Un encuentro inolvidable - Cathie Linz - E-Book
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Un encuentro inolvidable E-Book

CATHIE LINZ

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Beschreibung

Jessica Moore había estado enamorada en el instituto de Curt Blackwell, y aunque ellos habían hecho el amor, él estaba tan borracho que no se acordaba de nada. Aquello era un alivio, pensaba Jessica, ya que ahora iba a ser la profesora de preescolar de Blue, la hija de Curt. Los dos tenían un pasado en común, pero Curt evitaba pensar en él porque las emociones que despertaba esa mujer representaban un peligro. Y se estaba quedando indefenso contra el calor y la belleza de Jessica.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Cathie L. Baumgardner

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un encuentro inolvidable, n.º 1161- mayo 2021

Título original: Daddy in Dress Blues

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-571-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DE todas las aulas de todos los parvularios de Chicago, él había tenido que ir a la suya. Curt Blackwell. Incluso su nombre conjuraba profundos y oscuros recuerdos.

Los años no habían sido amables con él, por lo que vio Jessica Moore. Pero lo cierto era que la amabilidad y Curt Blackwell nunca habían tenido mucho en común.

Doce años. Habían pasado todos esos años desde la última vez que lo había visto. Y se esfumaron en un instante.

La asaltaron múltiples imágenes mientras lo miraba atemorizada. Era todo un compendio de contrastes. La rigidez de su corto cabello y su impecable atuendo militar estaban en guerra con la sensualidad de su boca y la intensidad de sus ojos castaños. Él siempre había tenido la habilidad de consumirla con una sola mirada de esos ojos.

La sorprendió lo mucho que él había cambiado y que aún así, siguiera igual. Evidentemente, seguía en los marines y el uniforme azul le sentaba bien. Más que bien.

Había un campamento de entrenamiento de los marines no lejos de allí. Ella pasaba por allí de camino a su casa todas las tardes, pero nunca se le habría ocurrido que Curt terminara allí. Lo último que había sabido de él era que estaba en algún lugar conflictivo en el extranjero.

Buscó con la mirada las pocas cosas que recordaba de él, como la cicatriz que tenía en la sien derecha, resultado de una disputa que tuvo con su moto contra un árbol. Había ganado el árbol, como él le había dicho alguna vez. Pero ahora tenía otras cicatrices, incluyendo una bastante reciente en la mandíbula.

A pesar de los años que habían pasado, Jessica lo había reconocido inmediatamente. Pero no vio que él la reconociera a ella, lo que no era de extrañar. A Curt se le daba bastante bien no verla. Solo unas semanas después de haber compartido la noche más increíble de su vida, él había empezado a actuar como si ella fuera invisible.

Apartó ese recuerdo humillante y miró a la pequeña que estaba al lado de él. La niña que iba de la mano de la directora del parvulario, Sarah Connolly.

—Tenemos una nueva estudiante en el parvulario —dijo Sarah alegremente—. Esta es Blue Blackwell, tiene tres años y acaba de mudarse de San Diego. Y este es Curt, su padre.

¿La hija de Curt? ¿En su clase? La magnitud del dolor pilló por sorpresa a Jessica.

Se obligó a recuperarse.

—Hola, Blue. Nos alegramos de que estés con nosotros.

—Sí, bueno, la dejo en sus manos —dijo Curt incómodo.

Estaba claro que quiso seguir a Sarah cuando se marchó.

Pero por mucho que Jessica quisiera también que él desapareciera, tenía que pensar en Blue. La niña se aterrorizaría si Curt la dejara así en un entorno desconocido.

—Venga usted también, señor Blackwell —le dijo.

—He de volver al trabajo —dijo él.

¿Había un tono de desesperación en la voz de él, o se estaba imaginando cosas?

Jessica se vio obligada a ponerle una mano en el brazo para detenerlo.

—Esto solo serán unos minutos, pero es necesario. Es muy importante para la comodidad de su hija.

—De acuerdo —dijo él mirando su reloj—. Pero no tengo mucho tiempo.

Jessica quitó la mano y le dedicó su atención a Blue.

—Me llamo Jessica y voy a ser tu profesora.

La pequeña se limitó a asentir, pero no dijo nada. Llevaba el cabello castaño recogido en dos coletas. Sus vaqueros y camiseta blanca estaban impecables y le brillaban los zapatos. Llevaba una chaqueta verde más apropiada para San Diego que para el frío del mes de marzo en el Medio Oeste. No parecía tener una mochila para los útiles escolares.

Después de presentarla al resto de la clase y a sus dos ayudantes, Jessica la emparejó con otra niña, Susan, que era la más amigable de la clase.

—¿Por qué no le enseñas a Blue dónde puede dejar su chaqueta? —le dijo—. Luego empezaremos con la hora de los cuentos y Blue se puede sentar a tu lado.

Cuando las dos niñas se hubieron marchado, Jessica le dijo a Curt en voz baja:

—No se puede marchar así como así después de dejarla en un aula nueva. Quiero que sepa con seguridad que va a volver a por ella. Tiene que decirle eso. Si se marcha, estará rompiendo la confianza que ha puesto en usted.

Como había roto la que ella había puesto en él hacía todos esos años, pensó.

—Hubiera sido mejor si también hubiera venido su madre —añadió.

—Su madre está muerta —dijo Curt.

Ella parpadeó ante la falta de emoción con que él dijo eso.

—Lo siento, pero en ese caso es más importante todavía que no se marche. Es lo único que tiene y tiene que saber que, aunque se marche ahora, volverá a por ella más tarde.

Él se agitó impacientemente.

—¿Por qué no se lo dice usted?

—Porque usted es su padre, no yo.

El ruido del aula se elevó de repente cuando los niños se dieron cuenta de que su profesora no les estaba prestando atención. Jessica se acercó a su mesa y tomó una gran campana que había sobre ella, haciéndola sonar.

Al oírlo, todos los niños guardaron silencio, excepto el clásico travieso de la clase, Brian, de cuatro años, que se acercó y tiró de la manga a Curt.

—¿Tú conduces un tanque? ¿Eres más fuerte que Hércules? —le preguntó.

Curt se limitó a mirar al niño como si fuera un marciano y le dijo:

—Me dejo el tanque en el trabajo. Y ahora he de volver a él.

—Entonces le dejaremos para que pueda hablar con Blue un momento —dijo Jessica—. Vamos, Brian. ¿Qué cuento quieres que leamos hoy?

A pesar de que se alejó para darles a Curt y a su hija un poco de intimidad, no fue suficiente, ya que pudo oír perfectamente lo que Curt le dijo a Blue.

—Muy bien, este es el plan. Yo te voy a dejar aquí y volveré a recogerte a las quince cero, cero.

Era como si le estuviera hablando a uno de sus reclutas, no a una niña. Estaba claro que ese hombre no tenía ni idea de cómo tratar con su hija, que lo miró mientras se mordía el labio inferior nerviosamente.

Cuando Curt se hubo marchado, Jessica la tomó en brazos y le dijo:

—Te lo vas a pasar muy bien con nosotros y vas a ver de nuevo a tu papá antes de que te des cuenta.

—No me quiere —susurró Blue.

—Oh, querida, ¿por qué dices eso?

—Porque lo ha dicho.

 

 

Curt llegaba tarde y eso no le gustaba nada. Se enorgullecía de llevar siempre a cabo sus misiones a tiempo, ya fuera en Bosnia o llevando a su hija al parvulario.

Su hija. Todavía no se podía hacer a la idea de que tenía una hija.

Había sido una semana infernal. El lunes había recibido el último informe médico que decía que el disparo que había recibido de un francotirador seguramente lo había condenado a un trabajo de despacho para el resto de su vida. Eso lo frustraba, él era un hombre de acción, no un chupatintas.

¿Y cómo lo había ayudado el destino en ese tiempo de necesidad? Dejándole una hija casi bebé y de la que no había tenido ni noticias de su existencia hasta entonces, hacía menos de tres días.

La trabajadora social le había dicho que, al parecer, Gloria, la camarera con la que había tenido un amorío en San Diego hacía cuatro años, había tenido esa hija suya.

Curt no era tonto. Había sabido que a Gloria le iban los marines y que él no había sido el único hombre en su vida. Pero solo había tenido que mirar a la niña para saber que era suya. La mancha de nacimiento que ella tenía sobre la rodilla era igual que la que tenía él.

Era suya. Tenía una hija.

De repente, era padre.

Curt sabía que no valía para ese trabajo. No había conocido a su propio padre, que se había marchado antes de que él naciera. Pero él no abandonaría a Blue. No podía hacerlo. Él afrontaba sus responsabilidades. Era un marine, por Dios.

Aunque el uniforme no había impresionado mucho a la profesora de Blue. Lo había mirado como si fuera un gusano. Y le había dado órdenes. No estaba acostumbrado a recibir órdenes de los civiles. Y odiaba ser tratado como un recluta incompetente.

Pero lo cierto era que no era ningún profesional en eso de ser padre. ¿Cómo de difícil podía ser? Él era un miembro del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, con un legado de deber, sacrificio, disciplina y decisión. Tenía la sensación de que iba a necesitar de todas esas cosas y más para dar la talla ante esa profesora.

 

 

En el momento en que Jessica entró en su casa, se quitó los zapatos y tomó su teléfono móvil y se sentó nerviosamente en el sofá.

Normalmente se pondría algo cómodo para estar en casa, pero ese día necesitaba hablar con su mejor amiga cuanto antes. Conocía a Amy Weismann desde que habían compartido piso en la universidad.

—No te imaginas quién ha venido a mi clase esta mañana —le dijo—. Curt Blackwell.

—¿Curt Chico Malo Blackwell? ¿El del instituto?

—El mismo.

El mismo que había atrapado su corazón y al que ella le había rendido su amor. Al que le había dado su virginidad. Y el que se había deshecho de ella dándole una patada en la boca después.

No tenía que decirle nada de eso a su amiga, ya que Amy lo sabía todo.

—Dime que ha ido a arrastrarse ante ti después de todos esos años y que tú le has devuelto la jugada.

—No exactamente. Ni siquiera me ha reconocido. Ha ido a apuntar a su hija a mi clase de educación infantil.

—Oh, Jessica, lo siento.

Jessica cerró los ojos y se vio a sí misma como una estudiante de nuevo. La única chica del instituto que no tenía pareja para el baile de graduación. Y allí estaba Curt, el chico malo del que estaba enamorada desde que empezó el instituto. Él la había conquistado con una simple sonrisa y ella le había contado finalmente sus sentimientos para terminar haciendo el amor en el asiento trasero de su coche.

Aún podía recordar el olor de la hierba recién cortada que entraba por la ventanilla abierta, la sensación del vinilo del asiento contra el trasero desnudo, el sonido de su nombre en sus labios y el calor de las manos de él sobre la piel… La pasión prohibida y su increíble culminación. Sus únicos pensamientos habían sido para él, su único deseo, estar con él.

Pero al día siguiente Curt se había ido. A los marines.

Pero Jessica había estado segura de que él la escribiría desde el Centro de Entrenamiento. No lo hizo, pero a ella no le entró el pánico. No hasta que no tuvo el período, entonces sí.

Curt había vuelto a casa de permiso por unos días, pero ella solo lo supo cuando se lo encontró por casualidad en la calle. Él ni le habló, le dio la espalda con cara de vergüenza y a ella se le cayó el alma a los pies.

A la mañana siguiente, tuvo el período y se le pasó el miedo a estar embarazada. Con el tiempo, incluso se repuso a la sensación de haber sido traicionada. Pero ahora, el pasado había vuelto. Si realmente se hubiera quedado embarazada hace todos esos años, Curt y ella tendrían un hijo. Una hija, tal vez. ¿Se parecería a Blue?

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Amy haciéndola volver al presente.

Jessica respiró profundamente antes de responder.

—Voy a enseñar a su hija. Soy una profesional y no culpo a la niña de las faltas de su padre. Y esa pequeña necesita alguien que la ayude. Curt sigue en los marines y la trata como si fuera un recluta en vez de su hija. Y es un encanto de niña.

—¿Qué le pasó a su madre?

—Por lo que sé, ha muerto. No le puedo dar la espalda a Blue. Lo primero y más importante es que ella es una persona de pleno derecho y se merece tener a alguien que se preocupe por ella, sobre todo después de lo que ha pasado. Ver a Curt hoy me ha afectado solo por la sorpresa. No hay forma de que yo vaya a permitir que él se me acerque tanto como para volver a hacerme daño.

 

 

—¿Necesitas que te ayude a acostarte? —le preguntó Curt a Blue.

Ya había visto que a la niña se le daba mucho mejor desnudarse que vestirse.

Ella agitó la cabeza.

—Muy bien, entonces iré a tu habitación a apagar las luces dentro de cinco minutos.

Curt suspiró cuando la niña salió del salón. Había tratado de hablarle suavemente, pero no parecía servir de nada. Odiaba la posibilidad de que pudiera tenerle miedo, pero no tenía ni idea de cómo rectificar las cosas.

Miró el montón de papeles que tenía que tener listos para la mañana siguiente. Al Gobierno le gustaba que todo estuviera por triplicado y eso incluía los impresos. Los cinco minutos que le había dado a Blue pasaron enseguida. Cuando fue a su habitación, la niña lo estaba esperando sentada en la cama tan tiesa como cualquier marine.

—Descansen —dijo.

Ella parpadeó y se relajó un poco. Debería ser feliz. Él quería que lo fuera. Tenía un dormitorio como para una princesa. Le había dejado elegirlo todo a ella misma, sobre todo porque él no tenía ni idea de lo que le podía gustar a una niña de tres años y a ella en particular.

Era su hija, pero aún era una desconocida para él. Tal vez si hubiera estado en su vida desde que era un bebé, ahora se le daría bien eso de ser padre.

Estaba completamente fuera de su elemento. La niña tenía unos ojos muy tristes. Castaños, como los de él. Y raramente sonreía. Lo hizo cuando él imitó a Los tres cerditos, pero le dio la impresión de que era porque estaba haciendo el tonto.

Como lo había hecho con la profesora. Por alguna razón, le había parecido conocida, pero no sabía por qué. Ni siquiera estaba seguro de su nombre, ya que no estaba prestando demasiada atención salvo cuando ella le ordenó que se quedara allí.

Había reconocido el acero que había en la voz de esa mujer, ya que él mismo era sargento y muy capaz de poner en orden a un grupo de reclutas con solo una orden ladrada. Había tenido cuidado de no hablar así con Blue. Y de no decir palabrotas. A veces no le resultaba fácil.

La habitación de la niña estaba llena de personajes de Disney que él no conocía, pero la niña sí. Había tenido suerte de que ese piso de dos habitaciones hubiera estado libre y en el mismo edificio del estudio amueblado que acababa de alquilar antes de que supiera de la existencia de Blue. El casero le había cambiado de muy buena gana el antiguo por ese más grande.

—¿Así que ya estás preparada para acostarte?

Blue asintió solemnemente.

—¿Necesitas algo?

—Fooba.

Curt tomó el oso de peluche que estaba apoyado contra el pie de la cama. Había querido comprarle uno nuevo, pero la niña había insistido en quedarse con ese. Sospechaba que era porque se lo había regalado su madre.

Fue a acariciarle el cabello a la niña, pero en el último momento se echó atrás y fue apagarle la lámpara de noche.

—Buenas noches —le dijo.

—Me he limpiado los zapatos —dijo Blue de repente.

—Yo, uh, eso está bien.

La niña levantó la sábana para que él viera los brillantes zapatos que seguía llevando.

Vaya un padre que era, mandar a su hija a la cama con los zapatos puestos…

—Ahora están como los tuyos —dijo ella orgullosamente.

—Sí, pero yo no me los llevo a la cama. Vamos a quitártelos, monita.

—No soy una monita —dijo la niña solemnemente—. Soy una niña.

—Seguro que lo eres.

—¿Te gustaría más si fuera un mono?

—No, no me gustarías más si fueras un mono.

—Oh —dijo Blue decepcionada.

—Creo que es mejor que sigas siendo una niña —afirmó él mientras empezaba a quitarle los zapatos.

Se sentía como un elefante en una cacharrería. Sus manos eran tan grandes y esos pies tan pequeños… La primera vez que la había ayudado a vestirse habían tardado casi una hora.

Por fin le quitó los zapatos y los dejó bien colocados bajo la cama.

—Ahora ya estás lista para dormirte, ¿no?

Blue asintió.

—Muy bien.

—Pero Fooba no lo está.

Curt suspiró. Iba a ser otra noche muy larga.

 

 

A la tarde siguiente, Curt estaba de nuevo en la clase de Jessica para recoger a Blue después del trabajo. Llevaba cinco minutos de retraso, pero los compensaría en el camino a casa, si no lo retrasaban.

—Señor Blackwell, me gustaría hablar con usted en privado un momento.

La profesora. Y lo miraba fijamente mientras le hacía señas para que la siguiera a su despacho.

Curt suspiró y se resignó al retraso.

Jessica lo oyó suspirar y el hecho de que él la hiciera sentirse una molestia no le gustó nada. Peor para él. Si hubiera rellenado la ficha con la información requerida acerca de la niña y sus gustos, no tendría que hablar con él.

Aunque aquello no era completamente cierto. Aún tenía que hablar con él acerca de lo que la niña le había dicho de que no le gustaba a él. Ese comentario le había llegado al corazón. No estaba ansiosa por estar ni un momento más del necesario con Curt, pero no le podía fallar a Blue. Era su responsabilidad como profesora.

—¿Cuál es el problema? ¿Se ha portado mal Blue?

—Al contrario. Tiene mucho cuidado de no hacer nada mal.

Curt sonrió aliviado.

—Eso está bien.

—No, no lo está. No cuando significa que la aterroriza hacer algo mal. Cree que no le gusta a usted.

—A mí me gusta bastante, y nunca le he dicho otra cosa.

—¿Así que nunca le ha dicho que no le gusta?

—¡No, señora! —respondió él con un ladrido de marine.

—¿Y no se lo ha oído decir a otra persona?

—¡No, señora!

—¿Le ha dicho que la quiere?

Si Jessica no lo conociera bien, podría decir que Curt se había agitado incómodo en su silla.

—No.

—¿Por qué no? Los niños necesitan oír…

—Mire, ni siquiera sabía que existía hasta hace unos días. Su madre nunca se molestó en decírmelo. Cuando ella murió, las autoridades me buscaron y me llevaron a Blue. La conozco solo desde hace unos días. Blue es mi responsabilidad ahora y yo me tomo muy en serio mis responsabilidades.