Misterios del corazón - Cathie Linz - E-Book
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Misterios del corazón E-Book

CATHIE LINZ

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Beschreibung

¿De mujer de negocios… a ranchera? Un máster en Administración de Empresas no había preparado a la hermosa y culta Tracy Campbell para ser el ama de llaves en un rancho de Colorado. Al principio no creía que fuera muy duro… hasta que su inaptitud como cocinera se hizo manifiesta y descubrió el reto que suponía cuidar de unos gemelos que no querían una nueva madre. Descubrió además lo mucho que podía atraerla Zane Best, un ranchero sexy y testarudo, decidido a no relacionarse con mujeres de ciudad. Pero ni siquiera Zane podía negar la química que había entre ellos…

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Seitenzahl: 200

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1999 Cathie L. Baumgardner

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Misterios del corazón, n.º 1474 - agosto 2014

Título original: The Rancher Gets Hitched

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4636-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Publicidad

Capítulo 1

QuE me aspen! Mira lo que tenemos aquí —exclamó el anciano de pelo gris.

En la puerta, Tracy Campbell se sacudía el agua de lluvia. Tenía el pelo aplastado contra las mejillas, como si fueran largas y pegajosas algas. Se sentía como una rata empapada y no cabía duda de que eso era lo que parecía. Llevaba horas dando vueltas en el coche bajo una lluvia implacable que habría hecho retroceder al mismísimo Noé.

—¿Dónde estoy? —consiguió articular a pesar del cansancio.

—En nuestro porche —respondió un hombre más joven.

La pobre Tracy pensó que aquello era lo mejor que le podía haber ocurrido: de todos los ranchos de Colorado había ido a parar a la puerta de un payaso.

Desde luego no estaba de humor para bromas. Lo único que quería era llorar. Sin embargo, se negó a quejarse delante de aquellos dos hombres. Bastante era con que la estuvieran mirando como si fuera un extraterrestre.

El anciano tenía el pelo blanco como la nieve y unos perspicaces ojos azules. Aún no se había fijado en el joven.

—No me importa dónde esté —dijo Tracy entrando en la casa sin esperar invitación—. No pienso volver a salir con esa lluvia.

—Nadie le ha dicho que lo haga —dijo el hombre más joven, con una voz profunda que pareció recorrerle la espina dorsal como una cálida riada.

—Me he perdido. Busco el rancho de los Best —dijo ella.

—Pues lo ha encontrado —replicó el joven.

Tracy extendió entonces la mano y entonces se dio cuenta de que la camiseta azul que llevaba encima de su vestido vaquero se había estirado tanto con el agua que casi le tapaba la mano por completo.

—Soy la nueva empleada doméstica.

—Buena pinta —dijo el hombre de más edad golpeándose el muslo con actitud divertida.

—Seguro que limpia muy bien —dijo el hombre más joven riéndose—. Disculpe a mi padre. Tiene un sentido del humor muy peculiar. Soy Zane Best —y diciendo esto dio un poderoso apretón de manos a Tracy.

«¿Éste es Zane? ¿Mi jefe?». Desde luego no era como lo había imaginado. Tenía la impresión de que se encontraría con un hombre como el padre de JR de la serie Dallas: alto, con el pelo canoso, mirada distinguida. En lo único que había acertado con sus expectativas era en lo primero. Y su constitución atlética hacía que una ejecutiva publicitaria como ella deseara convertirlo en el protagonista de un anuncio de vaqueros.

Pero Tracy ya no era una ejecutiva. Ni tampoco iba a casarse ya. Aquélla era su antigua vida, la que había dejado en Chicago, junto con su juego de té de plata y sus decantadores de cristal. Ahora estaba sola, en un rancho en Colorado, con la esperanza de convertirse en empleada doméstica.

Le había parecido una buena idea cuando su tía Maeve se lo sugirió en Chicago. El nuevo marido de su tía, Herbert, tenía un primo en el oeste que necesitaba a alguien para atender la casa, y Tracy había deseado siempre vivir en un rancho.

En aquel momento, la prioridad de Tracy había sido alejarse de la pesadilla en que se había convertido su perfectamente planeada vida, y rápido. Así es que se lanzó al proyecto sin ni siquiera hacer preguntas. Maeve dijo que los llamaría para avisarles de que Tracy iba de camino.

Ésta había decidido hacer el viaje en coche en vez de tomar un avión, y tras una insoportable noche en un motel en medio de Nebraska, había decidido que no podía hacer más paradas.

El coche iba lleno hasta los topes. Imaginaba que Dennis, su ex prometido, estaría echando de menos algunas cosas en ese mismo instante, entre otras a ella misma.

Tracy había llamado a su tía en un ataque de nervios tras la cuál se había lanzado a Colorado, al rancho de aquel tipo duro que la miraba con una mezcla de diversión y cautela.

—¿Está despierta? —inquirió con sequedad.

A pesar de estar en el interior de la casa, el hombre no se había quitado el sombrero por lo que Tracy no podría decir de qué color eran sus ojos. Sí pudo ver un poco de su cabello oscuro. Las mejillas parecían haber sido cinceladas en su rostro y la mandíbula parecía dura como la roca de las Montañas Rushmore. Era en conjunto un rostro atractivo aunque duro, como los modelos de los anuncios de cigarrillos de los sesenta. Era evidente que no podía dejar de pensar en la publicidad. Tracy cerró los ojos.

Se suponía que aquel hombre era un viudo de mediana edad, padre de dos angelicales niños de edad indeterminada; su tía no había sido muy clara en aquel punto. Según la descripción que ésta hizo de él, Zane era un santo varón. Tracy empezaba a pensar que su tía había exagerado. Bastante.

La tía Maeve les había escrito describiendo detalladamente a su sobrina, desde la cabeza de cabello dorado a los pies vestidos con botas de color beige de ante llenas de barro. ¿Quién sería tan idiota de ponerse botas de ante para ir a un rancho? Parecía que la mujer que él había contratado, pensó Zane.

Pero no podía ponerle pegas encima. No se podía decir que hubieran recibido miles de solicitudes para el puesto. Todo el mundo en el condado conocía su situación y habrían preferido comerse una serpiente de cascabel que trabajar en su rancho, debido a las historias que las anteriores dos empleadas habían puesto en circulación.

Zane no la esperaba esa noche. Se suponía que llegaría a la mañana siguiente. No sabía exactamente qué relación tenía con ella. El primo favorito de su padre se había casado con la tía de ella lo que la convertía en... seguro que había una palabra.

Pero, ¿a quién le importaba? Él necesitaba una empleada de hogar y la necesitaba ya. Su padre, Buck, y el primo de éste, Herbert o Herb como prefería que lo llamaran, no paraban de hablar por teléfono, y Buck le había contado a Herb lo de sus dificultades para encontrar una empleada. Aun así, Zane no sabía mucho de la nueva esposa de Herb. Cuando ésta los llamó para decirles que su sobrina estaba de camino para ocuparse de la casa, se había sentido demasiado aliviado como para preguntar. A caballo regalado no le mires el diente, pensó.

Aquella mujer, Tracy, tenía una boca muy bonita, aunque tuviera los labios un tanto amoratados en las comisuras, bien por frío o por cansancio. El largo cabello empezaba a secarse tornándose de un rubio dorado. El vestido vaquero que llevaba se ceñía en los lugares estratégicos de su cuerpo sinuoso, y tenía unos ojos verdes como la hierba fresca.

—Será mejor que se quite esa ropa mojada antes de que pille un resfriado —dijo Zane. La idea de verla sin ropa lo hizo retroceder—. ¿Ha traído equipaje?

—Está en el coche.

—No tiene buena cara —dijo Buck con sequedad—. Tal vez debería sentarse.

—¿Sabe lo que realmente necesito? Un cuarto de baño.

—Está por ahí —indicó Zane señalando hacia la escalera que conducía al piso superior—. No es muy grande pero será suficiente.

Después de cepillarse el pelo y secarse la cara se sintió algo más presentable.

—Me parece, hijo, que si sopla un golpe de aire fuerte se la llevará volando. Parecía una loca aporreando la puerta de esa manera —dijo el hombre mayor.

—No está loca, sólo un poco cansada del viaje.

Al escuchar la respuesta de Zane desde el otro lado del baño, Tracy decidió que el cansancio extremo que sentía era una buena excusa. Lo cierto era que no estaba en su mejor momento, lo cual no le extrañaba después de lo que había tenido que vivir en los últimos días. Tras dejar a su prometido y su trabajo decide fugarse: definitivamente parecía que estaba loca.

—Es perfectamente comprensible —dijo Tracy en voz alta al reflejo en el espejo.

Escuchó entonces que el hombre de más edad seguía hablando con el otro.

—Hijo, ¡esa mujer está en el cuarto de baño hablando sola! Tal vez deberías ir a ver si todo va bien.

—Estoy bien —contestó Tracy con el mismo tono de voz—. Saldré en un minuto.

Le costó un poco abrir el cerrojo del baño y cuando finalmente lo abrió salió de golpe al pasillo donde Zane y su padre la estaban esperando.

—Creo que iré a descansar un poco si no les importa. Ha sido un largo viaje —dijo enderezándose y cuadrando los hombros todo lo que pudo para mostrarse digna.

—La acompañaré a su habitación —dijo Zane sosteniendo en las manos dos de las maletas de Tracy, la camisa húmeda después de haber estado bajo la lluvia para sacarlas del coche.

—Gracias —dijo Tracy siguiéndolo escaleras arriba sobre la crujiente madera. Zane iba dos escalones por encima lo que dejaba su trasero embutido en el vaquero a la altura de los ojos de Tracy. Le quedaban como un guante. Quedaba a la vista una cintura estrecha y unas caderas delgadas seguidas de unas largas piernas. No era que prestara atención a esas cosas. Ya no. Aun así, no podía evitar notar que aquel hombre se movía con el balanceo de los protagonistas de Bonanza.

Lo sabía porque había visto todos los episodios de la serie. Siempre había tenía el deseo secreto de vivir en un rancho y, durante el largo viaje en coche, se había convencido de que tal vez la broma de Dennis había sido en realidad obra del destino para guiarla hacia el rancho de sus sueños. Sólo esperaba que no se convirtiera en una pesadilla igual que su vida con Dennis.

—Estamos remodelando la habitación así es que durante los próximos días dormirá en la habitación de invitados —dijo Zane abriendo la puerta de un puntapié.

En el interior había una cama grande que parecía cómoda a pesar de ser vieja, y sobre ella había una manta en vez de un edredón. A su lado, una mesilla y completaban el mobiliario una cómoda y una silla de respaldo alto. No era el Ritz pero serviría.

—Dejaré aquí las maletas —añadió Zane depositando la más pequeña sobre la cama haciendo que los muelles de ésta chirriaran.

Tracy lo miró y recordó su lujoso colchón que en ese momento estaba depositado en un guardamuebles en Chicago.

—¿Hay bañera?

—Claro, pero el calentador no funciona en este momento. Lo siento —contestó algo apesadumbrado dándose un golpe en el ala del sombrero—. Funcionará de nuevo por la mañana.

—Está bien —murmuró ella desanimada por no poder darse el baño que ansiaba.

—Encenderé la calefacción. Si no tiene más preguntas la dejaré para que descanse. Aquí solemos madrugar. El desayuno es a las cinco y media.

—De acuerdo —dijo ella bostezando sin escucharlo realmente—. Lo veré entonces.

—La cocina está abajo al final del pasillo. No tiene pérdida.

—Mmm. Buenas noches.

Y con ello le cerró la puerta en la mismísima cara no sin antes ver el color de sus ojos: eran azules.

Tracy soñaba que se estaba bañando en el Caribe. Ella y Dennis estaban en su luna de miel y tenían toda la playa para ellos solos. El océano se estaba encrespando ante la amenaza de una tormenta. Se oían ya los truenos. Resonaban en sus oídos.

—¡Despierte! —dijo el trueno.

Trató de responder, pero no podía.

—¡Despierte! —repitió.

Tracy abrió los ojos. Sobre ella el rostro de un hombre cobraba forma en la semioscuridad de la habitación. Su grito fue una respuesta automática. Tras unos momentos de confusión no se podría decir quién de los dos estaba más nervioso.

—¡Maldita sea, me ha asustado! —gruñó el hombre quitándose el sombrero—. Sólo quería despertarla. Se supone que tenía que tener listo el desayuno hace diez minutos. Tengo a unos cuantos rancheros hambrientos ahí abajo esperando para tomar su desayuno.

Completamente desorientada, Tracy pestañeó tratando de reconocer dónde estaba. De pronto lo recordó: estaba en Colorado, en el rancho que su tía le había recomendado para recuperarse de las vicisitudes de su compleja vida. ¡Pero nadie podía recuperarse de nada a aquellas horas intempestivas! Y el hombre que miraba con gran interés los tirantes de su camisón no era otro que Zane.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó ella subiéndose la sábana hasta la barbilla.

—Ya se lo he dicho. Intentando despertarla.

—Es demasiado pronto. Vuelva usted más tarde —gimoteó.

—Escuche señorita —respondió el hombre encendiendo la luz—. Esto no es un balneario. Tenía entendido que yo era aquí su jefe y usted la empleada doméstica y cocinera de este rancho, lo que significa que debería estar en la cocina preparando el desayuno en vez de estar debajo de las mantas.

—Supongo que esto significa que nada de desayunar en la cama, ¿eh? —dijo ella sentándose en la cama—. Sólo estoy bromeando, ya estoy despierta. Bajaré en un minuto.

Tracy esperó a que Zane hubiera salido de la habitación para salir ella de la cama y al hacerlo se golpeó el pie con una de las maletas que aún no había desempaquetado. Las lágrimas asomaron a sus ojos. Así no era como ella había imaginado que comenzaría su nueva vida. Se sentía como pez fuera del agua, tenía mucho sueño, y no le gustaba. Se sintió rabiosa pero también experimentaba el dolor del engaño. Dennis la había engañado y Zane le había robado horas de sueño. Sus crímenes no eran comparables en seriedad, pero en aquel momento ambos hombres eran a sus ojos culpables; culpables de ser hombres demasiado acostumbrados a hacer lo que querían.

—Deberían multar a todos los hombres de este planeta —dijo—. ¿Dónde habré metido yo mis vaqueros?

Al final, Tracy tuvo que ponerse unos pantalones de algodón beige y una camisa color coral. Era eso o arriesgarse a que Zane subiera de nuevo. Los vaqueros debían estar en alguna de las bolsas que seguían en el coche.

Encontró la cocina sin problemas, pero encender el fuego no le resultó tarea fácil. Por más que giraba el mando, no conseguía sino que se escapara el gas.

—La cocina no funciona —le dijo a Zane en cuanto entró por la puerta.

—Sí funciona. Lo que pasa es que hay que encenderla con una cerilla —dijo mirándola inexpresivamente al tiempo que lanzaba un juramento—. Con unos huevos revueltos y un poco de tocino será suficiente esta mañana —añadió entregándole ambas cosas.

—¿Sabes lo que esto puede afectar al colesterol en la sangre? —dijo Tracy con desaprobación.

—Sólo cocínalo —gruñó él.

Tracy obedeció, pero no lo hizo muy bien. Los huevos estaban poco hechos y el tocino en cambio estaba chamuscado. Nunca habría pensado que una comida tan simple pudiera ser tan complicada de preparar. Afortunadamente había llevado consigo unos cuantos libros de cocina.

No se atrevía a salir y preguntar a los hombres si les había gustado el desayuno así es que permaneció en la cocina tratando de decidir dónde iba a colocar los aparatos de cocina para gourmets que había llevado también consigo. El gesto de Zane cuando entró en la cocina como una exhalación le daba una idea.

—Me dijeron que sabías cocinar —dijo con una calma increíble en comparación con su expresión.

—Sé cocinar —mantuvo Tracy aunque sólo un plato: langostinos de Jonghe con pasta, el plato típico de Chicago. Ella no solía tomar nada más que un café y un bollo con crema de queso para desayunar, algo que solía comprar en el bar de la esquina al salir de casa.

En aquel rincón del oeste no se veía ningún bar, así es que aquella primera mañana no había resultado ser lo que ella había esperado. Pero no importaba. Tenía un master en administración de empresas, podría arreglárselas.

Miró el desastre que había originado en la cocina: grasa de tocino por todas partes alrededor de los fuegos, y también en sus manos. También había rastro de los huevos.

Al ver su mirada, Zane tuvo que concentrarse para no gritarle. Puede que la cocina no estuviera limpia y ordenada antes de que empezara a cocinar, pero en ese momento parecía como si una bomba hubiera caído en el centro. Estaba tentado de enviarla de nuevo a Chicago, pero recordó que no tenía precisamente un montón de solicitantes esperando a trabajar como empleada en aquel rancho. No tenía alternativa.

Convenciéndose de que debía ser paciente, Zane iba a hablarle cuando un nuevo desastre se abalanzó sobre ellos golpeando la puerta de vaivén de la cocina. Diez segundos después, el desastre era evidente. Una fuente que estaba sobre la encimera cayó al suelo haciéndose añicos. Frascos en los que Tracy ni se había fijado yacían en el suelo junto a los restos de la fuente, y su contenido desparramado alrededor.

Tracy tosió por el polvo de la harina que flotaba en el aire.

—¿Qué ha sido eso?

—Mis dos hijos —se lamentó Zane.

Capítulo 2

Tus hijos? —repitió Tracy sin poder despegar los ojos del frasco que antes contenía la harina y que se mantenía milagrosamente en pie.

—Sabías que tenía dos hijos, ¿verdad? —dijo Zane a la defensiva.

Ella asintió incapaz de comprender el daño que dos niños pequeños podían causar en tan poco tiempo.

—La tía Maeve me dijo que tenías dos adorables y bien educados niños. Pero me da la impresión de que puede haber exagerado un poco, «por decirlo finamente» —dijo Tracy mirando a su alrededor. Si la cocina estaba hecha un desastre un minuto antes, en ese momento era un caos absoluto.

Los hijos de Zane no eran, obviamente, unos niños modosos y su tía Maeve no le había dicho toda la verdad sobre aquel trabajo temporal como empleada doméstica. De hecho, su tía había omitido algunos detalles importantes como el hecho de que Zane fuera un tipo de lo más sexy y sus hijos unos salvajes.

—¡Lucky! —gritó haciendo que Tracy diera un brinco sorprendida—. Lucky es el nombre de mi hija —añadió Zane antes de que la puerta de la cocina se abriera de golpe dándole casi en la cara a Tracy y un niño vestido con vaqueros y camiseta roja, y cubierto de harina, entrara a la carrera deteniéndose en seco delante de Zane.

—¿Cómo estás, Lucky? —preguntó Tracy extendiendo automáticamente la mano, más acostumbrada a saludar a hombres de negocios que a niños.

—Éste es mi «hijo», Rusty —dijo Zane con tono alterado.

—Lo siento. No me había dado cuenta.

De hecho, el niño era idéntico al otro que entró a continuación en la habitación. Ambos tenían el pelo corto lleno de harina y ambos llevaban una camiseta y vaqueros manchados de huevo.

—Son mellizos —explicó Zane—. No es difícil diferenciarlos cuando no están juntos.

¿Mellizos? Tenía mellizos. Se hacía a la idea del trabajo que podían causar dos mellizos después de haber visto alguna película y la cocina era prueba de ello.

—¿Cuántos años tienen?

—Siete.

—Y medio —puntualizó uno de ellos.

Tracy no podía decir cuál de los dos era aunque creía que era Lucky.

—No necesitamos que nadie cuide de nosotros —añadió la niña con aspecto de niño elevando la barbilla en un gesto de autosuficiencia un tanto beligerante.

—Ya lo veo —replicó Tracy con tono de burla observando el desastre que habían causado en la cocina. ¡Y ella que se había sentido mal por lo que había ensuciado al preparar el desayuno! Aquello no era nada comparado con lo que los dos niños habían hecho y en mucho menos tiempo.

—Parece que os las apañáis bien vosotros solos —continuó mirando a los mellizos—. Me llamo Tracy y soy la nueva empleada de hogar. He venido para ocuparme de la casa y preparar la comida.

—El abuelo ha dicho que cocinas fatal —dijo Lucky.

—No seas maleducada —advirtió Zane.

—No lo he sido —contestó la niña con una mirada angelical—. Ni siquiera le he dado una patada.

Tracy retrocedió un paso mostrándose cautelosa. Pero el niño, Rusty, se dio cuenta.

—Tiene miedo —dijo con demasiado desdén para ser un niño de siete años.

—Compórtate —dijo Zane con mirada reprobatoria—. Y quiero que ahora mismo pidáis disculpas a la señorita Campbell por este desastre.

—Esto ya era un desastre —dijo Rusty.

—Pero vosotros lo habéis empeorado. Y ahora, pedid perdón —dijo Zane con severidad.

—Lo sentimos —dijeron los dos niños al unísono.

Tracy vio por el brillo malvado en los ojos azules de los niños que no sentían el más mínimo remordimiento. De hecho, detectó una clara hostilidad hacia ella. No era desde luego, la mejor manera de comenzar, pero su suerte no había sido demasiado buena últimamente.

—Y ayudaréis a la señorita Campbell a recoger todo esto —añadió Zane.

—Papá —protestaron los dos niños.

—Pero antes subiréis y os lavaréis vosotros.

Los niños obedecieron dejando tras ellos un rastro de harina en los escalones que subían al piso de arriba.

—Puede que mandarlos arriba no haya sido una buena idea —dijo Zane al verlo.

—No pasa nada. Sólo son niños —dijo Tracy sin saber muy bien qué decir—. ¿Cuándo llegará la canguro para ocuparse de ellos? —preguntó a continuación.

—¿Canguro? —preguntó el hombre sorprendido—. No tenemos canguro.

—No soy ninguna experta, pero parecen demasiado pequeños para que nadie los vigile. ¿Acaso los cuida tu padre?

—A veces, pero vigilarlos es parte del trabajo de la empleada doméstica. Tu trabajo.

Aquello era nuevo para ella. Un pequeño detalle más que su tía había omitido. Ella sólo le había dicho que tenía niños, pero no que tuviera que ser ella la que se ocupara de ellos.

—Espera un momento. Pensé que las empleadas domésticas sólo se ocupaban de la casa y de la cocina.

—Pues pensaste mal.

Tracy se dejó caer apesadumbrada sobre una silla de la cocina abrumada ante la situación.

—¿Y las anteriores empleadas también lo hacían?

—Sí. Sin problema.

—Entonces no tendrás ningún problema en encontrar a otra persona para este trabajo —dijo ella dando un suspiro—. No estoy segura de que yo sea la más indicada.

—Yo tampoco, pero eres mi única esperanza.

Tracy reconoció el tono desesperado del hombre.

—¿Por qué no me dices qué está pasando aquí? —preguntó de pronto con una mirada suspicaz—. ¿Cuántas empleadas has tenido?

—¿Desde cuándo?

—En el año pasado, por ejemplo —dijo ella recuperando parte de su confianza.

—Varias.

—¿Cuántas es eso? ¿Más de seis y menos de doce?

—Eso es.

—¿Y puedo preguntar por qué se fueron?

—Por varias razones —contestó él.

—¿Llamadas Rusty y Lucky? —dijo ella con astucia.

—Mira, tal vez debería haberte dicho algo más sobre mis hijos cuando llegaste anoche, pero tampoco tú fuiste sincera conmigo —dijo él levantando la cara y la miró con unos ojos azules y acusadores—. Me dijiste que sabías cocinar y es obvio que no sabes.

—De acuerdo —admitió—, puede que no tenga mucha experiencia en la cocina, pero estoy deseando aprender.