Hombre de honor - Judy Christenberry - E-Book

Hombre de honor E-Book

Judy Christenberry

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Beschreibung

Debía convencerla de que podía ser un buen padre... y esposo Con sólo ver al muchacho, Nick Logan supo que el hijo de Abby era también hijo suyo... y automáticamente deseó tener oportunidad de ser un buen padre para Robbie. Nick la había echado de su lado una vez y Abby no tenía la menor intención de permitir que volviera a salirse con la suya. No iba a dejar que le quitara a su hijo, pero vivir con Nick en su rancho de Wyoming resultó ser mucho más intenso de lo que había imaginado. Igual de intenso que la sospecha de que en realidad nunca había llegado a olvidar al guapo vaquero...

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Seitenzahl: 135

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Judy Russell Christenberry

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hombre de honor n.º 5 - junio 2021

Título original: The Cowboy’s Secret Son

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-614-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

FACTURAS, facturas y más facturas.

Abby Stafford suspiró mientras repasaba el correo. La cena estaba sin hacer y Robbie, en el salón, miraba la televisión con gesto impaciente. Podía oír la música de su programa favorito mientras él cantaba a todo pulmón, desafinando como siempre.

Si no le hubiera dado un quesito para que se entretuviera, estaría yendo detrás de ella por todo el apartamento, como un cachorro hambriento. Robbie tenía cuatro años y medio, pero ella solía llamarlo cariñosamente «el pozo sin fondo». Como su padre, pensó. Pero Robbie era lo más importante del mundo para ella.

Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos. Tenía que ser Gail otra vez. Por mucho que le dijera a su vecina que no estaba interesada en que le buscase una cita, la mujer no cejaba en su empeño.

–Ya te lo he dicho, Gail –suspiró, mientras abría la puerta–. No estoy interesada.

–Y yo no soy Gail.

El timbre de esa voz era inolvidable, terriblemente familiar. Antes de que pudiese levantar la mirada, las facturas se le cayeron de la mano, planeando suavemente hasta el suelo. Abby pensó que iba a pasarle lo mismo, aunque ella caería con menos gracia.

El hombre al que había amado desde que tenía dieciséis años por fin había aparecido en su casa.

–¿Qué haces aquí? –preguntó, con voz temblorosa.

No había visto a Nick Logan en cinco años, desde el funeral de su padre. Desde que la muerte de Robert Logan había destrozado sus planes de boda. Sus sueños de irse a Cheyenne y dejar atrás Sydney Creek, el pueblo en el que ambos se habían criado.

Abby lo miró. Lo miró desde el pelo oscuro hasta las botas. Aquel hombre había mejorado con la edad. Seguía siendo igual de alto, pero ahora parecía más musculoso, gracias, sin duda, a su trabajo en el rancho. Y tenía arruguitas alrededor de los ojos castaños, seguramente de guiñarlos para evitar el sol.

Nick también se tomó su tiempo para observarla mientras sostenía el sombrero Stetson con una mano.

–He venido a verte.

Pero el tono de su voz no era agradable. Era duro, como él. No había nada de la delicadeza con la que solía tratarla años atrás.

–Yo… no sabía que estuvieras en la ciudad.

–Sí, bueno. Cuando Julie me escribió para decirme cuánto la habías ayudado desde que se mudó a Cheyenne, pensé que debía venir a darte las gracias.

Había sido un placer ayudar a la hermana de Nick; eran amigas desde siempre.

–Es muy amable por tu parte, pero…

–No te equivoques, Abby. No me siento precisamente amable –la interrumpió él, dando un paso adelante–. ¡Estoy furioso contigo!

–¿Por qué?

–Como si no lo supieras.

Ella lo sabía, pero no pensaba admitir nada a menos que tuviera que hacerlo. De modo que mintió:

–Pues no, no lo sé. ¡Y si vas a ser tan grosero, por mí puedes desaparecer otros cinco años! –Abby estaba a punto de darle con la puerta en las narices cuando oyó la voz de Robbie a su lado.

–Mamá, ¿la cena está lista?

La mirada de Nick se suavizó al ver al niño.

–Hola. Me parece que no nos conocemos. ¿Cómo te llamas? –le preguntó, poniéndose en cuclillas.

–Robbie. ¿Tú quién eres?

Abby tragó saliva.

–Nick, no, por favor…

Él la miró un momento. En sus ojos no había simpatía alguna.

–Soy un amigo de tu madre –le dijo–. Me llamo Nick. Y me alegro de conocerte –añadió, ofreciéndole su mano.

Robbie la estrechó, sonriendo.

–¿Eres un vaquero?

Abby nunca le había hablado sobre vaqueros. Había evitado ese tema, pero hacía unos días su profesora les había leído un cuento sobre un perro que ayudaba a un vaquero a guiar el ganado. Y desde entonces su hijo no hablaba de otra cosa.

–Sí –contestó Nick–. Soy un vaquero. ¿Te gustan los vaqueros?

Robbie asintió con la cabeza.

–¿Y montas a caballo?

–Claro. ¿Quieres que vayamos a montar juntos?

Robbie miró a su madre.

–¿Puedo, mamá?

–¡No! Tienes que ir al colegio mañana, cariño. Y ahora ve a lavarte las manos. Estamos a punto de cenar.

Evidentemente, Nick no se tomó muy bien el rechazo.

–Antes de irte, Robbie, quiero preguntarte una cosa. Pareces muy mayor. ¿Cuántos años tienes?

Ésa era la pregunta que Abby no quería que contestase.

–Cumpliré cinco en… ¿cuántos meses, mamá?

Ella no respondió. En lugar de hacerlo, lo empujó suavemente hacia el cuarto de baño. Luego se volvió, rezando para que Nick se hubiera ido. Pero el hombre seguía allí, sus anchos hombros ocupando todo el umbral de la puerta.

–¿Por qué no me lo habías dicho?

No tenía sentido negarlo. Además, le debía una respuesta.

–Me dijiste que debía irme a la ciudad, que debía vivir mi vida, ¿te acuerdas? –Abby intentó, sin conseguirlo, borrar la amargura de su tono.

–¡Pero no sabía que estuvieras embarazada!

–Yo tampoco.

Nick respiró profundamente, pasándose la mano por el pelo oscuro.

–Podrías habérmelo dicho. Estamos en el siglo XXI, Abby. Hay muchas maneras de ponerse en contacto con la gente.

Ella se estiró todo lo que le permitía su metro setenta y tres de estatura.

–¿Para qué? ¿Para angustiarte aún más? Tu madre no se separaba de tu lado y había cinco niños que dependían de ti. ¿Necesitabas otro?

–¡Abby, es mi hijo! ¿Crees que le habría dado la espalda?

–No, a él no, pero a su madre sí –contestó ella, apartando la mirada.

Todo se había ido al traste cuando el padre de Nick murió. Las responsabilidades y las obligaciones hacia su familia le pesaban como una losa, haciendo que no le quedase nada para Abby, la mujer de la que, supuestamente, estaba enamorado.

–Abby, intenté hacer lo que me pareció mejor para ti.

–¿Ah, sí? ¿Y quién me había puesto a tu cargo?

Él la miró, turbado. Nadie le llevaba la contraria, nadie se atrevía a enfrentarse con él. Pero Abby no pensaba echarse atrás.

–¿Ibas a quedarte en Sydney Creek después de terminar la carrera? ¿Eso era lo que querías? –preguntó Nick.

–Quería poder elegir –contestó ella.

Nick negó con la cabeza.

–No podía dejar que hicieras eso. Te habías esforzado mucho para terminar la carrera y tenías un trabajo esperándote en Cheyenne…

–Y tú también –lo interrumpió Abby.

–Pero yo tenía otras responsabilidades. ¿No entiendes que tuve que hacer lo que hice?

Ella asintió con la cabeza.

–Yo también.

–¿Esconderme que tenía un hijo durante casi cinco años? –le espetó él.

Abby no quería que aquello se convirtiera en una bronca, de modo que respiró profundamente.

–Lo mejor es que te marches, Nick.

–¡De eso nada! Tú has tenido a Robbie durante cinco años, ahora es mi turno. Esta ciudad no es sitio para criar a un niño.

Para Abby, aquellas palabras fueron como un cuchillo en el corazón.

–No puedes llevártelo. Es mi hijo… a ti ni siquiera te conoce.

–¿Y de quién es la culpa? –preguntó Nick, con tono amenazador.

Ella negó con la cabeza; no estaba dispuesta a claudicar.

–Yo lo he cuidado cada día desde que nació. No puedes aparecer aquí de repente para llevártelo… ¡no puedes quitármelo! Necesitas tiempo para conocerlo y…

Nick se inclinó para mirarla a los ojos.

–Vuelvo a Sydney Creek por la mañana y pienso llevarme a mi hijo conmigo. Vengas tú con nosotros o no.

Después de decir eso se dio la vuelta y salió de su apartamento tan abruptamente como había aparecido, dejándola con el corazón encogido.

 

 

Nick mordió su hamburguesa, pensativo. Podía irse a un hotel y dormir un poco antes de tomar la carretera por la mañana. Pero, ¿cómo podía estar seguro de que Abby no desaparecería con el niño en medio de la noche?

Si fuera al contrario, si alguien quisiera quitarle a su hijo, él lo haría. Pero estaba demasiado enfadado con Abby como para tener en consideración sus sentimientos.

Además, no había alternativa. Sabía lo que debía hacer.

De modo que soltó la hamburguesa, se tomó el café de un trago y se dirigió a su camioneta. No se detuvo hasta que llegó al edificio de Abby. Iba a pasar la noche allí, delante del portal. No pensaba darle la oportunidad de escapar con su hijo.

No había esperado ser padre. Y menos ser padre a medias. Cuando era pequeño había chicos en su clase que tenían que soportar esa situación y siempre le había parecido muy triste. Él no aceptaría eso para su hijo.

Había esperado compartir su vida con Abby, pero…

Habían crecido juntos en Sydney Creek, eran vecinos y amigos… hasta que la besó cuando tenía dieciséis años.

Después de eso se convirtieron en una pareja. Inseparables.

Nick la seguía a todas partes e incluso fueron a la misma universidad. La quería más cada día y no hacer el amor con ella fue el sacrificio más grande que había hecho en toda su vida, pero le había prometido a su padre que sería responsable.

Y lo había sido… hasta la noche de la graduación, con el diploma en la mano y toda una vida por delante.

Dos días después, su padre murió. Y con él, todos sus sueños.

Su madre necesitaba ayuda en el rancho y con sus otros cinco hijos. Nick no tuvo más remedio que quedarse en Sydney Creek. Pero Abby podía escoger y Nick insistió en que se fuera a Cheyenne a trabajar. Recordaba el día que se marchó del pueblo como si hubiera sido ayer, no cinco años antes. Había sido el día más triste de su vida.

Ella había intentado convencerlo de que quería quedarse. Incluso hizo que se sintiera culpable. Aun así, Nick seguía pensando que había hecho lo correcto.

Pero no sabía que estaba embarazada.

Miró el portal del edificio. Podía imaginar su miedo… ¿Estaría durmiendo? ¿Abrazando a Robbie? ¿Llorando?

Tenía que dejar de sentir pena por ella. Debería haberle contado que tenían un hijo. Debería haber vuelto al rancho con él. Podrían haber criado al niño juntos… Ese pensamiento lo entristeció. Los últimos cinco años podrían haber sido tan maravillosos…

Recordó cuando le había abierto la puerta, unas horas antes. Estaba tan guapa como siempre. Su pelo castaño claro era ahora más largo, cayendo en ondas sobre sus hombros. Seguía siendo delgada, pero ahora tenía más curvas. El deseo de tocarla, de abrazarla, lo había asaltado enseguida y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no hacerlo. Había tenido que meter las manos en los bolsillos de los vaqueros para que no viese cómo le temblaban.

Pero tenía que resistirse. Había ido a Cheyenne a buscar a su hijo y eso pensaba hacer. Aunque, si era sincero consigo mismo, también quería a Abby, pero… le había ocultado la existencia de Robbie durante cinco años.

De repente, pensó en el nombre del niño: Robbie. Su padre se llamaba Robert Logan…

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Años atrás habían hablado de su futuro, de sus hijos, de cómo los llamarían. La idea de ponerle el nombre de su padre a uno de sus hijos no se le ocurrió hasta que éste murió. Pero no tuvo oportunidad de hablarlo con Abby.

Y, sin embargo, ella lo había hecho.

Muy bien, había sido un bonito gesto por su parte.

Pero eso no significaba que pudiera ocultarle a su hijo durante cinco años.

Y nada podría evitar que lo recuperase.

 

 

–¡Mamá, tengo sueño! –protestó Robbie por la mañana, mientras Abby intentaba cargar con dos maletas, las llaves de la casa, el bolso y el niño.

–Lo sé, cariño pero vamos a… visitar a una amiga de mamá –contestó ella. No le gustaba mentir, pero no tenía alternativa–. Cuando lleguemos allí te dejaré ver la televisión todo lo que quieras.

Ojalá su vida fuera diferente, pensó. Nick y ella habían hecho tantos planes: vivir en Cheyenne, casarse allí. Habría tenido alguien que la ayudase, alguien en quien apoyarse. Podrían haber criado a Robbie juntos, llevarlo a Sydney Creek para que visitara a su abuela, enseñarle a montar a caballo, dejar que disfrutase de la vida en el rancho…

Pero no había sido así. Había tenido que criarlo sola, en la ciudad.

El niño levantó los ojos, cargados de sueño.

–Pero siempre dices que tengo que ir al colegio… menos los sábados y los domingos. ¿Hoy es sábado?

–No –contestó ella, distraída. No tenía tiempo para hablar. Eran las seis de la mañana y tenían que irse de allí antes de que Nick volviera.

Apenas había dormido una hora en toda la noche. Después de guardar sus cosas en las maletas había hecho algunas llamadas, pero no había ninguna «amiga». Iba a meter a Robbie en el coche para alejarse de Nick todo lo que fuera posible.

Pero despertar al niño había sido más difícil de lo que esperaba.

–Pero aún no hemos desayunado… y tengo hambre.

–Yo conozco un sitio estupendo para desayunar –contestó Abby, abriendo la puerta con una mano e inclinándose para tomar las maletas–. Tienen tortitas y…

–¿Puedo comer tortitas yo también?

No tuvo que darse la vuelta. Su corazón se detuvo durante una décima de segundo. Porque allí estaba Nick, apoyado en la pared. Parecía relajado, pero Abby sabía que estaba furioso.

–Hola, Nick. Puedo explicarte…

–Seguro que sí –la interrumpió él–. Hola, Robbie. ¿Te ha dicho tu mamá que nos vamos al rancho? Allí hay muchas vacas… y caballos.

Los ojos castaños de Robbie, tan parecidos a los suyos, se iluminaron.

–¿De verdad? ¿Y también hay perros?

–Claro que sí.

–Mamá, vamos a pasarlo muy bien. ¿A ti te gustan los caballos?

Antes de que Abby pudiera hablar, Nick dijo:

–Tu mamá no viene con nosotros.

Robbie dejó de bailotear y lo miró, sorprendido.

–¿Por qué?

Nick se puso en cuclillas para mirarlo a los ojos.

–Bueno, ya sabes que tu mamá tiene que ir a trabajar. El trabajo es muy importante para ella y no quiere perdérselo.

–¿Mamá?

Abby no podía quedarse mirando aquel drama. De modo que se puso en cuclillas y tomó a su hijo por los hombros.

–Nick se equivoca, cariño. Nada es más importante que tú, nada en el mundo. ¿Te acuerdas de lo que te digo siempre? Donde yo vaya, tú irás también.

–Sí, me acuerdo –suspiró Robbie–. Me alegro porque quiero ver a los caballos y a los perros, pero contigo –añadió luego, echándole los brazos al cuello.

Abby intentó contener las lágrimas, pero no fue capaz.

–Entonces, ¿vienes con nosotros? –preguntó Nick–. ¿Y tu trabajo?

Ella se encogió de hombros.

–Ya veremos lo que pasa.

Seguramente Nick se cansaría del niño en unos días, pensó. O su madre se cansaría de tenerlos en casa. Además, no quería admitir que su trabajo no era lo que había esperado. Con un título de Administración de Empresas bajo el brazo, la habían contratado como gerente en un prestigioso bufete, pero se había marchado dos años después por desacuerdos con uno de los socios. Su nuevo trabajo, en una empresa más pequeña, no era nada emocionante, pero seguía allí porque tenía tiempo para estar con su hijo.