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El plan malévolo de Ritiasha finalmente da resultado: le devuelve su cuerpo al adalid Deimarus y consigue controlarlo para que luche de su lado como uno de sus esclavos. El grifo más truculento y despiadado de todos regresa para poner a prueba su ferocidad en el campo de batalla una vez más y ver qué tan lejos puede llegar su furia. Élarus, Zaukume y Shûreth son los únicos que pueden evitar que las cosas se salgan de control en Ashura. Los mejores aliados que les quedan son los guardianes de la paz, quienes reaparecen luego de mucho tiempo, para luchar por última vez. No obstante, la verdadera amenaza yace en Xeón, oculta entre las tinieblas, esperando el momento justo para llevar a cabo el Gran Exterminio.
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Veröffentlichungsjahr: 2024
Ankshurus
Kevin M. Weller
Ankshurus
Saga de Kompendium
Libro XIX
Novela de fantasía
Kevin M. Weller
Libro digital
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Nota del autor
“Ankshurus” es una continuación directa de “Élarus” en donde reaparece el comandante Rushmaj con sus acompañantes, la famosa hechicera Ritiasha y la mascota de Vishne, y crean un plan para deshacerse de las especies rebeldes de Ashura. Transcurren más de dos años desde la derrota de Vingrath en Ailuxa y la muerte de Nashdrah y Crásiah. Zaukume y Shûreth aparecen nuevamente, dispuestos a poner a prueba su orgullo en el campo de batalla pese a la escasa experiencia en conflictos beligerantes. El nuevo rival es distinto de todos los anteriores, su poder va más allá de lo imaginable, su oscuro pasado es lo que lo convirtió en una máquina de matar cuya impiedad no tiene comparación.
El autor ha disfrutado mucho escribiendo esta historia, en especial las escenas de pelea que fueron inspiradas por películas de ciencia ficción donde no hay límites para la imaginación, si de efectos especiales se trata.
Índice
Prólogo
I. Hogar, dulce hogar
II. El despertad de Deimarus
III. Élarus visita a la vidente
IV. Zaukume entrena con Shûreth
V. Los guardianes de la paz son eliminados
VI. Los grifos más poderosos del mundo
VII. Plan fallido
VIII. El exterminador
Epílogo
Prólogo
La reacción de Daria y Mitia al ver a Élarus fue llamativa, fuera de lo común, ninguna de las dos podía creer que la jovenzuela había sobrevivido y que, además, había derrotado a su feroz archienemiga en Ailuxa. Ya la habían dado por muerta, no esperaban que pudiese lograr semejante hazaña una grifa de clase Alfha común y corriente. Ella era una copia exacta de Deksarus, temeraria e imprudente, de buen corazón. Había arriesgado su propia vida para proteger a los demás, algo que ninguna de las demás grifas se animaba a hacer.
Fue así como Élarus se ganó el aprecio de todas las criaturas de Ashura, su osadía la convirtió en una figura respetable que merecía el debido elogio. Fue tal la conmoción que hasta construyeron una estatua en su honor en Vivisire. Aunque a la grifa nunca le había interesado la fama, le preocupaba el bienestar de los demás y no podía vivir tranquila con invasores en sus tierras.
I. Hogar, dulce hogar
Una estrepitosa y eterna calamidad repleta de intranquilidad y angustia era lo que había vivido Zaukume al ver que Élarus, su preciada compañera de la infancia, no despertaba. Lo que al principio parecía un simple periodo de reposo, pasó a ser la peor pesadilla para el zorro. La grifa estuvo en coma durante meses, mientras más tiempo transcurría, más padecían los demás. Su corazón latía con lentitud, no reaccionaba cuando la tocaban. Su cuerpo estaba frío, como si fuera un cadáver, no había forma de hacer que recobrara el conocimiento. Lo único que podían hacer era esperar con ansias hasta que se recuperara.
Fue durante una fresca mañana nublada que Élarus abrió los ojos y cayó en la cuenta de que estaba en su hogar. Por un momento, creyó que estaba soñando, todo parecía demasiado real para ser un simple sueño. El hopo de Zaukume estaba sobre su vientre y podía oírlo roncar, se había ovillado a su lado como siempre, dándole la espalda. Sentía la mente enredada entre tantas reminiscencias, efigies e imágenes imposibles de soterrar. Tenía cierto escollo para moverse con libertad, sus movimientos eran algo toscos, su cuerpo parecía más pesado de lo normal.
Tocó la cerviz de su compañero, le palpó los hombros y le acarició el cabello. Zaukume estaba bien dormido, despertarlo no era buena idea. Hizo un enorme esfuerzo por ponerse de pie y caminar. Fue a buscar a su madre para ver cómo se encontraba, no estaba al tanto del tiempo que había transcurrido, creía que habían pasado unos pocos días nada más.
Antes de llegar a la morada donde vivían su madre y su abuela, un viejo coatí que tenía una cicatriz en el hocico la vio aproximarse y tiró al suelo los frutos que había estado recolectando en las afueras. Sus ojos no podían contemplar el milagro que tenía enfrente. La grifa por fin había despertado del sueño más largo de su vida, lo mejor de todo era que se encontraba bien, no había indicios de secuelas ni de deficiencias. Era una palmaria señal de que era la elegida para proteger Ashura de los invasores, había sobrevivido en una batalla brutal que ninguno de los guerreros que vigilaba las costas podría haber encarado.
El pequeño espécimen perteneciente a la familia de los prociónidos, turulato y sobrecogido, se puso loco de contento al verla vivita y coleando. Le dijo que todos estaban preocupados por ella, le contó que su madre la había dado por muerta, incluso ya había pensado en meterla en un cajón y llevarla al cementerio de Hiëthra.
Élarus, con la chirimoya todavía dándole vueltas como trompo, se limitó a responderle que no sabía qué era lo que había ocurrido, sólo recordaba que se había comportado como una jovenzuela indisciplinada con su madre y que no le hizo caso, a despecho de las advertencias dadas. Suponía que, aun luego de todo ese tiempo, ella seguía molesta por haberla desobedecido. Equivocada estaba, Daria, durante los últimos meses, sufrió más que el resto de los lugareños, por haber dejado que su hija se fuera sola.
El pequeñuelo, optimista como ninguno, le aseguró que su madre no estaba molesta con ella. Es más, creía que después de todo el tiempo transcurrido, la grifa se había olvidado de lo que su hija había hecho; una buena madre sabe cómo y cuándo perdonar a sus hijos. Daria no era la madre perfecta, pero estaba cerca de serlo.
Élarus ingresó a la morada, cruzó el pasillo, hizo rechinar las maderas del piso con cada pisada y buscó a su madre. Tras haber explorado la casa, no la halló. Todo estaba en orden, en absoluto silencio, parecía como si hubiese abandonado la vivienda de forma súbita. En su habitación encontró cartas provenientes de otras regiones, algunas estaban escritas en idiomas desconocidos, sólo podía leer las que estaban en Serfi.