Discursos VI. Filípicas - Cicerón - E-Book

Discursos VI. Filípicas E-Book

Cicéron

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Beschreibung

Los catorce discursos que forman las Filípicas, dirigidos contra Marco Antonio (que a la muerte de César se perfilaba como nuevo tirano), son los últimos del republicano Cicerón, y constituyen la suma y compendio de su excelencia oratoria. Cicerón tituló el conjunto de catorce discursos que pronunció contra Marco Antonio Filípicas, denominación de cuatro discursos patrióticos que Demóstenes, el orador ático al que tanto admiraba, dirigió contra Filipo II, rey de Macedonia, porque advertía semejanzas y paralelismos en ambos contextos. Tras el asesinato de César en el 44 a.C. (que Cicerón celebró porque detestaba la tiranía cesarista, opuesta a sus valores republicanos), y después de unos meses de incertidumbres acerca de los posicionamientos de los principales actores en la política romana, Cicerón encabezó el partido senatorial (diezmado a causa de las luchas civiles), y se enfrentó a su enemigo Marco Antonio, el hombre que había intentado hacer rey a César y que se perfilaba ya como nuevo dictador, en la serie de las catorce Filípicas. En ellas Cicerón critica las actuaciones de Marco Antonio y logra que el Senado, tras intentar una salida negociada al conflicto entre éste y Décimo Bruto (negociación a la que Cicerón se opuso), termine poniéndose en contra de Antonio, quien es derrotado en Módena y declarado "enemigo de Roma". Pero con la formación del Segundo Triunvirato entre Octaviano, Lépido y Antonio y la rehabilitación política de este último, las Filípicas terminarán por costarle a Cicerón la vida: Marco Antonio ordena su ejecución, y que su cabeza y sus manos, que han escrito las Filípicas, sean expuestas en el Foro. La fama de las Filípicas se debe tanto a las circunstancias que las rodearon como al propio texto. Sin embargo, desde el punto de vista estilístico marcan el apogeo de la elocuencia ciceroniana y en ellas encontramos juntos rasgos de todos los discursos anteriores. Su lengua constituye, además, un auténtico paradigma de la norma clásica. Su influencia ha calado en el idioma, donde filípica se ha convertido en nombre común con el significado, según María Moliner, de "reprensión extensa y violenta dirigida a alguien".

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 345

Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISO y JOSÉ LUIS MORAEEJO.

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JESÚS ASPA CEREZA.

© EDITORIAL GREDOS, S. A.  Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2006.www.editorialgredos.com

REF. GEBO424 ISBN 9788424937201.

INTRODUCCIÓN

1. LAS FILÍPICAS, AL FINAL DE LA VIDA DE CICERÓN

Viejo temerario y desdichado, ¿qué pretendías lograr con tantas disputas y enemistades inútiles? ¿Dónde dejaste el sosiego que convenía a tu edad, situación y fortuna? ¿Qué falso esplendor de gloria te enredó, ya viejo, en contiendas de jóvenes y te arrastró, después de sufrir toda clase de penalidades, a una muerte indigna de un filósofo? … ¿Qué locura te empujó contra Antonio?

Carta de Francesco Petrarca a Cicerón (Fam. XXIV 3)

Francesco Petrarca tenía razón: si Cicerón no hubiera pronunciado los discursos contra Marco Antonio, conocidos como Filípicas, no habría muerto a manos del centurión Herenio el 7 de diciembre del 43 a. C. El orador había nacido en Arpino sesenta y tres años antes, el 3 de enero del 106 a. C.1 y, tras una larga carrera política en la que había alcanzado el consulado en el 62 a. C. y una no menos larga e importante dedicación a la abogacía, la filosofía y la retórica, emprendió, muerto Julio César en las idus de marzo del 44 a. C., una lucha política contra Marco Antonio que le llevaría a la muerte. Como consecuencia y reflejo de ese enfrentamiento Cicerón pronunció ante el Senado y el pueblo diversos discursos2, que son un testimonio de primera mano sobre la última etapa de la vida del orador y sobre la difícil y agónica situación de la república romana; son unos acontecimientos bien documentados además por otras fuentes, en especial por la propia correspondencia del orador, pero también por historiadores como Veleyo Patérculo, Plutarco —en sus biografías sobre Cicerón, Marco Antonio y Bruto—, Apiano y Dión Casio3. Basándose en estas fuentes, son muchos los estudios que describen con pormenor el final de la vida de Cicerón4; por ello, he considerado que puede resultar más pertinente reducir, en estas páginas de presentación de la obra, el campo de mira al contexto en que se generan los discursos y ofrecer una visión específica —y necesariamente breve— que atienda a los acontecimientos reflejados en ellos.

1.1. El contexto

El tema central y común a todos los discursos es la oposición de Cicerón a la política individualista de Marco Antonio, que se perfilaba como sucesor de Julio César. Pese a que —evidentemente— no existió un plan preconcebido por Cicerón, puesto que era el acontecer diario lo que marcaba el desarrollo de las intervenciones y de las actitudes del orador, sin embargo, es posible dividir en torno a ese tema central los diferentes discursos, atendiendo a las circunstancias en que se van produciendo. En este sentido, se pueden identificar cinco grupos5:

1.1.1. Filípicas I y II

El día 2 de septiembre, estando Marco Antonio ausente del Senado, Cicerón pronuncia la Filípica I, una enérgica condena sobre la política de Antonio desde la muerte de Julio César en marzo del 44 a. C. El discurso responde a las quejas que Marco Antonio había lanzado contra el orador en la sesión del día anterior y, en un tono moderado, ofrece la posibilidad de cooperación en el futuro (especialmente, en §§ 27-34). Antonio, sin embargo, lanzó el 19 de septiembre en el Senado un furioso ataque contra la persona y la carrera de Cicerón6, al que respondió el orador con la Filípica II, una invectiva escrita bajo la forma dramática de un discurso ficticio, surgido como respuesta inmediata a las críticas de Antonio y que, según la opinión común, nunca fue pronunciado7.

A mi entender, estos dos discursos, el real y el ficticio, pueden ser considerados como preámbulo y antesala del enfrentamiento sin alcance ni incidencia política inmediata, aunque Cicerón prudentemente se ausentó de Roma hasta el 9 de diciembre. En ellos Antonio es, todavía, inimicus, adversario personal del orador, y no hostis, «enemigo de la patria»; las repercusiones del enfrentamiento son aquí privadas, mientras que en los siguientes afectarán a la situación política general.

1.1.2. Filípicas III, IV, V y VI

Estos cuatro discursos forman un conjunto de «dobles parejas» —por así decirlo—, pues la tercera y la quinta Filípicas fueron pronunciadas en el Senado, y la cuarta y la sexta ante el pueblo con el fin de informar a la plebe sobre lo sucedido en la sesión del Senado. Tras su ausencia de Roma de casi dos meses, en su Filípica III del 20 de diciembre, Cicerón inicia una ofensiva real contra Marco Antonio mostrando su decidido apoyo a Octaviano —aunque no dejó de recelar de sus intenciones (Cartas a Ático XVI 9; XVI 14, 1)— y a Décimo Bruto, que se resistía a ceder a Antonio el gobierno de la Galia Cisalpina, pues César antes de morir le había designado como gobernador de esa provincia para el año 43 a. C. Sin embargo, Marco Antonio, al que César había designado gobernador de Macedonia, consiguió mediante los tribunos de la plebe revocar el reparto de César y que con la Lex de permutatione prouinciarum se le concediese el gobierno para cinco años tanto de la Galia Cisalpina como de la Transalpina8; como consecuencia y ante la oposición de Bruto, éste fue sitiado en Módena. Por otra parte, Octavio, nombrado heredero de Julio César en su testamento, aparece con fuerza en noviembre del 44 a. C. en la escena política, tras haberse ganado el apoyo de las legiones Cuarta y Marcia, formadas por veteranos de César que hasta entonces estaban a las órdenes de Antonio; además, ya se había entrevistado con Cicerón en abril (Cartas a Ático XIV 11, 2, del 21 de abril) y la correspondencia entre ambos se intensificó especialmente en ese mes de noviembre (Cartas a Ático XVI 8, 9), de tal manera que, pese a las dudas mostradas por el orador (Cartas a Ático XVI 15, 3), éste se convirtió en defensor y valedor del hijo adoptivo del tirano muerto.

En la Filípica III Cicerón defiende que el Senado apruebe oficialmente las acciones de Octavio y Bruto. En el discurso las alabanzas a ambos y a las legiones que abandonaron a Antonio se contraponen con el ataque a éste y la propuesta de que sea declarado «enemigo de la patria». El orador consiguió parcialmente sus objetivos, pues el Senado alabó la actuación de Octavio y ratificó a Bruto como gobernador de la Cisalpina9, pero no declaró enemigo a Antonio. En la Filípica V, que recoge y unifica las intervenciones habidas entre el 1 y el 4 de enero del 43 a. C., Cicerón se opone a la propuesta de que se enviara una embajada de paz ante Marco Antonio antes de llegar al enfrentamiento directo con él; de nuevo ataca ferozmente la figura de Antonio y proclama su apoyo a Octavio, a Décimo Bruto y, en esta ocasión además, a Marco Lépido, el gobernador de la Galia Narbonense. Su propósito se cumplió sólo en parte, pues, aunque Octavio fue nombrado propretor —de forma extraordinaria, dado que con su juventud no había ejercido anteriormente ningún cargo público—, se aprobó el envío de la embajada.

Por su parte, tanto la cuarta como la sexta Filípicas resumen ante el pueblo los argumentos de Cicerón en los dos debates senatoriales, presentando el orador con cierto triunfalismo sus logros, pese a no haber logrado plenamente sus objetivos. Estos dos discursos, sumamente breves, muestran las diferencias entre un debate senatorial y un discurso popular, que raramente un orador publicaba; si Cicerón puso en circulación copias, fue probablemente con afán propagandístico para mostrar el apoyo de la plebe a su causa.

1.1.3. Filípicas VII, VIII y IX

Los tres discursos forman un conjunto, agrupados en tomo al envío de la embajada ante Antonio. En la Filípica VII, de mediados de enero, aprovechando la convocatoria de una sesión para tratar asuntos administrativos y en espera de la vuelta de los legados del Senado, Cicerón se queja de que la vana esperanza de paz está retrasando las preparaciones de una resistencia armada contra Antonio; con rotundidad critica la actitud de los partidarios de Antonio, defensores de la paz, y declara abiertamente su postura en contra de la vía pacífica. En la Filípica VIII, pronunciada el 2 de febrero tras la vuelta sin éxito de la embajada, un Cicerón reforzado por el fracaso de la legación y porque el cónsul Hircio —que ya se encontraba en las inmediaciones de Módena, por si fracasaban las negociaciones de paz— había salido victorioso de un pequeño enfrentamiento con las tropas de Marco Antonio —lo que suponía de hecho el comienzo de las hostilidades— ataca, de nuevo, a los que apoyan la causa de Antonio, sobre todo porque proponen declarar el «estado de alarma» y no «la guerra» y enviar una segunda embajada, y se permite reprochar duramente al Senado su actitud; el discurso es buena muestra, además, de la fuerte oposición a la que Cicerón tuvo que hacer frente.

Al tiempo, Servio Sulpicio Rufo, uno de los tres legados mandados a Antonio, había muerto en el curso de la misión. La Filípica IX recoge la intervención de Cicerón en el debate sobre los honores públicos que se le debían otorgar. Precisamente por respeto al fallecido el discurso es un paréntesis en el enfrentamiento, sobresaliendo como elemento fundamental la alabanza del difunto. Con todo, Cicerón se permite —como no podía ser de otra manera— aludir a Antonio y a los senadores que votaron a favor de enviar la embajada como causa de la muerte de Sulpicio.

1.1.4. Filípicas X y XI

El foco del debate senatorial cambia en la décima y undécima Filípicas hacia las provincias de Oriente, tema común de estos dos discursos. El tiranicida Marco Bruto notificó al Senado a mediados de febrero que de camino para Creta —provincia que le había sido asignada como propretor— se había enfrentado por iniciativa propia al hermano de Marco Antonio, Gayo, nombrado gobernador de Macedonia por Marco. Cicerón defiende en la Filípica X que le sea conferido a Marco el mando militar de la zona de los Balcanes, oponiéndose, de nuevo, a la facción del Senado defensora de los intereses de Antonio. La Filípica XI es continuación y complemento —por más que dictado por las circunstancias— de la anterior, pues el colega de consulado de Antonio, Dolabela, había asesinado a Gayo Trebonio, el gobernador de Asia, en Esmirna, cuando iba a hacerse cargo de la provincia de Siria. El Senado declaró inmediatamente a Dolabela «enemigo de la patria» y en la sesión en la que Cicerón pronunció este discurso, se discutió sobre a quién confiar el mando de las operaciones contra el antiguo cónsul. Cicerón defendió, sin éxito alguno el nombre de Gayo Casio, otro de los más insignes tiranicidas, que se encontraba en la región para hacerse cargo del gobierno de la provincia de Cirene.

1.1.5. Filípicas XII, XIII y XIV

Estos tres discursos vuelven a tratar el asunto principal y más próximo del enfrentamiento en tomo a Módena. Tras el fracaso de Cicerón en su discurso anterior, en éste el orador se opone al envío de una segunda embajada negociadora: en una sesión de la que no hay mayor testimonio que las referencias que hace Cicerón en la Filípica XII, se había aprobado el envío de esta legación, de la que Cicerón había aceptado formar parte. El orador en este discurso elude el compromiso que había contraído, acusando a los partidarios de Antonio de haber intentado favorecer su causa, retrasando el desenlace del conflicto. Al final la embajada nunca fue mandada y el cónsul Pansa abandonó Roma con cuatro legiones para fortalecer la oposición armada contra Antonio.

Tras la marcha de Pansa, el Senado recibió cartas de Lucio Munacio Planco y Marco Lépido, gobernadores respectivos de la Galia Transalpina y la Galia Narbonense, en las que se mostraban favorables a la causa de Antonio. A su vez, Cicerón había recibido una copia de la carta mandada por Antonio a Aulo Hircio y a Octavio, en la que les urgía a sumarse a sus fuerzas y a vengar la muerte de César. En la Filípica XIII, pronunciada el 20 de marzo, Cicerón se opone con vehemencia al punto de vista de Lépido de que la paz con Antonio es posible, sin hacer mención —al menos en la versión publicada— a la carta de Planco. En la segunda parte lee al Senado el contenido de la carta de Antonio y la ridiculiza, en un intento de eliminar cualquier apoyo a su causa.

A su vez, el 15 de abril las legiones de Pansa se habían enfrentado en las afueras de Módena a las de Antonio. Pese a que las primeras noticias, difundidas por los partidarios de Antonio, hablaban de una victoria de éste, el 21 de abril se recibió un informe en el que se confirmaba la derrota de Marco Antonio. En la Filípica XIV Cicerón, tras recordar que a pesar de la victoria del bando republicano Décimo Bruto está todavía sitiado, alaba a aquellos que cayeron en la batalla y propone honores para ellos y sus generales.

1.2. Las Filípicas y la muerte de Cicerón

Cinco días después de que el orador de Arpino pronunciara su último discurso conservado, el 26 de abril del 43 a. C., el Senado decretó quitarse la ropa militar, es decir, el restablecimiento del estado de paz, una vez conocida la liberación de Décimo Bruto y la huida de Antonio. Además, el propio Cicerón, en una carta a Marco Bruto (1, 3a) del 27 de abril, le indica que Marco Antonio ha sido declarado «enemigo público», la propuesta que había defendido desde la Filípica III. Por otra parte, a Décimo Bruto se le concedió el triunfo y fue nombrado jefe supremo de las tropas senatoriales; a Octavio, sin embargo, tan sólo una ouatio, una medida que suponía un agravio comparativo para el joven propretor y que, sin duda, influyó en los acontecimientos posteriores. Aunque el Senado intentó corregir su error nombrándole también comandante de las fuerzas senatoriales, sólo consiguió que Octavio, desde su posición de fuerza, exigiera su nombramiento como cónsul, que le fue otorgado el 19 de agosto. Aunque Octavio vetó la publicación de la correspondencia con Cicerón de esta época, sin embargo, parece que propuso al viejo senador ser su colega en el consulado, un cargo que tras muchas vacilaciones el orador no aceptó.

Poco tiempo después, a finales de octubre, los intereses políticos llevaron a Marco Antonio, Octavio y Lépido a formar el llamado Segundo Triunvirato y, entre otras medidas, acordaron una larga lista de proscripciones con trescientos senadores y dos mil caballeros; y en esa lista, pese a la inicial resistencia de Octavio, se encontraba Cicerón. Que las Filípicas fueron la causa inmediata de esta decisión lo reconoce Plutarco (Cic. 48, 6) al relatar la muerte de Cicerón, cuando el orador ofreció su cuello al centurión Herenio: «Le cortó [Herenio] la cabeza por orden de Antonio y las manos con las que había escrito las Filípicas» y, como se verá más adelante (cf. el apartado 3 de esta Introducción), la relación directa entre estos discursos y la muerte del orador será uno de los aspectos con mayor repercusión en la posteridad.

Cuando Cicerón pronunció su primera Filípica, intuía ya el riesgo que corría, pero no imaginaba el decisivo papel que iba a desarrollar en los meses siguientes y que le iba a costar la vida; así en este primer discurso dice (§ 10):

me apresuré a secundar a aquel [Lucio Pisón] a quien los presentes no secundaron, no para ser de ayuda en algo —pues yo ya no esperaba tal cosa ni podía ofrecerla—, sino para dejar, no obstante, mi voz en este día como testimonio ante la República de mi perpetua disposición hacia ella, en prevención de que algo me sucediera por mi condición humana, pues muchas cosas parecen ocurrir al margen de la naturaleza y al margen del destino.

Sin embargo, tras los dos primeros discursos y haberse ausentado de Roma desde mediados de octubre hasta el 10 de diciembre, era ya plenamente consciente de su papel y de su riesgo (Fil. III 33):

Yo, por mi parte, a la espera de este día he evitado las criminales armas de Marco Antonio, cuando él, atacándome en mi ausencia, no comprendía para qué ocasión me reservaba y reservaba mis fuerzas. En efecto, si hubiera querido responderle cuando pretendía empezar por mí la matanza, ahora no podría aconsejar a la República

y en la IV (§ 1):

Vuestra increíble asistencia, ciudadanos, y esta asamblea tan concurrida como no creo recordar despiertan en mí el máximo entusiasmo por defender la República y, además, la esperanza de recuperarla. Aunque nunca me faltó ánimo, me faltaron ocasiones. Y tan pronto como me pareció que éstas ofrecían un poco de luz, fui el primero en defender vuestra libertad. Pero si hubiera intentado hacerlo antes, ahora no podría hacerlo.

Pese a todo, se diría que fue una muerte de la que el propio orador se habría sentido satisfecho, pues en la Filípica I hace el elogio del abuelo de Marco Antonio, que sufrió en el 87 a. C. por orden de Cina una muerte similar: le cortaron la cabeza, que luego fue colocada en los Rostra del foro, y sobre ello dice el viejo orador (I 34): «Así pues, pasando por alto los éxitos de tu abuelo, preferiría yo su penosísimo último día a la tiranía de Lucio Cina, quien con toda crueldad lo asesinó». Meses después de su muerte, Bruto y Casio fueron vencidos en la batalla de Filipos y en el 27 a. C. la República dejó de existir. Las Filípicas son el último testimonio de la lucha por mantenerla.

2. LAS FILÍPICAS, EL FINAL DE LA OBRA DE CICERÓN

De la división en diez períodos en que parece apropiado clasificar la producción oratoria de Cicerón10, las Filípicas constituyen el décimo y último y son, además, prácticamente sus últimas producciones, hecha excepción de las cartas que escribió hasta agosto del 43 a. C. En efecto, desde las idus de marzo del 44 a. C. hasta finales de ese año había compuesto, aprovechando sus dos prudentes alejamientos de Roma11, De officiis, su «testamento político», Sobre la adivinación, Sobre la amistad, Tópicos y Sobre el destino; durante esa época tan sólo pronunció su primer discurso contra Marco Antonio, aunque redactó el segundo ya fuera de Roma, durante su estancia en Puzzuoli. Pero, tras el 20 de diciembre y la Filípica III, todos sus esfuerzos se dedicaron a la vida política, siendo las Filípicas la imagen pública de esta dedicación y las cartas, el espejo de su pensamiento privado.

Desde un punto de vista literario son cima y crisol de toda la oratoria ciceroniana —y, con ello, de la oratoria republicana—, pues recogen y se benefician de la larga experiencia su autor. Como señala P. Wuilleumier, «las Filípicas marcan el apogeo de su elocuencia en todos los géneros oratorios. Se encuentra en ellas la fogosidad del Pro Roscio Amerino, los sarcasmos de las Verrinas, la solemnidad del De Imperio Cn. Pompei, la dialéctica del De lege Agraria, el ardor patriótico de las Catilinarias, la agresividad del In Pisonem, el dramatismo del Pro Milone».

2.1. Aspectos paratextuales

Hay una serie de cuestiones externas y paratextuales que no afectan a la esencia del texto de las Filípicas, pero que las conciernen como obra literaria y que conviene abordar en primer lugar; son éstas las relativas al título, al número de discursos y a su publicación.

2.1.1. El título de Filípicas

La tradición —y, como vamos a ver, incluso el propio Cicerón— ha querido que los discursos que el orador pronunció contra Marco Antonio sean conocidos como Orationes Philipicae («Filípicas»), frente al esperable y convencional Orationes in Marcum Antonium («Discursos contra Marco Antonio») y al también usual Orationes Antonianae, cuya traducción de «Antonianas» se correspondería con otros títulos bien conocidos de Cicerón como los de Catilinarias o Verrinas. El uso de todos ellos en la Antigüedad está atestiguado y, sin embargo, ha pervivido el que no presenta relación alguna ni con el destinatario ni con el contenido. En efecto, el título de Filípicas parece haber surgido de un contexto lúdico en la correspondencia entre Cicerón y Marco Bruto: éste en una carta al orador (Cartas a Bruto II 3, 4 del 1 de abril del 43 a. C.) le notifica que ha leído las Filípicas V y X, las alaba y muestra su aprobación a que reciban tal nombre, que habría sido propuesto en broma por el propio Cicerón en una carta no conservada:

He leído dos discursos tuyos: uno, el que usaste el uno de enero; el otro, el que, en relación con mi informe, pronunciaste contra Caleno. ¡Seguro que ahora estás esperando a que te los alabe! No sé si en estos panfletos se contiene una gloria mayor de tu espíritu o de tu talento; estoy de acuerdo con que los llames Filípicas, si quieres, como tú mismo escribiste en broma en una carta12.

En contestación (Cartas a Bruto II 3, del 12 de abril), Cicerón hablando sobre su Filípica XI dice a su amigo: «te enviaré el discurso, puesto que veo que te deleitas con mis Filípicas».

Es opinión común que dicho título ha de ser relacionado con la admiración que el orador de Arpino sentía por el griego Demóstenes, y más específicamente, con los discursos que éste pronunció contra Filipo de Macedonia en defensa de la libertad de Grecia. Tiempo antes Cicerón había mostrado su interés en una carta a Ático (II 1, 3) por publicar en un corpus sus «discursos consulares» a semejanza de las Filípicas de Demóstenes:

Me ha parecido provechoso —dado que tu gran conciudadano Demóstenes alcanzó lustre en esos discursos llamados Filípicas y dado que se apartó de esta un tanto enredosa oratoria judicial para aparecer como «un hombre de mayor dignidad y más de estado»— ocuparme de que también haya discursos míos susceptibles de llamarse «consulares»13.

Y diversas obras de la Antigüedad aceptan que, si los discursos contra Marco Antonio recibieron el nombre de Filípicas fue en homenaje, recuerdo e imitación de Demóstenes: así, Apiano (IV 20) al hablar sobre la muerte de Cicerón en parecidos términos que Plutarco (cf. supra) señala explícitamente tal relación:

Lena, aunque había sido salvado por Cicerón, en cierta ocasión, de un juicio, le sacó la cabeza de la litera y se la cortó golpeándolo tres veces y serrándosela por inexperiencia. También le amputó aquella mano con la que había escrito los discursos contra Antonio, calificándolo de tirano, y que había titulado Filípicas, a imitación de Demóstenes14.

Ahora bien, frente a la común opinión de que el título deriva de la admiración del latino por el griego, M. J. Gagé15 ha sido el único en proponer que la denominación de Filípicas tenga relación con los discursos que pronunció en el Senado, en el 77 a. C., el consular Marco Filipo con motivo de la rebelión de Marco Emilio Lépido, que siendo gobernador entonces de la Galia Cisalpina marchó contra Roma con su ejército; además, Lépido contaba con el apoyo de Junio Bruto, que se hizo fuerte en Módena y fue vencido por Gneo Pompeyo, enviado por el Senado contra él. M. J. Gagé establece curiosas analogías entre esta situación y el contexto de las Filípicas: al papel de Pompeyo correspondería el de Octavio, y al de Filipo el de Cicerón; además, Lépido era en el 77 a. C. gobernador de la Galia Cisalpina y su hijo —del mismo nombre— lo era en el 44 de la Galia Narbonense y la Hispania Citerior, mientras que Marco Bruto, hijo de Junio Bruto, jugaba también un papel activo —aunque contrario al de su padre, pues el hijo servía desde los Balcanes al Senado— en los acontecimientos tratados en las Filípicas; finalmente, Módena era lugar común de las operaciones militares en uno y otro enfrentamiento. Pero tales correspondencias no parecen ser sino casualidades, pues en momento alguno hay referencia a tal relación por parte del orador ni de ningún otro documento de la Antigüedad, mientras que son diversos los testimonios —incluso del propio Cicerón— que apuntan a una vinculación entre las Filípicas de Demóstenes y las del orador romano.

2.1.2. El número de discursos

Aunque son catorce los discursos contra Marco Antonio que se han trasmitido como un conjunto, hay noticia de otros pronunciados y no publicados o bien perdidos16: así, se sabe por testimonio del propio Cicerón (Fam. 12.7.1) que en febrero del 43 a. C. compareció ante el pueblo tras haber pronunciado la Filípica XI en el Senado, como había ocurrido en el caso de la cuarta y sexta; en la no publicación de este discurso bien puedo influir, por una parte, el que no fuera bien recibido por la asamblea popular, dado que en él Cicerón apoyaba a Gayo Casio, el conocido tiranicida; y, por otra, el que la propuesta de Cicerón de conferir a Casio el mando militar de las operaciones en Oriente no hubiera recibido la aprobación del Senado.

Además, el gramático Arusiano Mesio —de finales del s. IV y primera mitad del s. V— ofrece dos pasajes pertenecientes a una decimosexta y una decimoséptima Filípicas17, que habrían circulado de forma diferente al conjunto de las catorce agrupadas —casi con toda seguridad por Ático— en el corpus conservado; esta mención supone necesariamente la existencia de una decimoquinta Filípica, e incluso P. Wuilleumier18 llega a sugerir la posibilidad de que existiera aún un último discurso —una hipotética Filípica XVIII—, dada la predilección de los antiguos por la numeración par; una propuesta altamente improbable, pues supondría una deliberada decisión por parte del orador tanto a la hora de pronunciar como de publicar sus discursos y, como bien señala J. C. Martín19, el número de los discursos pronunciados dependía de las circunstancias políticas y no de la voluntad de Cicerón.

2.1.3. Publicación

Se acepta comúnmente que las Filípicas fueron publicadas por Ático como un corpus de catorce discursos con la intención de que fueran un instrumento de propaganda a favor de Octavio; es más, también se ha apuntado a Octavio como la causa de que los discursos pronunciados contra Marco Antonio por Cicerón tras la Filípica XIV no fueran publicados, dado que en ellos el elogio de Décimo Bruto ensombrecía el papel del propio Octavio. Pero, además, tenemos constancia por muchas cartas del orador de que los discursos circularon de forma individual: así lo demuestran las palabras de Marco Bruto en su carta a Cicerón (cf. supra); e incluso se publicaron de forma autónoma, llegando a proponerse fechas concretas: por ejemplo, se considera que la segunda Filípica —cuya publicación Cicerón deseaba ardientemente (Cartas a Ático XV 13, 1; XVI 11, 1)— fue publicada tras la partida de Antonio para la Galia Cisalpina, en diciembre del 44 a. C., como elemento de apoyo y propaganda a la decidida política de ataque que el orador comienza el 20 de diciembre con la Filípica III.

2.2. Unidad y variedad de las Filípicas

De los catorce discursos que forman el corpus, once fueron pronunciados en el Senado, dos ante el pueblo —cuarto y quinto— y uno —el segundo— fue redactado para su publicación. Atendiendo a la canónica distinción establecida por la retórica antigua entre genus iudiciale, deliberatiuum y demostratiuum, todos ellos pertenecen, en principio, por su contexto de debate político al segundo de los tres tipos, es decir, al genus deliberatiuum. Pero, sin embargo, hay en las Filípicas muestras de los otros dos; así, por ejemplo, la Filípica I ofrece la estructura propia de un discurso judicial20 y es calificada por el propio Cicerón como una invectiva (Cartas a los Fam. XII 5, 4: sum in Antonium inuectus); en la II, la primera parte es un discurso de defensa propia y la segunda, una acusación contra Marco Antonio; la IV y la V pueden inscribirse en el género epideíctico, pues no tienen como fin deliberar sobre una cuestión, sino animar a la lucha por la libertad a un auditorio bien predispuesto y entregado al orador21. El mismo tono epideíctico está presente en la Filípica IX, en la que se funde la deliberación sobre los honores debidos a Servio Sulpicio, muerto mientras formaba parte de la embajada de paz enviada a Antonio, con la laudatio del difunto; e igualmente en el último discurso se encuentra un solemne elogium de los soldados caídos en combate contra Antonio. Hay, además, otros elementos cuya utilización resulta sorprendente como la aparición de una ‘diatriba estoica’ en la Filípica Undécima, en la que Cicerón presenta a Dolabela sufriendo por su crimen más de lo que pudo sufrir Trebonio con la muerte física y violenta; y en la Decimotercera Filípica introduce el orador una singular altercatio —que prácticamente constituye una rareza entre las obras de la literatura latina22— cuando lee y comenta de forma incisiva y rápida, palabra por palabra, la carta que Antonio había enviado al cónsul Hircio y a Octavio. Por otra parte, muchos de los discursos se cierran con la propuesta de un senatus consultum, un elemento plenamente pertinente y apropiado al debate senatorial, pero que resulta también un rasgo de variación, pues dado que se resume oficialmente lo defendido a lo largo de la intervención, es posible comprobar las diferencias entre el estilo formular, seco y ya fijado de los decretos y el del propio orador. Hay lugar, finalmente, en las Filípicas para la reflexión filosófica, al punto que, según Michel23, es precisamente en los pasajes en los que el orador trata sobre la verdadera gloria, sobre la inmortalidad y sobre la uirtus cuando Cicerón más se aproxima a la sobriedad de expresión y a la grandeza de su admirado Demóstenes.

Por otra parte, la variedad está presente en la estructura de los discursos24, en los exordios25 y en la propia extensión, que presenta diferencias notables; por ejemplo, la II consta de cuarenta y seis capítulos y ciento diecinueve párrafos y dobla a la XIII —la más larga del resto, con veintiún capítulos y cuarenta y nueve versículos—, una diferencia que se acrecienta en el caso de los dos discursos pronunciados ante el pueblo: seis y dieciséis los de la IV; siete y diecinueve, los de la VI. Precisamente estas dos últimas son un ejemplo, por contraste con las Filípicas III y V pronunciadas en el Senado, del diferente tono —más ligero, informativo e incluso didáctico— empleado ante la plebe26.

El contexto de las intervenciones lleva incluso a que la actitud de Cicerón hacia personas concretas varíe de un discurso a otro, en lo que son tan sólo contradicciones aparentes, que responden a la evolución de los acontecimientos. Valga un pequeño detalle como ejemplo: al final de la Filípica VII se dirige al cónsul Pansa en términos respetuosos (§ 27):

A ti en particular, Pansa, te aconsejo —aunque no necesitas de consejo, pues en ello te distingues sobremanera, sin embargo incluso los más consumados pilotos suelen ser aconsejados por los pasajeros en las grandes tempestades— que no permitas que estos enormes e importantes preparativos tuyos se reduzcan a nada,

y, sin embargo, el discurso siguiente comienza con tono de reproche (Fil. VIII 1):

Tu actuación en el día de ayer, Gayo Pansa, fue más confusa de lo que requería el programa de tu consulado. Me pareció que ofreciste poca oposición a aquellos ante los que no sueles ceder,

para volver al elogio en la Novena Filípica, pronunciada al día siguiente de la Octava, sobre el tema adyacente de la muerte de Servilio (&3):

Así pues, al igual que en otros asuntos, tú, Gayo Pansa, en éste has actuado brillantemente, porque nos has exhortado a honrar a Servio Sulpicio y has hablado mucho y muy bien en alabanza suya27.

Todas estas diferencias entre los discursos conservados son, a la vez, buena muestra de que las Filípicas representan todavía una oratoria real y útil, fruto de las circunstancias y con repercusión en la vida y en el acontecer histórico.

2.3. Estrategias retóricas28

En un curioso ejemplo de priamel en prosa Cicerón afirma su vocación de luchar con la palabra (Fil. XII 24):

Que otros defiendan los campamentos, dirijan los asuntos bélicos, odien al enemigo, pues esto es esencial; yo por mi parte, tal y como suelo decir y siempre he hecho, cuidaré junto con vosotros de la ciudad y los asuntos civiles.

Para lograr su objetivo el experimentado orador se sirve en el enfrentamiento político, como los generales en el militar, de diversas estrategias totalmente diferentes: por un lado, de la que ha sido llamada «retórica de crisis»29, caracterizada principalmente por afirmaciones catastrofistas y tremendismo; por otro, del uso del ridiculum, del humor y del ingenio; y, finalmente, del encomio y la proposición de honores.

2.3.1. La «retórica de crisis»

La principal vía por la que Cicerón intenta crear una fuerte oposición contra Antonio es a través de la «retórica de crisis»; mediante la presentación de Roma y de la República al borde de la destrucción, busca atemorizar al Senado y moverle a la acción; así en la Tercera Filípica —la primera con trascendencia política— comienza la peroratio con una exhortación a la lucha, presentando el momento como la última oportunidad de recuperar la libertad (§ 32):

¿No aprovecharéis el favor de los dioses inmortales, ya que se ha presentado la ocasión, los generales están preparados, motivados los ánimos de los soldados, de acuerdo el pueblo romano e Italia entera decidida a recuperar la libertad? No habrá otra ocasión, si perdéis ésta30.

Además, el orador describe la situación en términos que excluyen la posibilidad de cualquier postura de compromiso; así en Fil. V 6:

Se trata o de dar a Marco Antonio la posibilidad de subyugar a la República, de matar a los buenos ciudadanos, de adjudicar la ciudad y las tierras a sus bandidos, de oprimir con la esclavitud al pueblo romano, o de no permitirle hacer nada de esto.

Es posible observar en este ejemplo la utilización como método de presión del recurso más frecuentemente utilizado, el denominado por C. W. Wooten31 «método disyuntivo», que Cicerón aplica a diversos temas, siendo uno de los más recurrentes la disyuntiva de elegir entre la libertad y la esclavitud (Fil. III 29):

Puesto que la situación ha llegado al punto de tener que decidir si aquél [Marco Antonio] lavará sus culpas para con la República o si nosotros seremos sus esclavos, ¡por los dioses inmortales!, tengamos por fin, senadores, el valor y la virtud de nuestros padres para o bien recuperar la libertad propia del pueblo y nombre romanos o bien anteponer la muerte a la esclavitud 32.

A su vez, la alternativa libertad / esclavitud conlleva a la oposición guerra / paz; y así, ante la propuesta de Lucio César de declarar el «estado de alarma» antes que la «guerra», el orador ataca esta vía intermedia sin concesión alguna a una tercera posibilidad (Fil. VIII 2-4):

Algunos pensaban que la palabra «guerra» no debía aparecer en la propuesta, preferían llamarlo «estado de alarma»… entre la guerra y la paz no hay término medio, necesariamente el estado de alarma, si no es propio de la guerra, lo es de la paz; ¿puede decirse o creerse algo más absurdo que esto?

Cicerón, sobre todo, tuvo como firme objetivo que el Senado declarara a Antonio «enemigo de la patria» (hostis), intentando demostrar, de nuevo, mediante el «método disyuntivo» que o bien Antonio era un cónsul legalmente investido del mando militar (imperium) o bien un enemigo de la patria contra el cual el Senado debía declarar la guerra (Fil. III 14):

En efecto, si aquél [Marco Antonio] es cónsul, las legiones que abandonaron a un cónsul han merecido ser azotadas, César es un criminal. Bruto despreciable, pues aprestaron por su propia cuenta un ejército contra un cónsul. Pero si hemos de crear honores nuevos para los soldados por su divino e inmortal servicio, y si ni siquiera nos es posible mostrar el agradecimiento debido a sus jefes, ¿quién no considerará a Antonio como enemigo de la patria, cuando los que le persiguen espada en mano son considerados salvadores de la República?33.

Para lograr su objetivo se sirve también Cicerón, en este contexto de crisis, de afirmaciones alarmistas generadas mediante la hipérbole y el extremismo: Antonio es, por supuesto, la más sangrienta amenaza para el pueblo romano (Fil. IV 11-12):

Ningún espectáculo le parece más divertido que la sangre derramada, las carnicerías y la matanza de ciudadanos ante sus ojos. No tratáis con un hombre despiadado y abominable, sino con una bestia monstruosa y horrible34,

y, aunque otros enemigos personales del orador como Verres, Catilina y Clodio también habían sido presentados en sus discursos como amenazantes bestias para la sociedad35, el Marco Antonio de las Filípicas es la peor de todas. En efecto, incluso Catilina le resulta al orador «más tolerable» (Fil. XIII 22):

¡Oh, Espartaco! Pues ¿qué nombre mejor puedo darte a ti ante cuyos crímenes incluso Catilina nos parece tolerable?

y «más diligente» (Fil. IV 15):

Por consiguiente, ciudadanos, el pueblo romano, vencedor de todos los pueblos, lucha sólo con un asesino, con un bandido, con un Espartaco. Pues en cuanto al hecho de que suele gloriarse de ser semejante a Catilina, es igual a aquél en lo criminal, inferior en lo diligente. Aquél, aunque no tenía ningún ejército, de repente lo organizó; éste perdió el ejército que recibió.

Como puede observarse, Antonio es comparado también en estos dos últimos ejemplos con Espartaco, el jefe de la revuelta de gladiadores que tuvo lugar en el año 73 a. C.36, pero el cotejo se extiende más allá, a otros exempla históricos de mayor entidad como Tarquinio, el Soberbio; Cicerón concluye una larga comparación entre ambos diciendo (Fil. III 11):

Finalmente, Tarquinio hacía la guerra en favor del pueblo romano en el momento en que fue expulsado; Antonio guiaba un ejército contra el pueblo romano en el momento en que, abandonado por las legiones, sintió miedo del nombre de César y de su ejército;

e incluso el proverbial enemigo de Roma, Aníbal —hostis como Marco Antonio— es menos cruel que el romano37.

Además, para aumentar la alarma y la indignación de su auditorio, el orador se sirve de la enargeía o subiectio38, recurso definido por el propio Cicerón como «la explicación ilustrativa y el poner los hechos casi ante la vista»39; así presenta, por ejemplo, a los senadores la vívida descripción de la ejecución de Gayo Trebonio por Dolabela en Siria (Fil. XI 5-8):

con golpes y tormentos lo sometió a un interrogatorio… durante dos días. Después, tras haberle roto el cuello, le cortó la cabeza y mandó que, clavada en una pica, fuera paseada; el resto del cuerpo, arrastrado y destrozado, lo arrojó al mar.

mostrando a continuación que es ésta una descripción deliberadamente buscada para conmover a sus oyentes (§ 7):

Poned, pues, senadores, ante vuestros ojos aquella escena, sin duda desdichada y lamentable, pero necesaria para conmover nuestro ánimo: el asalto nocturno a la famosísima ciudad de Asia, la irrupción de hombres armados en casa de Trebonio, cuando ese desgraciado vio las espadas de los malhechores antes de saber qué pasaba; la entrada de Dolabela, enloquecido; sus sucias palabras y aquel rostro infame; las cadenas, los golpes, el potro de tormento, el verdugo y torturador Samiario.

En la Filípica XIII, una de las más duras, une este recurso con otro poco o nada usual: la congeries o cumulatio para presentar, en primer lugar, a los partidarios de Marco Antonio; después, a conocidos cesarianos y, finalmente, a los compañeros de juergas de Antonio, muchos de los cuales habían sido ya mencionados —o lo serán más adelante— con desprecio (§§ 2-4):

¿Es posible la paz con los Antonios? ¿Con Censorino, Ventidio, Trebelio, Bestia, Núcula, Munacio, Lentón, Saxa? He nombrado a unos pocos como ejemplo; vosotros mismos veis la innumerable especie y la crueldad de los restantes. Añadid aquellos desechos de los amigos de César, a los Barba Casios, los Barbacios, los Poliones; añadid a los amigos de juergas y compañeros de Antonio, Eutrapelo, Mela, Poncio, Celio, Crasicio, Tirón, Mustela, Petusio;

tras esta enumeración hace uso también de la subiectio:

Poned ante vuestros ojos sus rostros, y especialmente los de los Antonios; su porte, su aspecto, su cara, su aire, sus amigos, unos protegiendo su costado, otros precediéndolos. ¿Imagináis qué aliento a vino, qué ultrajes y amenazantes palabras habrá?

Como señala J. Hall, estas estrategias pueden parecer al lector moderno exageradas y manipuladoras; pero su utilización era común en la retórica política de Roma; la guerra civil era una decisión difícil de tomar y la demonización de Antonio por parte de Cicerón era crucial para su estrategia de persuasión ante un Senado reticente y recalcitrante. Y dado que, desde el punto de vista de Cicerón, Antonio era el último en la sucesión de públicas amenazas que incluían a Catilina en los años 60 y a Clodio en los años 50, no es sorprendente encontrarle otra vez sirviéndose de las técnicas retóricas que utilizó con éxito en ocasiones anteriores40. La principal diferencia se encuentra en el vigor e intensidad con las que el orador mantiene la «retórica de la crisis» a través de las Filípicas como un conjunto, empleándola con mayor frecuencia que en ninguna otra ocasión.

2.3.2. El uso del «ridiculum»

Con la «retórica de crisis» Cicerón presenta a Antonio como un ser violento y peligroso para la República contra el que hay que luchar, sirviéndose de procedimientos utilizados ya contra Verres, Catilina o Clodio; sin embargo, con el uso del ridiculum41 intenta dañar el prestigio personal de su adversario, de forma semejante a como lo había hecho contra Pisón en el año 55 a. C. Los ejemplos más eximios y numerosos aparecen en la Filípica II, escrita cuando todavía el objetivo del orador es más la invectiva contra un inimicus que la lucha contra un hostis. Su meta principal es presentar a Antonio no tanto como un hombre peligroso sino como un ser que no merece respeto ni admiración, y lo consigue realizando de él una caricatura cómica. Así, en la Filípica II comienza su ataque recordando la juventud de Antonio y presentándolo como una vulgar meretrix42 (§§ 44-45):

Tomaste la toga viril y al punto la convertiste en toga mujeril. Fuiste, en primer lugar, una vulgar prostituta; el precio de tu vergonzoso servicio era fijo, y, por cierto, no pequeño. Pero pronto apareció Curión, quien te apartó del oficio de meretriz y, como si te hubiera dado traje de matrona, te colocó en un matrimonio estable y seguro. Nunca ningún esclavo comprado para dar placer estuvo tan sometido a su dueño como tú a Curión. ¿Cuántas veces su padre te echó de su casa, cuántas puso guardas para que no atravesaras el umbral, mientras que tú, sin embargo, con la noche como aliada, animándote el deseo, moviéndote la recompensa, te dejabas bajar por el tejado?

Critica también su comportamiento militar43, especialmente por mezclar la milicia con sus amoríos con Volumnia Citéride, la actriz de mimo, amada —entre otros— por el poeta Cornelio Galo bajo el nombre de Licóride (§§ 61-62):

Llegaste a Brindis, más bien al regazo y al abrazo de tu querida comedianta. ¿Qué? ¿Miento acaso? ¡Qué desgracia es no poder negar lo que es tan vergonzoso reconocer! Si no sentías vergüenza por los ciudadanos de los municipios, ¿tampoco por el ejército de veteranos? ¿Qué soldado hubo que no viera a aquélla en Brindis? ¿Quién que no supiera que ella había viajado durante tantos días para felicitarte? ¿Quién que no lamentara darse cuenta tan tarde de a qué hombre tan desvergonzado había seguido? De nuevo, una gira por Italia con la misma comedianta como compañera; en los municipios, una cruel y lamentable estancia de los soldados; en Roma, un horrible saqueo de oro, plata y, sobre todo, de vino.

Precisamente con Citéride, o mejor con la ruptura de relaciones con ella, tiene que ver uno de las escenas recreadas por Cicerón cual si de una representación de mimo se tratara: Antonio disfrazado como un humilde mensajero intenta entregar una carta a su mujer, de la cual estaba separado44 (§ 77):

Habiendo llegado en tomo a la hora décima a Peñas Rojas, se metió en una tabernucha y escondiéndose allí estuvo bebiendo hasta el anochecer. Después llevado rápidamente a la ciudad en un carro ligero, llegó a su casa con la cabeza cubierta. El portero: «¿Quién eres?» —«Un correo de Marco». Al punto es conducido ante aquella por cuya causa había venido y le entregó una carta. Como ella la leyera llorando —pues había sido escrita con amor; por otra parte, lo principal de la carta era que él no tendría en adelante nada que ver con la actriz de mimo, que él había renunciado a todo amor por aquélla y se lo había dado a ésta—, y como la mujer llorara cada vez más, este hombre compasivo no pudo soportarlo, descubrió su cabeza, se echó a su cuello.

A la caricaturesca degradación moral de la figura de Antonio contribuye también la repetida presentación de su desmedida afición a la bebida45, que probablemente alcanza el grado máximo cuando Cicerón convierte una borrachera de Antonio en una repugnante escena mediante la hipérbole46(Fil. II 63):

en una asamblea del pueblo romano, en el ejercicio de las funciones públicas, éste en calidad de general en jefe de la caballería… vomitando llenó su ropa y todo el estrado con restos de comida que apestaban a vino.

Es evidente que con las imágenes ofrecidas de Marco Antonio —junto con otros motivos como su afición al juego, su capacidad para hacerse con herencias ajenas, el despilfarro de sus bienes47— el orador hábilmente despoja, tal y como señala J. Hall48, al cónsul del año 44 a. C. de todo porte y toda dignidad.

A su vez, Cicerón pinta a Antonio como un inepto, al que es fácil combatir con la palabra, y más con la palabra burlona; contestándole, por ejemplo, a la acusación de que Cicerón utilizó inconstitucionalmente la fuerza durante la conspiración de Catilina, el orador afirma (§ 19):

Tú dices esto con tanta desvergüenza no por atrevimiento, sino porque no te das cuenta de tan grandes contradicciones. En efecto, no te enteras de nada: pues ¿qué hay más demencial que, luego de tomar tú las armas para destruir la República, critiques a otro que las cogió para salvarla?

Este tipo de ridiculización sirve para mostrar la imposibilidad de Antonio para gobernar Roma; pero cuando Marco Antonio partió hacia Módena para enfrentarse a Décimo Bruto, es decir, a partir de la Filípica III, Cicerón abandonó el tono de burla para presentarlo como una figura violenta y peligrosa.

No obstante, el recurso al ridiculum volverá a hacer su aparición en otra ocasión crítica, cuando en marzo del año 43 Antonio escribió una carta a Hircio y a Octavio, intentando convencerles de que apoyaran su causa; no hay que olvidar que, aunque los dos estaban en armas contra él junto con Décimo Bruto, el cónsul Hircio era un antiguo cesariano y Octavio, el heredero del dictador. Cicerón comprendió el enorme peligro que tal carta suponía para los intereses republicanos y para los cesaricidas, y la leyó en el Senado en su Filípica XIII haciendo uso de la dicacitas, del humor breve y punzante49 que resulta una incisiva y aguda forma de burla; así, mediante el comentario y la respuesta, palabra por palabra, a la carta de Antonio el orador desacredita a su adversario. La lectura de las palabras de Antonio y las réplicas de Cicerón constituye, como decíamos más arriba, una singular forma de altercatio50.

Pero hay, además, otros procedimientos del ridiculum que están presentes a lo largo de prácticamente todos los discursos, con la excepción de la Filípica dedicada a la muerte de Servio Sulpicio: son sobre todo el sarcasmo y la ironía. Utiliza Cicerón el sarcasmo casi sistemáticamente para referirse con desprecio a todos los socios de Marco Antonio, a su cortejo de «bandidos y malhechores», empezando por los otros dos Antonios, Gayo y Lucio. La descripción suele ir agrupada, creando pasajes memorables, como en la Filípica VI, cuando alude a Lucio Antonio, Trebelio y Munacio Planco, introduciendo un elemento no presente en el discurso que acababa de pronunciar ante el Senado; y el propio orador reconoce su estrategia (§ 15):

Pero basta ya de tonterías; volvamos al asunto de la guerra, aunque no ha sido inoportuno que algunas personas fueran recordadas por vosotros, para que pudierais meditar en silencio contra quiénes se hacía la guerra.

En la Filípica XI (§§ 10-14) utiliza la misma táctica, esta vez de forma más sorprendente, pues la presentación de los aliados de Antonio contrasta con la patética descripción del asesinato de Trebonio (presentada supra), con lo que queda realzada; finalmente, en la Filípica XIII hace una larga descripción del «Senado» de Antonio, llena de anécdotas concretas, todas risibles y censurables.

Además, Cicerón hace uso frecuente de la ironía51, que aparece en el discurso —según señala el propio orador— cuando se dice algo distinto a lo que se siente52; uno de los ejemplos más insignes es su utilización para ridiculizar a Fufio Caleno por la defensa que hizo de Clodio, el gran enemigo del orador, en el proceso contra éste en el 61 a. C. (Fil. VIII 16):

Sólo hay un hombre, Quinto Fufio, sobre el que reconozco que tú tuviste más vista que yo: yo consideraba a Publio Clodio un ciudadado pernicioso, criminal, libidinoso, impío, audaz, facineroso; tú, por el contrario, virtuoso, moderado, inocente, comedido, un ciudadano respetable y modélico. ¡Tan sólo sobre éste admito que tú tuviste muchísima más vista, que yo me equivoqué por completo!

Por lo general, los comentarios irónicos se realizan insertando el inciso «creo», con lo que la afirmación queda enfatizada; así, en la Filípica I, al referirse al enfado de Marco Antonio porque el orador no había asistido a la sesión del día anterior, en la que se trataba de aprobar las acciones de gracias en honor de César, exclama (Fil. I 11):

¿O es que se trataba de un tema tal que convenía incluso traer a los enfermos? Aníbal —creo— estaba ante las puertas o se trataba sobre la paz de Pirro.

Aunque en ocasiones basta un adjetivo para que la ironía funcione; así ocurre cuando califica a Fulvia, la esposa de Marco Antonio como una «mujer buena» (Fil. III 16), o al propio Antonio de «hombre sabio —y no sólo elocuente—» (Fil. II 11) y de «buen augur» (Fil. II 80). Suele también servirse de la ironía para cerrar un razonamiento en el que presenta una conclusión absurda, que demuestra a su vez el absurdo de la opinión que quiere rebatir; así, en Fil. VIII 5:

Pero, ¿a qué más? Décimo Bruto es atacado: no se trata de una guerra. Módena es asediada: tampoco entonces se trata de una guerra. La Galia es devastada: ¿puede haber una paz más segura? Realmente, ¿quién puede hablar de «guerra», porque hemos enviado a un cónsul valerosísimo con un ejército?

Es de señalar, finalmente, que en cuatro discursos está ausente este procedimiento: en la Filípica IV, en la que diríase que Cicerón no quiere confundir a la plebe con comentarios que podrían no ser bien interpretados53; en la Filípica VII, que es precisamente la más programática y teórica, pues no hubo un acontecimiento concreto que la motivara; en la Novena, la dedicada a la muerte de Servio Sulpicio; y en la última, en la que fundamentalmente realiza un elogio a los caídos en el enfrentamiento con Antonio.

2.3.3. El encomio y la proposición de honores

Una última estrategia de carácter totalmente diferente se encierra en los discursos contra Marco Antonio: frente al alarmismo y a la uituperatio contra Antonio, el «antihéroe», el triunfalismo y la laudatio de los «héroes». En Sobre el orador, al tratar Cicerón sobre la laudatio, se refiere de forma específica a un tipo de laudationes: «nuestros encomios, los que pronunciamos en el foro, o tienen la brevedad desnuda y sin adornos de un testimonio incidental, o se escriben para quienes asisten a unas honras fúnebres»54. Como bien precisa J. J. Iso en el comentario a este pasaje55, «parece que no se trata tanto de un género oratorio —al contrario de la laus funebris que se cita a continuación— como de breves encomios de personajes que se introducían en el discurso como un elemento más del mismo».

Son precisamente estos «breves encomios» los que Cicerón utiliza para conseguir sus objetivos a partir de la Tercera Filípica, cuando Octavio ya había aprestado por iniciativa propia un ejército contra Antonio y Décimo Bruto estaba dispuesto a no ceder a Antonio el gobierno de la Galia, dos situaciones —en principio— ilegales. Para lograr el apoyo y la aprobación del Senado a estas actuaciones Cicerón recurre con celeridad a la alabanza del joven César (Fil. III 3):

Gayo César, un adolescente —mejor casi un niño— con una increíble y en cierto modo divina inteligencia y valor, como la locura de Antonio estuviera en pleno ardor y se temiera su cruel y fatal regreso desde Brindis, ha aprestado un valerosísimo ejército de entre el invicto cuerpo de los veteranos, sin pedirlo ni pensarlo nosotros y sin ni siquiera desearlo —ya que parecía imposible—, y ha dilapidado su patrimonio; aunque no he utilizado la palabra que debía, pues no lo dilapidó, sino que lo invirtió en la salvación de la República. Y aunque no es posible mostrarle tanto agradecimiento como se le debe, sin embargo debemos guardarle todo el que en mayor grado quepa en nuestro corazón,

y, al igual que la uituperatio contra Antonio se hacía extensible a sus socios y aliados, ahora la alabanza se dirige también a las legiones de veteranos de César que habían desertado de las filas del todavía cónsul Antonio para militar con Octavio (Fil. III 6-7):

no se puede guardar silencio sobre la legión Marcia. En efecto, ¿quién fue de forma particular más valiente, quién alguna vez más amigo de la República que la legión Marcia en conjunto? … Imitando el valor de esta legión, la legión Cuarta, al mando del cuestor L. Egnatuleyo, excelente y valerosísimo ciudadano, se ha pasado totalmente a la autoridad y al ejército de Gayo César.

Junto a Octavio, cuya naciente carrera necesitaba del mayor apoyo, reciben también elogios y reconocimiento protagonistas ya veteranos como Décimo Bruto, Gayo Casio, Lucio Egnatuleyo, e incluso, aunque en un segundo plano, Marco Lépido y Sexto Pompeyo, el hijo de Pompeyo, con quien Lépido por fin había firmado la paz en nombre del Senado.

Este recurso tiene, en el contexto del debate senatorial, su plasmación práctica en la propuesta de decretos honoríficos en el caso de las Filípicas IV, V, VIII, IX, X y XIV. Pero junto a la finalidad de conseguir el apoyo oficial para la lucha armada contra Antonio, el elogio cumple otras funciones. En primer lugar, con los pronunciamientos oficiales de alabanza se minaba la autoridad de Marco Antonio y la fuerza de su causa; pero, además, Cicerón estaba convencido de que con ello se lograba implicar más a quienes recibían los honores en la defensa de la República (Fil. V 49):

el que ha conocido la verdadera gloria, el que se ha sentido considerado por el Senado, por el orden ecuestre y por el pueblo romano como un ciudadano valorado y útil para la República, piensa que nada hay comparable a esta gloria.

De hecho, era ésta una estrategia deliberadamente buscada, tal y como le reconoce a Bruto, al referirse a los honores que se le otorgaron a Lépido (Cartas a Bruto I 15):

Intentamos apartarlo de su locura con este honor: la demencia del más inconstante de los hombres venció nuestra prudencia56.

Y, como con razón puntualiza J. Hall57, estas manifestaciones del orador no deben considerarse oportunistas, sino fruto de una profunda convicción, pues en la Filípica II (§ 31-33) es a Marco Antonio al que elogia por su actuación desde la muerte de César hasta las calendas de junio, haciendo allí también un llamamiento a la gloria.

Pero hay además, en cierta manera, laudationes funebres insertas en los discursos; tal es el caso del elogio hecho a la muerte de Servilio que se va desarrollando a lo largo de la Filípica IX, aunque hay aquí también cierta utilización de la alabanza y propuesta de honores para dañar la imagen de Antonio (§ 15):

Además que se señale la criminal audacia de Marco Antonio al llevar a cabo una guerra abominable, pues, concedidos estos honores a Servio Sulpicio, quedará un testimonio eterno de que la embajada fue rechazada y expulsada por Antonio.

Finalmente, en el último discurso conservado hay un bello elogio a los caídos en la batalla de Forum Gallorum, en especial a los soldados de la legión Marcia (Fil. XIV 32):

Os considero, en verdad, nacidos para la patria, a vosotros cuyo nombre deriva de Marte, de modo que el mismo dios parece haber engendrado esta ciudad para bien de los pueblos, a vosotros para bien de esta ciudad. Morir huyendo es vergonzoso; venciendo, glorioso. En efecto, el propio dios suele tomar de la batalla a los más valientes como prenda. Así pues, aquellos impíos a los que disteis muerte sufrirán también el castigo de su traición en las regiones inferiores; en cambio, vosotros que exhalasteis el último aliento venciendo, habéis alcanzado la morada y la región de los justos. Una vida breve nos ha sido concedida por la naturaleza; pero es sempiterno el recuerdo de una vida que ha cumplido correctamente su cometido. Y si el recuerdo no fuera más duradero que esta vida, ¿quién habría tan loco como para esforzarse por alcanzar en medio de los mayores sufrimientos y peligros el más alto reconocimiento y gloria? Así pues, hermoso ha sido vuestro destino, soldados valerosísimos mientras vivisteis y ahora, en verdad, incluso muy venerables, pues vuestro valor no podrá ser sepultado ni por el olvido de los que ahora viven ni por el silencio de la posteridad.

Es éste el último elogio y son prácticamente las últimas palabras de Cicerón; frente a las estrategias hasta ahora señaladas, el orador no buscaba aquí tanto el enfrentamiento con Antonio, como el merecido reconocimiento a quienes dieron su vida por una República que, pese a todo, la palabra del mayor orador no logró salvar.

2.4. Lengua y estilo

La lengua y el estilo de Cicerón han sido frecuente y merecido objeto de estudio58, pues no en vano su latín es considerado paradigma y máximo representante de la norma clásica y sus discursos, modelo de oratoria. Además, dentro de esta plenitud, las Filípicas pueden —y suelen— ser consideradas la cima de su arte, y especialmente la Segunda es comúnmente calificada como obra maestra. Junto con las grandes estrategias retóricas recién señaladas que Cicerón pone al servicio de la causa, el orador aplica también toda su experiencia a la expresión de sus ideas en una lengua con diferentes registros y con una cuidada selección de figuras estilísticas. En este sentido, también la lengua y el estilo de las Filípicas hacen gala de la variedad a la que nos hemos referido en el apartado 2.2. de esta Introducción; valgan las palabras de P. Wuilleumier59 para resumir tal variedad: «[las Filípicas] impresionan por la pureza de su vocabulario, la precisión de sus términos, la variedad de las figuras, la solidez de las expresiones, el vigor de las frases, la vivacidad de las preguntas y de los diálogos ficticios, la abundancia de paréntesis, la rapidez del ritmo, el eco de sus cláusulas, que traducen la pasión del hombre y el ardor de la lucha», cualidades todas que, necesariamente, ofrece un texto latino que, en este volumen, queda velado tras la traducción. Por ello, más allá de enumerar ejemplos de detalle sobre el empleo de términos y figuras60, vamos a prestar atención tan sólo a un aspecto más general como es el de la evolución del estilo de las Filípicas frente a otras obras de Cicerón, una evolución que se concreta especialmente en la conformación del período, un elemento que, por otra parte, es más fácil apreciar —aún dentro de los inevitables cambios— en una traducción.

Tal y como señala W. R. Johnson61, en estos discursos las largas y elaboradas estructuras de las oraciones son, frente a otras ocasiones, la excepción: en efecto, de acuerdo con las estadísticas que W. R. Johnson ofrece, la oración media en las Filípicas consta de 18,7 palabras, un número considerablemente menor que el de los primeros discursos de Cicerón, de entre 22 y 26 palabras. Y, aunque como indica J. Hall62, existen ciertos problemas metodológicos en este análisis, ya que en él tan sólo se tienen en cuenta las primeras treinta oraciones de cada discurso, la conclusión, sin embargo, parece cierta. En principio, la adecuación al contexto y a la finalidad de los discursos pudo influir en esta evolución hacia la brevedad del período: por una parte, las intervenciones en un debate senatorial en el que se dirimían cuestiones de urgencia como muchas de las tratadas en las Filípicas requerían más bien de un estilo breve y directo; por otra, el propio Cicerón pretende persuadir al auditorio de la necesidad y premura en la toma de decisiones, y, en cierta manera, «contagia» esa urgencia con una rápida sucesión de frases en las que la utilización del asíndeton y yuxtaposición se convierte en un recurso frecuente; además, la frase suele presentarse entrecortada con abundancia de exclamaciones, incisos y, sobre todo, de preguntas retóricas. También es posible comprobar con cifras el mayor desarrollo de este último procedimiento: en la Filípica III Cicerón hace uso de las interrogativas retóricas en veintidós de los treinta y seis pasajes en que ha sido dividido el discurso, y en la Filípica VII, en dieciocho de veintisiete; sin embargo, en la Catilinaria III las utiliza sólo en tres de las veintinueve secciones, y en la IV en siete de veinticuatro63. Y si la brevedad del periodo parece conveniente para una «retórica de crisis», es un elemento imprescindible cuando se quiere hacer uso del ridiculum, que necesita de la rápida agudeza, de la réplica inmediata, de la ingeniosa brevedad para no perder su fuerza. Hay, pues, adecuación entre los contenidos y su expresión, una sabia utilización del periodo para la estrategia a seguir, siendo la brevedad el rasgo distintivo, aunque, frente a ella y cuando es necesario, emplea Cicerón las amplias estructuras sintácticas que tanto le caracterizan, dotando de solemnidad a los elogios y de precisión a los razonamientos.

Fuerza, energía, vigor son las características comúnmente reconocidas y que más convienen al estilo de las Filípicas; pero la concisión y la brevedad caracterizaban al estilo «ático» puro, y se ha querido ver también una deliberada evolución del estilo del orador hacia el llamado «aticismo» al final de su vida64; de hecho, en una carta a Ático (XV la, 2), escrita el 18 de mayo del 44 a. C., comentando —y criticando— el discurso que Décimo Bruto pronunció ante el pueblo tras la muerte de César, le dice:

si recuerdas los rayos ‘de Demóstenes’, entenderás que es posible hablar ‘totalmente ático’ y a la vez con la mayor fuerza.

Al pronunciar, meses después, las Filípicas, Cicerón haría realidad, emulando a su admirado Demóstenes, estas palabras.

3. LAS FILÍPICAS EN LA POSTERIDAD65