El amor llama a la puerta - Karen Templeton - E-Book
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El amor llama a la puerta E-Book

KAREN TEMPLETON

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Beschreibung

Tendría que darlo todo por ella. La mejor opción de Kelly McNeil era refugiarse de su exmarido en casa de sus amigos de la infancia, hasta que Matt Noble, del que había estado enamorada en la adolescencia, le abrió la puerta. Ella se había marchado años antes de la ciudad y se había casado con otro… Matt nunca había tenido el valor de pedirle salir a Kelly, pero el destino le había dado una segunda oportunidad. No obstante, a Kelly le daba miedo poner en peligro su independencia y a sus hijos con un hombre que podría volver a hacerles daño. Así que Matt tenía que demostrarle que valía la pena arriesgarse, y que él era el hombre perfecto, con el que podía contar para siempre.

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Karen Templeton-Berger

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El amor llama a la puerta, n.º 2022 - julio 2014

Título original: The Real Mr. Right

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4607-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Con los músculos de los brazos doloridos por el peso de la niña dormida que llevaba apretada al pecho, Kelly McNeil miró hacia la enorme y oscura casa de estilo Reina Ana, y rezó por no estar cometiendo el mayor error de su vida.

O, más bien, el segundo mayor error de su vida…

—¿Quiénes me has dicho que son esas personas?

Kelly sonrió un instante a su hijo.

—Aquí vivía mi mejor amiga —le respondió con el corazón acelerado—. Estaremos bien.

Cooper arrugó la nariz y la miró desde detrás de las gafas de Harry Potter.

—¿Estás segura?

—Sí —respondió Kelly, sabiendo que en realidad no tenía otra opción.

De hecho, tenía la sensación de que aquel nudo de miedo que tenía en el estómago había estado siempre ahí, un miedo que había anulado por completo su sentido común. Porque aquello era una locura, viajar con dos niños por la noche y llevarlos a un sitio en el que ella misma no había estado desde hacía veinte años. Sabía que el coronel seguía viviendo allí, Sabrina se lo había dicho en su felicitación navideña, pero no había encontrado su número en la guía y, al parecer, Sabrina había cambiado de número de teléfono móvil…

Tragó saliva, y se colocó mejor a Aislin en el hombro para subir las escaleras del porche. Los faroles situados a ambos lados de la puerta negra iluminaban los desgastados suelos grises y el columpio verde oscuro en el que tantas noches había pasado durante su adolescencia.

Respiró hondo y llamó al timbre. Un perro ladró, y Coop se acercó más a ella.

—Papá…

—No sabe dónde estamos, cariño.

—¿Estás segura?

—Sí.

Estaba segura porque, cuando Rick y ella se habían conocido, durante su tercer año en la universidad, el padre de Kelly ya había fallecido y su madre se había mudado a Nueva Jersey. Sabrina había sido testigo en la boda y había ido a verla después de que Coop hubiese nacido, pero, en realidad, Kelly no tenía ningún motivo para volver allí.

—Nunca le hablé de este sitio —añadió.

Coop asintió.

Pero después miró hacia atrás, preocupado, y Kelly lo abrazó con fuerza. Un momento después, vieron que se encendía una luz al otro lado de la puerta. Sabrina no estaba allí, por supuesto, se había marchado hacía muchos años. Y su madre, Jeanne, había fallecido un tiempo antes. Así que solo quedaba el coronel, que, a decir verdad, a Kelly siempre le había dado un poco de miedo.

No obstante, a pesar de gustarle el orden y la disciplina, Preston Noble siempre había adorado a sus cinco hijos, cuatro de ellos adoptados. Y Kelly pronto había asociado a sus vecinos con el amor, la risa y la seguridad de una gran familia en la que todo el mundo se apoyaba.

La puerta se abrió, y Kelly se dio cuenta de que el hombre moreno y con barba que había al otro lado de la puerta, sujetando a un enorme perro, no era el coronel. Lo vio fruncir el ceño y estudiarla atentamente con sus ojos marrones.

—¡Alf! ¡Quieto! —le ordenó al animal antes de preguntarle a Kelly—: ¿En qué puedo ayudarla?

Era evidente que no la reconocía. Kelly, por su parte, jamás habría podido olvidar al hermano gemelo de Sabrina, Matt.

Se maldijo.

La mujer lo miró avergonzada con sus enormes ojos verdes mientras acariciaba la cabeza de la niña que llevaba en el hombro. El otro niño, que estaba a su lado, se apretó contra ella. Y Matt dedujo que se habían equivocado de casa.

Hasta que la oyó decir:

—¿Matt? Soy… Kelly. Kelly Harrison. Bueno, Kelly McNeil, quiero decir. La amiga de Sabrina. ¿Te acuerdas de mí?

Matt pensó que había pasado mucho tiempo…

—¿Está… tu padre?

—No —respondió este mientras seguía sujetando al perro—. No está en la ciudad.

—Ah, bueno. Yo… siento haberte molestado —dijo Kelly, tocando el hombro de su hijo—. Vamos, Coop…

—No, no pasa nada —dijo Matt, sin entender qué ocurría, pero seguro de que no podía dejar que se marchase con los dos niños a aquellas horas y con el frío que hacía—. Entrad, por favor.

Abrió más la puerta y apartó al perro, pero vio que Kelly dudaba.

—De verdad. Y no os preocupéis por Alf, no hace nada. Como mucho, llenaros de babas.

El niño sonrió.

—Gracias —murmuró Kelly, haciéndolo entrar.

Matt cerró la puerta, y Coop se agachó delante del perro, mientras Kelly se sentaba en el banco que había en la entrada y se desabrochaba el primer botón del abrigo.

—Qué bien. El calor, quiero decir. La calefacción de mi coche no funciona bien, y hemos tardado más de lo que había calculado en llegar.

—¿De dónde venís?

—De Haleysburg —respondió ella, nombrando una ciudad que estaba más o menos a media hora de allí y ruborizándose—. No quiero…

—No te preocupes.

—¿Seguro?

Matt se dio cuenta de que aquella mujer agotada, a la que se le estaban cerrando los ojos, no era la misma chica engreída que no le había hecho ni caso unos años antes.

—Supongo que son tus hijos —comentó.

Kelly abrió de nuevo los ojos.

—Sí, lo siento. Estoy…

Bostezó.

—Esta es Aislin. Y ese Cooper. ¿Coop?

El chico se puso recto.

—Este es Matt Noble —le dijo su madre—. El hermano de mi mejor amiga.

Coop tardó unos segundos en tender la mano.

—Encantado de conocerlo —dijo, como si tuviese sesenta años.

Y Matt no pudo evitar sonreír.

—Para mí también es un placer, Cooper —le respondió, pensando que el niño no se parecía demasiado a Kelly.

—¿Puedo ir allí? —preguntó el niño señalando hacia el salón.

—Por supuesto.

Mientras el niño y el perro se alejaban, Kelly le bajó la capucha a la niña y le apartó el cabello rojizo y rizado de la cara.

—Siento haber venido así, pero Sabrina ha debido de cambiar de teléfono y se me ha olvidado el de aquí… —le explicó con voz temblorosa—. Estaba… desesperada.

Matt frunció el ceño.

—¿Qué te pasa? —le preguntó.

—No sé cómo explicarlo —admitió ella—. Mi ex…

La niña, que estaba apoyada en su hombro, se despertó y abrió unos enormes ojos azules con los que estudió a Matt.

—¿Mamá…?

—No pasa nada, cariño —le susurró Kelly, sonriéndole.

Matt recordó que Kelly había dedicado aquella sonrisa a todo el mundo menos a él, unos años antes, y se le encogió el estómago. Se dijo que aquella sensación no era buena para un hombre solo, divorciado.

—¿Qué pasa con tu ex? —preguntó.

Pero, entonces, volvieron Cooper y Alf, y Kelly sacudió la cabeza y volvió a ruborizarse. Matt entendió el motivo por el que una mujer iba sola, con dos niños y a medianoche, a un lugar en el que hacía muchos años que no había estado. Era cierto que no tenía ningún ojo morado, ni ninguna otra marca, pero…

—¿Queréis comer algo? —preguntó, conteniendo una sensación de repulsión que jamás había olvidado, ni siquiera treinta años después, y la sonrisa agradecida de Kelly le rompió el corazón.

El pasado no tenía nada que ver con el presente.

Y, en esos momentos, Kelly lo necesitaba.

Aunque a él no le gustase la idea.

Kelly se sentó frente a la brillante isla blanca de la cocina mientras Aislin, colocada en su regazo, se inclinaba hacia delante para golpearla con sus pequeños dedos. El calor procedente del tostador y el olor de los sándwiches de queso que Matt estaba preparando le resultaron tranquilizadoramente familiares, tanto, que notó como la perpetua tensión que tenía en los hombros se relajaba. Un poco.

Porque, lo que también le era familiar, y nada relajante, era la manera en que su cuerpo reaccionaba frente a aquel hombre al que no había vuelto a ver desde que ella tenía dieciséis años. Lapso de tiempo en el que se había enamorado, se había casado y había sido madre dos veces.

Y, no obstante…

También era cierto que estaba agotada y emocionalmente destrozada, y que el tiempo había tratado muy bien a Matteo Noble, que nunca había sido feo.

Le acarició el pelo a su hijo, que acababa de sentarse a su lado, y se dio cuenta de que habían reformado la cocina, que en esos momentos era muy moderna. En absoluto el estilo de la madre de Matt, que siempre había estado demasiado ocupada dando de comer a su familia como para preocuparse por el estado de la cocina o por su decoración.

Como si le hubiese leído la mente, Matt comentó:

—Convencimos a papá para que reformase la cocina hace unos meses. Quiere vender la casa y le dijimos que, en ese caso, tenía que renovarla un poco.

—¿Qué tal está? —preguntó Kelly.

Matt puso los sándwiches a tostar. Se encogió de hombros.

—Está. Se entretiene. Lee. A veces va a la tienda de Tyler y Abby. ¿Te lo ha contado Sabrina?

—Algo me ha dicho, sí. ¿Cómo va?

—Bien. En estos momentos, se están reformando muchas casas. Es increíble lo que se puede hacer con un edificio viejo. Hay un tipo que ha cubierto la fachada de su casa con ladrillos procedentes de una fábrica que demolieron en Trenton. Una locura, ¿verdad?

Lo que a Kelly le parecía una locura era que estuviesen allí hablando cuando hacía un millón de años que no se veían. Como si su relación no hubiese sido un tanto incómoda, sobre todo, al final.

Y otra locura más era que se le hubiese ocurrido llevar a sus hijos allí.

En especial, sabiendo que Matt era policía. Detective, si no le fallaba la memoria. Lo que significaba que aquel aplazamiento no duraría mucho. Antes o después, empezaría a hacerle preguntas. Y tenía derecho a hacérselas. El coronel también se las habría hecho, por supuesto, pero Kelly había tenido siempre la sensación de que este nunca dejaría de protegerla, como habría protegido a sus propios hijos. Por no mencionar a los niños que habían pasado por la casa en régimen de acogida a lo largo de los años…

Pero Matt… No estaba segura. Les iba a dar de cenar y estaba charlando con ella, pero Kelly no estaba segura de que fuera a ponerse de su parte.

—Estás demasiado callada —comentó él.

—Ha sido un día… largo.

Matt frunció el ceño antes de guiñarle un ojo a Aislin y de añadir:

—Ya casi está.

Kelly apoyó la mejilla en los sedosos cabellos de la niña que, afortunadamente, parecía ajena a los acontecimientos que los rodeaban desde hacía dos años. No podía decir lo mismo de Cooper, que estaba apoyado en la encimera y observaba a Matt con atención. Lo vio bostezar y levantarse las gafas para frotarse los ojos, y se le rompió el corazón.

—Pueden ir a dormir a la habitación de Tyler cuando hayan cenado —dijo Matt—. Hay dos camas…

—He traído sacos de dormir…

—No harán falta —le dijo Matt, mirándola a los ojos mientras cortaba los sándwiches y los ponía en varios platos—. ¿Qué quieres beber, amigo? ¿Zumo? ¿Leche? ¿Leche con cacao?

—¿Mamá? —preguntó el niño en tono esperanzado.

Ella sonrió.

—Bueno, pero solo esta noche.

Coop se sentó muy recto y asintió.

—Sí, por favor. Gracias.

Kelly se mordió el labio al ver que Matt sacaba leche desnatada y cacao bajo en grasa.

—Es para papá. Órdenes del médico —le contó él.

—¡Ah! ¿Pero está bien?

—Sí, está bien… —respondió, buscando algo en un armario—. Seguro que más sano que yo.

Unos segundos después, sacó una vieja taza de plástico para bebés, puso leche en ella y se la dio a Aislin, que se la llevó a la boca y bebió como si llevase semanas sin hacerlo. Matt se echó a reír y miró a Kelly, que no pudo evitar pensar que su vida era un desastre.

—¡Linnie! ¿Qué se dice?

—Gracias.

—De nada, cariño —le respondió Matt antes de volver a mirar a Kelly—. ¿Y tú?

—Tomaré lo mismo que ellos —respondió, estudiando las fuertes manos de Matt mientras servía la leche.

Unas manos unidas a unos brazos igual de fuertes, que, a su vez, terminaban en un pecho fuerte. Por un instante, Kelly se imaginó abrazada a él. No era en sexo en lo que estaba pensando sino… en cariño. En que alguien la tratase con cariño…

—¿Quieres otra cosa? —volvió a preguntar Matt.

—¿Qué?

—Que no has probado el sándwich.

—Ah… lo siento. No, estoy bien. Es solo que estoy… —se interrumpió. «A punto de llorar»—. Tan cansada que casi no puedo ni comer.

—Ya veo —dijo él en tono amable—. Puedes utilizar la habitación de Sabrina…

—¿Mamá? He terminado. ¿Puedo ir a jugar con el perro?

Matt se echó a reír.

—Toma —dijo, poniendo los restos del sándwich de Aislin en un plato de plástico—. Vete con esto al salón, pero que se siente antes de dárselo.

Ambos niños se fueron con el perro, y Kelly probó por fin su sándwich.

—Está muy bueno.

—Debes de tener mucha hambre.

Ella estuvo a punto de sonreír.

—¿Le has puesto mantequilla?

—Mamá me mataría si no lo hubiese hecho.

Kelly le dio otro mordisco y después bebió un sorbo de la leche con cacao, que le supo deliciosa.

—Tu madre solía prepararnos sándwiches de queso a Sabrina y a mí casi todos los días después del colegio. Has aprendido bien.

Matt dudó antes de comentar:

—Lo único que querían mis padres era que todos los niños que llegaban a esta casa se sintiesen seguros. Así que, además de a hacer sándwiches, aprendí muchas otras cosas. Dime qué ocurre, Kelly.

Ella dejó el vaso de leche y tardó un par de segundos en mirarlo.

—¿Te importa si antes acuesto a los niños?

Él se cruzó de brazos y volvió a fruncir el ceño y después se acercó a ella.

—Es evidente que necesitas ayuda —añadió en voz baja—. Y yo estoy dispuesto a ayudarte, por los viejos tiempos, pero tienes que contármelo todo. ¿De acuerdo?

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—¿Tienes alguna otra opción? —le preguntó Matt, sonriendo de medio lado.

—Lo cierto es que no.

Matt se agarró a la encimera y miró hacia el salón, donde estaban los niños, antes de volver a mirarla a ella.

—Tal vez no tenga el ADN del coronel, pero soy su hijo. Si puedes contar con él, puedes contar conmigo.

Kelly supo que era cierto. Y, además, no tenía elección.

Media hora después, Matt estaba sentado en el cómodo sillón de su padre, viendo la televisión, cuando Kelly apareció en la puerta del salón. Levantó la vista y, al verla, se le cortó la respiración.

Tuvo la sensación de que Kelly había encogido, estaba agachada y se frotaba un brazo con la mano. De adolescente había sido más bien delgada, pero, en esos momentos, se le marcaban los huesos todavía más.

—Estaba empezando a pensar que te habías quedado dormida —le dijo.

Ella esbozó una sonrisa. Siempre había sido una chica más bien tímida, y era eso lo que le había atraído de ella al principio. Pero, esa noche, parecía más bien… desinflada.

—No habría sido capaz de dormirme sabiendo que me estabas esperando —le contestó.

Matt apagó la televisión y se sentó recto.

—Tienes razón…

—No quiero que te sientas obligado a nada por haber estado en casa en vez de tu padre.

—Voy a fingir que no he oído eso. Soy policía y juré proteger y servir al prójimo, ¿de acuerdo? No recuerdo haber dicho que escogería a quién protegería y a quién no.

—Entonces… ¿esto no es personal?

—Es difícil que lo sea, teniendo en cuenta que hacía… ¿Cuánto tiempo? ¿Veinte años que no nos veíamos?

—De acuerdo —dijo ella—. Por cierto, ¿qué haces aquí?

—¿Que por qué sigo viviendo con mi padre?

—Yo no he dicho…

—Pero lo has pensado. ¿Vas a quedarte ahí de pie el resto de la noche?

—Podría hacerlo.

A Matt le molestó la respuesta, pero enseguida se dio cuenta de que Kelly estaba intentando controlar un mínimo una situación en la que debía de sentirse completamente indefensa.

—Mi casa está hecha un desastre —le contó él—. La estoy reformando yo mismo, así que, en estos momentos, no hay calefacción, ni agua corriente… Ya sabes. De modo que he venido aquí.

Ella se cruzó de brazos.

—Sabrina me contó que te habías divorciado. Lo siento.

A pesar de que había pasado casi un año, el dolor lo pilló desprevenido.

—Gracias.

No tenía intención de hablar de su matrimonio roto, ni con ella ni con nadie…

—Entonces, ¿estás aquí tú solo? —le preguntó Kelly.

—No, también está Abby —respondió él, señalando hacia el techo—. Arriba. Se había levantado a las cinco de la mañana, así que a las nueve estaba en la cama. Otro motivo por el que estoy aquí, a papá no le gusta que esté sola.

—¿Cuántos años tiene ya? ¿Veinte?

—Veintidós. Y no le hace ninguna gracia mi presencia.

—¿Y la del coronel no le importa?

Matt vio sonreír a Katty y no pudo evitar echarse a reír.

—Sí, pero yo soy su hermano. Al parecer, es mucho peor. Sobre todo, porque papá la tiene muy mimada.

—No digas eso. Todavía me acuerdo de cuando era pequeña. Todos la teníais mimada.

—Tal vez. O tal vez no —respondió él, haciendo reír a Kelly.

—No puedo creer que no la hayamos despertado. Debe de tener un sueño muy profundo.

—Sí. Siempre lo ha tenido. El verano pasado hubo una tormenta horrible y ni se inmutó.

Alf se acercó a Matt para que este la acariciase.

—Entonces, ¿lo tuyo…?

—Supongo que eres consciente de que solo puedo darte mi versión de los hechos.

—Siempre será mejor que nada.

—¿Y si te parece que todo lo que te cuento es una locura?

—Es un riesgo que tendrás que asumir, aunque dudo mucho que vayas a contarme que tu ex está enterrado en el bosque.

—Gracias por el voto de confianza —le respondió Kelly, sentándose por fin en el borde del sofá y metiéndose un mechón de pelo rojizo detrás de la oreja.

Apretó los labios un instante y luego, en un susurro, añadió:

—Tengo miedo.

—¿Por ti? ¿Por los niños?

—Por ambos.

—¿Te ha hecho daño?

—Todo depende del tipo de daño del que estemos hablando —le dijo ella.

Matt suspiró.

—¿Tienes la custodia de los niños?

Ella asintió y pasó las manos por los pantalones vaqueros.

—Pero Rick no está de acuerdo. En absoluto. Tiene derecho a visitarlos, pero cada vez se presenta en casa con más frecuencia, sin avisar. Al principio, lo dejé pasar, pensando que lo hacía porque le importaban los niños —le contó—. Aunque siempre me había molestado, incluso antes de lo de anoche.

Hizo una pausa.

—Entiendo que se sienta herido, enfadado, frustrado. Tiene derecho a estar decepcionado. Yo también lo estoy. Le quería —continuó, con los ojos húmedos—. Con todo mi corazón, pero, un día, me di cuenta de que nuestro matrimonio estaba roto y que el amor no era suficiente para repararlo.

Gracias a su trabajo, Matt había aprendido que nadie solía contar toda la verdad desde el principio.

—¿Roto? —preguntó.

Kelly se echó hacia atrás y tomó una manta que había en el brazo del sofá para taparse.

—Nos conocimos en la universidad. Salimos juntos… cuatro o cinco años antes de prometernos. Y nos casamos año y pico después. Pensaba que lo conocía suficientemente bien para saber que era un tipo… normal. Como… como mi padre. Rick siempre me había dicho que podía contar con él, que por eso estábamos juntos.

Hizo una pausa antes de continuar.

—Tenía trabajo y era un buen padre. Éramos felices. Al menos, lo fuimos un tiempo. A él le iban bien las ventas, y yo estaba contenta en casa. Hasta me caían bien mis suegros —añadió, sonriendo con timidez—. Pero, cuando Aislin tenía más o menos seis meses, se quedó sin trabajo. Y no consiguió encontrar otro rápidamente. Yo había hecho algunos trabajos de restauración, para fiestas de amigos y familiares, así que pensé que era un buen momento para dar el salto. Tenía algo de dinero ahorrado, así que invertí en mi negocio.

Alf se levantó y fue a apoyar la cabeza en la pierna de Kelly, que sonrió.

—Me fue bien, mejor de lo que había imaginado, pero Rick…

Apretó el puño antes de continuar.

—En vez de apoyarme, se enfadó con mi éxito. Y yo lo entendí, porque él también necesitaba trabajar, pero…

Se cruzó de piernas y apoyó los codos en ellas para después descansar la cabeza en las manos.

—Yo no quería divorciarme. Sobre todo, cuando el padre de Rick murió. No quería causarle más dolor. Pensaba que era solo una mala racha y que lo solucionaríamos. Era mi marido, Matt —añadió, al ver que este suspiraba—. Había prometido amarlo, fuesen cuales fuesen las circunstancias…

Por un momento, pareció perderse en sus pensamientos.

—Pero, entonces, empezó a beber más de lo normal. Y su comportamiento se volvió más… irracional —continuó—. Perdía los nervios por cualquier cosa, sobre todo con Coop, o se deprimía profundamente, lo que casi era peor. Cuando las notas del niño empezaron a bajar, su reacción fue exagerada…

Kelly sonrió con tristeza.

—Y al final le dije que se había terminado. No podía seguir intentando salvar nuestro matrimonio yo sola. Aunque estoy segura que pensó que no hablaba en serio hasta que no le presenté los papeles del divorcio.

—¿Cuánto hace de eso?

—Casi tres años —respondió ella con los ojos llenos de lágrimas—. Me dolió mucho hacerlo, no haber sabido cómo arreglar las cosas.

Matt la comprendía perfectamente.

—A veces, la única manera de arreglar algo es marchándose.

Se hizo un silencio que duró varios segundos, y luego Kelly añadió:

—Pero el divorcio no terminó con los… problemas.

—¿Te refieres a que él siguió bebiendo?