Sobre la adivinación. Sobre el destino. Timeo - Cicerón - E-Book

Sobre la adivinación. Sobre el destino. Timeo E-Book

Cicéron

0,0

Beschreibung

Tres tratados (uno de ellos, adaptación del diálogo platónico homónimo) sobre la capacidad de entrever acontecimientos futuros, en los que Cicerón se muestra muy racionalista y escéptico. Componen este volumen tres obras cuyo tema es la capacidad de los hombres para conocer lo que les depara la suerte o (caso de existir) el destino. El diálogo Sobre la adivinación, publicado en el 44 a.C., trata de las doctrinas estoicas acerca del destino y la posibilidad de predecirlo. El diálogo, mantenido en la villa que Cicerón poseía en Túsculo, tiene como interlocutores a su hermano Quinto y a él mismo (Marco). El primero, que se muestra muy familiarizado con las concepciones estoicas, sostiene la validez de algunas formas de adivinación, y opina que por prudencia debe mantenerse la adivinación de asuntos de estado. Marco replica que el futuro puede obedecer al azar (en cuyo caso no puede conocerse de antemano) o está predeterminado (y entonces de nada sirve conocerlo, puesto que no se puede modificar). De divinatione trata de combatir un creciente interés por la profecía religiosa y termina con un elocuente ataque a la superstición, que se describe como "extendiéndose por todo el mundo, oprimiendo la mente de casi todos y aprovechándose de la debilidad humana". En este tratado, pues, la religión no está más libre que cualquier otro asunto de la práctica académica de oír a todas las partes, y se llega a demoler las supersticiones que habían recibido un trato respetuoso en Las leyes. Sobre el destino, del año 44 a.C., conservado sólo en parte, analiza si las acciones humanas están predeterminadas o no, y se opone al fatalismo estoico con varios argumentos que indican una prolongada reflexión sobre la materia. Completa este volumen la parte conservada de la adaptación que Cicerón hizo del Timeo platónico, en el que el filósofo pitagórico que da nombre al diálogo trata de la creación del universo por un dios creador o demiurgo bueno.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 660

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 271

Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISO Y JOSÉ LUIS MORALEJO .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por ANTONIO MORENO HERNÁNDEZ .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 1999.www.editorialgredos.com

REF. GEBO358

ISBN 9788424932879.

NOTA INTRODUCTORIA

Como ya indicábamos en la introducción general a estos tratados, contenida en el volumen dedicado al De natura deorum («Sobre la naturaleza de los dioses»), Cicerón concibió sus escritos De natura deorum, De divinatione y De fato como una especie de trilogía (cf. Div. II 3, así como Nat. III 19; Div. I 8; Fat. 1) 1 . Los temas que aparecen en ellos se consideraban íntimamente ligados entre sí: la existencia de la adivinación dependía, en última instancia, de que pudiera demostrarse la existencia de una divinidad de carácter providente (que era la que sancionaba, en principio, la práctica de tal adivinación; cf. Div. I 9-10), mientras que el concepto de destino dependía asimismo en gran medida—sobre todo en el pensamiento estoico—de aquel que se tuviera de divinidad, al tiempo que sustentaba, desde un punto de vista teórico, la creencia en la adivinación (Div. II 19). Es natural, por tanto, que abunden las referencias cruzadas entre estas obras, las cuales, pese a la gran diferencia de concepción literaria que se observa entre ellas, habrían de leerse, en realidad, como un todo unitario.

BIBLIOGRAFÍA

La bibliografía que puede consultarse para la lectura de estos tratados es, prácticamente, la misma que recomendábamos en el volumen 269 de la B. C. G. (Sobre la naturaleza de los dioses)1 . La de carácter más particular se cita en la breve introducción que precede a cada tratado y en las correspondientes notas a pie de página; al final de algunas entradas se indica, entre corchetes, la abreviatura mediante la que hemos aludido a ellas.

Ediciones y comentarios (selección)

H. VON ARNIM , M. ADLER , Stoicorum veterum fragmenta , I-IV, Stuttgart, 1978-1979 [1903-1924] [SVF ].

W. Ax, M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 45: De natura deorum; post O. Plasberg edidit...; editio stereotypa editionis secundae (MCMXXXIII) , Stuttgart, 1980 [1933].

J. BLÄNSDORF , Fragmenta poetarum Latinorum epicorum et lyricorum praeter Ennium et Lucilium post W. Morel novis curisadhibitis edidit Carolus Buechner. Editionem tertiam auctamcuravit... , Stuttgart - Leipzig, 1995 [Bl.]

B. CARDAUNS , M. Terentius Varro. Antiquitates rerum divinarum , I (Die Fragmente) - II (Kommentar ), Maguncia - Wiesbaden, 1976.

E. COURTNEY , The fragmentary Latin poets edited with commentary by... , Oxford, 1993.

J. DANGEL , Accius. Œuvres (fragments) , París, 1995 [D].

H. DIELS , W. KRANZ , Die Fragmente der Vorsokratiker , I-III, 6.a ed., Dublín - Zúrich, 1972-1973 [1951-19526 ] [DK].

L. EDELSTEIN , I. G. KIDD , Posidonius, I: the fragments , 2.a ed., Cambridge, 1989 [1972] (con comentario de I. G. KIDD , Posidonius, II: the commentary , I-II, Cambridge, 1988).

W. GERLACH , K. BAYER , M. Tullius Cicero. Vom Wesen der Götter , Múnich - Zúrich, 3.a ed., 1990 [1978].

O. GIGON , Aristotelis opera, III: Librorum deperditorum fragmenta collegit... , Berlín - Nueva York, 1987.

R. GIOMINI , M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 46: De divinatione, De fato, Timaeus; edidit... , Leipzig, 1975.

H. D. JOCELYN , The tragedies of Ennius. The fragments edited with an introduction and commentary by... , Cambridge, 1969 [1967] [J].

A. S. PEASE , M. Tulli Ciceronis de divinatione libri duo , Darmstadt, 1963 [= University of Illinois Studies in Language and Literature 6, 1920, págs. 161-500, y 8, 1923, págs. 153-474] [Div .], M. Tulli Ciceronis de natura deorum , I-II, Cambridge (Mass.), 1955-1958 [Nat .]

F. PINI , Marco Tullio Cicerone. Il Timeo , Florencia, 1968.

O. RIBBECK , Scaenicae Romanorum poesis fragmenta, I: Tragicorum Romanorum fragmenta , 2.a ed., Hildesheim, 1962 [Leipzig, 1871] [TRF ].

W. D. Ross, Aristotelis fragmenta selecta recognovit brevique adnotatione instruxit... , Oxford, 1979 [1955].

CHR . SCHÄUBLIN , M. Tullius Cicero. Über die Wahrsagung , Múnich-Zúrich, 1991.

R. W. SHARPLES , Cicero: On fate, and Boethius: The consolation of philosophy IV 5-7, V , Warminster, 1991.

O. SKUTSCH , The Annals of Q. Ennius, edited with introduction and commentary by... , reimpr. correg., Oxford, 1998 [1985] [Sk.]

J. SOUBIRAN , Cicéron. Aratea. Fragments poétiques , París, 1972 [Soub.]

S. TIMPANARO , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Milán, 1988.

A. TRAGLIA , Marco Tullio Cicerone. I frammenti poetici , 3a ed., Florencia, 1971 [19621 ].

E. H. WARMINGTON , Remains of old Latin, I: Ennius and Caecilius , Cambridge (Mass.) - Londres, 1967 [1956, 1935], Remains..., II: Livius Andronicus, Naevius, Pacuvius and Accius , Cambridge (Mass.) - Londres, 1957 [1936] [W].

Bibliografía general (selección)

P. BOYANCÉ , Études sur l’humanisme cicéronien , Bruselas, 1970 [Études ].

K. BRINGMANN , Untersuchungen zum späten Cicero , Gotinga, 1971.

G. CAMBIANO , « I testi filosofici», en G. CAVALLO - P. FEDELI - A. GIARDINA (dirs.), Lo spazio letterario di Roma antica, I: La produzione del testo , Roma, 1989, págs. 241-276.

M. L. COLISH , The Stoic tradition from antiquity to the early middle ages, I: Stoicism in classical Latin literature , 2.a ed., Leiden - Nueva York - Copenhague - Colonia, 1990 [1985].

A. ERNOUT , A. MEILLET , Dictionnaire étymologique de la langue latine. Histoire des mots , 4.a ed., correg. y aum. por J. ANDRÉ , París, 1985 [19594 ,19321 ].

W. W. FORTENBAUGH , P. STEINMETZ (eds.), Cicero’s knowledge of the Peripatos , New Brunswick - Londres, 1989.

O. GIGON , «Cicero und die griechische Philosophie», ANRW I 4 (1973), 226-261.

R. GOULET (dir.), Dictionnaire des philosophes antiques, I: Abam-(m)on à Axiothéa , pref. P. HADOT , París, 1989, Dictionnaire..., II: Babélyca d’Argos à Dyscolius , París, 1994.

M. GRIFFIN , J. BARNES (eds.), Philosophia togata. Essays on philosophy and Roman society , Oxford, 1989, Philosophia togata, II: Plato and Aristotle at Rome , Oxford, 1997.

P. GRIMAL(et al.), La langue latine, langue de la philosophie. Actes du colloque organisé par I'École Française de Rome avec le concours de l ‘Université de Rome «La Sapienza» (Rome, 17-19 mai 1990) , Roma, 1992.

F. GUILLAUMONT , Philosophe et augure. Recherches sur la théorie cicéronienne de la divination , Bruselas, 1984.

S. HORNBLOWER , A. SPAWFORTH (eds.), The Oxford Classical Dictionary , 3.a ed., Oxford - Nueva York, 1996 [19702 , 1949].

N. LAMBARDI , Il Timaeus ciceroniano. Arte e tecnica del vertere, Florencia, 1982.

K. LATTE , Römische Religionsgeschichte , 2.a ed., Múnich, 1967 [1960].

Y. LEHMANN , Varron théologien et philosophe romain , Bruselas, 1997.

H. MERGUET , Lexikon zu den philosophischen Schriften Cicero’s mit Angabe sämtlicher Stellen , I-III, Hildesheim - Nueva York, 1971 [Jena, 1887-1894].

A. MICHEL , «Cicéron et la langue philosophique: problèmes d’éthique et d’esthétique», en P. GRIMAL(et al.) , págs. 77-89 [«Cicéron et la langue philosophique»], «Rhétorique et philosophie dans les traités de Cicéron», ANRW I 3 (1973), 139-208 [«Traités»].

S. MONTERO , Diccionario de adivinos, magos y astrólogos de la Antigüedad , Madrid, 1997.

J. G. F. POWELL (ed.), Cicero the philosopher. Twelve papers , Oxford, 1995, «Cicero’s translations from Greek», en J. G. F. POWELL (ed.), págs. 273-300 [«Translations»].

L. D. REYNOLDS (ed.), Texts and transmission. A survey of the Latin classics , Oxford, 1986 [1983].

M. RUCH , Le préambule dans les œuvres philosophiques de Cicéron. Essai sur la genèse et l’art du dialogue , París, 1958.

M. SCHANZ , C. HOSIUS , Geschichte der römischen Literatur bis zum Gesetzgebungswerk des Kaisers Justinian, I: Die römische Literatur in der Zeit der Republik , 4.a ed., Múnich, 1966 [19274 ].

D. R. SHACKLETON BAILEY , Onomasticon to Cicero’s treatises , Stuttgart - Leipzig, 1996.

P. STEINMETZ , «Planung und Planänderung der philosophischen Schriften Ciceros», en P. STEINMETZ (ed.), Beiträge zur hellenistischen Literatur und ihrer Rezeption in Rom , Stuttgart, 1990, págs. 141-153.

A. TRAINA , Vortit barbare. Le traduzione poetiche da Livio Andronico a Cicerone , Roma, 1970 [Vortit barbare].

1 La traducción ciceroniana del Timeo de Platón (27d-47b) puede considerarse, propiamente, como un ejercicio de carácter propedéutico para la elaboración de dichos tratados.

1 Los datos más importantes referentes a la vida y la obra de Cicerón (106-43 a. C.) pueden consultarse en la «Introducción general» de M. Rodríguez-Pantoja en J. M.a REQUEJO , M. Tulio Cicerón. Discursos, I: Verrinas (Discurso contra Q. Cecilio, Primera sesión, Segunda sesión [Discursos I y II ]), Madrid, B. C. G. 139, 1990, págs. 7-156, esp. 111-119; sobre la producción filosófica ciceroniana, cf. A. MICHEL , «Cicéron et les grands courants de la philosophie antique: problèmes généraux (1960-1970)», Lustrum 16 (1971-1972), 81-103; V.-J. HERRERO , M. Tulio Cicerón. Del supremo bien y del supremo mal, Madrid, B. C. G. 101, 1987, págs. 7-43; J. G. F. POWELL , «Cicero’s philosophical works and their background», en J. G. F. POWELL (ed.), Cicero the philosopher. Twelve papers, Oxford, 1995, págs. 1-35, y, con información de carácter más detallado, M. SCHANZ - C. HOSIUS , Geschichte der römischen Literatur bis zum Gesetzgebungswerk des Kaisers Justinian, I: Die römische Literatur in der Zeit der Republik, 4.a ed., Múnich, 1966 [19274 ], págs. 489-530; R. PHILIPPSON , «Die philosophischen Schriften», en Realencyclopädie der klassischen Altertumswissenschaft VII A1 [1939], s. v . «Tullius», cols. 1104-1192, G. GAWLICK , W. GÖRIER , «Cicero», en H. FLASHAR (ed.), Die Philosophie der Antike, IV: Die hellenistische Philosophie, II, Basilea, 1994, págs. 991-1168; M. DUCOS(et al.), «Cicero», en R. GOULET (dir.), Dictionnaire des philosophes antiques, II: Babélyca d’Argos à Dyscolius, París, 1994, C 123, págs. 365-395.

SOBRE LA ADIVINACIÓN

INTRODUCCIÓN

1. Datación

Según un pionero estudio de R. Durand, el tratado De divinatione se concluyó después de la muerte de César (cf. I 119; II 99) 1 si bien Cicerón debió de escribir la mayor parte del mismo entre el mes de enero, aproximadamente, y los idus de marzo del año 44. Esta tesis fue cuestionada en parte por W. A. Falconer, y, más recientemente, por S. Timpanaro, quienes consideran posible que la obra todavía se estuviese redactando al producirse el asesinato del dictador 2 . El libro segundo del tratado ofrece un extenso proemio—que hace, en realidad, funciones de epílogo—, insertado, seguramente, poco después de la muerte de César, como sugiere la voluntad que expresa el autor de regresar a la escena política (II 6-7), a la vista de la nueva situación creada. Pese a los descuidos de carácter literario que también ofrece este tratado ciceroniano, no parece que haya que pensar en una publicación póstuma 3 . El título de la obra es traducción del Peri mantikês habitual en la literatura griega sobre el tema (Crisipo, Posidonio, etc.; cf. I 6).

2. Estructura, contenido y fuentes

La obra carece de dedicatoria 4 . La acción, que transcurre durante un solo día, se desarrolla en la villa ciceroniana de Túsculo; en su Liceo tiene lugar la conversación que ocupa la primera parte del tratado, contenida en el primer libro, mientras que en la biblioteca de ese mismo Liceo se desarrolla la segunda parte (cf. I 8 y II 8, respectivamente). Intervienen en el diálogo—amenizado mediante la inclusión de apóstrofes (I 8-11; II 100, 150), de gran cantidad de relatos breves (I 57) y de abundantes citas literarias—el propio Marco Tulio Cicerón, quien introduce la obra y pronuncia la charla contenida en el libro segundo, y su hermano, Quinto, quien expone sus tesis en defensa de la existencia de la adivinación—desde un punto de vista fundamentalmente estoico—en el libro primero 5 . El libro segundo es un alegato ciceroniano frente a la concepción estoica de la adivinación, y, más aún, frente a los embustes que solía propiciar la mántica, profusamente practicada en la época y que, en realidad, también había sido denunciada ya por Quinto, al final de su discurso (I 132). Este segundo libro hace, por tanto, de contrapunto del primero; su factura revela cómo el autor lo redactó con el primer libro a la vista, pasando rápidamente sobre éste e incluso citándolo, en ocasiones, de manera casi literal (cf., por ejemplo, I 71 y II 107, I 82-83 y II 101-102). A diferencia de lo que ocurre en el De natura deorum (cf. III 95), este tratado carece de una conclusión propiamente dicha; Quinto, no obstante, se muestra hacia el final de la obra claramente propenso a aceptar la mayoría de las críticas dirigidas por Cicerón hacia los postulados de su escuela (II 100). El tono general del debate—pese a la relativa vehemencia con la que a veces llegan a expresarse sus interlocutores (cf., por ejemplo, I 22; II 46, 136), propia de una conversación íntima o familiar (II 28; cf. Nat. I 61)—se mantiene en todo momento dentro de la moderación, sin que el lector llegue a percibir con nitidez ese "tenso debate" (disceptatio contentioque) al que se alude hacia el final de la obra (II 150).

Como ya hemos indicado, el tema de la adivinación se encontraba muy ligado tanto al problema de la existencia de los dioses (I 9-10) como al del destino (II 19), y, pese a ser de honda raigambre tanto en la cultura griega como en la romana, podía considerarse, al mismo tiempo, de una gran actualidad 6 . Es probable que Cicerón, augur en ejercicio desde marzo del año 52 7 y vivamente interesado por estas cuestiones (como refleja el hecho de que también redactase un De haruspicum responso y un De auguriis)8 , considerase urgente, en el momento de escribir su De divinatione , llevar a cabo una crítica profunda de la superstición y de la superchería que se habían ido abriendo camino poco a poco—tanto en el ámbito público, como, sobre todo, en el estrictamente privado 9 —frente a la religión romana tradicional, que la población percibía ya, en cierto modo, como un complejo y apenas comprensible repertorio de ritos arcaicos. Al mismo tiempo, Cicerón criticaba las complacientes y encastilladas creencias estoicas a propósito de la adivinación (I 10; II 37), así como el clima de temor y de ansiedad al que tal relajación conducía (destacan, en este sentido, las afirmaciones recogidas en II 148-150) 10 . La relativa vehemencia con que Cicerón trata toda esta cuestión revela, sin duda, interés y preocupación, y es comparable, en cierto modo, a la ya mostrada por Lucrecio para referirse a los males que acarreaba, desde una perspectiva epicúrea, la opresora religio 11 (al propio Lucrecio parece estar respondiendo Cicerón mediante su superstitio... oppressit de Div. II 148). Es probable que, al plantearse el problema, el autor también se viera influido por la postura que mantenían al respecto defensores de la mántica—e íntimos amigos suyos—como Apio Claudio Pulcro y Publio Nigidio Fígulo.

El racionalismo de tipo pragmático que, hasta cierto punto, caracteriza el discurso ciceroniano 12 puede entenderse, seguramente, como un último intento de preservar la tradición ritual y religiosa que había sustentado al Estado desde sus orígenes (fundamentum rei publicae) 13 , una vez apartada de los graves males que entrañaba el cultivo de la superstición (cf. II 149) 14 . Conviene destacar, en cualquier caso, que no parece que Cicerón creyera en la supuesta verdad subyacente bajo tal tradición (como demuestra hasta cierto punto, en clave literaria, su significativa aposiopesis de II 28, o un pasaje como el que se lee en II 70). Más bien cabe entender que, desde su perspectiva, ante una situación de crisis evidente—tanto en el aspecto político, como en el social 15 —, se imponía en cierto modo dar ‘un paso atrás’, no porque las instituciones religiosas del pasado se fundasen en la verdad, o porque se considerase suficiente—desde una ingenuidad impropia de Cicerón—una theologia civilis como la que hasta entonces se había practicado de hecho, sino por creer que, desde tal situación previa, todavía era posible un replanteamiento ordenado del papel que había de desempeñar la religión en el seno del Estado y de la sociedad. Se trata de un impulso que, en cualquier caso, las íntimas contradicciones del paganismo fueron ya incapaces de propiciar 16 .

También en esta obra se incluyen algunos excursos poéticos de interés, entre los cuales destacan los 78 versos del De consulatu suo ciceroniano que se citan, de boca de la musa Urania, en I 17-22. Este opúsculo, en el que el propio Cicerón elogiaba, desde una notable autoestima, los aciertos de su consulado (año 63) 17 , se inscribía dentro de la producción épico-propagandística de nuestro autor 18 , y debió de finalizarse hacia el mes de diciembre del año 60. El pasaje citado en el De divinatione —escrito bajo una perspectiva autobiográfica muy distinta ya—alude, sobre todo, a una serie de episodios ocurridos en el 63 (también recogidos en Catil. Ill 18-22) 19 , y debía de pertenecer al segundo de los tres libros que componían la obra. En I 106, Cicerón cita, asimismo, un fragmento de su poema titulado Marius. También cabe destacar que nuestro autor incluyó en su obra un buen número de citas de poesía arcaica romana, entre las que destacan por su número las procedentes de Enio (cf., por ejemplo, I 107-108, donde se recogen los auspicios tomados por Rómulo y Remo acerca de quién había de fundar la ciudad de Roma; se trata del fragmento más largo—veinte hexámetros—que se haya conservado de los Annales).

Cicerón declara abiertamente, a través del personaje de Quinto, que no busca la originalidad (I 11), y, de hecho, parece haber recurrido para la confección de la obra a un nutrido número de fuentes, cuya identificación—como en el caso del De natura deorum —ha sido objeto de gran debate, debido sobre todo a la pérdida casi completa de tales fuentes y a la falta de testimonios suficientes al respecto 20 . En su conjunto, el libro protagonizado por Quinto refleja las tesis estoicas más extendidas acerca de la adivinación, debido seguramente a la influencia de Posidonio (cf. I 64, 87-96, 117-131) 21 , autor a través del cual habría podido recabarse también la opinión de autores como Cratipo o Crisipo 22 . El catálogo doxográfico que aparece en I 5-7, análogo en cierto modo al de Nat. I 25-41, deriva probablemente de una colección de placita. El libro segundo ofrece un proemio original (II 1 -7); el resto pudo inspirarse, sobre todo, en la obra del académico Carnéades, a través de Clitómaco (como parece sugerir la referencia a los haruspices Poeni de II 28; cf. Nat. III 91). El tratado De providentia (Perì pronoías) de Panecio—quien se distinguía de los demás estoicos por su acendrado escepticismo en lo referente a la adivinación—fue, probablemente, la fuente utilizada para el excurso astrológico que se contiene en II 87-97 23 . Los exempla introducidos en la obra son—como en el caso del De natura deorum —de ambientación romana 24 , y se alude en ellos a autores como Celio 25 , Fabio Píctor, Gelio, Gayo Graco, Sila o Sisena, entre otros. Es probable—aunque no forzoso—que Cicerón extrajese sus testimonios de una antología de tales fuentes, y no de las obras de los mencionados autores por separado.

En su De divinatione , Cicerón alude a gran cantidad de fenómenos relacionados con el complejo mundo de la adivinación, que él define al principio de la obra como praesensio et scientia rerum futurarum (I 1; Quinto la caracteriza en I 9, desde sus postulados estoicos, como earum rerum, quae fortuitae putantur, praedictio atque praesensio). Su clasificación de los fenómenos adivinatorios se basa, fundamentalmente, en la diferencia que existe entre adivinación ‘natural’ (naturalis) , procedente por vía directa de los dioses (delirio profético y sueños, fundamentalmente; cf. II 100), y adivinación ‘artificial’ (artificialis) , que es la que se apoya en la larga serie de técnicas utilizadas por la humanidad, desde tiempos ancestrales, para conocer el futuro, sin que medie para ello la intervención de la divinidad (a través, por lo general, de la propuesta de una coniectura , pronóstico basado, a su vez, en la observación regular de los fenómenos; al respecto cf., por ejemplo, I 12) 26 .

La interpretación ideológica del De divinatione ciceroniano ha suscitado durante los últimos años un vivo debate entre historiadores y filólogos, quienes se han interesado tanto por su trasunto político-social (de carácter abiertamente anticesariano, según algunos) 27 , como por la opinión personal de Cicerón sobre la cuestión 28 .

3. Pervivencia y transmisión textual

La obra contó, seguramente, con muy pocos lectores entre los contemporáneos de Cicerón 29 . Sus primeras influencias claras se detectan en Valerio Máximo (cf., por ejemplo, Fact. dict. mem. I 1-8), Verrio Flaco, Plinio el Viejo, Plutarco y Aulo Gelio 30 . Posteriormente fue leída y utilizada por autores como Minucio Félix, Arnobio, Lactancio, Macrobio, S. Jerónimo, S. Agustín, Prisciano, Boecio y otros muchos, pasando así a formar parte del corpus filosófico ciceroniano más leído en la Edad Media (es decir, del llamado ‘corpus de Leiden’), cuyos primeros manuscritos conservados datan del siglo IX31 . En el caso de España, este tratado circula por los mismos cauces que el De natura deorum , sin que pueda observarse una especial influencia literaria 32 , pese al vivo interés que el tema de la adivinación suscitó siempre en nuestra península 33 .

4. Bibliografía

Para nuestra traducción hemos seguido el texto teubneriano fijado por Remo Giomini (M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 46: De divinatione, De fato , Timaeus; edidit... , Leipzig, 1975 [cf. S. LANCIOTTI , RFIC 107, 1979, págs. 73-82; W. D. LEBEK , Gnomon 51 (1979), 245-247; K. VRETSKA , Anzeiger für die Altertumswissenschaft 33 (1980), cols. 4-6]) 34 , que sustituye—aunque sólo parcialmente—al editado en la misma colección por W. Ax (Ottonis Plasberg † schedis usus), M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 46: De divinatione, De fato, Timaeus; recognovit... , Stuttgart, 1977 [1938] 35 , y que se basa sobre el testimonio de los tres códices más importantes para la constitutio textus de nuestros tratados: Voss. Lat. F. 84 (A; med. s. IX ), Voss. Lat. F. 86 (B; med. s. IX ) y Vindob. Lat. 189 (V, princ. s. IX ).

Una larga lista de comentarios y de ediciones anotadas facilita A. S. PEASE , Div. , pág. 7, n. 1; este mismo autor recoge en su monumental comentario un extenso apartado en el que se consignan los manuscritos que transmiten la obra (págs. 604-619), otro en el que se recoge mención de las ediciones impresas publicadas hasta mediados de nuestro siglo (págs. 620-632; cf., igualmente, R. GIOMINI , págs. XXXVI-XXXVII) y un tercero en el que se incluyen las traducciones de la obra publicadas hasta la fecha de publicación de su trabajo (págs. 632-634, R. GIOMINI , págs. XXXVIII-XLVI) 36 .

Las obras que hemos consultado para nuestra traducción han sido, fundamentalmente, las siguientes 37 :

A. S. PEASE , M. Tulli Ciceronis de divinatione libri duo , Darmstadt, 1963 [= University of Illinois Studies in Language and Literature 6 (1920), 161-500; 8 (1923), 153-474]; según advierte Pease (pág. 7), su texto se inspira en el establecido por C. F. W. Müller (Leipzig, 1878).

W. A. FALCONER , Cicero. De senectute, De amicitia, De divinatione , Cambridge (Mass.) - Londres, 1992 [1923].

S. TIMPANARO , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Milán, 1988 (hay una 2.a ed., sin cambios, de 1991 [cf. N. SCIVOLETTO , GIF 41 (1989), 112-114]).

CHR . SCHÄUBLIN , M. Tullius Cicero. Über die Wahrsagung , Múnich - Zúrich, 1991 (cf. D. S. LEVENE , Classical Review 109, n. s. 45 [1995], 167; J. G. F. POWELL , Gnomon 68 [1996], 549-551) 38 .

1 «La date du De divinatione» , en Mélanges Boissier. Recueil de mémoires concernant la littérature et les antiquités romaines dédié à Gaston Boissier , París, 1903, págs. 173-183.

2 Cf. W. A. FALCONER , «A review of M. Durand’s La date du De divinatione», Classical Philology 18 (1923), 310-327. Según opina S. TIMPANARO , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Milán, 1988, pág. LXXI, Cicerón escribió el libro primero antes del 15 de marzo (al menos hasta I 119), concluyendo el resto de este libro y el libro segundo con posterioridad a esta fecha (frente a esta propuesta, cabe mencionar el testimonio de Div. II 142, como apunta F. Guillaumont en R. GOULET [dir.], II, C 123, pág. 387). Tomando en consideración el testimonio de Div. I 43-45 y Cartas a Ático XV 11 (8 de junio del 44), J. Boes considera que la obra debió de publicarse a partir de mediados de junio (cf. «À propos du De divinatione , ironie de Cicéron sur le nomen et l’omen de Brutus», Rev. Ét. Lat. 59 (1981), 164-176; La philosophie el l’action dans la correspondance de Cicéron , Nancy, 1990, pág. 238). Sobre la cronología del De divinatione puede consultarse, igualmente, M. RUCH , págs. 175-177; A. S. PEASE , Div. , págs. 13-15; R. GIOMINI , págs. VI-XVII, esp. IX, Problemi cronologici e compositivi del De divinatione ciceroniano , Roma, s. a. [1971].

3 Cf. A. S. PEASE , Div. , págs. 18, n. 82, 28-29, 248, quien considera estos descuidos (cf., por ejemplo, I 87, 127) como fruto de la gran rapidez con que Cicerón elaboró el tratado; M. L. COLISH , págs. 121-122, señala, igualmente, las frecuentes contradicciones que se observan entre ambas partes de la obra, mientras que para M. VON ALBRECHT , págs. 412-414, el libro primero adolece deliberadamente de falta de sistematismo, a diferencia del segundo. A pesar de todo ello, S. TIMPANARO , pág. XXVII, estima, con razón, que se trata de «una delle opere più artisticamente vive e filosoficamente intelligenti di Cicerone».

4 Cf. M. RUCH , págs. 295-297; S. TIMPANARO , pág. LXXXIII.

5 Cf. A. S. PEASE , Div. , pág. 16; cabe destacar, no obstante, cómo Quinto muestra en algunos lugares simpatías peripatéticas (cf. Div. II 100; Del supremo bien y del supremo mal V 96; en general, véase L. REPICI , «Gli stoici e la divinazione secondo Cicerone», Hermes 123 [1995], 175-192).

6 Como demuestra, además, la mucha literatura escrita sobre el tema en la época y hoy, lamentablemente, perdida (cf. H. BARDON , La littérature latine inconnue, I: L’époque républicaine , París, 1952, págs. 306- 316). Para un estado general de la cuestión remitimos a la excelente introducción que ofrece S. TIMPANARO , págs. VII-CI. La bibliografía al respecto es, por lo demás, sumamente amplia, y va desde la clásica contribución —todavía útil en muchos aspectos— de A. BOUCHÉ -LECLERCQ , Histoire de la divination dans l’antiquité, IV: Divination italique (étrusque, latine, romaine) , Nueva York, 1975 [París, 1882], hasta las modernas y escuetas síntesis de J. Linderski (cf. S. HORNBLOWER , A. SPAWFORTH [eds.], The Oxford Classical Dictionary , 3.a ed., Oxford - Nueva York, 1996 [19702 , 1949], pág. 488, s. v. ‘divination’) o D. Briquel (H. CANCIK , H. SCHNEIDER [eds.], Der Neue Pauly , III: C1 - Epi, Stuttgart - Weimar, 1997, cols. 714-718, s. v. ‘Divination’), por ejemplo, pasando por obras tan conocidas como la de R. BLOCH , La adivinación en la antigüedad , tr. V. M. SUÁREZ , Méjico, 1985 [= La divination dans l’antiquité , París, 1984], Hemos de abstenemos aquí, por tanto, de facilitar una relación más pormenorizada de títulos.

7 Cf. J. LINDERSKI , «The aedileship of Favonius, Curio the Younger and Cicero’s election to the augurate», Harvard Studies in Classical Philology 76 (1972), 181-200, esp. 199.

8 El De auguriis se escribió, probablemente, después del De divinatione (cf. II 76); el De haruspicum responso suele datarse hacia mediados del 56.

9 Y en éste último destacaba, sin duda, la intervención de la mujer romana, según ha destacado S. MONTERO , Diosas y adivinas. Mujer y adivinación en la Roma antigua , Madrid, 1994.

10 Sobre el concepto de superstición, en general, cf. Nat. II 72; Div. I 7. Acerca de este tema en la literatura griega puede consultarse, por ejemplo, TEOFRASTO , Char. 16, así como el tratado Perì deisidaimonías de Plutarco.

11 Percibida por él como superstitio (término que, por lo demás, no emplea en su obra), como causa del miedo, frente a la pietas liberadora propugnada por Epicuro (cf. De rerum natura I 62-101; V 1198-1203; al respecto, cf. E. OTÓN , «Superstición y religión verdadera en Lucrecio», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 12 [1997], 29-38; D. BRAUN , «Der Gott Epikur oder die philosophisch geläuterte pietas. Aspekte der Religionskritik des Lukrez», Jahrbuch für Antike und Christentum 28 [1998] [= Chartulae. Festschrift für Wolfgang Speyer] , 30-35).

12 Cf. A. S. PEASE , Div. , pág. 9; R. J. GOAR , «The purpose of De divinatione», Transactions and Proceedings of the American Philological Association 99 (1968), 241-248; Cicero and the State religion , Amsterdam, 1972, págs. 96-104, 114-129; y, en general, Y. LEHMANN , Varron théologien et philosophe romain , Bruselas, 1997, págs. 67-79, 342-367.

13 Cf. Leyes II 69; Harusp. resp. 19; Pro Sest. 98; Nat. II 8.

14 Este mal había sido censurado ya, por lo demás, desde mucho tiempo atrás, como puede observarse en HOMERO , Il. II 830-834; V 149- 151; Od. XXII 328-329.

15 Es llamativa, en este sentido, la alusión a los momentos de esplendor (cum florebat imperium) que pronuncia Quinto en I 92, cuando el territorio conquistado era todavía controlable y no se había producido todavía la enorme afluencia de cultos —procedentes de todo el Mediterráneo— que experimenta Roma durante el s. I a. C., hasta convertirse en lugar de asiento de todos los dioses (OVIDIO , Fast. IV 270; LUCANO , III 91).

16 Acerca del concepto ciceroniano de progreso —extensible al ámbito de lo religioso (cf. Div. II 70, 75, 117)—, en general, cf. A. NOVARA , Les idées romaines sur le progrés d’après les écrivains de la République (essai sur le sens latin du progrès) , I, París, 1982, esp. 163-534.

17 Tuvo origen, probablemente, en un commentarium laudatorio del propio Cicerón, compuesto en griego (cf. Cartas a Ático I 19, 10; 20, 6; II 1, 1-2; II 3, 4; al respecto cf. O. LENDLE , «Ciceros hypómnēma perì tês hypateías», Hermes 95 [1967], 90-109). La obra constaba de tres libros; el contenido que ha de asignarse a cada uno de ellos es muy discutido (cf. J. SOUBIRAN , págs. 28-33; E. COURTNEY , pág. 157; M. HOSE , «Cicero als hellenistischer Epiker», Hermes 123 [1995], 455-469, esp. 467-468), pero pudo ser, aproximadamente, el siguiente: elección de Cicerón como cónsul y concilio de los dioses en torno a él (puede compararse Div. I 49), descubrimiento de la conjura y discurso de la musa Urania, y triunfo de Cicerón en Roma y reconocimiento como custos urbis , respectivamente. En el tercer libro se incluía, seguramente, el o fortunatam natam me consule Romam , citado por QUINTILIANO , IX 4, 41 y XI 1, 24 (frag. 12 Bl., 8 Courtney; cf. W. ALLEN , «O fortunatam natam...», Transactions and Proceedings of the American Philologycal Association 87 [1956], 130-146), verso probablemente imitado por Horacio en su Epist. II 1, 256 (cf., no obstante, O. SKUTSCH , Annals , Vest. XIV, págs. 784-785), que se convirtió en emblema de la arrogancia de Cicerón y de su ‘mal gusto’ poético.

18 También tomaron modelo en la épica helenística sus tres libros De temporibus suis , de c. 55-54 (cf. Quint. II 7, 1; III 1, 24; Fam. I 9, 23; J. SOUBIRAN , págs. 33-41; S. J. HARRISON , «Cicero’s De temporibus suis: the evidence reconsidered», Hermes 118 [1990], 455-463) y el Marius , de c. 57-54 (cf. Div. I 106; Leyes I 1-2; J. SOUBIRAN , págs. 42-51; E. COURTNEY , págs. 177-178); de un poema dedicado a César, finalizado en diciembre del 54 (cf. Quint. III 7, 6) no subsisten fragmentos. Según E. COURTNEY , pág. 174, es posible que Cicerón no llegase a publicar ni su Marius ni el poema a César. Acerca de la obra histórica ciceroniana, en general, véase M. FLECK , Cicero als Historiker , Stuttgart, 1993.

19 Sobre la utilidad que podía obtener el orador de la relación de signos supuestamente divinos, de gran eficacia persuasiva (ARISTÓTELES , Rhet. 1376al), cf., por ejemplo, Top. 77; Part. 73; F. GULLAUMONT , págs. 19-42.

20 Cf. F. PFEFFER , Studien zur Mantik in der Philosophie der Antike , Meisenheim am Glan, 1976, págs. 44-53; F. GUILLAUMONT , pág. 11 (quien considera que, fuera del De divinatione , Cicerón se muestra, por lo general, mucho más favorable a la mántica; cf., por ejemplo, en relación con la práctica del augurio, Leyes II 32-33).

21 En obras como el Perì mantikês , el Physikòs lógos o el Perì theôn; acerca de la influencia de este autor sobre la obra ciceroniana, en general, cf. CHR . SCHÄUBLIN , «Cicero, De divinatione und Poseidonios», Mus. Helv. 42 (1985), págs. 157-167.

22 Cf. A. S. PEASE , Div. , pág. 22, n. 100; S. TIMPANARO , pág. LXXXVII.

23 A. S. PEASE , Div. , pág. 26.

24 Probablemente también como concesión oratoria (cf. QUINTILIANO , XII 2, 30: quantum enim Graeci praeceptis valent, tantum Romani, quod est maius, exemplis).

25 A través del epítome de Bruto (cf. Cartas a Ático XIII 8 [9 de junio del 45]: epitomen Bruti Caelianorum velim mihi mittas et a Philoxeno Panaitíou perì Pronoías).

26 La distinción entre adivinación ‘natural’ y adivinación ‘artificial’—encarnadas en las figuras míticas de Casandra y de su hermano Héleno, respectivamente (cf. I 89)— ya se apunta, por ejemplo, en PLATÓN , Fedro 244cd. El primer tipo fue menos apreciado, en general, por parte de las autoridades romanas (cf. R. BLOCH , pág. 95).

27 Cf., por ejemplo, J. LINDERSKI , «Cicero and Roman divination», La parola del passato 37 (1982), 12-38, esp. 36-38; así como J. NORTH , «Diviners and divination at Rome», en M. BEARD , J. NORTH (eds.), Pagan priests. Religion and power in the ancient world , Londres, 1990, págs. 51-71, esp. 70-71; G. FREYBURGER , J. SCHEID , Cicéron. De la divination , pref. A. MAALOUF , París, 1992, págs. 14-15.

28 Al respecto, baste remitir a N. DENYER , «The case against divination: an examination of Cicero’s De divinatione», Proceedings of the Cambridge Philological Society 211 (n. s. 31), 1985, págs. 1-10; M. SCHOFIELD , «Cicero for and against divination», JRS 76 (1986), 47-65; M. BEARD , «Cicero and divination: the formation of a Latin discourse», JRS 76 (1986), 33-46, así como a la réplica de las contribuciones anteriormente citadas realizada por S. TIMPANARO , «Alcuni fraintendimenti del De divinatione» , en Nuovi contributi di filologia e storia della lingua latina , Bolonia, 1994, págs. 241-264.

29 Acerca de la pervivencia del tratado, cf. A. S. PEASE , Div. , págs. 13, n. 33, 29-37; M. MANITIUS , I, págs. 481-483.

30 Cf. F. GUILLAUMONT , «Aulu-Gelle lecteur du De divinatione» , en A. FOULON(et al.), Au miroir de la culture antique. Mélanges offerts au président René Marache par ses collègues, ses étudiants et ses amis , Rennes, 1992, págs. 259-268; y, en general, A. MICHEL , «Aulu-Gelle et Cicéron», ib. , págs. 355-360.

31 Cf. A. S. PEASE , Div. , págs. 34-35; R. GIOMINI , págs. XVII-XXXV; R. H. ROUSE , «De natura deorum, De divinatione, Timaeus, De fato, Topica, Paradoxa Stoicorum, Academica priora. De legibus» , en L. D. REYNOLDS (ed.), Texts and transmission. A survey of the Latin classics , Oxford, 1986 [1983], págs. 124-128.

32 Para esta cuestión remitimos a nuestro breve trabajo sobre «La pervivencia del Corpus teológico ciceroniano en España», Rev. Esp. de Filos. Med. 4 (1997), 189-201.

33 Entre las innumerables obras que testimonian este interés, baste citar la del maestro Pedro Sánchez Ciruelo, Reprobación de las supersticiones y hechicerías , Alcalá, c. 1530 (publicada de nuevo, por ejemplo, en Salamanca, 1538), cuya intención se expresa claramente al final de la obra (desterrar «estas malditas supersticiones de nuestra España, porque, estas quitadas, ella sería la más limpia y más firme en las cosas de la fe y de la religión cristiana que haya en toda la Europa»). En cualquier caso, nuestro tratado alcanzó cierta fortuna en lengua española, al ser minuciosamente reescrito, en 1919, por D. CÉSAR PALADIÓN , según cuentan J. L. BORGES , A. BIOY CASARES , Crónicas de Bustos Domecq , Buenos Aires, 1967, págs. 15-18 («Homenaje a César Paladión»); la anécdota recuerda lo ocurrido con el De natura deorum , cuyo cuarto libro —sobre la naturaleza de la verdadera religión— descubrió y publicó el Padre Seraphinus (heterónimo del sacerdote protestante H. Heimart Cludius) a principios del siglo pasado (Berlín, 1811; cf. G. L. CARVER , «Pseudo-fourth book of Cicero’s De natura deorum», The Classical Bulletin 41 [1964-1965], 89-92).

34 No nos consta que se haya publicado todavía una segunda edición de este texto, anunciada por S. TIMRANARO , pág. 283.

35 Al respecto cf. S. TIMPANARO , págs. XCVII-XCVIII.

36 Desde el punto de vista crítico-textual, hemos prestado atención a las contribuciones de CHR . SCHÄUBLIN , «Kritische und exegetische Bemerkungen zu Cicero, De divinalione II», Mus. Helv. 44 (1987), 181-190, «Weitere Bemerkungen zu Cicero, De divinatione», Mus. Helv. 46 (1989), 42-51; R. BADALÍ , «Note testuali al de divinatione ciceroniano», en S. MARIOTTI(et al.), Studi di filologia classica in onore di Giusto Monaco , II, Palermo, 1991, págs. 829-834. Para cuestiones de realia hemos recurrido en ocasiones a J. CONTRERAS - G. RAMOS - I. RICO , Diccionario de la religión romana , Madrid, 1992; G. LUCK , Arcana mundi. Magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano [= Arcana mundi. Magic and the occult in the Greek and Roman worlds , The Johns Hopkins Univ. Press, Baltimore, 1985], tr. E. GALLEGO , M. E. PÉREZ , Madrid, 1995; L. ADKINS , R. A. ADKINS , Dictionary of Roman religion , Nueva York, 1996; S. MONTERO , Diccionario de adivinos, magos y astrólogos de la antigüedad , Madrid, 1997.

37 Existe, además, una traducción española de Fco. Navarro y Calvo, publicada en Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Versión castellana de D. Marcelino Menéndez y Pelayo , tomo V, Madrid, Biblioteca Clásica 73, 1884, págs. 205-323, y otra a cargo de J. Pimentel Álvarez, a partir del texto establecido por W. A. Falconer (Cicerón. De la adivinación , Méjico, 1988; res. D. KNECHT , AC 60 [1991], 398-399).

38 Hay una traducción en alemán, también reciente, de H. DIETER , L. HUCHTHAUSEN , «Über die Weissagekunst», en L. HUCHTHAUSEN (ed.), Cicero. Werke in drei Bänden , III, Berlín - Weimar, 1989, págs. 7-122, 309-332; hemos podido consultar, asimismo, la traducción italiana de R. GIOMINI , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Florencia, 1968; y la francesa de G. FREYBURGER , J. SCHEID , Cicéron. De la divination , pref. A. MAALOUF , París, 1992.

SINOPSIS’ 1

LIBRO I

1 -7

Prólogo

8 -11

Introducción al diálogo

11 -132

Defensa de la adivinación por parte de Quinto

11 -33

Existencia de la adivinación

34 -71

La adivinación natural

72 -83

La adivinación artificial

84 -108

Antigüedad, extensión y utilidad de la adivinación

109 -132

Explicación racional de la adivinación

LIBRO II

1 -7

Prólogo

8 -150

Refutación de la adivinación por parte de Cicerón

8 -25

Argumentos generales

26 -99

Argumentación contra la adivinación artificial

28 -69

Aruspicina y apariciones

70 -84

Auspicios

85 -87

Tablillas

87 -99

Astrología

100 -109

Argumentación estoica y argumentación de Cratipo

110 -147

Argumentación contra la adivinación natural

110 -118

Oráculos

119 -147

Sueños

148 -150

Epílogo

1 Cf. M. SCHOFIELD , «Cícero for and against divination», JRS 76 (1986), 64; CHR . SCHÄUBLIN , págs. 291-397; R. GOULET (dir.), II, C 123, pág. 387 [F. Guillaumont].

VARIANTES TEXTUALES

Como ya se ha indicado, hemos seguido para nuestra traducción el texto editado por Remo GIOMINI , M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 46: De divinatione, De fato, Timaeus; edidit... , Leipzig, Teubner, 1975. Esta edición ha procurado resolver los numerosos lugares en los que el texto se halla, probablemente, corrupto, frente al criterio adoptado por Ax, quien atetiza bastantes lecturas. Asumimos, tan sólo, algunas ligeras modificaciones respecto al texto de Giomini: en I 62 leemos quaerentis (Lambinus), frente al quaerenti transmitido; en I 92 leemos, en vez de filiis X singulis (Davies), filiis X ex singulis (Christ, Timpanaro); en II 108 ha de admitirse próslēpsin (Ernesti), por prólēpsin.

LIBRO I

Prólogo

Es una vieja creencia 1 , sostenida ya [1 ] desde los tiempos de los héroes 2 y ratificada, además, por el asentimiento del pueblo romano y de todas las gentes 3 , la de que hay entre los seres humanos una especie de poder adivinatorio al que los griegos llaman mantikḗ 4 , esto es, la capacidad de intuir y de llegar a saber lo que va a pasar. Se trata de una capacidad extraordinaria y salvadora, caso de existir, en virtud de la cual la naturaleza mortal podría acercarse en muy gran medida a la condición de los dioses 5 . Y, de la misma manera que, en otros muchos casos, nosotros hemos sabido derivar palabras mejor que los griegos 6 , así nuestros antepasados derivaron de ‘deidades’ su denominación para esta capacidad tan notoria, mientras que los griegos, según interpreta Platón, lo hicieron de ‘delirio’ 7 .

[2] Desde luego, no encuentro pueblo alguno—por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea—que no estime que el futuro puede manifestarse a través de signos, así como ser captado y predicho por parte de algunas personas. Fueron en un principio los asirios 8 —por recabar testimonio desde los pueblos más remotos 9 —quienes, al divisar un cielo abierto y accesible desde cualquier ángulo, a causa de la falta de relieve y de la gran dimensión de las regiones que ocupaban, se dedicaron a observar los desplazamientos y movimientos de las estrellas. Al anotar todo esto, fueron dejando constancia de qué era aquello que se le manifestaba a cada persona. Se piensa que fue en ese país donde los caldeos—que no fueron denominados así por el nombre de su habilidad, sino por el del pueblo al que pertenecían 10 —llegaron a establecer su ciencia, gracias a una observación permanente de los astros, de modo que se podía predecir qué le iba a suceder a cada uno y cuál era el destino con el que había nacido. Se piensa que también los egipcios consiguieron la misma habilidad en el transcurso de un largo periodo de tiempo, durante siglos casi innumerables. Por otra parte, el pueblo de los cilicios, el de los pisidios y el de la vecina Panfília—países a cuyo frente estuvimos nosotros precisamente 11 —piensan que lo que va a pasar se manifiesta, mediante señales absolutamente claras, a través del vuelo y del canto de las aves.

En cuanto a Grecia, ¿qué colonia llegó a enviar a Eolia, [3] a Jonia, a Asia, a Sicilia o a Italia sin contar con el oráculo pitio, con el de Dodona o con el de Hamón 12 ?, ¿qué guerra emprendió sin consultar a los dioses?

[2 ] Y no ha sido uno solo el tipo de adivinación que se ha venido practicando en el ámbito público o en el privado, pues nuestro pueblo—para dejar al margen los demás—¡cuantísimos tipos de adivinación ha llegado a abrazar! Se cuenta que, en un principio, Rómulo, el padre de esta ciudad, no sólo la fundó contando con los auspicios 13 , sino que incluso fue un excelente augur él mismo 14 . Después, también los demás reyes se sirvieron de augures 15 , y, tras la expulsión de los reyes, no se hacía nada de interés público sin contar con los auspicios, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra 16 . Y, como les parecía que el saber de los arúspices albergaba un gran poder—tanto para impetrar y hacer la consulta de asuntos, como para interpretar las señales e intentar conjurarlas—, iban admitiendo toda esta ciencia, procedente de Etruria, a fin de que no hubiera ningún tipo de adivinación aparentemente desatendido por ellos 17 .

[4] Y, en vista de que un espíritu desprovisto de razón y de saber, bajo el impulso de su propia desinhibición y espontaneidad, podía llegar a inspirarse de dos maneras, a través del delirio o a través del sueño, considerando que el conocimiento adivinatorio extraído del delirio se contenía sobre todo en los versos sibilinos, determinaron que se escogiera a diez ciudadanos para que interpretasen tales versos 18 . Pensaron a menudo que también había de prestarse oído a las delirantes predicciones—que eran del mismo tipo—de los adivinadores 19 y de los vates, como se hizo durante la guerra octaviana con las de Cornelio Culéolo 20 . Pero el sumo consejo tampoco desatendió los sueños más relevantes, si es que parecían concernir al Estado 21 . Más aún, ya en nuestra época, Lucio Julio—quien fue cónsul junto a Publio Rutilio—hizo reconstruir por decisión del senado el templo de Juno Sóspita, en obediencia a un sueño de Cecilia, la hija de Baliárico 22 .

Pues bien, según yo considero, los antiguos aprobaron [5 3 ] todo esto por hallarse intimidados ante los acontecimientos, y no porque la razón los hubiese instruido. Sin embargo, de los filósofos sí que han podido recogerse algunos refinados argumentos acerca de la veracidad de la adivinación 23 . Jenófanes de Colofón—por empezar a hablar desde los más antiguos—fue el único de ellos que, aun diciendo que los dioses existen, desestimó la adivinación desde sus cimientos, mientras que todos los demás—a excepción de Epicuro, que se dedicaba a farfullar acerca de la naturaleza de los dioses 24 —, aprobaron su existencia, aunque fuera con desigual convencimiento. Pues, por una parte, Sócrates y todos los socráticos 25 , así como Zenón y sus seguidores, se mantenían fieles a las opiniones de los filósofos antiguos, compartidas por la Academia antigua y por los peripatéticos 26 , mientras que Pitágoras, como sedicente augur, ya había concedido anteriormente un gran prestigio a este asunto 27 , y Demócrito, una autoridad de peso, admitía en muchísimos pasajes la posibilidad de intuir aquello que va a ocurrir 28 . En cambio, el peripatético Dicearco desestimó cualquier tipo de adivinación, exceptuando el de los sueños y el del delirio 29 , y Cratipo—nuestro íntimo amigo, que a mi juicio está a la par de los más altos peripatéticos—concedió crédito a estos mismos procedimientos, rechazando los restantes tipos de adivinación 30 .

Pero, mientras los estoicos se dedicaban a defender [6] prácticamente todos los tipos (ya que Zenón los había ido sembrando en sus tratados 31 , como una especie de semillas que Cleantes logró hacer algo más fructíferas 32 ), surgió un hombre de agudísimo talento, Crisipo, que desarrolló toda su teoría sobre la adivinación en dos libros, además de hacerlo en uno sobre los oráculos y en otro sobre los sueños 33 . Continuando su labor, su oyente Diógenes de Babilonia editó un libro 34 , dos editó Antípatro 35 y cinco nuestro Posidonio 36 . No obstante, Panecio, maestro de Posidonio y discípulo de Antípatro, se apartó de los estoicos, pese a ser quizá el jefe de esta escuela, y, aunque no se atrevió a negar la existencia del poder de adivinar, dijo que él la ponía en duda 37 . ¿No van a concedernos los estoicos la posibilidad de hacer, en los demás aspectos, lo que a aquel estoico le fue permitido hacer—muy a pesar de los estoicos—en un aspecto concreto? Máxime cuando resulta que lo que no está claro para Panecio les parece a sus demás compañeros de escuela más claro que la luz del sol.

[ 7] Pero lo cierto es que este timbre de gloria propio de la Academia ha sido refrendado mediante el juicio y el testimonio de un filósofo muy eminente 38 .

[4 ] Al preguntarnos también nosotros qué juicio merece la adivinación—ya que Carnéades discutió muchas veces, con agudeza y abundantes recursos, en contra de los estoicos 39 —y puesto que tememos asentir con ligereza a una cuestión falsa o insuficientemente conocida, lo que debemos hacer, según parece, es comparar los argumentos entre sí de manera concienzuda, una y otra vez, como lo hicimos en aquellos tres libros que escribimos acerca de la naturaleza de los dioses. Pues, aunque el asentimiento a la ligera y el error son cosas reprobables en cualquier asunto, lo son muy especialmente en este tema, en el que se debe juzgar qué importancia hemos de conceder a los auspicios, a los ritos divinos y a la religión 40 , porque existe el peligro de que incurramos en un engaño impío al desatender tales asuntos, o bien en una superstición propia de ancianas al aceptarlos 41 .

Introducción al diálogo

[5 8] Se ha discutido sobre estas cuestiones otras muchas veces, pero con algo más de detalle hace poco, cuando me encontraba en Túsculo con mi hermano Quinto 42 . Resulta que, cuando fuimos a pasear al Liceo—nombre que recibe la parte de arriba del gimnasio 43 —, me dice: «Hace poco que terminé de leer el tercero de tus libros sobre la naturaleza de los dioses 44 . La intervención de Cota que aparece en él 45 , aunque hizo tambalearse mis opiniones, no logró, sin embargo, privarlas de sus cimientos». «Pues muy bien», le digo; «en efecto, es Cota quien discute con la intención de refutar los argumentos de los estoicos, más que con la de arrumbar la creencia religiosa de las personas». Entonces Quinto me responde: «Eso es lo que dice Cota, pero creo que lo hace con tanta insistencia para que no parezca que transgrede las leyes de la comunidad; a mí, sin embargo, me parece que, en su afán de disertar contra los estoicos, está eliminando a los dioses desde sus cimientos 46 .

No siento necesidad alguna de dar respuesta a su discurso, [9] porque la religión fue suficientemente defendida en el libro segundo por Lucilio, cuya intervención te pareció a ti mismo la que más se acercaba a la verdad, según escribes al final del libro tercero 47 . Pero, lo que se dejó al margen de aquellos libros—imagino que porque consideraste más apropiado tratar y disertar al respecto por separado—, esto es, lo referente a la adivinación, entendida como la predicción e intuición de las cosas supuestamente fortuitas 48 , veamos—si te parece bien—qué validez tiene y en qué consiste. Porque yo estimo lo siguiente: si son ciertas las formas de adivinación sobre las que hemos oído hablar y por las que sentimos veneración, tienen que existir los dioses, y, a su vez, si los dioses existen, tiene que haber personas capaces de adivinar 49 ».

[6 10] «Quinto»—le digo—, «tú sí que estás defendiendo el baluarte de los estoicos, si es que se cumple eso de que los dioses existen, si la adivinación existe, y, a la inversa, que, si los dioses existen, existe la adivinación. Ni una cosa ni la otra es tan fácil de conceder como tú consideras, pues no sólo puede el futuro manifestarse sin que exista una intervención divina, a través de la naturaleza, sino que puede ocurrir que, aun existiendo los dioses, no hayan otorgado al género humano capacidad adivinatoria alguna». Y él responde: «Pues, para mí, es prueba suficiente de que existen los dioses y de que deliberan acerca de los asuntos humanos el hecho de que, a mi juicio, hay tipos de adivinación que son claros y evidentes. Si te parece bien, expondré mi opinión personal al respecto, siempre y cuando estés dispuesto a ello y no tengas nada que pienses ha de anteponerse a esta charla».

Defensa de la adivinación por parte de Quinto (11-132). Existencia de la adivinación

«Quinto»—le digo—, «pero si yo [ 11] estoy siempre disponible para la filosofía... Como, por otra parte, no hay en este momento ninguna otra cosa a la que poder dedicarme con agrado, todavía anhelo mucho más oír tu opinión acerca de la adivinación». «Sin duda que no es nada nuevo»—me dice—, «nada que yo opine de una manera personal frente a los demás, pues sigo una opinión antiquísima y que, además, está refrendada por el asentimiento de todos los pueblos y gentes: son dos los tipos de adivinación; uno de ellos se basa en el aprendizaje, y el otro en la naturaleza 50 .

Pues ¿qué pueblo, qué ciudad hay que no se deje impresionar [12] por las predicciones de los arúspices, de los intérpretes de señales y relámpagos, de los augures, de los astrólogos, o por las predicciones de las tablillas 51 (éstos son, prácticamente, los procedimientos basados en el aprendizaje), o bien por las que ofrecen los sueños y los vaticinios (estos dos se piensa que son de carácter natural)? Considero, desde luego, que hay que preguntarse más por lo que pasa a continuación de estas predicciones que por sus causas, porque lo que existe es una especie de poder natural, capaz de anunciarnos de antemano el futuro 52 , unas veces gracias a la observación prolongada de los signos, y otras gracias a una instigación o inspiración de carácter divino.

[7 ] Por tanto, que deje Carnéades de importunar—como hacía también Panecio—, preguntándose si era Júpiter quien ordenaba a la corneja cantar desde la izquierda y al cuervo desde la derecha 53 . Son cosas que se han observado durante una inmensidad de tiempo, y que, como indicios que eran de aquello que sucedía 54 , se han ido tomando en consideración y anotando. Por otra parte, no hay nada que el largo transcurso del tiempo no pueda establecer y hacer comprensible, gracias a la salvaguarda propia del recuerdo y a la transmisión de los testimonios.

Cabe maravillarse de los tipos de hierbas y de raíces que [13] han hallado los médicos contra las mordeduras de las bestias, contra las enfermedades de los ojos y contra las heridas. La naturaleza de su efecto nunca pudo explicarla la razón; por su utilidad se estimó su empleo, así como también a aquel que lo descubrió. Venga, veamos fenómenos que, aun perteneciendo a otro tipo, son, sin embargo, muy parecidos a la adivinación 55 :

Y es que también el henchido mar anticipa a menudo

los vientos que se avecinan, cuando se encrespa de pronto en lo profundo

y las cenicientas rocas, espumeantes por el níveo flujo de la sal ,

pugnan por replicar a Neptuno56con voces entristecedoras, o cuando el incesante estruendo que nace en la elevada cima de un monte

crece al batirse contra una hilera de peñascos.

[8 ] Tus Pronósticos están repletos de intuiciones proféticas como éstas. Pues bien, ¿quién es capaz de aislar sus causas?

Y eso que, según veo, lo intentó el estoico Boeto, quien algo ha hecho hasta ahora para explicar la razón de los fenómenos que se producen en el mar y en el cielo... 57 .

¿Quién podría decir, con cierta probabilidad, por qué [14] suceden realmente cosas así?

Asimismo la cenicienta focha, al huir del abismo del ponto,

anuncia con su grito la amenaza de horribles borrascas,

lanzando de su trémula garganta desafinados cantos58 .

También a menudo entona la rana en su pecho

un tristísimo cantar, e insiste en sus sones matinales59 ,

en sus sones insiste, y arroja de su boca continuos lamentos,

tan pronto como la aurora deja caer sus gélidos rocíos60 .

Y alguna vez la negruzca corneja, al recorrer las orillas,

llega a sumergir la cabeza, recibiendo sobre su cuello el oleaje.

[9 15] Vemos que estas señales no mienten prácticamente nunca, y, sin embargo, no vemos por qué ocurre así.

También vosotras, crías del agua dulce, veis los signos,

cuando os disponéis a lanzar a gritos vuestros sones vanos

y con desacordado croar alborotáis fuentes y estanques61 .

¿Quién podía sospechar que las ranitas viesen tales cosas? Pero resulta que reside en ellas una especie de poder natural capaz de manifestar señales, suficientemente cierto por sí mismo, pero más que oscuro para el conocimiento humano 62 .

Los bueyes de moroso pie63 , encarando la luz del cielo ,

aspiraron con su morro la húmeda esencia que procedía del aire.

Como entiendo lo que sucede después, no me pregunto su porqué 64 .

Pues bien, el siempre verde y siempre cargado lentisco

suele crecer con triple retoño:

produciendo tres cosechas señala las tres épocas de labranza65 .

Ni siquiera me pregunto por qué únicamente este arbusto [16] florece tres veces, o por qué hace coincidir la señal de su flor con el momento adecuado para la labranza. Estoy satisfecho por el hecho de entender lo que ocurre, aunque ignore por qué es así en cada caso. Por tanto, voy a aducir para la adivinación, en su conjunto, lo mismo que para los fenómenos que acabo de recordar.

Veo cómo la raíz de la escamonea puede ser eficaz para [10 ] purgar, cómo la aristoloquia—que recibió su nombre de quien la descubrió, mientras que a ella, propiamente, la recibió su descubridor a través de un sueño—puede ser efi caz contra las mordeduras de serpiente 66 . Lo veo y es suficiente; cómo es posible, no lo sé. Del mismo modo que no distingo con claridad suficiente qué fundamento tienen aquellos anuncios de viento y lluvia que he mencionado. Reconozco su poder y lo que de él se sucede; lo sé, lo acepto. De manera similar, oigo decir qué valor tiene una fisura o un lóbulo en las entrañas; no sé cuál es la causa 67 . Y, desde luego, la vida está llena de cosas como éstas, porque prácticamente todos recurren a las entrañas. Y bien, ¿acaso podemos dudar del poder de los relámpagos? Si otras muchas cosas pueden producir extrañeza, ¿no la producirá lo siguiente como la que más? Cuando Sumano—por entonces de arcilla—fue golpeado por un rayo caído del cielo sobre la techumbre del Júpiter Óptimo Máximo y no se encontraba por ninguna parte la cabeza de esta imagen, los arúspices dijeron que había sido arrojada al Tíber, y fue encontrada en el lugar que ellos señalaron 68 .

Pero ¿de qué autoridad, de qué testimonio mejor que el [17 11 ] tuyo podría servirme? Hasta he memorizado—y ciertamente con placer—los versos que pronuncia la musa Urania en el libro segundo de tu Consulado69 :

En el principio gira Júpiter, inflamado en fuego etéreo,

y alumbra con su luz la totalidad del mundo70 ,

pretendiendo invadir cielo y tierra con su mente divina,

la cual, confinada e inclusa en la cavidad del éter eterno,

preserva en lo más hondo el sentir y la vida de los hombres71 .

Y, si deseas conocer el movimiento y vagabundo curso de las estrellas

que, sitas en el espacio de los signos72 ,

andan errantes—según concepto y falsa expresión de los griegos73 ,

pues se desplazan, en realidad, con curso e itinerario precisos—,

verás que todo se encuentra ya registrado de acuerdo con la mente divina74 .

Pues tú también viste75 , durante tu consulado, primero el volandero [18] movimiento de los astros

y la inquietante conjunción de las estrellas, de brillante resplandor ,

cuando purificaste los níveos cerros del monte Albano

y honraste las Latinas con abundante leche76 ;

también viste trémulos cometas de claro resplandor77 ,

y pensaste que todo se confundía entre nocturno estrago,

porque las Latinas cayeron casi hacia el tiempo funesto

en que la luna ocultó su clara faz tras una espesa luz

y súbitamente desapareció en la noche estrellada78 .

¿Qué hay, además, de la antorcha de Febo79 , anunciadora de triste guerra ,

que voló en inflamado resplandor hasta formar una gran columna ,

pretendiendo invadir la región del cielo declinante y del ocaso80 ?

¿Y qué hay del ciudadano que, abatido por un rayo terrible

bajo claridad serena, abandonó la luz de la vida81 ,

y qué de la tierra, la cual se estremeció con pesado cuerpo?

Además, la visión nocturna de cambiantes formas terribles

alertaba sobre guerra y disturbios ,

y los vates arrojaban sobre las tierras, con pecho delirante,

multitud de oráculos que amenazaban tristes sucesos82 ,

y lo que, tras insinuar su curso desde antiguo, terminó al fin [19]