El Conde De Darby - Aubrey Wynne - E-Book

El Conde De Darby E-Book

Aubrey Wynne

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Beschreibung

Hannah Pendleton, recuperando su orgullo después de que un amor de la infancia se enamorase de otra, se lanza a la emoción de una primera temporada. Cuando el conde de Darby ve a la encantadora recién llegada cortejada por el mismísimo diablo, la inocencia y el candor de ella reavivan la caballerosidad oculta en lo más profundo de su alma.
Hannah Pendleton está recuperando su orgullo después de que su amor de la infancia se enamorase de otra. Decidida a romper algunos corazones, se lanza a la excitante y agitada agenda de la primera temporada. Siempre astutos y directos, los modales suaves y las palabras practicadas de los galantes pero meticulosos solteros no consiguen sacudir su alma hasta que... Desde el suicidio de su esposa en su noche de bodas, el conde de Darby ha cultivado cuidadosamente su reputación de pícaro. Mantiene a raya a las madres sobreprotectoras y se lanza a ilimitadas aventuras clandestinas. Pero cuando Nicholas ve a una encantadora recién llegada que está siendo cortejada por el mismísimo diablo, la inocencia y la franqueza de ella reavivan la caballerosidad oculta en lo más profundo de su alma. El hielo que rodea el corazón de Nicholas se resquebraja cuando intenta desesperadamente salvar a Hannah y corregir un horrible error cometido hace tanto tiempo.

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EL CONDE DE DARBY

ÉRASE UNA VEZ UNA VIUDA

LIBRO CUATRO

AUBREY WYNNE

Traducido porJORGE LEDEZMA

TEKTIME

ÍNDICE

El Conde de Darby

Romances Históricos

Agradecimientos

Prólogo

1. Capítulo Uno

2. Capítulo Dos

3. Capítulo Tres

4. Capítulo Cuatro

5. Capítulo Cinco

6. Capítulo Seis

7. Capítulo Siete

8. Capítulo Ocho

9. Capítulo Nueve

10. Capítulo Diez

11. Capítulo Once

12. Capítulo Doce

13. Capítulo Trece

14. Capítulo Catorce

Postfacio

Acerca del Autor

15. Más Romances Históricos

EL CONDE DE DARBY

Hannah Pendleton está recuperando su orgullo después de que su amor de la infancia se enamorase de otra. Decidida a romper algunos corazones, se lanza a la excitante y agitada agenda de la primera temporada. Siempre astutos y directos, los modales suaves y las palabras practicadas de los galantes pero meticulosos solteros no consiguen sacudir su alma hasta que...

Desde el suicidio de su esposa en su noche de bodas, el conde de Darby ha cultivado cuidadosamente su reputación de pícaro. Mantiene a raya a las madres sobreprotectoras y se lanza a ilimitadas aventuras clandestinas. Pero cuando Nicholas ve a una encantadora recién llegada que está siendo cortejada por el mismísimo diablo, la inocencia y la franqueza de ella reavivan la caballerosidad oculta en lo más profundo de su alma. El hielo que rodea el corazón de Nicholas se resquebraja cuando intenta desesperadamente salvar a Hannah y corregir un horrible error cometido hace tanto tiempo.

Copyright © 2019 por Aubrey Wynne

Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.

ISBN:

Creado con Vellum

ROMANCES HISTÓRICOS

A los maravillosos y talentosos autores del Club de los Condes Malvados. Me siento honrada de formar parte de esta serie única. He encontrado mi nicho y les estaré eternamente agradecida.

Encuentra más de la serie: Érase una Vez una Viuda

El Conde de Sunderland (#1) La Viuda de un Conde Malvado (#2)

Rapsodia y Rebelión (#3) El Conde de Darby (#4)

El Conde de Brecken (#5)

Encuentra más de los Romances del Castillo de MacNaughton

Un pecance de Merry MacNaughton (novella)Decepción y Deseo (#1)

Amor alusivo (#2)Un Simpático Pretendiente (#3)

AGRADECIMIENTOS

Elogios para la serie Érase una Vez una Viuda

"Históricamente preciso, con personajes conmovedores que se enfrentan a una lucha tan desgarradora que no puedo ni imaginar cómo respondería yo en su lugar. Una historia apasionante con un final explosivo".

N.N. Light Book Heaven Reviews

"El épico romance histórico de Aubrey Wynne fascina tanto como deja sin aliento al lector. Sus intrincados detalles colman al lector de paisajes pintorescos y diálogos deliciosos, sin dejar nada demasiado pequeño para ser definido".

InD’tale Magazine

"A medio camino entre Austin y Heyer. Un libro disfrutable".

Reseña de Amazon

"Las escenas son tan detalladas y descriptivas que crean un elegante telón de fondo que hace que la historia destaque".

Uno de los 500 mejores críticos de Amazon

"Esta bien elaborada novela tiene un acertado equilibrio de tristeza y felicidad. Te hará llorar, sonreír e incluso saltar de alegría. Recomiendo encarecidamente este cautivador libro".

Reseña de Vine Voice

"Aubrey maneja sus palabras con tanta habilidad y precisión como un cirujano con su bisturí".

Uno de los 500 mejores críticos de Amazon

"Lo recomiendo encarecidamente".

Jersey Girl Book Lover

"Otro autor para mi lista de favoritos".

Crítico Top de Amazon, Reseñas de libros

PRÓLOGO

Hay una fuente llena de sangre

Extraída de las venas de Emmanuel;

Y los pecadores, sumergidos bajo ese torrente,

pierden todas sus manchas culpables.

"ELOGIOS PARA LA FUENTE ABIERTA", OLNEY HYMNS, 1779

Mayfair, Londres

Diciembre 24, 1814

"Debo admitir, mamá, que tenías razón". Nicholas se tiró del corbatón, blanco como la nieve contra el azul oscuro de su chaleco. "Es un diamante de primera clase".

"Claro que lo es. Los esponsales benefician a ambas familias. Lady Henning y yo tendremos hermosos nietos, y tú no perderás tu herencia. Nunca perdonaré a tu padre su imprudencia, al jugarse semejante suma". La expresión de Lady Darby se endureció al hablar de su marido, pero su tono era el de una madre cariñosa. "Eres el vizconde más apuesto de Londres. Menudo conde serás algún día".

"No deseemos que papá se vaya demasiado pronto. No todo fue culpa suya". Nicholas echó un último vistazo a su propio reflejo, una imagen idéntica a la de su madre que le devolvía la mirada. Tenían el mismo cabello dorado y los mismos ojos azules claros. Pero las arrugas que rodeaban su boca se habían hecho más profundas y en su frente había más líneas de preocupación. Sus miradas se sostuvieron un momento y luego ella se dedicó a quitarle manchas imaginarias de la parte trasera del chaleco.

"El duque de Colvin hizo trampa. Es cierto que mi padre nunca debería haber apostado tanto en una mano de cartas, pero ese hombre es un canalla. Y su hijo no es mejor, quizá peor si los rumores son ciertos".

"Sí", murmuró ella, evitando aún sus ojos. "He oído lo mismo. Ahora, es el día de tu boda, y deberíamos hablar de tiempos más felices por venir".

"De acuerdo, ha sido un año difícil, pero creo que la oscuridad ha quedado atrás". Su padre, el conde de Darby, había perdido mucho a manos del noble de corazón negro. Había sido una noche que aún atormentaba sus sueños. Las burlas de Colvin, la lenta ira que se había apoderado del conde, la viciosa sonrisa de suficiencia cuando el as extra se había puesto sobre la mesa. Nicholas sabía que el hombre había hecho trampa, pero no podía probarlo. No se acusaba a un duque sin pruebas. Incluso si se contaba con ellas, habría sido peligroso.

Habían tenido que vender la mayor parte de sus propiedades para saldar la deuda de honor y evitar el escándalo, manteniendo a duras penas el patrimonio. La debacle había hecho mella en la salud de su padre. "Parece que has venido al rescate, mamá".

"Tonterías. Lady Henning quería que su hija ascendiera de rango. Como esposa de un barón, esto es toda una pluma en su sombrero. Alice será condesa cuando asuma el título. Y necesitábamos la dote."

"¿Y la señora estaba dispuesta?"

"Tú mismo se lo pediste, ¿verdad?". Su madre estudió la guirnalda de hojas perennes que decoraba la repisa de la chimenea, tocando las ramitas de romero y las hojas de hiedra. "¿Qué mujer no se alegraría de un matrimonio así? Es difícil encontrar maridos guapos y con título".

"No estoy de acuerdo. Es más fácil encontrar maridos sin título, guapos o no". Sonrió ante la boca fruncida de su madre.

"No podría pedir una mejor celebración de Navidad que tener una nueva hija disfrutando de nuestro tronco de Yule. Me doy cuenta de que las amonestaciones se leyeron precipitadamente, pero nuestra familia empezará un nuevo capítulo con el Año Nuevo". Ella le sonrió, con su cabello rubio brillando a la luz del sol que se colaba a través de las cortinas de gasa. De puntillas, le besó la mejilla. "Debo irme. Salimos para la iglesia dentro de una hora".

Mientras Nicholas la veía marcharse, le vino a la mente la imagen de sus propios hijos jugando delante del árbol de Navidad. Quería tener hijos. Varios, al menos. ¿Serían morenos como Alice o rubios como él? El vientre se le tensó inexplicablemente al pensarlo, y atribuyó el malestar a la proximidad de la boda y a la pérdida de su soltería.

Nicholas y su mejor amigo de la universidad, Gideon, el futuro conde de Stanfeld, estaban ante San Jorge, en Hannover Square. Las gigantescas columnas se alzaban sobre ellos en la escalinata de la iglesia. Completamente opuestos en aspecto y temperamento, se habían hecho un nombre durante su estancia en Cambridge.

"Así que, ¿Lady Darby te puso los grilletes en las piernas o esto fue obra tuya?". Gideon sonrió, con su cabello negro brillando a la luz de la mañana y sus ojos azul oscuro centelleando de risa. "Aunque admito que la señorita Alice tentaría al más firme de los solteros".

"Digamos que no me importa hacer el sacrificio. Y con un poco de suerte, podría convertirse en un encuentro amoroso". Nick se ajustó el corbatón por décima vez desde que salió de la mansión. "¿Vendrá Pendleton?"

"Vendrá". Gideon le dio una palmada en la espalda a su amigo. El vizconde Pendleton era el tercer miembro de su infame trío universitario. "¿Estás nervioso?"

"Yo no lo llamaría así, más bien una sensación de presentimiento". Negó con la cabeza. "Últimamente he estado escuchando demasiado a Sarah y sus cuentos de hadas. Los hermanos Grimm la tienen hipnotizada".

"Tu hermana no necesita nada para despertar su imaginación". Gideon metió la mano en el abrigo y sacó una petaca. "¿Un trago para calmar los nervios?"

"Con mucho gusto, amigo mío".

* * *

"Cálmate, Alice. No quería levantar la voz". Nick le alisó el cabello oscuro revuelto y le levantó la barbilla. Profundas sombras bajo aquellos brillantes ojos color café hacían que su pálida piel casi resplandeciera. Era magnífica, ébano sobre marfil, dócil y flexible. O lo había sido hasta que se dio cuenta de que se la habían llevado antes de su noche de bodas. Al consumar su unión, descubrió que no había ninguna barrera en ella que pudiera romper.

"Me sorprendió que no fueras una..."

"Una v-virgen".

"¿Hubo alguien más? ¿Ya le habías entregado tu corazón a otro?" Un primer amor, un enamoramiento tal vez que se desvanecería con el tiempo. Confiaba en su propia apariencia y en sus habilidades amatorias para superar los intentos de un chico torpe.

Ella resopló y negó con la cabeza, con las ondas del cabello rebotando contra sus hombros desnudos. "No puedo seguir con esta farsa por más tiempo. Lo siento mucho, muchísimo".

"¿Cómo dices?" Una fría sensación de espanto le recorrió la espina dorsal.

Ella levantó hacia él un rostro manchado de lágrimas. "Estoy embarazada".

Él se quedó inmóvil, con los músculos de la cara paralizados. Tenía la boca abierta, pero no pronunció palabra alguna. Una oleada de calor le invadió a medida que sus pérfidas palabras calaban hondo. Tratando de ordenar sus pensamientos, se ató la camisa. Diablos...

Una anulación. Conseguiría una anulación.

"Me forzaron".

"¿Fuiste violada?" Exhaló un suspiro y se pasó los dedos por el pelo. ¿Había engañado a un pretendiente anterior? ¿Un flirteo que salió mal? Así no era como debía transcurrir su noche de bodas. "¿Quién es?"

"El hijo de un noble. Mamá dijo que sería su palabra contra la mía, que él nunca sería llevado ante la justicia, pero yo estaría arruinada". Ella le agarró del brazo mientras intentaba levantarse. "Por favor, a nuestras madres se les ocurrió la idea. Yo estaba en contra, pero estaba embarazada. Yo…"

"Pensaste que sería fácil hacer pasar al hijo de una puta como si fuera mío. Yo necesitaba fondos y tú necesitabas un marido". La chispa de la ira se encendió, las llamas le quemaron el estómago. Qué imbécil había sido. "¿De quién es el hijo que se espera que críe para conservar mi patrimonio?"

"Mamá dijo que debía mantenerse en secreto. Él nunca debe saberlo. Es un hombre vicioso y despreciable. No sabemos de lo que sería capaz". Sus ojos se abrieron de par en par por el miedo, esos labios carnosos que él acababa de besar, temblaron. "Por favor, no me obligues a decírtelo".

"Por Dios, lo harás". Nicholas le agarró los hombros estrechos, presionando la piel suave, las yemas de los dedos dejando huellas rojas en la suave carne. "Debo saber a quién tendré bajo mi techo".

Alice empezó a sollozar en serio, con el pecho agitado mientras intentaba respirar, con los dedos apretando las manos de él. "Lo siento tanto. Lo siento tanto..." Su cabeza se movía de un lado a otro mientras murmuraba sus disculpas una y otra vez.

Él se soltó y cruzó la habitación para abrir la ventana. Necesitaba aire; no podía respirar. Apoyó la cabeza contra el cristal superior de la ventana, miró hacia el oscuro paisaje y dejó que la fría brisa enfriara el furioso fuego que lo consumía.

Alice soltó un gemido bajo, un quejido nauseabundo de dolor y angustia, y se agarró el vientre, hundiéndose en el suelo sobre las rodillas. La luz del fuego resaltaba sus mojadas mejillas y proyectaba largas e incongruentes sombras sobre su pequeña y delicada figura. "Perdóname, por favor. Perdóname".

"¿Perdonarte?" Su mano se cerró y dio un puñetazo a la pared, lo cual le provocó una oleada de dolor desde la muñeca hasta los nudillos. "Me traicionó mi propia madre y luego mi esposa en mi noche de bodas". Se rió, con un sonido desagradable y chirriante. "Creo que he llegado a mi límite de absolución".

Todo su cuerpo se tensó como un cable. Tenía que salir, lejos de sus lágrimas, lejos de este engaño de matrimonio. Le habían utilizado. Nick apartó las manos aferradas de ella mientras se vestía, sin apenas notar la mancha carmesí que su nudillo ensangrentado había dejado en la manga de su camisón.

"No me dejes. Por favor, te lo compensaré. Haré lo que sea", susurró ella, con la voz llena de pánico. "¿Adónde vas?"

"Lejos. A cualquier sitio donde no tenga que mirar a otra hembra intrigante". Se puso las botas y abrió la puerta de un tirón. "Cuando vuelva mañana, nos sentaremos con nuestras dos queridas madres. Por Cristo, sabré la verdad".

Bajando las escaleras, ordeno al lacayo que trajera su carruaje. "No, mejor ensilla mi caballo" Necesitaba escapar. Necesitaba emborracharse. Necesitaba borrar esta pesadilla de su mente.

Nicholas cabalgó fuera de la ciudad, con la mente arremolinada, el sudor frío recorriéndole la espalda, la cara caliente por el mal genio. Las mujeres. Si su propia madre le había traicionado así, ¿cómo iba a confiar en otra mujer? Pensó en su hermana, en su rostro inocente, y se preguntó si ella también se volvería tramposa con la edad.

Al llegar a los arrabales de la ciudad, apretó los costados de su castrado, impulsando a Arthur a un galope fácil y respirando el aire frío de la noche. Las estrellas brillaban en el cielo negro y titilaban alegremente, burlándose de su estado de ánimo. Esta noche no nieva.

Con una fuerte patada, siguieron galopando, dejando atrás nubes blancas y esponjosas mientras Nicholas dejaba atrás a su esposa y aquella horrible escena. El golpeteo de los cascos parecía latir al mismo ritmo que la maldición que resonaba en su mente. ¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición! Cuando el caballo se cansó, su ira se había calmado. Más tranquilo y racional, dio la vuelta a su montura y se dirigió de nuevo hacia las luces y el ruido de Londres.

Sí, Alice le había engañado, pero había sido tan víctima de las intrigas de sus madres como él. La pobre chica había sido violada, entregada a un marido conveniente, y nunca tuvo la oportunidad de buscar amor o incluso afecto. Nunca tuvo voz ni voto. Al menos él había podido elegir.

Le llevaría tiempo adaptarse al hecho de que estaba embarazada. Pero habían consumado el matrimonio, y él necesitaba su dote. Sin ella, su familia se hundiría. Su orgullo se había resentido cuando se vio a sí mismo colgado de la manga de Alice, el acuerdo era demasiado unilateral para su gusto. Pero ahora parecía que estaban a mano; se estaban utilizando mutuamente. Que así fuera.

Ya se ocuparía de su madre más tarde. Por ahora, iría a casa con su mujer y le diría que llegarían a un acuerdo y seguirían adelante con sus vidas. Rogaría a Dios que tuviera una niña. De ninguna manera reconocería a un bastardo como su heredero.

Nick llegó de nuevo a la casa de la terraza, un adormecido mozo esperaba en los escalones para tomar las riendas. "Necesita un buen enfriamiento. Lo monté duro".

Subió las escaleras de dos en dos y abrió de golpe la puerta de sus habitaciones, con el pecho agitado por el esfuerzo de la cabalgata y los dos largos tramos de escaleras. "Alice..." Hacía frío. ¿Los criados habían dejado que se apagara el fuego?

En el salón de su apartamento, una nota yacía sobre la mesa junto a la puerta. La recogió de la bandeja de plata, reconociendo su nombre escrito en letras fluidas.

Nicholas

Con el sobre en la mano, entró en la alcoba. "Alice..."

Una barra de hierro invisible le golpeó con toda su fuerza. Caminó con paso inseguro hacia la cama, su cuerpo se tambaleó antes de caer de rodillas, la carta a la deriva a la alfombra. Sus ojos no se apartaron del pequeño cuerpo que se balanceaba en la barandilla superior de la cama con dosel.

Su bata blanca ondeaba con la ligera brisa de la ventana aún abierta. Unas delicadas zapatillas de satén se balanceaban perezosamente ante sus ojos. Lentamente, su mirada se elevó más allá de la mano que llevaba su alianza de esmeralda, los brazos inertes, hasta los ojos vacíos de su esposa muerta. Su cabeza estaba inclinada en un ángulo incómodo, con la delicada barbilla apoyada en la sábana de lino atada alrededor de su largo y delgado cuello. La piel de porcelana que había acariciado y besado hacía unas horas, ahora moteada y gris.

"NOOOOOOO..." Nicholas se agarró la cabeza, balanceándose de un lado a otro, maldiciendo a su mujer, a su madre, a sí mismo. Se levantó, se agarró a la cortina de la cama y se subió al colchón. Frente a frente con su esposa muerta, con el corazón apretado, sin aliento. Nicholas apartó con ternura un mechón húmedo de su mejilla. La frialdad de su piel contra sus nudillos raspados le sacudió y empezó a desenredar frenéticamente a su mujer de la ropa de cama.

Las lágrimas le nublaron la vista; maldijo sus dedos temblorosos mientras intentaba mantener el equilibrio sobre el colchón. Finalmente la liberó del lazo de lino, cayó de rodillas y la acunó en sus brazos, balanceándose suavemente de un lado a otro. La puerta se abrió y oyó un grito aterrorizado. Miró a los ojos horrorizados de su madre.

"¿Qué hemos hecho?", susurró. "¿Qué hemos hecho?"

CAPÍTULO UNO

“…En la medida en que cada descubrimiento de lo que es falso nos lleva a buscar con ahínco lo que es verdadero, y cada nueva experiencia nos señala alguna forma de error que después evitaremos cuidadosamente”.

JOHN KEATS

Club de los Condes Malvados, Londres

Finales de octubre 1819

"Es sólo un juego amistoso de whist. Vamos, Darby, juega con nosotros". El marqués hizo otro intento infructuoso de meter a Nicholas en el juego.

"Te ruego me disculpes, milord, pero yo nunca juego". Nicholas, conde de Darby, negó con la cabeza, con una sonrisa fácil curvando sus labios. Su mirada recorrió la abarrotada sala. Varios hombres estaban sentados a su izquierda, cerca de la chimenea, bebiendo y conversando. A la derecha de la sala había mesas donde se jugaba al whist, al faro y al azar. "Una apuesta amistosa en los libros, si nacerá el heredero o una novena hija, tal vez si Stanfeld se casará antes de los sesenta, es hasta donde yo llego".

"¿Estoy en los libros?" Gideon, el conde de Stanfeld, frunció el ceño, juntando sus pobladas cejas oscuras. "¿Cómo demonios he entrado en los libros?"

"Cuando un hombre hereda un condado, se vuelve mucho más interesante". Nicholas se rió y le dio una palmada en la espalda. "Es sólo un ejemplo, amigo mío. No eres una línea en las apuestas del club". Se rió entre dientes. "Todavía".

"Creo que ya me arrepiento de haberte incluido como socio en el Club de los Condes Malvados". Stanfeld dio un golpecito a la W dorada prendida en la solapa de su amigo. "Tu posición mejoró, y no te veo más cerca de la trampa del párroco que yo".

Un dolor desvanecido pero familiar rozó el corazón de Darby, quien forzó otra sonrisa. "Escapé de esa trampa una vez, si lo recuerdas". Detuvo a un caballerizo que pasaba por allí. "Tráiganos una botella de brandy, ¿quiere? Estaremos en la sala de billar". El sirviente asintió a Stanfeld y se marchó.

Nicholas bajó las escaleras, con el pulgar rozando la W. Malvado. Sí, era un conde malvado y planeaba conservar ese título y esta insignia durante muchos años. Sus vicios no hacían daño a nadie ni interferían en su título ni en su familia.

Stanfeld lo había recomendado al selecto club. Reunía los requisitos necesarios: gozaba de la confianza de sus iguales y reclamaba el título de conde y soltero. Los beneficios incluían una planta exclusiva de dicho club, un conjunto de habitaciones privadas para cada uno y casi cualquier vicio por pedir. Había utilizado las habitaciones reservadas con frecuencia. De hecho, éste se había convertido en su segundo hogar desde la muerte de su padre, una semana después del malogrado matrimonio de Nicholas.

En los últimos años se había forjado una reputación de buscavidas, y las malas lenguas no le habían ayudado mucho tras la muerte de su esposa. Según los chismes, el conde de Darby había ahogado sus penas en alcohol cuando su esposa murió misteriosamente. Algunos decían que se había asustado tanto de sus exigencias de la noche de bodas que se había suicidado. Otros hablaban en susurros de un posible asesinato, que sólo quería el dinero de la pobre mujer y sabía que, como par, podía salirse con la suya.

Ninguna de las dos familias había comentado o hablado nunca de la noche, para consternación de los charlatanes que querían conocer los detalles sórdidos. Habían hecho falta años para acallar las lenguas. Pero los rumores seguían manteniendo alejadas a las madres entrometidas, preocupadas por sus inocentes hijas. Lo mantenían fuera de la lista de solteros adecuados.

En realidad, el suicidio se había tratado con discreción, con toda la eficacia con la que siempre se trataba una catástrofe relacionada con un compañero. La ley que exigía la confiscación de los bienes de un suicida -en este caso, la dote- se eludió con un veredicto de non compos mentis. Un jurado de sus pares determinó que Alice no estaba en su sano juicio cuando cometió el acto. La madre de Alice había testificado sobre la melancolía de su hija los días previos y de la boda.

Nicholas se encogió de hombros, con el costoso abrigo cubriendo su cuerpo, y apartó de su mente aquel desagradable recuerdo. En lugar de eso, se concentró en la encantadora pelirroja que le esperaría más tarde en sus habitaciones, después de una botella de coñac y unas partidas de billar con sus dos mejores amigos. Nunca repetiría el error de su padre, no tenía apetito para el juego. Sus venenos preferidos eran la bebida y el tipo de mujer sin deseos de marido.

Su relación actual era un artículo de primera que tenía la desgracia de estar casada con un anciano barón. El marido se acostaba temprano por la noche, y ella se quedaba en la cama de Nicholas hasta la madrugada. Llevaban un año viéndose semanalmente, y era un acuerdo agradable para ambos. Sin embargo, con la confidencialidad que ofrecía el establecimiento de los Condes Malvados, su amante podía entrar y salir fácilmente de sus habitaciones en el club sin que nadie se enterara. Aunque a veces sentía una punzada de lástima por el anciano barón.

Nathaniel, vizconde de Pendleton, estaba sentado en un sillón de cuero de respaldo alto cerca del fuego, con las piernas cruzadas, la cabeza hacia atrás y un vaso en la mano. Las brasas brillaban en el gemelo de plata de su manga mientras agitaba un líquido ambarino contra el cristal tallado. Su cabello castaño aún tenía mechones dorados por el sol del verano, y sus ojos verdes estaban pensativos.

"¿Cómo llegó el brandy antes que yo? Acabo de pedirlo". Nicholas se detuvo en la mesa auxiliar y se sirvió un trago de la jarra. "Pareces pensativo".

"He pedido una botella para mí. Sé cómo odias compartir, Darby", dijo Pendleton con una sonrisa burlona. "Y sí, estoy reflexionando sobre un dilema".

Se sentó junto a su amigo, hundiéndose en el suave cuero y cruzando sus pulidos Hessian por los tobillos. "Esperemos a Stanfeld y nos lo cuentas a los dos a la vez".

"¿Contarme qué?" El conde de Stanfeld entró en la habitación, seguido de un hombre con una botella. "Gracias, Edward". Cogió la garrafa y la puso junto a la que ya estaba medio vacía.

"Tengo un problema", dijo Pendleton.

Stanfeld arqueó las cejas y se sirvió un trago. "Uno monstruoso, si la cantidad de alcohol sirve de medida".

"¡Ja! Nada mejor que tres cabezas embrolladas buscando una solución. Estoy seguro de que podríamos ocuparnos de la mía y resolver todos los problemas del mundo con una botella más".

"No, para eso harían falta al menos cuatro". Nicholas se levantó, devolvió su último trago y se sirvió otro. El agradable calor se extendía por su cuerpo, una promesa de dulce entumecimiento y una noche de sueño sin sueños. Cogió un palo de billar y lo pasó de una mano a otra, comprobando su peso, su rectitud. "¿Quién es el primer aspirante?"