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La ficción parecía cada vez más real... Jugando con el deber Le había resultado más sencillo enfrentarse al fuego enemigo que a las insinuaciones de la hija del general. El marine Rad Kozlowski tenía que admitir que estaba en verdadero peligro y sólo había un modo de huir: encontrar una mujer que fingiera ser su novia. Afortunadamente, conocía a una bella rubia ideal para aquella misión... La inteligente librera Serena Anderson sabía por experiencia que debía alejarse de los militares. Pero cuando Rad le propuso aquel trato, no pudo negarse a fingir un poco. Al fin y al cabo, ninguno de los dos buscaba nada serio, así que sólo tendrían que darse algunos besos... y luego algunos más.
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Cathie L. Baumgardner. Todos los derechos reservados.
JUGANDO CON EL DEBER, N.º 1983 - Diciembre 2012
Título original: The Marine Meets His Match
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1271-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
La disciplina es una cualidad básica para llegar a ser un marine y triunfar en la vida. Sin disciplina sólo hay caos. Y a los marines no nos gusta el caos –dijo el capitán Rad Kozlowski, mientras dirigía una severa mirada a los que lo escuchaban–. El caos es una muestra de falta de disciplina, de fuerza de voluntad. Éstas son cosas que no se toleran en el cuerpo de marines de los Estados Unidos y quiero que quede bien claro –hizo una pausa para enfatizar lo que acababa de decir antes de continuar–. Pero para los pocos que consigan graduarse, la recompensa será alta. Y no me refiero a dinero –tenía una voz potente y sabía aprovecharse de ello–. Me refiero a entrar a formar parte de una comunidad con valores como el honor, el coraje, la entrega. Para el cuerpo de marines de los Estados Unidos no sirve cualquiera. Sólo unos pocos tienen lo que hay que tener para entrar en este cuerpo de elite. ¿Entendido?
Los alumnos de quinto grado de la escuela Kennedy asintieron con solemnidad.
–Muchas gracias, capitán Kozlowski –dijo la señora Simpson un tanto nerviosa–. Le agradecemos que haya venido.
–De nada. Ha sido un placer.
Aquello no era cierto. Rad no se había incorporado al cuerpo de marines para dar una charla a un puñado de niños. Pero cuando el deber lo llamaba, él siempre estaba dispuesto a hacer lo necesario aunque le pareciera una pérdida de tiempo.
–¿Alguien quiere hacer alguna pregunta al capitán Kozlowski? ¿No? Bueno, pues gracias otra vez, capitán.
Había llegado el momento de irse y Rad se dirigió hacia la puerta más próxima y salió del gimnasio. Una vez fuera, al sol del cálido mes de septiembre en Carolina, se detuvo un momento y respiró hondo. Percibió su perfume un segundo antes de verla. Aquella rubia de largas piernas con un vestido rojo que había estado detrás de él durante su charla.
–Enhorabuena, capitán –aquel comentario no pretendía ser un cumplido–. Ha conseguido asustar a un puñado de niños de diez años. ¿Le hace eso feliz?
–Una pizza y cerveza fría es lo que me hace feliz.
«Además de las rubias atractivas», pensó y dirigió una rápida mirada a sus tributos: cabello dorado recogido en una coleta, labios gruesos y grandes ojos verdes.
Era alta, apenas unos centímetros menos que los dos metros que él medía y tenía unas piernas increíbles. Una suave brisa agitó la falda y dejó al descubierto unos muslos bronceados. Sí, definitivamente las rubias eran una de las cosas que más feliz lo hacían. Quizá después de todo, la charla no había sido una pérdida de tiempo.
Rad sonrió y ella le dirigió una dura mirada.
–¿No cree que ha sido muy duro ahí dentro?
–Los marines somos duros.
–Y competitivos.
–Afirmativo. ¿A qué se dedica?
–Tengo una librería.
–¿Su nombre?
–Serena Anderson. Yo también he participado en las charlas sobre futuras profesiones. Lo hice antes que usted.
–Siento habérmela perdido.
–Yo también lo siento. Quizá su discurso hubiera sido otro.
–Lo dudo.
–Podía haber sido un poco más tolerante.
–Puedo ser muy tolerante cuando la situación lo requiere –dijo él sonriendo–. Como ahora. ¿Le apetece que sigamos hablando mientras tomamos algo frío?
–En absoluto.
–¿Por qué no?
Aquel atractivo marine no estaba acostumbrado a que rechazaran sus invitaciones, advirtió Serena. Podía haber intimidado a todos los alumnos del quinto curso, pero no iba a pasar lo mismo con ella. Aquel hombre había hecho que su corazón se acelerase y ahora pretendía... Bueno, tenía que reconocer que era muy atractivo y por el brillo de sus ojos marrones, era evidente que estaba acostumbrado a conseguir lo que quería de las mujeres.
Era comprensible. Era un hombre que llamaba la atención y no sólo por el impresionante uniforme azul marino que llevaba o la confianza que demostraba tener en sí mismo. Viviendo cerca del campamento de Lejeune en Carolina del Norte, había visto esa misma actitud en muchos marines. Pero éste era diferente y por algún motivo que no llegaba a comprender, había conseguido que se fijara en él.
Al principio había pensado que era por el modo en que hablaba a los niños, como si fueran reclutas a sus órdenes. Era evidente que estaba acostumbrado a dar órdenes y hacer que se cumplieran inmediatamente.
Serena no era una mujer a la que le gustara que le dieran órdenes. Ya sabía en qué consistía eso y no estaba dispuesta a pasar por ello otra vez.
Quizá no hubiera reaccionado como lo había hecho si su ahijada Becky no hubiera estado en el grupo de niños a los que acababa de dirigirse. Su potente voz había asustado a la niña y Serena había estado junto a ella todo el tiempo. Así que había decidido hablar con él al salir para decirle que los niños requerían una atención especial.
–No está casada, ¿verdad? –preguntó él repentinamente, dirigiendo la mirada a sus manos.
–¡Por supuesto que no!
Así que aquella rubia tenía algo en contra del matrimonio, pensó Rad. La idea del matrimonio tampoco le gustaba a él. A pesar de que sus hermanos estuvieran casados, Rad no estaba dispuesto a perder su libertad. Aun así, deseaba conocerla mejor.
–¿Cuál es el problema?
–Hay muchos candidatos y me es imposible conocerlos a todos –respondió ella en tono burlón.
–Haga una elección.
–¿Sabe lo que distingue a los marines? Rasgos como la arrogancia y el autoritarismo.
–Preferimos llamarlo confianza y liderazgo.
–Esas cualidades no me gustan
–¿Por qué? –preguntó él mirándola directamente a los ojos.
–Tengo mis razones –respondió Serena aturdida.
–Está bien, cuando las sepa no olvide contármelas, ¿de acuerdo? –dijo él y reparó en el contraste entre sus oscuras pestañas y su pálida piel. No solía reparar en esos detalles, pero aquella mujer tenía unos ojos increíbles, por no hablar de las piernas.
Sentía una fuerte atracción hacia ella. Una atracción que no había sentido en mucho tiempo. Y era evidente que era recíproca. A pesar de sus palabras, había química entre ellos.
Como en aquel momento, en que sus ojos se acababan de encontrar y ella se había humedecido los labios antes de retirar la mirada.
–No tengo interés en conocerlo mejor, capitán. Adiós.
Él se quedó mirando cómo se alejaba contoneando las caderas. Las mujeres del sur tenían una habilidad innata para llamar la atención de los hombres, pero no había apreciado que aquella mujer tuviera ningún acento. Si había participado en las charlas sobre futuras profesiones en aquella escuela, eso significaba que vivía por allí cerca. La bolsa que llevaba tenía el diseño de un libro abierto y el nombre de una librería: «El rincón del lector, hogar de ideas noveles».
Tenía que regresar a la base, pero decidió que al día siguiente le haría una visita a su librería. No se daba fácilmente por vencido.
Seguía pensando en Serena cuando llegó al campamento Lejeune, por lo que no reparó en Heidi Burns hasta que fue demasiado tarde. La hija del general era una belleza de dieciocho años, con el pelo oscuro y grandes ojos azules, además de haberse convertido en su sombra últimamente. Llevaba varias semanas haciéndole la vida imposible, motivo por el que le habían asignado aquella charla en la escuela. Aquélla no era una misión para él.
No había aceptado la invitación de Heidi para salir con ella y lo había amenazado con acudir a su padre para lograr lo que quería. Él no la había creído. Pero entonces le asignaron la charla sobre futuras profesiones en la escuela diciendo que había sido idea del mismísimo general.
Rad sabía que tenía que hacer algo al respecto. Heidi estaba decidida a lograr que cayera en sus redes aunque él nunca le había prestado la más mínima atención. Bueno, nada más conocerla, se había mostrado amable con ella, pero eso había sido todo. Sin embargo, ella afirmaba haberse enamorado de él nada más verlo.
Era difícil mantenerse alejado de ella ya que no dejaba de seguirlo. Era una joven mimada y estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya. Y ahora, su capricho era Rad.
–Aquí estás –dijo tomándolo del brazo–. Tienes que venir a cenar esta noche con papá y conmigo.
–Lo siento, no puedo.
–¿Por qué no? –preguntó Heidi. Su expresión dejaba claro que ninguna excusa sería suficientemente buena. Sólo se le ocurría una cosa.
–A mi prometida no le parecería bien.
Aquello detuvo a Heidi durante unos segundos. Luego, se echó a reír.
–Tú no tienes novia.
–Claro que sí.
Heidi no era tonta y sospechaba que era una mentira.
–Entonces, ¿por qué no me has hablado de ella hasta ahora?
–Nos hemos comprometido hace poco.
–¿Cómo se llama? –preguntó bruscamente.
–Serena Anderson –dijo antes de pensarlo dos veces–. Tiene una librería.
–¿Han vendido el edificio? –preguntó Serena al comercial que retiraba el cartel que anunciaba la venta.
–Así es. El nuevo propietario quiere reunirse con usted a eso de las cinco.
–¿Para negociar el alquiler?
–Imagino que sí.
Serena sintió un nudo en el estómago. Se quedó mirando fijamente una mariposa que volaba alrededor de las jardineras del escaparate y se preguntó cómo sería la vida sin preocupaciones.
No se consideraba una mujer que se angustiara fácilmente. Si tuviera que describirse, lo haría como una persona trabajadora que trataba de ser optimista y que podía ser sobornada con chocolate belga.
Antes de entrar en la tienda, se detuvo para hacer su ritual diario: acariciar el rótulo de la puerta. Aquél era su sueño hecho realidad. Su librería, El rincón del lector, estaba ubicada en la planta baja de un edificio de ladrillo de tres plantas. En el segundo piso tenía alquilado un apartamento de un dormitorio.
Cuando vio el sitio por primera vez, supo que era el lugar perfecto y en el mismo día firmó el contrato de alquiler de la tienda y del apartamento. El nuevo propietario probablemente querría subirle la renta. Pero, ¿cuánto?
Quizá después de todo, el nuevo dueño fuera una persona agradable y dejara la renta como estaba. Quizá incluso comprara algunos libros cuando fuera a verla.
–¿Has olvidado las llaves? –preguntó Jane Washington. Su marido Hosea y ella eran propietarios de la floristería del edificio de al lado. A pesar de que tenía más de cincuenta años, la piel de Jane tenía el resplandor de una mujer joven.
–No, estaba recordando algo.
–Será mejor que lo hagas dentro. Se acerca una tormenta. Te avisaré de las previsiones meteorológicas –dijo Jane que siempre tenía la radio encendida–. El ambiente es extraño, seguro que va a pasar algo grande.
–Algo grande ya ha pasado. Alguien ha comprado el edificio.
–¿Eso son buenas o malas noticias?
–Todavía no lo sé. Lo sabré más tarde cuando el nuevo propietario venga a verme.
–¿Qué haces ahí fuera? –esta vez la pregunta venía de la ayudante de Serena, Kalinda Patel. La joven universitaria tenía diecinueve años, una larga melena morena y bonitos ojos marrones. Además de tener aspecto de necesitar un café–. La máquina de café está dentro y necesito mi dosis de cafeína.
–Está bien –dijo Serena abriendo la puerta–. Entremos.
Mientras Kalinda acudía veloz a la máquina de café del otro lado del mostrador, Serena encendió las luces y miró a su alrededor. Había logrado dar a aquel sitio su toque personal. Ella misma había diseñado las estanterías e incluso había colaborado con el carpintero a hacerlas. Había colocado dos butacas junto a la entrada de la sección de libros románticos y ella misma había hecho las fundas que las cubrían.
A continuación estaba la sección de misterio, donde había colocado una cinta de plástico amarilla y negra como las que usaba la policía para delimitar la escena de un crimen y había colgado un póster en la pared de un actor caracterizado como Sherlock Holmes.
Más adelante, estaba la sección de ciencia-ficción con las portadas de libros firmadas por los autores que habían visitado la tienda. Recientemente, había preparado una pequeña selección de libros para adolescentes y por último, estaba una pequeña zona dedicada a las historias del Oeste, donde había colocado un sillón cubierto con una manta de estilo indio.
La sección infantil tenía pequeñas sillas, una alfombra de letras multicolores y se había asegurado de que las estanterías estuvieran bajas.
En el otro extremo de la tienda había un rincón de lectura donde se hacían las presentaciones de los autores. Había un gran banco de madera de pino con cojines rodeado de estanterías. Había tratado de dar el aspecto de un hogar a aquella zona, en la que había algunos marcos con fotos entre los libros.
El rincón del lector estaba enfocado principalmente a la ficción, aunque procuraba tener títulos sobre autoayuda muy populares, entre los lectores.
Serena recordó que tenía que actualizar los listados de los libros más vendidos. También tenía que hacer el pedido semanal y hacer sitio para los nuevos títulos que se pondrían a la venta durante las navidades.
–Ahora estoy lista para afrontar el día –dijo Kalinda después de dar un sorbo a su café–. ¿Qué tal fue tu charla sobre futuras profesiones en la escuela?
–Bien. También fue un marine.
–Creí que esas charlas estaban dirigidas a los niños de quinto curso.
–Así fue.
–¿No son algo pequeños para ser reclutados como marines?
–Estaba allí para hablarles de las grandezas del cuerpo de marines.
–Y por tu expresión, no te gustó lo que dijo.
–Fue increíblemente arrogante y autoritario. Cuando se lo dije, me dijo que tan sólo quería demostrarles cualidades como la confianza y el liderazgo.
–Espera un momento –dijo Kalinda abriendo los ojos como platos–. ¿Le dijiste que era arrogante?
–Sí.
–¿Cómo te atreviste?
–Estaba flirteando conmigo y tenía que pararle los pies.
Kalinda sonrió.
–Sí, claro y seguramente el cruel marine se asustó de ti.
–Llevaba mi vestido rojo.
–Ah, bueno, eso es otra cosa. Has utilizado tu arma infalible, la seducción. Así me gusta.
–Claro que no.
–¿Qué pasa? ¿Acaso era feo?
–No, todo lo contrario. Era muy guapo, atractivo y con un sentido del humor peculiar. Recordaba a Adrian Paul.
–¡Adrian Paul! –exclamó Kalinda–. ¿Has conocido a un hombre que se parece a Adrian Paul y lo has dejado escapar?
–Era autoritario y arrogante.
–Eso puede cambiar.
–No siempre.
–Lo dices por tu padre, ¿verdad?
Serena asintió. Apenas le había hablado a su ayudante sobre su pasado. Tan sólo le había contado que su padre había sido militar y que era muy controlador. Sus padres vivían en Las Vegas y apenas se veían.
–Mi padre también es una persona difícil. Todavía insiste para que salga con hombres de origen indio –continuó Kalinda y dio un sorbo a su capuchino–. Cambiando de tema, ¿han llegado ya los libros de la nueva colección romántica?
–Llegaron ayer por la tarde, justo después de que te fueras.
El resto del día pasó rápidamente para Serena, como era lo habitual. Algunas de sus clientas acudían varias veces a la semana a la librería y charlaban con ella. Sabía cuáles eran los trabajos de sus maridos, los hijos que tenían, sus problemas y sus éxitos. También le hablaban sobre los libros que más les gustaban. Cuando un nuevo cliente entraba en la tienda, Serena trataba de hacerle sentir a gusto para que volviera. Ésa era una parte importante de su trabajo.
Serena pasó el día tratando de olvidar la reunión con el nuevo propietario del edificio, pero a partir de las cinco de la tarde no pudo dejar de mirar el reloj cada pocos minutos.
Finalmente, no había llovido esa tarde por lo que fue al cuarto de baño a llenar la regadera para regar las macetas de la fachada. Como todos los jueves, la hora de cierre era a las cinco y media.
Salió fuera al húmedo calor. Se sentía tan mustia como las petunias. Tenía que ser positiva.
Se giró y chocó contra un fuerte pecho masculino.
–Lo siento –dijo y su voz se apagó al ver de quién se trataba. Era Rad. Su pulso se aceleró, lo que demostraba que lo que había sentido el otro día no había sido una ilusión. No llevaba su imponente uniforme azul, pero los vaqueros le sentaban a la perfección así como el polo azul que llevaba puesto.
–¿Qué está haciendo aquí?
–He venido a hablar con usted.
–Éste no es un buen momento –dijo ella separándose de él y sujetando la regadera con fuerza, como si pudiera protegerla de la atracción sexual que desprendía–. Estoy esperando a alguien que llegará en cualquier momento para tratar un importante asunto de negocios.
–Lo sé. Me está esperando a mí.
Aquel hombre era demasiado arrogante.
–No, no es usted.
–Claro que sí –dijo siguiéndola al interior.
–Estoy esperando al nuevo dueño del edificio.
–Ése soy yo.
–Pero usted es un marine.
–Afirmativo. Un marine con dinero. Ya sé que no es lo habitual, pero he heredado un buen puñado de billetes verdes de alguien a quien apenas conocía.
–¿Por qué ha comprado este edificio? –preguntó Serena tratando de comprender lo que le decía.
–Porque es una buena inversión. Y porque necesito su ayuda.
–¿Compró el edificio porque necesitaba mi ayuda?
–Afirmativo. Claro que no puedo negar que siempre he sido la oveja negra de la familia.
Estaba claro que tenía que cerrar la tienda pronto. Colgó el cartel de cerrado aunque todavía quedaban algunos minutos para las cinco y media. Aquélla no era una conversación para mantener frente a los clientes. Por suerte la tienda estaba vacía y Kalinda ya se había ido. Serena decidió ir directamente al grano.
–¿Qué pasa con mi alquiler?
–Estaré encantado de mantenerlo en las mismas condiciones si me ayuda.
–Si hago lo que usted quiere, ¿no?
Él asintió.
–Usted me ayuda y yo la ayudo a usted.
Serena comprendía hacia dónde iba aquel asunto.
–Olvídese, no tendré sexo con usted.
–¿Sexo? ¿Quién ha hablado de sexo? No busco una amante, tan sólo quiero una prometida. O, para ser más exactos, alguien que esté dispuesto a simular que es mi prometida.
De pronto Serena cayó en la cuenta. Había oído cuál era la posición en el ejército respecto a ciertas tendencias sexuales.
–Lo entiendo. Usted es homosexual.
–¿Homosexual? –repitió Rad incrédulo–. Claro que no –dijo atrayéndola hacia él. Serena podía sentir la calidez de su cuerpo a través del vestido de algodón que llevaba puesto. Estaba tan cerca de él que podía apreciar con toda nitidez el brillo de sus ojos. Él aproximó sus labios a los de ella y susurró–. ¿Quieres que te lo demuestre?
Serena consiguió encontrar la fuerza de voluntad para resistirse a la tentación que Rad suponía. Dio un paso atrás y trató de mantener la calma.
–No, no quiero que me demuestres que no eres homosexual. Te creo.
–¿Por qué pensaste que lo era?
–Porque dijiste que no querías una amante sino una prometida.
–¿Y eso te hizo pensar que era homosexual?
–Era una suposición lógica.
–Claro que no.
Serena estaba a punto de seguir discutiendo cuando se dio cuenta de que eso era precisamente lo que él quería.
–¿Por qué no me explicas lo que pretendes? Así no llegaré a conclusiones erróneas.
–Necesito tener una prometida.
–¿Para qué quieres que piensen que tienes una prometida?
–Porque tengo un problema con Heidi, la hija del general.
–¿Qué le has hecho?
–No he hecho nada. Tan sólo fui amable cuando la conocí y se ha hecho ilusiones conmigo, eso es todo.
–¿Y qué te ha hecho ella?
–Me está haciendo la vida imposible. Está convencida de que se ha enamorado de mí, de que ha sido amor a primera vista, lo que es absurdo.
–Desde luego.