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Kevin M. Weller

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Beschreibung

Los tres reyes que conforman la Trinidad de los Dragones crean un mundo desigual e injusto que desean dominar a toda costa, pero los nativos de cada continente se sublevan para hacerles frente a ellos y a todos sus esbirros.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Kompendium

Kevin M. Weller

Kompendium

Saga de libros

Volúmenes I-XX

Fantasía oscura

Kevin M. Weller

Edición digital

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción parcial o total de esta obra, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del autor. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Índice

La Trinidad de los Dragones

Prólogo 1

La génesis del mundo

Las primeras sociedades antiguas

La historia de los dragones púrpuras

El origen del conflicto fraternal

La ascensión de Dégmon

La amenaza de la Orden Real

La guerra de los Hermanos Trinitarios

Epílogo 1

Zenatske

Prólogo 2

Pasos previos a la conformación de una organización pacifista

El día que Kalypsoh se encontró con Arko

Los ochenta oráculos del mundo

Alianzas en conflicto

Un atípico dragón púrpura

Las cinco espadas elementales

El Tratado de los Tres Impostores

Sospechas de una conspiración

El asesinato de Grabur

Expulsión y marginación

El asesinato de Mitus Depoir

Dégmon reclama derramamiento de sangre

El monstruo de Zenatske

Epílogo 2

Xeón

Prólogo 3

Migración forzada

El contraataque de los híbridos

Jiu y Recni visitan Kåshlexiëv

Desafiando los límites de la amistad

Quiler y Yerek

Guiados por Drex

Drafur le da fin a su vida

La llama de la valentía jamás se apagará

La única escapatoria

Epílogo 3

La odisea de Camus

Prólogo 4

Un grifo de sangre pura

Cuando el deber llama

Contienda en Mitriaria

En nombre de Ioba

Un llamado de auxilio

Contienda en Ashura

El honor en juego

El legado de Camus

Epílogo 4

Plumas ensangrentadas

Prólogo 5

El desesperado llamado de Camus

Reorganización castrense

La injusta realidad

Nacido para sufrir

Fragmentación

Un mar de sangre y vísceras

La danza de los cadáveres podridos

La fosa de las talvendras

El golem de las profundidades

La tríada contra Canyelum

Deshamaria, una grifa singular

El herbolario de Tunek

Doce cabezas en una estaca

Geljetraf y Apoxel

Los representantes de la Raza Pacifista

Epílogo 5

Gargax

Prólogo 6

Érase una vez en Trongladia

Criadores de bestias voraces

Corazón de minotauro, alma de guerrero

El poderoso Deyevoh

El día de la ascensión

Medio siglo de conquistas

La decimocuarta legión

Un oráculo y un ogro

Tres grifos impertinentes

Pérdidas significativas

Destitución definitiva

El día que un comandante se rebeló

A punto de cometer magnicidio

Epílogo 6

Deimarus

Prólogo 7

Una señal

La ceremonia bautismal

Infancia ennegrecida

La identidad del hereje

Camino hacia el infierno

Los tres mensajeros

El destino de la Raza Pacifista

Hordas del Norte

Es hora de hacer justicia

La caída de Blaksurus

El oráculo Rankosh

El desafío de los cien años

Misiones especiales en las afueras

Unidos para matar

El sexto combatiente

Códigos de Honor

Encontronazo con Oncina

Flaqueza inaceptable

Un líder fuera de control

La última batalla

Inmortalización

Epílogo 7

El gueto de Arkadius

Prólogo 8

Las invasiones y sus implicaciones en la vida de los nativos

Arkadius se rencuentra con Markhonni

Encuentro casual en el bosque

Aluvión de dragones en la región

Aniquilan a Sererc y a Drex

Ziele y Garlec al rescate

Más rescatistas se suman al grupo

Combates de Norte a Sur

El legado de Arkadius y un sueño por cumplirse

Shakur, el nuevo líder de Arkadia

Epílogo 8

El zorro de Syscrepia

Prólogo 9

Un zorrito perdido

Syscrepia

Los primeros recorridos

Reunidos con Fyschev y Mitruksa

Aylin, una hermanastra diferente al resto

Entre hurones y glotones

Kermax y Rubeli

Ignagske, la reliquia de la familia

Un entorpecido error

La tumba de Syscripux

Una vida normal como aldeano

Duelo de espadachines

Poniendo a prueba los límites de la confianza

Una riña familiar y dos víctimas fatales

Gaom, otra vez molestando

Los dragones llegaron para quedarse

Un aliado de los grifos

Epílogo 9

El mensajero de Abantacia

Prólogo 10

El nacimiento de un polluelo no planificado

Recuerdos que vale la pena olvidar

Rituales incestuosos en Fysiah

Una madre de mierda y un padre ausente

El día de la huida

Un hermano y una hermana

Tres jóvenes y un sino incierto

El viaje definitivo de Mágrian

Juntos en soledad

Junta de grifos en Rinquesh

Anticipando la llegada de los invasores

Inicios en la FAR

Conflictos bélicos sin razón

El caudillo Arshendau

Una peligrosa misión en el Oeste

Rencuentro con familiares

El fin de las pesadillas

Ascendido al rango de mensajero

Epílogo 10

La loba solitaria de Zarek

Prólogo 11

Tormentos interminables

El sendero de la perdición

Desconsuelo

Artífices de la sedición

La trampa de la vida

Réprobo

Apartamiento

Ensoñación

Reminiscencias

Armisticio

Epílogo 11

Mitriaria

Prólogo 12

El comienzo de una grandiosa travesía

El ermitaño

Los lobos del bosque

Bajo ataque

Arkadia

La última advertencia

Un duro entrenamiento

Un gran equipo

El grifo mensajero

El árbol sagrado

Las sirenas

Emboscada

La represa

Abantacia

Un encuentro amistoso entre enemigos

Surcando los cielos con Oncina

Mercéfides

El basilisco

Una gran batalla

La espada del destino

Miadicia

El león de Parfalia

El laberinto

Yukka queda atrás

El traidor del grupo

Un largo camino por recorrer

Tentrum

La montaña Femerty

Los shatókeres

Kashiro se rinde

La anfisbena

Alianzas

El desafío del dragón púrpura

El oráculo de Nefiria

Rumbo a Korozina

Guerra

El castillo

El sacrificio de las Mascotas Legendarias

La pelea de Dáikron

La paz se restablece

Epílogo 12

Plumas y escamas

Prólogo 13

El primer recuerdo

Huérfanos sin esperanzas

Nuestro querido mentor

Nuestra preciada fraternidad

Desafíos del mundo exterior

Encuentro inusual

Una nueva vida

Una mala experiencia

Las Legiones del Caos

Las cicatrices de la debilidad

Una nueva alianza

El guardián del aire

Regreso

Un viaje peligroso

Un enfrentamiento brutal

Ayudantes de Ashura

Amenaza inminente

Mi última misión

Epílogo 13

Ashura

Prólogo 14

Reclutando aliados

Un viaje hacia el Oeste

Nait conoce a Jenric

Una mala noticia

Sublevación

Territorios desconocidos

El último suspiro

Batallas sin fin

Premoniciones

Ausencia

El rey se va

Bajo el mando de Ukertarus

Palpitando la derrota

Misión Rescate

Epílogo 14

La otra dimensión

Prólogo 15

El candidato ideal

Secretos ocultos

Un encuentro casual con un hombre singular

Un entrenamiento extremo

La victoria de Gokein y el retiro de Brayan

Encuentro en las montañas

Prueba de supervivencia

Una revancha, ¿por qué no?

Promesas son promesas

Epílogo 15

Reikse

Prólogo 16

Vuelta a casa

Augurios

La casa de Jonathan

En busca de respuestas

Rishaco visita Hipondria

El funeral

Reik decide volver a su mundo

El Ejército Rojo ataca nuevamente

El Fantasma de Fysiah regresa

Un intruso en Thaleshia

Bajo el yugo de los dragones blancos

La carta de Feshku

Daigarus contra Yanguel

La verdadera identidad de Dégmon

El primer día en la arena de combate

El segundo día en la arena de combate

El tercer día en la arena de combate

El cuarto día en la arena de combate

El oráculo Gazure reaparece

Malas noticias

La pelea más esperada de todos los tiempos

El lado oscuro de Reik

Encuentro con los hipogrifos

Un largo viaje por Ashura

El ataque de los dragones dorados

Las pruebas de Zander

La derrota de Besnoh

Los peligros de Xeón

La furia del dragón más poderoso del mundo

Una lucha entre padre e hijo

Epílogo 16

Deksarus

Prólogo 17

Tiempos de paz

El sucesor de Dégmon

Juramento de lealtad

La primera misión

Encuentro en Ashura

La petición de los oráculos

Tres tristes tigres

La gran carrera

El inicio del viaje de conquista

Cumpleaños arruinado

La llegada de los invasores

Despedida

La odisea de los guerreros

Entre estratagemas y recorridos

Todos contra Raiko

Berker

Periodo de reposo

La pelea de Lanzelot y Yok

Una carta desalentadora

La caída del patriarcado

El mundo se queda sin oráculos

Rishania es destruida

Los últimos sobrevivientes

Secuelas de una masacre

En vísperas del duelo definitivo

La última batalla de Vishne

Epílogo 17

Élarus

Prólogo 18

Encuentro familiar

Los deseos de la emperatriz

Viaje hacia Ailuxa

La batalla de Élarus

Epílogo 18

Ankshurus

Prólogo 19

Hogar, dulce hogar

El despertad de Deimarus

Élarus visita a la vidente

Zaukume entrena con Shûreth

Los guardianes de la paz son eliminados

Los grifos más poderosos del mundo

Plan fallido

El exterminador

Epílogo 19

La última guerra

Prólogo 20

Retorno al Desierto Rojo

El mundo en ruina

Exódius, el dragón de clase suprema

Una batalla sin precedentes

Duelo de titanes

Deimakshurus

La última guerra

El fin de todo

Epílogo 20

 

La Trinidad de los Dragones

Prólogo 1

El cosmos siempre había sido un lugar complejo y amplio, de medidas inconmensurables y composición indescifrable. Tantas galaxias, sistemas solares, planetas y estrellas habían existido desde quién sabe cuándo, nunca cumplieron ninguna función más que estar ahí porque sí. No había teleología implícita en ninguna parte, sólo había vacío, penumbra, indiferencia y frigidez.

Antes de que existiera algo más que el caos y la oscuridad, todo era pacífico y silencioso. La ausencia de seres vivos hacía que todo pareciera una malla con un montón de corpúsculos sin razón de existir. Arrojadas a la deriva, atrapadas entre el espacio y el tiempo, las primeras formas inmateriales interactuaban entre sí debido a fuerzas desconocidas que siempre aparecían cuando tenían que aparecer.

Tras eones de tiempo las cosas iban tomando forma, las primeras partículas infinitesimales se iban alejando y recorrían milenios luz, la entropía inicial se iba transformando poco a poco en lo que más adelante sería conocido como el sistema de sistemas. Aquel estado de vacuidad que alguna vez existió comenzaba a transformarse en otra forma de energía que daría a luz al universo visible, separando dimensiones gigantescas por medio de portales especiales. Fue asimismo la cuna de una cosa misteriosa llamada materia oscura, proveniente de la energía oscura, compuesta a su vez por multipartículas (fusiones isotrópicas de partículas subatómicas, antipartículas, etertículas y fractales).

Una fuerza desconocida a la que jamás se le dio nombre, feneció para dar a luz al modelo estándar compuesto por las cuatro interacciones conocidas: gravitatoria, electromagnética, nuclear débil y nuclear fuerte. Antes de que existiese la energía y la materia como se las conoce hoy en día, existieron formas cuánticas imposibles de ser estudiadas en el estado actual del universo.

Nada parecía tener sentido, al menos no para un ser pensante. La existencia de todo comenzaba a experimentar cambios bruscos, de manera que los elementos que conformaban la realidad iban moldeando los orígenes de lo que luego sería el hogar de muchísimas estrellas, las primeras espectadoras de la inexistencia misma.

Las primeras expansiones macrocósmicas a partir de nucleosíntesis estelares no sirvieron de nada más que para acrecentar el desorden. Aplicado el principio ex nihilo nihil fit, las primeras leyes naturales fueron desarrollándose como por arte de magia, sin que nada ni nadie las tuviera en cuenta. La nada absoluta había perdido sentido, fue remplazada por una nada relativa, una nada compuesta por nada más que vacío cuántico, una nada capaz de producir algo (teniendo en cuenta el Principio Cosmológico de Herman Bondi, Thomas Gold y Fred Hoyle y la teoría del Universo Inflacionario propuesta por Andrei Linde y Alan Guth).

Fue entonces que, con el correr del tiempo, los primeros planetas se fueron acomodando en una zona particular, alrededor de un sol que torcía el espacio-tiempo y atraía casi todo lo que estaba cerca (véase Teoría nebular propuesta por Laplace y Kant). Inmensas estructuras rocosas y calientes se iban enfriando a medida que el cosmos se iba expandiendo a velocidades inalcanzables. Meteoritos fugaces ingresaban a la atmósfera de los planetas y generaban cráteres gigantescos.

La debacle inicial había pasado a ser una serie interminable de catástrofes naturales, una tras otra, hasta que la serenidad se apoderó del mundo y el mar de energía oscura pareció calmarse por un momento. Fue entonces que, a través de reacciones fisicoquímicas, las primeras formas de vida surgieron. Criaturas inconscientes e invisibles aparecieron como consecuencia de procesos naturales.

Minúsculos seres carentes de órganos y consciencia debieron esperar durante una eternidad hasta que el medio ambiente le abriera las puertas a una nueva realidad. Propulsados por el oxígeno de las primeras plantas acuáticas, formas de vida más compleja pudieron desarrollarse y volverse perceptibles.

El tiempo, y nada más que el tiempo, sabía cómo seguirían las cosas desde ese momento en adelante. La Naturaleza se había establecido como la madre de todos los seres vivos, la dadora de vida por excelencia. Cómo serían los seres del futuro nadie lo sabía; lo que sí se sabía era que, dentro de mucho tiempo, aquellos pequeños seres tomarían formas variadas e interactuarían unos con otros para poder sobrevivir, lo malo era que, para ello, algunos debían fenecer como las estrellas que explotaban una vez que su tiempo de vida expiraba.

La génesis del mundo

El surgimiento de los seres vivos se dividió en dos grandes facetas: el reino simple y el reino complejo, o sea, las células procariotas y las células eucariotas. Los primeros organismos pluricelulares nunca prosperaron, contrario a los organismos unicelulares que se multiplicaron con creces hasta poblar los océanos. Aquellos organismos bentónicos, que no eran ni plantas ni animales ni hongos, se vieron afectados por los cambios climáticos extremos del entorno. Fue entonces que, aplicada la selección natural, muchos de ellos perecieron sin más ni más, otros tantos se convirtieron en extremófilos, y unos pocos se transformaron en seres más complejos.

En la epifauna, sólo los más aptos podían salir adelante. Tal era la situación que, de los pocos protozoos sobrevivientes, se desarrollaron nuevas formas de vida (por convergencia evolutiva), los eucariotas de rango mayor. Los fenómenos químicos que hicieron posible la conversión de monómeros en polímeros fueron cuasi accidentales, si no azarosos. Los primeros enlaces de deshidratación, sobremodo improbables, lograron que proteínas primitivas se desarrollasen en un lapso de tiempo relativamente corto. Tal y como lo demostró la teoría de Oparin-Haldane, la vida era, en rigor, resultado de procesos químicos de alta complejidad, pasando desde aminoácidos simples hasta los polímeros más complejos.

La vasta capa oceánica, rica en bajíos repletos de estromatolitos, presenció la proliferación de cianobacterias, las encargadas de llenar el mundo de oxígeno. Una especie de invasión mitocóndrica, un acaecimiento endosimbiótico, hizo posible la vida compleja, algo similar sucedió en las plantas, lo cual les otorgó los cloroplastos que les permitían fotosintetizar a gusto. Fue cuestión de millares hasta que aparecieron familias enteras de seres vivos bien diferenciados: animales, plantas, hongos, protistas, móneras y arqueas.

La panspermia natural, pasados unos cuantos eones, trajo consigo estructuras químicas de diferente tipo que se entremezclaron con las ya existentes en el planeta. Fue también en el agua, la fuente de vida por excelencia, desde donde aparecieron los primeros ancestros de los criptozoos o animales críptidos, un taxón cuasi independiente del que nunca se tuvo en cuenta al momento de establecer los principios de la cladística. El grupo criptásido contaba con su propio proteoma y genoma, en algunos casos con una morfología similar a la de los animales comunes.

No obstante, los primeros animales acuáticos no duraron mucho tras las poderosas sequías y contaminación hídrica, sólo los más suertudos lograron sobrevivir en el agua, quedándose como peces (agnatos, condrictios y osteoictios). Los más osados, a los que se los denominó tetrápodos, fueron todos aquellos que salieron del agua en busca de alimento. De los primeros tetrápodos, se dividieron una infinidad de animales, siendo los batracios o anfibios los únicos en quedarse a vivir cerca del agua, los neríticos. El resto de los animales abandonó la costa con el deseo de poblar la tierra, los pelágicos.

Como un zarandillo, nómadas en constante migración, los tetrápodos comenzaron a experimentar cambios físicos como consecuencia, en gran medida, de la alimentación y la aclimatación. Fueron los saurópsidos, durante miles de millones de años, los dueños de la tierra. La primera familia reptiliana estaba dividida en cuatro subfamilias: los sinápsidos, los anápsidos, los euriápsidos y los diápsidos. Los sinápsidos, de los que más adelante emergieron los terápsidos, eran una clase de protomamíferos o mamaliaformes, los trastatarabuelos de todos los mamíferos modernos, incluyendo los cuadrúpedos y los antropomorfos.

Los dinosauros o lagartos terribles, como es de saber general, dominaron el ámbito terrestre durante toda su existencia, al menos la gran parte de ella hasta su extinción con la caída de un gigantesco meteorito cuyo impacto casi hizo desaparecer la vida en el mundo. Los pocos dinosaurios que sobrevivieron tuvieron que adaptarse al terrorífico frío invernal que contrajo el mundo tras la devastación de plantas y árboles. La anoxia en miles de seres vivos los condujo derechito a la tumba mientras que a otros los hizo más resistentes. Los antiguos dueños del mundo, los feroces reptiles, les cedieron el puesto a las aves, seres igual de feroces que domeñaron la tierra y el aire.

Los cataclismos a nivel global siguieron sucediendo durante largos periodos, pero uno de ellos fue el que produjo un cambio radical en la vida: la bifurcación entre tetrapoides y antropoides. En vías de desarrollo, desde luego, los animales más ágiles preservaron su forma zoomórfica y los más inteligentes adaptaron una forma antropomórfica. El primer grupo poseía una espléndida habilidad para sobrevivir empleando sólo los cinco sentidos y alguna que otra habilidad innata; el segundo grupo poseía una fenomenal inteligencia que les servía para razonar, amén de hacer escaso uso de los sentidos mucho menos desarrollados.

La exposición a químicos inestables y frutos tóxicos también generó notables mutaciones genéticas, algunas beneficiosas y otras perniciosas, haciendo que algunos criptozoos desarrollaran características y habilidades fuera de lo común. Verbigracia, la capacidad de escupir fuego de los primeros protodragones no era eficaz hasta pasada cierta edad en la que se les desarrollaban las piróndulas dentro de sus cavidades orales.

La antropomorfización afectó a casi todas las especies comunes, a excepción de los animales acuáticos a los que de nada les servía erguirse para caminar, y a los criptásidos, un grupo aparte. Hubo casos excepcionales en los que la inteligencia en ciertos tetrapoides llegó a igualar a la de los antropoides, no a superarla. Así, dentro del grupo parafilético denominado zoosemiótico, se diversificaron animales semióticos de las dos clases antes mencionadas.

Quizá uno de los eventos más extraordinarios se llevó a cabo cuando, entre periodo y periodo, los protodragones que se vieron afectados por cambios bruscos de temperatura tuvieron la necesidad de readaptarse a los nuevos desafíos climáticos. Algunos ejemplares escamosos desarrollaron plumas, los primigenios protogrifos; otros ejemplares desarrollaron pelos, los primigenios protohipogrifos. Lo curioso es que dicho proceso se dio sólo en los tetrapoides, ya los protodragones antropomorfizados perdieron las escamas para obtener piel lisa, a la que luego se le desarrolló pelo.

La comunicación, otrora una amalgama de sonidos inconexos, se fue complejizando hasta dar lugar a los primeros códigos orales. Como todas las especies terrestres estaban emparentadas hasta cierto punto, la cantidad de lenguas desarrolladas fue escasa, siendo el Serfi el lenguaje universal entre los antropomorfos. Los tetrapoides, que con el correr de los años pasaron a llamarse cuadrúpedos, dejaron de preocuparse por incrementar la inteligencia cuando se dieron cuenta de que tenían mayores posibilidades de sobrevivir que los antropoides; preferían usar la fuerza en lugar del cerebro.

Cabe recalcar que los protocríptidos, también denominados criptozoos de antaño, tuvieron una evolución mucho más lenta y complicada que las demás especies. Las mutaciones en las especies dificultaban la capacidad adaptativa, siendo a veces necesaria la intervención de los antropoides. Como la reproducción entre cuadrúpedos no siempre fue fácil, algunos ejemplares de antropoides se entrometieron. El entrecruzamiento de genes distintos con frecuencia daba resultados y con frecuencia no. La antropomorfización en los críptidos no fue natural, sino artificial.

El reino animal quedó dividido entre el reino común y el reino críptido, al mismo tiempo que dependía de la zoomorfización, fenómeno que provocaba que un animal se volviese más o menos silvestre dependiendo del tiempo de exposición a sitios inhóspitos y recónditos. Lo que pasó a llamarse salvaje en realidad era producto de una larga exposición a la vida huraña, lo malo era que también confundía con el concepto de salvaje natural, o sea, el animal cuadrúpedo que nunca desarrolló la capacidad semiótica, en contraposición con los seres zoosemióticos.

El animal semiótico más destacado fue el primate, ancestro de los seres humanos que poca influencia tuvieron en el mundo, si es que algo, contrario a los antropoides animalescos que hicieron posible la proliferación de engendros mitad animal y mitad humano, es decir, críptidos. Lo más llamativo era que, allende la clasificación, los seres vivos seguían siendo instintivos la mayor parte del tiempo, no sólo para cuestiones reproductivas o de supervivencia.

Las primeras sociedades antiguas

Entre los primeros acontecimientos que marcaron un antes y un después, aparecía en los anales de historia antigua la conformación de las primeras sociedades arcaicas, habitadas por animales de diferentes clases. Para una mejor clasificación, se dividieron grupos de animales: los salvajes y los no-salvajes. Dentro del grupo de los no-salvajes había otra subdivisión: los animales antropomorfos (a veces denominados humanimales por la mezcla de rasgos antropoides y animalescos) y los animales zoomorfos (animales cuadrúpedos con una inteligencia superior a la de los animales salvajes).

Las leyes establecidas por consentimiento mutuo propusieron que matar a otros animales no-salvajes estaba justificado si y sólo si el fin último era la supervivencia. Matar seres sintientes y racionales era un delito, constituía un daño moral. A los animales salvajes, por otra parte, se los podía masacrar sin ningún tipo de inconveniente ya que no se los consideraba portadores de derechos naturales. Para los carnívoros y los omnívoros, matar era parte del día a día, lo hacían por necesidad o por capricho, les daba igual el sufrimiento de seres inocentes.

Por cuestiones de espacialidad, los diferentes grupos de animales se vieron obligados a esparcirse por doquier a efectos de establecer sus propios territorios, alejados unos de otros como tribus aborígenes por el continente americano antes de la llegada de los conquistadores. Cada grupo adoptó sus normas morales, sus códigos de conducta y sus estatutos de convivencia. Dentro de cada territorio la ley estaba supeditada al régimen local.

La sexualidad fue limitada a grupos específicos: sólo se aceptaba el apareamiento como método reproductivo entre especies afines o dentro de la misma categoría taxonómica. De esa manera, un animal no-salvaje no podía tener sexo con un animal salvaje, ni viceversa. Entre los antropomorfos y los zoomorfos el sexo fue prohibido recién cuando se notaron graves problemas genéticos como consecuencia. De hecho, como ya vimos más arriba, los críptidos (los ancestros de los que hoy llamamos animales mitológicos) fueron fenómenos nacidos a partir de relaciones antrozoofílicas, a saber, entre animales antropomorfos y animales zoomorfos. Por ejemplo, el ancestro del centauro fue producido por una cruza entre un animal antropomorfo (parecido a un humano) y un animal zoomorfo (parecido a un equino).

Como forma de marcar un límite entre lo ontológico y lo biológico, se empezó a usar el término pureza. Para poder clasificar mejor a los animales de las diversas familias se utilizaba un parámetro que iba desde lo más puro a lo menos puro. Así, un canino sería más puro cuanto más parecido fuese a un perro, un semicanino podía ser un animal parecido a un perro, pero que no era un perro, ya sea que fuese antropomorfo o cuadrúpedo. La misma lógica se aplicaba para todos los animales.

El problema surgió cuando, en vez de usar el término más o menos puro, se propuso usar el término impuro. Un animal impuro vendría a ser algo así como un esperpento sin categoría, un aborto de la naturaleza. A las especies se las llamaba clanes, a las razas se las llamaba clases y a las adaptabilidades se las llamaba escalas. Aquella primigenia categorización fue lo que luego se empleó para diferenciar entre grupos de menor y mayor pureza, además de grupos de menor y mayor clase. De una discriminación práctica se pasó a una segmentación racial.

El concepto «impuro» trajo aparejado un nuevo enfoque: la gradación zoológica. Entre los animales, como era de suponer, los grados de animalización fueron considerados importantes para saber cuán civilizado era el ejemplar de un clan. A mayor grado zoológico, mayor impureza. Como las sociedades primitivas eran separatistas en niveles estratosféricos, no querían que un territorio fuese compartido por todos los ejemplares de un mismo clan. ¿La solución? Se optó por someter algunos grupos al servicio de otros. Los animales considerados impuros fueron condenados a la esclavitud, los esbirros de los animales considerados puros.

El nivel de pureza iba de la mano con el nivel de superioridad de clase. Al haber tamaña distinción entre manadas, emergieron desacuerdos dentro de los animales impuros que no veían con buenos ojos las decisiones tomadas por otros en detrimento de la subyugación racial. No era justo que los más débiles fuesen siervos de los más fuertes, debía ser al revés.

A falta de acuerdos pacíficos, algunos ejemplares impuros eligieron el camino fácil: derrelinquir el territorio donde se habían asentado a la espera de un futuro más próspero. Por su lado, los ejemplares puros propusieron mantener el sistema de dominancia conocido como Indominae, el cual prohibía que los esclavos fuesen puestos en libertad. Se suponía que un animal impuro nacía esclavo, y como tal, debía morir siendo esclavo. El sistema de castas sociales establecía que no se podía salir de un grupo oprimido por mucho que se quisiera.

Por más que hubo ejemplares de la Raza Pura que intentaron hacer cambios en la estructura social, los líderes de los clanes no daban brazo a torcer. A todos aquellos que proponían sistemas distintos al Indominae eran perseguidos y aniquilados bajo la excusa de que sus ideales fomentaban la rebelión y la insurrección. Los animales subversivos eran peligrosos, y más aún si formaban manadas numerosas, podían arrebatarles la vida a sus opresores en el momento menos esperado.

El sistema ultrasegregacionista era de tal calibre que incluso estaban prohibidos los matrimonios entre un ejemplar puro y un ejemplar impuro, ni siquiera se les tenía permitido tener contacto sexual. Un animal puro que se atrevía a quebrantar la ley al unirse carnalmente a un animal impuro era condenado al anatema. Por temor a que naciesen híbridos, se evitaban las relaciones sexuales entre ejemplares de distinta pureza. Siendo el colmo de lo bizarro, las parejas eran elegidas por los padres del ejemplar puro, quienes eran los únicos habilitados para decidir con quién se aparearía su vástago y formaría una nueva familia. Era similar a la querella de las investiduras.

Claro que las leyes nunca se cumplieron a rajatabla, excepciones a la regla hubo arrolete. Como consecuencia de cruzas entre ejemplares de distinta pureza, aparecieron las razas intermedias y especiales. Las clases y las escalas eran indistintas dentro de la clasificación de pureza. Nótese que el término clase como remplazo de raza no guardaba relación alguna con la pureza, pese a que al principio el sistema de pureza tomó como base la raza de cada animal. La pureza era más un constructo social que una realidad objetiva.

Como si con eso no fuese suficiente, con el correr de los milenios uno de los ejemplares de la Raza Pura tuvo la idea de distanciarse con la finalidad de formar grupos más homogéneos y no tan diversos. Esos mismos animales fueron los que más adelante serían conocidos de punta a punta como la Raza Superior por antonomasia, los demás eran integrantes de la Raza Inferior. Fue una sola especie la que se dio cuenta de que vivir en paz y armonía con otros no valía la pena, por consiguiente, se autodenominaron los dueños del mundo. A esa especie se la conocía como repkåre, rama filogenética de la cual emergerían, en unas millaradas de años, lo que después se dio a conocer con el nombre de drakne.

Puestos los pies firmes sobre la tierra, los ancestros de los dragones fueron los animales más violentos y territoriales que hicieron de las suyas a sus anchas en todos los sectores que visitaron. El primer dragón puro de la historia, conocido por tener su propia constelación, fue Draco, el ser más perfecto que podía haber dentro de la Raza Superior. Fue ese mismo personaje el promotor de la Guerra de las Razas, conflicto beligerante que se cobró la vida de miles de millones de animales inocentes. La bestialidad de la Raza Superior provocó que algunos ejemplares de la Raza Inferior se volviesen esclavos de los dragones.

Entre los parientes más próximos de los semidragones estaban los grevrelkax, ancestros cuadrúpedos de los grifos antropomorfos, y los quempkshax, ancestros cuadrúpedos de los hipogrifos, ambos descendientes de una especie llamada asketroskeptix, un protodragón con características reptilianas, aviares y mamíferas. Los primeros fueron los archienemigos de los semidragones, a quienes bautizaron como plumíferos salvajes. A esos seres de corazón rebelde se los designó como integrantes de la Raza Pacifista, un invento empleado para diferenciarlos de sus enemigos.

Con la aparición de los primeros dragones puros, la Raza Superior pasó a llamarse Raza Destructora. La velocidad con la que evolucionaban los dragones era increíble, se adaptaban a todo tipo de climas, cual si fuesen tardígrados. El dragón entre los dragones, el gran Draco, sólo tuvo tres hijos a lo largo de su vida, con la misma pareja. Esos tres descendientes que tuvo eran, nada más y nada menos, que los dragones más famosos de la historia.

Un cataclismo de nivel colosal sacudió el mundo entero haciendo que el único continente existente, Rodashklef, se partiera en tres pedazos de distinto tamaño: uno grande, uno mediano y uno pequeño. Los nuevos tres continentes pasaron a llamarse: Xëxlex (cuyo significado era volcán), Asskleth (cuyo significado era jungla) y Metraxösk (cuyo significado era monte). Dichos nombres fueron readaptados a una versión moderna de la lengua Serfi para convertirse en Xeón, Ashura y Mitriaria.

Draco, el dueño del mundo, al ver que su imperio era inquebrantable, decidió inventar una religión oficial para la especie, la cual evitaría el fin del mundo y les otorgaría a los dragones la vida eterna una vez muertos. Fundó los cimientos de lo que más adelante sería llamado Monsismo, religión basada en la supuesta existencia del dios Mön, el dragón supremo que creó el mundo con el fin de que éste fuese dominado por sus descendientes de carne y hueso. Sus tres descendientes fueron calificados Hermanos Trinitarios, los únicos herederos del Trono Real, y, además, los representantes de Mön en el mundo terrenal.

Como Draco era el ser más temido del mundo entero, puso a sus tres hijos a cargo de cada continente. Les asignó un territorio propicio para que cada uno se apoderara de todas las tierras que todavía quedaban por conquistar. Al primer hijo, Cen-Dam, le otorgó Xeón; al segundo hijo, Dáikron, le otorgó Mitriaria; al tercer hijo, Bork, le otorgó Ashura.

Desarrollada la base estructural de la Trinidad de los Dragones, el mundo quedó a merced de una formidable amenaza que pronto conocería en persona. Los dragones se autoconsideraban los amos y señores de todos los reinos y aldeas habidos y por haber, aunque ni siquiera sabían cuántos territorios existían fuera de su tierra natal. El anhelo por apoderarse de todo lo existente los motivaba a querer llevarse el mundo por delante, como si nada les preocupara en la vida. Contaban con millones de esclavos que hacían el trabajo sucio por ellos, qué más podían pedir.

Por una cuestión de practicidad, o más bien de conveniencia, cada rey armó su propio ejército identificándolo con un color particular: Cen-Dam creó el Ejército Rojo; Dáikron creó el Ejército Negro; Bork creó el Ejército Blanco. Los tres ejércitos juntos eran verdaderamente poderosos, separados no tenían el mismo alcance. Cada hermano era consciente de que no sería fácil adueñarse de un continente en su totalidad, pero intentarlo valía la pena.

La historia de los dragones púrpuras

Contrario a lo alguna vez sostenido, los dragones púrpuras no eran descendientes producidos por la unión de dragones de color azul y rojo. Hasta la fecha, se desconocían los orígenes de dichas variedades, lo que sí se sabía era que nacía un dragón púrpura cada diez generaciones aproximadamente. Pertenecían a una raza especial de dragones cuadrúpedos no-salvajes capaces de controlar los cuatro elementos: fuego, agua, aire, electricidad. Algunos de ellos, por si no fuera suficiente con superar con creces a los demás, también sabían escupir veneno u otro elemento. El promedio de vida de susodichos seres no existía, eran biológicamente inmortales, sólo podían ser asesinados por otro animal, no envejecían ni se debilitaban con los años. En definitiva, eran lo más cercano a un dragón perfecto.

Fue de gran trascendencia histórica, sobre todo en culturas anteriores a los semidragones de clase media o baja (Zemhi e Infhe en los grifos), la aparición de dragones púrpuras ya que, al ser distintos al resto, en vez de ser discriminados, fueron considerados semidioses por tribus zoólatras de tiempos pretéritos. Ellos se convirtieron en protectores locales, lucharon con garras y colmillos contra semigrifos y semihipogrifos, así como también contra monstruos salvajes de tamaños titánicos.

El primer dragón púrpura del que se tenía registro era Syrex, instructor y consejero de los primeros dragones cuadrúpedos no-salvajes llamados drakens, cuyo significado era una mezcla de “dragón” y “dócil”, distinto de drakshens que hacía referencia a los salvajes. Los primeros monumentos erguidos en honor de los dragones púrpuras fueron los dreikanters, figuras estatuarias con forma piramidal. Dentro de los vetustos templos de adoración, chamanes y pitonisos colocaban escamas sobre un amuleto repleto de plumas de semigrifos muertos. Se derramaba sangre de algún animal salvaje, procedimiento expiatorio similar a la costumbre de Kaparot, en el que se solía revolear un cadáver de pájaro con la finalidad de maldecir a los enemigos que los acosaban.

La historia, como todo el mundo bien lo sabe, poseía dos versiones, la de los conquistadores y la de los pueblos conquistados, lo peculiar era que la mayoría de los escribas y cronistas, por no decir casi todos, narraban una sola versión, la que más les convenía. Cientos de semidragones fenecieron a merced de cipayos y mercenarios, entre ellos semigrifos, semihipogrifos, híbridos y dragones emplumados, aunque de los últimos se sabía más bien nada.

Los ancestros olvidados de los grifos fueron los primeros en sacudir el avispero, para sorpresa de nadie, fueron los primeros en iniciar disputas territoriales y hacer escándalo entre diferentes especies. A cambio de alimento, los dragones púrpuras protegieron a los semidragones de animales agresivos que atacaban sin razón aparente, hasta donde se sabe. La aparición de híbridos mitad grifo y mitad dragón, la cual derivó en el nombre “grifón”, fue para los semidragones la peor maldición. El poder de un grifón era superior al de un grifo de clase superior e inferior al de un dragón de raza especial.

La primera confrontación, ya olvidada en el tiempo, entre grifos y dragones se dio mucho antes de lo que los historiadores aseguraban. En parte, al ser los semigrifos y sus parientes omnívoros, masacraban semidragones para comérselos, eso sí, gozaban matándolos. Algunas hembras, víctimas de violaciones espantosas, quedaban preñadas, luego parían engendros que no eran ni semigrifos ni semidragones. La genética monstruosa daba lugar a auténticos esperpentos.

Una dragona púrpura, una de las poquísimas que hubo, también fue violada en bandada y obligada a dar a luz una cría amorfa. De su vientre salió, qué más, un semicríptido con características reptilianas, aviares y mamíferas. Al igual que el ornitorrinco, fue un ejemplar excepcional, raro en gran medida, de extremidades escamosas, torso velludo, alas emplumadas, pico dentudo, cuernos puntiagudos y lengua bífida. Algunos autores lo consideraban el primer caso legítimo de grifón, quien tuvo la pésima idea de esparcir sus genes por doquier con impudencia.

Otra de las hermosas cualidades de los semigrifos era la satiriasis que los convertía, en qué más, en obsesos sexuales, animales salaces en grados preocupantes. Los semigrifos no sólo mataban por placer, también violaban por placer. Ya en aquellos periodos remotos el grifo macho era conocido por pensar con la verga, no veía el sexo como una necesidad biológica, lo veía como una obligación a cumplir a pies juntillas.

Tal y como atestiguaban algunos comentaristas, el incesto entre semigrifos empezó a practicarse de manera masiva, una endogamia fuera de control que provocó enfermedades terribles en los descendientes, al menos en la mayoría de ellos. La especie estuvo en peligro de extinción por voluntad propia, por haberse cagado en la moral. ¿Sirvió eso para disminuir la lascivia descontrolada? Poco y nada. En lugar de aceptar el craso error, culparon a los semidragones por sus desgracias, desde aquel entonces volcaron el odio sobre ellos con más intensidad que nunca.

Los dragones púrpuras descubrieron lo acontecido entre sus enemigos, de modo que se calmaron al saber que por un buen tiempo no volverían a luchar para defender a los semidragones. Al no ser necesitados los dragones púrpuras para la prosperidad de la especie, dejaron de deificarlos y mitificarlos, quedaron en el olvido, pasaron a ser ejemplares comunes de la especie todavía en ciernes de expandirse por el mundo.

Para poner las cosas todavía peores, hubo amoríos voluntarios, absurdos desde cualquier punto de vista, entre semidragones y semigrifos que no anhelaban la guerra. Todos esos ejemplares fueron pasados a garrote, lapidados y mutilados. Los líderes de los clanes ya se apercibían a la sazón de que un semigrifo jamás podía ni debía entablar relación amorosa con un semidragón, era el mayor acto de traición.

Las especies semiantropomórficas aparecieron muchos años después, accedieron a los encantos de las hembras con el propósito de tener sexo. Introdujeron, de vuelta, semillas extrañas en el árbol genealógico tan complicado que unía a tantas especies diversas. La antropomorfización de los semidragones y los semigrifos produjo cambios notables en cada grupo. Los dragones antropomorfos comenzaron a llenarse de pelos; los grifos antropomorfos comenzaron a llenarse de pelos y plumas, quedándose sólo con escamas en los antebrazos.

Los dragones salvajes y los no-salvajes se mantuvieron cuadrúpedos, escamosos y reptilianos. Los púrpuras, pese a estar por encima de los demás dragones comunes, nunca tuvieron deseos de apoderarse del mundo, cuando bien que podrían haberlo hecho. En cambio, una lejana leyenda contaba que los dragones emplumados, a veces confundidos con los grifones, quisieron llevar a cabo una conquista universal, de un punto cardinal al otro. Fracaso tras fracaso, la especie se vio sumergida en la peor adversidad el día que se toparon con grifos de clase superior semiantropomorfos, de a ratos andaban en dos patas, de a ratos en cuatro.

Fueron aquellos grifos los que persuadieron a los dragones emplumados, según la creencia, para que se rebelaran y atacaran a los dragones no-salvajes dado que, acorde a los datos obtenidos, los dragones se estaban convirtiendo, aunque no parecía, en los verdugos del mundo. Los pocos semidragones que quedaron con vida fueron exterminados por dragones emplumados, no así los dragones comunes. Lo bueno era que los púrpuras ya no se entrometían, poco y nada les importaba lo que otras bestias hicieran en sus territorios.

Los dragones emplumados, aun cuando fuesen un grupo minoritario, hicieron el suficiente escándalo como para llamar la atención de los dragones antropomorfos, quienes, ya adaptados a las nuevas exigencias del entorno, los vieron con malos ojos. Peor aún fue cuando descubrieron que los emplumados no actuaban por voluntad propia, sino que eran marionetas de los grifos.

Como los registros eran nulos, ninguno de esos acontecimientos quedó grabado en ningún documento, ni en piedra, ni en hueso, ni en caparazón, ni en papel, ni en pieles, ni en nada. Por lo que se sabía, los grifos eran genuinos buscarruidos a los que, por hache o por be, se la pasaban metiendo las narices donde no les llamaban. Era verdad, en efecto, que representaron una amenaza para los dragones más débiles, no para los salvajes que los superaban en fuerza y resistencia.

Instaurado todo el chisme en el inconsciente colectivo, a los dragones se les ocurrió que, a lo mejor, demonizar a los grifos sería una buena forma, por qué no, de hacer que se ganaran el odio de los futuros descendientes. Ese odio irracional por los grifos no existió hasta la llegada de la religión monsista, la culpable de acrecentar el aborrecimiento más que cualquier otra ideología dogmática. Impulsados por una nueva fe que lo prometía todo a cambio de sacrificarse, los fervorosos neófitos emprendieron el recorrido de peregrinación en busca de cambiar el mundo, de hacer que las demás especies viesen a los dragones como los héroes y a los grifos como los malos de la película.

Por mucho que se intentase, la demonización por medio de adoctrinamiento fracasaba en todos los rincones del planeta debido a que los grifos, para con las demás especies, representaban cualquier cosa menos la maldad. Algo no andaba bien, o bien los grifos fingían ser buenos samaritanos o bien sólo se llevaban mal con los dragones. Para sacarse las dudas, los monjes recurrieron a los ejemplares, hasta entonces, más poderosos, los dragones púrpuras. Fragma y Ablaguer fueron consultados para saber qué era lo que acaecía entre grifos y dragones.

Los detallados análisis demostraban que los grifos detestaban a los dragones, sí, no porque los consideraran una amenaza para ellos, desde luego, el problema residía en que los envidiaban por poseer habilidades que no fueron heredadas en el proceso evolutivo. Mientras que los dragones podían escupir un sinfín de cosas para defenderse, ellos apenas se podían defender con picotazos y zarpazos. No era justo, gran obviedad, que unos fuesen más fuertes que otros.

Ganarse a las demás especies a cambio de promesas insulsas y simplonas no servía, había que cambiar de táctica. Fue entonces cuando dio un paso al frente un tal Draco, quien aprovechó la circunstancia desventajosa para sacarle el jugo a la fruta. Fue el principal promotor de una nueva forma de conquista, una que no sólo se esparciría como reguero de pólvora, también se haría sentir de rincón a rincón. Derramar sangre no era un problema para ellos sabiendo lo poderosos que eran en comparación con las demás especies.

Aquella arcana religión de paz, como se estableció en principio, dejó de ser una cuestión de palabras bonitas y sermones latosos, se fue modificando, moldeando a conveniencia, hasta convertirse en un arma letal. El Monsismo se institucionalizó, se empleó no sólo para lavarles el cerebro a millones de dragones, también para hacerles creer a las demás criaturas que ellos eran los amos indiscutibles del mundo y que su visión era la única verdad absoluta, acrítica e incuestionable.

Al igual que la política, la religión era una excelente herramienta de manipulación, sostenida en una ciega fe cuyos cimientos eran la ignorancia voluntaria, la flagrante ingenuidad y un miedo cerval. La tanatofobia producía tanto temor entre los pobres mortales que una promesa de vida post mortem representaba, en el mejor de los casos, una segunda oportunidad de gozar la existencia. Inventar profecías después de sucedidos los acontecimientos, vaticinium ex eventu, fue más que necesario para hacer parecer que los profetas le habían atinado, cuando en realidad lo único que hicieron fue mencionar algo ya ocurrido.

Sofisticadas técnicas de engaño, desde la imposición a la brava hasta horrendos métodos de tortura, constituían la normativa institucional de la nueva religión. Como hubo animales incapaces de decir que no, pasaron a ser míseros esclavos de los dragones, siempre bajo la vigilancia de un superior que inspeccionase el comportamiento de cada siervo. Ante la primera señal de subversión, el esclavo se autocondenada a morir de la peor forma.

Los dragones púrpuras, los no-salvajes y los salvajes fueron los únicos que nunca se unieron a la religión de turno, como apateístas que eran les importaba un bledo y medio meterse en el barro. El avasallamiento era absoluto, todo dragón que no profesase el Monsismo era un hereje, y como la herejía era un crimen aborrecible, el castigo por ello era igual de aborrecible. Si bien los salvajes eran analfabetos e instintivos, los antropomorfos los sometían por la fuerza, eran como los perros de los humanos, mascotas usadas para beneficio propio.

Entre los dragones salvajes hubo grupos que se autoaislaron para no tener que aguantar a los fanáticos religiosos de los antropomorfos, los azules, los dorados, los verdes, los de hielo, entre otros. Nótese que los cristalinos, del grupo de no-salvajes, fueron los únicos que nunca quisieron saber nada con la Trinidad de los Dragones ni con la religión monsista, se distanciaron de sus coetáneos por una cuestión de practicidad. Entre estar rodeados de orates con delirios de supremacía, preferían mil veces irse a vivir a otra parte.

Dicho sea de paso, los dragones púrpuras fueron los únicos que se percataron de que el Monsismo no traería prosperidad a la especie, más bien lo contrario. En las antípodas, los grifos, los eternos enemigos de los dragones, también fabricaron una religión, el Iobismo, con la misma finalidad. Si los dragones podían usar la religión para someter a una especie entera, los grifos podían hacer lo mismo. La diferencia radicaba en que, para los segundos, la guerra no era una obligación, sólo luchaban cuando sus líderes se lo pedían, a diferencia de los dragones que imponían sus ideas adondequiera que pisasen el suelo. El Monsismo contaba con un sistema de proselitismo mucho más rígido; el Iobismo se limitaba a representar a los grifos e hipogrifos antropomorfos.

La creencia en deidades, como todo el mundo sabe, fue inofensiva hasta que se empezó a imponer por la fuerza. Al ser forzada, la expansión de la religión penetraba muchísimo más e incidía con mucha mayor amplitud en el pensamiento de los animales supersticiosos. Eso los dragones púrpuras lo notaron en pocos siglos, a ellos se los veneró como protectores locales, a Mön, el dios de los dioses, no sólo se lo adoraba, también se lo servía ofreciéndole sacrificios. Y qué mejor ofrenda que un grifo.

Como integrantes de la Raza Pacifista, los grifos siguieron adelante con la misión asignada a los dragones emplumados, deshacerse de los dragones malévolos. Las revueltas y guerrillas escalaron en un conflicto mayor, uno que nadie había predicho. La Guerra de las Razas tomó más fuerza que nunca, fue el momento culminante en el que grifos y dragones entraron en acción. La balanza, por desgracia, se inclinó del lado menos querido. Los dragones ganaron terreno en el primer intento, los grifos perdieron cancha, se tuvieron que retirar con la cabeza gacha, pero en ningún momento se rindieron.

Algunos animales hablaban de que el conflicto beligerante, originalmente por una cuestión territorial, no cesaría hasta que el mundo acabase siendo un desierto desolado. Los grifos estaban al tanto de que les quedaba poco tiempo de vida, los rivales no se dejarían vencer bajo ninguna circunstancia. La primera piedra ya había sido lanzada, la sanguinaria guerra estaba en puertas. Hasta tanto, sólo se podía rezar para que nada se saliese de control.

El origen del conflicto fraternal

Como en toda relación fraternal de la época, el conflicto siempre había existido entre los tres vástagos de Draco. Ya desde temprana edad, sus padres notaron que se llevaban como perros y gatos, se peleaban con frecuencia, se mordían, se uñaban, se daban golpes… Los tres dragoncillos no tenían una unión amistosa como sí lo tenían los polluelos de los grifos. A los dragones se los educaba teniendo como meta un adulto marimandón, autoritario, dominante. Lo malo era que, con frecuencia, ese tipo de educación no daba buenos resultados.

Draco había sido demasiado permisivo, tal era el caso que no hacía nada cuando sus hijos se peleaban entre sí, esperaba paciente hasta que se cansaran de hacer rabietas, dejaba que se lastimaran unos a otros. Cen-Dam, el primogénito, siempre fue el más grande y robusto, se hacía respetar, no sentía lástima por sus dos hermanos pequeños, los intimidaba cuando quería. Dáikron era el más listo de los tres, el primero en todo y el más atento, siempre hallaba la forma de salirse con la suya. Bork, el más joven, era el retraído del grupo, el menos agresivo y el más manso. Sufría los peores maltratos a costilla de sus hermanos.

La madre era igual de atenta que el padre, prefería dejar que sus hijos se mataran a golpes a tener que intervenir, así ponía a prueba la paciencia de cada uno. Se hacían daño, claro está, algunas veces más, algunas veces menos. Y como los hijos no son más que el reflejo de sus padres, adoptaron la misma metodología pedagógica el día que crecieron y alcanzaron la adultez. De grandes ya no intercambiaban cates, de vez en cuando discutían por tonterías, los insultos estaban a la orden del día como así también los comentarios sarcásticos y las burlas.

Qué tiempos difíciles fueron aquellos, y como los tiempos difíciles crean individuos fuertes, los tres hermanos adultos reprimieron aquel visceral odio que de pequeños los hacía rabiar de bronca hasta convertirlo en resentimiento. En suma, el cohibir los intensos deseos de matarse entre sí fue lo que les condujo a distanciarse. El momento que podían atacarse lo aprovechaban para hacerlo, lo hacían con más cortesía que de jóvenes, pero lo hacían. Eso ni al padre ni a la madre les molestaba, no veían esa rivalidad como algo malo que les podía llegar a provocar problemas a la larga. La fraternidad, deleznable como un pétalo de rosa, estaba en un tris, podía desmantelarse en cualquier momento.

Las cosas siguieron más o menos iguales hasta el día que Draco envejeció, llegó a una edad en la que perdió vitalidad, contrajo una enfermedad terminal que lo dejó tetrapléjico. Postrado en una cama, en la yacija que lo vería exhalar el último suspiro, le pidió a su esposa un último favor antes de que partiera al otro mundo: conversar con sus hijos. Los tres dragones acudieron al llamado de su padre, uno al frente y los otros dos en cada lado se acomodaron. Ansiaban oír la última proposición del dragón más poderoso y respetado del mundo. Sabían que no le quedaba mucha cuerda por lo que supusieron que daría el último discurso. Inhaló cuanto oxígeno le fue posible, carraspeó y pronunció lo siguiente:

—Han de saber, hijos míos, que me queda poco tiempo de vida, muy poco tiempo en realidad —hizo una brevísima pausa antes de proseguir—. Siento que me voy muriendo cada día que pasa, olfateo la muerte con la nariz. Por eso he decidido hablarles sobre un tema importante que sé que os interesará saber.

Al aseverar eso, los tres hijos dedujeron que había llegado el momento de repartir la herencia tan valiosa que le pertenecía al dragón más puro de todos. Tan importante era Draco que recibía el trato de un emperador, aun sin serlo. Amén de inventarse una religión que cambió para siempre la historia de la especie y del mundo entero, fundó los cimientos de una trinidad fraternal, más conocida como la Trinidad de los Dragones, una especie de tríada compuesta por los tres descendientes que tenía. Al haber sido él el dragón más puro, sus hijos estaban obligados a llevar adelante la misión que él se propuso cumplir a rajatabla: hacer que el mundo fuese conquistado por los dragones.

Draco no había contado con el suficiente poder y la suficiente influencia como para apoderarse del mundo; en cambio, los tres hijos que había engendrado eran los más indicados para hacer que la trinidad se convirtiera en más que un símbolo de unión y superioridad, en un imperio inquebrantable. Cada hijo merecía el puesto de rey siempre que jurase lealtad a Mön, prometiese hacerse cargo del territorio asignado y llevase a cabo la tarea de limpiar el planeta de seres fastidiosos que les ocasionasen problemas.

»Tendréis el honor de honrar vuestros nombres adondequiera que vayan, a cada lugar que osen visitar. Seréis vosotros, hijos míos, los responsables de hacer que el mundo sea un paraíso de nuevo. Aniquilad a todos aquellos que os hagan frente. No tengáis piedad de los enemigos, a ellos destruid hasta que ya no quede ninguno con vida. Os daré el beneplácito de la realeza, el que os convertirá en los reyes de este mundo siempre jamás.

Aclarado ese punto, los hijos de Draco ya saboreaban el gusto más dulce de la miel divina. Les correspondía, por decisión voluntaria, una parte del gigantesco poderío del progenitor, uno que se extendía desde un punto al otro del mundo. El beneplácito de la realeza no era más que una oferta imposible de rechazar, consistía en, qué más, el otorgamiento de poderes descomunales, aparte de los bienes de abolengo. Al recibir los hijos semejante poderío, pasarían a ser los señoríos indiscutibles del mundo.

»Cen-Dam, por ser el primero, os legaré Xeón y todo lo que en él habite estará a vuestro servicio. Dáikron, por ser el más perspicaz, os legaré Mitriaria y todo lo que en él habite estará a vuestro servicio. Bork, por ser el más dócil, os legaré Ashura y todo lo que en él habite estará a vuestro servicio. —Tosió como un fumador empedernido—. Decidle a vuestra queridísima madre que la esperaré en el otro lado, para cuando quiera venir a verme.

Claro que la reacción de parte de los hijos no fue del todo satisfactoria, lo pensaron con detenimiento, algo les hacía ruido en la cabeza. Por lo poco que sabían, los tres continentes asignados para tomar no eran del mismo tamaño ni contaban con las mismas comodidades. Xeón era una gigantesca isla volcánica con muchísimas playas y un paisaje grisáceo, humo aquí y humo allá; Mitriaria era pequeño, más monte y yuyal que otra cosa, con bellos paisajes, plenitud de lagos y un sinfín de aldeas independientes; Ashura era de tamaño mediano, con selvas tropicales y junglas tupidas en abundancia, amplia variedad de riquezas naturales y especies endémicas.

¿Qué era en realidad lo que más preocupaba a los tres herederos? No era el tamaño de la tierra asignada, ni el clima regional, ni la cantidad de alimento disponible, claro que no, lo que les molestaba era saber que en cada uno de esos tres continentes moraban ejemplares de la Raza Pacifista, llámese rebeldes, herejes, blasfemos, apóstatas, subversivos, insurrectos, etcétera. De todos ellos, por supuesto, los peores eran los grifos, los hipogrifos y los híbridos. De los primeros dos había en grandes cantidades, los híbridos eran contados con los dedos de la mano. Al haber enemigos poderosos en cada territorio, lo esperable era que se desatase un conflicto armado en cada continente, una continuación de la interminable Guerra de las Razas.

Ellos se encontraban en el Norte de Xeón, en un sitio llamado Verrauten, considerado un territorio sagrado por ser el lugar que vio nacer a Draco y a sus tres hijos. Cen-Dam se quedaría en el mismo continente, sus dos hermanos tenían que mudarse para siempre, dejar todo atrás, iniciar una nueva vida como reyes. Ninguno de los tres tenía la más remota idea de qué hacer una vez que tomasen el trono. Supusieron que el deber que les atañía por ser las autoridades máximas de cada continente era el de salvaguardar la hegemonía de la especie, representar la pureza en su estado pleno, luchar por la búsqueda del poder absoluto a sabiendas de que ello no era fácil de conseguir.

Draco fue dejado en su lecho de muerte, merecía descansar en paz luego de haber padecido tanto en soledad. Se despidió como un emperador, con el honor invicto y el orgullo en su máximo esplendor. Feneció feliz sabiendo que sus herederos seguirían sus pasos, tenía más fe en ellos que los aldeanos en Mön. La Familia Real era la única que sabía que el Monsismo era más falso que promesa de político, no podía decir nada al respecto, no le convenía hacerlo. Utilizaban la religión como mecanismo de control de masas, sin ella jamás podrían salir adelante, era imprescindible que la defendieran.

El día de la coronación llegó pronto, la esposa de Draco y madre de los nuevos reyes, de quien nunca se supo el nombre, participó en la ceremonia más importante de la historia, a la que acudieron tanto dragones antropomórficos como cuadrúpedos. Los descendientes de Draco eran ahora los dueños legítimos del mundo, por mandamiento divino, los nuevos representantes del Todopoderoso, los soberanos a cargo de todo lo existente. Con el cetro en mano y un sueño por cumplir, Bork y Dáikron partieron, se llevaron consigo a los dragones que escogieron servirles. Los dragones rojos se quedaron en Xeón, los negros se fueron con Dáikron y los blancos siguieron a Bork. Cada uno contaba con un ejército poderoso, representado por el color correspondiente.

En Xeón se quedó una mayoría, a Mitriaria fueron unos cuantos y a Ashura se dirigieron unos pocos ejemplares. El objetivo era repoblar la tierra asignada, convertir el continente heredado en la nueva Tierra Prometida, la que Draco con tanto ahínco había soñado conocer. Ni bien las demás criaturas se enteraron de que sus pueblos serían tomados por dragones del extranjero, entraron en pánico y sufrieron los efectos de la desesperación, sabían que eso no era algo bueno conociendo la mala fama de los dragones. Lo mejor que podían hacer era aliarse entre especies, formar una ofensiva que protegiese sus aldeas por mar, aire y tierra. Habiendo ejemplares de la Raza Pacifista con vida, a ellos les convenía recurrir cuando la existencia en riesgo lo pidiese a gritos.

La envidia, los celos y el rencor no desaparecieron incluso después de haberse alejado, los Hermanos Trinitarios seguían odiándose con la misma intensidad que derechistas e izquierdistas. Al descubrir la paupérrima, por no usar otro término más ramplón, decisión tomada por Draco, les molestó que la herencia no fuese optativa. Cen-Dam tenía la mayor cobertura en cuanto a espacio geográfico y cantidad de sirvientes, no se podía quejar más que del clima bochornoso; Dáikron estaba sumergido en un monte húmedo y neblinoso, en medio de la nada misma; Bork no estaba contento con un terreno tan grande y arenoso, con tantas regiones selváticas. Cada quien tenía motivos para quejarse.

Bork anhelaba matar a sus hermanos mayores del mismo modo que Dáikron y Cen-Dam deseaban hacerlo con él, no les convenía destruirse el uno al otro porque eso les daría cabida a las especies rebeldes a arrebatarles el puesto, destronarlos sería lo peor que les podría pasar. Los verdugos que sucedieron a Draco planeaban desquitarse en algún momento, entretanto, se entretendrían con las pobres criaturas que tenían dentro de sus áreas de control. Los demás animales eran corderos atados de pies y manos en un bosque repleto de lobos famélicos.

Una buena manera de demostrar grandeza era diezmando pueblos y masacrando lugareños a tutiplén. Un rey autoritario, despótico y dictatorial siempre ganaba más fama que un líder bondadoso. La fama, la riqueza y el poder eran aquellos objetos simbólicos que todo tirano deseaba conquistar, a raíz de un anhelo enfermizo por el prestigio, producto de una carencia de virtudes. Aspirar a cualquiera de esas tres cosas conllevaba a la perdición espiritual, tal y como lo afirmaba la religión, no aplicable para los reyes quienes se pasaban todo por el orto. La aplicabilidad universal de la moral divina se limitada a los teístas convencidos, los clérigos y los reyes que la pasaban bárbaro a costa de los pobres diablos no estaban sujetos a ningún mandamiento divino, pues hacían lo que se les pegaba la regalada gana. Eran, en efecto, los libertinos más hipócritas y cínicos.

La ascensión de Dégmon

Los cronistas de la época no se ponían de acuerdo con respecto a la verdadera biografía de Dégmon, algunos defendían una versión, otros defendían otra, lo que sí estaba en común convenio era el desenlace de su segunda etapa, conocida como la consumación, posterior al martirio. La vida de antedicho personaje era tan intrincada y abstrusa que hasta se pensaba que había más de un dragón al que se le confundía con el mismo pseudónimo. Retomemos algunas ideas compartidas en totalidad antes de proseguir con los detalles.