Código Manú y otros textos - Anónimo - E-Book

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Anónimo

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Beschreibung

"Código de Manú y otros textos" nos presenta una muestra de literatura hindú: las fábulas y los apólogos, el Mahabharata y el Código de Manú, que nos descubren un mundo de imaginación y fantasía, una de las más bellas epopeyas y un conjunto de pautas que alientan la vida de los hombres.

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Código de Manúy otros textos

ANÓNIMO

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Tomado deLa India literaria

Primera edición, 1996    Segunda reimpresión, 2003 Primera edición electrónica, 2017

Diseño de portada: Pablo Tadeo Soto Fotografía: Carlos Franco

D. R. © 1996, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5310-9 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Fondo 2000presenta aquí una muestra de literatura hindú, encabezada por las Fábulas y apólogos. Se trata de una selección tomada del Hitopadeza, una de las colecciones más amplias de apólogos y fábulas de la India que, a su vez, resume al monumental Panchatantra, una colección aún más amplia y que data del siglo V de la era cristiana. La abundancia de fábulas en la India no debe extrañar, si se considera que se trata de una cultura en donde los animales y las plantas poseen un alma semejante a la de los hombres, con pasiones, ideas y palabras semejantes. El apólogo es un tratado laberíntico de moral y política, que resalta el sentimiento familiar, el amor por la justicia, la bondad y el afecto como virtudes en aprecio creciente. Tanto las fábulas como los apólogos hindúes fueron conocidos por los antiguos griegos, romanos y persas, e influyeron en la obra de Esopo.

Se incluye también el Mahabharata, que se ha atribuido principalmente al poeta Viasa, pero que, como sucede con otros poemas épicos, es en realidad la obra de diversos autores que a lo largo del tiempo fueron añadiendo leyendas, relatos y episodios. El resultado es una de las epopeyas más extensas y hermosas del mundo: una Iliada de la literatura de la India que, junto con el Ramayana, continúa fascinando a lectores de todas las edades y todas las latitudes. El Mahabharata narra la prolongada guerra entre los pandavas y los koravas, en el marco de heroicidades y penurias, al lado de invenciones fantásticas y de la presencia constante de los dioses.

Esta muestra de la literatura hindú comprende, por último, el Código de Manú, escrito hacia el año 200 a. C., pero que, según la leyenda, fue dictado por Suayambú, regenerador de la humanidad después del diluvio. Este salvador del mundo y primer rey de la India estableció leyes teocráticas y elaboró una cronología de la creación, que él mismo había recibido de Brahma, creador de universo. El Código de Manú resume un conjunto de normas para llevar una vida justa y alcanzar la felicidad.

Fábulas y apólogos

La imaginación oriental ha creado tan numerosas obras de géneros diferentes, ha producido una increíble cantidad de cuentos y de apólogos. Esos poemas, en prosa o en verso, han llegado hasta nosotros gracias a las traducciones de Wilkins y William Jones, las cuales aparecieron a fines del siglo XVIII.

La colección más extendida en la India, y la más notable de todas las colecciones de fábulas y apólogos indos, es ciertamente el Hitopadeza, cuyo presunto autor era un sabio teólogo llamado Narayana, que vivió en época difícil de precisar.

El Hitopadeza no es más que una selección de los mejores apólogos contenidos en otra colección mucho más vasta, el Panchatantra, que data del siglo v de la era cristiana.

La invención del apólogo es de tiempos muy remotos. Pero hay que buscar su origen en Oriente.

En efecto, es natural que en el país donde se supone a los animales, y aun a las plantas, un alma semejante a la del hombre, también se les atribuyan las ideas, las pasiones y el lenguaje de la especie humana.

Entre los indos, el apólogo es un tratado completo de moral y política. La ficción principal comprende otra, que se interrumpe y no vuelve a aparecer hasta que una tercera se termina, la cual implica en sí misma una cuarta, que a veces comprende otras varias, que se enlazan unas a otras. Este método no es una especialidad de la literatura inda; es un sistema que se vuelve a encontrar aplicado en la escultura; se ve frecuentemente, en efecto, un Siva de piedra que en una mano tiene un loto que soporta un pequeño Vichnú, mientras que en la otra lleva otro emblema u otro dios, que por sí solo es un símbolo.

Esta extraña disposición no sólo preside a una serie de fábulas, sino que también se emplea en diferentes fases de un mismo apólogo: un hombre tiene a sus órdenes a un demonio, el cual le concede la satisfacción de tres aspiraciones. El hombre formula un primer deseo cuya realización implica la de un segundo deseo contrario, cuyo efecto se conjura a su vez con el tercero. De modo que, después de satisfacer sus tres pretensiones, el hombre se encuentra en la misma situación que antes.

La Fontaine, en el prefacio de uno de sus libros de fábulas, escribe: “Sólo diré por gratitud que debo una parte de mis fábulas a Bidpai, sabio indo; las gentes del país lo creen muy antiguo, y tan original como Esopo, si no es el mismo Esopo bajo el nombre del sabio Lokman”.

Bidpai, brahmán y filósofo, compuso sus fábulas para la instrucción del hijo de un príncipe indo, en cuya corte vivía.

Su obra fue traducida en lengua persa; después pasó a poder de los árabes; muy pronto, dicho libro se hizo célebre en todo el Oriente. En Turquía, estas fábulas se hicieron populares gracias a la traducción de un médico llamado Alí-Chélebi: el emperador Solimán, amigo de Francisco I, mandó copiar para el rey de Francia el libro de Alí-Chélebi; desde esa época fueron conocidas en Oriente las fábulas de Bidpai y de Lokman. Pero es absolutamente cierto que el fabulista Esopo tomó no poco de los apólogos de Bidpai, del Hitopadeza y del Panchatantra.

Damos a continuación algunas fábulas y apólogos escogidos del Hitopadeza.

LAS ABEJAS

Un príncipe, después de haber cazado en pleno sol toda una mañana, fue a descansar a un bosque. Allí vio un enjambre de abejas dedicadas al trabajo.

Quedó sorprendido de la industria maravillosa de aquellos insectos: sus movimientos y la aplicación con que trabajaban le produjeron una admiración tan grande, que le inspiraron el deseo de preguntar a su ministro cuál era el propósito que había movido a aquellos seres alados a reunirse alrededor de un árbol, y a quién pertenecía aquel ejército numeroso.

El ministro respondió: “Señor, esos animales, a pesar de su pequeñez, son muy útiles por el provecho que puede obtenerse de su trabajo admirable: son moscas de miel y no hacen daño a nadie. Su naturaleza es notable y parecen animados del espíritu de Dios y dedicados a cumplir su voluntad. Tienen un rey que se llama Jasub, más corpulento que ellas: bajo las órdenes de éste, tiemblan como la hoja del sauce, y caen delante de él como las hojas secas en otoño al soplo impetuoso del aquilón.

”Ese rey tiene un consejero, varios ujieres, lugartenientes, porteros y guardias. Sus favoritos y sus súbditos están dotados de un espíritu maravilloso: ellos mismos construyen el palacio del rey, con tanto arte, que sorprendería a Sinmar, si éste viese un edificio tan admirable hecho por un pueblo de insectos.

”Cuando está terminado el palacio, el rey recibe de las moscas de miel un juramento, por el cual se comprometen a no posarse nunca en ninguna basura. De las rosas, de los jacintos, de la albahaca, extraen jugos delicados, de los cuales en su estómago se forma una sustancia admirable, que conocemos con el nombre de miel y que sirve para componer una bebida muy útil para la salud.

”Cuando las abejas regresan de hacer su recolección, los porteros las examinan para comprobar con cuidado si vienen o no limpias. Si observan que están manchadas de basura, las matan en el acto con su aguijón. Cuando, por negligencia, dejan pasar algunas impuras, el rey en persona lo averigua, y, después de ordenar que se le presenten los culpables y los porteros, condena a muerte a estos últimos y en seguida a las abejas, por haber contravenido la disciplina del Estado.

”Las historias cuentan que, imitando a las abejas, el famoso emperador Gemschid fue el primero que estableció porteros, ujieres y guardias en su cámara, y oficiales en su palacio, y que después de él, los demás reyes supieron llevar a la perfección el buen orden que actualmente se observa en sus respectivas cortes y en sus ejércitos.”

El príncipe preguntó a su ministro: “Me sorprende que las abejas, aunque salvajes, no tengan animosidad las unas contra las otras, que no se sirvan de su aguijón más que para tomar su alimento, y que muestren tanta dulzura…”

El ministro volvió a hacer uso de la palabra: “Esos animales, señor, no se gobiernan más que por un común instinto; pero no sucede así con los hombres, ya que cada uno de éstos tiene diferente condición natural. Como los hombres se componen de alma y de cuerpo, que son cosas muy desemejantes, porque la una es sutil y la otra grosera, la una representa la luz y la otra las tinieblas, constituye un ser elevado y al mismo tiempo un ser vil y bajo, cada uno de estos seres quiere sobreponerse al otro: de ahí surgen las diferencias que entre ellos se observan. Por ese motivo se entregan a la codicia, a la envidia, al odio, a las crueldades, a las imposturas y a todas las pasiones desordenadas”.

LAS PALOMAS, EL RATÓN, EL CUERVO, LA TORTUGA Y EL GAMO

En la orilla del Godavari había un árbol hermoso de la especie de los salmalis.

Cierto día, en el momento en que las tinieblas se disipaban, un cuervo, llamado Lagupatanaka, que estaba en aquel árbol, vio a un pajarero que ponía granos de arroz en el suelo, y, después, cerca de ellos, tendía una red. Luego se escondió.

En el mismo instante, el jefe de una bandada de palomas, llamado Chitragriva, atravesando los aires con su comitiva, divisó los granos de arroz. Como las palomas quisieran cogerlos, el jefe les dijo: “Os conjuro a que no lo intentéis. Este bosque está inhabitado: ¿cómo puede suceder que haya arroz en un bosque deshabitado? Indudablemente aquí debe de haber alguna trampa”.

Al oír aquellas palabras, una palomita exclamó: “Si hubiésemos de escuchar siempre a los viejos y proceder con toda circunspección, nunca haríamos nada y jamás podríamos encontrar nuestro alimento”.

Se lanzaron a los granos de arroz y todas quedaron aprisionadas en la red.

Entonces la mayor de las palomas levantó su voz: “Es necesario —dijo— alzar el vuelo todas al mismo tiempo: así arrastraremos con nosotras la red, porque de otra manera nuestros esfuerzos desordenados no servirán más que para ahogarnos en sus mallas”.

Todas las palomas volaron juntas y levantaron la red.

El pajarero corrió tras ellas, pero al poco tiempo las perdió de vista. Las palomas, viendo al pajarero detenerse, preguntáronse qué deberían hacer. Chitragriva les dijo: “Tengo por amigo al rey de los ratones; se llama Hiranyaka, habita en un precioso bosque, en las márgenes del Gandaki. Él roerá nuestra red con sus dientes”.

Al oír estas palabras, se dirigieron hacia el escondite de Hiranyaka.

Éste, al ver a las palomas cogidas en la red, se preguntaba qué querría decir aquello.

Chitragriva lo puso al corriente de lo sucedido y le dijo: