Avicultura - Rosario de Acuña - E-Book

Avicultura E-Book

Rosario de Acuña

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Beschreibung

Esta es una colección de artículos escritos por Rosario de Acuña y publicados en "El Cantábrico", revista de Santander, que recibieron el premio Medalla de Plata en la Exposición de Avicultura de Madrid en 1902.-

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Rosario de Acuña

Avicultura

 

Saga

Avicultura

 

Copyright © 1902, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687194

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Colección de artículos escritos por Rosario de Acuña publicados en El Cantábrico, de Santander, y premiados con Medalla de plata en la Exposición de Avicultura de Madrid.-Santander: Tipografía de El Cantábrico, Compañía, 3, 1902

DEDICATORIA

A la dirección, redacción, administración e imprenta de El Cantábrico, dedico estos artículos, en libro coleccionados, en testimonio y como homenaje de afecto y gratitud honda y sincera.

Al pueblo montañés

Al reimprimir hoy, en forma de pequeño libro, los artículos que sobre avicultura publicó El Cantábrico, me creo en el deber de dirigir algunas frases al pueblo que, hasta ahora, ejerció noblemente conmigo los deberes de hospitalidad, para darle cuenta, razón y antecedentes de mi obra y de mí misma, como es de bien nacidos hacerlo cuando se ofrece algo de pertenencia propia.

No sabe mi espíritu, nutrido de larga fecha en las hondas abstracciones de la conciencia, manifestarse al exterior sin descubrirse, sincera, íntegramente, en todos sus extremos, a la expectación general. No sé y, ¡ay!, ¡cuántas veces me costó aguda pena no saberlo, guardar, para mí misma, ni la más leve partícula de mi verdad. Hoy, al coleccionar estos artículos, en vista de que los piden desde muchos sitios, repetidas veces, no puedo menos, siguiendo el imperativo de mi modo de ser, de manifestarme a mis lectores, en este breve prólogo, con toda la diafanidad posible a través de la pluma.

Premiados estos artículos (la mayoría) con el segundo premio (medalla de plata) en la Exposición Internacional de Avicultura de Madrid, cuyo jurado lo formaron eminencias avicultoras patrias y extranjeras, no solo por esta distinción, verdaderamente halagadora, es por lo que yo me encuentro orgullosa de haberlos escrito. Otro motivo más poderoso para mi alma hace que estos trabajos sean los hijos queridos de mi corazón, por los cuales me siento henchida de esa vanidad maternal, absorbente e irrazonada, que hace aparecer a hijos defectuosos como ángeles perfectos de soñado paraíso. Estos artículos de avicultura son por mí tan amados, porque, a través de sus renglones, veo a una parte del pueblo montañés mandándome, gozoso y agradecido, a mi hogar, el pláceme espontáneo, el aplauso generoso, la noble enhorabuena; y veo a ese pueblo, en sus clases más ínfimas, acudiendo a las puertas de mi mansión, por estos artículos llamado; y acudiendo con el afán, con el deseo activo y resuelto de secundar, con su voluntad y su esfuerzo, el vivísimo anhelo de mi alma, que es lograr, en la medida que mis fuerzas alcancen, un átomo de progreso en esta noche horrible de miserias y odios que empapan la tierra española. Yo he sentido circular en pos de estos artículos un movimiento fecundo y salvador en beneficio de la avicultura, la más femenina, la más individual de todas las industrias agrícolas que pueden enriquecer una comarca; yo he recogido (la correspondencia que guardo lo testifica) una espontánea palpitación de energía a favor de este venero de la agricultura que, humilde y escondido en las modestas granjas rurales, puede, sin embargo, en fuerza de afluir multiplicando desde los últimos rincones, transformar el estado económico y moral de una región. He aquí por qué estos artículos son mis hijos predilectos: ellos, por suerte y ventura de su destino, han traído a mi mente la alegría inmensa de ver, en el fondo de los hogares campesinos, un despertar risueño hacia la aurora del progreso, que apenas alborea en nuestra ensombrecida España…

Quisiera yo, al llegar aquí, no traspasar el límite de esta alegría manifestada; quisiera quedarme en ella, gozar sus dones, terminar aquí mis palabras al público… pero no puede ser, porque deseo… (porque así lo desean todas las almas que se estiman en algo) que cuantos leyeren, sin prejuicios, lo que precede, hicieran balance de justicia en el que yo sea estimada en equidad perfecta, condición sin la cual no hay criterio posible de moralidad; y para que este acto de aquilatamiento se realice con el acierto mayor, es preciso manifestar, a la vez que las bienandanzas impuestas a mi personalidad por las torpes manos de los que, antes que el ajeno bien, ansían el bien propio. ¡Cuánta amargura y cuánta tristeza ha sufrido el espíritu de justicia que todos y cada uno de nosotros llevamos en la conciencia, causadas por la insuficiencia de cerebro y de corazón de muchas gentes que, antes que ver en mis trabajos, han visto en sus éxitos una merma para las pretensiones de su ambición y de su vanidad! ¡Ah! ¡Muy pocos de los que esto lean se darán cuenta exacta del trabajo de lucha, sorda y tenaz, que mi inteligencia, inspirada por mi corazón, ha sostenido para no desmayar en una tarea que, para abrirse paso hasta la masa popular, ha tenido que escalar la muralla que la estulticia y el egoísmo iban levantando delante de mis pasos! Quisiera yo trazar, para que el juicio a que se me sujete al leer este libro no carezca de antecedentes, un esquema de esta labor avícola, llevada por mí, desde hace tres años, en este rincón de la Montaña…

Impulsada por el afán (creo que a todas luces digno y noble) de conservar la holgura de mi hogar y defenderlo de la miseria, y queriendo, a la vez, unir a mi tarea de propia salvación la salvación ajena, recogí los restos de mis economías y me lancé, llena de fe y valor, a instalar en mi vivienda campesina el núcleo, el principio, el origen de una modesta industria avícola: simultaneando la teoría y la práctica, el ideal de altísima y noble ciencia con la tradición vulgar de seculares experiencias, bajé, resueltamente, al estadio de lo sencillo, de lo popular, e incluyéndome, desde luego, en la turbamulta de nuestros campesinos, tracé mis comienzos de avicultura pasando del corral vulgar al parquecito en miniatura, con cierta coquetería adornado; y me acuerdo, ¡lo confieso sin rubor!, las vueltas y revueltas que di, encantada, al primer bebedero mecánico y el primer comedero según arte que me mandaron de las granjas de Castelló; ¡qué orgullosa estaba yo al pensar que a las cazuelas de barro de mi corral de campesina habían sustituido aquellos elegantes chirimbolos, vaso y plato de mis gallinas! También recuerdo con qué prosopopeya acostaba en sus perchas, puestas ex profeso por un carpintero, a la docena de gallinas y un gallo con que empecé a echármelas de avicultora. ¡Ah, prójimos míos en humildad y sencillez! Vosotros, los que, paso a paso, en vuestras vidas habéis llegado, a fuerza de paciencia y de trabajo, a gustar las delicias de una hora de descanso en medio de vuestra obra terminada, ¡cuán bien comprenderéis ese noble placer de los pequeños favorables resultados al leer todo esto que os voy diciendo! ¡Vayan mis palabras directamente a vuestros hogares, y si os sirven para afirmar en vuestras conciencias aquellas dulces palabras del decálogo de amor: «Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos», por muy satisfecha me podría tener!

Mas, ¡oh!, lamentable error de todas las almas que nos dejamos llevar del ideal, juzgando a todos los seres por su palabra. Insegura de mi propia suficiencia, vacilante como todo ser que da los primeros pasos en senda desconocida, y queriendo asesorar mi labor con la autoridad de los que, desde lejos, me parecían dignos maestros; queriendo, en una palabra, contrastar la plata pura de mi trabajo con el marchamo de la ciencia oficial, que debe ser, no rémora mordiente del esfuerzo indocto, sino mentor y báculo de voluntades bien dispuestas, cometí el error, ¡el imperdonable error!, de implorar para el embrión de mi granja el apadrinamiento de lo que de buena fe creí ciencia honrada.

¡Ah!, ¡no llaméis, no, vosotros, los que llenos de entusiasmo emprendáis la ruta que seguí, para que os prohíjen y asesoren a las vanas pedanterías, a las egoístas voluntades, que se yerguen en los pináculos de la titulación oficial, deseosas más del aplauso y de la riqueza que de estimular con paciencia y tolerancia el buen deseo de las voluntades trabajadoras…!

La sátira, el desprecio, la sonrisa de la conmiseración ultrajadora, entró en mi casa el día en que, con las manos abiertas y el alma franca, expuse a los primates de la ciencia mis trabajos. No se tuvo en cuenta, para juzgarlos con equidad, ni mis escasos medios pecuniarios, ni mis propósitos de ir, poco a poco, levantándolos a los más altos fines; no se tuvo en cuenta la situación especial en que me encontraba al empezar, comprometiendo en la empresa mis últimos recursos; no se tuvo en cuenta ninguna de las circunstancias que me rodeaban y que es preciso tener siempre en cuenta para juzgar con acierto y justicia toda obra humana (mala o buena); y la seudo-ciencia oficial, puesta la toga de una autoridad trasnochada, acaso engreída por la importancia que se le había otorgado al pedirle consejo; la seudo-ciencia oficial holló mi hogar, holló mi voluntad, mis ilusiones para el porvenir, mi extenuante y rudo trabajo; todo, todo lo holló, poniendo la pataza de la depreciación, que aplasta y trunca siempre, donde hubiera de extender la noble mano del aplauso, que ayuda y levanta en todas ocasiones. ¡Ah! Con qué tristeza vi menospreciada mi constancia de tres años! ¡Con qué falta de educación social, con qué falta de sentido moral, con qué falta de piedad honrada, de bondad inteligente, el rígido dedo de la ciencia árida, pinchante, como orgullo de casta separada de los mortales por un sello de lacre de un centro oficial; ¡con qué vanidad tan hiriente iba el dedo aquél mandando matar aves cuyo único delito era un tinte amarillento en las patas; una pluma negra sobre las blancas; un pico de la cresta torcido o una uña blanquinosa!, delitos de lesa alta avicultura, desde luego, pero no aquí, en España, donde apenas alborea esta ciencia, ni aun en los parques suntuosos, con toda la brillantez apetecible, y a la cual no llegará nunca, imponiéndola con el sarcasmo y la intolerancia. ¡Qué ridícula, dolorosa y desoladora resultaba aquella pedantería fuera de lugar, juzgando una pequeña industria naciente, hecha a lo pobre, en lo pobre inspirada, y que no quería, ni pedía, enorgullecerse de otra cosa que de dos únicos y solos