Boudica - Cristina Castillón Puig - E-Book

Boudica E-Book

Cristina Castillón Puig

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Beschreibung

LA REINA GUERRERA QUE DESAFIÓ A ROMA. Boudica, reina de los icenos en el siglo I, ha sido retratada como feroz y vengativa, símbolo de rabia desmedida y escándalo. Pero esta biografía revela la verdad: su liderazgo en la rebelión contra Roma no fue solo furia, sino estrategia, valor y determinación. Defendió a su pueblo y buscó justicia frente a la opresión, transformando el dolor en acción y la fuerza en voz colectiva. Una historia apasionante que desmonta mitos y devuelve la voz a una mujer que desafió imperios, reescribió su destino y se convirtió en símbolo eterno de resistencia y autonomía femenina.

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

LA REINA GUERRERA QUE DESAFIÓ A ROMA

I. UNA FUTURA REINA

II. UN VISITANTE PELIGROSO

III.EL LEGADO ICENO

IV. LA GRAN LÍDER BRITANA

V. LUCHA POR LA DIGNIDAD

VISIONES DE BOUDICA

LA VISIÓN DE LA HISTORIA

NUESTRA VISIÓN

CRONOLOGÍA

© Cristina Castillón Puig por el texto

© Cristina Serrat por la ilustración de cubierta

© 2021, RBA Coleccionables, S.A.U.

Diseño cubierta y portadillas de volumen: Luz de la Mora

Diseño interior: tactilestudio

Realización: Editec Ediciones

Asesoría narrativa: Ariadna Castellarnau Arfelis

Asesoría histórica: Julia Guantes García

Equipo de coloristas: Elisa Ancori y Albert Vila

Fotografías: Duncan 1890 / Getty Images: 157; Wikimedia Commons: 158, 159.

Para Argentina:

Edita RBA EDICIONES ARGENTINA S.R.L., Av. Córdoba 950 5º Piso “A”. C.A.B.A.

Publicada e importada por RBA EDICIONES ARGENTINA S.R.L.

Distribuye en C.A.B.A y G.B.A.: Brihet e Hijos S.A., Agustín Magaldi 1448 C.A.B.A.

Tel.: (11) 4301-3601. Mail: [email protected]

Distribuye en Interior: Distribuidora General de Publicaciones S.A., Alvarado 2118 C.A.B.A.

Tel.: (11) 4301-9970. Mail: [email protected]

Para México:

Edita RBA Editores México, S. de R.L. de C.V., Av. Patriotismo 229, piso 8, Col. San Pedro de los

Pinos, CP 03800, Alcaldía Benito Juárez, Ciudad de México, México

Fecha primera publicación en México: noviembre 2021

Editada, publicada e importada por RBA Editores México, S. de R.L. de C.V., Av. Patriotismo 229,

piso 8, Col. San Pedro de los Pinos, CP 03800, Alcaldía Benito Juárez, Ciudad de México, México

ISBN: 978-607-556-130-1 (Obra completa)

ISBN: en trámite (Libro)

Para Perú:

Edita RBA COLECCIONABLES, S.A.U., Avenida Diagonal, 189, 08019 Barcelona, España.

Distribuye en Perú: PRUNI SAC RUC 20602184065, Av. Nicolás Ayllón 2925 Local 16A

El Agustino. CP Lima 15022 - Perú. Tlf. (511) 441-1008. Mail: [email protected]

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: diciembre de 2025

REF.: OBDO871

ISBN: 978-84-1098-765-4

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

LA REINA GUERRERA QUE DESAFIÓ A ROMA

Boudica —Búdica, Buduica, Bonduca o Boadicea— quizá no fuera su nombre real, es posible que se tratara de un mero apelativo bélico, «victoria». Poco sabemos de ella a ciencia cierta. Incluso gran parte de su vida podría no ser más que una leyenda, una representación mítica de la invasión romana de Britania, actual Inglaterra: la reina vencida, la isla sometida. No obstante, el personaje de Boudica, símbolo de resistencia al poder, líder rebelde britana de una de las más importantes revueltas en el seno del Imperio romano durante el siglo i d.C., ha llegado a nuestros días tan vivo que la lectura de su hazaña nos transporta al instante dos mil años atrás.

La vida de Boudica se asemeja a la de la propia Britania, a caballo entre la Edad del Hierro y la Antigüedad, tiempo híbrido y en constante evolución: raíz y semilla, pasado y futuro, cultura prerromana y romana. De ascendencia seguramente aristócrata, Boudica pudo crecer en una pequeña aldea dedicada a la cría de caballos, al trabajo metalúrgico y a la agricultura. Aunque las fuentes apenas nos dan datos sobre su vida, es probable que antes de la veintena contrajese matrimonio con el rey Prasutago, cabecilla de los icenos en el sudeste britano. Con él, engendró al menos dos hijas y gobernó un floreciente reino, que tras la invasión romana del año 43 se convirtió en importante aliado de Roma. Sin embargo, la muerte de Prasutago en el año 59 rompió con el orden establecido y abrió una grave crisis sucesoria en el reino tras una larga y provechosa relación clientelar con el conquistador. Boudica se negó a entregar sin más el territorio iceno a la autoridad romana, y esta respondió violentamente a tal desobediencia: sus hijas fueron violadas, ella misma azotada, su hogar devastado y su familia esclavizada. Boudica y su linaje, partícipes y testigos de la progresiva romanización del territorio, cayeron víctimas de las prerrogativas del pasado, que al principio tanto los habían favorecido, pero que tras la muerte de Prasutago mudaron en pesadas cadenas de servitud. ¿Cómo no tomar las armas y luchar?

La biografía oficial de Boudica no es más que una lectura extraída de las fuentes romanas; el espejo de sus narradores más que el reflejo de la propia reina icena. Por desgracia, no se conserva ningún registro directo de la existencia de Boudica —más allá de vestigios arqueológicos de la presencia de una revuelta, no hay legado escrito de origen britano de la insurrección—. Así pues, su historia es un híbrido entre el mundo romano y el «bárbaro», la historia de la cabecilla de un puñado de bárbaros, «hiperbóreos» en palabras de los griegos, los que se encuentran en el norte, los «otros», los que viven más allá de lo desconocido, de las columnas de Hércules, una historia que, durante mucho tiempo, hasta la llegada de la historiografía contemporánea, decía mucho más de la pluma con la que fue escrita que de su protagonista.

En un primer momento, descubrimos a Boudica de la mano de las crónicas romanas de Tácito y Dion Casio: el primero, nacido pocos años después de la muerte de Boudica; el segundo, más de un siglo más tarde. Estas dieron a conocer su gesta, masculinizando y barbarizando su imagen, transformándola en una reina guerrera, una dux femina, de aspecto aguerrido, voz cavernosa o bravos gestos; aunque incapaz de gobernar y capitanear un ejército con éxito (no olvidemos que por muy osada que fuera, no dejaba de ser una desvalida mujer dentro de su cosmovisión). Las mismas sirvieron también a sus autores de acicate de la moral, de metáfora crítica. Para Tácito, mucho más benevolente que Dion Casio, Boudica era una madre coraje, capaz de organizar un motín para defender el honor (pudicitia) de sus hijas. No obstante, otra de las reinas britanas, Cartimandua, la dirigente de la confederación de tribus brigantes del norte de la actual Inglaterra, percibida como aliada en ocasiones, como amotinada en otras, es descrita por el mismo cronista como una sierva corrupta, una mujer infiel, una bárbara incívica. Dion Casio, por su lado, examina con detalle el liderazgo femenino de Boudica, vil y sanguinario en su opinión, y lo compara, denostándolo, con el de otras mujeres de la familia imperial romana, como Agripina, también coetánea de Boudica, esposa del emperador Claudio y madre de Nerón, acusada de asesinar a su marido y maquinar contra su hijo, pérfida y maquiavélica Medusa. En definitiva, Boudica es en manos de sus padres literarios un recurso para narrar sus propios presentes, sus contextos, su ideología y su idiosicrasia.

De este modo, no es de extrañar que el mito de la reina icena superara su primer milenio de vida cociéndose a fuego lento en su propia contradicción entre símbolo libertario, aguijón imperialista, modelo maternal, emblema de la barbarie o distintivo de un liderazgo fallido, entre otros epítetos. La figura de Boudica llegó a la modernidad perdida en un laberinto de visiones dispares, enraizando su leyenda en el gran roble de la memoria colectiva inglesa, más cuando su historia tiene tantas lagunas todavía por resolver. Destaca el uso que hicieron de la proeza de Boudica dos mujeres tan poderosas como las reinas Isabel I, quien resucitó su lucha en el imaginario popular en un intento de establecer un paralelismo con esta reina mítica, o Victoria, que mandó construir en 1902 una estatua en su honor, todavía en pie ante el Parlamento británico. Ya en los siglos xx y xxi, y en una nueva vuelta de tuerca, el movimiento sufragista o los partidarios del reciente Brexit la rescataron como referente para sus intereses, todavía más asimétricos. Mientras las sufragistas encontraron en la reina icena un símbolo de empoderamiento femenino y de activismo político —una de sus miembros dio el nombre falso de «Boudica» en una detención indiscriminada—, los aislacionistas británicos tomaron prestada la lucha «nacional» de Boudica, cuya revuelta nativa contra el invasor ya había servido con anterioridad para construir un argumentario épico y patriótico, y en la que dos milenios más tarde la reina icena encarnaría a la nación inglesa contra el europeísmo.

Después de un centenar de crónicas históricas, novelas, representaciones pictóricas y escultóricas, poemas, novelas e incluso películas, Boudica sigue siendo un caleidoscopio de miradas que enaltecen su maternidad, su lucha, su resistencia, que la convierten en el emblema de la libertad o de la justicia. No obstante, sea cual sea el prisma desde el que se la mire, Boudica fue una mujer que transgredió los estándares, ya sean políticos, identitarios o de género. Más allá de las menciones literarias de Tácito acerca de la presencia de mujeres en las esferas de poder y en el ámbito militar entre las tribus de la región, no está claro que el rol femenino en las sociedades britanas distara radicalmente del romano, por lo que, sea como fuere, su historia, que ha sobrevivido hasta nuestros días, es la evidencia de la deformación a la que, en tantas ocasiones, han sido sometidos por la historia los personajes históricos femeninos, siempre ocultos bajo la observación y el juicio de sus narradores masculinos y de sus cosmovisiones androcéntricas. Por ello, y aunque es difícil hilvanar un relato sobre quién fue realmente Boudica, la siguiente es una posible y verosímil versión novelada de la vida de la reina icena, a partir de las fuentes clásicas, las evidencias arqueológicas y las decenas de interpretaciones historiográficas contemporáneas. Una mujer lúcida, audaz, poderosa. Dos mil años después, Boudica renace.

I

UNA FUTURA REINA

Aceptó agradecida el importante cometido

que le era encomendado, y que esperaba ejercer

con justicia, humildad y sabiduría.

Boudica mecía entre sus manos su larga trenza, que como una serpiente escarlata se deslizaba sinuosa desde su esbelta nuca hasta más allá de la cintura abrazando su espalda. Desde niña, con demasiada frecuencia y vehemencia, pensaba la joven, su madre la regañaba: «¡No juegues con el pelo!». Era un acto reflejo, un hábito intrascendente. No sabía cómo, pero cuando se enfrascaba en discusiones o se sentía insegura, su cabello acababa enzarzado entre sus manos en una especie de baile atávico. Después de la conversación con sus padres, había necesitado escapar, marcharse a dar un paseo por el gran prado cercano a la aldea para pensar, para asimilar la noticia. «Hija, ha llegado la hora de convertirte en esposa», le había espetado su madre. Boudica había pasado una tranquila mañana recolectando flores, que aquella misma tarde quería tratar para teñir un desgastado vestido. El anuncio la pilló desprevenida, y la cesta, repleta de aromáticos brotes, cayó formando una bella alfombra, como la que decoraría el círculo de los contrayentes en un ritual nupcial, una ola floral que invadió con su exuberancia toda la habitación, un símbolo premonitorio.

La joven había escuchado atenta y diligente las explicaciones de sus padres: Prasutago, el rey de los icenos, había pedido su mano. No era un hombre desconocido para ella, lo había visto en numerosas ocasiones en el enclave urbano cercano a su aldea al que los romanos llamarían más tarde Venta Icenorum, centro político, económico y social de la región icena, adonde Boudica solía acudir los días de mercado. Incluso, recordó, el monarca había estado en su casa para debatir con su padre un importante acuerdo comercial. Había sido todo un honor. Su madre había puesto a toda la familia a trabajar para cocinar un gran jabalí, que el líder iceno había comido con devoción y buen apetito. Prasutago era un hombre corpulento, de risa sonora y ademanes fluidos, cuya sonrisa le iluminaba el rostro cuando lograba hacerse camino entre la poblada barba rojiza y la brillante cabellera blanca que lo envolvían casi por completo como en una tormenta de hielo y fuego.

No obstante, un ejército de temores la había invadido, nublando su juicio, y sin detenerse a escuchar los llamados de su madre ni los de sus hermanos menores, testigos mudos del importante anuncio, Boudica había salido a toda prisa y se había encaminado hacia el gran prado, su llanura, su tierra, la que desde que era niña había acogido sus juegos, exploraciones y todo tipo de aventuras y que en los últimos años se había transformado en su refugio. La aldea en la que se había criado y la había visto crecer no era populosa, pero sus escapadas solitarias al bosque cercano eran el único acto realmente íntimo de cuya potestad todavía gozaba. A medida que crecía había comprendido cuál era su deber familiar, su responsabilidad para con su tribu. La posición acomodada e influyente de los jerarcas del pueblo iceno, y especialmente la de su padre, la señalaban entre el resto y le prometían un buen casamiento. Quizá un noble guerrero de un poblado vecino, o incluso algún familiar de su propia aldea, no era extraño que se diera el caso, pero que ella, Boudica, fuera la elegida para convertirse en la reina de los suyos no le había surcado la mente ni en el más fantasioso de sus pensamientos. Durante un tiempo había envidiado a las otras muchachas del pueblo, que podían, si su familia así lo aceptaba, elegir a quién amar, pero poco a poco había entendido el valor que una digna unión tenía para sus padres, incluso para ella misma, que, en los últimos tiempos, había notado cómo nacía en su interior la incandescencia del prestigio, del reconocimiento, de verse reflejada en la mirada de los otros. El rey de los icenos la había elegido a ella, se repetía una y otra vez Boudica, de diecisiete años.

¡Qué ufano había visto a su padre relatando su encuentro con Prasutago! ¡Qué orgullo de que hubiera elegido a una de sus hijas, a su bella y valiente niña, reina icena, madre de futuros monarcas y de todo su pueblo! Boudica, unida a sus dioses para toda la eternidad, vida y muerte, luz y oscuridad. La joven sintió que se le endurecía el estómago y el aire se resistía a entrar en sus pulmones. Andaba rápido, exhalando más que inspirando, boqueando como una trucha de río, como las que solía pescar en sus escapadas. ¿Podría seguir disfrutando de ellas? Ella misma se extrañó de que una idea tan pueril fuera la primera que le viniera a la cabeza, pero ¿acaso su vida no estaba a punto de cambiar para siempre? ¿Qué sucedería cuando contrajera matrimonio, cuando se convirtiera en reina? Temía decepcionar a su padre, quería estar a la altura de tan importante tarea, honrar a su sangre. A toda su tribu. A sus ancestros. Sabía que podía negarse, sabía que gozaba de tal libertad. Las mujeres icenas gozaban de mayor autonomía y de cierta preponderancia, aunque su sociedad era tan patriarcal como otras. No obstante, Boudica no dudaba de que su madre blandiría un arma para defender a los suyos. La pregunta era, ¿sería ella capaz llegado el momento?

Boudica se adentró en el pequeño bosque aledaño al gran prado que envolvía su aldea, compuesta por media decena de casas circulares construidas de adobe, madera y piedra y rematadas con tejados triangulares de gruesa paja y musgo, cuyas laderas prácticamente tocaban el suelo, como flechas dispuestas a salir volando hacia el cielo. Sus antepasados habían elegido aquel lugar único y consagrado para asentarse. Tomó asiento sobre un gran roble doblegado por los vientos de invierno, buscando su protección. Seguía ensimismada en una tormenta de emociones y dudas cuando oyó un ruido procedente de su espalda. Una atlética yegua había aparecido de entre la maleza, alejada de la manada de caballos que unos metros más allá, en el gran prado, pacía perezosa aprovechando el deseado sol de aquella mañana de primavera del año 40. Pasó su mano por el lomo áspero del animal, acarició su crin y escondió su rostro en ella. Boudica amaba los caballos, había crecido entre ellos: su familia criaba niños y potros con la misma estima y dedicación. Solían comerciar con ellos, vendiendo los mejores ejemplares a los pueblos vecinos, los trinovantes y los catuvellaunos, también a los romanos, y en ocasiones a los norteños, si su padre y sus hermanos mayores ascendían para intercambiar potros por ovejas lanudas hacia las montañas, donde le habían contado que había cumbres y hombres tan altos como gigantes.

El bosque, para ella, para los suyos, era un lugar sagrado, y refugiarse en él, sin darse cuenta, era una oración, que con sus miedos e incertidumbres invocaba a sus dioses y ancestros, a todas las mujeres que la habían precedido. En el susurro del viento, en el latido de la espesura que la rodeaba, creyó encontrar poco a poco la respuesta a sus plegarias, la fuerza necesaria para volver ante sus padres y aceptar agradecida el importante cometido que le era encomendado, y que esperaba poder ejercer con justicia, humildad y sabiduría.

Boudica nació hacia el año 23 en territorio iceno, en la isla que los romanos bautizaron como Britania. Su aldea natal puede que se encontrara entre los límites del actual condado de Norfolk, al este de Inglaterra, un paisaje moteado por playas de brillante arena, pantanos y marismas salvajes y bosques frondosos, hechizados por mitos y leyendas. Hija de una familia aristócrata, creció en una granja agrícola, dedicada a la cría de caballos, y en paz con sus vecinos.

Como otras chiquillas de su edad, Boudica solía acompañar a sus mayores al campo de cereal colindante a su asentamiento. Las espigas sobresalían sobre su cabeza y, junto a los otros niños de la aldea, correteaba entre los tupidos tallos, haciéndose hueco entre la maleza, vigilando que las largas hojas de las plantas no le lastimaran los ojos. Jugaban a esconderse y a asustar a alguna mujer absorta en el trabajo de recolectar las espigas, que agrupaba en enormes cestos a la espera de separar los granos y almacenarlos en grandes agujeros cavados en la tierra para evitar que se pudrieran en ese ambiente constantemente húmedo. Boudica era una niña vivaz y enérgica, incapaz de aceptar un no por respuesta. Aunque sus manos carecían de la fuerza necesaria, solía participar en el lento proceso de la trilla, con resultados frustrantes tanto para ella como para sus mayores, pero no desfallecía. La pequeña golpeaba con todas sus fuerzas el cereal segado, se afanaba en imitar a las mujeres, hasta que alguna de ellas la convencía de que hiciera un descanso y la invitaba a ayudar a algunas de las chicas más jóvenes que trabajaban en el huerto cercano. De este, el poblado obtenía hortalizas, que junto con las leguminosas, la cebada y las raíces constituían parte de una dieta que se complementaba con la proteína animal obtenida de la caza o la pesca. En otras ocasiones, las menos, su padre le permitía acompañarlo a tal menester junto a sus hermanos mayores, tal era su insistencia. Durante aquellas incursiones, donde los sinuosos ríos convergían en una gran marisma —actualmente conocida como estuario de Wash—, infinita a sus ojos, Boudica descubría estilizadas aves, pegajosos seres ocultos en caparazones y un sinfín de animales enigmáticos por los que sentía gran curiosidad y mayor respeto. Cuando se adentraban en los bosques en busca de jabalíes, uno de los manjares más deseados, se quedaba absorta observando el latido invisible de sus árboles, la respiración aletargada de unas divinidades que, como la instruía el druida de su aldea, la protegían y cuidaban. Su padre era más práctico: el bosque era una fortificación natural que aislaba a los suyos de cualquier enemigo o mal. Fuera como fuese, Boudica se sentía segura entre aquellos sólidos robles, un santuario natural, su refugio íntimo.

A lo largo de su infancia, tanto la naturaleza, a la que estaba emocionalmente unida por un invisible cordón umbilical, como los suyos, fueron una especie de útero, cálido, protector y alimenticio para la pequeña Boudica, que correteaba por la aldea, siempre briosa, incansable según su madre, que delegaba muchas de las tareas maternales en sus hermanos, incapaz de seguirle el ritmo a su hija. Boudica siempre se sintió arropada por el amor de su familia y el acomodo de su posición dentro de la aldea. Su sangre fue un orgullo desde niña, aunque la verdad es que tardó cierto tiempo en entender cuál era el papel de su familia dentro de su pueblo. ¿Por qué su madre era la única mujer de la aldea en llevar ese bello y brillante collar de oro y plata, decorado en ámbar, con el que ella solía jugar? ¿Por qué sus compañeros de juegos a veces le traían presentes o dejaban que ella se comiera, sin ofrecer queja, la últimas de las moras que habían recolectado después de algún paseo por el bosque? No obstante, aquellas eran preguntas demasiado complejas para ella, una niña más interesada en explorar todos los rincones del bosque y robar nueces de los nogales que en hallar respuestas a problemas tan aburridos; Boudica prefería los relatos de sus mayores, mucho más entretenidos.

En las eternas y gélidas noches del largo invierno junto al fuego, el centro del hogar y de toda la actividad familiar, Boudica disfrutaba arrellanándose junto a sus hermanos a los pies de su abuela materna, a la que reclamaban emocionados que les contara historia tras historia. Mientras tomaban una bebida preparada a base de cereal y de miel, la mujer les hablaba de temibles brujas y monstruos, de antiguos reyes y de guerreros todopoderosos. Los relatos preferidos de Boudica eran, sin duda, los que hacían referencia a ese enigmático invasor llamado Julio César. General de grandes y poderosas legiones romanas, se decía que había llegado a las costas de su tierra hacía mucho tiempo con miles de naves y hombres. Boudica podía imaginarse a aquellos soldados, cubiertos de metal desde la cabeza hasta los pies, tan distintos a los guerreros de su pueblo.

En la mente de Boudica se erigían colosos icenos, hombres y mujeres, incluso niños y ancianos, surgidos del corazón de la tierra oscura de su hogar, marchando hacia la batalla contra el enemigo extranjero. Todas las tribus de la isla, le habían contado, habían luchado unidos. Combatientes habituados al envite de las olas y a la rudeza de sus playas, resistían implacables a caballo, o dirigiendo a sus aurigas contra un desubicado ejército recién desembarcado, incapaz de batir a un rival todavía más duro, el inclemente y cambiante oleaje del mar del Norte, nutrido por la bravura del gran océano, que desmembraba sus naves como si fueran cestos de mimbre flotando en el agua. Los dioses manejaban el agua y el viento a su antojo para salvar a los britanos, para mostrar al invasor quiénes eran los habitantes de aquel indómito territorio y qué les sucedería a aquellos que quisieran conquistarlo. Así lo narraban, así lo creía Boudica.