Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426) - Cicerón - E-Book

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426) E-Book

Cicéron

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Beschreibung

Las cartas a Ático son uno de los mayores legados de la literatura latina: un relato, en tiempos de una extraordinaria agitación política, de una personalidad excepcional que se hallaba en el centro de todo. Frente a la solemnidad y gravedad de sus tratados y discursos, la producción epistolar de Cicerón (106-43 a.C.) ha recibido una consideración menor. Sin embargo, el conjunto de cartas (más de ochocientas) que envió y recibió (de estas segundas se han conservado casi un centenar, de autores y estilos muy distintos) entre los años 68 y 43 a.C. puede ser la parte de su legado que el lector contemporáneo sienta más próxima, debido a su viveza y frescura y por el hecho de constituir una fuente excepcional para conocer uno de los periodos más apasionantes de la historia de Roma, el fin del periodo republicano, puesto que participó intensamente en la política de este tiempo y mantuvo correspondencia con miembros de diferentes opciones políticas. Por añadidura, Cicerón se nos muestra más íntimamente que cualquier otro personaje del mundo antiguo, pues en estas misivas imprime su carácter y consigna sus acciones. Tito Pomponio Ático (110-32 a.C.) fue un amigo íntimo de Cicerón, a quien conoció en su juventud, cuando estudiaron juntos; ambos mantuvieron una relación sincera hasta la muerte del escritor. Nacido en Roma, abandonó la capital para establecerse en Atenas, donde residió muchos años (su cognomen remite a la célebre zona helena). Se abstuvo de alinearse activamente en cualquier facción del agitado periodo político romano, aunque ayudó en lo personal a miembros de ambos bandos, y llevó una vida moderada según los preceptos del epicureísmo. Acumuló una gran riqueza y adquirió varias propiedades en el Epiro. Disponía de muchos esclavos que copiaban manuscritos, y que contribuyeron a la difusión de los escritos de Cicerón. Fue amigo de Augusto, y quedó emparentado por línea directa con la familia imperial. Protegió a Terencia, esposa de Cicerón, cuando éste partió al exilio, y su hermana Pomponia se casó con Quinto, hermano de Cicerón y también receptor habitual de sus misivas. La colección de cartas a Ático empieza en el año 68. Cicerón se dirigió con frecuencia a él, con afecto y a menudo en busca de consejo en materias diversas, pues su amigo poesía una cultura muy amplia; juntos tratan cuestiones de política, literarias y sociales, pero también íntimas. Esta gran colección es de una enorme espontaneidad; Ático la conservó como un preciado tesoro, y aunque Cicerón no pretendía dar a conocer esta correspondencia privada (salpicada de humor y en la que abundan las efusiones personales y las indiscreciones), acabó publicándose, al parecer en el reinado de Nerón. El escritor Cornelio Nepote, que pudo consultarla antes, comprendió que quien la leyera tendría una historia prácticamente continua de aquellos tiempos.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 224

Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISO y JOSÉ LUIS MORALEJO .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JOSÉ ANTONIO CORREA RODRÍGUEZ .

© EDITORIAL GREDOS, S. A. U., 2008

López de Hoyos, 141, 28002 Madrid.

www.editorialgredos.com

REF. GEBO320

ISBN 9788424932497.

NOTA TEXTUAL

162 (VIII, 12)

(Finca de Formias, 28 de febrero del 49)

Cicerón saluda a Ático.

La oftalmia me molesta más que antes1 ; pese a ello, he preferido dictar esta carta a no darle ni una letra para ti a Galo Fabio2 , que tan buen amigo es de los dos. Pues ayer, ciertamente, yo mismo escribí como pude aquella cuyo vaticinio3 ansío que sea falso. En cuanto a la presente, el motivo no sólo es no dejar pasar ni un día sin mandarte carta, sino también otro más concreto: lograr que te tomes un momento (porque necesitas muy poco)4 ; quiero que me expliques con claridad tu consejo, de forma que lo entienda plenamente.

Todo está intacto para mí: no ha habido omisión que no [2] tenga una explicación inteligente, no ya admisible. Desde luego no cometí un error cuando rehusé hacerme cargo de Capua5 , que tenía ya asignada, por evitar no sólo la acusación de desidia sino incluso la sospecha de traición, ni cuando tras la presentación de las proposiciones de paz por medio de Lucio César y Fabato6 , tomé la precaución de no ofender el ánimo de aquel a quien, ya armado, Pompeyo, también armado, le ofrecía el consulado y el triunfo.

[3] Y desde luego nadie puede reprocharme en justicia lo más reciente: el no haber atravesado el mar. Pues, aunque era cuestión de pensarlo, sin embargo no pude ir a su encuentro; y no debí tener sospechas, sobre todo cuando, por la carta misma de Pompeyo, no tenía duda (y veo que tú entendías lo mismo) de que él iba a ayudar a Domicio, y preferí meditar durante más tiempo lo que era justo y lo que yo debía hacer.

[4] En primer lugar, pues, me gustaría que me escribas con más detenimiento, aun cuando ya me lo has apuntado, qué te parece todo esto. Luego, que eches también una mirada hacia el futuro y delinees el hombre que debo ser y dónde piensas tú que puedo resultar más útil a la república: si se necesita una persona de paz o todo reside en un hombre de guerra.

[5] También yo, que todo lo miro por el rasero del deber, evoco, sin embargo, tus consejos; si los hubiese seguido, no habría sufrido la tristeza de aquellos tiempos7 . Recuerdo cuanto me recomendabas por medio de Teófanes, de Culeón8 , y lo he evocado muchas veces suspirando. Por tanto volvamos ahora al menos a los cálculos que entonces dejamos de lado, con objeto de seguir una conducta, no ya más gloriosa, sino también un poco más segura. Pero no anticipo nada: me gustaría que me escribieras con todo cuidado lo que sientes.

Asimismo quiero que averigües con la mayor presteza [6] que puedas (y por cierto, tendrás quienes te lo permitan) qué hace nuestro Léntulo, qué Domicio9 ; qué piensan hacer, cómo se comportan ahora, si acusan a alguien, si están enojados con alguno… ¿qué digo con alguno?: ¡con Pompeyo! Absolutamente toda la culpa se la echa Pompeyo a Domicio; eso se puede saber por su propia carta, de la que te adjunto una copia. Esto es, pues, lo que debes ver, y ya te lo escribí antes: mándame, por favor, el libro de Demetrio de Magnesia sobre la concordia que él te mandó a ti10 .

162A (VIII 12A)

(Luceria, quizá 18 de febrero del 49)

El procónsul Gneo Magno saluda a los cónsules Gayo Marcelo y Lucio Léntulo.

Yo, porque creo que dispersos no podemos ser útiles a la república ni cuidar nuestra seguridad, he escrito precisamente una carta a Lucio Domicio, primero para que venga a nuestro encuentro con todas sus fuerzas; si duda respecto a sí mismo, que nos mande las diecinueve cohortes que habían emprendido el camino desde Piceno en mi busca11 . Ha ocurrido lo que yo temía: que Domicio está copado y él no es lo suficientemente fuerte para establecer un campamento12 , por tener distribuidas en tres ciudades mis diecinueve cohortes y las doce suyas (pues las colocó, parte en Alba, parte en Sulmona13 ), ni puede librarse, si quisiera.

Ahora, sabedlo, soy presa de la mayor ansiedad. Pues [2] estoy deseando librar del peligro de asedio a tantos y tan valiosos hombres, mas no puedo ir en su ayuda porque no creo que quepa confiar a estas dos legiones un traslado hasta allí; al margen de que sólo he podido reunir de ellas catorce cohortes, porque mandé una guarnición a Brundisio y pensé que tampoco debía dejar sin guarnición a Canusio durante mi ausencia.

Había encargado a Décimo Lelio14 , pues esperaba tener [3] a nuestra disposición más tropas, que, si tal era vuestro parecer, uno cualquiera de vosotros viniera a mi encuentro y el otro marchara a Sicilia con las fuerzas que habéis reunido en Capua y sus alrededores más los soldados que reclutó Fausto, y que Domicio se incorporara allí con sus doce cohortes; que todo el resto de las tropas fuera concentrado en Brundisio y desde ahí transportado en barcos a Dirraquio. Pero ahora, como en las circunstancias presentes me es tan imposible como a vosotros ir en ayuda de Domicio, (aun cuando él pueda)15 escapar a través de las montañas, no debo permitir que el enemigo se acerque a estas catorce cohortes, de las que no estoy muy seguro, o pueda alcanzarme en ruta.

Por tanto he decidido (y veo que lo mismo opinan16 [4] Marco Marcelo y los demás de nuestro orden que están aquí) conducir a Brundisio estas tropas que tengo conmigo. Os exhorto a que reunáis cuantos soldados podáis reunir y vengáis lo antes posible igualmente a Brundisio. Las armas que me ibais a mandar debéis usarlas, pienso, para armar a los soldados que tenéis con vosotros. Las que sobren, si las lleváis a Brundisio en bestias de carga, haríais un considerable servicio a la república. Quisiera que informéis sobre este asunto a los nuestros. Yo he mandado a los pretores Publio Lupo y Gayo Coponio17 para que se unan a vosotros y os lleven los soldados que tengan.

162B (VIII 12B)

(Luceria, 11 de febrero del 49)

El procónsul Gneo Magno saluda al procónsul Lucio Domicio.

Mucho me sorprende que no me hayas escrito nada y que mis noticias sobre la república procedan de otros más que de ti. Nosotros, con el ejército dividido, no podemos equipararnos a los adversarios; una vez reunidas nuestras fuerzas, espero que podamos ser útiles a la república y a la salvación de todos. Por tanto, después de haber decidido, como me escribió Vibulio18 , marcharte de Corfinio el 9 de febrero con tu ejército y venir a mi encuentro, me pregunto extrañado cuál sería el motivo de que cambiaras tu plan. Pues el que me escribe Vibulio es insignificante: que te has demorado al oír que César, avanzando desde Firmo, había llegado a Castro Truentino. En efecto, cuanto más empieza a acercarse el enemigo, tanto más rápidamente debías intentar unirte conmigo, antes de que César pudiese cortarte el camino a ti o aislarme a mí de ti.

Por tanto te ruego y te exhorto de nuevo (y no he cesado [2] de pedírtelo en cartas anteriores) que vengas el primer día que puedas a mi encuentro a Luceria, antes de que las fuerzas que César ha comenzado a reunir, concentradas en un solo punto, te separen de mí. Y si hay quienes te pongan dificultades por salvar sus granjas, es una petición justa por mi parte que me mandes las cohortes procedentes de Piceno y Camerino19 , las cuales han abandonado sus propias fortunas.

162C (VIII 12C)

(Luceria, 16 de febrero del 49)

El procónsul Gneo Magno saluda al procónsul Lucio Domicio.

Marco Calenio20 me ha traído una carta tuya el 16 de febrero; en esa carta escribes que tienes intención de vigilar a César y, si emprende la marcha en mi dirección a lo largo de la costa, acudir enseguida a mi encuentro a Samnio; en cambio, si se detiene en los alrededores de esa zona, quieres oponerle resistencia a poco que se acerque.

Estimo esa actuación tuya de gran coraje y energía, pero debemos mirar con más celo por no dispersarnos y estar en desventaja respecto al adversario cuando él tiene grandes fuerzas y en breve las tendrá mayores. No debes, pues, de acuerdo con tus previsiones, atender sólo a una cosa: el número de cohortes que en este momento tiene César contra ti, sino a la cantidad de fuerzas de caballería y de infantería que reunirá en breve tiempo. Testimonio de ello es la carta que me ha mandado Busenio21 ; en ella me escribe (y lo mismo me escriben también otros) que Curión22 reúne las guarniciones que están en Umbría y Toscana y emprende el camino al encuentro de César. Si estas fuerzas son concentradas en un solo lugar, aun cuando una parte del ejército sea enviada a Alba, y otra avance hacia ti, sin atacar, pero repeliendo los ataques desde sus posiciones, quedarás clavado y no podrás solo, con esas fuerzas, mantener a raya a una multitud tan grande para aprovisionarte.

[2] Por lo tanto, te exhorto con la mayor insistencia a venir aquí cuanto antes con todas tus fuerzas; los cónsules han decidido hacer lo mismo. Yo encargué a Marco Tuscilio23 transmitirte la necesidad de tomar precauciones para que mis dos legiones no se pongan a la vista de César sin las cohortes del Piceno. Por lo tanto, no te alarmes si oyes que emprendo la retirada en el caso de que César venga hacia mí; pienso, en efecto, que se deben tomar precauciones para evitar que, rodeado, se me inmovilice. Pues ni puedo establecer un campamento a causa de la estación del año y la disposición de los soldados, ni es solución reunir las tropas sacándolas de todas las ciudades para no perder la retirada; de manera que no he concentrado en Luceria más que catorce cohortes.

Los cónsules me traerán todas las guarniciones o [3] marcharán a Sicilia, pues conviene o bien tener un ejército firme que nos dé confianza en la posibilidad de romper el frente o bien ocupar regiones desde las que se pueda repeler un ataque, cosas ambas que no están a nuestro alcance en este momento, porque César ha ocupado gran parte de Italia y nosotros no tenemos un ejército tan bien dotado y tan numeroso como él. Por eso debemos tomar precauciones para atender la situación de la república en conjunto. Una y otra vez te exhorto a que vengas cuanto antes a mi encuentro con todas tus fuerzas. Podemos todavía ahora enderezar la república si administramos el asunto de común acuerdo; pero si nos dispersamos, seremos débiles. Esto lo tengo claro.

Terminada ésta, Sica24 me ha traído tu carta y tus [4] encargos. En cuanto a tu exhortación de que vaya ahí, considero que no puedo hacerlo, porque no confío en absoluto en estas legiones.

162D (VIII 12D)

(Luceria, 17 de febrero del 49)

El procónsul Gneo Magno saluda al procónsul Lucio Domicio.

Me ha llegado el 17 de febrero tu carta donde escribes que César ha establecido su campamento junto a Corfinio25 . Ocurre lo que yo pensé y avisé: no quiere en el momento presente entablar combate contigo y, una vez reunidas todas sus tropas, te cercará para que no tengas expedito el camino hacia mí y puedas unir esas tropas de magníficos ciudadanos con estas legiones de cuya lealtad dudo. Por eso me ha afectado más tu carta: pues no confío en la lealtad de los soldados que tengo conmigo lo suficiente para poner en juego toda la suerte de la república, y encima no se han concentrado los reclutas procedentes de las levas de los cónsules.

[2] Por tanto, haz un esfuerzo, si todavía está a tu alcance conseguirlo de alguna manera, por librarte de obstáculos y venir aquí lo más pronto posible, antes de que se concentren todas las tropas de los adversarios. Pues los hombres procedentes de los reclutamientos no pueden acudir aquí con rapidez y, si lo hicieran, no se te escapa lo que pueden conseguir contra legiones veteranas quienes ni siquiera se conocen entre sí.

163 (VIII 13)

(Finca de Formias, 1 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Sírvate como prueba de mi oftalmia la letra de mi secretario26 , causa también de la brevedad; aunque hoy, por cierto, no tengo nada que escribirte. Toda nuestra atención está en las noticias de Brundisio; si César ha alcanzado a nuestro Gneo, esperanza incierta de paz; pero si éste ha hecho antes la travesía, miedo a una guerra funesta.

Pero, ¿ves en manos de qué hombre ha caído la república?, ¿cuán listo, cuán vigilante, cuán preparado? Si, por Hércules, no mata a ninguno y a nadie le quita nada, será el más querido por los que más le temían.

Hablan mucho conmigo hombres de los municipios, [2] mucho los del campo: no se preocupan absolutamente de nada más que de sus tierras, de sus granjitas, de sus dineritos. Y observa lo cambiada que está la situación: temen a aquél, en quien antes confiaban; aprecian a éste, al que temían. En qué medida se debe esto a nuestros fallos y errores no puedo imaginarlo sin sufrimiento. En cuanto a lo que nos espera, ya te he escrito mi opinión; ahora aguardo tu carta.

164 (VIII 14)

(Finca de Formias, 2 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

No me cabe duda de que te resultarán odiosas mis cartas diarias, de manera especial cuando no te doy ninguna información nueva sobre cosa alguna ni, en definitiva, encuentro ningún nuevo tema para escribirte. Pero si, puestos a la obra, sin motivo alguno te mandara mensajeros con cartas vacías, actuaría como un necio; en cambio cuando parte alguien, sobre todo gentes de la casa, no puedo evitar confiarles unas letras para ti; al mismo tiempo, créeme, descanso un poco en medio de estas miserias cuando, por así decirlo, hablo contigo27 y sobre todo mucho más cuando leo tus cartas. Tengo perfectamente claro que no ha habido ningún momento desde que empezaron nuestras huidas y temores más digno de quedar mudo de cartas, sobre todo porque no se oye nada nuevo ni en Roma ni en estos lugares que están más cerca que tú de Brundisio dos o tres días. Y es precisamente en Brundisio donde se desarrolla todo el conflicto de este período inmediato, una expectativa que sin duda me atormenta. Pero lo sabremos todo antes del 7, pues veo que César salió de Corfinio después del mediodía en la misma fecha, los Feralia28 , en que lo hizo Pompeyo de Canusio por la mañana. Lo que ocurre es que César se mueve de tal modo, e incentiva la rapidez de sus soldados con tales raciones, que temo que alcance Brundisio antes de lo conveniente.

Dirás: «¿y qué provecho le sacas a anticipar el [2] sufrimiento por algo que conocerás dentro de tres días?». Ninguno, por cierto; pero, como he dicho más arriba, me encanta hablar contigo, y además has de saber que se debilita aquel plan mío que parecía ya bastante firme. No me resultan muy adecuados los modelos que cuentan con tu aprobación29 : en efecto, ¿ha existido nunca una acción valiosa de ellos en asuntos públicos? o ¿hay quien espere de ellos algo digno de alabanza? Por Hércules, no creo que merezcan elogios quienes han cruzado el mar para preparar la guerra, a pesar de que la situación aquí es insoportable; veo, en efecto, cuán grande y repugnante será esta guerra. Pero sólo me mueve un hombre de quien me considero obligado a ser compañero en la huida y aliado en la recuperación de la república. «¿Tantas veces, pues, cambias de opinión?». Yo hablo contigo como conmigo mismo y ¿hay alguien que no discuta consigo mismo en un sentido o en otro sobre asunto tan importante? A la vez estoy deseando sonsacarte tu opinión: si es la misma, para mantenerme firme; si ha cambiado, para adherirme a ti.

En todo caso, al objeto de mis dudas atañe que sepa qué [3] va a hacer Domicio, qué nuestro Léntulo. Sobre Domicio he oído varias cosas: que está ora ***30 , ora en su finca de Tíbur o en la de Lépido, con quien habría llegado a la Urbe, lo cual es igualmente falso, según veo, pues dice Lépido que se ha internado con no sé quién por caminos ocultos para ocultarse o por ver si alcanza el mar (también eso lo ignora); no sabe nada ni de su hijo31 . Añade una cosa muy preocupante: no se le ha devuelto a Domicio una suma bastante considerable que tenía en Corfinio32 . Por otra parte, respecto a Léntulo no hemos oído nada. Quisiera que investigues estas cosas y me escribas con detalle.

165 (VIII 15)

(Finca de Formias, 3 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

El 3 de marzo me ha entregado Egipta33 cartas tuyas, una antigua, del 26, que, según me escribes, habías entregado a Pinario, a quien no he visto; en ella estás a la expectativa de lo que pueda hacer Vibulio34 , enviado por delante, que desde luego no ha sido visto por César (veo en la otra carta que estás al tanto de ello), y de cómo acojo a César a su vuelta: pienso evitarlo de todas todas. Además proyectas una fuga ‘inmediata’35 y un cambio de tu vida (en mi opinión debes hacerlo), e ignoras si Domicio lleva los fasces36 ; cuando lo sepas, comunícamelo. Esto, a la primera carta.

Siguieron dos, datadas ambas el 28, que me han [2] arrancado de mi posición inicial, ya, con todo, vacilante, como te escribí antes. Y no me mueven tus palabras «inicuo para el mismo Júpiter»37 , pues el peligro está en la cólera de uno y de otro, y la victoria es tan incierta que la causa peor me parece la más preparada. Tampoco me mueven los cónsules, más fáciles de mover a su vez que una pluma o una hoja38 . Es la consideración de mi deber lo que me atormenta y me ha venido atormentando. Más prudente sin duda es quedarse, pero se considera más honroso cruzar el mar. A veces prefiero que muchos juzguen imprudente mi actuación a que unos pocos la juzguen deshonrosa. En cuanto a tus preguntas sobre Lépido y Tulo39 , ellos no tienen duda de que se pondrán a disposición de César y se presentarán al senado.

[3] Tu carta más reciente es la fechada el 1; en ella deseas una reunión y no pierdes las esperanzas de paz; por mi parte, mientras te escribo esto, pienso que ni ellos se van a reunir40 ni, en caso de hacerlo, Pompeyo va a acceder a ninguna condición. En cuanto a eso de que al parecer no dudas sobre la conducta que debo adoptar si los cónsules atraviesan el mar41 , la verdad es que lo están atravesando o, tal como se encuentran las cosas ahora, ya lo han atravesado. Pero recuerda que, excepto Apio42 , no hay casi nadie que no esté legalmente autorizado a hacerlo43 : pues, o bien tienen mando militar como Pompeyo o como Escipión, Sufenas, Fannio, Voconio, Sestio44 , los mismos cónsules, a los cuales les es concedido por tradición ir si quieren a todas las provincias, o bien son legados de ellos. Pero no aplazo nada; comprendo lo que tú propones y qué es más o menos lo correcto.

Te escribiría más si pudiese hacerlo yo mismo; con todo, según me parece, podré dentro de dos días. Te mando copia de la carta de Cornelio Balbo, que recibí el mismo día que las tuyas, para que te compadezcas de mi condición viendo cómo se burlan de mí.

165 A (VIII 15A)

(Roma, hacia el 1 de marzo del 49)

Balbo saluda al general Cicerón.

Te ruego, Cicerón, que te encargues del trabajo y del proyecto más digno de tu valía: trae de nuevo a la concordia anterior a César y Pompeyo, alejados por la perfidia de la gente. Créeme, César no sólo estará a tu disposición, sino incluso pensará que le has hecho el mayor beneficio, si te aplicas a ello. Yo quisiera que Pompeyo haga lo mismo; no obstante, deseo más que espero que pueda ser inducido a algún pacto, tal como están los tiempos. Sin embargo, cuando se pare y deje de temer, empezaré a no desesperar de que tu autoridad tenga también gran influencia sobre él.

En cuanto a tu deseo de que mi45 Léntulo, el cónsul, [2] permanezca aquí, ha sido grato para César, y para mí, por los dioses, gratísimo. Pues lo tengo en tanta estima, que ni a César lo aprecio más. Si hubiese permitido que yo hablara con él como teníamos por costumbre y no se hubiese apartado totalmente una y otra vez de mi conversación, sería yo menos desgraciado de lo que soy. No vayas a pensar, en efecto, que en este momento alguien sufre más que yo cuando veo a la persona que aprecio por encima de mí mismo ser en su consulado cualquier cosa menos cónsul. Y si quisiera hacerte caso y creerme a mí respecto a César y cumplir en Roma el resto de su consulado, empezaría yo a esperar que, con el consejo del senado a iniciativa tuya y mediación suya, Pompeyo y César podrían unirse. Si esto llega a suceder, pensaré que he vivido bastante.

[3] Sé que aprobarás todo cuanto ha hecho César respecto a Corfinio y cómo en un asunto de este tipo no ha podido suceder nada mejor que llevarlo a término sin sangre.

Me alegro de que hayas disfrutado con la llegada de mi querido Balbo, que lo es también tuyo. Todo cuanto te dijo sobre César y cuanto César ha escrito, los hechos te demostrarán, lo sé, que, sea cual sea su suerte, ha escrito con toda sinceridad.

166 (VIII 16)

(Finca de Formias, 4 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Lo tengo todo preparado excepto el camino oculto y seguro hacia el mar Adriático; pues el de aquí no podemos utilizarlo en esta época del año. Pero, ¿por dónde puedo llegar adonde mira mi espíritu y la situación me llama? Hay que partir rápidamente, no sea que me vea dificultado e inmovilizado por alguna cosa. La verdad es que no me arrastra el que parece; ya antes lo tenía por el hombre ‘menos político’ de todos, pero ahora también por el ‘menos apto como general’. No me arrastra él, pues, sino los murmullos de la gente que me cuenta en su carta Filótimo: dice que los optimates me despedazan. ¿Qué optimates, dioses buenos?; ¡cómo acuden ahora corriendo; cómo incluso se venden a César! También los municipios lo divinizan y no disimulan como cuando hacían votos por la salud del otro46 .

Pero, en definitiva, todo el mal que este Pisístrato47 no [2] ha hecho es tan digno de agradecer como si hubiese impedido a otro hacerlo: se le espera propicio; al otro le creen encolerizado. ¿Qué ‘cortejos de bienvenida’, qué honores piensas que se le ofrecen desde las ciudades? «Tienen miedo», dirás. Eso creo, pero, por Hércules, más del otro. Disfrutan con la insidiosa clemencia de éste; les asusta la cólera de aquél. Los jueces de los trescientos sesenta48 , que estaban singularmente encantados con nuestro Gneo, de los cuales cada día veo a alguno, se horrorizan ante no sé qué

Lucerias suyas49 . Así me pregunto qué son esos optimates que me rechazan cuando ellos mismos permanecen en casa. Sin embargo, sean quienes sean,

‘temo a los troyanos’50 ,

aun cuando veo con qué esperanzas marcho y me uno a un hombre más dispuesto a arrasar Italia que a vencer y en quien voy a encontrar un amo. Por cierto, cuando escribo esto, el 4, espero ya alguna noticia de Brundisio. ¿Cómo alguna?; su forma vergonzosa de escapar de allí, y por dónde se moverá éste, vencedor, y en qué dirección. Cuando me entere, si él viene por la Vía Apia, yo, pienso, a Arpino51 .

167 (IX 1)

(Finca de Formias, 6 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Aunque pienso que cuando leas esta carta tendré ya conocimiento de lo que ha pasado en Brundisio (pues Gneo salió de Canusio el 21 y te estoy escribiendo el 6, trece días después de su partida de Canusio), sin embargo me angustia cada hora de espera y me extraña que no haya llegado nada, ni siquiera un rumor; es sorprendente este silencio. Pero eso quizá son ‘cosas sin importancia’, que sin embargo necesariamente sabremos enseguida.

Sí, me molesta la imposibilidad de averiguar todavía [2] dónde está nuestro Publio Léntulo, dónde Domicio; me pregunto, buscando la posibilidad de conocer más fácilmente sus intenciones, si irán al encuentro de Pompeyo y, caso de hacerlo, por qué camino y cuándo irán.

Por cierto, oigo que la Urbe está llena ya de optimates y que administran justicia Sosio y Lupo, los cuales, según pensaba nuestro Gneo, llegarían a Brundisio antes que él. De aquí, ciertamente, se van en masa; incluso Manio Lépido, con quien solía pasarme el día entero, piensa hacerlo mañana.

Yo por mi parte aguardo en la finca de Formias para [3] recibir más pronto noticias; quiero ir luego a Arpino y desde allí seguir por donde el camino sea ‘lo menos frecuentado’ hacia el Adriático, después de alejar, o incluso licenciar, a mis lictores. Oigo, en efecto, que las gentes de bien, que ahora y muchas veces antes han supuesto una gran salvaguarda para la república, no aprueban esta vacilación mía y discuten mucho y con severidad acerca de mí en sus banquetes, sin duda iniciados temprano52 .

Cedamos, pues, y, para ser buenos ciudadanos, hagamos la guerra a Italia por tierra y por mar; encendamos de nuevo contra nosotros los odios de los malvados, que ya estaban extinguidos, y sigamos los consejos de Luceyo y Teófanes53 .

[4] Pues Escipión, o se marcha a Siria, de acuerdo con el sorteo, o junto a su yerno54 , de acuerdo con su honorabilidad, o bien huye de la cólera de César. Los Marcelos desde luego se quedarían si no temieran a la espada de César. Apio, por ese mismo temor y el de enemistades recientes55 . Sin embargo, salvo éste y Gayo Casio, los demás son legados y Fausto procuestor; tan sólo a mí me es lícito lo uno o lo otro.

También está mi hermano, a quien no es justo asociar a mi suerte actual; con él César se enfadará incluso más, pero no puedo conseguir que se quede. Daré esto a Pompeyo, con el que estoy en deuda; pues a mí por lo menos no me mueve ningún otro: ni las palabras de los buenos, que no existen, ni una causa que ha sido llevada con tibieza y lo será con torpeza; a uno, a uno solo le doy esto, aun cuando ni siquiera me lo pida y la causa que lleva no sea suya, como él dice, sino de todos.

Me gustaría mucho conocer tu opinión respecto a lo de hacer la travesía a Epiro.

168 (IX 2)

(Finca de Formias, 7 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Aunque espero una carta tuya más larga el 7, el día de tu acceso, según creo, sin embargo he pensado que debía contestar esta misma, breve, remitida el 4, ‘entre ataque y ataque’. Dices que te alegras de que me haya quedado y escribes que te mantienes en tu opinión. Pero en tu carta anterior me parecía que no tenías dudas sobre la conveniencia de mi marcha si Gneo embarcaba con buena compañía y los cónsules hacían también la travesía. O tú no te acordabas mucho de esto, o yo no lo entendí bien, o has cambiado de opinión. Pero conoceré lo que piensas en la carta que espero, o bien te sacaré otra. De Brundisio no ha llegado nada todavía.

169 (IX 2a)

(Finca de Formias, 8 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

¡Qué situación, difícil y absolutamente irremediable!; ¡cómo nada se te escapa al dar consejos!; ¡cómo, sin embargo, no dejas ver en absoluto tu parecer personal! Te alegras de que yo no esté con Pompeyo y me haces ver lo vergonzoso que sería encontrarme presente cuando se le despoje de algo: «es impío aprobar tal cosa»; indudablemente. Entonces ¿qué?, ¿voto en contra? «Que los dioses», dices, «nos libren». ¿Qué se puede hacer, pues, si en lo uno hay un crimen y en lo otro un castigo? «Conseguirás», dices, «de César que te dejen mantenerte al margen y no hacer nada». ¿Debo, pues, suplicar? ¡Qué desgracia! ¿Y si no lo consigo? «También quedará en pie la cuestión del triunfo», dices. ¿Y si eso mismo me presiona?, ¿lo aceptaré?; ¿hay acción más fea? ¿Le diré que no?; creeerá que lo rechazo totalmente a él, incluso más que antaño en el vigintivirato56 . Y cuando se disculpa suele hacerme a mí responsable de todo lo sucedido entonces: «mostré tanta enemistad hacia él que ni siquiera quise aceptar un honor de su mano»; ¡con cuánto mayor desagrado recibirá ahora algo igual!; tanto, sin duda, cuanto más importante es este honor que aquél y más poderoso él mismo.

[2] Y respecto a tu afirmación de que piensas sin lugar a dudas que Pompeyo está en este momento sumamente enfadado conmigo, no veo motivo para ello, al menos en este momento. Efectivamente, quien hasta que no se perdió Corfinio no me explicó por fin su plan, ¿se va a quejar de que yo no haya ido a Brundisio, cuando entre mí y Brundisio estaba César? Además, él sabe también que está ‘falta de franqueza’ su queja en este asunto; piensa que yo he tenido más vista que él en relación con la debilidad de los municipios, los reclutamientos, la paz, la Urbe, el dinero, la ocupación del Piceno. Pero si no acudo cuando pueda, entonces se enemistará conmigo. Lo digo, no por temor a que me perjudique (pues ¿qué puede hacer?;

‘quien no teme a la muerte, ¿va a temer ser esclavo?’57 ) ,

sino porque me causa horror la acusación de ingratitud. Confío, pues, en que mi llegada, sea cuando sea, le resulte, como escribes, ‘muy agradable’.

Y respecto a tu afirmación de que si éste actúa moderadamente me darás un consejo más madurado, ¿cómo puede actuar éste sino a la desesperada? Se lo impide su vida, sus costumbres, sus acciones anteriores, los planteamientos de la empresa iniciada, sus compañeros, las fuerzas de los buenos o incluso su perseverancia.

Apenas había leído tu carta cuando me llega Póstumo [3] Curcio58 , a toda prisa en su busca y sin hablar más que de flotas y ejércitos. Le arrebata las provincias hispanas; ocupa Asia, Sicilia, África, Cerdeña; y lo persigue enseguida hasta Grecia. Hay, pues, que ir, y no ya para acompañarlo en la guerra sino en la huida. Pues no podré soportar las murmuraciones de ésos, sean lo que sean, que desde luego no son, como se ha dado en llamarles, hombres de bien. Pese a todo tengo gran interés en saber con detalle lo que dicen, y te ruego encarecidamente que me lo averigües y me lo hagas conocer. Yo hasta ahora no sé absolutamente nada de lo ocurrido en Brundisio. Cuando lo sepa, a la vista de los hechos y de la situación, haré mi plan, pero teniendo en cuenta el tuyo.

170 (IX 3)

(Finca de Formias, 9 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

El hijo de Domicio59 pasó a Formias el 8, corriendo al encuentro de su madre en Neápolis y, ante la insistente pregunta de mi siervo Dionisio, mandó comunicarme que su padre estaba cerca de la Urbe. Yo, por mi parte, había oído que marchó al lado de Pompeyo o a Hispania. Me gustaría saber con seguridad cómo está ese asunto. Pues tiene que ver con mis actuales cavilaciones, si es seguro que él no ha marchado a ninguna parte, que Gneo entienda mis dificultades para salir de Italia, estando totalmente ocupada por tropas y guarniciones, y más en invierno. Pues si la época del año fuese más propicia cabría incluso tomar por el Tirreno; ahora no hay posibilidad ninguna de hacer la travesía excepto por el Adriático, el camino hacia el cual está cortado. Procura, pues, informarte sobre Domicio y Léntulo.

[2] Todavía no ha llegado ninguna noticia de Brundisio, y eso que estamos a 9, y para hoy o ayer sospechábamos que César habría llegado cerca de allí, pues el 1 lo pasó en Arpi. Mas, si quieres prestar oídos a Póstumo, va a perseguir a Gneo; piensa, en efecto, que ya ha hecho la travesía a juzgar por la situación del tiempo y el número de días. Yo creo que no tendrá marinos; él está seguro, y más si consideramos que los armadores han sabido de su generosidad. Pero no puedo ignorar por más tiempo cómo está en conjunto la situación en Brundisio.

171 (IX 5)

(Finca de Formias, 10 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

El día de tu acceso me escribiste una carta llena de consejos y de tan profundo afecto como prudencia. Me la hizo llegar Filótimo al día siguiente de recibirla de ti. Lo que ahí discutes es lo más difícil: el camino hacia el Adriático, la navegación por el Tirreno, la marcha a Arpino sin que parezca que lo he rehuido, la permanencia en Formias sin que parezca que he cedido a felicitarlo… pero nada más triste que ver las cosas que enseguida, a buen seguro, hemos de ver.

Ha estado en casa Póstumo, y ya te escribí cuán desagradable. Vino también Quinto Fufio; ¡con qué aspecto!, ¡con qué aires!, corriendo a Brundisio, censurando el crimen de Pompeyo, la ligereza y estupidez del senado. Yo, que no puedo soportar estas cosas en mi finca, ¿acaso podré soportarlas en la curia?

Vamos, imagíname soportando esto, ‘con toda la flema’ [2] que quieras. ¿Qué, el consabido «Habla, Marco Tulio», por dónde saldrá? Y dejo a un lado la causa de la república, que yo considero perdida, tanto por sus propias heridas como por los remedios que se preparan: respecto a Pompeyo, ¿qué puedo hacer?; estaba de veras enfadado con él, a qué negarlo: siempre me importan más las causas de los acontecimientos que los acontecimientos mismos. Considerando, pues, o más bien, juzgando estos males (¿puede haber otros mayores?) que han ocurrido por obra suya y por su culpa, yo era más hostil a él que al propio César. Del mismo modo que nuestros mayores quisieron que fuera más funesto el día de la batalla de Alia que el de la toma de la Urbe60 , porque este mal viene de aquél (y así ese día es maldito todavía hoy, mientras que la gente ignora el otro), igualmente yo, recordando los errores de diez años, entre los cuales está también aquel que me destrozó sin que él me defendiera, por no decir algo peor, y conociendo su temeridad, su desidia, su negligencia actuales, estaba enojado.

[3] Pero eso ya se me ha olvidado. Sus favores es lo que tengo en cuenta; tengo en cuenta también su dignidad; entiendo, más tarde, por cierto, de lo que hubiera deseado por culpa de las cartas y las palabras de Balbo, pero en todo caso veo con claridad que no se hace, que no se ha hecho nada desde el principio excepto buscar su destrucción. Yo, pues, como en Homero aquel a quien su madre y diosa le había dicho61

‘enseguida después del de Héctor, tu hado te aguarda’ ,

y él le contestó a su madre:

‘enseguida yo muera, por no dar socorro al amigo

en peligro de muerte… ’;

¿y si no sólo ‘a un amigo’, sino incluso ‘a un bienhechor’; es más, a un gran hombre que lleva una gran causa? Yo desde luego pienso que estos beneficios deben pagarse con la vida. Y, desde luego, no tengo confianza ninguna en tus «optimates»; ya ni les presto la menor atención. Veo cómo se entregan a éste y cómo van a seguir entregándose; ¿qué piensas tú que fueron aquellos decretos de los municipios sobre su salud62 comparados con estas felicitaciones por la victoria? «Tienen miedo», dirás; pues ellos mismos dicen que antes lo tenían. Pero veamos qué ha sucedido en Brundisio. De ello quizá surjan otros planes y otra carta.

172 (IX 6)

(Finca de Formias, 11 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Nosotros, todavía nada desde Brundisio. Desde Roma Balbo me ha escrito que a su parecer el cónsul Léntulo ha hecho ya la travesía sin llegar a entrevistarse con Balbo el menor, dado que éste se había enterado de la noticia ya en Canusio, desde donde le escribe; que las seis cohortes situadas en Alba se han pasado junto a Curio por la vía Minucia; que así se lo ha escrito César, y también que en breve tiempo estará en las inmediaciones de la Urbe63 . Así pues seguiré tu consejo y por el momento no me refugiaré en Arpino, aun cuando, como es en Arpino donde quiero imponer a mi Marco la toga blanca, voy a dejar esta misma excusa para César. Pero tal vez con esto mismo se ofenda: ¿por qué no mejor en Roma? Con todo, si hay que encontrárselo, mucho mejor aquí. Entonces veremos lo demás, o sea, a dónde, por dónde y cuándo.

Domicio, según oigo, está en su finca de Cosa y, por [2] cierto, según dicen, preparado para hacerse a la mar; si es a Hispania, no lo desapruebo; si junto a Gneo, lo alabo. Adonde sea desde luego antes que a ver a Curcio, a quien yo, su patrono64 , no puedo echarme a la cara. ¿Y a los otros? En mi opinión, mejor me quedo quieto, para no hacer patente mi falta, ya que, por amar a la Urbe, o sea, a la patria, y pensar que habrá un compromiso, he actuado así y ahora me encuentro totalmente interceptado y preso.

[3] Escrita ya la carta, me traen una de Capua en estos términos: «Pompeyo ha cruzado el mar con todos los soldados que tenía consigo. Su número es de treinta mil hombres65 , más los dos cónsules, los tribunos de la plebe y los senadores, todos los que estaban con él, junto con sus mujeres e hijos. Se dice que embarcaron el 4 de marzo. A partir de ese día hubo vientos del norte. Dicen que hizo pedazos o incendió todas las embarcaciones que no utilizó. Sobre este hecho ha sido llevada una carta a Capua al tribuno de la plebe Lucio Metelo, de Clodia, su suegra, que también realizó la travesía».

[4] Hasta el momento estaba preocupado y angustiado, como imponía sin duda la situación misma, al no poder conseguir nada con mis reflexiones; pero ahora, una vez salidos de Italia Pompeyo y los cónsules, no estoy angustiado sino lleno de ardiente dolor,

‘mi corazón no

está firme, la angustia me invade ’66 .

No soy, te lo digo, créeme, dueño de mi espíritu, tan grande me parece el deshonor que he cometido: ¡que yo no esté en primer lugar con Pompeyo, cualquiera que sea su plan, y luego con los buenos, por temerario que haya sido su planteamiento de nuestra causa! Sobre todo cuando las mismas personas por quienes yo tenía más reparos en confiarme a la suerte, mi mujer, mi hija, los niños, preferían que yo siguiera aquello y pensaban que esto era vergonzoso e indigno de mí. Pues mi hermano Quinto desde luego aseguraba que le parecía correcto cuanto yo decidiera y lo seguía con la mayor tranquilidad de espíritu.

Ahora leo tus cartas desde el principio; me reaniman un [5] poco. Las primeras me aconsejan y me piden que no me precipite; las más recientes muestran tu alegría por que me haya quedado. Cuando las leo me parece que soy menos indigno, pero sólo mientras las leo. Luego aparece de nuevo el dolor y la ‘visión de mi infamia’. Por lo tanto, te lo ruego, mi querido Tito, arráncame este dolor, o al menos alívialo con tu consuelo, con tu consejo o con lo que puedas. Pero, ¿qué podrías hacer tú o qué cualquier otra persona? Apenas, ya, un dios.

Por cierto, estoy preparando lo que tú me aconsejas y [6] esperas que sea viable: que César me conceda estar ausente cuando se tome en el senado alguna decisión contra Gneo. Pero temo no conseguirlo. Ha venido Furnio de su parte; pues bien, para que conozcas quiénes son nuestros guías: anuncia que el hijo de Quinto Titinio67 está con César… y en todo caso que éste se me muestra más agradecido de lo que yo quisiera. En cuanto a lo que me pide, en pocas palabras, desde luego, pero ‘autoritariamente’, conócelo por su propia carta. ¡Pobre de mí porque no te encontrabas bien!; habríamos estado juntos; sin duda no me hubiera faltado un consejo.

‘Cuando marchan dos juntos… ’68 .

[7] Pero no hagamos lo que está ya hecho; preparemos el futuro. A mí me han fallado hasta ahora estas dos cosas: al principio la esperanza de un acuerdo, logrado el cual quería disfrutar de la vía popular y librar de preocupaciones mi vejez; luego caí en la cuenta de que Pompeyo emprendía una guerra cruel y destructora; pensé que era mejor, a fe mía, soportar cualquier tortura como ciudadano y como hombre que instigar su crueldad o hasta participar en ella. Pero parece que hubiera sido mejor incluso morir que estar con éstos. Reflexiona, pues, en torno a estas cosas, mi querido Ático, o más bien busca una solución; soportaré cualquier acontecimiento con más entereza que este dolor.

172A (IX 6A)

(En camino de Arpi a Brundisio, hacia el 5 de marzo del 49)

El general César saluda al general Cicerón.

Aunque sólo he visto a nuestro Furnio, sin poder hablar con él ni oírlo a mis anchas; aunque voy deprisa y estoy en camino después de mandar ya por delante mis legiones, no he podido sin embargo dejar la oportunidad de escribirte a ti y mandártelo y darte las gracias, si bien ya lo he hecho con frecuencia y lo haré, me parece, con más frecuencia todavía en adelante: tales son tus méritos conmigo. Ante todo te pido, puesto que confio en llegar rápidamente a la Urbe, verte allí para poder aprovechar tu consejo, tu influencia, tu autoridad, tu concurso en todos los asuntos. Volviendo a mi propósito, perdóname la prisa y la brevedad de la carta. Lo demás lo sabrás por Furnio.

173 (IX 4)

(Finca de Formias, 12 de marzo del 49)

〈Cicerón saluda a Ático.〉

Yo, aun cuando mi descanso dura el tiempo que dedico a escribirte o a leer tus cartas, no tengo, sin embargo, materia epistolar y estoy seguro de que a ti te pasa lo mismo. En efecto, las cosas que suelen escribirse amistosamente con el ánimo sosegado son excluidas por las circunstancias actuales, y las relativas a las circunstancias actuales ya las hemos trillado. Sin embargo, para no entregarme por entero a la tristeza, me he propuesto una serie de ‘tesis’, por así llamarlas, que son ‘políticas’ y además relativas a las circunstancias actuales, para apartar mi ánimo de lamentaciones y ejercitarme sobre lo mismo que nos ocupa; son de la siguiente manera:

‘Si se debe permanecer en la patria sometido a un [2] tirano; si se debe trabajar por todos los medios en la destrucción de la tiranía incluso si con ello la ciudad corre peligro de ruina total; si se deben tomar precauciones para que el liberador no se convierta él mismo en amo; si se debe intentar ayudar a la patria sometida a tiranía aprovechando la oportunidad y el razonamiento en lugar de la guerra; si es político permanecer inactivo alejándose de la patria sometida a tiranía o hay que ir a través de todos los peligros en pos de la libertad; si se debe llevar la guerra contra su país y sitiarlo cuando está sometido a tiranía; si, incluso sin estar de acuerdo con la destrucción por las armas de la tiranía, debe uno compartir el peligro con las gentes de bien; si en los asuntos políticos se debe uno unir a sus benefactores y amigos aun pensando que están totalmente equivocados; si quien ha prestado grandes servicios a la patria y precisamente por ello ha sufrido daños irreparables y odios ha de exponerse voluntariamente por su patria o si se le debe permitir que piense en sí mismo y en los de su casa, dejando las contiendas políticas a quienes detentan el poder’.

[3] Yo, ejercitándome en estas cuestiones y discutiendo los pros y los contras tanto en griego como en latín, aparto un poco mi ánimo de sus inquietudes y delibero ‘qué es lo provechoso’. Pero temo resultarte ‘importuno’; en efecto, si el que lleva la carta ha andado bien, coincidirá con el día de tu acceso.

174 (IX 7)

(Finca de Formias, 13 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Te había escrito una carta con intención de mandarla el 1269 , pero ese día no salió la persona a quien quería entregársela. Por otra parte, ese mismo día llegó el «corredor veloz» que había mencionado Salvio70 . Trajo una carta tuya muy enjundiosa, que me instiló, por así decirlo, un poquito de vida, pues no puedo afirmar que haya resucitado. Con todo, conseguiste ‘lo esencial’. En efecto, yo ya no actúo, créeme, en busca de resultados felices, pues veo que ni con estos dos vivos, ni con uno solo, tendremos nunca república. Así, no me cabe ya esperanza ninguna sobre mi tranquilidad y estoy dispuesto a asumir cualquier amargura. Sólo me aterraba una cosa: hacer (o digo mejor, haber hecho) algo con deshonor.

Así pues, ten por cierto que me has mandado unas cartas [2] llenas de salud, y no sólo ésta más larga, insuperable en su claridad y su plenitud, sino también la otra más breve, en la que encontré la gran alegría de ver mi plan y mi actuación aprobados por Sexto71 ; muchísimas gracias: sé que él me aprecia y entiende lo que es recto. Volviendo a tu carta más larga, no sólo a mí sino a todos los míos nos alivió de la pena. Así pues seguiré tu consejo y estaré en la finca de Formias a fin de que no se advierta mi ‘marcha a su encuentro’ hacia la Urbe, o no piense él, si no lo veo ni aquí ni allí, que lo evito.

En cuanto a tu sugerencia de pedirle que me conceda [3] dar a Pompeyo el mismo trato que a él, comprenderás que llevo ya tiempo haciéndolo por las cartas de Balbo y Opio cuya copia te mando; te mando también una de César a ellos, escrita con cordura, dentro de lo que cabe en medio de tanta demencia. Pero si César no me permite esto, te veo partidario de que yo emprenda una ‘acción política’ sobre la paz; en ello no me asusta el peligro (pues cuando son tantas las amenazas, ¿por qué no voy a querer arriesgarme a lo más honorable?), pero temo echar alguna carga sobre Pompeyo y que dispare

‘contra mí la cabeza de Górgona, monstruo terrible ’72 .

De forma sorprendente, en efecto, nuestro Gneo ha ansiado imitar la tiranía de Sula73 . ‘Te hablo sabiendo lo que digo’: nunca llevó él nada con menos secreto. «¿Con éste, pues,», dirás, «quieres estar?». Me mueve la gratitud, créeme, no la causa, como en Milón, como en…74 , pero basta.

[4] «Entonces, ¿la causa no es buena?». Incluso excelente, pero se llevará, recuerda lo que te digo, de la forma más impresentable. El primer plan es estrangular la Urbe e Italia por hambre; después arrasar los campos, quemarlos, no respetar las fortunas de los ricos. Pero como temo lo mismo de esta otra parte, si mi gratitud no estuviera de aquel lado, consideraría lo mejor soportar en casa lo que fuera. No obstante, pienso, es tanto lo que le debo que no me atrevo a soportar la acusación de ‘ingratitud’, aun cuando tú has llevado a cabo una justa defensa también de esto.

[5] Respecto al triunfo estoy de acuerdo contigo: renunciaré a él por completo, sin dificultad y con gusto. Apruebo de manera especial lo de que mientras estemos en tratos llegará insensiblemente «‘la época de embarcar’»75 . «Con tal sólo de que», dices, «él se mantenga suficientemente firme». Se mantiene incluso más firme de lo que pensábamos; de ese lado puedes tener buenas esperanzas. Te prometo que, si no le abandonan las fuerzas, no dejará una sola teja en Italia. «¿Y contigo, pues, de aliado?». Contra mi juicio, por Hércules, y contra la autoridad de todos los antiguos; y estoy deseando alejarme no tanto por ayudar en las cosas de allí como por no ver las de aquí. No pienses que las locuras de éstos serán soportables, ni de una sola clase. Aun cuando, ¿qué se te escapa de esta situación: que una vez eliminadas las leyes, los tribunales, el senado, ni las fortunas privadas ni el estado podrán soportar los caprichos, las audacias, los dispendios, las necesidades de tantos individuos sumamente necesitados? Ausentémonos, pues, de ahí por cualquier camino navegable; aunque esto se haga de acuerdo con tu opinión, ausentémonos, con todo; pues pronto sabremos lo que tú estás esperando: lo ocurrido en Brundisio.

En cuanto a tu afirmación de que las gentes de bien [6] aprueban cuanto he hecho hasta ahora y de que saben que me he quedado no sin motivo, me alegra sobremanera, si es que todavía hay lugar para alegrarse. Respecto a Léntulo, investigaré con mayor ciudado; se lo he encargado a Filótimo, hombre enérgico y superoptimate.

El último punto es que quizá ya no tienes materia para [7] escribirme; pues no es posible escribir nada sobre otro asunto, y sobre éste, ¿qué más se puede ya encontrar? Pero, puesto que tu talento, y también tu afecto, te suministran (lo digo, por Hércules, como lo siento) la forma de estimular mi imaginación, sigue como hasta ahora y escribe todo lo posible.

En cuanto a lo de no invitarme (compañero nada molesto) a Epiro, me tiene algo enfadado. Pero adiós; lo mismo que tú tienes que pasear, que recibir masaje, yo tengo que dormir. En efecto, tu carta me ha traído el sueño.

174A (IX 7A)

(Roma, 10 u 11 de marzo del 49)

Balbo y Opio saludan a Marco Cicerón.

No tan sólo los consejos de gentes humildes, como lo somos nosotros, sino incluso los de hombres muy importantes suelen ser apreciados por la mayoría de acuerdo con el resultado, no con la intención. Sin embargo, confiados en tu amabilidad, te daremos el consejo que nos parezca más sincero respecto al asunto que nos consultaste. Si no es prudente, al menos saldrá sin duda de la mayor buena fe y la mejor disposición.

Nosotros, si hubiéramos sabido por el propio César que iba a hacer lo que a nuestro juicio se consideraba conveniente, intentar tan pronto como viniera a Roma una reconciliación amistosa con Pompeyo, no habríamos dejado de sugerirte que consintieras en participar en las negociaciones para que todo el asunto se concluyese más fácilmente y con mayor dignidad, gracias a tu mediación, dado que estás íntimamente relacionado con ambos. Si por el contrario pensáramos que César no lo va a hacer y supiéramos que incluso quiere entablar una guerra con Pompeyo, nunca te habríamos sugerido tomar las armas contra un hombre al que tanto le debes, lo mismo que siempre te hemos rogado que no lucharas contra César.

[2] Mas, como incluso ahora es más cuestión de conjetura que de certeza lo que César piensa hacer, no podemos sino esto: no parece que esa dignidad y lealtad tuya, conocida de todos, esté en que tomes las armas contra uno u otro, siendo amigo íntimo de los dos, y no nos cabe duda de que César lo aprobará completamente a causa de su calidad humana. Con todo, nosotros, si te parece, le escribiremos a César para que nos confirme qué piensa hacer en este asunto. Si nos da respuesta, al punto te escribiremos nuestros sentimientos y te daremos prueba de que te sugerimos lo que nos parece más provechoso para tu dignidad, no para la acción de César. Y pensamos que César lo aprobará, dada su indulgencia para con los suyos.

174B (IX 7B)

(Roma, 10 u 11 de marzo del 49)

Balbo saluda al general Cicerón.

Espero que estés bien. Después de remitirte mi carta conjunta con Opio, he recibido una de César, cuya copia te mando; en ella podrás observar cuánto desea restaurar sus buenas relaciones con Pompeyo y cuán alejado está de toda crueldad. Me alegro mucho de que sean éstos sus sentimientos, como es mi deber. Respecto a ti y a tu lealtad y reconocimiento, siento, por Hércules, mi querido Cicerón, lo mismo que tú: que tu fama y tu deber no te permiten tomar las armas contra un hombre del que proclamas haber recibido un beneficio tan grande76 .

Esto mismo lo aprobará César; lo tengo comprobado a [2] la vista de su singular calidad humana y estoy seguro de que lo satisfarás en muy gran medida con no tomar parte ninguna en la guerra contra él ni asociarte a sus adversarios. Y por esto no sólo estará satisfecho contigo, un hombre de tu valía y tu importancia, sino que incluso a mí me ha concedido por su propia iniciativa no estar en los campamentos que se levanten contra Léntulo o Pompeyo, con quienes tengo una deuda tan importante77 , diciendo que le basta con que le preste como particular en la Urbe los mismos servicios que podría también prestarles a ellos si yo quisiera. Así es que ahora en Roma administro y sostengo todos los asuntos de Léntulo y pongo en ellos mi actividad, mi lealtad y mi agradecimiento. Pero, por Hércules, de nuevo pienso que no es desesperada del todo esta expectativa ya perdida de arreglo, puesto que César tiene la disposición de ánimo que debemos desear.

Así las cosas, yo soy partidario, si te parece bien, de que le escribas y le pidas protección, como se la pediste a Pompeyo, con mi aprobación por cierto, en los tiempos de Milón. Te puedo garantizar, si conozco bien a César, que tendrá en cuenta antes tu dignidad que su provecho.

[3] No sé hasta qué punto es prudente escribirte esto, pero estoy seguro de una cosa: cuanto te escribo lo escribo partiendo de mi singular aprecio y buena disposición, porque te tengo en tanta estima (¡así muera en vida de César!) que a pocos aprecio como a ti. Cuando hayas tomado alguna decisión sobre este asunto, me gustaría que me escribas. Pues no es poca mi preocupación por que puedas aportar a uno y otro, según tu deseo, esa buena voluntad que, por Hércules, confío en que aportarás. Cuídate.

174C (IX 7C)

(En camino, hacia el 5 de marzo del 49)

César saluda a Opio y Cornelio.

Me alegro, por Hércules, de que manifestéis en vuestra carta esa total aprobación de lo realizado en Corfinio. Seguiré gustosamente vuestro consejo, tanto más gustosamente cuanto que había decidido por propia iniciativa mostrarme lo más moderado posible y dedicar mi esfuerzo a la reconciliación con Pompeyo. Probemos si por este medio podemos recuperar las voluntades de todos y gozar de una victoria duradera, puesto que los demás no han podido por su crueldad evitar el odio ni mantener largo tiempo la victoria, excepto uno solo, Lucio Sula, a quien no voy a imitar. Sea éste el nuevo procedimiento de vencer: revestirnos de condescendencia y generosidad. Sobre cómo puede ello conseguirse me vienen a la mente algunas cosas y pueden encontrarse muchas. Os ruego que os pongáis a reflexionar sobre estas cuestiones.

He apresado a Numerio Magio78 , prefecto de Pompeyo. [2] Como es de suponer, he seguido mi norma y al punto lo dejé marchar. Ya han caído en mi poder dos comandantes de ingenieros pompeyanos y los he dejado marchar. Si quieren mostrar su agradecimiento deberán aconsejar a Pompeyo que prefiera mi amistad a la de aquellos que siempre fueron los peores enemigos tanto de él como míos, con cuyas artimañas se ha conseguido que la república desemboque en la situación actual.

175 (IX 8)

(Finca de Formias, 14 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

Mientras cenaba el 13, y ya de noche, me trajo Estacio una breve carta tuya. En cuanto a tus preguntas sobre Lucio Torcuato, no sólo Lucio, sino incluso Aulo se ha marchado79 , uno hace muchos días, el otro unos pocos. En cuanto a tu informe sobre la reunión80 de los reatinos: me desagrada que se haga siembra de proscripción en territorio sabino. También yo he oído que hay muchos senadores en Roma. ¿Puedes decirme entonces por qué se fueron?

[2] En estos lugares corre la opinión, más por conjetura que por un mensajero o por cartas, de que César estará en Formias el 22 de marzo. Yo quisiera tener aquí a aquella Minerva de Homero disfrazada de Méntor para decirle

‘M éntor , ¿cómo me acerco a él, cuál será mi saludo?’81

Nunca reflexioné sobre una cosa más difícil, pero reflexiono, y no estaré desprevenido como en las desgracias. Pero cuídate: calculo que ayer fue tu día de crisis.

176 (IX 9)

(Finca de Formias, 17 de marzo del 49)

Cicerón saluda a Ático.

He recibido tres cartas tuyas el 16; habían sido remitidas el 12, 13 y 14. Responderé, pues, en primer lugar a la más antigua. Coincido contigo en que lo mejor es quedarse en la finca de Formias, y también en lo del Adriático; voy a ver, como ya te he escrito antes82 , si encuentro un modo que me permita, con su consentimiento, no tomar parte alguna en los asuntos de estado. En cuanto a tu elogio por haber escrito que he olvidado los hechos y dichos pasados de nuestro amigo83 , yo así lo hago, por cierto; es más, no recuerdo ni siquiera todas esas malas acciones suyas contra mi persona que tú me pones delante; tanta mayor fuerza tiene en mí el agradecimiento por un favor que el resentimiento por una injuria. Hagamos, pues, como recomiendas y quitémonos de enmedio. ‘Voy de sofista’, en efecto, tan pronto como bajo al campo y durante el camino no dejo de meditar en mis ‘tesis’84 . Pero algunas de ellas son muy difíciles de juzgar. Respecto a los optimates, sea en buena hora como quieres, pero conoces aquello de «‘Dionisio en Corinto’»85 . El hijo de Titinio está con César. En cuanto a esa especie de temor que pareces tener a que tus consejos no me gusten, nada, te lo aseguro, me agrada excepto tu consejo y tus cartas. Por tanto, haz lo que anuncias: no dejes de escribirme cuanto te venga a la mente. Nada puede resultarme más agradable.

[2] Paso ahora a la segunda carta. Llevas razón al no creerte el número de sus soldados: Clodia lo multiplicó por dos86 . También falso lo de las embarcaciones destruidas. En cuanto a tu elogio de los cónsules, yo también elogio su valentía, pero repruebo su decisión, pues con su retirada se ha disipado la acción de paz que yo proyectaba. Así, después de esto, te devuelvo el libro de Demetrio sobre la concordia87 ; se lo he dado a Filótimo. Ciertamente no dudo de que amenaza una guerra destructiva, cuyo arranque partirá del hambre. ¡Y a pesar de todo me duele no participar en esta guerra! En la cual va a haber un impulso criminal tan grande que, siendo un sacrilegio no sustentar a los padres, nuestros hombres principales piensan que hay que matar de hambre a la más antigua y más venerable de las madres: la patria. Y no es un temor basado en una opinión, sino que he estado presente en las conversaciones. Toda esta flota procedente de Alejandría, Cólquide, Tiro, Sidón, Arado, Chipre, Panfilia, Licia, Rodas, Quíos, Bizancio, Lesbos, Esmirna, Mileto, Cos, está destinada a interceptar los aprovisionamientos de Italia y a ocupar las provincias productoras de trigo88 . Y, ¡qué enojado va a venir!; especialmente con aquellos que deseaban por encima de todo su salvación, como si hubiese sido abandonado por aquellos a quienes abandonó. Así, cuando dudo sobre la conducta adecuada a seguir, tiene un gran peso mi buena disposición hacia él, al margen de la cual sería mejor morir en la patria que destruirla intentando salvarla. Lo del viento del norte89 es exactamente así. Temo que resulte perjudicado Epiro, pero, ¿qué lugar de Grecia piensas tú que no quedará arrasado? Pues proclama en público y muestra a los soldados que él superará a éste90 incluso en generosidad. Es muy acertado tu consejo de que cuando lo vea, no hable con demasiada indulgencia, sino más bien con autoridad. Desde luego es así como hay que hacerlo. Pienso ir a Arpino después de haberme reunido con él, no sea que no esté cuando venga o que corra de acá para allá por el peor de los caminos. He oído que Bíbulo, como escribes, llegó y volvió a irse el 14.

Esperabas, según dices en la tercera carta, a Filótimo. [3] Pero él me dejó el 15. Por eso te ha llegado más tarde mi contestación a la tuya, que escribí inmediatamente. Respecto a Domicio, en mi opinión es como tú escribes; que está en su finca de Cosa y se ignora su intención. Ese individuo91 , el más indigno y sórdido de todos, que dice que las elecciones consulares pueden ser llevadas a cabo por un pretor, sigue siendo el mismo de siempre en su actuación política. No extraña, pues, que esto sea lo que César menciona en la carta cuya copia te mando: que quiere aprovechar mi «consejo» (vamos, ea, esto es un lugar común), «influencia» (ridículo, por cierto; pero creo que esto lo finge buscando algunos votos de senadores), «autoridad» (quizá en relación con una resolución consular); lo último es aquello de «la ayuda en todas las cosas». He empezado a sospechar a partir de tu carta que es precisamente esto o algo no muy distinto. Pues tiene un extraordinario interés en que la situación no llegue a un interregno; y eso se consigue si los cónsules son nombrados por medio de un pretor. Pero nosotros tenemos en nuestros libros92 que no sólo no es legal el nombramiento de los cónsules por un pretor, sino ni siquiera el de los pretores, y que tal cosa no se ha hecho nunca: no es legal que lo sean los cónsules porque no es legal que a un magistrado superior lo proponga uno inferior; ni los pretores porque se les propondría como si fueran colegas de los cónsules, cuya magistratura es superior. No estará muy lejos de querer que yo sancione esto sin contentarse con Galba, Escévola, Casio, Antonio93 .

‘… que entonces la vasta tierra me engulla ’94 .

Pero ves qué gran tempestad amenaza. [4]