Siempre junto a ti - Judy Christenberry - E-Book
SONDERANGEBOT

Siempre junto a ti E-Book

Judy Christenberry

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Rob Hansen estaba convencido de que jamás habría accedido a hacerse pasar por el prometido de Melissa Kennedy si ella no le hubiera sonreído de aquel modo tan especial. De repente se encontraba prometido a aquella encantadora madre adoptiva y obligado a guardar las distancias. Él no era un hombre hogareño, así que no le resultaría difícil resistirse a los deliciosos platos que ella preparaba, o a sus amorosos abrazos... a los hoyitos que se le formaban en las mejillas... a su sonrisa... a la pasión...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 171

Veröffentlichungsjahr: 2019

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Judy Christenberry

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Siempre junto a ti, n.º 1314- octubre 2019

Título original: The Borrowed Groom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-632-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TERRI!

Aquella voz masculina con tono de frustración se oyó en la acogedora cocina de Melissa Kennedy, alarmando a los presentes.

La niña se puso en pie de un salto.

—¡Es mi papá! —exclamó Terri, preparándose para salir corriendo.

—No te preocupes, le diré que entre —dijo Melissa, indicándole a Terri Hanson con un gesto que volviera a sentarse.

No le gustó la expresión aprensiva de la niña. Si aquel hombre maltrataba a su hija iba a tener que vérselas con ella.

Al fin y al cabo, su sueño, el sueño que había podido hacer realidad con la fortuna que su tía Beulah les había dejado a sus hermanas y a ella era proteger a niños. Se había hecho construir una casa, a unos metros de la casa familiar, lo suficientemente grande para poder acoger a los niños que pensaba alojar.

—Señor Hanson —dijo Melissa al salir al porche y verse frente al encargado del rancho—, Terri está aquí dentro, conmigo.

Él se acercó a ella.

Era un hombre guapo, de anchos hombros y estrechas caderas, pero su semblante era casi fiero. Melissa estuvo a punto de echarse atrás, pero logró mantenerse firme.

—Buenos días, señora. ¿Le importaría decirle a Terri que salga? —dijo él con mirada fría.

—Se me ocurre una idea mejor, ¿por qué no entra usted? Soy Melissa, la hermana de Abby. Terri está merendando con nosotras. Me parece que todavía quedan algunas pastas —Melissa le dedicó una de sus mejores sonrisas.

Abby, su hermana mayor, le había dicho que había contratado a Rob Hanson para que se encargara del ganado que criaban en el rancho.

—No, gracias. Por favor, dígale a mi hija que salga.

¡Como si la hubiera raptado!

—Eso no es ningún problema, señor Hanson, pero me gustaría hablar un momento con usted… me gustaría hacerle una proposición. Y, por supuesto, es más cómodo hablar dentro.

Él se la quedó mirando con el ceño fruncido, y Melissa añadió:

—Es una pena que ayer no estuviera aquí, les habría conocido a usted y a su hija, pero tenía que resolver unos asuntos. Por favor, permítame que le dé la bienvenida.

—Gracias. ¿De qué quería hablarme?

Un hombre de pocas palabras.

—¿No le parece que sería mejor que hablásemos dentro? —ella podía ser tan obstinada como ese vaquero.

Dándole la espalda, Melissa entró en la casa, dejando la puerta abierta.

 

 

¡Maldición, justo lo que necesitaba! Una mujer. Una encantadora mujer… que quería algo de él.

La última vez que se había rendido a los encantos de una mujer había acsbado solo y con una niña de tres meses a la que criar. Fue entonces cuando se prometió a sí mismo no volver a caer en la misma trampa.

Pero le gustaba su nuevo empleo. Abby Kennedy le había parecido una mujer de fiar, una mujer que pensaba como un hombre. Y él necesitaba un lugar en el que asentarse durante un tiempo con el fin de darle a Terri estabilidad, una estabilidad que había perdido. No quería marcharse de allí.

Por ese motivo, decidió no contrariar a la hermana de su jefa.

Al entrar en la casa se quitó el sombrero. Inmediatamente, le sorprendió el ambiente acogedor del lugar. Era la clase de hogar con la que un hombre soñaba.

Iba a ser peor de lo que había temido.

—Aquí, señor Hanson —la cálida voz le instó a que se adentrara en la trampa.

La cocina era grande, luminosa, y en ella había tres niñas. Rob miró a su hija.

—Hola, papá. Melissa me ha invitado a merendar con las niñas, me pareció que no te importaría —dijo Terri rápidamente; evidentemente dispuesta a disculparse antes de que su padre la mandara de vuelta a su casa.

—Le he dicho que, como soy la hermana de Abby, no tenía nada que temer.

A Rob se le ocurrieron un montón de cosas como respuesta a aquella mujer, pero decidió que lo mejor era dejarlo. Decidió ignorar a Melissa y se dirigió a su hija.

—Me has asustado —el pánico que había sentido al ver que su hija no estaba en la casa le había enronquecido la voz.

Terri se levantó de la silla, corrió hacia su padre y, rodeándole las caderas con los brazos, se apretó contra él.

—Perdona, papá —susurró Terri.

—No te preocupes, cielo, no ha pasado nada —le murmuró él.

Las otras dos niñas miraron a Terri y a su padre con expresión de temor.

—No ha sido mi intención asustar a nadie —dijo Rob, disculpándose delante de Melissa y de las otras dos niñas.

Terri se separó de su padre.

—Este es mi papá —declaró Terri.

A Rob le enterneció el orgullo que notó en la voz de su hija al presentarle. No estaba seguro de merecerlo, pero le hizo enderezar los hombros.

—Y estas son Jessica y Mary Ann —le dijo Melissa a Rob, siguiendo las presentaciones.

Rob saludó a las niñas y les sonrió con el fin de convencerlas de que no era un ogro. Pero no tuvo demasiado éxito.

—Terri, ¿te importaría subir arriba con las niñas para ayudarlas a lavarse la cara? Están llenas de chocolate.

—¡Nos hemos manchado sin querer! —protestaron las niñas.

Rob miró a Melissa. ¿Era una de esas mujeres fanáticas de la limpieza?

Melissa se agachó para besar a ambas niñas en las mejillas.

—Por supuesto, eso ya lo sé. No vais a tardar ni un minuto en lavaros la cara —mientras sonreía a las niñas, miró a Terri con expresión interrogante.

—Voy a ayudarlas. Puedo, ¿verdad, papá? Volveré enseguida.

—De acuerdo.

Las niñas siguieron a Terri encantadas. Rob no sabía si se debía al encanto de su hija o al miedo que le tenían a él, pero salieron de la cocina a toda prisa.

Melissa le indicó una de las sillas que había alrededor de la mesa. A pesar suyo, él se acercó a una de las sillas y esperó a que ella se sentara primero.

Melissa colocó otro plato de pastas en la mesa.

—¿Le apetece leche con las pastas o prefiere café?

—Leche, gracias.

Rob se preguntó si podría resistirse a esas pastas caseras, un festín casi inexistente en su vida. Pero eran parte de la trampa.

Melissa colocó un vaso de leche delante de él y, después, ambos se sentaron.

—Sírvase usted mismo.

Una pasta no iba a ocasionarle problemas.

Pero cuando Melissa se inclinó sobre él, Rob descubrió algo mucho más tentador que las pastas caseras. Unos ojos verdes de oscuras pestañas se clavaron en él, y el rostro también estaba adornado de una suave y rosada boca. Oscuros rizos y suave piel completaban la imagen.

Antes de llevarse la pasta a la boca, Rob decidió volver a dejarla en el plato.

—¿De qué es de lo que quiere hablarme? —tenía que marcharse de allí lo antes posible.

—Me gustaría ofrecerle trabajo a Terri.

Rob se puso en pie y fue a agarrar el sombrero que había dejado en una silla.

—Mi hija no necesita trabajar —respondió él educadamente, pero con firmeza.

Rob dio unos pasos hacia la puerta, disponiéndose a llamar a su hija, pero Melissa, agarrándole el brazo, le hizo detenerse.

—Señor Hanson, deje que le explique.

—No hay nada que explicar. No sé qué ha podido decirle, pero Terri solo tiene doce años.

—Sí, lo sé. Lo que ocurre es que necesito ayuda con las niñas. Y como Terri es nueva aquí y todavía no tiene amigas, he pensado que quizá se aburra este verano…

¿Que esa mujer necesitaba ayuda con las niñas? Sí, estaba claro, esperaba que alguien hiciera el trabajo mientras ella se sentaba a ver la televisión. No soportaba esa clase de mujeres.

—Lo siento, pero tendrá que buscarse otra esclava porque mi hija no va a serlo.

Rob no estaba dispuesto a permitir que le robaran la infancia a su hija.

—No me ha comprendido. No es un trabajo para todo el día, solo quiero contratarla por tres o cuatro horas diarias.

—¿Contratarme? —dijo Terri animadamente antes de saltar los dos últimos peldaños de la escalera—. ¿Quieres ofrecerme un trabajo?

Rob gruñó para sí.

—Terri, ya es hora de que nos marchemos.

—Pero papá…

—¡Señor Hanson!

—Gracias por su hospitalidad —dijo él mirando a Melissa antes de volverse a su hija—. Terri, vámonos.

Rob sabía que su hija no quería marcharse, no era la primera vez que caía en la trampa de una mujer.

Pero él no. ¡Ni siquiera había probado las pastas!

—Está bien, papá —dijo Terri bajando la cabeza.

Rob no soportaba desilusionar a su hija, pero era por su propio bien.

 

 

Melissa pasó el resto de la tarde pensando en Rob Hanson y en su hija.

De no haberle visto la expresión cuando su hija le abrazó, habría pensado que era un ogro.

Pero había visto amor en los ojos de Rob Hanson.

Sin embargo, él no había comprendido su oferta de trabajo, había sospechado que ella quería abusar de Terri. Cuando era todo lo contrario.

Por supuesto, no podía negar el beneficio que le supondría que Terri aceptara el trabajo. No obstante, una niña de doce años, metida sola en su casa todo el verano, sin conocer a nadie, iba a aburrirse mortalmente.

Melissa quería ayudar a Terri si podía, pero lo que más deseaba era realizar su sueño. Cuando ella y sus hermanas, aún niñas, se quedaron huérfanas, gracias a su tía Beulah, que se hizo cargo de ellas, no sufrieron un destino peor que la muerte.

El Servicio Social las iba a haber separado, colocando a cada una de ellas en una casa de adopción diferente. Pero tras la tragedia de la muerte de sus padres, ni ella ni sus hermanas creyeron poder sobrevivir separadas.

Su tía las llevó a su casa y, tras dieciséis años viviendo juntas y felices en el rancho, Beulah murió. De eso hacía un año y, con sorpresa, descubrieron que su tía tenía mucho dinero, producto de unas inversiones que había hecho en empresas petrolíferas en Oklahoma.

Tanto ella como sus hermanas, Abby y Beth, habían decidido conservar el rancho, pero cada una siendo libre de seguir su camino.

Melissa sonrió al recordar el antiguo sueño de Beth: participar en rodeos. Pero había cambiado ese sueño por Jed Davis, su entrenador. Ahora, casados, vivían al otro lado de la carretera, en la granja que le habían comprado a Ellen Wisner. Ellen, por su parte, se había trasladado al rancho Kennedy a trabajar como ama de llaves de ella y de sus hermanas. Jed estaba transformando la granja en un importante centro de entrenamiento para rodeos.

Abby parecía contenta al frente del rancho. Trabajaba mucho, cabalgaba durante el día y estudiaba por las noches. A Melissa le preocupaba su felicidad, pero sabía que Abby tenía derecho a decidir su destino.

En cuanto a ella, siempre le había interesado más el hogar que llevar un rancho. Le encantaban la cocina, la limpieza y la decoración. Nada más heredar, supo lo que quería hacer con su dinero. Cuando Ellen la reemplazó en la casa del rancho, ella dedicó sus esfuerzos a construirse la casa de sus sueños muy cerca de la casa principal de la propiedad.

Cuando terminó la casa, se había presentado en las oficinas del Servicio Social para ofrecerse como posible madre adoptiva. Quería tomar a su cargo hermanos para evitar que les separaran, como podría haberles ocurrido a ella y a sus hermanas. Quería hacer con otros niños lo que su tía Beulah había hecho con ellas.

Charles Graham, el jefe del departamento de Servicios Sociales, no se había mostrado entusiasmado con la idea de que una mujer soltera se hiciera cargo de niños. Por lo que, aunque, legalmente, no podía negarse, ella sabía que tendría que luchar contra prejuicios institucionales. Sin embargo, cuando Jessica y Mary Ann Whitney fueron abandonadas, Charles Graham no tuvo más remedio que llevarlas a su casa porque, en esos momentos, no tenía ninguna otra casa de adopción.

Y así era como su sueño empezaba a convertirse en realidad.

Con la ayuda de Terri, las dos niñas lograrían acoplarse, sentirse más en casa. Y si obtenía éxito con esas dos niñas, quizá conseguiría vencer las resistencias del señor Graham.

Nadie sabía mucho sobre las niñas, excepto que parecían haber sido abandonadas por sus padres al pasar por la localidad. Y a Melissa no le costó mucho darse cuenta de que habían sido maltratadas, a juzgar por su terror a que les castigaran cuando hacían algún ruido o cuando causaban algún problema.

Sin embargo, en el momento en el que Terri apareció, las dos pequeñas lograron sonreír y relajarse.

Después de la cena, Melissa bañó a las niñas, que se mostraron sorprendidas de que las bañaran otra vez después de haberse bañado el día anterior, y las acostó. Cuando estaban en la cama, les leyó un cuento y, a continuación, las arropó.

—Os acordáis de Ellen, ¿verdad? ¿Os acordáis de que la visteis ayer?

Las dos niñas asintieron.

—Bueno, pues va a venir ahora para quedarse un ratito con vosotras mientras yo voy a hablar con el papá de Terri para ver si consigo convencerlo de que deje a Terri venir a jugar con nosotras.

Los ojos de las niñas se agrandaron. Jessica se apoyó sobre un codo y susurró:

—Es muy grande.

Melissa parpadeó.

—Bueno, sí, pero…

—Puede hacerte daño.

Melissa respiró profundamente.

—¿Os hacía daño vuestro padre?

Mary Ann se acercó a su hermana. Jessica la miró. Por fin, contestó en voz baja.

—Decía que éramos malas.

—Oh, cielos —Melissa se inclinó sobre ellas y las abrazó—. Vuestro padre estaba equivocado. Y el señor Hanson no va a hacerme daño. Vosotras queréis que Terri venga a jugar, ¿verdad?

Las niñas asintieron.

—Entonces, no os preocupéis por mí. Si queréis algo, pedírselo a Ellen. Yo volveré enseguida —les prometió Melissa, esperando que la promesa las tranquilizara.

Melissa volvió a la cocina a por el plato con pastas que le había ofrecido a Rob Hanson aquella tarde.

—Melissa, ¿puedo entrar?

Melissa fue a abrirle la puerta a Ellen.

—Gracias por venir, Ellen. Las niñas aún no han tenido tiempo de acoplarse.

—No te preocupes. ¿Están ya en la cama?

—Sí. Les he prometido que no tardaré.

Anochecía tarde en los veranos de Texas. Eran casi las nueve y el sol no se había puesto, una suave luz cubría los campos. Era el momento del día que más le gustaba.

Llamó suavemente a la puerta del encargado del rancho.

La puerta se abrió y Rob Hanson se la quedó mirando.

—Señor Hanson, ¿podría hablar con usted, por favor?

Melissa se dio cuenta inmediatamente de que lo que él quería era mandarla inmediatamente a su casa.

—Terri ya está en la cama —dijo él con voz queda.

—Bien. Podríamos hablar aquí, en el porche.

Con un brusco asentimiento de cabeza, Rob salió al porche y cerró la puerta de la casa. Con un gesto caballeroso, indicó los escalones.

Melissa se sentó en un escalón y apoyó el plato con pastas en sus piernas.

—Al final, no ha probado las pastas. Le he traído algunas para que las pruebe.

Rob frunció el ceño.

—Señora, no se me puede comprar con dulces.

Melissa arqueó una ceja.

—Ni se me ha ocurrido intentarlo, señor Hanson.

A pesar de su expresión sobria, ese hombre era muy guapo. ¿Era él consciente de ello? Suponía que sí, la mayoría de los hombres así sabían que atraían a las mujeres.

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó él abruptamente.

—Quería explicarle la oferta de trabajo de Terri —contestó Melissa.

—No nos interesa —respondió él, negándose a mirarla.

—Creo que no ha comprendido las razones por las que he hecho la proposición. Terri…

—Usted no quiere cuidar a sus propias hijas, por eso quiere contratar a Terri. Y yo no estoy de acuerdo con esa actitud.

Melissa trató de controlar su ira.

—En primer lugar, señor Hanson, esas dos niñas no son mis hijas.

Por fin, Rob Hanson la miró.

—En ese caso, ¿por qué están viviendo con usted?

—Las he acogido en mi casa, legalmente.

—Creía que estaba soltera. La señorita Abby ha dicho que…

—¿Y qué tiene eso que ver?

—No suelen dejar a niños a cargo de gente soltera.

—No es mi caso —contestó Melissa.

—¿Por qué se ha ofrecido a adoptar si no quiere cuidar a las niñas?

Melissa contó hasta diez antes de contestar.

—Señor Hanson, quiero cuidar a las niñas, ese no es el problema. Pero Jessica y Mary Ann no han conseguido sentirse cómodas hasta hoy, cuando Terri ha aparecido. He pensado que, si viniera a jugar con ellas a diario, las niñas se acoplarían mejor y más rápidamente. Y también he pensado que a Terri le vendría bien.

Melissa se cruzó de brazos y esperó a que ese hombre se disculpara.

 

 

Rob sintió mucho que Melissa hubiera cruzado los brazos de esa manera, atrayendo su atención a una parte de su anatomía que él prefería ignorar.

—¿Y bien? —dijo ella.

—Y bien… ¿qué?

—¿Es que no va a disculparse?

—¿Por qué?

Melissa lo miró furiosa, pero él casi no lo notó. Llevaba un vestido de color rosa ceñido al cuerpo y él apenas podía seguir la conversación.

—De acusarme de querer aprovecharme de Terri. ¡Yo jamás haría una cosa así!

Rob encogió los hombros al tiempo que hacía un esfuerzo por recuperar el hilo de la conversación. Durante la cena, Terri no había parado de hablar de Melissa y de las dos niñas. Él sabía que su hija quería volver a aquella casa.

—Terri tiene cosas que hacer.

—Quizá sea usted quien se esté aprovechando de ella —dijo Melissa en tono de desafío.

Rob se puso en pie de un salto.

—Señorita Kennedy, será mejor que se vaya con sus pastas a su perfecta casa ahora mismo. No necesito que nadie me diga cómo tengo que criar a mi hija.

Melissa se levantó y se plantó delante de él.

—Lo único que quiero es ayudar a tres niñas. ¿Es que no le importa la felicidad de Terri?

—Naturalmente que me importa —gritó él—. Adoro a mi hija.

—En ese caso, ¿cómo es posible que quiera condenarla a pasar el resto del verano sola en esta casa? Ni siquiera un hombre como usted puede ser tan testarudo como para no darse cuenta de lo descontenta que estaría.

—Testarudo… —balbuceó él, pero no acabó la frase.

—¿Qué tiene de malo que su hija pase unas horas al día con nosotras? —ella suavizó la voz—. Le prometo que lo pasará bien.

El problema era que ya se había dado cuenta de que Terri se iba a aburrir, y él no sabía cómo evitarlo. Esa mujer le acababa de presentar una solución, pero no quería aceptarla. No quería que su hija cayera en la trampa de pensar que tenía… una figura maternal.

Años atrás, una mujer había intentado ganarse su cariño a través de Terri. Su hija acabó sufriendo las consecuencias.

—Eso es lo que me temo —murmuró él.

—¿Qué? —Melissa se acercó a él.

Rob dio un paso atrás.

—¿Tres horas al día?

El rostro de ella se iluminó al darse cuenta de que había ganado. Rob retrocedió otro paso.

—Podría venir a almorzar con nosotras todos los días, no tiene sentido que se prepare la comida para ella sola. Y le prometo que estará de vuelta a las cuatro. ¿Le parece bien?

Esa mujer estaba casi dando saltos mientras lo miraba con una sonrisa luminosa. Qué el cielo se apiadara de él porque no sabía lo que había hecho.