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Kevin M. Weller

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Beschreibung

Un criminalista se convierte en aquello que anhela destruir a expensas de un pasado engorroso del que no desea recordar nada. Por suerte, descubre que el trabajo en equipo lo beneficia para poder salirse con la suya y que nadie se entere del enmarañado experimento que se cobra la vida de criminales peligrosos.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Aseverus

Kevin M. Weller

Aseverus

Novela negra

Kevin M. Weller

Libro digital

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción parcial o total de esta obra, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del autor. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Nota del autor

Este es, si no el más, uno de los libros más siniestros y lúgubres que he escrito, producto, tal vez, de las cosas que presencié de niño, sobre todo en los arrabales de la ciudad en la que vivía. En los contextos más desfavorecidos, dentro de familias disfuncionales, bajo el amparo de la indiferencia social, niños de toda clase hubieron sufrido los peores tratos de parte de sus padres antes de que las autoridades fuesen puestas al tanto de ello. Cicatrices imborrables quedaron como consecuencia de la perversión de progenitores que poco y nada les importaba la salud física y mental de sus vástagos.

Por el título del libro, que nada tiene que ver con la saga de “Kompendium”, se lo podría confundir con el nombre de un grifo, si no de algún otro personaje. Aunque el nombre es inventado, podría decirse que se trata de un seudónimo con un significado intrascendente, a lo mejor cabalístico, que no guarda relación alguna con ninguna otra historia publicada con anterioridad.

Índice

Prólogo

Capítulo 1 - Anhelos de venganza

Capítulo 2 - Un niño abusado por su padrastro

Capítulo 3 - Desbaratando una red de trata de personas

Capítulo 4 - Un adolescente incomprendido y acomplejado

Capítulo 5 - ¿Crimen organizado u organización criminal?

Capítulo 6 - Vida universitaria

Capítulo 7 - Inconforme con el mercado laboral

Capítulo 8 - La primera víctima

Capítulo 9 - Tejiendo la telaraña humana

Capítulo 10 - Criminales y criminólogos

Capítulo 11 - Un matrimonio falso y un plan oculto

Capítulo 12 - La cámara secreta

Capítulo 13 - Visita al orfanato

Capítulo 14 - La carnada perfecta para el crimen perfecto

Capítulo 15 - Cacería de monstruos

Capítulo 16 - La identidad del asesino

Epílogo

Prólogo

Cuando un niño sufre abuso sexual de parte de alguno de sus familiares, su confianza en los demás y sus ganas de vivir disminuyen sobremodo, por suerte, no a todos les afecta de la misma manera. Hay personas que pasan toda la vida planeando vengarse de quienes los lastimaron alguna vez y cuyas acciones quedaron grabadas en sus mentes de por vida. A veces logran desquitarse, a veces no.

Ahora bien, hay quienes se atrincheran en creer que los daños sicológicos pueden superarse así como así, ¡qué equivocados están! Si algo tan sencillo como un castigo físico, una humillación pública, una situación de acoso escolar o una regañada pueden perdurar para toda la vida, con mucha más razón una violación.

Adultos perversos y explotadores de niños ha habido siempre, nadie lo niega, pero agrupaciones de adultos que apoyen la legalización de la pedofilia bajo la excusa de que se trata de “una orientación sexual” o “una manera más de mostrar amor” (no una parafilia como lo que es) es algo de nuestros tiempos.

No se trata sólo de un problema clínico, legal y social, trasciende las fronteras de la moral, sobrepasa los límites de lo aceptable, raya lo absurdo. Partidarios del MAP (Movimiento Activista Pedófilo) como la agrupación “Caridad, Libertad y Diversidad” han dejado en claro que no están dispuestos a dar brazo a torcer, para ellos la pederastia (un amor enfermizo por los niños) no debería, de ninguna manera, ser considerado un delito, cuanto menos una manifestación de sus gustos peculiares como personas.

Uno de los argumentos (sobado a más no poder) más esgrimidos de estos activistas es que los niños tampoco dan consentimiento para que los bañen, los vacunen, los revise un pediatra o les obliguen a hacer la tarea. Pues bien, dado que no todo lo que llevan a cabo lo hacen por voluntad propia, ¿cuál sería entonces el problema con violarlos? También va contra su voluntad, según dicen. Dejando de lado que, como bien lo explica la sexología moderna, los niños impúberes no tienen deseo sexual, carecen de libido como para decidir qué hacer y qué no hacer con sus genitales. Ello no implica que no sientan interés por su cuerpo y por el de los demás, claro que no, pero de ahí a tener la facultad para decidir si tener relaciones sexuales con otra persona es apropiado o no, es otro tema.

Por otra parte, la industria de la pornografía, la droga más adictiva para el humano posmoderno, se ha visto involucrada, de una forma u otra, en la producción y difusión de contenido erótico protagonizado por mancebos. Eso de que es obligatorio tener 18 años para consumir y producir pornografía es una de las tantas mentiras que nos metieron en la cabeza. Gracias al anonimato en internet, a lo poco exigentes que son las páginas para adultos, al paupérrimo filtrado de datos, a la nula ciberseguridad, a la desatención parental, al efecto de arrastre, a la sexualización social, al fácil acceso a la información masiva, a las redes sociales, a los canales de televisión, a las productoras de cine, a las discográficas, al machismo normalizado, a la glorificación desmesurada del sexo como lo más supremo del universo, se ha dejado de lado la vulnerabilidad de los más jóvenes.

Todas las alarmas se prenden y el vulgo enloquece cuando aparece en el noticiero un caso de abuso sexual agravado contra un menor de edad. Siempre y cuando el abusador no sea un líder religioso, un multimillonario, un famoso o un político de turno, el peso de la ley caerá sobre el victimario, o al menos eso parecerá. Las diversas formas de fanatismo han hecho que la gente desconozca, aposta, la gravedad de dicha felonía, que bien podríamos considerarla un crimen sin precedentes. Si todos somos iguales ante la ley, quienes la infringen deberían pagarla de la misma manera, sin hacer distinción entre clases sociales.

Esto de la falta de pruebas, o incluso la inexistencia absoluta de ellas, ha hecho que abogados corruptos exoneraran pederastas seriales, bajo el pretexto de que no se puede juzgar a un acusado sin la debida evidencia. Si bien es cierto que hay casos exagerados (inventados inclusive) de abuso sexual infantil, es muy raro que un niño mienta al respecto. Las fantasías sexuales no aparecen hasta la pubertad, los deseos de masturbarse y tener sexo van apareciendo a medida que el niño va madurando, convirtiéndose poco a poco en un adolescente. Es asaz infrecuente que un niño presente deseo sexual antes de la mocedad, lo cual muchas veces se lo confunde con la autoexploración corporal. Si asegura que un familiar lo violó, lo más probable es que sea cierto, inventárselo le podría traer más consecuencias que beneficios, ni hablar si se trata de un progenitor. El abuso endogámico, el más común y pernicioso, suele ser muchísimo peor que uno de tipo exogámico.

Silenciados, aprisionados, desconectados de la realidad, millones de niños alguna vez han experimentado el martirio de sus vidas al serles arrebatada la virginidad. Sería absurdo pensar, si se me permite ejemplificarlo, que un niño le pidiese a un adulto tener sexo cuando ni siquiera sabe cómo funcionan sus genitales ni cuáles son los resultados del coito. Enfermos mentales como Luis Alfredo Garavito no sólo han violado menores, también los han torturado horriblemente hasta matarlos. ¿Qué ha hecho la ley para castigarlos? Encerrarlos bajo siete llaves con la esperanza de que jamás salgan a la calle y vuelvan a delinquir.

Si de verdad la sociedad estuviese comprometida con la salud mental de los niños, estaría marchando por que se aprobase la pena de muerte para todos los violadores (sean del tipo que sean) en lugar de estar perdiendo el tiempo marchando en contra del aborto o el matrimonio igualitario. Mientras la gentuza está embobada en la farándula, el chisme, la religión, la política, el fútbol o algún otro vicio estúpido, los abusadores andan haciendo de las suyas a sus anchas, a veces a plena luz del día. ¿A quién le importa realmente la seguridad de los niños? Al parecer, a nadie.

Hoy por hoy, por mor de la censura y la hipersensibilización social, se evita hablar de este tipo de temas, o se lo pasa por alto cual si fuese un somero delito más de la interminable lista de cosas que no se debería hacer nunca, bajo ninguna circunstancia. La censura ha llegado a tal punto que ni siquiera una historia ficticia podría girar en torno a dicho tema, por ser demasiado tabú, grotesco, morboso. Como dice la frase: “De lo que no se habla, nada se sabe”. Da la impresión de que hay una especie de acuerdo social en el que los adultos hacen oídos sordos y cierran los ojos cuando se habla de algo que les desagrada. ¿No estarán ocultando algo en el fondo, un trauma del pasado, un deseo que quieren mantener en las sombras? Quién sabe.

Se ignora que un abuso sexual puede ocurrirle a un integrante de la familia, cuando es algo que podría suceder en cualquier momento del año y a cualquier hora del día. No hablar de ello no ayuda a que se evite, sólo hace que se lo ignore y se lo invisibilice. Peor aún es cuando, en vez de echarle la culpa al victimario, se le echa la culpa a la víctima, se la margina y se la reprende por mencionar la palabra prohibida cual herejía en pleno siglo XV. Hasta el día de hoy existen padres intolerantes que les prohíben a sus hijos hablar de tal o cual tema bajo la amenaza de un castigo físico, por medio de la intimidación. La frase “¡Eso no se dice!” puede limitar la libertad individual de una víctima que ha sufrido abuso sexual y no sabe qué hacer para sacarlo a la luz, pues tan sólo mencionarlo será motivo suficiente para que su progenitor, autoritario de cabo a rabo, le suministre una paliza monumental.

El problema no sólo radica en la familia, dentro de las sectas destructivas el abuso de menores es tan común que nadie le da importancia. Los líderes religiosos, al ser intocables por mandato divino, quedan exentos no sólo de pagar impuestos, sino también de pagar el precio por haber cometido el pecado de la fornicación. Así como ha acontecido con el adulterio, la mujer siempre se llevó la peor parte, siendo el hombre, la autoridad máxima por excelencia, el único capaz de salirse con la suya. No por nada la mayoría de los violadores está representada por hombres, son quienes menos han sufrido, a lo largo de la historia, el peso de la ley. Hasta hace unos pocos años, la infidelidad no era algo malo, incluso las mujeres lo veían como algo normal en hombres jóvenes, no es de extrañar que tomasen la misma postura respecto a la violación como forma de satisfacer una necesidad fisiológica.

En un grupo marginal, con frecuencia mal visto, los abusos sexuales pueden darse con mucha más frecuencia, las posibilidades de frenarlo son prácticamente nulas. El que decidirá, en última instancia, será Dios, no la ley. Así manipulan a las mentes más endebles líderes sectarios que se pasan la ética por la entrepierna. Esto no quiere decir que todos los líderes religiosos sean obsesos sexuales, por supuesto que no, pero aquellos que fundan agrupaciones sectarias tienden a salirse por la tangente con mucha más frecuencia y actuar como libertinos desenfrenados, siempre bajo la protección del sistema clerical.

Una de las frases más célebres de Martin Luther King fue “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”, que hacía alusión a la complicidad de las personas de bien respecto a las maléficas acciones ejecutadas por los más poderosos. Entiéndase que los malvados son siempre los que gobiernan el mundo, sean cuantos sean, los que dominan el planeta sentados en sus lujosas mansiones, los que tienen el poderío suficiente para destruir el orbe si así lo quisiesen.

Volviendo a lo de antes, consideraremos a los que dicen “¡De eso no se habla!” tan culpables como aquellos que violan niños a mansalva, sin sentir ningún tipo de remordimiento ni vergüenza alguna. Si una víctima no puede hablar de lo que ha sufrido en carne propia, ¿qué sentido tiene entonces la declaración de un violador que reconoce en público que nada malo ha hecho para estar en un juzgado? Al no poder la víctima emitir acusación, el victimario no tendrá necesidad de defenderse a sí mismo. Y es que tan jodida está la cosa que ni pío se puede decir puesto que, hasta el mismísimo juez, el individuo más “imparcial” sobre la faz de la Tierra, se deja sobornar por los peores criminales. Si el acusado es blanco, de seguro saldrá incólume; si el acusado es prieto, irá a la cárcel aun cuando sea inocente.

Los disfraces bajo los que se esconden los abusadores son tan variopintos y complejos que en muchas ocasiones es imposible sospechar de ellos. Casos excepcionales como el de David Parker hacen creer que las subculturas posmodernas son conscientes de los crímenes que se cometen a escondidas, y a su vez, hacen caso omiso a sus fueros internos, es cuando más deberían actuar para denunciar a los culpables de tamañas aberraciones. Se aplica la lógica: “Si me callo y no digo nada, nada malo me pasará”. No sea cosa que durante un interrogatorio aparezcan pistas de un posible involucrado en fechorías del mismo calibre o similar.

Al estar tan sucia y corrompida la sociedad, lo raro sería que alguien se pusiera de acuerdo en afrontar los males que tanto nos atosigan desde todos los puntos. Arrodillarse y suplicar por el bienestar social de nada ha servido ni servirá, las acciones pesan más que todas las oraciones juntas. ¿Cuántas personas han rezado con fervor por la paz mundial? No se enteraron de que aún seguimos en guerra y que la paz mundial no es más que una utopía.

Hebéfilos o pedófilos, poco se ha hecho para instruir a los más pequeños a no dejarse tocar por extraños cuando estén lejos de sus progenitores, tutores y/o familiares de confianza. Mientras que los primeros tienen una preferencia por mayores de 13 años, a los segundos les da lo mismo si son niños de 12 años o bebés recién nacidos. Se descarta la correlación tan infundida en el inconsciente colectivo del fenómeno del abusador abusado, la evidencia al respecto es tan ambigua e imprecisa que sería ilógico vincular una cosa con la otra como la causa principal. Sin embargo, ciertos problemas en el neurodesarrollo apuntan a que existen determinados factores que pueden conllevar a la inclinación sexual por menores de edad, sin llegar a ser la única causa.

Si fuese cierto que todos los violadores fueron violados, como muchos así lo creen, todos los que alguna vez fueron asaltados a mano armada deberían ser ahora asaltantes, todos los que alguna vez fueron golpeados brutalmente tendrían que ser ahora golpeadores y así sucesivamente. Este hiperreduccionismo nos empuja a pensar que el pedófilo no es un inadaptado social ni una víctima del sistema injusto en el que vivimos, es más bien alguien con una empatía reducida, tirando a sicópata, al que le importa un bledo y medio el consentimiento ajeno. El deseo de satisfacer la lujuria está por encima del derecho a decidir del menor.

Durante los últimos años, innumerables organizaciones no gubernamentales (ONG) han luchado por los derechos humanos y los derechos animales, humanistas y animalistas, y, aun así, parece que poco han logrado. Pederastas y bestialistas abundan más que nunca, y lo peor, no se les da la importancia que se les debería dar. Las costumbres de antaño, como los eventos culturales con animales y el trabajo infantil, han sido el foco de atención de algunos grupos más escépticos, quienes reconocen el maltrato animal y el maltrato infantil en cada caso.

En las antípodas, están los oligofrénicos con la percepción alterada que defienden actividades como la jineteada, la tauromaquia, la pelea de gallos, la prostitución y el trabajo infantil como parte de la tradición local con el argumento ad antiquitatem, que deja mal parados a los recalcitrantes tradicionalistas. Aplicando la misma lógica, se podría formular el siguiente enunciado: si algo es bueno porque se haya practicado durante generaciones, entonces la pedofilia también debería ser algo bueno pues también se ha practicado durante generaciones. En otras palabras, si violar niños fuese parte de la tradición, los tradicionalistas dirían que es bueno.

En el otro punto del globo terráqueo, tenemos culturas atrasadas que siguen manteniendo otra tradición similar, el matrimonio infantil. A tenor de lo que declaran las leyes, un niño no tiene la capacidad para decidir qué hacer con su vida, pero sí puede ser obligado a contraer connubio con un adulto que ni siquiera conoce. En este caso, la tradición toma más peso que la ley vigente, son los padres del menor los encargados de decidir por el futuro de su descendiente a sabiendas de que puede que no le agrade nada la idea de despedirse de su soltería sin haber escogido la pareja.

En todo caso, podríamos verlo como una excusa para permitir la pedofilia en beneficio de un grupo tradicionalista que se cree moralmente superior por ser influyente a nivel cultural. Así como un transespecie puede ser un zoofílico de clóset, un pederasta bien podría embarazar a una menor para luego pedir que se le otorgue en matrimonio. En algunos casos, los padres acceden a la petición del solicitante, por un lado, para librarse de la niña preñada, y, por otro lado, para ahorrarse el disgusto de tener un futuro bastardo en la familia.