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Pasar la noche con un cowboy sexy e impetuoso no estaba dentro de los planes de Lindsay Crawford. Pero cuando aquella tormenta de nieve la dejó atrapada junto a Gil Daniels, decidió ser práctica. Sin embargo, ¡lo único que compartieron fueron unos cuantos besos! El problema era que los hermanos de Lindsay no la creían; solo creían en el brillo que veían en los ojos de su hermana... el mismo que había en los de Gil. Afortunadamente, también sabían que aquel era el tipo de hombre que sabía lo que tenía que hacer. Pero Lindsay no estaba dispuesta a casarse solo porque fuera lo correcto, ella quería hacerlo por amor. Claro que eso era algo que podía surgir en cualquier momento...
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Seitenzahl: 173
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Judy Christenberry
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El corazón más dulce, n.º 1331- enero 2020
Título original: Snowbound Sweetheart
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-953-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
LINDSAY Crawford volvía a casa. Solo para pasar el día de Acción de Gracias con su familia, pero estaba deseando que vieran a la nueva Lindsay. Inspeccionó su apartamento y, antes de marcharse, regó las plantas con el fin de que su vecina solo tuviera que hacerlo una vez más durante su ausencia.
Sacó las bolsas al descansillo de la escalera, cerró la puerta y echó el cerrojo con la llave. Después, llamó a la puerta de su vecina Kathy y esperó a que le abriera.
En vez de su amiga, un hombre alto y guapo le abrió. Pero lo que le sorprendió fue su indumentaria: no era la típica ropa que cualquiera llevaría en la ciudad de Chicago, él iba con pantalones vaqueros viejos, una camisa de franela y botas. Igual que sus hermanos en su tierra natal.
—Hola, ¿está Kathy en casa?
—Sí, un momento —él volvió la cabeza y llamó a Kathy; después, abrió la puerta de par en par—. Entra.
Lindsay se adentró en el momento en que Kathy apareció.
—¡Lindsay! ¿Todavía no te has marchado?
—No, he venido a darte la llave de mi piso. Como me has dicho que no te importa regarme las plantas…
—¿No hay problemas con tu vuelo? —la interrumpió Kathy.
Lindsay se la quedó mirando.
—No, ¿por qué iba a haber problemas?
—Han cancelado el vuelo de Gil —respondió Kathy—. Ah, perdonad, no os he presentado. Este es mi hermano, Gil Daniels. Gil, te presento a mi vecina, Lindsay Crawford.
Lindsay asintió con la cabeza mirando al atractivo hombre.
—Supongo que debería llamar para confirmar el vuelo, pero como los del informe meteorológico han dicho que el mal tiempo no iba a empezar hasta esta noche, he supuesto que no habría problemas.
—Eso era lo que yo pensaba también —dijo Gil con voz profunda—. Pero el avión que tenía que tomar salía de Minneapolis, y no ha podido salir de allí.
—Bueno, espero que consigas salir antes de la tormenta —entonces, Lindsay se volvió hacia su amiga—. Toma, aquí tienes la llave. Supongo que será suficiente con que riegues las plantas el sábado, nada más.
—¿No vas a llamar para confirmar el vuelo? —preguntó Kathy—. Quizá sea el mismo que el de Gil.
—No, no lo creo —contestaron Lindsay y Gil al unísono.
Los dos se miraron.
—¿Pero no eres tú también de Oklahoma? —preguntó Kathy.
—Sí, pero… —Lindsay se interrumpió y miró al hermano de su vecina—. ¿Ibas a volar a Oklahoma?
—Sí, en el vuelo de las tres y media.
—¡Oh, no! No puede ser… En fin, encontraré otro vuelo.
Lindsay se dio media vuelta para ir a su apartamento y llamar por teléfono.
—No creo que te sirva de nada —le informó la voz lacónica del hombre.
Lindsay se volvió y se lo quedó mirando.
—Gil ha llamado a un montón de compañías aéreas, pero nada. Como pronto, si la tormenta de nieve no hace que cierren el aeropuerto, le han ofrecido un vuelo para mañana por la mañana.
Los informes meteorológicos preveían una enorme tormenta de nieve para aquella misma tarde, pero ella les había prestado poca atención. Además, era aún un poco pronto para tormentas de nieve en Chicago.
El pánico que empezó a sentir no tenía razón de ser. No pasar el día de Acción de Gracias con su familia no iba a ser el fin del mundo.
Pero echaba de menos el hogar paterno.
Lo echaba mucho de menos.
Inmediatamente, cambió de planes. Nada iba a impedirle ir a ver a su familia.
—En ese caso, iré en coche —anunció Lindsay sonriendo a su vecina y al hermano de esta.
—También he llamado para alquilar un coche, pero no he encontrado ninguno disponible. Supongo que es por lo de las vacaciones —dijo Gil.
Ahí, tenía ventaja sobre él.
—Tengo mi propio coche. No tardaré ni media hora en prepararlo todo y salir de Chicago antes de que se eche encima la tormenta.
Con una sonrisa triunfal, Lindsay giró sobre sus talones y ya estaba en el descansillo de la escalera cuando él la llamó.
—¿Podría ir contigo?
Lindsay se volvió y lo miró. Al instante, su imaginación visualizó a los dos en su diminuto automóvil, prácticamente el uno encima del otro. Un intenso calor se le concentró en el vientre. Cosa que era ridícula. Ese hombre era el hermano de Kathy y, a juzgar por lo que su vecina decía de él, era un santo.
—Mi coche es muy pequeño.
—Podríamos turnarnos para conducir.
Lindsay se quedó pensativa. Tenía por delante quince horas de viaje por carretera y ya era la una de la tarde. Tenía que hacer el trayecto sin parar con el fin de estar en su casa al día siguiente por la mañana.
Kathy habló antes de que Lindsay pudiera hacerlo.
—Gil, me gustaría que te quedaras. A Brad y a mí nos encantaría que pasaras el día de Acción de Gracias con nosotros.
—Lo siento, cielo, pero le he prometido a Rafe que estaría de vuelta hoy por la noche.
A Lindsay no le gustó en absoluto que Gil llamara «cielo» a su hermana. Los cinco hermanos con los que se había criado y su padre siempre le habían controlado sus movimientos y la palabra «cielo» era algo que le sacaba de quicio.
Gil se volvió a Lindsay.
—Pagaría la mitad del coste del viaje.
Lindsay le lanzó una prolongada mirada. Era un desconocido, pero conocía a Kathy desde hacía un año y le caía muy bien. Y Kathy adoraba a su hermano. Por otra parte, su propia familia se sentiría mejor al saber que había un hombre para «protegerla». ¡Insoportable!
—De acuerdo, Gil. Pero voy a salir de aquí dentro de media hora.
—Yo estoy listo. ¿Vas a ir vestida así?
Lindsay se puso rígida. Aunque no se le había ocurrido pensar en ello, quizá debiera cambiarse de ropa.
Pero ahora que él lo había sugerido, no podía hacerlo.
Sabía que era una reacción infantil; sin embargo, había ido a Chicago para alejarse de hombres que creían que sabían lo que a ella le convenía.
—Me parece que eso no es asunto tuyo.
Lindsay no esperó respuesta. Abrió la puerta de su apartamento, entró y cerró de un portazo.
—¡Hombres! —exclamó Lindsay.
Mejor sin ellos.
—Espero que no se vaya sin ti, Gil. Creo que le has ofendido.
—Me parece que tienes razón, cielo —dijo él con una cínica sonrisa—. Las mujeres de ciudad son muy susceptibles, ¿verdad?
—Lindsay es de Oklahoma, así que no es una mujer de ciudad.
—La ciudad de Oklahoma es más grande de lo que crees, Kathy; tiene incluso buenos restaurantes. Vas a tener que venir a verme en primavera.
—Sí, por supuesto… si es que a Brad le apetece.
Gil apretó los labios. Había ido a Chicago porque su hermana, el día anterior, le había llamado por teléfono y estaba llorando. Aquella mañana, al llegar, ella le había asegurado que no le pasaba nada, que solo estaba un poco nerviosa.
Él no la creía.
—Escucha, Kathy, quiero que tengas esto —Gil se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cartera; de ella, sacó una tarjeta de plástico y se la dio a su hermana—. Guárdala y no le digas nada a Brad. Si alguna vez necesitas dinero o quieres venir a verme, úsala.
—Brad y yo no tenemos secretos —le aseguró Kathy mirando la tarjeta con la duda reflejada en el rostro al tiempo que se llevaba una mano al vientre.
—¿Te encuentras mal? —le preguntó él.
—Sí, últimamente no tengo bien el estómago. No estoy segura de…
—Aunque solo sea por una vez, haz lo que te pido. No te va a hacer daño tener la tarjeta. Si no la usas, bien. Pero me sentiría mejor si te la quedas, ¿de acuerdo? Hazlo por mí.
Gil lanzó un suspiro de alivio cuando su hermana aceptó la tarjeta.
—¿Tienes dónde esconderla?
—La meteré en mi monedero.
—¡No! No, busquemos otro sitio —Gil la llevó al dormitorio—. ¿Qué te parece si la pegas con celo a la parte trasera del espejo?
Gil señaló un espejo que había encima de una cómoda.
—Bien.
Kathy fue por la cinta de papel celo y Gil pegó la tarjeta al espejo. Después, él le pidió un par de almohadas y algunas mantas.
—Por si nos pilla el mal tiempo. Y también una botella de agua mineral.
Gil esperaba que aquellos detalles distrajeran a su hermana y lograra olvidarse de la aprensión que le había producido aceptar la tarjeta.
Media hora después, Lindsay volvió a llamar a la puerta de Kathy. Como no era tonta, se había quitado los zapatos de tacón y se había puesto unos planos. Pero había metido los tacones en una bolsa que iba a dejar a mano para cambiarse en el coche antes de llegar a su casa.
El traje de chaqueta verde con botones dorados era de los que no se arrugaba y la falda era lo suficientemente corta para conducir sin que la molestara. No tendría problemas con la ropa.
Ese vaquero no sabía lo que decía. Igual que sus hermanos.
La puerta se abrió y se encontró delante del hombre que había estado ocupando sus pensamientos. Iba cargado con almohadas, mantas, un termo y una bolsa.
—¿Lista?
—Sí —Lindsay ya había metido las cosas en el coche.
Como el maletero de su utilitario era tan pequeño, no estaba segura de que la bolsa del hermano de su vecina cupiera en él.
—¿No llevas equipaje?
Lindsay suspiró.
—Ya he metido mis cosas en el coche.
—Te las podría haber llevado yo.
A Lindsay le habría gustado dejar claro que una mujer podía valérselas por sí misma, sin la ayuda de un hombre. Sin embargo, sabía que él solo estaba tratando de ser amable, aunque típicamente macho.
—No es necesario.
Kathy estaba detrás de su hermano.
—Gil, por favor, ten cuidado. Y llámame cuando llegues.
—Lo haré. Saluda a Brad de mi parte y dile que siento no haberle visto.
Kathy enrojeció visiblemente.
—Yo… preferiría que no se enterase de que has venido. Si se lo digo, tendré que explicarle que he estado llorando y eso lo disgustaría.
Lindsay observó el intercambio entre hermanos y sintió curiosidad. Era evidente que las palabras de Kathy habían disgustado a Gil, pero él no le llevó la contraria.
—Haz lo que te parezca mejor.
—Gracias, Gil. Que pases un buen día de Acción de Gracias.
Kathy abrazó a su hermano. Él la besó en la mejilla y luego se volvió a Lindsay.
—Bueno, vámonos.
Como si él estuviera al mando.
—Adiós, Kathy. Y gracias por cuidar de mis plantas.
—Hasta dentro de unos días —le dijo Kathy con una sonrisa.
Pero su vecina tenía lágrimas en los ojos.
Lindsay llamó al ascensor.
—Vamos, entra, cielo, y descansa —le dijo Gil a su hermana mientras esperaban a que subiera el ascensor.
—No, yo…
La llegada del ascensor la interrumpió. Lindsay volvió a decir adiós y, rápidamente, se metió en el ascensor. Gil la siguió.
—¿No llevas abrigo? Esa chaqueta no parece abrigar demasiado.
Lindsay esperó a llegar al portal. Una vez allí, se volvió hacia Gil y se enfrentó a él.
—Vamos a aclarar las cosas, ¿te parece? Yo no soy tu hermana y tampoco necesito alguien que me cuide. Vamos a hacer un viaje, mi viaje, en mi coche. Y tú vienes conmigo siempre y cuando se te meta en la cabeza que yo estoy a cargo de todo. ¿Lo has entendido?
Gil apretó los dientes mientras le pasaba por la cabeza alejarse cuanto antes de aquella obstinada mujer. Podía ir a un hotel y esperar a que la tormenta pasara.
Pero quería volver a casa.
Antes de decidirse, ella dijo:
—Puede que haya parecido brusca y lo siento, pero no me gusta que la gente se meta en mis asuntos. Si vamos a pasar quince horas juntos dentro del coche, me ha parecido mejor dejar las cosas claras desde el principio.
Gil empleó un tono de voz que disimuló su irritación.
—De acuerdo —y se quedó inmóvil, a la espera de que ella diera el primer paso.
A Lindsay le costó un minuto darse cuenta de que Gil estaba esperando. Entonces, alzó la barbilla con gesto desafiante, se dio media vuelta y cruzó la puerta que daba al garaje.
De nuevo, Gil tuvo dudas al ver el tamaño del coche. Un Miata. Iba a estar atrapado en aquel diminuto coche durante quince horas con una feminista que parecía un vaquero acorralado por un toro que odiaba a los humanos. Imposible.
—El maletero está lleno —murmuró ella—, pero creo que tus cosas cabrán en el asiento trasero.
¿Qué asiento trasero? Había una especie de alero detrás de los asientos delanteros, pero no iba a discutir. Se quitó la chaqueta y la dejó en la parte posterior del coche; después, se acomodó en el asiento, encogido. Iba a acabar arrugado como una uva pasa.
—Por favor, abróchate el cinturón de seguridad —le recordó ella.
Por supuesto. ¿Por qué aquella mujer le había tomado tanta antipatía nada más conocerlo?
En el momento en que salieron del garaje y se encontraron en medio del tráfico de la ciudad, Gil se dio cuenta de que el viaje iba a durar más de lo que había supuesto.
Las calles estaban llenas de impacientes conductores utilizando sus bocinas como medio de expresar su frustración.
—Mucho tráfico hoy —comentó él mirando a Lindsay disimuladamente.
Ella tenía el ceño fruncido.
—Nunca he visto tanto tráfico.
—Bueno, con la tormenta de nieve y estos días de vacaciones, supongo que no debería extrañarnos.
—Si tanto te desagrada, puedes bajarte del coche. No tienes que andar mucho para volver a casa de tu hermana.
—Eh, no ha sido una queja, solo un comentario. Un comentario inofensivo.
Gil la vio cerrar las manos sobre el volante con fuerza.
—Lo siento. Estoy un poco nerviosa hoy.
—Es comprensible, teniendo en cuenta que has tenido que cambiar de planes en un momento.
Ella le dedicó la sombra de una sonrisa que se desvaneció rápidamente; entonces, volvió a concentrarse en el tráfico.
Gil la observó. Era una mujer lo suficientemente hermosa como para satisfacer a cualquier hombre. Tenía el cabello rubio y recogido en un moño, iba maquillada discretamente, y el color del traje le iba bien a sus ojos castaños.
Y tenía unas piernas impresionantes.
El resto parecía bien proporcionado, aunque la larga chaqueta le impedía ver los detalles.
Era la clase de mujer que Gil solía evitar.
A pesar suyo, se acordó de su ex esposa. Siempre pendiente de la moda. Nunca un mechón de cabello fuera de su sitio. Nada demasiado caro para ella. La moda había sido lo más importante en su vida, siempre por encima de todo lo demás.
Incluido él. Era deprimente sentirse menos importante que un jersey de cachemire. Al final, no había logrado aproximarse a las expectativas que Amanda tenía de él como esposo.
—¡Maldita sea! —exclamó su compañera, sorprendiéndolo.
—¿Qué pasa?
El atasco les había hecho detenerse.
—Esperaba poder llegar a la Interestatal cincuenta y cinco antes de que el tráfico se hiciera tan denso. En fin, una vez que lleguemos a la autopista, el problema se habrá solucionado.
—La Interestatal cincuenta y cinco. Es la autopista que va a San Luis, ¿no?
—Sí. Y en San Luis, tomaremos la Interestatal cuarenta y cuatro, que va a la ciudad de Oklahoma.
—¿Tienes un mapa en el coche? —preguntó Gil.
Lindsay volvió la cabeza para mirarlo.
—¡Conozco el camino!
Gil suspiró. Sí, esa mujer era como un toro furioso.
—Solo quería ver si hay otra forma de llegar a la Interestatal cincuenta y cinco. Esta avenida, Lakeshore Drive, es muy conocida y, por tanto, muy concurrida.
Las mejillas de Lindsay enrojecieron.
—Lo siento, estoy un poco nerviosa… En la guantera hay un plano de Chicago.
¿Su nerviosismo se debía a que estaba con él? Sin más comentarios, Gil sacó el plano, y también vio que Lindsay tenía otro del Medio Oeste. Iba bien preparada.
Tras examinar el plano, miró por la ventanilla.
—¿Hemos pasado ya la avenida Madison?
—No, todavía no. La vamos a pasar pronto.
—En ese caso, podríamos tomarla. Entonces, cualquier perpendicular que cruce Madison nos llevará a la Interestatal cincuenta y cinco.
—¿Estás seguro? Nunca…
—Estamos parados, puedes mirar el plano si no me crees.
Gil no le dijo que dudar de su palabra era tan insultante como que él le dijera lo que tenía que hacer.
Lindsay le quitó el plano y lo miró. Después, con una sonrisa de disculpas, dijo:
—Tienes razón. Ahora, en cuanto podamos movernos un poco, saldremos de este atasco.
—De todos modos, no te sorprendas si a los demás conductores se les ocurre lo mismo que a nosotros —le advirtió Gil.
—Tengo miedo de que la tormenta de nieve nos pille antes de salir de la ciudad. Mira esas nubes.
Lindsay indicó hacia sus espaldas y Gil se dio cuenta de que había estado mirando por el espejo retrovisor.
—Sí, ya veo. En fin, esperemos que nos dé tiempo a salir de aquí antes de que descargue la tormenta.
—Eso espero yo también. Vamos a ver qué dice el informe meteorológico.
Lindsay manipuló la radio del coche hasta localizar una emisora que tenía música.
—Creo que esta emisora da el tiempo cada hora.
Gil se miró el reloj. Habían salido a la una y media y eran casi las dos. Y solo habían recorrido unas cuantas manzanas.
Las previsiones meteorológicas no eran buenas. Al parecer, la tormenta se acercaba a más velocidad de la esperada. Se suponía que iba a descargar a las tres de la tarde.
Lindsay lanzó un gemido.
A Gil se le encogió el estómago. Llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer; pero su ex esposa, al principio de estar casados, lanzaba gemidos parecidos al que Lindsay acababa de emitir.
No quería pensar en eso.
—¿Por qué estás nerviosa? —preguntó Gil.
Ella, sorprendida, se volvió para mirarlo.
—Yo… ¿qué quieres decir?
—Cuando te he preguntado si tenías un plano, has dicho que hoy estabas un poco nerviosa, pero no has dicho por qué.
—No creo que eso sea asunto tuyo —respondió Lindsay secamente.
—No, supongo que no. Supongo que has despertado mi curiosidad.
—No he ofrecido satisfacer tu curiosidad, solo llevarte a Oklahoma —Lindsay volvió la cabeza hacia el frente.
—De acuerdo —Gil se cruzó de brazos.
—¿En qué parte de Oklahoma vives? ¿Cerca de la Interestatal cuarenta y cuatro?
—Sí, bastante cerca; pero si me dejas en cualquier ciudad, desde allí conseguiré un vuelo.
—¿En estos días de vacaciones? No lo creo. ¿En qué ciudad vives?
—No creo que hayas oído hablar de ella. Es una ciudad muy pequeña al sur de la ciudad de Oklahoma. Se llama Apache.
—Ahora lo comprendo —dijo ella con expresión de desagrado.
—¿Que comprendes qué?
—Querías saber lo que me tenía nerviosa, ¿no? Pues es volver a casa y estar con mis hermanos.
—¿No quieres a tus hermanos? —preguntó Gil extrañado.
—Los quiero mucho, pero no hacen más que mandarme. Igual que tú. Por eso estoy nerviosa y tensa. Y vivimos cerca de Duncan, a solo unos kilómetros de Apache. Supongo que me has recordado a mis hermanos.
—En ese caso, estamos en paz —respondió él con voz tensa—, porque tú me recuerdas a mi ex esposa, a Amanda.
Lindsay se volvió y lo miró boquiabierta; en ese momento, el coche de atrás tocó la bocina.
Los coches habían empezado a rodar.
Gil suspiró. Iba a ser un largo viaje.