Cuentos de la calle Marne - Tomo I - Ernesto Thomas - E-Book

Cuentos de la calle Marne - Tomo I E-Book

Ernesto Thomas

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Beschreibung

Las circunstancias difíciles han rodeado la vida del autor de Cuentos de la calle Marne, obra que se desglosa en varios tomos y que este, el primero, reúne una seie de relatos conocebidos durante su reclusión psiquiática. Esa valiente declaración que hace Thomas al inicio de su obra habla de su sinceridad y el ameno desenfado con que presenta relatos inteligentes, críticos, valientes, irreverentes y originales.

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CUENTOS DE LA CALLE MARNE

tomo I

Ernesto Thomas

© Ernesto Thomas

© Cuentos de la calle Marne. Tomo I

Enero 2023

ISBN ePub: 978-84-685-7328-1

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

PRÓLOGO

LOS CANTOS DE MALHUMOR

CANTO PRIMERO

CANTO SEGUNDO

CANTO TERCERO

CANTO CUARTO

CANTO QUINTO

CANTO SEXTO

LA ESTATUA DE BRONCE

UNA HISTORIA MUY TRISTE

LA ESTRELLA

LA GUERRA DE RUÁ

LA HISTORIA DE “EL TOPO”

UN URUGUAYO EN HONG KONG

LAS TERRIBLES COLEGIALAS

RELATO DE LA VIDA REAL

SITUACIÓN INSÓLITA

UNA LEYENDA NÓRDICA

VEINTE AÑOS ATRÁS

I

II

TUYO Y EIJALK

UN COMPLOT NOCTURNO

UN EXTRAÑO RELATO

UN FIN DE SEMANA DURO

UN HOMBRE MEDIOCRE

PRÓLOGO

Este es el primer libro de esta serie de siete tomos que nos ofrece el escritor Ernesto, Thomas González, nacido en Montevideo, Uruguay, en 1968, estudiante de la licenciatura de Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación en su ciudad natal.

Difícil le es pues, a este autor, absolutamente autodidacta, llevar a buen término la difícil tarea de realizar nada menos que un prólogo medianamente aceptable para sus propios libros, pero tratándose de un autor absolutamente desconocido por el público y por los ambientes literarios, el autor debe en este caso, a falta de otra solución, ejercer la engorrosa tarea de escribir el propio prólogo de sus obras.

Si de juicios se tratara, es de la opinión del autor que no existe mejor persona para juzgar su obra que las opiniones de los lectores, cuya lectura espera el autor que les sea agradable y entretenida.

El autor no va a pretender hacer en este prólogo un análisis erudito de sus obras, ya que está carenciado de la formación académica necesaria para realizar un análisis crítico experto y bien realizado, pero no pierde la esperanza de que algún día algunas de sus obras puedan ser objeto de un análisis más serio que el que el propio autor está privado hoy en día de hacerlo.

En este primer tomo el autor expone una obra literaria que él mismo escribió en circunstancias muy difíciles, a pocos días de cometer un acto incendiario que lo llevó a la reclusión psiquiátrica durante cinco años en el hospital estatal Vilardebó.

La enorme mayoría de las obras de estos siete tomos que el autor nos presenta, las escribió durante sus internaciones psiquiátricas en el Hospital Vilardebó y en la clínica Jackson, más algunas otras obras compuestas más recientemente en la clínica “Los Fueguitos”.

Sin más qué decir sobre el tema, el autor se despide atentamente, agradeciendo la buena disposición del lector.

Ernesto Thomas González.

Montevideo, 27 de setiembre de 2017.

LOS CANTOS DE MALHUMOR

-disertaciones y devaneos nocturnos del conde de Vilardebó-

CANTO PRIMERO

Todos me han agredido. Todos se han mostrado disconformes conmigo, intolerantes, exigentes, intransigentes. Alguna sonrisa brusca y sutil, alguna caricia mal dada, fue tan solo un vano perfume con el que se disfraza la mierda mal preparada…

Créanme que me dolía. Por doquier veía yo egoísmo e intransigencia. Porque el Bien y el Mal no cesaban sus esfuerzos por acabarme.

Pero por fin me he dado cuenta de su verdadero significado: he llegado a comprender e inclusive a prever sus reglas y accionar. Yo no cederé bajo los azotes de la prepotencia ni me venderé al engañoso cinismo nunca.

Y… ¡Ay! Es triste decir el dolor que me cuesta tener que aceptarlo, creerlo y … escribir que se esto, que lo siento como un parto doloroso, yo, que soy hombre, y que he nacido para triunfar. Pero no.

Hoy la vida me ha demostrado que he de aceptar sin engaños, sin alteraciones agradables la inaceptable realidad, el parto engañoso al que rehuí … pero la muerte me ha seguido hasta mi misma cueva.

Es difícil creerlo, aceptarlo y actuar conforme a ello; implica parto, dolor y la aceptación de hacerlo realidad al tiempo que lo redacto. Implica más que nada reconocerlo y eso me convierte en culpable, cómplice, en dueño y causa de mis actos… eso trae dolor.

¿Es que acaso tengo que ser un alma pura para no ser degradado al Infierno si estoy viviendo en este?

¿Tengo que vendarme los ojos y decirme a mí mismo que el Amor existe y obligarme a creerme dulce y feliz, si cada día soy más desgraciado en un mundo que no me orienta, ni cree en mis palabras y que es cruel y descarado conmigo, y debo creer que no me doy cuenta de ello … llevar mi angélica inocencia hasta el extremo de desfigurar y eliminar esa imagen que llevo encima y que el mundo me da y que no hace, pese a mis esfuerzos, más que confirmar y acentuar cada día más y más?

¡No! La traición deja hondas heridas en el pecho de un hombre.

Es difícil aceptar los reproches de un mundo que no te comprende, y que además es ciego y loco ante tu dolor… pero más difícil es aceptar la sonrisa en el antiguo rostro del traidor, que te obliga a darle la mano y a imitar sus actos.

¡Cómo me desprenderé de esa Bestia Pecaminosa que me arrastra en todos mis actos, que me acusa y aplaude en lo que no debo y debo hacer, de esa garrapata despreciable que congeló la sangre de mis arterias y que me dice que cree en mí, y dice que no me dijo que actuara bien y le estrechara su mano! ¡No! ¿Hasta cuándo, por Dios?

Mi causa… fue el traidor sin culpa. Un déspota Benévolo y Tiránico que me crio y que me enseñó a leer y a escribir, incluso esto, y a dar mis primeros pasos, sostenido por la indiferencia cómplice de sus allegados. Y por doquier vi que la vida era mala…

¡Y que el Mal, eras tú, mi madre! … No por el pecho que me diste; sino porque me obligaste a aceptar como pura la blancura de tu leche…

¡Y a ti, lector, por escucharme sin verte más que a ti al pensar en mis palabras, sin saber dónde estoy ni que es de mí ahora!

¡A ti, lector, que te importa lo que escribo y que lo justificas tan solo porque haces tuyo el motivo del mi dolor, porque eres incapaz de darme de cara la razón y humillarte y arrepentirte del daño que me provoco la hiriente traición! …

¡A ti! ¡A ti y a mí! A todos nos une y separa el dolor.

CANTO SEGUNDO

Odio al hombre que matizó de gris la blancura de la leche materna; odio su presencia que me obligó a esperar, y que redujo mi espera a la impotencia.

Porque odio su presencia peluda quitarme la ternura de mi madre bajo la suavidad de las sábanas y la cama con barrotes donde se me desplazó para gozar cada noche su intimidad.

Odio, ante todo, su sonrisa… La sonrisa del traidor que me prohibía el abrazo de mamá y que lo oculta con frágiles sobornos del niño: Odio el chupete que reemplazó mis sueños y a mis mágicos juguetillos.

Porque acepté el soborno con desahogo, nunca con consolación. Nunca me dejé sobornar por los Reyes Magos ni por los ratoncitos que se llevaban mis primeros dientes…

Pero mi rencor y mis defensas fueron intuidos por el Dictador y enseguida desfilaron ante mí, soldaditos de plomo y felicitaciones por mis calificaciones en la escuela a la que ellos me forzaron a ir, como si yo lo necesitara, como si se lo pidiese, y deseara su aplauso y su… cariño.

El Dictador Benévolo deseó crearme a su Imagen y Semejanza y no escatimaba esfuerzos. Era imposible, dada mi inferioridad, rechazar ello y lo necesité como aliado, como el piso que me sostenía a diario.

Tragándome lágrimas, me obligó a sonreírle y a ser feliz (o, mejor dicho, a creerme feliz, o decirlo, o demostrarlo, que es lo mismo).

Me enseñó el Bien y lo que es su parte contraria, o sea, el Mal, y de esta forma me modeló, junto con la complicidad activa, cínica o neutral, de sus contactos casuales o intencionales.

¡Hoy doy fe que ser bueno y creérselo es el pensamiento más idiota e hipócrita que pueda llegar a concebir un ser humano!

Horrorizado por la intromisión de ese Oso Peludo en mi cama y en mi cuarto, corrí a los brazos de mi tierna madre…

¡Y cuál no sería mi sorpresa al comprobar cómo está me trasladaba sonriendo afuera de la habitación, para fornicar con aquel!

¡No quería admitirlo!

Porque… ¿Cómo podré yo luchar contra una enemiga, si el fin de hacerlo es lograr su amor? … y este estaba a disposición del traidor sonriente.

¡No, mamá!

La leche que tú me dabas y que antes sabía a gris, hoy sabe a amargo veneno que no he de aceptar. De nada vale subir de grado, o ser perfecto, porque han dejado de ser buenas tarjetas de recomendación. Antes no eras mía, madre… ahora sé que estoy solo.

CANTO TERCERO

He sido desplazado, arrastrado a un costado de la pista apenas comencé a andar. ¿Y que ha sido de mí?

Caminé mis primeros pasos en la infancia sumiso, temeroso, inseguro, pues tenía que esquivar la incipiente amenaza aturdidora para lograr la dulzura del fruto deseado.

Pero esta última traición cómplice por parte del único ser que me amaba ha convertido para mí la vida (cuya viva esencia que le daba sabor era su cálida ternura) en un eco sordo que se propaga siempre por caminos y senderos que van a parar irremediablemente al mismo sitio, propagando la fuerza de su nombre.

La realidad se ha destrozado, recibiendo las maldiciones acusadoras de toda la moral y usanzas humanas. Tras ello, los juegos infantiles y los dibujitos animados no me obligaban a decir que “si” a tanto descaro.

La felicidad se convirtió para mí en un sueño sublime y lejano, que desaparecía al menor contacto o conjugación con la realidad.

Los afectos (o, mejor dicho; sus favores), los acepté como cosa de ellos, pero nunca suscitaron en mi triste alma abrigo alguno. Yo era consciente de que la ruptura total se había realizado y sabía que mi madre de alguna forma lo intuía, … y le dolía. A su forma le dolía a ella también, pero…

¡Ay de mí! … ¡Si el dolor, por más profundo que fuese, equivaliera a arrepentimiento sincero! … y si el arrepentimiento solucionara o diera otra perspectiva a la visión del alma. Pero no.

Ella sufrió su dolor, como yo sufrí el mío y, fuese como fuese, el destino nos separaba irremediablemente, así como nos había unido. No tardé en comprender que ya nada nos ligaba el uno al otro, a no ser por los lazos frívolos de una convivencia en común, hasta el momento de una futura independencia económica por mi parte.

Así, con el cumplimiento de una ingenua tesitura de su parte, con sus anticuados pensamientos de vivir en común al prestarme sus benignos servicios, y mi reconocimiento consciente de la realidad antes descrita, produjo en mí una inquietante vacilación que me malhumoraba y confundía mi alma.

Extraña y dolorosa confusión que me llenó de pésame e irracional culpa criminal, aunque la culpa propiamente dicha no tapa los pozos ni quita las manchas de las paredes, por más que se esfuerce en demostrarlo.

Si. El puente que me unía a mi madre era un gigantesco castillo de naipes que se desmoronó en un largo proceso, el cual finalizó poco antes de dar a luz estas líneas.

Solo en la recóndita imaginación de la soledad podría obtener mi Ideal Perdido, como una entidad bella, armoniosa, sublime y… abstracta.

Desde entonces, me dediqué a perseguir todos esos hermosos ideales buscando reintegrarlos a mi contacto. También he creído ver, en la blancura de un rostro femenino, su adorable presencia… he creído vislumbrar la posibilidad de un momento, aunque sea fugaz, de intensa felicidad.

Solo el bendito aliento de mi amada podía -creía yo –reavivar el fulgor de mi lumbre apagada, que las cenizas recobraran su perdido fulgor…

Un beso, una palabra, aunque solo fuera la ilusión de un día, podría regenerar las raíces del árbol de mi existencia, y, desde entonces, me he pasado buscando ese ideal, que se me escapaba de las manos antes de poseerlo.

¡Torva existencia!

Dios promete la vida eterna al seguidor de principios y he aquí el carácter trágico de los sueños humanos que, por ser sueños, se desintegran al contacto de las yemas de nuestros dedos cuando osamos tocarlos. Y henos aquí, noche tras noche, sufriendo las esperanzas de un sueño inconcreto.

¿No será un cruel sadismo de Dios el generar falsas ilusiones y obligarnos a perseguir fines imposibles?

No. Visto este punto de vista, ya no me es fiable ni sagrado el antiguo amor platónico, falso altar a una diosa cínica y sublime a la que rendí rituales durante cierto tiempo.

¡No, amor! ¡Ya no serás tú la que me traigas miserias!

Un Dragón Feroz me impide el acceso hasta la cripta en la que me esperas. Es el de la contradicción acerca de tus condiciones hacia tu amado.

Porque no olvides que tú le impones a tu Príncipe Azul dos requerimientos inaceptables por este, y es que exiges ser de carne y hueso, al mismo tiempo que le exiges tanta pureza a tu Caballero como Amor le ofreces.

Y este es un requisito que os hace imposible de poseer, ya que la pureza de tu Príncipe es proporcional al grado de inmaterialidad y sublimidad que vos poseéis, amor.

CANTO CUARTO

He sido, hasta ahora, un soñador, un idealista, que aullaba a la luna llena; un adorador de intrascendencias… ¡Un estúpido que vagaba en los círculos cerrados y concéntricos de la inherente contradicción de sus sueños y sentidos!

Fue la inmaterial condena que pesaba sobre mi alma torturada que hizo luz en mi mente la idea de la causa fundamental de mi destino.

No tardé en comprender la contradicción fundamental de los fines que perseguía y la atrofia de los medios dolorosamente irremediables, ya fuera yo Rey o Dios Único del Universo, de los que dicho fin me valía.

Con dolor en el alma comprendí que la felicidad espiritual a la que aspiraba era pura y fundamentalmente subjetiva e irracional contrastante en todo con la fría realidad a la que pretendía adaptarla.

Para poder deleitarme de un beso o de una caricia de mi amada debía, antes que nada, que amarla yo a ella… de verdad y sinceramente. Y para poder hacerlo, debía echar toneladas de tierra encima de la fosa donde se hallaba el cadáver de la crueldad e injusticia de la razón humana.

Solo omitiendo esta maldición, y teniendo su presencia física frente a mí, podría sentir en mi alma el fuego de nuestras miradas cruzarse y unir nuestros labios en una alianza inmortal. Pero…

¡Qué tarea más inhumana que es la de excluir el egoísmo en el espíritu humano!

El solo tener conocimiento de tan trágica realidad me impregna de viscosa complicidad con un mundo al que pertenecí.

Una vez impregnado con el lodo nauseabundo de la culpabilidad de ser consciente de la imperfección humana, y, por lo tanto, compartir con el resto de los condenados, de la respectiva tajada en la torta arcillosa del cinismo humano, ya me haría partícipe de una colectiva y casi mundial degradación, con su consecuente sentimiento de honda decepción y de dolor.

Yo era incapaz de sufrir el dolor que me produciría, al imaginarlo, la primera frase de mi dulce y adorada amada, cubierta con sus guirnaldas de flores multicolores y su blanco tul de seda. Su voz argentina, cargada de emoción, me preguntaría.

- ¿Me amas?

… y en este punto, todos mis esfuerzos serían vanos por controlar mi conciencia.

¿Cómo se puede amar con decepción en el alma?

¿No es, acaso, el amor equiparable a la libertad, a la creación, al optimismo?

¿No es acaso alegre, dulce, espontáneo, no brota de entre las piedras, cuales manantiales de aguas frescas y cristalinas?

¿Cómo responder a su sonrisa amorosa con el velo en los ojos, con el desánimo en la mirada, con el rostro apático y cansino?

¡No! Así te perderé… pero esa es mi esencia, el destino ha querido que yo llegue así al altar de nuestra boda con la vida.

A esta altura, de nada sirve el disimulo. Las sonrisas pueden ser disimuladas, pero la alegría no.

Tarde o temprano son advertidas las verdaderas causas que producen las risas, para los demás y… ¡Peor aún! … ¡hasta uno mismo lo llega a advertir, aunque sea ya demasiado tarde!

¡Soñar! ¡Olvidar que soy un desgraciado y que sufro!

Desear obtener en un abrir y cerrar de ojos una inocencia inconsciente, atrapar de un golpe el privilegio de ser un ingenuo, de ignorar que existe a mi lado y que me acompaña un mundo traidor y descarado, que no vacila en nada ante nada, y autodefinirme “bueno”, nombrarme “santo”, obligarme a tener la desfachatez, la vileza de responderle cínicamente, ante la espontánea pregunta de sus ojos tiernos, con un:

-Sí, te amo.

¿Sería yo capaz de rebajarme a tanto? ¡Como si creyera en el amor!

¡No! … Porque antes de proferir esa mentira maldita, prefiero perderte a causa de mi silencio e indiferencia… y antes que ello, prefiero no encontrarme jamás contigo, mi amor.

Buscarte es inútil, estés donde estés, porque no es en el futuro lejano donde he de hallarte, sino que es en el pasado donde recibí tus afectos y tus más tiernas caricias. No te buscaré, amor, porque no eres algo que se pueda encontrar. Sería un craso error el pensarlo.

¡Esperad, esperad!

Dejadme razonar un segundo. ¡Ya está! ¡Por Dios! Ya lo entiendo todo. Paradigma cruel e inescrupuloso de la existencia humana.

¿Quién es el que aún no se da cuenta de que Dios nos ha condenado a errar en círculos?

¿Qué condena puede ser la más cruel que la de buscar y ambicionar un imposible que se contradice con la realidad y hasta consigo mismo?

… y la condena es más cruel aún por la propia incomprensión y falta de conciencia del que la sufre, que siempre cree hallarse feliz sin serlo, y por ello se dispone voluntariamente a continuar vagando en senderos circulares sin advertir su irremediable tormento.

Se aspira siempre a más. Se nos da la seguridad de ser los mejores, de ser santos e inocentes y la certeza de que la ilusoria esperanza se haga presente de un momento a otro. ¿Y este? ¿Acaso no refleja los postulados de la Fe Cristiana?

¿Será dios el demonio? ¿No seremos engañados por un ser todopoderoso y maligno?

¡Mirad! ¡Alrededor no hay nada más que miserias! Ahora mirad dentro de vosotros.

¿Felicidad verdadera? ¡No! Tan solo esperanzas del lograrla.

¿No veis que todo concuerda? ¿Serán estas líneas escritas por un mandato desesperado del verdadero e impotente Dios?

¿O serán estas líneas guiadas por el cruel y Omnipotente Demonio tan solo para acentuarnos la angustia a la duda en vuestra Fe y así fortalecerla más aún como contrapartida a lo que leen vuestros ojos aquí, prolongando con ello vuestros sufrimientos?

Porque… ¿Qué otra cosa obliga más a un hombre a aguantar grandes penurias que la esperanza de una ilusión? Y es un hecho indudable que esto nos ocurre a todos.

Yo creo que habría que rescatar de las tinieblas al verdadero dios, depuesto por el Mal, si es que existe, porque…

¡Oh!

¡No quisiera pensar que el Hombre esté creado en todos los aspectos a su verdadera imagen y semejanza!

CANTO QUINTO

Y ahora que lo comprendo… ¿Que va a ser de mí?

¿Estaré condenado a sufrir la ambivalencia macabra del Destino, a sufrir la experiencia de ver materializados mis sueños como estatuas de brazos ambivalentes, de sonrisas cariñosas a las que debo y no quiero rechazar para no sufrir?…

¿Debo rehuir del abrazo cariñoso, el saludo cordial, el diálogo amistoso, para conservar intacto el fulgor de mi tesoro? ¿O deberé opacar de gris su blancura al mezclarla con la oscura realidad? …

¡No! El destino adverso me exige una cuota de sangre que no puedo pagar, pero que estoy obligado a aceptar. El mundo obliga a sus habitantes a sonreírle a la vida, quieran estos o no.

Antes, el Traidor oculto su esencia con su cínica sonrisa. Ahora viendo anticuado ese método, se oculta a sí mismo, bajo la representación de diferentes personas. Es por ello que no veré a mi amada en el altar jamás.

¡No quisiera ver como se tuerce su boca al ser bendecida, con un gesto diabólico que me eriza los cabellos y congela la sangre de mis arterias de terror!

Es por ello que no brotará de mí una palabra dulce.

Mi amor es una blanca paloma que remonta los cielos de norte a sur y se posa en las faldas de las mujeres, en la obra de un artista o en el discurso de un revolucionario.

Mi paloma lleva la fe en su esencia, es frágil y pura como un grano de maíz, se posa en la cabeza de los niños alegres, pero, tímida y recelosa, levanta vuelo al advertir la presencia del cazador oculto…

Pero es imposible rehuir a la realidad, al diálogo parejo, a lo cotidiano. Lo quiera y me dé cuenta de ello, o no, mi paloma se posará sobre una rama insegura y recibirá de lleno en su blanco pecho los perdigones del cazador, por confianza indeseada. La oscura herida escarlata duele, en medio del pecho pastoso de plumas y sangre tibia.

Siempre pensé que la mayor virtud de un ser humano era defender el dulce amor contra la opresión de la injusticia, y el peor defecto era transigir con esta.

¡Transigencia! Ser abominable, reptil carnívoro, que se alimenta de mentes adaptadas y dóciles.

Por un lado, su puñal se incrusta en la carne, llenando el aire con injurias, amenazas de muerte y vacío desolador. Por otro lado, adormecen al individuo con la esperanza de una conducta cómoda y desentendida. Y no creáis que es mera fantasía, mera abstracción en el espíritu humano. De ella se nutren grandes industriales que propagan el consumismo, e inescrupulosos dictadores.

La transigencia es una bestia gris y peluda, inaceptable, pero con frecuencia inevitable.

¡Transigir! ¡Ensuciar de lodo la lápida de tu adorada madre! ¡Oscurecer con lodo la blanca tibieza de su leche!

Porque yo no me pondré de acuerdo con el malvado peludo… jamás.

Solo aceptaré sus imposiciones por la fuerza, pero siempre, en algún recodo de mí, obtendré el poder necesario para salir a la luz. Me lo digo a mí mismo contra la bestia asesina y se lo digo a todos aquellos que aún no han muerto.

Y si habéis muerto, os invoco a lo que queráis ser, a que partáis en mil pedazos vuestras negras lápidas y arrastren en un torbellino de fuego todo lo que os impide el gozo de vuestros sentimientos más puros y agradables.

El monstruo reviste muchas caras en muchas gentes y situaciones. Quizás sea yo una de ellas para mis conocidos o allegados, sin apercibirme yo claramente de ello. La demagogia es una de una de esas tantas caras, tan o quizá peor que el despotismo militar más descarado.

No me pidan que adore a las botas, ni que me arrodille ante dios por pecados que no cometí, ni a que idolatre a Artigas, ni a Lenin, ni a Batlle, ni a John Lennon, ni a ningún ser que no merece, por grande o pequeño que fuera, ser petrificado en el bronce de una fría imagen mental.

Sus ideales quizá pudieran ser los nuestros, pero sus imágenes, lejos de serlo, no solo nos son contrarias, sino que son la imagen del enemigo al que tanto combatimos siempre.

Una fotografía del “Che” Guevara es más peligrosa que la invasión a Vietnam y un slogan de John Lennon es peor que el propio Establishment.

Adorar tales imágenes, inocente o concienzudamente, es transigir con la bestia peluda, y el que lo sabe, pero desea hacerlo, marchando a su compás, es, lejos de ser un superior, un perfecto idiota, porque no sabe que la moneda con que pagó su derecho a hacerlo, llevaba la efigie de su madre en el lado del reverso.

Pero en lo que en mí atañe, me duele la incertidumbre cruel de ignorar si, tras la terrible puerta cerrada de la transigencia, existe la habitación oscura de la sumisión, o la terrible imagen …

¡Del más bello amor que podré sentir jamás!

CANTO SEXTO

No es agradable hallarse en el cuarto del baño tras haber atizado al traidor y sentir su voz discreta a través del vidrio de la puerta rogándome cordialmente a salir.

Más tarde, al abrir la puerta, encontrarme con la presencia anormal de los hombres de guardapolvos blancos esperando tras ella con sus rostros curtidos y camisas remangadas, así como también la presencia inusual de una profesional con una valijita de madera barnizada a sus pies, sentada en el sillón de mi patio para “dialogar” conmigo y “ver lo que pasó”.

¿Usual? No lo es por cierto salir a la calle, a plena luz del día, acompañado por los hombres de guardapolvos blancos, ante la mirada de los vecinos y cruzar a la veredita de enfrente donde se halla ronroneando el moderno vehículo ambulatorio.

Tras una rápida inyección y palabras amistosas en un cuarto soleado, ocupo un lugar superficial bajo las sábanas

¡Sábanas de hospital!

Sábanas cuyos cuadraditos y dobleces me hablan de penas por motivos ignorados, encerrados en su cruel mutismo. Llorados en la indiferencia y el silencio de sus complicados e intrincados pliegues curiosos e incomprensibles.

Sábanas de hospital que, sin decirlo, sufren más que el que se cubre con ellas, mirando las tristes paredes descascaradas del cuarto en penumbras.

Observo como el sol de la tarde se refleja en las sombras de las hojas del parque sobre la pared. Parecen venir y agitarse de forma caprichosa e inaudible, con sus cambios bruscos de matices inconexos, objetivos y frívolos.

Completamente alejados de mi e ignorantes de la tragedia que encierra la realidad que estoy viviendo. Vuelvo la cabeza hacia la almohada, molesto por tener solo una sábana encima, y noto que la inyección me hunde en su sueño.

¡Ahora solo deseo dormir, olvidarme de que estoy internado, de las sombras móviles y de esas sábanas frías que no dicen nada!

¡Deseo creer que no es cierto que no duermo en mi casa y que no iré mañana a comprar la botella de Pepsi y el litro de leche chocolatada a la panadería de al lado como lo hice hasta hoy!

Cerrar los ojos y olvidar que son las tres de la tarde y hacer desaparecer el susurro de la conversación que sostiene la enfermera con un grupo de pacientes, y el ruido del trapo de piso de la limpiadora que friega el corredor y que escurre en el balde.

¿Qué pensarías tú de mi –amor- si supieras lo que estoy viviendo y por qué?

¿Qué opinión tendrías de tu desgraciado Príncipe Azul, encerrado y sin amor, a causa de que no es tal, sino un pobre demente derrotado?

Te mentí. Quizá te hice creer que yo era un ser feliz con tus encantos y que era normal y precoz. Pero la verdad es que ignoras mi dolor desgraciado y mi incierto destino en manos de los designios de la psiquiatra durante un lapso largo e indefinido.

Un mundo de drogas y comprimidos y de convaleciente camaradería, de juegos de cartas aburridos y de novedades ocasionales y escasas, bajo la sombra de los transparentes, sobre los pedregullos del parque y el fuerte sonido de los grillos por las noches.

También bajo las paredes descascaradas del cuarto, y las febriles palideces de una desnuda lamparita eléctrica rodeada de mosquitos, como un sueño inconexo, los sueños saben a degradación y a decepción. Amargura y frustración culposa.