Nunca te dejaré - Judy Christenberry - E-Book

Nunca te dejaré E-Book

Judy Christenberry

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Beschreibung

Jed sabía mucho de caballos y un poco de mujeres, pero quizás por haber sido un hijo ilegítimo que había tenido que pasar mucho tiempo solo, lo que jamás conseguiría entender sería el concepto de familia. Eso quería decir que la atracción que sentía por Beth Kennedy, una guapa y rica ranchera, era simplemente eso, atracción sin futuro alguno... nunca habría una casa bonita y llena de niños. Así que Jed prometió que enseñaría a Beth a ser la mejor jinete de rodeos del mundo, y él seguiría viviendo solo... A no ser que encontrara un lugar al que poder llamar hogar...

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Judy Christenberry

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Nunca te dejaré, n.º 1307- agosto 2019

Título original: Never Let You Go

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-399-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DÓNDE has estado? —preguntó Abby Kennedy a su hermana Beth tras abrirle la puerta—. Dijiste que ibas a estar aquí hace una hora.

Beth pasó al salón con el ceño fruncido.

—He tenido un pinchazo —dijo. El rancho Circle K, su hogar, estaba en la parte baja de Texas, a una hora de la ciudad de Wichita Falls. El pueblo más cercano para arreglar un pinchazo estaba a más de veinte millas—. ¿Ha venido alguien a verme?

Jedadiah Davis estaba en la penumbra del cuarto de estar, mirando a la preciosa joven que por fin había llegado. Llevaba más de una hora esperándola.

Debería haber estado preparado para su belleza. Después de todo, sus hermanas, Abby y Melissa, eran realmente guapas. Pero algo en Elizabeth Kennedy lo afectó más que sus dos hermanas juntas. Mala señal.

Además, no estaba seguro de que le interesara tener por cliente a una mujer rica. Había aceptado ir a conocerla, pero no había hecho ninguna promesa. Se rumoreaba que aquellas damas eran ricas. Había decidido conceder a la chica el beneficio de la duda, pero tras una hora de espera ya estaba harto.

Harto… ¿asustado de tener que acercarse a ella?, le susurró una voz interior. Era una joven lozana, rica y bella. ¿Qué interés podía tener en las carreras de barriles?

—El señor Davis está aquí. Ha dicho que tenía una cita —dijo Abby a la vez que señalaba en dirección a Jedadiah.

Beth miró hacia donde señalaba su hermana. Una inexplicable expresión de alivio cruzó su rostro a la vez que avanzaba hacia él con la mano extendida.

Jedadiah llevaba media hora insistiendo en que tenía que irse, pero las educadas maneras de las hermanas de Beth habían hecho imposible su marcha. Pero en aquellos momentos sintió la tentación de irse sin más explicaciones.

—Hola —saludó Beth—. Disculpe que no lo haya visto al entrar, pero el cambio de luz es muy intenso. Lamento haberle hecho esperar.

Se detuvo cuando él estrechó su mano y no ocultó una expresión de sorpresa al mirarlo.

Él deseó que su reacción hubiera sido así de sencilla. Al menos, esperaba haber ocultado bien el arrebato de deseo que había experimentado, la agradable sensación que le había producido sentir que tenía las manos duras y encallecidas, claro indicio de que era una mujer trabajadora.

—Quiero que me entrene para las carreras de barriles —dijo Beth. Metió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón a la vez que alzaba ligeramente una ceja—. Tengo entendido que es el mejor.

Jedadiah sabía reconocer un reto cuando lo oía.

—Sí, soy el mejor —dijo con gesto impávido.

—Desde luego, no le falta confianza en sí mismo —replicó ella, sonriente, a pesar de que alzó un poco la barbilla.

Jedadiah fue muy sucinto en su respuesta. A fin de cuentas, no lo contrataban para conversar.

—No.

—Supongo que tiene referencias. He leído algunas de sus entrevistas, pero no sé con quién ha trabajado últimamente.

—He entrenado a dos de los tres últimos campeones del mundo. Puede llamar a Sherry Duncan y a Lisa McDonald —Jedadiah no estaba acostumbrado a que se cuestionaran sus credenciales, pero no culpó a la joven por preguntar. No, aquel no era el problema.

Pero había un problema. O varios.

—Creo que ha habido una confusión, señorita Kennedy —dijo, y evitó mirarla—. Me voy —se volvió sin ofrecerle la mano. No quería volver a tocarla. Por algún extraño motivo, la primera vez que lo había hecho se había sentido demasiado afectado.

—¡Espere! —exclamó ella—. ¿Adónde va?

—Voy a seguir mi camino. Hay otras personas interesadas en contratar mis servicios.

—Yo no he dicho que no esté interesada.

—Pero no es usted la única que debe tomar la decisión. No tengo por costumbre trabajar donde no soy bienvenido —sin más, Jedadiah abrió la puerta y se encaminó hacia su baqueteada camioneta, ignorando los susurros de las hermanas.

Al oír unos pasos a su espalda esperó que fueran los de Abby, la razonable hermana mayor. Pero el cosquilleo que sintió en el cuello le hizo comprender que era Beth.

Un nombre delicado. Femenino. Problemas. Seguro.

—¿Podemos hablar un momento, señor Davis?

—No hay nada de qué hablar —murmuró él. Sus instintos le estaban gritando que se fuera de allí antes de que aquella mujer lo persuadiera para quedarse.

Se sentó tras el volante y cerró la puerta, pero la ventanilla estaba bajada, y ella apoyó una mano en la abertura.

—¿Qué prisa tiene?

—Llevo más de una hora esperando a que se presentara, señorita. No me gusta perder el tiempo —Jedadiah mantuvo la vista fija al frente. Ya se había fijado en los ojos color avellana de Beth, en las pecas de su nariz, en sus carnosos labios…

Pero era demasiado joven para él. A pesar de que solo tenía treinta y un años, se sentía viejo al compararse con aquella lozana mujer.

—No he sufrido un pinchazo a propósito.

—No lleva tanto tiempo cambiar una rueda, a menos que se haya quedado esperando a que apareciera su príncipe azul para resolverle el problema.

Beth se ruborizó y apartó la mirada.

—No tenía la rueda de recambio —murmuró.

—¿Qué ha hecho?

—He tenido que ir andando a la casa del vecino más cercano para llamar al garaje del pueblo y pedir que me trajeran una —Beth volvió a mirarlo a los ojos—. Debería haber llamado aquí para avisar de mi retraso. Le pido disculpas por no haberlo hecho.

—No hay problema —replicó él, y arrancó la camioneta.

—Ya me he disculpado. ¿Por qué se va?

—No trabajo con nadie que no esté dispuesto a entregarse al cien por cien.

Beth alzó las cejas.

—¿Y quién ha dicho que yo no vaya a hacerlo?

—Hay que estar motivado para triunfar en el rodeo, y usted no lo está.

—Claro que lo estoy.

—¿Cómo va a estarlo? Su próxima comida no depende de lo bien que compita.

Beth observó con atención a Jedadiah, cosa que hizo que este se sintiera aún más incómodo. Sabía que algunas mujeres se sentían atraídas por él. Había tenido demasiadas ofertas como para negar aquella verdad. Pero su habilidad para las relaciones sociales era muy escasa.

—¿Depende su próxima comida de su trabajo? —preguntó ella en tono despreocupado. Pero él captó su inteligente mirada. Más problemas.

Se encogió de hombros.

—No la próxima, pero acabaría por suceder. De hecho, ya me sucedió una vez.

—A mí también. No ahora, como obviamente sabrá. Pero no es la comida mi acicate… y creo que tampoco es el suyo. Comer no basta para saciar mi verdadero apetito. ¿Y a usted le basta?

Jed lamentó que no lo dejara ya. No sabía mentir.

—Tampoco.

—De manera que tenemos algo en común.

—Cobro muy caro —estaba buscando excusas para marcharse. Dobló la cantidad que solía cobrar y observó a Beth mientras lo hacía.

—Vaya, vaya. Veo que está muy orgulloso de su trabajo.

Jed contuvo el impulso de justificar la cantidad, de decirle lo bueno que era.

—Sí.

—De acuerdo.

Jed miró a Beth sin comprender.

—¿De acuerdo, qué?

—Acepto su precio. Supongo que es al margen de la comida y el alojamiento. ¿Algo más?

—Sí. Si acepto cualquier otro trabajo de entrenamiento necesitaré espacio en el establo para los animales. Pagaré por la comida extra, por supuesto.

—Tendré que consultar a Abby al respecto. Ella dirige el rancho. Pero creo que no habrá problemas. ¿Cuándo puede empezar?

¿Qué diablos estaba haciendo? Hacía un instante tenía intención de irse sin mirar atrás y ahora estaba a punto de mudarse.

—Un momento. Aún no la he visto cabalgar.

—Probaremos una o dos semanas y luego evaluaremos la situación. Si cree que no merece la pena malgastar su tiempo en mí, se irá, lo mismo que si a mí no me gusta su modo de trabajar. Si ambos estamos satisfechos, seguimos —Beth miró con atención a Jed. Al ver que este no decía nada, repitió su pregunta anterior—. ¿Cuándo puede empezar?

—¿Por la mañana?

—De acuerdo. Llevará más o menos una hora habilitar una habitación en los barracones. Comerá en la casa, con nosotros. En el establo hay un par de casillas vacías —Beth señaló el trailer para dos caballos sujeto a la camioneta de Jed—. ¿Quiere ayuda para instalarlos?

—¡No! Yo me ocupo de mis animales. Nadie más los toca. ¿Entendido?

—Entendido. Y espero que tome mucho azúcar en su café.

Jed sabía que iba a lamentar preguntar, pero no pudo evitarlo.

—¿Por qué?

—Porque necesita dulcificarse. De lo contrario, todo se va a agriar a su alrededor —espetó Beth a la vez que se apartaba de la ventanilla.

—Puede que necesite algo más que azúcar para eso —replicó Jed, decidido—. ¿Qué tiene que decir al respecto?

—Que se le ha acabado la suerte, a menos que quiera ir al pueblo a gastar algo de dinero —Beth alzó levemente la barbilla.

—Cumpliré con mi trabajo, señorita. Usted limítese a comprobar si puede mantener el ritmo.

En lugar de replicar, Beth se volvió y se encaminó de vuelta hacia la casa.

Jed contempló el balanceo de su trasero, encajado en unos ceñidos vaqueros, y temió empezar a babear. Ir al pueblo en busca de compañía femenina podía llegar a convertirse en una necesidad si seguía viendo a aquella mujer mucho tiempo.

Maldición. Se había metido en un buen lío.

 

 

Beth pudo sentir su mirada sobre ella. Esperaba que no se notara el temblor de sus piernas. ¿En qué lío se había metido?

Quería competir en las carreras de barriles. Quería ser la mejor. Había oído hablar de Jedadiah Davis, había leído sobre él, y estaba deseando conocerlo.

Debería haber llamado, por supuesto, pero esperaba haber llegado al rancho antes, entre otras cosas para explicar a sus hermanas lo que se traía entre manos.

Debería haber supuesto que Jedadiah se ofendería por su retraso.

Parecía tan engreído… aunque tal vez tenía motivos para sentirse tan seguro. Era el mejor.

Y el más atractivo.

No esperaba encontrarse con un hombre tan atractivo. Sus penetrantes ojos azules parecían capaces de leerle el pensamiento… Pero no debía de ser cierto, o de lo contrario habría sabido que la había conmocionado desde el primer momento.

Abby la esperaba ansiosa cuando llegó a la casa.

—¿Y bien? ¿Va a entrenarte el señor Davis?

—Se queda. Tengo que ir a preparar una de las habitaciones libres de los barracones.

—Yo te ayudo —dijo Melissa, la mediana de las hermanas Kennedy—. Tenía intención de ir a hacerlo de todos modos —desde su visita al abogado un mes atrás para informarse de su herencia tras la muerte de su tía Beulah, Melissa se había ocupado de ir mejorando la casa.

—Gracias, Missy —dijo Beth—. ¿Tienes tiempo?

—Sí. La cena ya está en el horno, y esta mañana he preparado un pastel.

—El señor Davis no querrá irse después de probar una de tus comidas —bromeó Abby—. ¿Has negociado su salario? —preguntó a su hermana pequeña.

—Sí, y es una suerte que haya heredado mucho dinero —Beth dijo a su hermana la cantidad—. Es el doble de lo que había oído que cobra, pero merece la pena. Probablemente lo ha doblado porque cree que no tengo talento —murmuró—. O porque no le he gustado.

—¿Y por qué no ibas a gustarle? —preguntó Melissa con las manos apoyadas en la caderas. Siempre había sido la primera en defender a sus hermanas.

Abby rio.

—Probablemente porque es testaruda y exigente, Melissa.

—Es decidida y encantadora —corrigió Melissa.

Sus hermanas estuvieron a punto de doblarse de risa.

Beth pasó un brazo por sus hombros.

—Gracias hermanita, y gracias a las dos por dejarme intentar esto. Sé que hay mucho trabajo en el rancho y…

—Nos las arreglaremos —aseguró Abby. Cuando se enteraron de lo que habían heredado, las tres hermanas prometieron perseguir sus sueños, pero hacerlo no era tan fácil como pensarlo—. ¿Pero por qué te ha llevado tanto tiempo cambiar la rueda?

—No arreglé la de repuesto hace un mes, cuando tuve el último pinchazo.

—Tía Beulah siempre decía que deberías prestar más atención a los detalles.

Beth suspiró.

—Sí. Y me temo que Jed Davis acabará diciendo lo mismo.

 

 

Beth tomó unas sábanas limpias, un cepillo, una fregona y un cubo y Melissa la siguió con una almohada, una manta y unas toallas. Solo ocupaban el barracón dos hombres, aunque Abby estaba buscando más trabajadores.

Barney ya estaba en el rancho mucho antes de que las chicas fueran a vivir allí tras la muerte de sus padres, acaecida quince años antes. Había ejercido cierta influencia masculina en sus vidas, aunque, sobre todo, había sido un amigo. Beth había aprendido de él a tallar la madera en los escasos ratos libres que dejaban las tareas del rancho. Confiaba en él.

El otro vaquero, Dirk, era muy introvertido. Llevaba poco más de dos años en el rancho, pero tenía mucha experiencia previa. No era especialmente amistoso, pero trabajaba duro.

Y ahora, Jedadiah Davis iba entrar a formar parte de sus vidas. Mientras hacía la cama, Beth no pudo evitar preguntarse si se quedaría el tiempo suficiente como para llegar a conocerlas o si se iría siendo todavía un desconocido.

Se estremeció. Había algo en aquel hombre que la preocupaba. Creía en su reputación, luego no había dudas en aquel aspecto. Pero cuando había estrechado su mano había querido retirarla de inmediato, había querido desaparecer.

Una sola mirada a aquellos penetrantes ojos azules le había bastado para sentirse expuesta, incapaz de ocultarse. Y luego había estado su respuesta al comentario que había hecho ella sobre el azúcar.

Esperaba que Jedadiah Davis no creyera que iba a disfrutar de beneficios extra mientras la entrenaba. «Eso quisieras tú», le susurró una voz interior.

Sonriendo con pesar, admitió para sí que era un hombre atractivo. Debido a que tu tía Beulah las había necesitado para llevar adelante el rancho, su vida social había sufrido. Apenas sabía nada de los hombres en aquel aspecto. Su único intento por obtener algo de experiencia en aquel terreno había sido un desastre.

Por fortuna, el hombre se había ido y ella no había vuelto a verlo. Y no estaba dispuesta a estropear su entrenamiento con ninguna… tontería.

—Yo puedo hacer eso.

Beth no necesitó identificar la grave voz que sonó a sus espaldas mientras estaba inclinada haciendo la cama. Se volvió con las manos apoyadas en las caderas.

—No hay problema. Ya hemos acabado. Melissa me ha echado una mano, pero ha vuelto a casa a comprobar cómo va la comida —tomó las toallas de una silla—. Aquí tiene un juego de toallas. Eche las sucias en la bolsa de la colada. Recogemos la ropa sucia cada dos días y la devolvemos lavada al día siguiente.

—Yo me ocuparé de mi ropa.

—Como quiera, pero si me está imaginando inclinada sobre el fregadero, olvídelo. Tenemos todas las máquinas necesarias y compartimos el trabajo —Beth no añadió que solo hacía dos semanas que habían llegado la lavadora y la secadora nuevas.

Jed asintió pero se limitó a mirarla.

—La cena es a las seis. Los otros dos hombres con los que compartirá el barracón son Barney y Dirk. Preséntese usted mismo. Nos vemos en la cena.

—¿Le ha preguntado a Abby sobre la posibilidad de que entrene otros caballos?

Beth se alegró de haber recordado hacerlo. Tenían espacio de sobra para que Jed entrenara caballos. De hecho, esperaba aprender algo viéndole hacerlo.

—Sí. Ha dicho que no hay problema.

—Bien.

Jed siguió mirándola sin moverse de la puerta.

—¿Necesita algo más?

—No, creo que no.

—En ese caso, bienvenido al Circle K. Espero que le guste estar aquí.

Beth dio un paso adelante pero él no se movió. La fregona y el cubo estaban contra la pared, junto a la puerta. Fue a tomarlos pero Jed se le adelantó.

—¿Quiere que los lleve a la casa?

Sorprendida por su ofrecimiento, Beth miró sus ojos azules. Unos ojos azules preciosos.

—No, por supuesto que no. Soy capaz de hacerlo sola.

Su tía la había hecho trabajar duro porque había sido necesario. O eso habían creído ellas al menos. Y les había enseñado muchas cosas. Pero había hecho más que eso. Les había dado un hogar cuando los Servicios Sociales estaban a punto de separarlas en tres hogares adoptivos distintos. No eran parientes de sangre, pues ella era la viuda de su tío, pero de todos modos quiso quedarse con ellas.

—Mañana veremos de qué está hecha —advirtió él, como si no hubiera creído sus palabras.

Pero Beth no estaba dispuesta a mostrar el más mínimo miedo.

—Lo verá, vaquero. No lo dude.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

A PESAR de sus valientes palabras, Beth no durmió bien aquella noche.

Cada vez que Jed dijo algo durante la cena su estómago se encogió, cosa que por fortuna no sucedió muy a menudo, pudiendo mantenerse firme en su terreno hasta que él se fue al barracón.

Luego se encerró en su dormitorio y se puso a leer todos los libros que tenía sobre carreras de barriles y a repasar la información que había conseguido sobre Jedadiah Davis. Había muy poco escrito sobre sus primeros años. Ganó dos veces el campeonato nacional con el lazo. En otras tres ocasiones quedó entre los cinco primeros. Luego se hirió en un brazo en un accidente de coche y se dedicó al adiestramiento.

Y nunca miró atrás.

Durante los cuatro años anteriores sus servicios habían sido solicitados de manera constante. Todos los informes decían que era muy estricto y exigente, pero que obtenía resultados.

Si creía en su alumno.

A ratos, Beth anhelaba que creyera en ella, pero había otros en los que rogaba para que se fuera.

Aquel hombre la ponía nerviosa.

Cuando llegó la hora del desayuno Abby le ofreció la mañana libre para que tuviera tiempo de sobra para su entrenamiento. Pero Beth no podía ser tan egoísta, pues sabía cuánto hacía falta su ayuda.

—Aún no he establecido un horario específico con Jed. He pensado en dedicar tres o cuatro horas al entrenamiento y luego volver a casa. Después de comer puedo volver a salir contigo a caballo.

—Pero así no vas a tener tiempo suficiente —protestó Abby.

—Pienso ayudar hasta que encuentres otro trabajador.

Abby suspiró.

—Admito que eso facilitaría las cosas. Aunque hemos terminado la ronda, hemos tenido que descuidar la cerca, hay que empaquetar el heno y querría trasladar el rebaño más grande al pasto sur.

—¿Todo en un día? —bromeó Melissa.

—Si es posible —asintió Abby con una sonrisa.

—Si hace falta, yo también puedo ir —ofreció Melissa.

Abby y Beth intercambiaron una sonrisa. Ellas dos siempre habían sido aficionadas a montar, pero Melissa había optado por la cocina.

—No vamos a pedirte que hagas ese sacrificio —aseguró Abby a su hermana—. Cualquier día de estos aparecerá alguien en busca de un trabajo. Tú sigue alimentándonos.

—Sí, la cena de anoche estaba buenísima —añadió Beth.

—¿Cómo lo sabes? —replicó Melissa—. Apenas probaste bocado —antes de que Beth pudiera inventar alguna excusa, añadió—: Ve a dar el aviso para la comida.

Beth salió al porche trasero e hizo sonar el triángulo que colgaba de una de las vigas. Aún no había terminado cuando tres hombres salieron del barracón.

No tuvo ninguna dificultad para distinguir a Jed Davis entre ellos. Su figura de anchos hombros y estrechas caderas sobresalía al menos diez centímetros respecto a las de los otros hombres. Respiró profundamente y esperó a que llegaran.

Como esperaba, Jed dejó que los otros dos hombres pasaran primero. Cuando fue a pasar junto a ella, apoyó una mano en su brazo. Él se detuvo en seco y le miró la mano.

Beth la retiró de inmediato.

—¿Sí? —preguntó él con cautela.

—¿Le parece bien que empecemos las clases a las diez?

—¿A las diez? ¿Eso le parece temprano?

El tono despectivo de Jed irritó a Beth. Imitando el tono que había oído a otras mujeres, replicó:

—Sí, cariño. Tengo que hacerme las uñas antes de subirme al caballo.

A continuación entró en la casa dándose aires.

Supuso que Jed se iría antes del mediodía. Al no oír pasos a sus espaldas se preguntó si llegaría a entrar para desayunar.