Condenados relatos - Carlos Quílez - E-Book

Condenados relatos E-Book

Carlos Quílez

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Tras más de treinta años como cronista judicial y policial, Carlos Quílez nos presenta, de primera mano y de mano de los presos y expresos, las 18 historias criminales que más le han marcado en su trayectoria profesional y que abarcan desde delincuentes comunes, violadores y asesinos, como Rosa Peral, hasta policías de otras épocas o altos cargos como Sandro Rosell. Condenados relatos (Más mala vida) es un compendio de historias criminales que Carlos Quílez ha conocido de primera mano tras más de treinta años como cronista de la información policial y judicial. Las ha conocido y en ocasiones las ha sufrido. Solo esa proximidad con el delincuente, el policía, el juez y la víctima permite construir este relato desinteresado, pero extraordinariamente revelador, de las flaquezas de nuestra sociedad. Quílez, tras más de treinta años de periodismo de la Mala Vida, ofrece como fogonazos de realidad estas historias protagonizadas por tipos que un día decidieron iniciar un camino sin retorno, pistola en mano, hacia ninguna parte. Las historias que en este libro de true crime presenta el autor van acompañadas de otros relatos escritos de puño y letra por presos y expresos que, desde la sinceridad y totalmente desmaquillados, explican su perspectiva de la vida, de la libertad, de la cárcel y del extraordinario dolor que han provocado a sus víctimas. Condenados relatos es un puñetazo de realidad en la boca del estómago y una foto en primerísimo primer plano de esta sociedad nuestra tan cómplice como víctima de sus propios fracasos.

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Carlos Quílez Lázaro (Barcelona, 1966) es licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y máster en Periodismo Judicial por la Universidad Autónoma de Madrid. Tras veinte años al frente de la sección de tribunales y policía de la cadena SER en Barcelona, Carlos Quílez recaló en la Oficina Antifraude de Catalunya como director de Análisis. Tras su paso por esta institución, retornó al periodismo de la mano de Crónica Global, la Sexta TV, Rac 1 y TV3. En 2019 fundó el diario digital Eltaquígrafo.com especializado en periodismo de sucesos. Desde 2022, coordina la sección de sucesos en el programa Y ahora Sonsoles de Antena3.

Quílez ha sido profesor de periodismo de investigación en la Universidad Pompeu Fabra y en la Universidad Internacional de Catalunya y autor de una docena de libros de true crime. Ganador del Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón y del Premio Crims de Tinta de novela negra de la Generalitat de Catalunya.

Tras más de treinta años como cronista judicial y policial, Carlos Quílez nos presenta, de primera mano y de mano de los presos y expresos, las 18 historias criminales que más le han marcado en su trayectoria profesional y que abarcan desde delincuentes comunes, violadores y asesinos, como Rosa Peral, hasta policías de otras épocas o altos cargos como Sandro Rosell.

Condenados relatos (Más mala vida) es un compendio de historias criminales que Carlos Quílez ha conocido de primera mano tras más de treinta años como cronista de la información policial y judicial. Las ha conocido y en ocasiones las ha sufrido. Solo esa proximidad con el delincuente, el policía, el juez y la víctima permite construir este relato desinteresado, pero extraordinariamente revelador, de las flaquezas de nuestra sociedad. Quílez, tras más de treinta años de periodismo de la Mala Vida, ofrece como fogonazos de realidad estas historias protagonizadas por tipos que un día decidieron iniciar un camino sin retorno, pistola en mano, hacia ninguna parte.

Las historias que en este libro de true crime presenta el autor van acompañadas de otros relatos escritos de puño y letra por presos y expresos que, desde la sinceridad y totalmente desmaquillados, explican su perspectiva de la vida, de la libertad, de la cárcel y del extraordinario dolor que han provocado a sus víctimas.

Condenados relatos es un puñetazo de realidad en la boca del estómago y una foto en primerísimo primer plano de esta sociedad nuestra tan cómplice como víctima de sus propios fracasos.

Condenados relatos

(Más mala vida)

Condenados relatos

(Más mala vida)

CARLOS QUÍLEZ

Primera edición: noviembre de 2023

Para Josep Forment, siempre con nosotros

Publicado por:

EDITORIAL ALREVÉS, S.L.

C/València, 241, 4.º

08007 Barcelona

[email protected]

www.alreveseditorial.com

© 2023, Carlos Quílez Lázaro

© de la presente edición, 2023, Editorial Alrevés, S.L.

ISBN: 978-84-19615-57-2

Código IBIC: BT

Producción del ePub: booqlab

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del «Copyright», la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

A veces, cuando paso frente a tu jardín, creo verte al caer latarde, regando los geranios rojos y rosas y la dama de nocheque olía a vainilla como tus besos. Sigues regalando sonrisas,mamá, mientras el viento se lleva y nos trae cancionesde Machín o de Sepúlveda que de tu boca sabían a lo quesabe la ternura. A ti Leonor…

La violencia se puede medir, también, con días de encierro. La cárcel existe para castigar, frente a las voces que gritan desde el exterior, y para disciplinar cuerpos, desde las necesidades complejas de la propia institución (las de mantener la convivencia forzada de cientos de personas con niveles reducidos de socialización). Las otras finalidades solamente son discursos.

JOSé ANTONIO RODRíGUEZ. Magistrado.

«¿Si estoy rehabilitado? Para serle sincero, no tengo la menor idea de lo que eso significa. Para mí solo es una palabra inventada, inventada por políticos para que jóvenes como usted tengan trabajo y lleven corbata».

Personaje de Morgan Freeman en Cadena Perpetua.

ÍNDICE

PREÁMBULO

1.  Doce formas de eliminar un cadáver

2.  Rosa Peral, el mundo contra mí

3.  Ángela

4.  Sentimientos de un inocente en prisión

5.  Salvador Puig Antich, crimen de Estado

6.  El atracador del chándal: «No fui yo, fue la droga»

7.  Las otras víctimas del crimen

8.  El Potro de la Jefatura

9.  Manzanita, un guardia civil de otra época

10.  Flako, atracador de alcantarillas

11.  «Ahora es demasiado tarde, princesa»

12.  Del cielo al infierno

13.  Secuestro de Olot: corramos un tupido velo…

14.  Matagatos

15.  Zaranny

16.  «Eres mía, o la muerte…»

17.  Mara salvadoreña, la mafia tatuada

18.  José Rodríguez Salvador, el violador que zarandeó mi ética

PREÁMBULO

Condenados relatos (Más mala vida) nace como la tercera parte de una saga iniciada en el año 2008 con el libro Mala vida, de la Editorial Aguilar (ganador del premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón), con su continuación en Sigue la mala vida, de la Editorial Alrevés, publicado en 2016.

Me encantan los relatos breves. Quizá por deformación periodística (esa manía que tenemos los gacetilleros de ir al dato, a la respuesta, al centro de la diana como fin único de la noticia) o quizá porque en ellos encuentro acomodo para esas historias que se resuelven con una moraleja y que nos dejan en la cabeza retumbando una única pero poderosa idea, el caso es que me he lanzado al proyecto de Condenados relatos con la intención de seguir desgranando todas las caras imposibles de ese poliédrico fenómeno que es el crimen.

El trabajo de periodista de la mala vida (que es como a mí me gusta definirme) aporta constante información, vivencias y vicisitudes que a veces no tienen cabida en el siempre constreñido espacio que nos ceden la prensa, la radio y la televisión. Además de eso, en general las historias periodísticas que nutren los libros de no ficción (como este) adolecen de la información emocional de los protagonistas de esas tramas y/o la del autor que las narra cuando se enfrentó a ellas.

Por eso, en versión breve pero condensada como jeringazos de esa medicina que llaman «realidad», les presento estas historias hechas desde la memoria y el archivo, pero también desde el corazón. Con ello, no quiero parecer uno de esos escritores que justifican los hechos criminales. Solo pretendo comprenderlos, no juzgarlos (los periodistas no llevamos toga), y poder aportar mi opinión desde una sincera perspectiva.

Este libro me resulta especialmente entrañable. Es un libro coral, un libro para el que he elegido a dieciocho compañeros/as de viaje que saben mucho más que yo de eso que llamamos «la mala vida». Lo saben porque la han fabricado, vivido y sufrido y, en todos los casos, en primera persona. Se trata de presos/as o expresos/as que han mascado la realidad del crimen, la volatilidad de la justicia y las consecuencias de unas conductas perseguidas con mejor o peor fortuna por el brazo ejecutor de la ley que nos protege a todos.

Ellos/as saben mejor que yo qué es la libertad (o la ausencia de ella), el arrepentimiento (a veces real, a veces ficticio, pero siempre presente), la adrenalina supurando por los ojos, la sensación de haber nacido en el vagón de cola, la íntima convicción de lo efímero de la vida; en definitiva, ellos/as saben muy bien cómo sienta en la piel el traje de perdedor. Porque el delincuente siempre pierde. Pierde, aunque gane.

Este libro no hubiera sido posible sin el concurso, el apoyo y el trabajo de Carmen Arnanz, una voluntaria miembro de la ONG Solidarios que colabora en la atención de presos y que me ha enseñado muchas cosas de las gentes que viven en la trastienda de la sociedad. Para empezar, que la justicia no es ciega, como poco, tuerta, y que detrás de todo delincuente hay una persona, por despreciable que sea lo que haya hecho (y, por lo tanto, merecedora del castigo recibido).

¿Somos sucios por naturaleza o es la sociedad la que nos embrutece? Carmen sabe de lo que habla. Y lo tiene claro. Me temo que yo también.

Carmen es la cara amable de una sociedad que no gira la cara ante una cartilla con antecedentes penales. Ella prefiere mirar a los ojos y buscar en ellos respuestas (a veces imposibles) que nos permitan entender qué es eso que algunos conocen como la «mezquina levedad del ser humano».

Un orgullo haber compartido mesa de redacción con Carmen, y con su ayuda, un doble orgullo de compartir libro con Sandro Rosell (dos años en prisión preventiva injustamente), Rosa Peral (condenada a veinticinco años por el crimen de la Guardia Urbana), Jesús Contreras (conocido como el atracador del chándal), Flako (el Robin Hood de Vallecas), Emmanuel (jefe de la Mara Salvatrucha), Matagatos (exponente de una raza criminal en vías de extinción) y con otros delincuentes y policías que han tenido la amabilidad de despojarse de algunos de sus recuerdos más íntimos para escribir sus relatos que rezuman emoción, crudeza y visceralidad. Mención especial al capítulo sobre el trágico y pantomímico juicio al activista anarquista Salvador Puig Antich. Este libro demuestra con datos inéditos la falta de garantías del juicio fascista que le llevó a la muerte. En el caso del secuestro de la farmacéutica de Olot, se acompañan diversas revelaciones no poco polémicas sobre datos hasta ahora desconocidos.

Por último, debo reconocer que, tras más de treinta años como periodista de sucesos, sigo notando ese cosquilleo embriagador cada vez que pasa ante mí una de esas historias que tanto nos hablan de cómo son las personas. Dicen que el mal es consustancial a la condición humana y que alcanza y alimenta el conflicto social. Al mal le gustan las oscuras madrigueras. A menudo se resguarda y rearma en las cloacas de los barrios bajos. Pero también aguarda latente, expectante y ávido en la planta baja de determinados organismos oficiales, o de reputadas instituciones públicas y privadas aparentemente en las antípodas de lo antisocial. El mal es metamorfosis, pero, aunque su hedor es similar aquí o allá, uno (quien suscribe) no deja de tener ganas de aproximarse a él y, a ser posible, salir indemne para poder explicarlo. Al mal, le gusto. Al mal, le gusta usted.

«Ellos/as, tú y yo, somos consecuencia y, probablemente, víctimas y esclavos de nuestras circunstancias», me recuerda Carmen con la sabiduría templada de quien se niega a juzgar y a justificar porque eso le impide comprender. Menuda lección.

Pasen y vean, la vida es bella, pero a veces malvada, injusta e increíble. Por eso me gusta explicarla…

1

DOCE FORMAS DE ELIMINAR UN CADÁVER

Solo quien se ha manchado las manos de sangre está programado para fabricar un manual del crimen tan perverso y, a la vez, tan verídico como este.

Paz Velasco, criminóloga, autora del libro Criminal-Mente,experta en psicopatía social

 

Al padre de Germán Delgado Girona lo mataron de un tiro a bocajarro en el cuello con una recortada. Su hermano se consumió como una vela en las celdas de aislamiento de la cárcel Modelo después de ser condenado a decenas de años por decenas de atracos. Él, Germán, atracador, consellere del principal cártel español de distribución de heroína y asesino confeso, murió asesinado en prisión durante una juerga que, en realidad, enmascaraba la encerrona de un clan rival para quitarle la vida.

Germán era mi amigo y a él, y a su truculenta vida criminal, dediqué uno de los cuentos más emotivos que escribí en 2008 y que formó parte del libro Mala vida, con el que, al año siguiente, tuve el honor de ganar el premio internacional de novela negra Rodolfo Walsh, de la Semana Negra de Gijón. Mala vida no lo explicó todo.

Una tarde plomiza y anodina, me cité con Germán en la desaparecida Cervecería Moritz de la Ronda de Sant Pau de Barcelona. Allí, el bueno de Ramón, dueño del establecimiento y conocido en el hampa autóctono por sus antecedentes por tráfico de armas, nos esperaba con dos cervezas heladas y las entonces famosas «patatas Moritz», una suerte de patatas fritas y ajos rehogados francamente deliciosas.

Germán llegó a la cita como siempre, puntualísimo, impecable, con esos ademanes de chuloputas que le caracterizaban y con el traje, los gemelos, y la corbata perfectamente instalados en su cuerpo recién refrescado con altas dosis de Paco Rabanne.

—Aquí tienes el borrador. Tú dirás.

Le entregué las galeradas del capítulo antes referido en el que relataba algunos pasajes ciertamente desasosegantes de su vida al margen de la ley.

Germán se puso las gafas de ver y leyó en silencio mientras se encendía un Marlboro con un Zippo de oro en cuya parte posterior destacaba el sello grabado de la Legión. Inspiró y exhaló humo como en un acto reflejo, sin separar la atenta mirada de los papeles.

—Me gusta, compañero, me gusta… —sentenció a la par que se retiraba los lentes.

—¿Digo algo inconveniente? ¿Hay algún dato erróneo? —insistí.

—No. ¡Qué va! Todo bien. Todo OK. Perfecto. Así fueron las cosas.

Germán Delgado Girona acababa de bendecir el contenido sobre el capítulo referido a su vida. Repetimos ronda de cañas y, antes de poder dar cuenta de ellas, se incorporaron a la mesa tres tipos, para los que entonces «trabajaba», quienes, con elocuente sonrisa, nos saludaron y, sin pedir permiso, tomaron asiento allí, con nosotros. Se trataba de tres jóvenes gitanos. Uno de ellos, que no tendría veinte años, era el considerado entonces como el Príncipe de una de las familias más reputadas del hampa mediterráneo. (Años después lo detuvieron con decenas de fusiles de asalto Kalashnikov, pistolas, cajas de munición y un lanzagranadas escondido en el doble fondo de una de las paredes del comedor de su domicilio). Los tres vestían chándales con el escudo del Fútbol Club Barcelona, zapatillas deportivas Nike de colores fluorescentes, portaban cadenas de oro de gran grosor en el cuello y las muñecas, y pidieron un par de botellas de Moët & Chandon que un servicial Ramón les presentó en porrón, como a ellos les gustaba.

Como no podía ser de otra forma, y para aparentar normalidad a aquella sobrevenida reunión, les hablé de mi libro y de la aportación que, a ese respecto, había realizado Germán.

El Príncipe, que se sentó frente a mí, se me quedó mirando y, sin separar sus ojos de los míos, en un gesto que reclamaba su cuota de autoridad, preguntó a Germán:

—¿Le has explicado al periodista lo del payo ese psicópata con el que te juntaron en la cárcel en el último ingreso? —Y añadió inmediatamente—: Ese que escribió las doce formas para eliminar un cadáver.

Me dirigí hacia Germán y, sin decirlo, lo interpelé sobre aquel tipo arqueando las cejas.

—No, aún no —respondió al Príncipe—. La verdad es que no había pensado en ello.

El jefe de los gitanos seguía mirando en mi dirección. Fabricó una sonrisa y añadió a la vez que sujetaba el porrón:

—Ese hijo de puta sí tiene una historia de película.

—Pues las historias me apasionan, y si son de película, el doble.

—Sí —apostilló Germán—, se llama Antonio Bernal Romeu, coincidimos en el chabolo de la Modelo durante los días que estuvimos en periodo, y luego, en el patio de la tercera, no se me separaba. Bernal sabía que, si los demás le veían a mi lado, eso le garantizaba un escudo protector ante la tentación de algunos por reventarle el culo por violeta. A mí me daba asco, naturalmente, pero cada dos días, sin falta, me traía una postura de caballo marrón sin que ni siquiera tuviera que pedírselo. Un caballero.

—¿Un caballero? —repliqué.

—Ya me entiendes, él se enrollaba conmigo, y yo con él. Y lo tuyo, tuyo, y lo mío, mío —añadió como si tratase de justificarse ante sus jefes gitanos, que, a tenor de la cara que pusieron, era evidente que desaprobaban ese contubernio—. Pero un día —añadió Germán—, estábamos en su chabolo y me enseñó una libreta en la que el Bernal escribía sus pajas mentales y hacía unos dibujitos que rememoraban escenas que él había vivido. Me lo dejó para que los leyera. ¿Y sabes qué había escrito?

—No —respondí con la cabeza.

Una especie de manual titulado algo así como 12 formas distintas de eliminar un cadáver sin dejar rastro. Lo leí y se lo devolví, pero he de reconocerte que hubo momentos en los que me recorría la espalda un sudor frío. De alguna forma supe o al menos tuve la sensación de que esas «teorías» las había puesto en práctica. No se lo pregunté, pero desde entonces reconozco que no le volví a ver con los mismos ojos.

—Si un compañero taleguero te provoca a ti, Germán —no lo verbalicé, pero debería haber añadido: «siendo como eres un psicópata total»—, un sudor frío por la espalda, eso quiere decir que ese tipo me interesa sobremanera y que me lo has de presentar.

Y, efectivamente (que para eso están los amigos), Germán hizo las gestiones de intermediación necesarias para que me pudiera poner en contacto con Antonio Bernal Romeu, que, por aquel entonces, y tras la salida de la cárcel de Germán, había sido trasladado a una celda individual de máxima seguridad en el centro penitenciario de Quatre Camins en la Roca del Vallès, Barcelona.

Me entrevisté con Antonio Bernal Romeu en más de veinte ocasiones, en las que me desgranó, uno a uno, los episodios más sórdidos de su terrible vida criminal, un historial salpicado de atracos, ajustes de cuentas y de violaciones.

Con todo aquel material construí una novela de non fiction —así las llaman cuando están basadas en hechos reales— a la que llamé Psicópata, y a cuyo protagonista (Bernal) bauticé como José Gascón Fonollosa, uno de los violadores más crueles que han aflorado en las cloacas de Barcelona.

En una de estas entrevistas, rememoré con Bernal la conversación previa que mantuve con Germán y los gitanos a propósito de su manual sobre las doce formas que había perfilado para hacer desaparecer un cadáver, como solo lo haría desaparecer un verdadero profesional.

Bernal me dijo que guardaba aquella copia que había leído Germán. Que la tenía en su celda y que en nuestra próxima entrevista me la entregaría. Bernal hablaba de sus escritos como de pequeñas obras de arte, incomprendidas por el mundano público, y le enorgulleció que alguien (un modesto periodista y escritor, pero periodista y escritor, al fin y al cabo) se interesase por ese material literario.

Al cabo de una semana, en la que fue nuestra siguiente cita de preparación del libro Psicópata, Bernal me entregó los manuscritos.

De entre todos los sistemas ideados (quién sabe si incluso puestos en práctica por Bernal) para hacer desaparecer un cadáver hubo uno que me sorprendió sobremanera. No fue tanto la propuesta en sí como la impresión intangible de que, efectivamente, Bernal hablaba con un certero conocimiento de causa. Aún hoy, transcurridos muchos años de mis conversaciones con este delincuente compulsivo, releo su escrito y las notas que tomé y se me eriza la piel.

«El cadáver se lo traga el mar, y se lo comen los peces y los cangrejos», me dijo así de entrada, como si se tratase del profesor de una autoescuela que el primer día de clase explica a un alumno dónde está el volante y qué es el freno, el embrague y el acelerador. «El cuerpo está lleno de esponjas» (¿?), añadió.

Antonio Bernal Romeu explicaba en su tratado que la mejor opción para desembarazarse de un cadáver es meterse mar adentro y lanzarlo a las profundidades. Hasta ahí, nada que no pudiéramos suponer o idear aquellos que no hemos tenido en las manos la necesidad de deshacernos de un cuerpo inerte. Pero el tratadista va, naturalmente, mucho más allá: «Verás: la gente se piensa que lo suyo es atar el cadáver con un yunque y lanzarlo al mar para que una vez allí, en el fondo de las aguas, los peces hagan el resto. Pero no es así. Se puede dar la circunstancia de que, con el paso del tiempo, las extremidades donde hayamos atado el yunque se desgarren y parte del cuerpo salga a la superficie. ¿La solución?, pues muy sencilla. Los riñones de las personas —decía Bernal— son como esponjas. Así, cuando tengas el cadáver en la barca y estés a punto de lanzarlo al mar, le tienes que pinchar siete u ocho mullás con una navaja o un estilete en los riñones, luego lo tiras al mar y verás como se hunde para siempre. El agua entra en el cuerpo y hace que se hinchen los riñones, y así tira del cuerpo para abajo. Y te aseguro que ya no flota más. Entonces sí, los cangrejos y los peces hacen el resto».

He de añadir con cierto rubor que el apasionante proceso de elaboración de este libro está azuzando mi vertiente más perversa. Yo mismo me he asustado de las cosas que se han asomado por mi cabeza y que dejo para otro libro que quizá tenga que escribir con ayuda de un psicólogo o psiquiatra. Quizá es que Bernal no es tan distinto a nosotros como cabría pensar.

He llegado a la conclusión de que todos, en mayor o menor medida, guardamos una cajita negra llena de pensamientos innombrables y de ideas bárbaras que esperan a que algo, alguien o la ausencia de ese «algo» y de ese «alguien» las hagan salir al campo de batalla.

Como me dijo mi gran amigo, el brillante psiquiatra forense Josep Tomàs Vilaltella…: «Carlos, estate tranquilo, mientras los escribas no lo harás».

Que así sea.

2

ROSA PERAL, EL MUNDO CONTRA MÍ

Fue condenada por la Audiencia de Barcelona a 25 años de cárcel por el asesinato de su compañero sentimental Pedro Rodríguez en lo que se ha conocido como «el crimen de la Guardia Urbana». Peral grita su inocencia. Dice que la juzgó la sociedad y no un tribunal. El Tribunal Supremo ha ratificado la sentencia.

Carlos Quílez

 

Mi nombre es Rosa Peral.

Muchos me conoceréis por la cantidad de barbaridades que se han llegado a decir sobre mi persona, aunque en realidad no me conocéis… La mayoría ha dado por hecho lo que la prensa y las partes interesadas en culparme han dicho, pero no es, ni mucho menos, todo cierto. Antes de continuar con mi escrito quiero dejar clara una cosa: ¡SOY INOCENTE! Inocente de urdir ningún plan con el impresentable del asesino (Albert) de mi pareja (Pedro). Inocente de colaborar en esa atrocidad. Inocente, incluso, de desearle tal cosa, ni siquiera a mi peor enemigo, mucho menos a Pedro, el hombre que apostó por mí, al igual que yo por él, aunque su familia se opusiera. Inocente de saber lo ocurrido hasta que la Policía me confirma lo que nunca quise creer, porque en mi mundo y en mi cabeza no caben ese tipo de acciones, por decirlo de una manera «suave».

Llevo varios años en prisión, por callarme, por ser la cabeza de turco de un psicópata y de la policía, porque no supieron salir del efecto túnel que les tenía cegados conmigo. El callar me puso en el punto de mira y, a partir de ahí, nadie tuvo el valor de mirar los hechos reales. Me asusté. Soy humana y, ante todo, soy MADRE. Quiero mucho a Pedro y lo seguiré queriendo, aunque Albert me lo haya quitado de mi lado, eso por supuesto no hará que vuelva con él nunca. Dicen que es un asesinato mal planificado y de nuevo nadie es capaz de ver que el plan de Albert ha salido tal y como él quería: o soy suya o no soy de nadie. Su único contratiempo ha sido que yo hablara y no continuara callada y siguiendo su juego. ¿Y cuál era su juego? Situar los hechos el martes, que él se planifica una coartada. ¿Para qué? Para culparme a mí o a mi exmarido, Rubén. De esa forma, él sería el «salvador», estando él en libertad y yo en la cárcel controlada.

Eso hace que Rubén tome cartas en el asunto, coja información y empiece sus planes paralelos: hacer que su mujer, Antonia García Ruiz, explique una historia inventada y cambiada en varias ocasiones… Porque no sabe mentir, para mentir hay que tener buena memoria. Después me encuentro con una interna, Anyuli, bisexual, obsesionada conmigo, con un romance con el cocinero de la prisión (dicho por palabras de ella misma), un tal Jose. Y, casualmente, esta Anyuli recibe una declaración de Rubén, mi exmarido, en la que le confiesa que es amigo de la familia de Jose, el cocinero. Declaración que me pareció muy curiosa, porque conozco a Rubén desde los dieciséis años y, aunque no lo conociera en persona, conozco a su entorno y ese hombre jamás había estado en una comida de Navidad, en los cumpleaños, ni siquiera en el listado telefónico.

Aun así, eso le sirve a Rubén para acusarme de querer matarle desde la cárcel con unas declaraciones totalmente surrealistas. Por suerte, los jueces vieron las malas intenciones que había detrás de esa acusación y archivaron el caso. Rubén, ansioso, continuó con su juego y solicitó quitarme la custodia y la patria potestad de mis hijas, para luego impedir que mi hija mayor pudiese declarar ante un psicólogo que solicité para sacar a la luz las mentiras de Antonia y Anyuli. Pero mi decepción fue mucho más allá porque la justicia le consiente lo que solicita y se continúa escuchando a ambas mujeres como si dijeran verdades absolutas… cuando se veía un claro propósito de hacer que se me viera como un monstruo. Y os preguntaréis… ¿cómo he aguantado todo este tiempo? Simple y sorprendentemente, incluso para mí…, he creado una burbuja, un mundo paralelo al real, donde Pedro está esperándome en casa, con mis hijas en un internado, y yo… estudio para salir de esta burbuja.

Leo libros que nada tienen que ver con mi mundo de fuera, para evitar ver la realidad, porque no sé cómo me afectaría aceptar todo lo que he llegado a sufrir.

Además, esperé el juicio con la esperanza de que fuera justo. Siempre imaginé que en un juicio te dejarían presentar todo tipo de pruebas. Me llegué a creer lo que tanto repiten en la academia de Policía: «Se es inocente hasta que demuestren que es culpable». Llegué a creer en una justicia justa, en el «in dubio pro reo» (a favor del reo si no hay pruebas). Pero no. No se ha hecho nada de lo que las leyes dictan. Somos humanos, lamentablemente venimos de una dictadura y estamos en una sociedad patriarcal, donde no hemos evolucionado. Las propias mujeres nos cavamos nuestras propias tumbas. ¿Dónde están las mujeres que salen el 8 de marzo a las manifestaciones cuando en el juicio se me repetía una y otra vez con quién me he acostado o me he dejado de acostar? No es justificable que yo estuviera con Albert, mientras Rubén estaba con otras mujeres, como Antonia, incluso cogiendo una enfermedad de transmisión sexual que, por suerte, yo no cogí. De eso no se ha hablado, porque no interesa… Él es el macho y yo…

Que Albert decidiera enfadarse y llamarme puta, enviarme mensajes amenazantes, mensajes de aviso de muerte, a mí y a Pedro, eso, para muchos, fue mi culpa, porque un día de enero le envié mensajes por miedo a su enfado y a su posible reacción, diciéndole «Te echo de menos, nadie me ha tocado, solo tú». Lo hice para proteger a Pedro hasta que Albert encontrara a otra y se le pasara el enfado. Pero no, parezco yo la rara, la gente me culpa a mí de que me amenazara. ¿Debo pensar entonces que a las mujeres nos violan porque vamos provocando con minifalda? Durante el juicio se preguntó a cada uno de los testigos si habían tenido relaciones sexuales conmigo, fueran hombres o mujeres. En cambio, no se hizo lo mismo con el asesino de mi pareja. ¿Por qué? ¿Acaso no se buscaba justicia? ¿O era una inquisición en público en mi contra? ¿Alguien se ha parado a escuchar mi declaración? ¿Y las cinco declaraciones diferentes del asesino? En un solo día acabaron su interrogatorio, con mucha educación y permitiéndole decir en público cuentos y tonterías sin sentido. Tranquilo y contento de haber conseguido su propósito.

Al principio del juicio se dijo: «No vamos a buscar el morbo, solo conocer a los acusados, y por ello se harán preguntas privadas…». (No lo cito textualmente, pero es lo que se dio a entender). ¿Y bien? ¿Qué sabemos de Albert? ¡NO SABEMOS NADA! No soy abogada, ni fiscal, ni jueza, pero tengo sentido común. Miro y escucho casos similares y me vienen preguntas a la cabeza como: ¿por qué lo hizo quien lo hizo?; ¿cuál era el móvil o motivación real para hacerlo?; si hay dos investigados, ¿cómo son cada uno de ellos?; ¿qué tiene que perder uno y el otro?; ¿quién pudo planearlo y cómo?; ¿quién compró todo lo necesario para llevarlo a cabo?; ¿había antecedentes de amenazas?; ¿qué estilo de vida han tenido uno y otro?; si se encontró en un lugar, ¿sería porque alguien lo buscó?; ¿quién tenía la fuerza y la rabia suficiente para hacer tal cosa?

Y ya entrando en detalles del caso…

–¿por qué saltó la valla?

–¿por qué ha cambiado la versión tantas veces?

–¿por qué compró la gasolina?

–¿por qué me regaló ese anillo?

–¿por qué dice que no se lo devolví?

–¿por qué le preguntó al compañero de patrulla cómo deshacerse de un cadáver?

–¿acaso no sería mejor buscar un día que estuviésemos Pedro y yo solos, sin las niñas?

–¿no es importante que Albert, días antes del crimen, fuese a la zona del pantano?

–si él compró el móvil B, ¿por qué yo no me compré otro? (quizá porque yo no tengo nada que ver).

–si se supone que yo quisiera estar con Albert, ¿por qué tenía que matar a Pedro, y más teniendo un futuro planeado con él?

–¿por qué en mi casa y con mis hijas?

–¿por qué en mi coche?

Lo que rompió los planes de Albert es que yo declarara, primero por Pedro, porque merece justicia; y segundo, por explicar todo lo que ha sucedido, incluso lo que, por miedo, hice mal.

Después de tanta acusación, planes y demás… ¿en qué momento pude estar con Albert para planificarlo? Ninguna de estas preguntas ha sido contestada en el juicio. NINGUNA. La gente me pregunta por qué tardé siete días en ir a la Policía. Nadie se pregunta: ¿por qué tardó un año en denunciarme la víctima del caso de la «pornovenganza»? Y en este mundo machista, incluso con un audio en el que Óscar Soaz Plazas se declara culpable, este salió absuelto; porque el fiscal no solicitó un perito para verificar que la voz que todo el mundo escuchaba en el juicio era la de Óscar. ¿Dónde estaban entonces las mujeres y hombres del 8 de marzo? Pero la culpa también fue mía: por dejar que un hombre de treinta y seis años me sacara una foto, un hombre que solo deseaba que aquella Rosa de veintidós/veintitrés años estuviera de nuevo con él, a cualquier precio.

Cuando explico el comentario que hizo Albert al fallecer el hombre de Montjuïc, bromeando, o así lo noté en ese momento, la Justicia abrió un expediente y, aun habiendo estado inconsciente por la puñalada que recibí, me acusan y voy yo como investigada, como si yo también tuviera culpa de eso.