Condado de Bridgewater- Set Completo: Libros 1 - 6 - Vanessa Vale - E-Book

Condado de Bridgewater- Set Completo: Libros 1 - 6 E-Book

Vale Vanessa

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Beschreibung

Set Completo - Libros 1 - 6
Advertencia: ¡Puede derretir pantis! La serie es un romance salvaje y explícitamente sexual entre dos vaqueros alfa obsesionados y una heroína tipo-A.

Viaje Salvaje
Tómame fuertemente
Llévame rápido
Abrázame fuerte
Házme tuya
Bésame con locura

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Condado de Bridgewater- Set Completo

Libros 1 - 6

Vanessa Vale

Índice

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Viaje salvaje

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Tómame fuertemente

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Llévame rápido

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Abrázame fuerte

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Házme tuya

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Bésame con locura

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

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ACERCA DE LA AUTORA

Derechos de Autor © 2017 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Period Images

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Viaje salvaje

Condado de Bridgewater - Libro 1

Prólogo

CATHERINE

El pasillo estaba oscuro, el ritmo pulsante de un nuevo número de baile resonaba en la pared detrás de mí. Él me contenía allí, atrapada entre el muro de yeso y su magra estructura. Sus labios eran duros y dominantes, demandantes de mi rendición, mientras me retorcía en su captura. Él era el único al que querría desgarrar con mi tacón de estilete y coger con igual necesidad.

“No te muevas”. Presionó hacia adelante, presionando mi cuerpo contra el muro con el suyo, y su pene duro como roca era una tentación que no podía ignorar mientras acercaba mi cadera hacia él, tratando de acercarme. Dios, sí. Dame más.

“¿Acaso esta mierda mandona trabaja así con todas las chicas?”

“Tu coño está todo caliente y húmedo, primor. No lo niegues”.

Sus oscuros ojos se cruzaron con los míos, y la mirada que le di debió bajarle el vigor allí abajo. En vez de eso, esbozó una sonrisa y podría jurar que sentí su pene latir. “Hazlo callar, muñeca. Cualquier pensamiento en tu cabeza. Trabajo. Tu vida diaria. Todo te ha presionado excepto mi verga. Hazlo callar de una puta vez antes de que te ponga sobre mis rodillas”. Entrecerré mis ojos y estaba tan aterrada como excitada. “No lo harías”.

El delgado material de su pantalón de vestir no era una barrera entre nosotros; yo levantaba mis piernas y las enrollaba en su cintura como una hembra en celo. No tenía idea de que discutir al respecto sería tan jodidamente excitante. Mi falda se deslizó hacia arriba y froté mis piernas desnudas en su cadera, deseosa por más.

Levantando mis brazos sobre mi cabeza, sujetó mis muñecas con una mano, dejando la otra libre para deslizarla hasta mi cadera mientras él me besaba el cuello, lamiéndolo. Succionándolo. Habría una marca a la mañana siguiente. Me arqueé para darle un mejor acceso mientras que sus dedos dejaban un rastro de calor en camino hacia la copa de mi brasier bajo la blusa. Movió la fina tela hasta tener sus palmas callosas sobre mi piel. Mi pezón erecto rogaba por su atención.

“Ooooooh, sí”.

Demonios. ¿Esa era yo? No reconocí aquella voz. Nunca había sonado tan desesperada por ser tocada, ni tan necesitada de aquello. Y el trabajo… ¿qué trabajo? Nada había sido capaz de desconectar mi mente más rápido que un hombre mordiendo gentilmente mi pezón. Y no solo cualquier hombre. Sam Kane. Dios, ha sido mi amor desde la infancia, la estrella de mis fantasías desde la escuela, pero eso fue hace quince años.

Él era un chico para ese entonces. Ahora, era todo un hombre y yo estaba trepándolo como a un árbol. Hemos pasado la última hora discutiendo e instintivamente supo cómo fastidiarme y dar con mis puntos débiles. En lugar de hacerlo arrodillarse, estaba en el pasillo de un lugar público dejándolo tocarme, probarme y lamerme.

“Así es. Lo único en lo que deberías estar pensando es en esto”. Sus labios reclamaron los míos, mientras que su mano libre se deslizaba más abajo, hacia mi abdomen. Sus dedos toscos pasaron por debajo de mi falda hasta mi pierna, y luego subieron más y más, hasta acariciar el encaje de mis pantis.

Su mano apretó mis muñecas, su lengua arrebató mi boca y dos de sus dedos movieron mis pantis a un lado y se deslizaron en mí. Estaba tan excitada por él que casi me corría de esa única penetración.

No podía detener los gemidos que escapaban de mi boca cada vez que sacaba los dedos de mí y me volvía a coger con ellos. Él era terco, mandón y fastidioso. Incluso robó mi teléfono para evitar que trabajara. ¿Y por qué jadeaba su nombre mientras él hacía lo que le viniera en gana?

Moviéndome en su mano, trataba de que frotara mi clítoris, de que me llevara más allá, pero frenó nuestro beso y mordió mi labio inferior suavemente, lo suficiente para hacerme sabar que él estaba a cargo. “Aún no, Katie. No hasta que te dé permiso”.

¿Permiso? ¡¿Cómo se atreve?! Mojé sus dedos completamente.

Apreté mi vagina y él se echó para atrás, penetrando más rápido y con cuidado de no acercar su mano a mi clítoris. Gemí en frustración y el mordisqueó mi mandíbula. “Eso es lo que quería escuchar de ti”. Tocó mi clítoris una vez, con un roce rápido y suave que me enloqueció aún más. Gemí y él regresó a tomar mis labios, hablando por encima de ellos mientras que sus dedos se movían dentro y fuera de mi vagina, tan lentamente que quería gritar.

Él me besó fuertemente, luego separó mis piernas de su cintura, y empezó a moverse más abajo. Soltando mis muñecas, se arrodilló frente a mí y levantó mi falda hasta mi cintura. Con una mano en mi abdomen me mantuvo en mi lugar. Simplemente movió a un lado mis pantis de encaje mientras me sujetaba con una mano en el abdomen. La otra mano la usó para abrir paso para meter su boca.

“Oh, rayos”, murmuré, mirando su cabeza oscura entre mis piernas, sintiendo su cálido aliento rozar mi vagina.

Debí decirle que parara. Estábamos en el maldito pasillo de un bar. Bueno, la verdad, estábamos en un callejón, pero cualquiera podía caminar por ahí en cualquier momento. Debí comportarme como una verdadera profesional y haberle dicho que no, haberle dicho que esperara hasta que llegásemos a algún lugar más privado.

Chupó mi clítoris con su boca y lo chasqueó con su lengua, y mientras tanto, yo enredaba mis dedos en su cabello. Con la cabeza atrás, no me di cuenta de que había cerrado los ojos hasta que escuché una suave risa a mi derecha.

En shock, me di la vuelta para encontrar al apuesto vaquero que había conocido en el avión temprano, estaba viéndonos con un brillo de interés en sus ojos. Se recostó contra el muro, con los brazos cruzados. ¿Cuánto tiempo llevaba? Por lo paralizada que estaba, no pude hacer nada más que gemir cuando soltó mi clítoris, solo para ser chupado nuevamente por la boca de Sam. ¿Acaso no se ha dado cuenta de que no estamos solos? De ser así, debía de ser jodidamente hábil como para no sentir vergüenza. Empujando su cabeza, solo quería que se apartara; pero con un chasquido de su lengua, me dediqué a sujetar su cabello, manteniéndolo cerca de mí. Estaba al borde, tambaleándome por llegar al orgasmo.

El vaquero sonrió y cerró distancias. El pasillo ya se sentía concurrido. No, yo me sentía “concurrida” por dos hombres que me prestaban mucha atención. Un hombre tenía su cabeza entre mis piernas y me hacía correr solo con su lengua, y el otro bloqueaba el mundo exterior con sus enormes hombros. Levantó su mano hasta mi mejilla, y entonces colocó su pulgar en mi labio inferior. “Veo que ya conociste a mi primo”.

¡¿Primo?! Él solo sonrió, y me besó con tanta lujuria, calor y profundidad como Sam trabajando mi vagina con su lengua, presionando hasta llevarme a un orgasmo de gran magnitud.

Mientras Sam me soltaba, su primo Jack amortiguaba mis gritos con un beso. Me encontraba en un serio problema.

1

CATHERINE

Diez horas antes…

“Les habla su capitán. Estamos listos para el despegue, pero como podrán ver a través de la ventana, el clima no se ve agradable y la torre de control ha dado luz roja a todos los vuelos. No estoy seguro de cuánto tiempo nos tendrá la tormenta aquí. Parece que será por al menos media hora, damas y caballeros. Les mantendremos informados”.

Oh, genial. Mirando a través de la pequeña ventana, se podían ver las enormes nubes color carbón que evitaban que saliéramos de Denver. Había hecho una carrera desde una de las puertas hasta el área de viajero frecuente de larga distancia para llegar a mi vuelo con escala a tiempo, solo para ser plantada así en el asfalto. Miré mi reloj y me limité a suspirar. No tenía tiempo para esto. Diablos, no tenía tiempo para ir a Montana, pero tenía que ir de todas formas.

Recostándome en la incómoda cabecera, cerré mis ojos y traté de respirar para quitar mi frustración. Llevaba la mitad de la noche terminando las declaraciones que debía archivar esta mañana, y me tomó dos horas más responder a tantos correos como me fuera posible. Para cuando terminé, todavía tenía que empacar. No tenía nada, nada, apropiado para el salvaje oeste además de unos pantalones de jean y unas zapatillas deportivas así que, tras una hora de total preocupación, lancé un poco de todo en una maleta.

Había dormido unas lamentables dos horas cuando la alarma me despertó a las cuatro y media, solo para encontrar que el puente de Manhattan hacia Queens estaba en reparación en mitad de la noche y el tráfico estaba horrible. Luego, la seguridad del aeropuerto tardaba demasiado y tuve que pasar por su proceso de revisión a causa de los tornillos de titanio en mi pierna. Cuando por fin había logrado llegar a la puerta, mi jefe me llamó para quejarse sobre mi ausencia en las reuniones con la lista actual de clientes. Quería entablar relaciones con ellos tanto que hasta consideré dejar mi maleta e irme a la oficina, pero cuando informaron que debía abordar, sabía que al menos debía resolver una cosa a la vez en mi vida. Y ahora, estoy atascada por una tormenta eléctrica.

Mientras intentaba quitarme la sensación áspera en mis pestañas, intenté realizar ejercicios de respiración que aprendí en las clases de yoga. Se suponía que las clases eran relajantes, pero nunca funcionaron. Nunca estaba calmada. Y ahora, el aire enlatado dentro del pequeño avión se hacía más y más cálido, penetrando en mis pulmones, sofocándome. Estaba atorada y no había nada que pudiera hacer al respecto. Mierda. Odio que las cosas se salgan de mi control. No soy claustrofóbica, pero me sentía igual de atrapada. Un poderoso trueno resonó en el avión, justo antes de que la lluvia lo golpeara como miles de pequeños martillos. ¿Acaso Dios intentaba decirme algo?

Respira.

Inhala lenta y profundamente por la nariz, mantén la respiración… un poco más… y exhala todo por la boca. Inhala… el aroma a sándalo y cuero con una pizca de calor que seguramente provenía de él. Me senté al lado del señor Apuesto Vaquero y olía muy bien como para intentar concentrarme en otra cosa —incluso con mis ojos cerrados—. La esencia no era colonia, jabón quizás, y me distraía completamente. ¿Cómo podría alguien concentrarse en respiraciones de yoga con un don “Alto, Piel Morena y Atractivo” al lado y hombro con hombro?

Casi me tragaba mi lengua cuando él cruzó el angosto pasillo, colocó su sombrero en la cabecera y se sentó a mi lado, intentando acomodar su enorme cuerpo en un espacio pequeño. Me ofreció una rápida sonrisa y un educado “hola”, y luego abrió su libro. Yo estaba escribiendo mensajes de texto en el celular, pero mis pulgares se congelaron cuando lo miré de reojo.

Tenía pelo rubio, un poco largo y con rulos en las puntas. Peinado, pero indómito. Sus ojos eran igual de oscuros y penetrantes, pero la manera en que se curvó la comisura de sus labios a los extremos me indicó que no era tan intenso como se veía. Su piel bronceada me demostró que no trabajaba en una oficina, al igual que sus enormes manos con uñas cortas y bien cuidadas, y un juego de músculos fascinante que cambiaba bajo la superficie. Manos fuertes que obligaban a una mujer a rogar por que la tocaran. Lo más importante, aún no llevaba anillo de compromiso.

Me sentía una pervertida total por pensar en mi compañero de asiento de esa forma, ¡pero por Dios! Él estaba bombeando hormonas o algo así, porque, en ese momento, solo podía pensar en montarme sobre su regazo y hacer un rodeo con él. Mi cerebro se había paralizado y mis ovarios tomaron el control.

No había vaqueros en Nueva York, y debía admitir que no había nada como un hombre cuyo tamaño y musculatura fueran formados por arduo trabajo, aire fresco y un fuerte sol en lugar de las clásicas rutinas del gimnasio. Ningún hombre podía llevar una camisa de botones a presión, unos pantalones vaqueros y unas botas como un vaquero real. ¿Y éste hombre? Él era todo un vaquero. ¡Santo cielo! Siempre había pensado que el empresario era atractivo, pero era un debilucho en comparación con esto. Podrían ser capaces de conseguir tratos de billones de dólares con un almuerzo, pero haría la vista gorda si intentaran llevarme a la cama. ¿Pero el Señor Guapo? Podría montarme y ponerme en sumisión todos los días si quisiera.

Como no iba a decirle esas cosas, decidí volver a ver mi reloj de nuevo. Tres minutos habían pasado desde el anuncio del capitán. Debía aprovechar ese tiempo muerto para mi provecho. Moviéndome hacia adelante, traté de alcanzar mi bolso por debajo del asiento, pero el espacio era muy estrecho. Intenté acomodarme de lado para ello, y encontré que mi cabeza tocaba la dura pierna del Señor Guapo. Una pierna dura y cálida.

Me volví a sentar abruptamente y di una rápida mirada hacia él. “¡Lo siento!” Me sonrojé y mordí mi labio.

¡Santo Cielo! Tenía un hoyuelo. Él sonrió, mostrando esa perfecta hendidura en su mejilla derecha y me quedé mirándola boquiabierta. Tenía la barba de la tarde, y me preguntaba si esa barba sería suave o rasposa. ¿Acaso la haría recorrer sobre la piel de su amante? Usar esa abrasión para acariciar entre mis piernas antes de probarme con su…

“No hay problema. Cuando quieras”, murmuró, con una profunda voz.

¿Me estaba insinuando que podía colocar mi cabeza en su regazo cuando yo quiera? ¿Acaso quería que yo…?

Mis ojos fueron bajando hasta sus piernas y pude notar rápidamente cómo esos pantalones lo moldeaban en todos los lugares correctos.

Mortificada porque me quedé mirando su enorme paquete, alejé la mirada, pero no antes de que él me guiñara el ojo y sonriera maliciosamente.

Tratando de mantener mi parte del reposo para el brazo, usé mi pie para alcanzar mi bolso y tirar de él hacia adelante —doblándome en posiciones de las cuales estaba agradecida de las tantas horas de yoga que había realizado— para tener a mi alcance mi portátil y mi teléfono, y colocarlos en la bandeja. En cuanto quité el modo avión del teléfono, empezó a sonar.

Deseando silenciar el tono, respondí.

“No piensas que puedes esconderte y vender la propiedad de tu tío sin que yo lo sepa, ¿verdad?”

Bastaba con escuchar la voz de Chad para irritar lo que quedaba de mis nervios agotados. Como había bloqueado su número, probablemente estaría llamándome por el de su oficina. ¿Por qué no podía dejarme en paz?

“No necesito esconderme. Voy a vender la casa de mi tío, y ya lo sabes”. Mantuve mi voz baja para no molestar a nadie más.

“¿Y quedarte con las ganancias? No va a pasar, cariño”.

“No soy tu cariño, Chad. Y dudo que lo haya sido antes”, le gruñí. Cuando lo había encontrado en su cama con su paralegal, era de asumir que ella era su cariñito.

“Eres mi esposa, y eso me deja con la mitad de esa herencia”.

Miré la lluvia cayendo en la ventana. Mis emociones estaban como el cielo: oscuras y con una fuerte amenaza de desatarse. “Has estado en bancarrota por mucho tiempo. Ya no estamos casados, por lo que te quedas con nada”.

“Lo dice la mujer que en cuatro años trabajando, no ha hecho ningún socio”.

Auch. Eso fue un golpe bajo. Chad había conseguido un socio menor en su firma después de dieciocho meses, y siempre me lo ha recordado. Le di un rápido vistazo a Señor Guapo y descubrí que me estaba observando, con una mirada tan intensa que me hizo retorcer en mi asiento. ¿Vi una chispa de preocupación en su rostro? Dios, no necesitaba que me escuchara peleando con el idiota de mi exesposo.

“Chad, estoy sentada en un avión y no puedo hablar. No hay nada más de qué hablar entre nosotros. Deja ya de llamarme”.

Colgué y me quedé mirando mi teléfono. Llevábamos divorciados casi dos años y aún creía que podía joderme. Fue un matrimonio estúpido y la herida de ese apresurado error seguía abierta.

La respiración de yoga no me iba a calmar, así que debía cambiar mis ideas. El trabajo. Trabajar podría ayudarme a concentrarme sobre algo aparte del mentiroso, infiel, traidor y tarado de mi ex.

Saqué el expediente que estaba escribiendo y me puse a trabajar mientras el Señor Guapo leía su libro. Después de unos minutos, un icono de mensaje instantáneo apareció en la esquina inferior de la pantalla.

Elaine: Vi que tu nombre apareció. ¿Ya llegaste?

Yo: No. Vuelo a escala en Denver retrasado. Tormenta eléctrica.

Elaine: Rayos.

Pasó más o menos un minuto cuando volvió a escribir.

Elaine: ¡No olvides tu objetivo principal! ¡Consigue un vaquero atractivo y ten sexo desenfrenado!

Mis ojos quedaron como platos ante el mensaje en la esquina de la pantalla de mi portátil.

Volteé a ver al Señor Guapo, y parece que no se dio cuenta de la nota picante de mi amiga. La letra es pequeña y aunque los asientos estaban muy juntos, esperaba que fuera corto de vista. Y que estuviera enfocado en su libro.

Yo: Perdería el tiempo. Tengo mucho trabajo por hacer.

Elaine: Últimas palabras de una mujer que desesperadamente necesita un orgasmo. Chad fue un tarado con un lápiz entre sus piernas. Necesitas a un hombre que te haga girar el mundo.

Elaine no tiene pelos en la lengua y es lo que amo de ella. No suaviza las palabras. Lo que dijo sobre el pene de mi ex quizás sea cierto. Tristemente, solo he estado con él, por lo que no he tenido tantos penes en mi vida para comparar, pero ciertamente no sabía usarlo. En cuanto a hacer mi mundo girar, bueno, dudaba que fuera a pasar pronto. Estaba muy ocupada. Trabajo, trabajo y más trabajo. Ocasionalmente dormía. Y como Chad tiernamente resaltaba, no había hecho ningún socio. Aún. Si quiero hacer uno, debía tomar en cuenta el tiempo.

Yo: El sexo no me dará las relaciones que necesito.

Elaine: Tienes enredadas tus prioridades, mujer, con pensar que no puedes tener ambas. ¿Crees que el señor Farber no coje?

No estaba segura de reír o vomitar. Mi jefe ya estaba en los sesenta y era todo menos atractivo. Y un idiota misógino.

Yo: Muy graciosa.

Elaine: Solo una noche. No te digo que te cases con el tipo, solo ten sexo con él. Luego consigue otro y repite el proceso.

Suspiré, tratando de averiguar cómo conseguir a un sujeto para tener sexo. No era exactamente una modelo con mi baja estatura y mis curvas. Y “solo una noche” no era mi estilo. ¿Cómo puede uno andar en esas cosas? ¿Se suponía que debía caminar hacia un tipo y decirle que quería tener sexo? ¿Beber y actuar como tonta hasta que el hombre tomara la iniciativa, me llevara a su casa y salir a escondidas al terminar? Todo eso me incomodaba. El pensar en pasar de una divorciada tensa y adicta al trabajo que solo ha dormido con un hombre a una seductora apasionada en los campos de Montana no se veía factible.

Yo: Ok. Le preguntaré al primero que vea cuando suelte el teléfono si quiere que lo hagamos. Eso debería bastar, ¿no?

Juraría que había escuchado al Señor Guapo gruñir, pero cuando lo miré, seguía leyendo.

Elaine: Siempre funciona para mí. En serio, búscate un vaquero sexy de Montana y lánzate.

Señor Guapo todavía no se había movido y suspiré por dentro. Esta conversación no era algo que él necesitara ver.

Sonó mi teléfono.

Yo: Tengo que irme. El señor Farber está enviando un mensaje.

Elaine: ¿Sabe enviar mensajes? Jajaja.

Rodé mis ojos y cerré la ventana de mensajes. Tomé mi teléfono y revisé el mensaje de mi jefe.

Farber: Escuché que la cita para el caso Marsden fue cambiada para el jueves. En tu ausencia, Roberts se hará cargo.

“Carajo”, suspiré, y mi mano apretó el teléfono tan fuerte que mis nudillos se pusieron blancos.

Miré las palabras y quería lanzar el teléfono desde el avión. Eric Roberts estuvo compitiendo por el mismo puesto de socio que yo y él era un completo idiota. Además de tener un título en leyes, tenía una maestría en lamer culos y un doctorado en buscar chicas más jóvenes que él. Me perdí medio día y ahora él tomaría mi mejor caso. Solo podía imaginar que lo lograría en la semana que no estaré.

Normalmente, hubiera sonreído cortésmente y mordido mi lengua. Pero hoy no. Murmuré para mí mientras respondía al mensaje de Farber con una recomendación educada de que enviara a Martínez en su lugar. Martínez, Al menos, piensa con algo más que su pene. Roberts se ha cogido en el camino a todas las del departamento de paralegales y hasta lo hizo con la recepcionista en la oficina de ortopedia en el cuarto piso. “Roberts, maldito. Piensa que puede arruinarme”.

“¿Sueles hablar contigo misma?”

Volteé mi cabeza para ver a Señor Guapo.

“¿Disculpe?”. Pregunté, confundida. Mi cerebro todavía procesaba cómo mi carrera sería enviada al excusado a pasos alarmantes.

“Solo preguntaba si sueles hablar contigo misma muy a menudo”.

Sentí el choque de la realidad, me sonrojé fuertemente y volteé la mirada, para ver a la azafata trabajando en el pasillo.

“Pues... Verás... Solo cuando me estreso”. Reí secamente. “Quiero decir, sí. Suelo hablar conmigo todo el tiempo”.

Una pequeña V se formó en sus pestañas, y luego miró mi computador. “¿Trabajo estresante?”

La azafata llegó a nuestra línea. “Debido a que seguimos estancados, las bebidas van por nuestra cuenta, chicos. ¿Quieren cerveza, vino o algún otro licor?”

“Licor”, Señor Guapo y yo lo dijimos al mismo tiempo. Nos miramos mutuamente y sonreímos.

“Nombren su veneno”, respondió la azafata, mirándome con papel y lápiz en mano.

“Vodka tonic”, le dije. “Y que sea doble”.

“Para mí también”, respondió el Señor Guapo.

Cuando la azafata continuó por el pasillo, él se volteó a verme. “Parece que necesitas ese trago”.

“O diez”, murmuré.

“¿Tan mal estás?”, preguntó.

“Lo único que puedo hacer, por ahora, es ahogar mis problemas en el alcohol. Desde que me monté a este avión, recibí una llamada de mi ex, un chat de una compañera de trabajo y un mensaje de texto de mi jefe. Para variar, no llegaré a mi cita en Montana a tiempo”. Desempañé la ventana del avión con mi mano y todavía se veía el agua correr. “No puedo regresar a Nueva York, y después de meses de arduo trabajo, le regalarán mi caso a un hijo de…”. Me mordí el labio. “A un asociado, porque estoy atrapada aquí”.

La mirada penetrante del Señor Guapo estaba fija en mí, como un láser. Como si no quisiera escuchar la tormenta afuera o el llanto del bebé dos filas atrás o la conversación de la pareja en la fila de enfrente. Me estaba escuchando únicamente a mí, y esa atención me excitó completamente. Tuve que cerrar mi mano para aguantarme el querer saber qué tan suave era su pelo pasando entre mis dedos.

“Estar atrapados no es tan malo”, respondió.

Arqueé mis cejas y mi mirada se fijó en sus labios cuando habló. Persistí, porque no podía recordar que era de mala educación quedarse mirando. “¿Qué?”.

“Mmm”, murmuró. “¿Atrapado con una hermosa mujer? Es el sueño de todo hombre. Me siento con suerte”.

2

CATHERINE

Me relamí los labios y me forcé a mirarlo de frente, como una mujer lógica y razonable. ¿Cuántas veces me iba a hacer sonrojar este hombre?

“Por cierto, me llamo Jack”.

Me volví a relamer los labios, y la humedad que dejaba mi lengua me molestaba mientras respondía. Quizás esto era cómo funcionaba el ligar con un hombre. Quizás Elaine tuviera razón. Tal vez podía hacer esto.

“Catherine”.

Jack cambió la posición de sus piernas para estirarse un poco en el pasillo. “¿Y qué haces que te tiene tan estresada?”.

Consideré mentir por un segundo, pero mis instintos se rebelaron contra la idea. Si él no podía manejar a una mujer con cerebro, perdería mi interés hacia él de cualquier manera. “Soy abogada”.

“Mi primo es abogado también. Normalmente suelo hacer chistes de abogados, pero no creo que sean de tu tipo”.

Reí y asentí con la cabeza. “Sí, los he escuchado todos, a decir verdad”. Tiré de uno de mis rizos rebeldes. “Y soy rubia también, así que estoy más que destinada al departamento de chistes malos”.

“Uy… ¿Y cuál es el gran asunto que te tiene tan frustrada?”

Puso sus manos encima del libro en sus piernas, entrelazando sus dedos, y claramente preparado para esperar una respuesta. Lo miré por un minuto, tratando de averiguar por qué se preocupaba.

Quizás percibió mis pensamientos, porque continuó hablando. “La verdad es que he disfrutado hablar contigo más que leer mi libro. Además, no tenemos nada más que hacer. Podrías simplemente contarme”. Cuando me vio todavía en pausa, prosiguió. “Lo que pase en el avión, se queda en el avión”.

“Pensé que solo servía en Las Vegas”, respondí, y sonreí. “Bien”. Me volteé para que mi espalda estuviera contra el asiento del avión y lo miré a los ojos.

“Mi mayor problema es que busco un socio y un compañero de trabajo ambicioso acaba de tomar un caso. Llevo fuera como…”. Miré mi reloj y saqué las cuentas. “…Seis horas y ya está cazando a mis clientes”.

“Un socio. Impresionante, en especial para alguien tan joven”.

Lo miré cuidadosamente con el ceño fruncido. “Gracias. No soy tan joven y no creo que estés tan viejo para hablar sobre los mayores aún”.

“No me atrevo a adivinar la edad de una mujer. Mi madre me enseñó mejores modales que eso, pero tengo treinta y dos”.

“Entonces diré que tienes unos años más que yo”. Cinco para ser exactos, pero él no necesitaba saber eso.

“Como dije. Impresionante”.

Miré mis uñas cortas. “Conseguir un socio ha sido mi meta por diez años. He trabajado hasta desgastarme, y pensar en aquel idiota, en mi oficina, robando esa asociación bajo mi nariz me hace querer estrangular cosas”.

“¿Siempre quisiste ser abogada?”

“Sí”.

“¿Y por qué? ¿Alguien en tu familia terminó preso por un crimen que no cometió?” La comisura de su labio se levantó y el hoyuelo apareció. Me quedé mirándolo. No lo podía evitar. Quería besarlo ahí, descubrir a qué sabía esa piel.

Demonios. Elaine tenía razón. Necesitaba tener sexo. La abstinencia que tenía desde mi divorcio me hacía perder la cabeza. “Eh… no. Mi mamá y mi papá son abogados, en realidad”.

“Entonces sigues sus pasos”.

Pensé en mis padres. No eran tan cariñosos, pero sí amorosos en general. Sin embargo, me habían puesto en la universidad y la escuela de leyes, así que no debía quejarme. “Eso creo. Nunca lo pensé de esa forma. Siempre era lo que tenía pensado hacer”. Ya había dicho suficiente sobre mí. Ahora es tu turno. “¿Y qué hay de ti? ¿En qué trabajas?”.

“Soy ranchero”.

“¿Y exactamente qué significa?”.

“¿Has estado en Montana antes?”.

“Cuando era pequeña. Mi tío vivía allá”.

Asintió suavemente. “Manejo un rancho de caballos”.

“Te etiqueté de vaquero”.

“Y yo a ti de citadina”.

Miré mi portátil y mi teléfono. También había visto mi blusa blanca y mis jeans ajustados. “Si… puedes sacar a la chica de la oficina, pero nunca a la oficina de la chica, ¿no?”.

Me miró por un minuto. “No lo sé. Tal vez necesites intentarlo”.

Se me erizó la piel ante sus palabras, luego suspiré. “Créeme, no fue tan fácil. Lo he intentado toda mi vida”. Había hecho todo lo que decían los libros para relajarme. Vacaciones en la playa. Yoga. Máquinas de estática y una cita mensual con un masajista. Lo que recibí a cambio fueron pilas de correos sin responder, un hombro lastimado de tanto hacer la posición del perro boca abajo, pesadillas sobre insectos zumbando y una total mortificación mientras un extraño me ponía loción en mi no-tan-perfecto cuerpo mientras pretendía no darme cuenta de lo lejos de la perfección que en realidad estaba.

La azafata nos trajo nuestras bebidas en una bandeja, entregó la mía y luego la de Jack.

Tomé un sorbo de la bebida fría y sentí cómo el alcohol se asentaba en mi lengua, y lentamente se deslizaba hasta mi garganta.

“¿Te diriges a Montana a visitar a tu tío?”, preguntó, lo suficientemente diestro como para saber cuándo cambiar de tema.

“Mi tío murió hace unos meses”.

“Oh... Lamento escuchar eso”, murmuró.

Me encogí de hombros. “Tenía doce la última vez que lo vi. Mis padres tuvieron una especie de discusión y nunca más regresamos”.

“¿Discusión?”

Tomé otro sorbo. “Nunca me dijeron. Créeme, pregunté, pero nunca hablaron. Sorprendentemente, él me dejó esa casa a mí y me dirijo a limpiarla y venderla”.

“¿En Bozeman?” Si este avión despegara, allí aterrizaríamos…

“No, en Bridgewater. Un pequeño pueblo a dos horas”. ¿Era mi imaginación o entrecerró sus ojos cuando mencioné el pueblo? Iba a preguntar, pero el sonido del comunicador del avión atrajo mi atención.

“Okey, damas y caballeros”. La voz del capitán resonó en el altavoz, interrumpiendo que Jack siguiera hablando. “Mientras pueden observar que sigue lloviendo, la tormenta se está dirigiendo hacia el este y nuestra ruta está libre. Estamos en quinta posición para el despegue”.

Entonces la azafata empezó a recorrer los pasillos para recoger los vasos. No quería perder el trago, así que me lo tomé en dos sorbos antes de entregar el vaso. Debido a que necesitaba guardar la bandeja, no me quedó otra más que guardar el computador portátil. Empezamos a movernos lentamente hacia la línea, mientras que los otros aviones despegaban uno a uno. Antes de lo que esperaba, ya estábamos en el aire y los efectos del alcohol empezaron a afectarme. Ahora mi mente zumbaba entre el vodka y el aroma de Jack, y solo podía pensar en conocer más de este vaquero sexy.

“No se me ocurrió preguntar, ¿pero vas camino a tu rancho en Montana? ¿O es en Colorado?”.

“Montana”, respondió Jack. “Ahí nací y crecí. Estaba en Denver por negocios. Mi turno”.

En cuanto vio mi cara de confusión, dijo, “Mi turno para preguntar”.

“Okey. Dilo”. El alcohol me estaba llenando con una sensación cálida y borrosa, y sabía que normalmente no podría abrir mi mente así. Pero qué más da. Quizás de todas formas no lo volvería a ver jamás.

“No veo anillo. ¿Mencionaste a un ex?”.

“Divorciada. ¿Y tú?”.

“Nunca me casé”.

“¿Alguna novia?” Moría por saber y el licor me soltaba la lengua.

“No. ¿Algún novio?”.

Meneé la cabeza. “No tengo tiempo. Mi amiga dice que…”. Corté la frase, dándome cuenta de que iba a hablar demasiado. No me importaba si no lo volvería a ver jamás una vez que el avión aterrizara en Bozeman. No me importaba lo fácil que era hablar con él. Hay algunas cosas que una chica simplemente no compartía. Como el hecho de que necesitaba sexo duro y desenfrenado contra un muro y tener al menos cinco orgasmos.

“¿Tu amiga dice...?”.

Mire su atractivo rostro, sus anchos hombros, el paquete completo. Le podría decir lo que me había dicho Elaine. Podría proponérselo, decirle que quería tener sexo alocado con él. Es soltero, y dijo que yo era hermosa. Mientras dudé de que podríamos estar en el cuarto especial —el baño de este avión era algo grande para uno, por lo que podrían caber dos—podríamos fácilmente conseguir un hotel cerca del aeropuerto cuando aterrizáramos. Apostaba a que era bueno en eso también. Muy bueno. Esas manos, y el miembro que se veía de contorno en sus pantalones. Podría darle color a mi mundo. Las siguientes palabras pasaron por la punta de mi lengua. ¿Te interesaría pasar una noche conmigo?

Elaine lo pudo haber hecho. Pero yo me acobardé. Demonios, no quería ser rechazada. Chad me había encontrado carente de algo. Si Jack lo hacía, me sentiría destrozada.

“...Nada”. ¿Cómo podía salir de esta conversación? El baño. Toda mujer necesitaba empolvarse la nariz, incluso a 11.000 metros de altura. “Si no te molesta, ¿me permites pasar?”. Apunté al fondo del avión.

Jack se quitó el cinturón y se levantó, dando espacio en el estrecho pasillo para que pudiera caminar hasta el final del avión. Cuando cerré la puerta del baño, me puse a reír fuertemente. Cómo pudiera alguien tener sexo en un espacio así de pequeño estaba más allá de mis expectativas. Era tan pequeño, y definitivamente poco sanitario. Tomé un segundo para mirarme en el espejo, para ver lo que Jack había visto. Mi pelo rubio era ondulado y llegaba hasta mis hombros, y mi flequillo estaba peinado hacia un lado. Era algo indomable bajo la humedad de la costa este, lo que era poco apropiado para el aspecto corporativo. Me habría rediseñado eso yo misma hace tiempo, pero me encantaba que el color no viniera de un producto. Lo acomodé detrás de mis orejas y pasé suavemente mis dedos bajo mis ojos, asegurándome de que la máscara no se hubiera caído.

“Estás hablando con un hombre sexy. Está interesado en ti, sin importar tus dotes o tus locuras. Él no irá a ningún lado, así que sal ahora y habla con el hombre”. Me vi frente al espejo, luego fruncí el ceño. “Sí, claro. Como si realmente estuviera interesado en mí”.

De regreso al pasillo, encuentro a Jack dormido. Tenía la cabeza recostada hacia atrás y la boca ligeramente abierta. Dios, ¿cómo se sentiría probar esos labios con los míos? No podía quedarme de pie en el pasillo mirando, pero tampoco quería despertarlo porque se veía realmente agotado. La única forma para llegar a mi asiento era pasando sobre él. Coloqué una mano en el espaldar del asiento enfrente de mí, levanté mi pierna y se contrajo cuando pisé la de él. Dios, él era enorme. Puse mi pie en el piso, centrando mi peso en él para traer el otro pie, pero mis piernas eran muy cortas. Fallé en los cálculos y ahora estaba atorada entre sus piernas. Carajo.

Jack se sobresaltó y movió sus piernas, que levantaron mis tobillos del suelo. Perdí el balance y me caí de frente, con mi rodilla aterrizando en el asiento vacío a su lado, y mi trasero aterrizando firmemente en su regazo. Esto, junto con mi pequeño chillido, hizo que él abriera los ojos. Instintivamente, mis manos se fueron a mi cadera. Por lo pequeña que era, sus pulgares rozaron la curva baja de mis pechos que presionaban contra su abdomen.

Mis ojos se ensancharon en alarma mientras sentía su longitud en la coyuntura de mis piernas. Si la fina barrera de nuestra ropa no estuviera en el camino, esa longitud estaría deslizándose a través de mi entrepierna ahora. Estando desnudos, lo podría montar así, justo sobre su regazo, mi pecho presionado contra el suyo, su boca fuera de alcance. Si tan solo hubiera levantado la barbilla…

Nuestros ojos se cruzaron, firmes. Estaba congelada encima de él, como un conejo asustado. Mi cerebro se apagó y no podía moverme, no podía hablar. No tenía ningún comentario ingenioso para calmar la situación. No. No para mí. Primera en mi clase en el equipo de defensa de prueba, y no podía pensar en algo tan simple que decir. No. Todo en lo que pensaba era en tener a un completo extraño desnudo. En sexo salvaje.

Su mirada se entrecerró y estaba llena de calor e intensidad. Sus ojos pálidos eran de color gris tormentoso. Como las nubes bajo nosotros. Me estremecí.

Finalmente recuperé mi voz. “Eh…, mierda”. Busqué acomodarme en mi asiento y traté de quitar mi otra pierna, pero sus manos me contuvieron. “Lo siento. Yo…, este…, no quería despertarte”. Sabía que mi rostro estaba pasando por todos los tonos de rojo, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Me sonrió, levantándome para que pudiera mover mi pierna y acomodarme de nuevo en el asiento.

“Cuando quieras, Catherine, cuando tú quieras”.

Todavía podía sentir el apretar de sus manos en mi costado, su cálida —y muy dura—presión en mis muslos. Mortificada, sentí que mis mejillas se quemaban y miré a todos lados menos a él. Me puse el cinturón de seguridad con mis dedos enredados. Dios mío, ¿cómo alguien puede sobrevivir a tanta vergüenza? Tenía que hacer algo, lo que sea, para no tener que hablar más con él. Elaine quería que me lanzara hacia un hombre. Bueno. Lo hice. Dios, no es que quisiera que el avión se estrellara, pero quería morirme de la vergüenza ahora. Nada ha cambiado. Fui un asco ligando. Siempre lo he sido. Con un libro de reglas o un manual de procedimientos, soy un genio. ¿Pero esto? ¿Ligar y tener sexo? Bueno, no tanto.

“Yo…, esto…, mejor regreso al trabajo”. Aunque las palabras fueron para Jack, hablé con el respaldo del asiento enfrente de mí.

En mi vista periférica podía ver que él levantó su barbilla en reconocimiento, presionó el botón de su asiento para recostarse unos centímetros y volver a cerrar sus ojos. Solo podía verlo desprevenido. Él no estaba tan atontado como yo. No estaba avergonzado ni mortificado. No fue nada para él. Yo fui nada más que una diversión en un vuelo retrasado.

Para mí, eso fue lo más cercano que probablemente estaría de montar un vaquero en esta vida.

Cuando movió su asiento, desvié la mirada, asustada de que pudiera abrir esos ojos azul intenso y verme mirándolo. Después de ese incidente, no podía dejar que me atrapara escudriñándolo.

Enganchando el bolso con mis pies de nuevo, tardé media hora escribiendo lo que me faltaba del expediente. Con Jack durmiendo, pude olvidarme de mi torpeza y concentrarme, tranquila porque no habría servicio de internet o señal en el avión. Mi locura laboral estaba al mínimo, pero mi lista de pendientes brotaba en lo profundo de mi mente. Podría estar en una zona sin señal, pero eso no significaba que el mundo no se derrumbase a mi alrededor. Solo podía imaginar qué iba a hacer en cuanto llegara a Bridgewater.

3

JACK

“Y bien, ¿cómo te fue en el viaje?”, preguntó Sam, lanzando su bolígrafo en el escritorio.

Nunca pude entender cómo un hombre podía trabajar en uno de esos lugares todo el día. Pero era mi primo, y eso lo hacía feliz. Pensé en Catherine en el avión y me di cuenta de que probablemente ella y Sam tendrían mucho en común.

“Sin novedades”. Colgué mi sombrero en el perchero de la entrada, y me acomodé en una de las sillas de su oficina. Me había ido a Denver para vender un caballo cuarto de milla. Aunque no suele ser necesario conocer al vendedor en persona, a veces tenía que verlo cara a cara para cerrar el trato. Los arreglos para movilizarlo desde mi rancho hasta el que se encuentra en Colorado se pueden convenir por teléfono. “El viaje de regreso fue otra cosa, te digo”.

Sam se recostó en su silla y puso sus botas en el escritorio antiguo. Puedes sacar al chico del rancho, pero no al rancho del chico. “¿Qué ocurrió? ¿Otra ave se estrelló contra el avión?”.

“¿Qué?”. Me di cuenta de que hablaba de un vuelo de hace años cuando, en un despegue, un pájaro había golpeado el parabrisas del avión y los pilotos abortaron el vuelo. No fue divertido. Me podría reír de eso ahora, pero había quedado atrapado en un hotel en Denver por culpa de un maldito pájaro. “Carajo, no. Una tormenta esta vez, nos retrasó mucho, pero eso no es lo interesante. Conocí a alguien”.

Las cejas rubias de Sam se juntaron y podía sentir el juicio emanando de su piel”. ¿En serio? ¿A quién te llevarás a la cama esta vez?”.

“No comiences con tus pendejadas sobre tener sexo sin ataduras, Sam. Ella se quedará en el pueblo por unos días y busca pasar un buen rato. Es de Nueva York. Me senté junto a ella en el avión. Hablamos durante el transcurso del vuelo. Prácticamente en el tiempo que estuvimos esperando una amiga de ella le envió un mensaje diciéndole que “se consiguiera un vaquero sexy con quién divertirse un rato”.

¿Acaso una sonrisa burlona salía de la boca de Sam? “No entiendo cómo te las consigues, Jack”.

“Me necesita. Su vagina me necesita, Sam. No puedo simplemente ignorarla”. Me senté en la silla opuesta a la de mi primo en su grande y elegante oficina de abogado, y no pude quitarme de encima la mueca alegre en su rostro. “Primero, es sexy como ni te imaginas. Con curvas, rubia, y tan tensa que probablemente se desmaye la primera vez que la haga venir”.

“No necesitaba los detalles”. Sam estaba sacudiendo su cabeza, pero había risa hasta en sus ojos. Lo que era muy agradable de ver. No me había perdonado del todo por perder a la mujer con la que él quería que nos casáramos durante todos esos años, antes de que se fuera del pueblo. La dulce Samantha Connor. Para la fecha ella tendría dieciocho y era todo lo que Sam quería. Pero lo que él quería, yo la odiaba: inocente, cariñosa, dependiente. Necesitada. Me había sentido sofocado por lo cerca que Sam estuvo de proponerle casamiento. Maldición, yo tenía dieciocho. Había rechazado casarme con ella, ella lloró un río de lágrimas y se casó con los MacPhersons seis meses después. Sam dejó el pueblo dos semanas después de la boda y estuvo fuera por más de una década.

“Demonios, primo. Si alguien necesita que la cojan, es ella”.

Sonreí, pensando en su portátil, su teléfono y los mensajes instantáneos y su buzón de entrada y…, carajo, las otras diecisiete cosas que probablemente hayan pasado por esa linda cabecita suya. Fue divertido verla tan intensa y seria. En el avión se me había casi parado desde que me senté y tuve que abrir el libro para cubrirlo. Cuando tuvo que ir al baño, disfruté de su trasero curveado mientras caminaba por el pasillo, lo que me la dejó dura como piedra. Tuve que sentarme ahí, ojos cerrados, pensando en baños públicos y cavidades dentales para bajarlo. Pero cuando me sorprendió de golpe y trató de subir por sobre los muslos, la imaginé enseguida montada con mi verga dentro de ella, subiendo y bajando, moviendo su cadera para venir mientras me cogía. No cabía duda de que sintió lo dura que la tenía por ella mientras saboreaba sus curvas entre mis manos, la sensación de la parte inferior de sus senos, sus muslos presionando contra los míos en el instante que ella saltó.

Mi verga se paró con solo recordarlo. Su cuerpo…, exuberante y redondo. Perfecta.

Ahora las cejas de Sam se levantaron. “Hace tiempo que no veía esa cara. ¿Tan buena está?”.

Asentí y sonreí, visualizando la blusa de Catherine estirada por sus pechos, sus rulos rubios, el suave peso de sus muslos sobre los míos, su sorpresa al sorprenderla sentada encima de mí. “Sí. Así de buena”.

Sam se inclinó hacia adelante y tomó una pelota de softball que tenía en el escritorio y empezó a lanzarla al aire. Formábamos parte de una liga de verano en el centro de recreación, y a Sam siempre le gustó tener las manos ocupadas. “Si es así de buena, entonces es mejor que una cogida rápida”.

Meneé mi cabeza. “Yo iría más lejos por ella, pero solo quiere sexo. Mucho sexo. Lo necesita, de hecho”.

Sam atrapó la pelota y me miró con ojos como platos. “¿Cómo carajos entendiste eso en el avión? Y no me digas que en realidad ella te lo dijo”.

Estuvo a punto, jodidamente cierto, pero cambió de parecer. Había visto la raba tras sus expresivos ojos azules, y casi lo gemía con decepción cuando vi la fría y calculadora máscara que tenía para esconder su deseo. “Miré una ventana de chat que tenía con una amiga suya. Prácticamente le ordenaron que tuviera una aventura. Está divorciada y busca pasarla bien”.

Sam entrecerró sus ojos. “¿Por qué necesitaría una aventura? ¿Qué rayos le pasa? Si es tan atractiva como dices, debería haber una fila kilométrica de hombres siguiéndola en donde sea que vaya”.

“Nueva York. Y no hay nada malo en ella”. Ella era un perfecto paquete pequeño y con curvas que me muero por volver a tocar. “Ella es simplemente una tipo-A enfocada únicamente en su trabajo de oficina. Tensa, conservadora. Una abogada, igual que tú”.

“Ah, una de esas”. Sam se había retirado de una lucrativa asociación en San Francisco, muy similar a la que Catherine tanto anhelaba, para poder vivir una vida tranquila en Montana. No más semanas de ochenta horas de trabajo con su práctica privada.

“Está muy tensa. Como podrías imaginar”. Entrelacé mis dedos. “Por lo que pude ver del chat, diría que no lo ha hecho en mucho tiempo. Si nosotros le ponemos las manos encima, tal vez explote como una bomba”.

“Espera. ¿Nosotros?”

“Sí, nosotros”, le respondí. “Ella no es Samantha y yo ya no tengo dieciocho. Sé lo que quiero ahora”.

Sam se puso tenso. No habíamos hablado de lo que había pasado en esos años. Era una herida abierta. Es decir, ¡carajo! Estamos hablando del maldito enorme elefante que hay en la habitación y no ha querido irse.

“Ella no era la indicada para nosotros”, agregué, refiriéndome a Samantha. “No éramos los indicados para ella. Se casó con los MacPhersons. Vive feliz”.

El pueblo de Bridgewater, Montana, fue fundado por los idealistas del matrimonio plural. Dos hombres o más, para una mujer. En 1880, cuando nuestro tatara-tatara-tatarabuelo llegó a los Estados Unidos desde Inglaterra, él —junto con unos cuantos soldados— establecieron Bridgewater como un refugio seguro. Ellos creían en la costumbre de que dos hombres podían proteger y amar a una esposa. Juntos.

No conocía la historia completa, pero ellos habían servido en el pequeño —y ahora extinto— país de Mohamir que seguía esta costumbre; hombres que creían en compartir a una mujer. Protegerla, apreciarla y quererla de una forma en la que ella nunca se sienta sola era su único propósito. Si un esposo moría, ella tenía otro que la podía cuidar a ella y a cualquier hijo. Aunque varios extranjeros lo veían algo chauvinista, el estilo de vida había sido diseñado con la mujer en mente, con ella como el centro de cada familia. Tales principios impuestos por nuestros ancestros se mantienen hasta hoy en día. Aunque no todos en Bridgewater se casan de esta forma, era algo común y totalmente entendible. Sam y yo crecimos con ese ideal

—teníamos una madre y dos papás— y queríamos esa clase de matrimonio para nosotros.

Sam bajó sus pies al suelo con fuerza y se inclinó sobre su escritorio. “Jack…”.

“Ya estamos grandes. Dejemos de actuar como idiotas sobre esto. Ya no se trata de Samantha Connor. Éramos muy jóvenes entonces. Tenía dieciocho malditos años y me afeitaba una vez cada maldita semana”.

Pasé mi mano por la quijada, que estaba cubierta por la pesada barba de la tarde. “¿Qué sabría yo sobre tener una esposa?”.

“¿Estás listo para una ahora?”, preguntó mirándome fijamente.

“Sé que te fuiste por el problema con Samantha y también sé por qué volviste —para encontrar a la indicada. Es momento de encontrar nuestra novia”.

Él pudo haber buscado una mujer en San Francisco y haberse quedado allá, casándose con ella. Pero no lo hizo. Él quería un matrimonio al puro estilo de Bridgewater. Simplemente no estaba listo aún. Ahora sí lo estaba, pero no habíamos conseguido la mujer adecuada.

“¿Y piensas que esta chica del avión es ella?”.

“Claro que sí. Tan pronto se me lanzó en mis piernas en el avión, supe que iba a estar en mi cama. Y más”.

Sus ojos volvieron a ser como platos. “¿Y acaso necesito saber por qué demonios ella estaba sentada en tus piernas en un maldito avión comercial?”.

No pude hacer nada más que reír, reviviendo la imagen de la mirada petrificada —y caliente— de Catherine. Había tenido mis manos en ella, visto el destello de atracción y deseo en sus ojos. La quería tener otra vez sobre mis piernas, pero sin nada de ropa entre nosotros. Quería ser capaz de ver de qué color eran sus pezones, sentir el peso de sus senos en mis manos, verlos rebotar mientras se saltaba encima mío, mi pene enterrándose profundamente en su dulce vagina. Mierda.

La quería tener. Lo sabía desde el momento en que me senté a su lado y olfateé su clara esencia cítrica. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, vi el deseo ahí. Sentí que fue inevitable. Como un relámpago caer encima de mí. Como si me cayera un cometa. No había deseado tanto a una mujer desde que era un mocoso de doce años. Y eso no había terminado bien. Pero Catherine era una mujer adulta con senos perfectos y buenas curvas en las caderas. Era algo pequeña, pero era toda una mujer. Suave. Curvada. Excitada. Oh, sí, he visto esa mirada en los ojos de otras mujeres antes. Ella había estado tan deseosa de mí como yo de ella. Pero ella entró en pánico y eso me apagó.

Ni siquiera le pregunté por su apellido. Rayos, no sabía mucho. Pero el condado de Bridgewater era una comunidad pequeña y ella venía para acá. Estaba seguro de que la encontraría.

Me ajusté el paquete en mis pantalones. De nuevo. Tener una semierección en las últimas cuatro horas me deja incómodo a la hora de sentarme, pero pensar en cómo se excitaría ella por sentarse en mis muslos en el avión tampoco me ayudaba.

“Eso lo empeora. La cogemos, ella consigue la aventura que quería y luego se regresa a Nueva York”, respondió Sam. “La conversación con su amiga solo prueba que ella no se va a quedar”.

“Carajo, hombre. Debes calmarte”, le dije, meneando la cabeza. Le dije miles de veces que se soltara un poco y las mujeres se lanzarían a él. Parecía que él estuviera más tenso que la mujer en el avión. He mantenido la esperanza de que una llegara y lo inspirara para soltar al luchador que sabía que se encontraba dentro de él. Pero no hubo mucha suerte.

Me apuntó firmemente con el dedo. “¿Quieres que me coja a una mujer que apenas conozco y me vaya así sin más? No es el estilo de Bridgewater, idiota. Quiero una mujer que podamos cuidar entre los dos. No simplemente ‘sexo y hasta pronto’”.

“Comienza entonces con ayudarme a encontrarla. Habla con ella. Te apuesto cincuenta a que solo te tomará una mirada para tenerla tan dura como una maldita roca”.

Sacudió su mano barriéndome hacia la puerta. “Lo pensaré. Ahora saca tu maldito trasero de mi oficina”.

“Solo hay un problema”. No me levanté como él esperaba.

Sam me lanzó una mirada impaciente, en espera de algo.

“Basado solo en el chat, ella está en las andadas. Eso significa que podría escoger a cualquier sujeto solamente para conseguir su aventura. Si ella quiere sexo alocado…”, levanté mi mano ante las cejas levantadas de Sam. “…Palabras de su amiga, no mías, entonces debemos asegurarnos de que seamos los hombres —y los únicos— que se lo demos”.

Sam suspiró, y puso su mano en la nuca. No solo era dos años mayor que yo, también era más alto. Alto y ancho, había jugado fútbol en la secundaria y la universidad. Había querido salir del rancho toda su vida y yo solo agradecía que había regresado a Bridgewater para establecerse. Además de todo el fiasco con Samantha, hemos tenido malas experiencias con mujeres que o bien nos querían por dinero —el rancho no era pequeño y a Sam le fue muy bien como abogado— o por una aventura, interesadas en estar en el centro de un sándwich de los primos Kane.

Pero tenía un presentimiento sobre Catherine, una sensación de que ella podría amar ser tomada por dos hombres, de que amaría ser tocada, cogida y besada por nosotros dos. ¿Pero convencer a la tensa abogada neoyorquina de eso? Mierda. Eso probablemente iba a ser más difícil de lo que quería creer, y realmente necesitaba la ayuda de Sam. Él era el intenso, oscuro y reservado. Tenía la sensación de que Catherine iría por la reserva tranquila que mi primo podría ofrecerle antes de tener la oportunidad con un jugador como yo.

Sam colocó la pelota en su escritorio con el ceño fruncido. “Bien. Te ayudaré a conseguir a la Chica Avión. Pero ahora tengo trabajo por hacer. ¿Ya terminamos?”.

Sabía cuándo dejar de presionar. Hasta que él conociera a Catherine, no podría ser capaz de convencerlo. Ella sí podría.

Me levanté para irme y lo saludé mientras me dirigía a la puerta. “Lo sé, lo sé. Ahora lárgate”.

Por el momento, solo debía encontrar a Catherine y averiguar una forma de presentarle a Sam. Una mirada y estaba seguro de que él no querría quitarle la vista de encima. De ninguna manera. Llevar a Catherine a la cama con nosotros dos iba a ser más difícil, pero ninguno de los dos nos echábamos para atrás ante un desafío. ¡Y con un desafío tan sexy y encantadora como ella mucho menos!

4

CATHERINE

“¿Y por cuánto tiempo te quedarás en el pueblo?”, preguntó Cara Smythe. Había encontrado una nota con su número telefónico y la llave escondida bajo la alfombra de la entrada a la casa del tío Charlie cuando llegué.

Ella creció en la propiedad vecina, jugábamos cuando éramos niñas y venía de visita. La recordaba con el pelo rojo, pecosa y una bicicleta azul con serpentinas en el manubrio. Dios, cómo quería una bicicleta así, pero vivir en Nueva York —y con mis padres— no me permitía tener una o un cachorro o correr por los rociadores de agua una tarde calurosa de julio. Recuerdo a Cara sonriendo y feliz como siempre, ya sea saltando la cuerda o escondiéndose tras su hermano mayor y sus amigos. Sus padres eran igual de agradables y siempre envidié su cariñosa relación. Mis padres fueron lo opuesto —pasando Navidad en crucero por Europa en lugar de estar frente a un árbol— y recordaba desear en quedarme en Montana por siempre. En vez de eso, después del verano cuando cumplí doce, no regresé jamás. La vida continuó y Cara estaba casada y viviendo en el pueblo.

“Tengo un pasaje para el próximo miércoles, pero si consigo arreglar todo temprano, podría cambiarlo”.

Me había detenido en el pueblo y había comprado algo de mercado y café para sobrevivir. La casa de Charlie está a cinco acres y dos millas del pueblo, y supuse que la alacena estaría vacía. Había supuesto bien.

No tenía sentido quedarme en un hotel cuando la casa era ahora mía. Bueno, al menos lo era oficialmente una vez que firmé los papeles. No era selectiva sobre dónde dormir —podía dormir hasta de pie— y quedarme aquí era una cosa menos que tenía que planear mientras intentaba salir de la ciudad. Me detuve en la cocina y era justo cómo la recordaba. Paredes amarillas, mostradores laminados naranjas y gabinetes de madera oscura. El linóleo de ladrillo falso cubría el piso. Fue como dar un viaje al pasado, especialmente sosteniendo el teléfono pegado a la pared, con cordel y todo. Mi teléfono estaba cargando al lado de la cafetera, pero completamente inútil sin recepción alguna. No tenía idea de que hubiera lugares en Estados Unidos donde no llegara la señal móvil. Claro, la cima de una montaña o en mitad de un desierto tal vez, pero estaba en el Condado de Bridgewater, Montana. No estará altamente poblado, pero lo estaba. ¿Acaso la gente aquí no usa teléfonos celulares?

“¿Por qué quieres irte tan pronto?”, me preguntó.

Suspiré y miré el reloj de gallo sobre la chimenea extractora. Han pasado trece horas y ya lo sentía.

“Debo regresar a mi trabajo”. Solo revisar mi correo mientras esperaba en fila en el centro de renta de carros hizo que me hirviera la sangre. El señor Farber no quitó a Roberts de mi caso. Lo que significa que mientras más tiempo esté fuera, menos oportunidades tenía de recuperarlo.

“No, no debes. Conozco a los tuyos, trabajando sesenta horas a la semana”.

¿Sesenta? Prueba setenta y cinco.

“Es Montana, en julio”, continuó hablando. “Vamos a divertirnos, como cuando éramos pequeñas”.

Saqué una rebanada de pan y un poco de mantequilla de maní de la bolsa.

“Por Dios, Cara, ya no somos tan niñas y andar en bicicleta o subirme a un árbol no es lo mío ahora”.

“¿Cuándo fue la última vez que montaste una bicicleta?”, respondió.

Me puse a pensar. Probablemente fue en su bicicleta con serpentinas.

“Estás casada y yo…, bueno, soy adicta al trabajo”.

Cara se puso a reír a través del teléfono. “Bueno, el primer paso es admitirlo. Por eso te dejé la nota, para que no te quedaras en casa trabajando. Y déjame decirte que casarse no es el final de la diversión”. Esta vez hizo una risa más pícara. “Todo lo contrario, de hecho”.

No tenía idea de hasta dónde llegaba su mente y eso me hizo sentir algo de envidia. Ella había tenido un hombre que la hizo reír con solo pensar estar con él. En cuanto a Chad, la rata de dos patas, fue una pérdida de tiempo y neuronas.

“¿Cómo sabías que estaría aquí?”, pregunté, cambiando el tema.