El mejor tesoro - Cathie Linz - E-Book

El mejor tesoro E-Book

CATHIE LINZ

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Beschreibung

La vida era dulce para Reno Best, comisario de Bliss, Colorado. Sus días transcurrían resolviendo peleas en el bar o poniendo multas de tráfico. De modo que no estuvo muy receptivo cuando Annie Benton, la nueva maestra de Bliss, insistió en que investigara la desaparición de su hermano. Para que lo dejara en paz, Reno hizo algunas averiguaciones y, por pasar el rato, empezó a coquetear con ella. Pero después de un beso se dio cuenta de que, bajo la apariencia recatada de maestra de escuela, había una mujer muy apasionada... una mujer que él pensaba descubrir.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Cathie L. Baumgardner

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El mejor tesoro, n.º 980 - diciembre 2019

Título original: The Lawman Gets Lucky

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-686-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Un poco de paz y tranquilidad. Eso era todo lo que Reno Best deseaba. Y una hamburguesa con lechuga y tomate. No pedía demasiado. Además, se lo merecía después de haber trabajado un turno de dieciocho horas durante el que había tenido que intervenir en cuatro peleas y levantar dos atestados por accidentes de tráfico.

Como comisario de Bliss, Colorado, mantener el orden era su labor. Una labor que se había vuelto cada día más difícil, sobre todo desde que empezaron los rumores sobre el supuesto tesoro que Curly Mahoney El bizco, famoso atracador de bancos, habría enterrado en los alrededores de Bliss cien años atrás.

Reno no sabía quién había corrido la voz sobre el descubrimiento del mapa del tesoro. Su padre, que tenía el mapa guardado en una caja fuerte, aseguraba no haber abierto la boca. Y tampoco sus hermanos y sus cuñadas.

Lo único que sabía era que, de repente, hordas de gente habían empezado a llegar a Bliss cargados de palas y detectores de metales y él parecía ser la única persona sensata que quedaba en el pueblo.

De momento, era el único en el recién inaugurado restaurante Tesoro y eso le permitiría comer su hamburguesa en paz. O eso creía, hasta que ella había entrado en el restaurante e, ignorando su sagrada hora del almuerzo, se había sentado a su lado sin esperar invitación.

–¿Ha hecho algo sobre lo de mi hermano?

Reno solo había visto a la nueva maestra de Bliss un par de veces y tuvo que hacer un esfuerzo para recordar su nombre… Annie. Annie Benton. Era muy querida por los padres de los alumnos, pero eso no le daba ningún derecho a interrumpirlo mientras comía.

–¿Su hermano? –repitió él, sin saber a qué se refería.

–Mi hermano. Ha desaparecido. He dejado mi número de teléfono en la comisaría para que me llamara. Y aún sigo esperando.

–Lo siento, pero no me han dado el mensaje –dijo el comisario, limpiándose la boca con una servilleta y maldiciendo mentalmente porque su secretaria, Opal, estaba en casa con gripe. Había enviado a su hija para ocupar su puesto durante unos días pero, a los veinte años, Sugar tenía más interés en escuchar a Ricky Martin que en anotar los mensajes–. Si no le importa esperar que vaya a la comisaría, la llamaré y…

–No pienso esperar un segundo más –declaró Annie, enfadada.

Aquello no debería haberlo sorprendido. Desde el descubrimiento del mapa, todo el mundo en Bliss parecía tan impaciente como un toro en los toriles.

Annie era una chica mona, para quien le gustaran las mujeres sin maquillaje y… sin curvas. Aunque Reno no juzgaba a las mujeres por el tamaño de su sujetador, tenía debilidad por las mujeres bien dotadas como Roxanne, la camarera del restaurante Homestead, que llevaba cuatro años seguidos ganando el concurso de camisetas mojadas y con la que había roto su relación siete meses atrás. Desde entonces, se había dedicado a salir por ahí con unas y con otras. Rubias, pelirrojas o morenas como la maestra, le gustaban todas. Reno Best tenía mucho éxito con las mujeres.

Aunque aquella no parecía mirarlo con ojos amistosos. Unos ojos castaños preciosos, por cierto. Parecía lo que solía llamarse una buena chica, aunque sus labios carnosos denotaban una naturaleza apasionada que Reno no había detectado a primera vista. Y mirándola más de cerca, con aquella camisola azul cielo, también tenía que corregir su estimación sobre las curvas.

–Es usted la nueva maestra, ¿verdad?

–No soy nueva –lo informó ella con voz helada–. Llevo en Bliss casi dos años. Pero eso es irrelevante. Estoy aquí porque mi hermano ha desaparecido. Hace dos días que no sé nada de él.

Reno sabía algo sobre Mike Benton, un chico que solía trabajar como peón en los ranchos de la zona o en la construcción. También había participado en un par de rodeos y en casi todas las apuestas que tenían lugar en el pueblo. El tipo de hombre inquieto, que no soportaba atarse a ningún sitio.

–Dos días no es mucho tiempo, señorita. Sobre todo, para alguien como Mike.

–Yo conozco a mi hermano mejor que usted, comisario.

–Llámeme Reno –dijo él–. Y sí, estoy seguro de que conoce a su hermano mucho mejor que yo, pero quería decir que un chico como Mike que va de un lado a otro… no sé, quizá no se ha dado cuenta de que habían pasado dos días. Y también es posible que haya decidido ponerse a buscar el tesoro de Curly, como la mitad del pueblo.

–Me habría llamado –dijo Annie.

–¿Alguna vez había desaparecido durante tanto tiempo?

Reno se dio cuenta por la expresión de la joven de que la respuesta era afirmativa.

–Pero me prometió que no volvería a hacerlo –lo disculpó ella–. Cuando llamé a Bozeman hace dos días, me dijeron que se había marchado y… ¡No puedo creer que siga ahí, comiendo… –le espetó ella con desprecio– mientras mi hermano puede estar necesitando ayuda!

La actitud de la joven lo fastidió. Llevaba doce horas sin comer y cuando encontraba un minuto para estar tranquilo, aquel ratoncillo de biblioteca tenía que aparecer para estropearle el almuerzo.

Cuando Reno volvió a tocar su hamburguesa, estaba fría. Igual que su mirada. Se le había agotado la paciencia.

–Mire, señorita, ninguna ley obliga a nadie a llamar a su hermana todos los días. Le sugiero que se calme un poco. Su hermano la llamará cuando quiera hacerlo.

Annie hubiera deseado estamparle la hamburguesa en la cara. Normalmente, ella era una persona tranquila y amable, pero cuando se trataba de su hermano pequeño era como una leona protegiendo a su cachorro. Tenía que serlo. Prácticamente, había tenido que criarlo.

Y aquel holgazán de comisario tenía la poca vergüenza de tratarla como si fuera una histérica.

Había oído hablar mucho sobre Reno Best y su fama de conquistador. Se rumoreaba que había salido con las tres últimas Miss Colorado y las chicas de Bliss lo llamaban «Tom Cruise», porque se parecía al actor.

Su pelo castaño siempre estaba un poco despeinado y tenía la barbilla cuadrada y unos pómulos por los que daría dinero un fotógrafo de moda. En sus ojos verdes había un permanente brillo burlón y tenía unas arruguitas a los lados de la boca que…

De acuerdo, aquel tipo era increíblemente atractivo. La gente tenía razón.

Pero a Annie no le importaba. Ella solo quería encontrar a su hermano.

–A ver si lo entiendo –dijo entonces, usando su mejor tono de maestra de escuela, el que utilizaba con los alumnos más rebeldes–. ¿Me está diciendo que no va a mover su trasero para buscar a mi hermano?

–Moveré «mi trasero» cuando me coma esta hamburguesa –replicó él, con toda tranquilidad.

–Muy bien. No hace falta que mueva el trasero.

–Parece usted muy interesada en mi trasero, señorita –dijo él entonces, con aquel brillo burlón en los ojos–. Si no le importa que se lo diga.

–Me importa y, para que lo sepa, usted no me interesa nada. Quien me preocupa es mi hermano. Pero veo que tendré que solucionar esto yo misma –dijo Annie, levantándose.

–¡Un momento! –la detuvo el comisario, tomándola por la muñeca–. ¿Cómo que tendrá que solucionarlo usted misma?

–Si usted no va a intentar encontrar a mi hermano, tendré que hacerlo yo.

–No creo que sea una buena idea –dijo él.

–Me importa un pito lo que usted crea.

–No va a encontrarlo, señorita Benton.

–Es mi obligación –replicó Annie, intentando disimular el nerviosismo que le provocaba el roce de la mano masculina.

–No quiero que se meta en líos –dijo Reno–. Ya hay bastantes problemas en Bliss últimamente.

–¿Problemas? –repitió ella, soltándose de un tirón–. ¡Usted no sabe lo que son problemas, pero se enterará si le ocurre algo a mi hermano!

–Si no ha aparecido en dos días, yo…

–No pienso esperar. Y, además, no me impresionan sus habilidades policiales –lo interrumpió ella.

–¿Solo le impresiona mi trasero? –sugirió él con una sonrisa.

–Es posible que sea lo único bueno que tiene –replicó Annie–. Pero, créame, no es suficiente.

Después de decir aquello, salió del restaurante tan rápidamente como había entrado.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–Dime todo lo que sepas sobre Annie Benton –le dijo Reno a su secretaria en cuanto entró en la comisaría al día siguiente.

–Estoy mejor de la gripe, muchas gracias –replicó Opal Skywood, mientras guardaba su bolso en el cajón.

–Venga, tonta. Ya sabes que me alegro de que estés bien.

–Yo nunca estoy bien –sonrió la mujer.

–Comparada con tu hija, estás estupenda –dijo Reno, recordando la laca de uñas que Sugar había derramado sobre un informe.

–Sugar me ha dicho que le has gritado. Dice que te pones muy guapo cuando gritas. Para ser un hombre mayor, claro.

Reno sintió un escalofrío.

–Esa chica necesita que alguien la sujete. Igual que Annie Benton.

–¿De verdad? No puedo imaginarme dos personas más diferentes que mi hija y Annie.

–¿Qué sabes de ella?

–¿De Sugar? –preguntó Opal, para tomarle el pelo.

–No. De Annie.

–¿Y ese repentino interés? ¿Qué ha hecho?

–Ayer interrumpió mi almuerzo.

–Según mis noticias, eso no es ningún delito.

Reno se dejó caer en una silla, suspirando.

–No seas mala, Opal. Dime qué sabes de ella.

–¿Quieres saber si tiene novio?

Reno dejó de jugar con la grapadora que había tomado de la mesa de su secretaria.

–¿Crees que yo no podría enterarme de eso? –la retó, burlón.

–Seguro que sí –contestó Opal, arrebatándole la grapadora con la firmeza de una mujer a la que no le gusta que jueguen con su material de oficina–. Y por eso me sorprende que me preguntes. Es la primera vez que lo haces.

–Y, como sigas así, será la última.

–No te pongas gruñón. Estaba de broma. Que yo sepa, Annie Benton no sale con nadie. Aunque ahora que ha terminado el colegio hasta septiembre, supongo que tendrá más tiempo libre.

Reno empezó a tabletear con los dedos en el brazo de la silla.

–¿Qué más sabes de ella?

–Geraldine es quien lo sabe todo de todo el mundo –le recordó Opal.

–No pienso preguntarle a Geraldine. Es una cotorra.

–Si no te conociera bien, diría que te da miedo.

–Pero me conoces bien.

–Sí. Tú eres un duro comisario y no temes a nada ni a nadie.

–Duro, pero encantador –corrigió él.

–Ya. Por eso estoy yo aquí, por tu encanto. Desde luego, no por las condiciones de trabajo –sonrió la mujer, señalando a su alrededor. La oficina era minúscula. Para poner un fax, había que saltar sobre un archivo. Y llegar hasta la fotocopiadora requería contorsiones propias de un artista de circo–. Pero volviendo a Annie… Vamos a ver. Si la memoria no me falla, vino a Bliss hace dos años con su hermano pequeño. Es una maestra extraordinaria, hace unas galletas fabulosas y el año pasado ganó el primer premio en el concurso gastronómico por la mermelada más creativa. Me sorprende que no «la hayas probado». Me refiero a la mermelada, claro –añadió la secretaria con una sonrisa pícara.

Reno le lanzó una mirada de reprobación.

–Solo pregunto por razones profesionales.

–Ya.

–Lo digo en serio. Quiere que busque a su hermano.

–¿Ha desaparecido?

–Yo creo que no –contestó Reno–. Ella cree que ha desaparecido porque lleva dos días sin llamarla, pero no hay ninguna ley que obligue a un hombre a llamar a su hermana todos los días.

–A ver si lo entiendo –dijo Opal, pensativa–. Annie cree que su hermano ha desaparecido, pero tú no lo crees.

–Le dije que si no sabía nada de él en cuarenta y ocho horas más, empezaríamos a buscarlo, pero ella no quería esperar.

–¿Y qué va a hacer?

–Ir a buscarlo.

–Mala cosa.

–Eso le dije yo –dijo Reno, encantado de que su secretaria estuviera de acuerdo con él.

–Pero, claro, todo esto es culpa tuya.

El comisario parpadeó, incrédulo.

–¿Perdón?

–Si le hubieras dicho que la ayudarías a buscar a su hermano, esa pobre chica no tendría que hacerlo sola.

–Espero que no haga ninguna tontería –murmuró él, pensativo–. Tú la conoces mejor que yo. ¿Qué te parece?

Opal se encogió de hombros.

–Ni idea. Normalmente es una chica muy sensata, pero cuando se trata de su hermano parece estar ciega.

–¡Maldita sea! ¿Es que un hombre no puede ponerse gafas sin que todo el mundo vaya diciendo por ahí que se ha quedado ciego? –escucharon la voz del padre de Reno en la puerta.

–No estábamos hablando de ti –sonrió el comisario.

–Ya –murmuró Buck Best, con una expresión de incredulidad en sus ojos azules–. Bueno, hijo, ¿a qué miembro de la familia has arrestado hoy?

Reno miró al techo.

–No puedo creer que sigas con eso, papá. Te arresté el año pasado porque tenía que hacerlo. Es mi trabajo. Tad Hughes y tú habíais perdido la cabeza y, si no os hubiera arrestado, habríais terminado por liaros a tortas.

–Solo teníamos diferencias de opinión –mantuvo su padre, orgulloso.

–Diferencias de opinión que terminaron con dos ruedas pinchadas. Pasar la noche en la cárcel os vino bien.

–Ese idiota y yo hemos llegado a un acuerdo –dijo Buck, inclinándose como para contarle un secreto–. Casi se puede decir que somos socios. En lo de Curly, El bizco.

Escuchar aquel nombre era suficiente para que Reno se pusiera enfermo. La leyenda decía que el padre de su tatarabuelo, Jedidiah Best, había salvado la vida de Curly en una pelea y el atracador le había regalado el mapa del tesoro en agradecimiento.

El mapa había estado perdido durante más de un siglo hasta que, un año antes, su cuñada Hailey lo había encontrado mientras curioseaba en un baúl de la familia. Cord, su novio entonces, le había pedido en matrimonio delante de todo el pueblo unos días más tarde y el asunto del mapa se había olvidado temporalmente. Y después había llegado la nieve y se había pospuesto la búsqueda del tesoro hasta la primavera. Desde entonces, todo el mundo parecía haberse vuelto loco.

–¿Tienes idea de los problemas que está causando ese mapa?

–Oye, que yo no se lo he contado a nadie –protestó su padre–. Y Tad dice que él tampoco ha sido. No sé cómo la gente se ha podido enterar. Yo soy muy discreto.

–Sí, claro –murmuró Reno. Buck era un hombre leal y bueno y, para él, la familia era lo primero, pero no sabía lo que era la discreción.

–Eso es lo que yo no entiendo, Buck –intervino Opal–. Si tú tienes el mapa de Curly, ¿por qué no buscas el tesoro?

–Porque estas cosas son complicadas –contestó el hombre.

–Porque no sabe leer el mapa –aclaró Reno.

–Nadie sabe –protestó su padre–. Curly fue muy listo y lo convirtió en una especie de jeroglífico.

–Quizá deberías pedirle a un experto que te ayudase a descifrarlo –sugirió Opal.

Buck vetó la idea sacudiendo la cabeza tan violentamente que sus gafas casi salieron volando.

–De eso nada. Me pediría una parte. Además, mi nuera es profesora de historia y tampoco entiende el mapa.

–Me han dicho que Hailey está a punto de terminar su libro sobre famosos ladrones del Oeste –sonrió Opal.

–Ya lo ha terminado –dijo Buck, orgulloso–. Va a publicarse dentro de un par de meses y con todo lo que cuenta de Curly seguro que es un éxito.

–Según mi padre, Curly El bizco es más importante que Wyatt Earp, Billy el niño y Jesse James, todos juntos –sonrió Reno.

–Ninguno de ellos podía escribir las poesías que escribía Curly.

–Gracias a Dios –murmuró Reno.

Buck se sentó entonces al lado de su hijo.

–Mira, voy a recitarte la última que me he aprendido:

 

Curly El bizco robó un banco

porque no era un ladrón manco

y antes de irse dio las gracias

por el oro y las ganancias.

 

–¿Estás pensando publicar los versos de Curly, Buck? –preguntó Opal, disimulando la risa.

Reno le lanzó una mirada de advertencia, pero la secretaria le guiñó un ojo.

–Se publicarán en el libro de Hailey –contestó el hombre–. Otra razón para que sea un éxito.

–Sí, claro –dijo Reno, sarcástico–. Curly es un poeta de los que ya no quedan.

Una llamada interrumpió la conversación en ese momento y Opal tomó nota con toda tranquilidad, como siempre.

–Hay un 1020 en la calle 31.

–Vandalismo –tradujo Reno, mirando a su padre–. ¿Qué ha pasado?

–El jardín de la señora Carruthers. Parece que anoche alguien se dedicó a hacer agujeros.

 

 

Annie estaba al borde de un ataque de nervios. Tenía que hacer algo. No podía seguir esperando al lado del teléfono sin hacer nada.

Había llamado a todos los conocidos de Mike, pero ninguno sabía nada. El problema era que, con aquella vida de nómada, su hermano no tenía amigos de verdad en ninguna parte. Excepto ella. Ella siempre había sido su mejor amiga, la persona a la que confiaba todos sus problemas.

Annie tenía razones para ponerse frenética. Tras la muerte de su padre, ella se había convertido en el cabeza de familia. Su madre, un espíritu libre que nunca había madurado de verdad, era incapaz de cuidar de sus hijos.

De modo que Annie se preocupaba por su hermano como lo haría una madre. Y cada vez que estaba preocupada, le daba por cocinar. Aquella tarde había hecho dos bandejas de galletas mientras intentaba averiguar el paradero de su hermano.

Mordiendo una galleta, echó un vistazo a la lista de lugares en los que podrían saber algo de Mike y decidió hacer una visita al restaurante de camioneros que había a las afueras del pueblo.