Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«Ecos del alma» (1876) es un poemario de juventud de Rosario de Acuña. Algunos de los poemas recogidos son «Mis cantares», «¡Poetisa!», «A la Virgen», «A la muerte», «Cantares», «Los amores de un ruiseñor», «A una golondrina», «Las dos flores», «En el álbum de la señorita M. T.», «¡Dichoso el justo!» y muchos más.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 119
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Rosario de Acuña
Saga
Ecos del alma
Copyright © 1876, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726687163
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Madrid: A. Gómez Fuentenebro, 1876
Al público
El prólogo de nuestra obra; he aquí la mayor dificultad para el mortal que se atreve a escribir un libro; y si este libro es de poesías, entonces las proporciones de la empresa crecen, se agigantan, asustando con sus extrañas formas la impresionable imaginación del poeta. Ante todo para escribir un prólogo es menester saber lo que es un prólogo; plumas más hábiles que la mía, e inteligencias elevadas, han descrito la misión y las cualidades de ese preámbulo de trabajos reunidos; con todo, bien puedo permitirme decir lo que pienso sobre tan importante asunto. Para mí un prólogo es la fe de bautismo de la obra y la cédula de vecindad del autor; en él se ve la legitimidad de la primera y la honrada posición del segundo; si la obra ha sido revisada por inteligencias de superior calidad, en el prólogo aparece lo bastardo de su procedencia, y si el autor oculta bajo fastuosa apariencia su hambre de jerarquías, en el prólogo se descubre la falsedad de sus intenciones; por esto un prólogo es el punto más alto a que puede llegar el que siente en su corazón y en su cabeza el sacro fuego de la inspiración, por esto mi pluma tiembla al trazar sobre el blanco papel los renglones del prólogo de mi primera obra… ¿Qué te diré yo, público juez, ante cuyo tribunal inapelable aparece hoy la colección de mis versos? Si te pido indulgencia, dirasme que tiemblo, y nunca es bueno ser cobarde; si de arrogancia presumo, me achacarás el pecado de la soberbia, y aunque por pecadora me tengo, no quiero, a sabiendas, cometer faltas; si rebusco en mi cerebro grases galanas con que incitarte a la lectura de la obra, podrás empezarla con ánimo excelente, pero será más triste el desencanto si, a medida que lees, te encuentras fallidas las ilusiones formadas en un principio; si usando malas artes y con disimulado lenguaje, tiendo a relegar a segundo término obras que te hubieran gustado, claro y preciso será que me califiques de envidiosa, pues el que rebaja méritos ajenos por enaltecer los propios, o lleva en el corazón el áspid de la envidia, o tienen en su cerebro muchos átomos de imbecilidad…; pero si nada te digo, de sobra está el haber empezado tan arduo trabajo…
Paréceme que te agradarán más que disculpas, alabanzas, atildamientos o juicios satíricos, algunas noticias de mí y de mis versos, noticias que ni son conatos de biografía, ni memoriales de inteligencia: bien claro se me entiende que al ver colocado mi yo enfrente de mi obra, se te podrá muy bien ocurrir que no aprendí muchas lecciones en las aulas de la modestia, pero en algo había de caer la inexperiencia de mis pocos años, pues por sabido se tiene que la juventud no atiende a reflexiones ni a profundos razonamientos, sino todo lo contrario, se deja llevar de la primera impresión, y ésta, por más que haya razones para demostrar lo contrario, arrastra siempre al humano ser a que hable de sí mismo antes que de los demás. Hecha esta salvedad, a moda de nota de traductor, paso a decirte, público insigne, que yo contando veinticinco años, cuento diez y ocho haciendo versos, sin que por las mientes me cruzase en tan largo intervalo de tiempo coleccionar, corregir e imprimir los muchos y desiguales renglones que con lápiz, carbón, o tinta iba escribiendo en ratos tan perdidos, que ni de ellos me daba cuenta; el consejero de la vida que, según dicen sabias lenguas, es el tiempo trajo a mis presentes años algunas centellas de observador análisis, y ante las luces brillantes de la época en que vivo, vi tan marcada inclinación a enaltecer lo estrambótico, que no supuse que fuera presunción lanzarme en la palestra de las artes, segura de que si no alcanzaba premio, por lo menos no caería en el ridículo…; rebusqué mucho entre los manuscritos que por fortuna conservaba, y no sé si por amor propio o por conocimiento de ellos, ninguno me pareció digno de figurar en la inauguración de mi imaginada carrera… «O todo o nada»; producto de tan extraño axioma fue la cabalística composición que bajo el nombre Rienzi el tribuno, tuve el placer de presentarte en la noche del 12 de febrero de 1876 en el anchuroso teatro del Circo, de Madrid: que te gustó no es dudable, pues diez y seis sesiones de seguido llenaste las localidades de dicho coliseo; que pensaras como la autora o que con sano corazón la enaltecieras, ni yo debo asegurarlo, ni aunque debiera me atrevería a intentarlo, pues dentro del pensamiento y del corazón solo penetra una superior y divina inteligencia; que agradecí tus demostraciones y que guardaré siempre el agradecimiento, es la mejor prueba el presente trabajo que te ofrezco, trabajo anterior al drama trágico de que te vengo hablando; él me sirvió de carta de naturaleza entre los aspirantes a la entrada del Parnaso, y aunque en el número de orden sé que estoy de los últimos, no por eso dejo de vanagloriarme de haber logrado siquiera la aproximación a los umbrales de tan hermoso reino: valiéndome de este privilegio, es como he llegado a coleccionar, corregir e imprimir unos cuantos ecos del alma, que en forma de cantares dormían escondidos entre arrinconados legajos… Ahora bien, de mí te hablo en el prólogo; de mí te hablaré en mis coplas. Si entre mi espíritu y tu espíritu encuentras analogía, es que en el ser está el principio absoluto de todos los seres. Si al leer mi libro no hallares más que frío egoísmo, precisamente tendrá que ser porque creas que después de tu yo no existe nada…
¡Cuánto sentiría que me tuvieses por egoísta!
Público, mi sentencia la vas a firmar: aunque sea dura, que no vacile tu mano, pues tengo para mí que talento revestido de indulgencias es arlequín de la Historia; si desde lo alto he de caer, no me dejes subir, hoy que pongo el pie en el primer escalón; si quieres que prosiga hasta la cumbre, empieza por enseñarme la verdad, solo con ella puede caminarse en las altas regiones de la sabiduría… Si entre los individuos de que te compones hay algunos que no buscan más que el suave aliento de una palabra cariñosa, sepan estos que, primero que la gloria y sus triunfos, ambicioné siempre el recuerdo en corazones generosos; si ellos encuentran en mis cantares consuelo, amor o esperanzas, cuantos laureles pudiera alcanzar serían rechazados ante la hermosa recompensa de vivir en el alma de tan buenos seres; solo este galardón me llenaría de júbilo, aunque el total olvido de la fama me probase que cual Ícaro había tendido mi vuelo demasiado alto.
Escrito está el prólogo de mi obra; si acaso no he dicho todo lo que mi pensamiento quiso decir, es que el abismo ha sido demasiado grande para mis escasas fuerzas, es que desde la inteligencia a la palabra se ha interpuesto la imaginación del poeta.
Rosario
Madrid, 20 de abril de 1876
¿Quién ha inspirado mi mente
arrancado de mi alma
esos fugaces suspiros,
que prendidos en el aura
ni un eco solo perciben,
ni un solo recuerdo hallan,
y en el espacio se pierden
y en el olvido se acaban?
Tan solo Dios es posible
que diera respuesta clara.
Pobres y tristes suspiros
como las aves los lanzan
al ver sus nidos amados
deshechos por fiera racha,
suspiros que al encontrar
de la inspiración las alas
en cantares convertidos
salen volando del alma,
y en vuelo tenue y ligero,
que nunca rozar pensara
los umbrales de esa esfera
que mundo humano se llama,
en el espacio se pierden
y en el olvido se acaban:
¡Que son mis pobres cantares
tristes suspiros del alma!
Nunca osarán pretender
de los laureles la palma
que se armonía encontraron
sin que armonía buscaran,
no es bastante la que tienen
para esa conquista magna
que las Musas a sus hijos
en el Parnaso preparan.
Dulces o amargos serán,
pero nunca con sus galas
hablarán al pensamiento
del ingenio que batalla
por ver grabado su nombre
en el templo de la Fama
¡Que son mis pobres cantares
tristes suspiros del alma,
que en el espacio se pierden
y en el olvido se acaban!
Raro capricho la mente sueña:
Será inmodesta, vana aprensión.
Tal palabra
no me cuadra;
su sonido
a mi oído
no murmura
con dulzura
de canción;
no le presta
la armonía
melodía
y hace daño
al corazón.
Tiemblo escucharla. ¿Será manía?
Oigo un murmullo cerca de mí:
no me cuadra
tal palabra;
que el murmullo
que al arrullo
de la sátira
nació,
me lastima
con su giro
y un suspiro
me arrancó.
Si han de ponerme nombre tan feo, todos mis versos he de romper.
No me cuadra
tal palabra;
no la quiero;
yo prefiero
que a mi acento
lleve el viento
y cual sombra
que se aleja
y no deja
ni señal,
a mi canto
que es mi llanto
arrebate
el vendaval.
Yo quisiera formarte ¡Madre mía!
una hermosa y espléndida guirnalda
que adornase de fúlgidos colores
las blanquísimas orlas de tu falda.
Yo busco entre las flores de la tierra
flores dignas de ajarse con tu paso:
y entre las mil que encierra
no hallo ni una capaz por su hermosura
de acariciar tu regia vestidura.
Anhelante recorro los vergeles
y contra más las miro,
más enojos me muestra el pensamiento,
porque él las sueña de mejor belleza,
nacidas al aliento
de los castos querubes
que entonan el cantar de los cantares
en tu dosel de estrellas y de nubes.
Yo busco los diamantes, los zafiros,
el granate, las perlas, los topacios,
y oscurece su luz deslumbradora
la esplendorosa luz de tus palacios,
¿qué te podré dar, VIRGEN MARÍA,
si errante el alma mía
y en su dolor profundo
para buscar la luz y la belleza
se aleja de los ámbitos del mundo?
Si en él nunca la vio y en ti la mira,
¿cómo podré tejerte una guirnalda
que adorne con sus fúlgidos colores
las blanquísimas orlas de tu falda?
El que fija en la tierra sus desvelos
o el que lejos de ti piensa que vive
fórmetela en buena hora,
yo te llevo, Señora,
en los profundos pliegues de mi alma;
Tú eres la hermosa aurora
que en la noche sombría de mi vida,
con su luz sacrosanta,
hasta el trono de Dios mi fe levanta.
Yo te sueño en un mundo sin abrojos
y ante mi hermoso sueño estremecida
se me nublan los ojos
y lloro por mirarte,
que se me tarda el tiempo venturoso
en que pueda servirte y adorarte.
Tú estás en el azul; sí, yo te siento;
yo levanto en mi mente
un nuevo firmamento
que, centro del espacio y de sus orbes,
vea girar en torno de su esfera
la creación entera,
y en cuyo santuario inconcebible
álzase la existencia inextinguible.
Tú estás allí, nos ves desde tu alcázar,
recoges el aliento de la vida
y cuando el cuerpo, polvo de la tierra,
deja al alma en el cielo suspendida
redentora, cual Dios, llamas al alma,
y el alma conmovida
obedece la luz de tu mirada,
y tendiendo, cual águila, su vuelo
llega al umbral de tu infinito cielo.
Tú, desde allí nos ves; mírame, Madre,
mira mis tristes lágrimas vertidas
en perlas convertidas
por el amor dulcísimo que el alma
te guarda a ti; ella busca
en la lumbre radiante de tus ojos
valor para luchar sobre la tierra
salvando sus abrojos:
ella se ampara con el nombre augusto
que honra el linaje de la raza humana
¡Llamándote del mundo Soberana!
……….
……….
Yo, cuya alma, bien sabes, Madre mía,
que tan solo por ti vivir la siento:
yo, cuyo pensamiento
olvida sus dolores y sus penas,
y sintiendo que en frágiles cadenas
vive sujeto en el mundano suelo,
en poderoso vuelo
salva el mortal camino,
se alza a buscarte en el azul del cielo
y penetra en el fin de su destino:
yo, que cuento las horas de mi vida
de encanto estremecida
y sin temor que tarden en cumplirse
una tras otra al irse,
espero el dulce instante
en que por una eternidad de siglos,
cariñosa y amante,
recibas a mi espíritu en tus brazos
cuando se mire libre de sus lazos:
yo humillada ante ti, VIRGEN MARÍA,
te ofrezco los acordes de mi canto;
yo te ofrezco mi ruda poesía
con los tristes raudales de mi llanto.
Yo, altiva para el mundo y su grandeza,
inclino ante tu amor y tu belleza
todo el orgullo de mi raza humana,
como inclinan su pétalo las rosas
ante la pura luz de la mañana.
Yo, que busco en la tierra
las más hermosas flores
y todas las desdeño para honrarte,
te ofrezco mi cantar y mis dolores;
bendice mi guirnalda:
¡Reina de mis amores
que ella adorne los pliegues de tu falda!
¿Es dormir sin ensueños y en la hundida
fosa quedar en eternal reposo?
O ¿es despertar del sueño pavoroso
que el hombre llama, en sus delirios, vida?
La obra del alma ¿quedará perdida,
deshecha, en el abismo tenebroso?
O ¿tendrá su empezar esplendoroso
cuando sintamos la postrera herida?
¡Qué importa lo que fuere! Si es el sueño
sin ensueño, el no ser, dormir sin tasa…
¡Es posible lograr mayor ventura!
Y si es el despertar del triste ensueño
del vivir terrenal, que al alma abrasa…