de su llegada. Era uno de esos hombres que atraen irremediablemente las miradas. Tenía el pelo oscuro y era peligrosamente guapo, sus ojos eran de color avellana y llamaron su atención incluso desde el otro lado de un bar lleno de humo.

También se dio cuenta, por su pelo rasurado, de que debía de ser un militar. Eso explicaba su complexión musculosa y el aura de hombre peligroso que proyectaba. Camp LeJeune, uno de los más importantes centros de entrenamiento de marines, estaba a una hora de allí, por lo que de vez en cuando, alguno de ellos aparecía por el pueblo.

Ellie se sintió agradecida hacia el desconocido que la había rescatado de aquel borracho. Pero eso no significaba que quisiera empezar algo con un recién llegado. Sabía de sobra que lo importante era saber defenderse sola.

Se había olvidado de algo tan importante al enamorarse de su ex marido, Perry Jensen. La había conquistado con sus dulces palabras y su encanto personal. Nada bueno había salido de aquella relación, excepto su hija, Amy, su motivo para levantarse cada mañana. Especialmente después de la muerte de su hermano Johnny. Todavía no podía creer que se hubiera ido para siempre. Le gustaba creer que estaba con los marines, en algún destino muy lejano. Pero la llegada de un representante del cuerpo de marines para comunicarle la noticia del fallecimiento así como la gratitud de su país y las condolencias de los miembros del cuerpo, había sido dolorosamente real.

Fuego no enemigo. El caso se estaba investigando. Aquello era lo único que había logrado entender de lo que le había dicho aquel militar hacía ya seis semanas. Johnny había sido enterrado con honores militares y ella había recibido una bandera cuidadosamente doblada como homenaje oficial.

Pero Ellie no podía pensar en eso en aquellos momentos. Tenía mucho trabajo. No podía permitirse el lujo de darle razones al dueño del local para que la despidiera. Necesitaba dinero.

El forastero seguía mirándola fijamente. Podía sentir sus ojos clavados en ella, pero no era una mirada babosa como la de los otros. Llevaba unos vaqueros y camiseta negra, algo muy habitual en aquella zona rural, pero los llevaba con una presencia que destacaba entre los demás.

¡Y se acercaba a ella!

Genial, no le apetecía hablar con él. Pero pensó que sería mejor enfrentarse a él, así que con una sonrisa, y tratando de mantener la calma, habló primero.

–Gracias por tu ayuda.

–Necesito hablar contigo.

Sí, claro. ¿Cuántas veces había oído esas palabras desde que era camarera?

–Lo siento, pero ahora estoy muy ocupada.

–Ellie...

–¿Cómo sabes mi nombre?

–¿Podemos ir a hablar a algún sitio?

–No.

Se puso nerviosa al sentir la intensidad con que la miraba.

–No quiero hacerte daño. He venido a ayudarte.

Sí, claro.

–Ya te lo he dicho, ahora estoy muy ocupada.

–¿Te está molestando este hombre? –intervino Earl, el fornido barman.

Había sido luchador de lucha libre y su calva era tan reluciente como los músculos de sus brazos. Pero el recién llegado no parecía en absoluto intimidado.

–¿Dónde estabas tú cuando ese borracho la estaba molestando?

–Sirviendo copas –respondió el forzudo–. No he visto nada, pero si es necesario a ti también puedo darte tu merecido si me obligas.

–Eso no será necesario –dijo Ellie posando la mano en el grueso brazo del hombre, entre un tatuaje de alambres de espino y otro de un bulldog.

–¿Ex marine? –preguntó el forastero a Earl.

Éste asintió y el recién llegado se levantó la manga de la camiseta para mostrarle su propio tatuaje de un bulldog.

–¡Hurra! –gritó Earl sobresaltando a Ellie y a la mitad de la gente del bar.

–¡Hurra! –repitió el forastero con tanto entusiasmo como Earl, estrechando la mano que éste le ofrecía.

–¿Te importa que hable con Ellie unos minutos? Es un asunto oficial.

El corazón de Ellie se detuvo.

–¿Es por Johnny? ¿Ha sido un error? ¿Está vivo?

Sólo alcanzó a ver a Earl negando con la cabeza. Después todo se volvió negro.

Ben agarró a Ellie antes de que ella se desplomara en el suelo y la llevó apresuradamente en brazos a la salida de empleados, siguiendo las indicaciones de Earl. Afuera había más de veinte grados, y eso que estaban a primeros de marzo. La luz del sol iluminaba el pálido rostro de Ellie. Parecía tan frágil en sus brazos...

Ben se maldijo por no haber llevado mejor las cosas. Pero últimamente todo le salía mal. Además, no estaba allí por un asunto oficial de los marines, sino para cumplir el último deseo de su amigo muerto.

Se dirigió con Ellie en brazos a su coche. La sentó en el asiento junto al conductor y, rodeándola con un brazo, empapó en agua una toallita de papel que tenía allí y se la puso sobre la frente. Le tomó el pulso poniéndole las yemas de los dedos en el cuello. Su piel era muy suave.

–¡Quítame las manos de encima! –exclamó ella de repente, empujándolo con una fuerza sorprendente.

–Tranquila –dijo él intentando calmarla–. No voy a hacerte daño.

Eso no era cierto. Su sola presencia allí ya le había hecho daño. Ellie se sentía furiosa con él por haber aparecido en su lugar de trabajo. Se sentía como una idiota por haberse desmayado de aquella manera. Lo miró con rabia. Odiaba mostrar debilidad.

–¿Desde cuándo los marines envían a gente sin uniforme para hacer algo oficial? Será mejor que me digas lo que quieres o haré que Earl se ocupe de ti. ¿A qué idiota se le ocurre entrar en un bar y hablarle así a alguien que acaba de perder un hermano?

–Lo intentaré de nuevo. Me llamo Ben Kozlowski. Conocía a tu hermano. Era un buen amigo mío.

–¿Cómo de bueno? ¿Estabas con él cuando murió?

Ben asintió con la cabeza.

–¿Y por qué no hiciste nada para salvarlo?

Ben sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Él mismo se había hecho aquella pregunta miles de veces desde que ocurriera la tragedia.

–Lo siento.

–Eso no me lo va a devolver.

–Lo sé.

–¿No sería tú quien le disparó?

–No, no fui yo.

Sin embargo, se sentía tan mal como si hubiera sido él. Pero no estaba allí para limpiar su conciencia, sino para cumplir una promesa.

Así que Ben trató de contener sus propias emociones y centrarse en las de Ellie. Ella estaba enfadada con él y no podía culparla. No estaba haciendo muy bien las cosas.

Ella seguía pálida, pero en absoluto parecía una mujer débil. Su barbilla erguida era orgullosa. Él la miró atentamente. Ellie sintió aquella mirada y la mantuvo desafiante.

–Johnny me hablaba de ti en sus cartas –dijo ella tratando de mantener la voz firme.

Ya había hecho bastante el ridículo desmayándose y preguntándole después si había disparado él a su hermano. Estaba deshecha de los nervios, y eso no era propio de ella. Tenía que sobreponerse. Aquel día no había tenido tiempo para comer. Una bajada de azúcar, eso era lo que le había pasado.

–No estuviste en el funeral.

–No pude. Lo siento mucho. Estaba en el extranjero cumpliendo destino.

–¿Para eso has venido hasta aquí? ¿Para darme el pésame?

–Quería asegurarme de que estabas bien.

–Te lo agradezco –dijo ella en un tono que parecía decir todo lo contrario–. Pero no era necesario.

–Yo creo que era muy necesario. No deberías trabajar en un sitio como ése.

–Puedo cuidarme yo sola.

–No fue eso lo que me pareció a mí.

Ellie se estiró la cortísima camiseta que llevaba antes de contestar.

–No necesito que nadie aparezca en mi vida para decirme lo que tengo que hacer. Lo que necesito es volver al trabajo.

–¡Acabas de perder el conocimiento!

–Porque tú me asustaste diciendo que habías venido para decirme algo de Johnny.

Había sido una reacción ridícula creer que el ejército había cometido un error. Ella había estado junto a su tumba, había visto el féretro hundirse en la tierra. Pero aquella misma noche había tenido un sueño muy real en el que su hermano, con aquella sonrisa traviesa que tenía, le anunciaba que lo de su muerte había sido un gran error.

–Lo siento, no debí expresarme de aquella manera.

–Sí, bueno...

Ellie sacó las piernas del coche, zafándose así del brazo de él. Él se levantó rápidamente y le ofreció la mano para ayudarla a salir del coche, pero Ellie prefirió salir sola.

Era más alta de lo que le había parecido a primera vista. Le llegaba más arriba de la barbilla. Le apartó un mechón de pelo del rostro.

–¿Desde cuándo no comes nada?

–Estoy bien –insistió ella, dando un paso atrás.

–¿No estarás embarazada?

–No, no estoy embarazada –dijo ella ofendida.

–Mira, sólo intento comprender qué es lo que te pasa.

–Lo que pasa es que me estás haciendo enfadar. ¿Qué te da derecho a aparecer aquí y empezar a interrogarme como si yo fuera uno de tus marines? No lo soy. Soy una madre responsable de una niña de cinco años. Puedo enfrentarme a cualquier cosa.

Ellie confiaba en que, a fuerza de repetirlas, aquellas palabras se hicieran realidad.

Quizás ella pudiera hacer frente a cualquier cosa, pero Ben no. No podía soportar que Ellie apenas pudiera sostenerse en pie, que tuviera que trabajar tanto para sobrevivir.

–¿Por qué trabajas aquí? Johnny me dijo que trabajabas en un agradable restaurante familiar.

–Y así era, pero cerró hace unos meses, y esto ha sido lo único que he podido conseguir. No tengo estudios.

Había dejado la escuela para ponerse a trabajar, para que Perry pudiera sacarse su título universitario. Una prueba más de las cosas estúpidas que se pueden llegar a hacer por amor.

–No quería que Johnny se preocupara, así que no le dije nada del nuevo trabajo. Lo que me recuerda... ¿cómo me has encontrado?

–Tenía tu dirección. Por Johnny. No estabas en casa y un vecino me dijo que trabajabas aquí. Déjame que te ayude. Puedo darte algo de dinero hasta que las cosas te vayan mejor.

–No puedo aceptar dinero de ti. ¿Quién te crees que soy?

–Johnny habría querido que te ayudara y le habría gustado que aceptaras mi ayuda.

–No te atrevas a decirme lo que le habría gustado a mi hermano –saltó ella con fiereza–. Lo conocía mejor que tú. Crecimos juntos, dando tumbos de una casa de acogida a otra. Solo nos teníamos el uno al otro. Conocí a mi hermano durante veinticinco años. Así que ni te ocurra tratar de convencerme de algo usando su nombre.

Ellie dijo eso golpeando con el índice el pecho de Ben. Él tomó su manos entre las suyas.

–Lo siento. No debería haber dicho esto. Todo lo hago mal hoy.

Ella sí que estaba haciéndolo todo mal, pensó. Primero el desmayo y ahora perdiendo los nervios de aquella manera.

Y ahora que él tenía sus dedos en sus manos, sintió algo nuevo... el cosquilleo de una atracción. Aquella reacción inesperada la desconcertó. La dolorosa necesidad de sentirse abrazada, consolada, amada, amenazaba con abrumarla por completo.

Su mirada confundida se encontró con la de él. Estaban tan cerca que podía distinguir destellos verdosos en aquellos ojos de color castaño claro, podía ver las finas líneas de expresión alrededor de sus ojos, podía ver una tenue cicatriz en la mandíbula.

El calor de aquellos dedos despertó en ella ciertos deseos traicioneros. Hacía mucho tiempo que no sentía una atracción tan poderosa, un torbellino semejante de sensaciones peligrosas.

No podía dejarse llevar. Tenía que ser fuerte.

Pero era difícil, puesto que tenía las emociones a flor de piel desde la muerte de su hermano. Cada vez se sentía más y más acuciada por los problemas que se le venían encima amenazando con ahogarla.

No podía derrumbarse. Tenía que pensar en Amy.

Sólo pensar en su hijita le devolvía las fuerzas. Amy era la mejor niña del mundo. Y Perry era escoria por no darse cuenta, por no cuidar y adorar a aquella niña como se merecía y abandonarla cuando se enteró de que tenía asma hacía dos años.

No. Tenía que ser fuerte, no sólo por sí misma, sino por su hija. No podía dejarse llevar por un momento de química sexual.

–Tengo que volver al trabajo –repitió apartando su mano.

–¿Por qué no me dejas que te ayude?

«Porque podría terminar dependiendo de ti y de tu ayuda, y cuando te vayas, estaré peor que ahora. Eso ya lo he vivido antes».

–Porque es mejor que me cuide yo sola.

–¿Me estás diciendo que tienes tantos amigos que no necesitas otro? Puedes contar conmigo, Ellie. No he venido hasta aquí sólo para saludarte y marcharme. He venido a quedarme.

–Eres un marine, Ben. Los marines no se quedan en ningún sitio mucho tiempo.

–Tengo destino relativamente cerca de aquí, en Camp LeJeune. No te librarás de mí tan fácilmente.

Tenía una sonrisa encantadora, y su tono de voz era realmente reconfortante. Pero ya había oído aquello antes. Perry también le había dicho que podía contar con él, que siempre estaría allí apara ayudarla. Hablar no costaba nada.

Como para demostrar que estaba decidido a mantener su palabra, Ben se quedó en La Taberna de Al hasta que ella terminó su turno. Le abrió la puerta cuando salió e insistió en acompañarla hasta el coche. Era un vehículo tan viejo que parecía mantenerse de una pieza de milagro. No era exactamente una preciosidad. Las puertas eran plateadas y el resto estaba pintado con una multitud de colores de entre los que destacaba el verde. Un amigo de un amigo se había ofrecido a arreglarle la carrocería después de que alguien se estrellara contra él en el aparcamiento de un supermercado. Ella no tenía dinero para arreglarlo, y no quiso comunicarlo a su compañía de seguros para que no le subieran las cuotas, que a duras penas conseguía pagar.

–¿Cuántos kilómetros tiene? –preguntó Ben como si no pudiera creerse que aquel vehículo pudiera aguantar un kilómetro más.

–El cuentakilómetros se paró en 299.999. Puede que no sea muy bonito, pero me lleva de un sito a otro.

–¿Vas directamente a casa?

Ella asintió. No tenía ya ganas de discutir.

–¿Os gustaría a ti y a tu hija cenar conmigo esta noche? Invito yo. Me han dicho que hay un asador muy bueno cerca de aquí.

Las fuerzas la abandonaron. En casa la esperaba una lata de macarrones con queso y otra de judías verdes. Lo mismo que había cenado el día anterior. Al día siguiente era día de cobro, y podría comprar más comida, pero hasta entonces...

Un filete. ¿Cuánto tiempo hacía que no comía uno? ¿Qué daño podía hacerle aceptar la generosidad de Ben sólo aquella vez? Amy podría cenar bien.

Lo que podía hacerle daño era imaginar que Ben se quedara por allí una o dos semanas más, creer en sus amables palabras. Eso sería un tremendo error.

Pero Ellie se había hecho más sabia en los últimos tiempos. Por mucho que le gustara el contacto de aquellas manos, por mucha química que hubiera entre ellos, sabía que la única persona en la que podía confiar era ella misma.

Y eso era lo que tenía que tener presente... por muy atractivo que fuera el capitán Ben Kozlowski.

Capítulo 2

Qué me dices? –dijo Ben con voz tentadora–. ¿Cenaréis conmigo? Las dos, tú y tu hija.

Ellie se sintió muy tentada. Sopesó sus opciones: los macarrones con queso y judías de lata... o un bistec. Decir que sí no significaba que fuera débil. Significaba que podía ser realista dadas las circunstancias. Cenar con Ben no iba a hacer que volviera a creer en los finales felices.

–Vamos, me apetece tener compañía para cenar –insistió él.

Ben hizo que pareciera que era él quien necesitaba algo, y no que estaba haciendo un acto de caridad.

En ese momento, la valoración que Ellie tenía de Ben aumentó. Pero era normal que tuviera cosas positivas. Al fin y al cabo, era amigo de su hermano, y Johnny era muy bueno juzgando a las personas. Como ella, no confiaba fácilmente en la gente y, sin embargo, había confiado en Ben.

Ellie no quería que se le notara el profundo dolor que siempre sentía al recordar a Johnny. Ya había demostrado demasiada debilidad aquel día, nada propio de ella.

Sólo tenía dos debilidades: su hija y su hermano.

Y su hermano se había ido. Así que Ellie tendría que trabajar más que nunca por su hija. En ese momento sus tripas se quejaron, recordándole que no podría cuidar de Amy si no se cuidaba ella misma.

–Está bien. Acepto.

Ben sonrió.

–Estupendo. Te sigo hasta tu casa y vamos juntos desde allí.

Ben miró con desconfianza el coche de Ellie mientras se dirigía al suyo. Pero aquel coche llevaba toda la vida al servicio de Ellie. Lo había comprado de segunda mano cuando iba a empezar a ir a la universidad y aún seguía con ella. No podía decir lo mismo de su marido. La llevaba donde quería, siempre que no fuera muy lejos, cargaba la compra, los muebles si era necesaria una mudanza, podía oír la radio, aunque sólo tres emisoras... Era un coche de confianza, aunque a veces le hacía alguna que otra mala jugada.

Desgraciadamente, aquélla fue una de esas veces. El Toyota se negó a arrancar. Ellie se bajó del coche, abrió el capó y agitó un cable.

–¿Qué haces? –preguntó Ben acercándose a ella.

–Magia.

Ben la creyó. Ya había obrado un pequeño milagro con él. No era en absoluto como la había imaginado. Se había imaginado a una dulce muchachita. Sabía que tenía un hijo, y por tanto no era tan inocente, pero no se había imaginado que tendría una voluntad de acero. Y que supiera de coches. Nunca había conocido a una mujer que levantara el capó del coche para solucionar un problema ella sola.

–Ya está.