Arrastrados por la pasión - Amor no buscado - Victoria Pade - E-Book

Arrastrados por la pasión - Amor no buscado E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Arrastrados por la pasiónVictoria PadeDespués de acabar en los brazos de Ben Walker en su última visita a su ciudad natal, Clair Cabot volvía ahora embarazada, con la idea de dejar a un lado los recuerdos de aquella noche y de abrir de nuevo el colegio que había pertenecido a su padre. Pero entonces descubrió que el nuevo propietario no era otro que Ben. Aunque Clair había desaparecido después de aquella noche de pasión, nada más volver a verla, Ben recordó lo bella y misteriosa que era. Esa vez tenía intención de hacerla quedarse en su cama un poco más… y descubrir cuál era el gran secreto que escondía…Amor no buscadoJanis Reams HudsonUn año después de su muerte, los vecinos de Tribute, Texas, rindieron un homenaje a la sargento Brenda Sinclair. Amy Galloway acudió a apoyar al viudo de su mejor amiga y a sus hijas. Allí, le sorprendió ver el cariño con que la recibieron Riley Sinclair y sus adorables niñas. Amy tampoco esperaba sentirse atraída por el guapísimo Riley… ni que sus hijas la trataran como… como a una madre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 407 - 5.3.19

 

© 2005 Victoria Pade

Arrastrados por la pasión

Título original: Having the Bachelor’s Baby

 

© 2006 Janis Reams Hudson

Amor no buscado

Título original: Riley and His Girls

 

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Photodisc/Getty Images.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-927-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Arrastrados por la pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Amor no buscado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NORTHBRIDGE. Treinta millas. Sólo treinta millas…

Clair Cabot estaba hablando consigo misma. Pero leer en alto el cartel de la autopista no hizo que disminuyera la tensión que sentía. De hecho, cuanto más se acercaba a su destino, más aumentaba su nivel de estrés.

Northbridge. El pequeño pueblo de Montana donde, a los quince años, Clair se había mudado con su padre después de que éste comprara un rancho para convertirlo en una escuela para niños preadolescentes problemáticos.

El pequeño pueblo de Montana donde Clair había ido al instituto y había conocido al que se convirtió en su esposo y con el que, más tarde, se iría a vivir a Denver.

El pequeño pueblo de Montana al que Clair había ido por última vez en junio, para asistir al décimo aniversario de su graduación.

El pequeño pueblo de Montana en el que, por segunda vez en su vida, un hombre había alterado su ritmo…

—Respira hondo. Respira hondo y suelta el aire —se repitió, recordando la técnica de relajación que le había enseñado el médico después de que la semana anterior se hubiera desmayado en la oficina.

Respirar hondo la ayudaba una pizca. Sólo una pizca. Porque después de todo, seguía acercándose a Northbridge. A Northbridge y al colegio Northbridge School for Boys… y a Ben Walker, el nuevo propietario de la escuela.

Al pensar en Ben Walker, Clair tuvo que respirar hondo otra vez.

Ben Walker, el chico malo de Northbridge.

O al menos, eso había sido durante la adolescencia. Tan malo que cuando Clair llegó al pueblo, a él ya lo habían mandado a un programa para niños problemáticos en Arizona. Lo que significaba que, aunque la mejor amiga de Clair durante el instituto había sido Cassie, la hermana gemela de Ben Walker, Clair no había conocido a Ben hasta el último semestre del último curso, cuando le permitieron regresar para graduarse con su promoción. Y para entonces, Clair estaba tan centrada en Rob Cabot, que ni siguiera se había fijado en el impresionante hermano gemelo de Cassie.

Hasta la reunión de junio.

—Maldita reunión —murmuró Clair.

Pero la reunión no tenía la culpa de lo que había sucedido la última vez que estuvo en Northbridge. Fue Rob Cabot quien lo había provocado todo. Había sido culpa suya.

Su ex marido.

Ella le había preguntado si iba a asistir a la reunión. Después del divorcio, había decidido no volver a verlo jamás, así que optó por enviarle un correo electrónico para preguntárselo.

Y eso era todo lo que había hecho, preguntárselo. Amablemente. Educadamente. No había hecho nada para provocarlo. Ni siquiera le había dicho que si él asistía a la reunión, ella no lo haría… aunque ése había sido su plan. Ella sólo le había hecho una pregunta sencilla que requería una respuesta clara y sincera.

Y eso era lo que ella creía que él le había dado.

Él le había contestado que no iría, que él y su nueva esposa, la mujer con la que se había casado veinticuatro horas después de divorciarse de Clair, tenían mejores cosas que hacer.

Así que Clair había decidido ir. No tendría que preocuparse por encontrarse con Rob. Ni por conocer a su nueva esposa. No se sentiría incómoda. Y no recordaría el sufrimiento de los once meses anteriores. Iría y lo pasaría bien.

Pero debía haberlo imaginado. Debía haber sabido que Rob no se privaría de algo en lo que Clair pudiera tener vía libre.

Así que, por supuesto, ¿con quién se había encontrado en la recepción de la fiesta a los cinco minutos de llegar a Northbridge High School?

Con Rob.

Y con su nueva esposa.

Embarazada.

Y por si no había sido bastante, Rob aprovechó la oportunidad para acariciar el vientre de su esposa y decir con una sonrisa.

—Ya sabemos que el problema no era yo.

El recuerdo de aquel momento todavía le resultaba doloroso. Había sido uno de los peores de su vida. Ella había contestado con un susurro:

—Enhorabuena —y se había marchado al lavabo para ocultar sus sollozos.

Allí es donde estaba cuando la encontró su amiga Cassie.

La pobre Cassie había estado una hora convenciéndola para que saliera del servicio en el que se había encerrado.

—Me voy a casa —dijo Clair cuando salió.

—No permitiré que lo hagas —le dijo Cassie—. Estás aquí y no puedes regresar a Denver antes de, siquiera, saludar a los demás. Todo irá bien. Me quedaré a tu lado y no permitiré que Rob se acerque otra vez a ti.

Cassie tardó un rato en convencerla, pero consiguió que se quedara.

Pero no sin tomarse una copa.

El problema fue que una copa se convirtió en dos, y luego en tres. Así hasta que Clair perdió la cuenta.

Y aunque Cassie había tratado de cumplir su palabra y permanecer a su lado, su papel como representante en el comité de la reunión había hecho que tuviera otras responsabilidades y no pudiera estar con Clair todo el rato.

Sin embargo, Cassie había enviado a su hermano gemelo para que la acompañara.

Su hermano gemelo, Ben. Un chico malo reformado. Y tremendamente atractivo.

A Clair no le había importado que Rob la hubiera visto con el hombre más atractivo de la fiesta.

Puesto que Ben sólo había pasado un semestre en el instituto no tenía demasiadas cosas que recordar, así que había permanecido con Clair durante casi toda la fiesta.

Aunque Clair no estaba segura de ello, mirando atrás, suponía que Cassie le había contado la situación a Ben y que él había sentido lástima por ella. Pero aquel día no había tenido esa sensación. En todo momento, se había comportado de manera encantadora. La había hecho reír. Había conseguido que se sintiera cómoda. Y bien consigo misma. Que olvidara que Rob y su esposa estaban allí.

Y en todo momento, se había ocupado de que nunca les faltara una copa de margarita.

Sí, él también había bebido mucho. Lo que sin duda había contribuido a que estuvieran juntos… toda la noche.

—Northbridge. Quince millas —Clair leyó en voz alta.

«Respira hondo. Respira hondo y suelta el aire despacio».

Todo habría sido más sencillo si no hubiera permitido que Cassie la convenciera para quedarse en la reunión. O si al menos no hubiera sabido que Ben Walker existía, igual que no sabía de su existencia diez años atrás.

Pero conocía sus ojos azules verdosos y su deliciosa sonrisa.

Sin duda, aquella noche de junio, Clair se había percatado de su existencia.

Y no es que recordara muy bien lo que había pasado con Ben Walker. Aparte de su aspecto y de estar con él durante la primera parte de la tarde, apenas recordaba nada. Desde luego, no recordaba cómo habían llegado a la habitación del hostal en el que ella se alojaba. Y a partir de ahí, todo era una especie de nebulosa que no conseguía aclarar por mucho que lo intentara.

¿Y al día siguiente? Eso sí lo recordaba.

Se había quedado de piedra al despertarse junto a un hombre al que apenas conocía.

Tanto que, aprovechando que él dormía, se había marchado de allí sin decirle nada, sin dejarle una nota, sin dejar ningún rastro de sí misma, como si así pudiera borrar lo que había sucedido entre ambos. Lo había dejado en la habitación, había metido la maleta en el coche y había regresado a casa, deseando no tener que volver a ver a Ben Walker nunca más.

Confiando en poder olvidar esa reunión, el viaje a Northbridge, aquella noche. Confiando en poder olvidarlo todo.

Y eso habría sido estupendo…

Pero sin embargo, un mes después de la reunión, el agente inmobiliario que estaba intentando vender Northbridge School for Boys en su nombre, la había llamado para decirle que tenía un comprador. Un comprador llamado Ben Walker.

Ella confiaba en que la transacción se pudiera hacer de alguna manera en la que ella no tuviera que verlo.

Pero puesto que su padre había fallecido y no podía entregar la propiedad al comprador, Clair le había dicho al agente que ella estaba dispuesta a hacerlo. Sólo que lo había dicho antes de que existiera un comprador y de que supiera que el nuevo propietario sería Ben Walker. Así que él estaba dispuesto a aceptar su oferta.

La oferta de que ella regresara a Northbridge para orientarlo respecto al lugar y a los requisitos que necesitaría para seguir adelante con un establecimiento de esa naturaleza.

Y allí estaba, la semana antes de Labor Day, otra vez de camino a Northbridge. Avergonzada por haber bebido demasiado y por haber pasado la noche con un extraño, un extraño que además era el hermano de su amiga. Avergonzada por haberlo dejado tirado al día siguiente. Y llevándose con ella las consecuencias de sus actos.

—«Bienvenido a Northbridge, Montana» —dijo de manera sarcástica al ver la señal que indicaba su salida de la autopista.

Clair se detuvo en el primer sitio que vio en la calle principal de Northbridge. Era la gasolinera que estaba a la entrada del pueblo.

No necesitaba gasolina. Sólo necesitaba parar. Así que se bajó del coche y se dirigió al servicio. Nada más entrar, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Cerrando los ojos, se forzó para respirar hondo.

No podía evitar pensar que así no era como se suponía que debían salir las cosas.

Se suponía que su padre tenía que haber vivido muchos años y haber dirigido la escuela hasta que llegara el momento de entregársela a otra persona.

Se suponía que ella debía estar casada. Tener una familia y regresar a vivir a Northbridge para cuidar de su padre y que él pudiera ejercer de abuelo. Se suponía que ella viviría el resto de sus días en Northbridge. Y que todo eso iba a hacerlo con Rob.

Pero no era así como habían salido las cosas.

Y si había aprendido algo a raíz de que, en el último año, su vida se hubiera vuelto patas arriba, era que tendría que enfrentarse a todo lo que pudiera sucederle en el futuro.

—Trato hecho —se dijo en voz alta. Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo.

Respiró hondo una vez más y abrió los ojos.

Se miró en el espejo. Había hecho un largo viaje desde Denver. Llevaba conduciendo desde el amanecer y eran pasadas las ocho.

Decidió que un poco de maquillaje mejoraría su aspecto. Se lavó la cara y se secó con un pañuelo de papel, prestando especial atención a su frente, puesto que acababa de cortarse su melena rubia ondulada. Después, abrió el bolso y sacó la bolsa de maquillaje para ponerse un poco de colorete en los pómulos y en la barbilla.

Se puso un poco de máscara en las pestañas, para que parecieran más largas, y se alegró al ver que ya no tenía los ojos enrojecidos, tal y como los había tenido durante la última semana, cuando su vida había dado el último giro y ella no había conseguido dormir en varias noches.

Se preguntaba qué opinaría Ben Walker de su corte de pelo. Pero dejó de pensar en ello nada más darse cuenta de lo que estaba haciendo. Rob odiaba el pelo corto y se hubiera enfadado, pero por una vez que hacía algo por sí misma, se sentía liberada. Y no iba a empezar a buscar la aprobación o desaprobación de otro hombre.

Era una mujer lo bastante fuerte como para superar todo lo sucedido en el último año. Competente. Capaz. Podía cuidar de sí misma y de todo lo que tuviera que cuidar. ¿Y qué si las cosas no habían salido tal y como se suponía que debían salir? Podría afrontarlo. Podría afrontar cualquier cosa.

Al menos, esperaba poder hacerlo cuando sintió que su estómago se encogía tal y como había hecho varias veces en la última semana, y recordó que el último giro que había dado su vida había sido muy grande.

Aun así, después de haberse refrescado y de asegurarse a sí misma de que todo saldría bien, se sentía mejor que durante el trayecto hasta el pueblo.

A pesar de que había regresado a Northbridge para entregar la escuela de su padre a otra persona.

A pesar de que estaba divorciada.

A pesar de que había cometido uno de los mayores errores de su vida al pasar una noche con Ben Walker, en junio, y ¡haberse quedado embarazada!

 

 

La Northbridge School for Boys estaba situada a las afueras de la ciudad. Clair detuvo el coche frente al edificio y, durante unos instantes, observó el lugar que su padre había amado.

Era una casa de tres plantas pintada de amarillo claro y rodeada de olmos. Detrás de la casa se encontraban las cuadras, las pocilgas, el granero y los prados, todo lo que hacía que la escuela se convirtiera en un rancho. La pequeña casa de los guardeses, que su padre y ella habían convertido en un hogar, también se encontraba detrás de la casa y no se veía desde donde ella se hallaba.

Clair observó a los caballos y a las vacas que pastaban en los prados. Cualquiera que no supiera lo que era aquel lugar, nunca imaginaría que pudiera ser algo distinto a un rancho.

Pero su padre siempre había querido que aunque fuera una institución, el lugar fuera un sitio agradable del que los chicos se sintieran orgullosos.

Aquélla era la primera vez que Clair había ido a la escuela desde que su padre había fallecido a causa de un ataque al corazón. Ella no había sido capaz de quedarse allí sola cuando estuvo en Northbridge para la reunión de antiguos alumnos, pero su intención había sido pasar a ver cómo estaban las cosas.

Sin embargo, se había marchado corriendo del hostal, de Northbridge y del lado de Ben Walker sin acercarse a la escuela.

Se alegraba de ver que el lugar estaba bien cuidado y de que las cosas que el agente inmobiliario le había dicho que estaban deteriorándose, habían sido reparadas.

Sin duda, gracias a Ben Walker. El agente le había dicho a Clair que Ben había comenzado a trabajar en el lugar tan pronto como se cerró la compra- venta, ya que su intención era abrir ese mismo mes.

El agente también le había contado que Ben se había mudado a la casa en la que ella había vivido con su padre pero que, mientras Clair estuviera allí, le cedería el lugar para ahorrarle los gastos del hostal. Durante ese tiempo, él se alojaría en el edificio principal.

Así que allí estaba.

Y en el interior, la esperaba Ben Walker.

No podía imaginar la opinión que él debía de tener acerca de ella pero, desde luego, no podía ser buena.

«Respira hondo y suelta el aire despacio».

Clair lo hizo un par de veces y continuó hasta el edificio. Apagó el motor y salió del coche con la maleta.

Se acercó a la puerta principal y llevó la mano al picaporte. Entonces, se dio cuenta de que el lugar ya no le pertenecía y que no podía entrar sin llamar. Retiró la mano y apretó el timbre.

No fue Ben quien apareció al otro lado de la puerta. Era Cassie Walker.

—¡Hola! —Cassie la recibió con un abrazo y una amplia sonrisa—. Esperaba que llegaras antes de que me marchara, y lo has conseguido por los pelos.

—¡Cassie! —contestó Clair. No esperaba encontrar allí a su amiga, pero se alegraba de verla.

—Pasa, pasa —insistió su amiga. Después, la miró y le dijo—: Te has cortado el pelo.

—Sí —contestó Clair, y se acarició los rizos de la nuca.

—Te queda muy bien. Me encanta. Aunque sigo enfadada contigo.

—¿Estás enfadada conmigo?

—Por lo de la reunión. No puedo creer que te marcharas sin decirme que te ibas, y que ni siquiera me llamaras al día siguiente antes de salir hacia Denver. No me importa que tuvieras prisa por escapar antes de tener que ver a Rob otra vez.

Clair se sintió aliviada. Había llamado a su amiga unos días después de la reunión, preocupada por si su hermano gemelo le había contado que había pasado la noche con ella. Al ver que su hermano no le había dicho nada, Clair le dijo que se había marchado de forma apresurada porque no quería volver a ver a Rob. Por un momento, Clair pensó que, a lo mejor, Ben se lo había contado a su hermana días más tarde y que su amiga estaba enfadada de verdad. Se alegró al ver que no era así.

—Quizá ahora tengamos tiempo de ponernos al día, mientras yo esté por aquí —dijo Clair.

—Cuento con ello —afirmó Cassie—. ¡Uy! Te he dicho que pases y estoy aquí bloqueando la entrada —dio un paso atrás.

Clair entró con la maleta y miró a su alrededor.

Por lo que podía ver, Ben Walker había dejado la planta baja tal y como la tenía su padre. El recibidor tenía suelo de madera y una amplia escalera que se dividía en dos.

Cassie levantó la vista hacia las escaleras y gritó:

—¡Ben! ¿Vas a bajar? Clair está aquí.

Enseguida, una voz masculina se oyó desde el lado izquierdo de la escalera.

—Ya bajo —dijo él.

Ben iba vestido con unas botas de trabajo y unos vaqueros que resaltaban sus piernas musculosas. En la cadera, un cinturón de cuero para llevar herramientas y, en el torso, una camiseta blanca ajustada que resaltaba su fuerte espalda y sus bíceps.

—Fuiste tú el que dijo que había oído llegar un coche. Y vas y desapareces —le dijo Cassie cuando llegó al rellano.

Pero ni siquiera eso hizo que las mirara. Ben estaba colocando la herramienta en su cinturón y actuaba como si la presencia de Cassie y de Clair fuera algo circunstancial.

—Quería cerrar la lata de pintura antes de que se me olvidara —murmuró él.

Clair lo miró y pensó que estaba mucho más atractivo de lo que lo recordaba, algo que no creía que fuera posible.

Su cabello era castaño oscuro y sus rasgos marcados. El mentón prominente, con un pequeño hoyuelo en el centro de la barbilla, y una nariz delgada y aguileña.

Su piel era suave y bronceada, y sus mejillas estaban salpicadas por la barba incipiente. Cuando terminó de guardar la herramienta y miró hacia el recibidor, el azul verdoso de sus ojos era tan intenso que Clair sintió que posaba la mirada en ella.

—Hola, Clair —dijo él, y bajó el resto de los escalones.

De pronto, Clair se sintió como si se hubiera quedado sin habla.

—Hola.

Él continuó mirándola, pero no dijo nada más, y Clair no estaba segura de si lo estaba imaginando o de si él mostraba cierta expresión de reto.

Si era así, no sabía cuál era el reto ni cómo afrontarlo, así que agradeció que Cassie rompiera el silencio.

—¿Has comido algo? ¿Tienes hambre? ¿Sed? Hay sobras de comida china. Y he preparado una jarra de limonada.

—La limonada me parece bien —dijo Clair.

—Cassie miró el reloj que llevaba en la muñeca.

—Me quedan sólo unos minutos antes de marcharme a la reunión del comité. Estoy ayudando a Ben a hacer cosas por aquí porque está agobiado, pero también tengo cosas que hacer para el semestre de otoño de la universidad, aunque como asesora de los estudiantes no tengo que estar allí hasta que no vayan los chicos. Así que estaré con vosotros bastante tiempo, mientras estés aquí. En cualquier caso, ¿qué te parece si te sirvo un vaso mientras Ben lleva tu maleta a la casita?

Al oír que Cassie se marcharía en unos minutos, Clair sintió que la invadía el pánico. Trató de disimularlo y dijo:

—De acuerdo.

Cassie agarró a Clair del brazo y la guió hasta la cocina mientras le contaba que en Northbridge habían abierto un restaurante internacional.

Cassie no solía ser tan nerviosa, y Clair se preguntaba si su amiga estaría reaccionando a la tensión que había en el ambiente. Pero no había nada que ella pudiera hacer, aparte de dejarse llevar.

Y entretanto, no podía dejar de mirar el trasero de Ben, que iba caminando por delante de ellas, y de recordar su aspecto desnudo.

Pero cuando llegaron a la cocina, que estaba situada en la parte trasera de la casa, y Ben salió por la puerta corredera, ella dejó de prestarle atención y se centró en la habitación.

La cocina estaba como siempre, un espacio grande con equipamiento industrial y poca decoración. En un lado, había una encimera de mármol con taburetes, y también una mesa rectangular con un banco a cada lado. Cassie le ofreció un taburete a Clair y se acercó a la nevera.

—Te resulta difícil estar aquí ahora que tu padre ya no vive, ¿verdad? —dijo Cassie cuando su hermano ya se había ido.

—Un poco —admitió Clair.

—¿Estarás bien en la casita? Me encantaría que pudieras quedarte en mi casa, pero el hermano de mi compañera de piso está durmiendo en el salón y sé que no estarías cómoda. Si quieres, puedo venir aquí y quedarme contigo.

Era una oferta tentadora, no sólo porque Cassie sería una continua distracción respecto a Ben, sino porque a Clair le habría gustado pasar tiempo con su amiga.

Pero aparte de poner en marcha la escuela otra vez, tenía otro propósito que sólo conseguiría sin distracción alguna.

Así que Clair dijo:

—Estaré bien. No hace falta que cuides de mí como una niñera.

—No cuidaré de ti —le aseguró Cassie—. Y no me importa si me necesitas.

—Gracias, pero, no. En serio. Estoy bien.

Cassie aceptó sus palabras y le dio un vaso de limonada. Después miró el reloj que había en la pared:

—Odio marcharme justo cuando acabas de llegar, pero tengo que hacerlo.

—No importa —mintió Clair.

—Volveré mañana y, entretanto, Ben se ocupará de ti, ¿no es así?

Clair no lo había oído regresar y tuvo que darse la vuelta para comprobar que era cierto que Cassie hablaba con él.

—Ajá —contestó él.

—De acuerdo. Entonces, será mejor que me vaya. Os veré mañana.

Clair y Ben dijeron adiós y, de repente, se encontraron a solas en un tenso silencio.

Ella no sabía qué decir. No sabía si explicarle lo que había pasado por su cabeza la mañana después de la reunión. Si excusarse. O si tratar de convencerlo de que el comportamiento que había tenido aquella noche no era el habitual.

Lo mejor sería que actuara como si no hubiera sucedido nada…

—Desde Denver hay un viaje largo —dijo él, acercándose a la encimera para apoyarse en ella.

—Sí, es largo —admitió Clair—. He salido muy temprano y hacía un día muy bueno para viajar. Soleado, pero no demasiado caluroso.

No podía creer que estuvieran hablando del tiempo, pero no se le ocurría nada más profundo de que hablar.

Entonces, habló él.

—Cassie no sabe nada de lo que sucedió en la reunión. Entre tú y yo. Nadie lo sabe —hizo una pausa y sonrió—. Incluido yo, en muchos aspectos.

—Yo tampoco lo tengo muy claro. Ni siquiera las partes que recuerdo —admitió ella mirando el vaso de limonada. Era incapaz de mirarlo a los ojos.

—Aquella noche bebimos demasiado —dijo él—. Pero al día siguiente… Yo ya estaba sereno, así que supongo que tú también.

—En más de un sentido —dijo ella.

—¿Qué quieres decir?

—Eso no es algo que yo suela hacer, o que haya hecho antes. Pasar la noche con alguien, así sin más. Yo… —se aclaró la garganta—. Antes de eso… Sólo había estado con Rob.

—¿Rob?

—Cabot. ¿Rob Cabot? Mi marido… Bueno, ex marido.

Ben negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—¿Se supone que lo conozco?

—Fuimos todos juntos al instituto. Él estaba en la reunión. Con su nueva esposa. Se suponía que no iba a ir. Era la primera vez que lo veía desde que nos divorciamos, y para mí resultaba tan extraño… Bueno, por eso Cassie te pidió que me hicieras compañía —dijo Clair.

—Lo único que sé es que aquella noche me estaba aburriendo muchísimo y que nunca debí permitir que mi hermana me convenciera para ir. Durante el último semestre del instituto me sentí como un pez fuera del agua y, aquella noche, me sentía igual. Pero cuando le dije que me marchaba me dijo que tú tampoco lo estabas pasando bien y me pidió que me sentara contigo hasta que ella pudiera regresar a tu lado.

—Así que no sabías… —Clair se calló para no mezclar el tema de Rob con lo sucedido aquella noche—. Y no te quedaste conmigo por pena…

Él sonrió.

—¿Creías que me quedé toda la noche contigo por pena?

—Pensé que era posible —confesó ella.

Ben arqueó las cejas.

—No sabía que estuviera sucediendo nada por lo que debiera sentir pena —dijo él.

—Bien.

—Pero he de admitir que ahora siento curiosidad.

—Qué lástima —dijo ella, en un tono que indicaba claramente que no estaba dispuesta a satisfacer su curiosidad.

Por algún motivo, eso lo hizo reír y ayudó a que disminuyera la tensión que había en el ambiente.

—De acuerdo —dijo él—. ¿Y por eso desapareciste al día siguiente? Porque pensabas que me había quedado contigo por lástima.

—No, yo… Bueno, la mañana siguiente fue una locura. No podía creer que hubiera hecho lo que había hecho. Y salí huyendo.

Ben permaneció en silencio y Clair no tuvo más remedio que mirarlo a los ojos. Él la estaba mirando fijamente, como si tratara de decidir si creer o no lo que ella le estaba diciendo.

—No me pareció un buen detalle —dijo al fin.

Nada como ser sincero.

—Lo siento. Sé que no fue una manera correcta de comportarme, pero no sabía cómo actuar, ni qué decir, ni… Lo único en lo que podía pensar era en llegar a casa.

Él la miró un instante y dijo:

—¿Qué te parece si olvidamos la noche de la reunión y empezamos de cero?

—Me gustaría empezar de nuevo —dijo ella, a pesar de que no conseguiría olvidar aquella noche.

—Hagámoslo.

Su mirada era cada vez más cálida y eso hacía que Clair se sintiera mucho mejor.

—Se nota que estás cansada del viaje, y puesto que mañana me gustaría empezar temprano, le he dicho a Cassie que prepararía el desayuno para las dos a las siete y media, ¿te parece bien?

—Por supuesto, las siete y media es buena hora.

—De acuerdo, entonces, como has tenido un viaje largo y mañana queremos empezar temprano, ¿qué te parece si te acompaño a la casita para que deshagas tu maleta y descanses? ¿Y mañana lo consideraremos el primer día?

—Me gusta la idea.

—Trato hecho.

Le tendió la mano y ella la aceptó, sin plantearse que el roce podía provocarle extrañas sensaciones.

Y así fue, al darle la mano sintió su calor y experimentó una serie de sensaciones que hubiera preferido evitar.

—Creo que no deberías acompañarme a la casita. Saldré como si nunca hubiera estado aquí. Así será más fácil empezar de cero.

—¿Estás segura? —preguntó él cuando ella se bajó del taburete.

—Sí. No me conoces. No estoy aquí —dijo ella, de camino hacia la puerta.

Él la siguió y la adelantó para sujetarle la puerta abierta.

—De acuerdo. Ya nos veremos, desconocida —le dijo.

—A lo mejor. Si tienes suerte —contestó ella. Lo miró por encima del hombro y vio que estaba sonriendo.

Deseó quedarse.

Se despidió de él con la mano y avanzó por el camino que llevaba hasta la casita.

No comprendía por qué, pero Ben Walker la hacía sentir como ningún otro hombre la había hecho sentir antes.

Aunque quizá, el extraño efecto que tenía sobre ella no debería sorprenderla dadas las circunstancias.

Al fin y al cabo, él había conseguido vencer la infertilidad de Clair.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BEN llevaba tiempo sin salir a correr porque había estado muy ocupado preparando la escuela para su apertura. Al día siguiente se levantó más temprano de lo habitual y decidió que correr un rato le sentaría bien.

Así que se vistió con unos vaqueros cortos y una vieja camiseta sin mangas y salió justo cuando el sol aparecía por el horizonte.

Había empezado a correr de adolescente. Hacer ejercicio físico era uno de los requisitos que tenía el centro de Arizona donde había estado interno de pequeño. Y correr le había proporcionado la única sensación de libertad que había tenido en aquel lugar, a pesar de que tenía que correr acompañado de uno de las personas que trabajaban allí.

Correr le sentaba bien. Le servía para relajarse y para despejar su cabeza.

Y en esos momentos, necesitaba despejar su cabeza. La tenía llena de listas de cosas que tenía que hacer para poder abrir la escuela en dos semanas. Y llena de preguntas acerca de Clair Cabot.

De acuerdo, era ella quien lo había hecho madrugar y salir a correr aquella mañana. Los pensamientos sobre ella. Sería mejor que lo admitiera. Desde la mañana después de la reunión, no había podido dejar de pensar en ella.

Pero como ya conocía lo que le sucedía a ella, deseaba quitársela de la cabeza de verdad.

«Maldita seas, Cassie, por haberme hecho esa encerrona», pensó él, y aumentó el ritmo un poco.

Su hermana no le había contado que Clair estaba recientemente divorciada.

Y debería haberlo hecho. Cassie sabía que él había aprendido a no acercarse a una mujer que hubiera terminado una relación hacía poco tiempo. Y probablemente, por eso no le había dicho que su amiga estaba pasándolo mal en la fiesta a causa de la presencia de su ex marido y su nueva esposa. Cassie tenía que haber pensado que él no habría estado dispuesto a ayudarla intentando animar a Clair Cabot aquella noche.

Y mucho menos, a irse a la habitación de ella.

O a acostarse con ella.

Y exponerse a algo como lo que había sucedido, que ella se marchara sin despedirse con la primera luz del día. Se había marchado de la ciudad sin dejarle una nota ni el número de teléfono escrito con pintalabios en el espejo del baño…

Sí, le resultaba agradable descubrir que aquella noche no había hecho nada malo. Aunque le costaba imaginar cómo podía haber sido así cuando lo que recordaba era que, juntos, habían pasado una noche estupenda.

Pero Ben había bebido mucho la noche anterior y, cuando Clair desapareció sin más, él no pudo evitar preguntarse si estaría equivocado, si en realidad no había sido una noche tan fantástica como creía.

Deseaba haberse marchado de la reunión antes de posar la mirada sobre ella.

O al menos, antes de que Cassie le pidiera el favor. Él se había fijado en Clair mucho antes de que su hermana le pidiera que mantuviera a su amiga ocupada.

La había visto en el aparcamiento cuando ella llegó a la reunión. Cassie se había olvidado el anuario en el coche y le había pedido que saliera a recogerlo. Mientras él estaba buscándolo en el interior del coche, Clair aparcó frente al coche de Cassie y ambos intercambiaron una serie de miradas.

Él no la reconoció, y no sabía que era la amiga que su hermana tenía tantas ganas de ver. Durante los meses que él había regresado al instituto para la graduación, sus caminos sólo se habían cruzado algunas veces. Y de eso ya habían pasado diez años. Además, él había estado tan ocupado tratando de acatar la disciplina que no había tenido tiempo de involucrarse en la activa vida social de su hermana.

Pero la noche de la reunión había sido distinta.

No estaba seguro de por qué. Quizá Clair no tuviera el mismo aspecto que diez años antes. O quizá simplemente no se había fijado en ella por aquel entonces.

Desde luego, al verla en el aparcamiento, con el sol resaltando los mechones rubios de su cabello, no pudo evitar fijarse en ella.

De pronto, el brillo de su cabello rubio le gustaba demasiado.

Tanto, que no estaba seguro de si le gustaba que se lo hubiera cortado.

Recordaba su piel clara y cómo sus mejillas sonrosadas, le daban un aire de exótica inocencia.

Recordaba la imagen de sus piernas esbeltas al salir del coche y el resto de su cuerpo al abrir la puerta trasera para sacar algo del asiento. Ben tuvo que forzarse para dejar de mirarla y seguir buscando el anuario.

Lo encontró y se apartó del coche justo cuando Clair Cabot cerraba la puerta trasera. Y no pudo evitar mirarla una vez más.

Esa vez, ella lo miró también, y sus miradas se encontraron. ¡Vaya ojos que tenía!

Eran del color de las lilas que crecían junto a la casa de su madre. Ojos de color lila. Clair Cabot tenía unos ojos grandes y brillantes, de color intenso.

Y entonces, ella le sonrió. Tentativamente. Con incertidumbre. Evidentemente, preguntándose si era alguien a quien ella debía recordar. Pero con la ternura suficiente como para que él se alegrara de haber ido a la reunión.

Ben estaba pensando en presentarse para descubrir si era alguien que ya conocía pero, antes de tener la oportunidad, dos mujeres se acercaron a ella para saludarla, llamándola por su nombre.

Así fue como descubrió quién era

Clair Cabot.

La amiga de Cassie…

Ella se volvió para hablar con las chicas y Ben decidió regresar a la escuela sin decirle nada.

Una vez dentro, permaneció mirando a la puerta para verla entrar. Se preguntaba si debía acercarse a ella y fingir que recordaba que era amiga de su hermana…

Pero cuando ella entró, se dirigió a la mesa de la recepción y tuvo un extraño encuentro con una pareja. Ben tuvo la impresión de que eran antiguos enemigos, quizá rivales de instituto, y se fijó en que ella desapareció en el baño de mujeres.

Ésa fue la última vez que la vio en una hora.

Pero no la última vez que pensaba en ella.

Y por eso, cuando Cassie le pidió que hiciera compañía a su amiga Clair, él aceptó. Sin preguntar nada. Sólo con la ilusión de ver a Clair Cabot otra vez y de poder hablar con ella.

Ben incrementó el ritmo de la carrera pensando que, a pesar de que se alegraba de que su hermana le hubiera pedido ese favor, Cassie debería haberle advertido que su amiga estaba sufriendo las consecuencias de un divorcio reciente, así él se habría mantenido alerta y no se habría dejado llevar por sus encantos.

Y no habría hecho algo tan estúpido como pasar la noche con ella.

En ese momento, la escuela apareció en el horizonte y él recordó que Northbridge School for Boys era su prioridad. Eso era lo que se forzaba a recordar desde hacía dos meses, cada vez que la imagen de Clair Cabot aparecía en su cabeza.

La escuela era algo que él había querido hacer desde que había terminado su internado. Su sueño era trabajar con chicos que eran como él había sido, y hacerlo de la manera que él creía que debía hacerse.

Y puesto que ya había conseguido su sueño, quería dedicarse plenamente a ello y a los chicos que había aceptado en el programa. Así que hasta que la escuela no estuviera en funcionamiento, no podía permitir que nada, ni nadie, lo distrajeran.

Y con Clair Cabot, la mujer de ojos color lila y cabello rubio, sólo podía tener una relación de negocios.

Ella había ido allí para mostrarle la manera en que su padre regentaba el lugar. Para enseñarle cómo debía hacer el papeleo y la contabilidad. Y para contarle qué tenía que hacer para que los servicios sociales autorizaran la apertura del lugar.

De hecho, él le había propuesto que empezaran de cero para que la noche que habían pasado juntos no se interpusiera entre ambos y pudieran centrarse en los negocios.

Después, Clair regresaría a su casa y él podría olvidarse de ella.

Algo que no había conseguido hacer hasta el momento.

«¿Y por qué voy a conseguirlo cuando se vaya esta vez?», pensó mientras caminaba el último tramo hasta la casa.

No estaba seguro.

Esperaba que lo ayudara el hecho de estar ocupado con la escuela. Que quizá consiguiera estar lo bastante ocupado como para pensar en ella.

Pero no estaba convencido de ello.

Sobre todo porque en su recuerdo siempre aparecían imágenes de la que había sido la noche más increíble de su vida…

 

 

Clair tardó un rato en dormirse el lunes por la noche.

Entre que estaba en la misma casa en la que había vivido con su padre y que se sentía confusa después de haber visto a Ben, estuvo despierta hasta pasada la una de la madrugada.

Como resultado, el martes por la mañana se quedó dormida y llegó a la cocina de la casa principal después de que Ben y Cassie hubieran llegado.

—Siento haberos hecho esperar —se disculpó—. Me he quedado dormida.

—No me has hecho esperar —dijo Cassie—. Yo también acabo de llegar.

—De acuerdo, entonces, siento haberte hecho esperar a ti —le dijo a Ben, quien estaba sentado en la cabecera de una mesa rectangular.

—Que no vuelva a suceder o tendré que ponerte tareas extra y tres días de restricciones —bromeó él.

Después, levantó la taza y señaló hacia la cafetera que estaba en la encimera.

—Sírvanse un café, señoritas. Está recién hecho, y hay huevos con beicon y tostadas en el horno, para que no se enfríen.

—¿Qué clase de anfitrión eres? —dijo Cassie—. Se supone que has de levantarte y servir a tus invitadas.

—Os habría servido si hubierais llegado a la hora. Yo ya he desayunado y me he tomado la segunda taza de café. Ahora voy a bajar al sótano y a empezar a trabajar mientras vosotras desayunáis.

—¿Hemos llegado tan tarde? —Cassie le preguntó a Clair.

—Una hora más o menos —dijo Clair—. Me dijo a las siete y media y son las ocho y veinticinco.

—Entonces, supongo que no podemos meternos contigo —dijo Cassie mientras Ben se levantaba y metía los platos en el lavavajillas.

Clair estaba maravillada por el hecho de que él no estuviera enfadado con ellas.

—Os veré abajo —dijo él, y se marchó.

—Parece que nos hemos quedado a solas —dijo Cassie.

—Creo que es lo que nos toca —contestó Clair, y sacó la bandeja de comida del horno.

Cassie llevó la cafetera a la mesa.

Clair no tomó café para evitar la cafeína, pero se tomó el resto del desayuno.

Mientras desayunaban, hablaron de lo que iban a hacer durante el día: un inventario, y sacar las sábanas y las toallas de las cajas en las que las habían guardado después de que falleciera el padre de Clair. Después, se reunieron con Ben para lo que resultó ser un atareado día de subir y bajar escaleras. Prepararon armarios, seleccionaron cosas y tiraron las que estaban demasiado viejas.

Clair no dudó en contarle a Ben cómo solía organizar las cosas su padre, pero era él quien tomaba las decisiones y ella no se molestaba cuando cambiaba algo.

Trabajaron hasta el anochecer y, cuando terminaron, estaban agotados. Era demasiado tarde para preparar la cena, así que pidieron pizzas y ensalada por teléfono.

Comieron en el salón, alrededor de la mesa de café. Al cabo de un rato, Cassie confesó que estaba agotada y dejó a Clair y a Ben sentados en el suelo, el uno frente al otro.

Clair no sabía si Ben prefería que ella se marchara también, pero se alegró al ver que él señalaba una caja de cartón, que habían subido del sótano, que contenía algunos recuerdos de su infancia.

—¿Has encontrado algún tesoro? —preguntó él.

—¿Como una antigüedad única de ésas que se llevan a un programa de televisión y se descubre que vale miles de dólares?

—Puede.

—Por desgracia, no. Sólo hay algunas muñecas y su ropa, un perro de peluche con la oreja mordisqueada y mis primeros zapatos de cuero. Nada de eso tiene mucho valor, sólo son algunos recuerdos que, por algún motivo, se quedaron en el sótano.

—¿Y quién se comió la oreja del perro? —preguntó él con una medio sonrisa.

—Al parecer yo llevaba al perro a todos sitios y le mordisqueaba la oreja cada vez que estaba triste o sentía timidez.

—¿Puedo verlo? —preguntó él con cara de pillo.

—No es muy bonito —dijo ella.

Ben acercó la caja y miró su contenido.

Clair lo observó.

Iba vestido con vaqueros y camiseta gris. La camiseta era como una segunda piel y resaltaba los músculos de su torso. Clair se preguntaba cómo alguien podía tener tan buen aspecto con tan poco esfuerzo.

Al cabo de un momento, Ben sacó el perro de la caja.

—Debías de ser muy tímida o estar muy disgustada —dijo él, al ver que al muñeco le faltaba casi una oreja entera.

—Aprender a usar el orinal puede ser muy duro —bromeó Clair.

—¿Cuánto tiempo llevaste a esta pobre criatura por ahí?

—Hasta los diecisiete —bromeó.

Él se rió.

—¿Hasta los diecisiete no aprendiste a utilizar el orinal?

—A los dieciséis y medio, pero llevé a Charmagne hasta que cumplí los diecisiete.

Ben se rió otra vez.

—¿Charmagne?

—Ése es su nombre. Charmagne la Shih-tzu.

—Ah, ¿es una chica? —preguntó, y le dio la vuelta de una manera que indicaba que podía ser un diablillo.

—Charmagne es nombre de chica —dijo ella entre risas—. No te quedará más remedio que creerme.

—No, puedo ver que tienes razón —dijo él, como si hubiera podido descubrirlo.

Dejó el peluche sobre la mesa y miró a Clair.

—Así que estas cosas son de antes de que vinieras aquí.

—De mucho antes.

—Hoy me preguntaba cómo habría sido para ti crecer aquí.

—Estuvo bien.

—No es un comentario muy favorable. ¿Me estás diciendo que si alguna vez tengo hijos debería criarlos en otro sitio?

Clair trató de ignorar la parte de: «si alguna vez tengo hijos» y contestó a su pregunta.

—No odiaba estar aquí. Supongo que lo que me molestaba era que mi padre se implicara en todo lo que sucedía, ya fuera de día o de noche.

—Por ejemplo…

—Por ejemplo, el día de mi décimosexto cumpleaños. Me había prometido llevarme a cenar al mejor restaurante de Billings. Justo cuando acababan de traernos la ensalada, llamaron de la escuela… Él siempre dejaba instrucciones de que lo llamaran si sucedía cualquier cosa, y si no lo llamaban, telefoneaba cada hora para saber si todo iba bien. Esa noche, uno de los niños tuvo una pesadilla, pero aunque todo estaba bajo control, tuvimos que cancelar el resto de la cena y regresar a la escuela.

Ben puso una mueca.

—Para los niños era estupendo que él se preocupara tanto por ellos. Pero para ti era perjudicial.

—No habría sido tan terrible si mi padre hubiera atendido sólo las crisis importantes. Pero desde que vinimos aquí, todo era más importante que yo. Al menos, así lo sentía yo. Quizá se entregó a su trabajo para superar la muerte de mi madre, pero…

—Sabía que tu padre era viudo, pero no sé cómo murió tu madre.

—Un autobús se saltó un semáforo en rojo y chocó contra su coche en un cruce.

—¿Cuántos años tenías tú?

—Catorce.

—¿Y cuánto tiempo después se abrió la escuela?

—Un año.

Ben arqueó las cejas.

—Así que nada más perder a tu madre viniste aquí y cuando tu padre se obsesionó con el trabajo, fue como perderlo a él también.

—Supongo que sí. Un poco —dijo Clair—. Nunca lo había pensado así, pero tienes razón. Mirando atrás, así es como me sentía.

El hecho de que Ben fuera tan perspicaz la impresionaba.

—Mi padre no era mala persona. Nunca me rechazó, y sé que me quería mucho. Él sólo… Bueno, supongo que se enfrentó a la muerte de mi madre de la única manera que podía. Y eso consistió en dejar su trabajo como profesor de instituto y dedicarse a algo que lo mantuviera más ocupado.

—¿Enseñaba en un instituto antes de abrir la escuela?

—Sí.

—¿Y por qué decidió abrir un centro para niños cuando tenía experiencia con adolescentes?

—Por mí. Decidió aceptar niños de ocho a doce años para que yo no tuviera que vivir con chicos de mi edad o mayores que yo.

—Por seguridad, ¿para mantenerte alejada de alguien que pudiera hacerte daño o ser una mala influencia?

—Por los dos motivos, para que no estuviera en contacto con alguien que pudiera hacerme daño y para que ninguno de los chicos terminara siendo su yerno —contestó. Pensaba que si Ben hubiera estado allí a los dieciséis años, la habría cautivado sin ninguna duda.

Pero como no quería que él supiera qué era lo que estaba pensando, continuó hablando de los niños que su padre tenía en la escuela.

—Aunque algunos de los niños eran muy traviesos. Mi padre me pagaba por trabajar aquí después de clase, y había veces que las cosas no eran agradables con algunos niños.

—Seguro —dijo Ben—. Mientras hacía la tesis trabajé en un centro para niños más pequeños que los que tenía tu padre. Allí vi cosas que nadie imaginaba que un niño tan pequeño podía hacer. Había uno de cinco años que insultó a un terapeuta de una forma que cualquiera se sonrojaría, y después la hirió en el brazo con una cuchilla de afeitar que llevaba escondida en la suela del zapato. Era algo que había aprendido de su hermano, quien había estado en la cárcel.

—Guau —dijo Clair—. Mi padre no tenía niños con historial violento, pero sí tenía algunos que se autolesionaban cuando no tenían un buen día. Por cierto, ¿tienes el doctorado?

—Tengo la licenciatura de Psicología y el doctorado en orientación psicopedagógica.

Clair sonrió.

—¿Qué? —preguntó él—. ¿No me crees?

—Oh, no dudo de tu palabra. Sólo pensaba que eras el chico de la clase que menos pinta tenía de acabar con un título de licenciado.

Él se rió.

—Nunca se me conoció por ser predecible —contestó—. Todavía no sé en qué trabajas. O por qué tienes tiempo libre para estar aquí unos días.

—Dirijo una guardería —confesó ella—. Y puesto que soy la jefa, hay muchas horas que puedo compensar con trabajo extra. Cuando me voy, dejo a cargo a la ayudante de dirección.

El embarazo hacía que Clair estuviera más cansada de lo habitual y, después de un día agotador, no pudo evitar bostezar.

—¡Uy! ¿Qué ha pasado? —bromeó avergonzada.

Ben se rió.

—Parece que te he agotado.

—Oye, que he aguantado más que Cassie.

—Bueno, si te soy sincero, intentaste irte a la vez que ella, pero no te lo permití —le recordó—. Quizá sea mejor que ahora te deje ir a descansar para que mañana puedas presentarme al mayorista de los productos de alimentación y al encargado del servicio de lavandería.

—Quizá sí —dijo Clair.

Se puso en pie y comenzó a recoger los platos de papel y las cajas de las pizzas. Ben la detuvo.