La misión perfecta - Cathie Linz - E-Book
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La misión perfecta E-Book

CATHIE LINZ

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Beschreibung

Había llegado la hora de que aquel seductor empedernido pagara sus deudas... La periodista Cassandra Jones, después de su cambio de imagen, era la mujer perfecta para aquella misión. Aunque también era cierto que pasar toda una semana pegada a aquel guapo y encantador héroe no iba a ser ninguna delicia para ella. Estaba claro que el sexy Sam Wilder no perdería un minuto con Cassie, una apocada morenita con gafas... Sin embargo, se convirtió en todo un caballero para la explosiva rubia Cassandra. El problema era que, cuanto más se acercaba Sam, más lo deseaba Cassie y menos fuerzas tenía para contenerse. ¿Sería cierto que los hombres las preferían rubias... o habría algo más profundo que eso? ¿Podría ser ese el caballero que curara las heridas del corazón de Cassie... y le enseñara a amar de nuevo?

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Seitenzahl: 137

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Cathie L. Baumgardner

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

La misión perfecta, n.º 1789 - septiembre 2014

Título original: Sleeping Beauty & the Marine

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4706-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

HABÍA llegado la hora de devolvérsela al capitán de Infantería de Marina Sam Wilder. Y Cassandra Jones era la persona adecuada para hacerlo.

Observándolo acercarse, Cassie entendió por qué era tan popular con las mujeres; aquellos ojos tan azules en contraste con el pelo oscuro, las facciones marcadas... era un bombón.

–Siento llegar tarde, señorita –se disculpó Sam, con una sonrisa en los labios.

Desde la melena rubia platino a la camiseta ajustada, Cassandra Jones era un don de la Naturaleza. Aunque no había sido siempre así, todo lo contrario.

Pero eso era irrelevante. Estaba en el cuartel general de la Infantería de Marina en Quantico por una sola razón: su carrera.

Cassie amaba su profesión de periodista. Y agradecía que su editor tuviera en ella suficiente confianza como para encargarle una serie de artículos titulados Una semana en la vida de un héroe americano. Pero no le gustaba que el héroe elegido fuera precisamente el capitán de Infantería de Marina Sam Wilder.

Aunque estaba segura de que él no lo recordaría, no era la primera vez que sus caminos se cruzaban y hubiera preferido comer cristales a tener que tratar de nuevo con él. Pero había que aceptar lo bueno y lo malo en la vida. Era una lección que aprendió de niña y que no olvidó nunca.

En su infancia hubo más momentos malos que buenos, pero las cosas habían cambiado desde entonces. Tenía un buen puesto en la revista Capital y un trabajo que hacer.

De modo que allí estaba. Y llevaba media hora esperando que apareciese.

–Pensé que los militares se enorgullecían de su puntualidad.

Sam notó cierto tono de hostilidad y se preguntó si sería una reportera de las que desprecian el ejército y a los militares. El patriotismo estaba de moda en Estados Unidos, pero aquella mujer parecía tener ideas propias.

Los pantalones negros y la camiseta blanca que llevaba no podrían considerarse provocativos... si no fuera porque la camiseta era un poco demasiado ajustada y tenía un letrerito que decía: Chica dura estratégicamente colocado sobre el pecho.

La melenita rubia enmarcaba una cara ovalada, una boca increíblemente sensual y unos ojos verdes que reflejaban cierta impaciencia.

Sam no estaba acostumbrado a que una mujer reaccionase así. Normalmente las chicas lo miraban sonriendo, flirteando... no con impaciencia.

Como el único Wilder que seguía soltero, Sam se tomaba el asunto de ser un conquistador muy en serio. Aunque no era un mujeriego, siempre había tenido confianza en su éxito con el sexo opuesto. Nunca había tenido que esforzarse. Era una habilidad natural, como sus ojos azules o su cabello ondulado.

Aquella mujer, sin embargo, no parecía en absoluto impresionada... y eso lo intrigaba más que molestarlo.

Siempre le habían gustado los retos. De hecho, cuando lo destinaron a la tranquila base de Quantico, lo que quería en realidad era un poco de acción.

–Los militares solemos enorgullecernos de nuestra puntualidad, señorita. Entre otras cosas. Pero me ha retenido el coronel –explicó, regalándole una de sus mejores sonrisas–. Si hubiera sabido que había una chica tan guapa esperándome, le aseguro que habría hecho todo lo posible para llegar a tiempo.

–Sí, claro –replicó Cassandra. Sabía, por experiencia propia, que a Sam le gustaban mucho las mujeres guapas–. Bueno, ¿cómo le sienta haber sido elegido chico de calendario de la Infantería de Marina?

–¿Perdone?

–Desde que realizó ese aterrizaje de emergencia a pesar del serio problema en el motor de su avión, se le considera un héroe.

–No era un serio «problema» en el motor, es que lo habíamos perdido –aclaró él–. Y solo estaba haciendo mi trabajo, señorita.

–Venga, no sea modesto. ¿Qué tal sienta que todo el país esté hablando de usted?

–Dudo que sigan hablando de mí. El incidente al que se refiere ocurrió hace casi tres meses.

–Dos meses y medio exactamente.

–Parece que ha contado los días. ¿Por qué?

–Un buen periodista cuida los detalle –contestó Cassie.

Además, la rueda de prensa fue un auténtico evento. Y ella la cubrió. O intentó hacerlo. Pero a Sam no le apetecía contestarle y señaló a una periodista rubita para que hiciese la última pregunta.

Fue su fotógrafo, Al, un profesional experimentado, quien señaló que las rubias siempre se llevaban el premio. Que Sam Wilder hubiera pasado de ella en la rueda de prensa fue la gota que colmó el vaso. Por eso aceptó el reto de Al de convertirse en rubia platino.

Cassie estaba harta de que la ignorasen, de ser la morenita de las gafas que no ligaba nada en el instituto, ni en la universidad, que intentaba continuamente convencer a su editor, Phil, para que le diese una buena historia.

Alguien proveniente de una familia de clase media podía creer en los finales felices, pero Cassie sabía que las cosas no eran así. Ella creía en forjarse su propia suerte.

La primera imagen que recordaba era de su madre, tumbada en el sofá con una botella en el suelo. Su madre no quería emborracharse, pero siempre había algo o alguien a quien culpar. Y la culpa solía recaer en su padre, que murió cuando ella era una niña.

«Tu padre nos dejó», solía decir, como si hubiera muerto en un accidente de coche a propósito para destrozarle la vida.

Los años pasaron y Cassie se convirtió en el cabeza de familia, la que iba al mercado con el miserable sueldo que su madre ganaba como camarera... con el dinero que quedaba después de comprar alcohol. Se cambiaban de apartamento cuando no tenían dinero para pagar el alquiler y solían quedarse sin luz o sin teléfono.

Cassie empezó a trabajar cuando tenía quince años, pero no dejó de estudiar. Y no pensaba dejar que un hombre marcase su vida como la muerte de su padre había marcado la de su madre.

Tras su fallecimiento, cuando ella tenía dieciocho años, consiguió una beca para la universidad. Tenía que trabajar de todas formas porque la beca no cubría todos los gastos y consiguió el puesto de botones en un periódico de Chicago.

Años más tarde, cuando terminó sus estudios, consiguió trabajar como reportera en ese mismo periódico; después se fue a uno más importante y, por fin, seis meses atrás, consiguió un puesto en la revista Capital, en Washington.

Había cubierto la conferencia de prensa de Sam Wilder ese día porque la periodista que debía hacerlo se puso enferma. Cassie esperaba que el editor de la revista por fin se fijara en su trabajo, pero volvió sin nada que contar y con la firme determinación de dar un giro a su vida.

Había estado esperando que la oportunidad llamase a su puerta, pero eso se terminó. Sería ella quien llamase a todas las puertas.

Por eso fue directamente de la desastrosa rueda de prensa a la peluquería, con una sola petición: «Hazme rubia».

Su deseo de cambio no tenía nada que ver con el deseo de llamar la atención de Sam Wilder. No, estaba harta de que le pasaran por encima. Quería avanzar en su carrera, quería controlar su vida.

Era una chica dura y solo dependía de sí misma. Era discreta, pero no una boba. Por eso se fue a Washington, para empezar una nueva vida. Cambiar su apariencia era solo el primer paso del proceso. Quería arriesgarse.

El peluquero, un hombre calvo y amanerado que se llamaba Ivan, usó el término «rubia de escándalo» porque, según él, todo el mundo se volvería para mirarla. Cassie recordaba que al día siguiente, al entrar en el cuarto de baño, se preguntó quién era la extraña que la miraba desde el espejo.

Y era cierto. Todo el mundo se fijaba en una chica rubia. Cuando se tiñó el pelo y cambió las gafas por lentillas, su jefe por fin le dio la oportunidad que esperaba. Y no iba a estropearla.

–Un buen periodista cuida los detalles, ¿eh? –repitió Sam–. Un buen militar, también.

–Sigue sin contestar a mi pregunta –le recordó ella–. ¿Cómo le sienta ser un chico de calendario? ¿Lamenta que tantos jóvenes se alisten en el ejército por usted, porque se ha convertido en una celebridad?

–Siento cierta hostilidad por su parte, señorita. ¿Le importaría decirme por qué?

–Me parece que está siendo demasiado susceptible, Sam.

–Los militares no somos susceptibles, Cassie.

No le gustó que la llamara así. Cassie era su pasado, Cassandra su presente.

–Mi nombre es Cassandra.

–Y el mío Sam, no «chico de calendario». Si lo que hice ha ayudado al ejército y a mi país, estupendo. Pero no estoy buscando atención.

Cassie arrugó el ceño. ¿Estaba siendo irónico? ¿Estaba insinuando que era ella quien intentaba llamar la atención?

No, él no podía saber que se había teñido el pelo para cambiar de apariencia. Era ella quien estaba siendo demasiado susceptible.

–¿Por qué decidió escribir este artículo?

–Porque me lo encargó mi jefe –contestó Cassie.

–La misma razón por la que yo he venido a que me entreviste. Me lo han ordenado. ¿Por qué no seguimos hablando durante la cena?

–¿Cena? –repitió Cassie. Dos meses antes, aquel tipo había pasado de ella durante una rueda de prensa.

–Tienes que comer, ¿no? –le preguntó tuteándola.

–Sí, pero...

–Entonces podemos cenar juntos. Conozco un restaurante tailandés que no está muy lejos de aquí. ¿Qué te parece?

–Para escribir este artículo necesitaré algo más que una cena.

Sam sonrió, con un brillo de burla en sus ojos azules.

–Estoy a su disposición el tiempo que me necesite, señorita.

–Estupendo. Porque pienso ser tu sombra durante la próxima semana.

La expresión del hombre se volvió cauta.

–¿Qué significa eso exactamente?

–Significa que la revista Capital está haciendo una serie de artículos que se llama Una semana en la vida de un héroe americano. Mi último artículo fue sobre un bombero, ahora es el ejército. Tú. Mi trabajo es pegarme a ti, convertirme en tu sombra.

–No pareces una sombra, más bien un rayo de luz.

–Ya, claro.

–Yo tenía la impresión de que solo me entrevistarías hoy.

–Pues te equivocas.

–¿Esto ha sido aprobado...?

–Por supuesto –lo interrumpió Cassie–. La Junta de Jefes de Estado Mayor ha dado su aprobación. Me sorprende que no te lo hayan dicho.

Sam no había prestado mucha atención a lo de la entrevista. Pensaba que sería como las otras.

Debería haber sabido que nada era lo habitual con Cassandra Jones.

–En ese caso, hablaremos del asunto mientras comemos algo.

–Siento decirte esto, pero yo no soy uno de tus suboficiales.

Sam miró su camiseta.

–Ya me había dado cuenta.

Cassie se puso colorada, algo poco habitual en ella. No solía avergonzarse fácilmente.

–Y como no estoy en el ejército, te agradecería que no me dieras órdenes.

–Lo siento. La fuerza de la costumbre.

Le habría gustado preguntarle qué otras costumbres tenía, por qué se había hecho militar, cómo se enfrentaba al peligro... pero era lo suficientemente lista como para saber que estaría más relajado durante la cena.

Esa fue la única razón por la que aceptó. No por su preciosa sonrisa, ni por su cuerpo atlético, ni por aquellos ojos azules. Ni porque el uniforme le sentase de maravilla. El verde militar no solía sentarle bien a nadie, pero sí a Sam Wilder. Y Cassie sospechaba que estaría guapo con cualquier cosa.

Estupendo. Diez minutos en su compañía y ya empezaba a tener fantasías sexuales. Mala señal.

–Dime dónde está el restaurante y nos encontraremos allí.

–Pensé que ibas a ser mi sombra.

–Muy bien. Iremos en mi coche... a menos que seas de los que siempre quieren controlarlo todo.

–No me importa dejar que una mujer tome el control... si sabe lo que está haciendo.

Cassie estaba segura de que no se refería solo a conducir. Pero si pensaba asustarla iba a llevarse una sorpresa.

–Me alegro mucho de oírlo. Me gustan los hombres que se dejan llevar.

Sam la miró con admiración. O ella creyó que la miraba con admiración. Quizá solo estaba sorprendido al ver el Mazda rojo.

–Ponte el cinturón –dijo Cassie con una sonrisa–. Va a ser un viaje movidito.

–¿Has oído hablar del freno? –preguntó Sam veinte minutos más tarde–. Es el pedal que está al lado del acelerador.

–No sabía que ibas a ponerte pálido. Un temerario marine como tú...

–Yo no soy temerario. O, más bien, no me arriesgo innecesariamente –replicó él.

–Una pena. Yo últimamente me arriesgo mucho. Me he dado cuenta de que es la única forma de conseguir el éxito.

–Si te arriesgas un poco más no llegaremos vivos al restaurante.

Cassie levantó el pie del acelerador.

–¿Qué es esto, una prueba? ¿Estás intentando asustar al temerario marine?

–Eres un héroe. ¿Por qué iba a intentar asustarte?

–Dímelo tú.

–No intentaba asustarte. Solo estaba disfrutando de un poco de libertad.

Nada más decirlo se arrepintió. No estaba allí para hablar de su vida.

Sam la observó, pensativo. Era una mujer contradictoria. Tenía una boca muy sensual y, aunque en su camiseta decía Chica dura, había visto cómo le daba un cariñoso golpecito al techo del coche, como si fuera su mascota. También vio que esperaba pacientemente en una señal de stop para dejar pasar a una anciana. Y sospechaba que había muchas cosas que Cassandra Jones mantenía escondidas.

Aunque lo que había en la superficie era suficientemente atractivo. Y los hombres que había en el restaurante tailandés parecían pensar lo mismo porque todos se volvieron para mirarla.

Cassie se había puesto una chaqueta negra que ocultaba el letrerito de la camiseta, pero seguía llamando la atención. Y cuando abrió la carta, Sam vio el pequeño tatuaje que tenía en la muñeca... ¿un corazoncito?

–Sí, es un tatuaje. Me lo hice cuando era una adolescente.

–¿Para recordar a tu primer amor?

–Para recordar que el corazón no debe dejarse al descubierto.

Hablaba como una chica dura, desde luego. Pero Sam vio un brillo de dolor en sus ojos verdes. Y decidió dejar el tema.

–La comida aquí es un poco picante.

–Me gustan las cosas picantes. Cuanto más, mejor.

–¿Ah, sí? Pues el «Tigre que llora» ha hecho soltar lágrimas a más de uno. Quizá deberías probar algo menos...

–Por favor. ¿Te parezco una blanda? Puedo comer cualquier cosa. ¿Y tú?

Sam se dio cuenta de que aquella chica era muy competitiva. Incluso convertía una cena en un concurso.

Le gustaba.

Le gustaba mucho.

Aquello podría ser mucho más interesante de lo que había pensado.

–Yo puedo comer lo que me echen.

–Lo tendré en cuenta.

–Me alegro. ¿Qué vas a pedir?

–Estoy intentando decidirme entre el «Tigre que llora» y el «Rey diablo».

–Yo tomaré el Tigre –le dijo Sam a la camarera–. Pero creo que es demasiado fuerte para ti.

–Lo dudo. Yo también tomaré el Tigre –dijo Cassandra.

–Es muy fuerte –le advirtió la camarera.

–Mejor.

–Bueno, háblame de ti misma –sonrió Sam–. ¿Desde cuándo eres periodista?

–Soy yo la que está entrevistando –le recordó ella.

Sam la observó tomar un sorbo de agua y tuvo que apartar la mirada. Tenía una boca que haría soñar a cualquier hombre, pero no recordaba la última vez que una mujer lo afectó de tal forma.

–¿Por qué los marines? ¿Por qué no el Ejército del Aire, por ejemplo?

–Porque la Infantería de Marina es la mejor.

–¿En qué?

–En todo.

–¿De verdad? ¿En todo?

–Eso es, señorita.

–Me habían dicho que los marines estaban muy seguros en sí mismos.

–Y es cierto.

–También he oído hablar del esprit de corps de los marines. ¿Querrías explicármelo?

–Por supuesto. Los tatuajes, por ejemplo.

–¿Los tatuajes? –repitió Cassandra.

–Cuando los marinos eligen un tatuaje lo hacen para expresar parte de su individualidad: un corazón, una serpiente, Micky Mouse. Cuando los marines se hacen un tatuaje, lo hacen como una expresión de solidaridad.

–¿Nada de Micky Mouse?