El descenso de Ishmana - Matt D. Ivansky - E-Book

El descenso de Ishmana E-Book

Matt D. Ivansky

0,0

Beschreibung

¿Quién dijo que una novela fantástica no puede transcurrir en el pasado remoto? Es el caso de "El descenso de Ishmana". Las civilizaciones se están formando. Los gigantes y los guerreros pueblan la Tierra. Irrumpen grupos a cargo de las ciencias ocultas. Seremos testigos de las disputas por el poder, el saber y los destinos de la humanidad. Una historia entretenida y compleja, con muchos nombres para aprender, alimentada por las tradiciones religiosas y filosóficas orientales.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 1224

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Matt D. Ivansky

El descenso de Ishmana

(El éxodo urimio)

Saga

El descenso de Ishmana

 

Copyright © 2022 Matt D. Ivansky and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728062265

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Esclarecimiento

Este relato fue pensado e imaginado a partir de una pequeña porción de los muy numerosos conceptos, historias, mitos y creencias contenidos en las grandes tradiciones espirituales de la humanidad, y en las doctrinas metafísicas y esotéricas que las sustentan.

Algunas de las imágenes de este relato son un intento de aludir vagamente a dichos conceptos e ideas, otras son aproximaciones indirectas a ellos, y un tercer y minoritario grupo son referencias directas. Desde este punto de vista, no es ilícito afirmar la total verosimilitud de estas páginas. Cada lector decidirá, desde su resonancia interna con el hilo argumental y el mensaje implícito en él, qué categoría asignarle a cada pasaje.

 

Es sincera aspiración del autor que esta historia pueda resultar efectivo estímulo para que, a partir del mismo, el lector osado se sienta inspirado a explorar las mencionadas doctrinas y tradiciones, a fin de extraer de ellas los inagotables tesoros que custodian.

Estos aguardan el momento de ser redescubiertos para así poder verter su fulgurante bálsamo sobre toda la raza humana.

Dedicatoria…

A todos los Maestros, Quienes, como los etalinos, trabajan sin descanso y en silencio para forjar sobre la tierra un porvenir sublime, herencia divina de toda la humanidad.

A todos aquellos trabajadores esforzados, honestos y sinceramente comprometidos con ese Plan Supremo, para que la Vida los colme de gracia y bendiciones en cada uno de sus lugares de servicio.

 

Y a él, hoy de nuevo presente entre nosotros bajo nuevas vestiduras…

 

Esta es la humilde flor que deposito a sus pies de nenúfar…

Capítulo I

LA DECLARACION DE TANTOR

En las jornadas finales del ser, el pequeño yo declara estar listo para su realización separada.

(Libro de Dakhul)

Ansiaban la total independencia. Querían ejercer su capacidad de elección, pero libres de toda tutela ajena a la propia sangre, y Ellos, los siete Maestros, se lo concedieron, mientras desde Su lugar sereno pero vigilante, observaban la consumación de la decisión tomada por aquellos gigantes pequeños.

Eran miles, y, sin embargo, el incesante repique de sus pies contra el duro suelo a un ritmo acompasado y llamativamente sincronizado, generaba la hipnótica sensación de la marcha de una impresionante entidad individual, ciega, gigantesca, dominada por las honduras de su naturaleza semi-animal. Hasta podía percibirse ese idéntico deseo, ese anhelo único clamando desde las entrañas de aquellos cuerpos titánicos, cuyas musculaturas habían sido forjadas en la faena del trabajo, la disciplina y los combates.

Un bello pelaje de tono azulado cubría casi la totalidad del abdomen y las extremidades. La cara mostraba pequeñas y oscuras órbitas oculares con un brillo instintivo, quizás bestial, aunque la vista estaba aun muy lejos de sus posibilidades reales de desarrollo. Las narices eran diminutas, las bocas anchas y sostenidas por maxilares angulosos. Los hombros altísimos y redondeados, la cabeza erguida, el pecho abultado, las piernas de gran volumen, pétreas, y los brazos muy largos, rematados en manos gruesas, poderosas, en las cuales destacaban desproporcionados nudillos. Esas manos habían sido las flamantes hacedoras de aquel imponente centro de poder, sabiduría y ciencia donde el esplendor y la perfección de la arquitectura eran fiel reflejo de las extraordinarias facultades de sus Arquitectos.

Las elevadísimas torres de los principales edificios de los Regentes eran de un brillo inmaculado, una claridad que el sol de aquel atardecer teñía de ocres, naranjas pálidos, rojos y pardos, amarillos y violáceos. Las paredes, silenciosas, sostenían grandes cúpulas con los más variados volúmenes, casi siempre redondeados, pero con terminaciones y cúspides de múltiples formas.

Aquí y allá se elevaban los templos de los Regentes, tres mayores y cuatro menores. Estos últimos seguían en su patrón principal el diseño del tercer templo, y en realidad podría decirse que eran prolongaciones directas del mismo. Serpenteando entre los templos, amplios caminos de piedra de un color oscuro pero brilloso conectaban todos los sitios de la ciudad de Kalik, y convergían finalmente en la explanada circular que se extendía frente al Templo de Oryma, el primer Regente.

Diseminados en los sitios elevados, grandes recipientes circulares de piedra granítica mantenían vivo un fuego abundante que crepitaba perenne, elevando su cabellera majestuosamente. No se conocía día en los registros ancestrales de la ciudad de Kalik, en que este fuego -el mismo en todos los grandes platos- se hubiere extinguido ni durante el más fugaz de los latidos del Reino de los Regentes.

La columna completa que incluía a todos los gigantes integrantes del pueblo, avanzó desde la parte posterior de la ciudad amurallada. En ese sector –asignado por los propios Regentes- los gigantes habían levantando sus edificios, moradas y templo principal, y en ellos habían vivido, trabajado y aprendido durante los largos períodos de convivencia junto a los siete Maestros Regentes, Seres muy adelantados, de elevadas facultades, y encargados de la evolución de los gigantes.

Oryma los escrutaba con mirada firme, pero profundamente compasiva; en Sus ojos se insinuaba un brillo de rara nostalgia por aquello que aun no se había consumado, pero que en la Mente y el corazón de ese gran Maestro (de larga cabellera y barba, ambas lacias y entrecanas) tenía ya el peso de lo pretérito, de lo fenecido. A sus costados y vistiendo túnicas que cambiaban de color según la tarea del momento, los restantes Regentes formaban el excelso grupo ante el cual la multitud de gigantes comunicaría “la decisión” que sería -aun cuando esos febriles obreros y guerreros no tuvieran plena consciencia de ello- el comienzo de algo totalmente impredecible en sus alcances.

En los últimos días, el Consejo urimio había mantenido prolongadas reuniones en uno de los recintos más importantes de su centro de mando. Mientras tanto, los Regentes habían notado en el resto del pueblo un nerviosismo demasiado generalizado como para que el motivo fuese de importancia menor. Finalmente, la noche anterior a la marcha de los gigantes hacia la explanada del primer Templo, todo el pueblo había sido convocado por sus dirigentes, los cuales, luego de una prolongada arenga, habían comunicado la irrevocable determinación al resto de sus hermanos. En aquel atardecer en que todos los urimios marcharon, podía verse en sus rostros duros la avasallante osadía de expresar algo que los Regentes percibían como terminante y definitivo.

Largos y riquísimos ciclos de experiencia habían vivido los gigantes que integraban aquella raza inexperta y algo ingenua en su conocimiento del mundo y la realidad, y desvalida en el uso y alcance de su visión (facultad que debían desarrollar). No obstante, estos seres de pelaje azulino eran incansables obreros, y, con el debido entrenamiento, temibles guerreros. Sus atributos físicos los volvía un ejército imbatible en caso de ser inteligentemente liderado. Podían pasar días enteros en el fragor de encarnizadas batallas, siempre manteniendo una actitud feroz contra los más bestiales enemigos. Su poca visión era compensada por un principio instintivo que se activaba en todo el ejército en una acción común, fatal y sorprendentemente rápida. Bajo el mando de uno de los Regentes (Malkhut, el tercero de Ellos, quien oficiaba de conductor militar de los gigantes, y que lograba sincronizarlos en un esquema defensivo de precisión asombrosa), aquellos guerreros habían salido al campo de batalla toda vez que alguna amenaza exterior se había acercado peligrosamente a los portales de la ciudad de la cual Oryma (primer Regente mayor) era el principal responsable.

Estas imágenes y otras tantas atravesaban la Mente de los Maestros, al tiempo que los gigantes azulinos terminaban su marcha, y, en prolijo orden, tomaban posición frente al primer Regente mayor y los seis restantes, parados en formación ceremonial junto a Sus discípulos y aprendices.

El firmamento se teñía progresivamente de tonos ígneos, y la ciudad de los siete Templos parecía realmente arder en aquel atardecer que cambiaría para siempre el rumbo de toda una raza y de la civilización por ella creada.

Las columnas de titánicos cuerpos, una a una, fueron ubicándose en forma paralela de frente al estrado donde los Regentes -de rostros barbados algunos, y otros, además, de largos cabellos- observaban todo el despliegue grupal. Al tiempo que las distintas columnas tomaban posición, podía verse que cada una era encabezada por un soldado que la representaba, portando para ello un estandarte con extraños signos entrelazados, versión simplificada del lenguaje senganari que sus instructores -los Regentes- empleaban en una modalidad altamente compleja, y que durante épocas enteras habían transmitido a los gigantes en una forma más rudimentaria.

Los numerosísimos grupos fueron terminando su formación, y el retumbar de la marcha fue aminorándose lentamente. Detrás de su patente belicosidad, los rostros ocultaban una íntima y persistente incertidumbre, una duda imposible de sosegar en aquellas mentes vírgenes.

Finalizada la formación principal, un grupo compuesto por doce gigantes fue adelantándose desde las filas hacia el lugar donde los siete Maestros se hallaban. Se deslizaban en pequeños vehículos que sobrevolaban a poca distancia del suelo. También pertenecían a la raza, pero se los veía más adultos que el promedio y constituían los exponentes más avanzados de aquella. Eran los integrantes del Consejo urimio, y, por méritos propios, habían ganado el derecho de gozar de una mayor cercanía con los siete Regentes.

Este grupo minoritario contaba entre sus principales miembros a Tantor, el líder del ejército, y, por ende, uno de los gigantes más respetados. Una clara diferencia saltaba a la vista al comparar a Tantor con los demás miembros del Consejo: mientras estos últimos (así como también la inmensa mayoría de los gigantes) mostraban un pelaje abundante, Tantor llevaba el cuerpo rapado por completo, de modo que su musculatura podía apreciarse con total claridad, siendo la piel de igual tonalidad que el pelo que en ella crecía. La cabeza de Tantor estaba asimismo rapada, y sólo una trenza azul colgaba de la nuca y llegaba hasta la mitad de la espalda. El torso de este atractivo personaje vestía una especie de coraza de escaso brillo que dejaba totalmente libres sus brazos desde la altura de los hombros. En el centro de la mitad superior de la coraza podía verse una imagen en relieve del uritan –el animal simbólico del ejército- en un color verde oscuro. De la cintura hacia abajo, Tantor vestía un tipo de atuendo muy holgado y suelto, como si la intención del mismo fuera permitirle a las piernas un movimiento amplio. Desde la porción inmediatamente inferior a las rodillas, una especie de cintas gruesas y oscuras ceñían el atuendo, se prolongaban hasta la punta de los pies y cumplían la función de calzado. Las cintas también envolvían los antebrazos a manera de protección para los mismos. El arma principal de este imponente guerrero –la sitana-, permanecía adherida a un cinturón ancho y con un frente metálico extraño. El armamento era completado por una aljaba colgada a la espalda, conteniendo un apretado puñado de lancetas –las cingalas- de afiladísimas puntas. No obstante, esta aljaba no siempre era portada por Tantor. No así su sitana, arma inseparable que lo acompañaba dondequiera que fuere.

Los restantes miembros del Consejo, en cambio, llevaban una vestimenta uniforme. La mayoría de ellos vestía una suerte de faldón largo, calzaba botas gruesas y sus cuerpos podían o no estar cubiertos por corazas.

En el caso de los integrantes del Consejo que también pertenecían al clero de la raza, la vestimenta era una larga túnica de colores siempre claros que llegaba hasta debajo de los tobillos. En épocas invernales, los clérigos vestían, además, pesadas y largas capas de tonos oscuros.

En cada extremo de las filas de gigantes, unos pocos de ellos tenían la misma apariencia que Tantor y permanecían muy atentos a cada movimiento suyo, como si dependieran de él. Se trataba de los daquines, y conformaban un grupo selecto dentro del ejército azulino.

Oryma se encontraba a los pies de Su Templo, con Dakhul a Su derecha (Regente del segundo Templo) y Malkhut a Su izquierda (Regente del tercer Templo), acompañados los tres por los restantes cuatro Regentes menores -estrechamente relacionados con la cualidad y labor del tercer Regente mayor. Todos contemplaban solemnemente a Tantor y a sus hermanos de raza, y estos, a su vez, miraban a los siete Maestros con equivalente seriedad pero muy distinto sentir.

El sol continuaba su diaria agonía. La ciudad de Kalik, poco a poco, se hundía en penumbras como espontáneo augurio de la naturaleza de los días por venir.

Tantor, dando un paso al frente, tomó la palabra:

-¡Oryma, Dakhul, Malkhut! ¡Los saludo! ¡Escuchen mis palabras, ya que les hablaré en nombre del pueblo urimio! Yo, Tantor, líder guerrero de los urimios, les vengo a comunicar la decisión que hemos tomado.

Desde hace incontables ciclos de convivencia, ustedes, los Regentes, nos han instruido y han velado por nuestro crecimiento. Los urimios hemos aprendido las artes de la guerra, y todo lo necesario sobre el cuidado de nuestra progenie. Ustedes nos mostraron nuestras posibilidades, nos enseñaron pacientemente a recuperar la lejana historia de nuestros antepasados. Hemos aprendido, también, a gobernar estos poderosos cuerpos que nuestra diosa I-Chanda creó para los primeros urimios en el comienzo de nuestra raza. Con gran dedicación, ustedes nos hicieron comprender la necesidad de desarrollar más y más nuestra visión. Los urimios entendimos que esta era la siguiente capacidad que debíamos llegar a dominar, luego de que nuestros ancestros inmediatos (los borimios) lograron hacer lo mismo con la facultad de oír.

A cambio, nuestro pueblo defendió Kalik todas las veces que este sagrado hogar fue puesto en peligro por las fuerzas hostiles de los mundos externos.

¡Sin descanso ni temor, nosotros, fieles al acuerdo con Malkhut, hicimos frente a los más terribles enemigos, y siempre salimos victoriosos!

La voz de Tantor se alzaba estruendosa frente a la cúpula principal del Templo de Oryma. El general urimio, de estampa imponente y expresión altiva, se dirigía así a los siete Regentes, y, con cada afirmación, despertaba los clamores enfervorizados de los miles de gigantes que seguían su discurso con gran atención. Como poseídos nuevamente por ese instinto que Malkut (tercer Regente mayor) había sabido gobernar tan sabiamente durante las defensas de Kalik, los gigantes azules elevaban sus enormes brazos en dirección al grupo de los doce miembros del Consejo.

Oryma y Sus seis Hermanos, lejos de cualquier temor o inquietud, escuchaban con mirada profundísima la arenga del gigante. Los Regentes mejor que nadie -y entre ellos Malkhut como conductor de la acción armada-, sabían del poderío del pueblo de gigantes, y cualquier gobernante sensato se hubiera visto paralizado por el temor ante la sola posibilidad de una insurrección masiva de parte de tremendos guerreros. No obstante, y a pesar de ser los Regentes de una talla física menor que la de los urimios (aunque también los siete Maestros pertenecían a una antigua raza de colosos), no manifestaban temor alguno. Sus miradas, invariablemente, denotaban un sentimiento de futilidad por los esfuerzos que en ese momento podrían llegar a intentar en pos de modificar el curso de los acontecimientos. Nada era posible hacer ya; todo intento hubiera sido en vano. El destino, inexorable, había decidido su siguiente intervención, y los Regentes, en Su vastísima agudeza mental, eran plenamente conscientes de esto.

Otra vez en los rostros de Oryma, Dakhul (sí, especialmente en el rostro de este Maestro...), Malkhut y de los cuatro menores (Sina, Sinat, Sinastana y Suyat), se reflejaba la compasión de esos siete corazones sabedores. Con profundo respeto, continuaron escuchando a Tantor.

-El pueblo urimio ha sido ayudado durante largas edades a cultivar su carácter, a mejorar sus imperfecciones, a gobernar sus numerosos impulsos inferiores tan propios de esta, nuestra raza.

Yo, Tantor, integrante del Consejo urimio y líder militar de la raza, jamás podría negar que tú, Oryma, y los demás Regentes de Kalik, nos brindaron su paciente dedicación. Sin embargo, los ciclos se cumplen, el aprendizaje completa su tiempo, y los Maestros que ayer nos instruyeron, hoy ya no son necesarios...Los urimios, desde hace largo tiempo, venimos esperando y preparando este nuevo comienzo que hoy les anuncio como conductor racial. ¡Nuestro pueblo, a partir de hoy, seguirá su camino sin la intervención de los Regentes!

El estrépito de la muchedumbre, ahora un tanto desordenada, hizo retumbar la explanada donde el discurso tenía lugar. Los obreros, guerreros, artesanos, científicos y demás grupos urimios, gritaban, se golpeaban el pecho, y comenzaban a coordinar sus voces en un ensordecedor rugido:

-¡Oru-kan! ¡Oru-kan!¡Oru-kan!¡Oru-kan!

Es decir, el nombre con el que estos gigantes designaban a su dios racial, el cual, según las recientes visiones de Zolun (uno de los sacerdotes más ancianos), se manifestaría solamente cuando el pueblo fuera libre e independiente.

Esta ocasión, tal como lo dijera Tantor, había sido largamente esperada por los urimios. Ellos sabían que ese día, el día de la liberación, finalmente llegaría. Entonces Orukan podría nacer en el seno de la raza y llevarla a un estado de esplendor y máximo poderío.

El discurso de Tantor seguía adelante. En las mentes de los Regentes -y más detenidamente en la de Dakhul, el segundo Regente- comenzaban a desfilar, vertiginosamente, innumerables imágenes de los últimos ciclos de experiencia vividos junto a los urimios.

Dakhul -calvo, de piel ligeramente cobriza y escasa barba- recordaba un preciso día, cientos de años atrás, a mediados de la Edad Sombría en curso (aquella que, en el calendario macro temporal de Kalik, seguía a la esplendorosa Edad Blanca y anticipaba la Edad Oscura. Estas edades, según el esfuerzo de las razas que las protagonizaran, podían durar cientos o miles de años. Todo dependería de la cualidad de vida que prevaleciese en cada una), cuando, luego de una decisiva y victoriosa defensa, varios de los principales jefes gigantes de entonces se habían presentado (¡exultantes!) ante Oryma, solicitando la autorización para, de allí en más, dirigir el ejército urimio en forma totalmente autónoma, sin la coordinación de Malkhut. Este pedido no había sorprendido al primer Regente, Quien, en Su corazón, ya anticipaba el inicio de una nueva Edad Oscura. Oryma había denegado delicadamente la petición, y los jefes urimios se habían marchado un tanto confundidos y molestos. Este pedido, sin ninguna consecuencia grave en aquellos días, había sido simiente y primera señal del intento que el pueblo urimio haría en un futuro mediato, en pos de lograr la independencia. Ya en ese tiempo, Oryma había analizado con Malkhut y Dakhul la necesidad de ir creando una red invisible en torno del lugar más sagrado de Kalik, lugar donde el Antiguo Tesoro era custodiado y celosamente conservado.

Estos elevados Maestros sabían que la continuidad de la raza urimia, así como también la de la propia raza etalina, dependía de la perpetuación y cuidadosa transmisión, a través de las edades, de los conocimientos extraídos de ese Tesoro. De él (y, previamente, de dos núcleos superiores) había emanado la Idea Original, esa que, eones atrás, había posibilitado a los Regentes concebir y dar nacimiento a la primera generación de urimios.

La misma facultad que posibilitaba a los Regentes plasmar cuerpos donde la cualidad interna -surgida de la Idea Original- pudiera encarnar, les posibilitaba ir “tejiendo”, con una sustancia semi-material, una red etérea que impediría (¡provisoriamente!) la sustracción del Antiguo Tesoro de su sagrado recinto. Sin embargo, esa red también sería insuficiente si las Fuerzas residentes en la fortaleza llamada Ivenur y enclavada junto al mar de Bellus, lograban infiltrarse en Kalik.

Dakhul, segundo Regente mayor y a cargo de la función de nutrir a la raza urimia con una específica cualidad anímica (cualidad que gradualmente traería la madurez de la vida socializada, y, en tiempos lejanos, la separación de sexos en la raza y el consiguiente logro de la reproducción mediante cópula), permanecía cavilando sobre aquellos lejanos días mientras la voz de Tantor continuaba tronando, rebosante de inflexible orgullo racial:

-¡Los urimios hoy estamos preparados para la venida de Orukan, el dios oculto que conducirá a este pueblo a su plenitud y gloria máximas!

El segundo Regente contemplaba ahora el recuerdo de otro episodio ocurrido en días pretéritos. Existía por entonces un guerrero de excepcionales aptitudes, un gigante que había inspirado poderosamente a su pueblo y lo había conducido a la victoria en las batallas más duras en defensa de Kalik. Su nombre había sido Arkileos, y encabezaba el ejército más feroz que la raza había llegado a desarrollar. Su cuerpo rapado (como el de todo daquin) era más alto y estilizado que el del común de los guerreros, cualidad que lo hacía notablemente más rápido, ágil y letal. Además, había un detalle que sólo le pertenecía a él: mientras los demás daquines llevaban una trenza azul, la de Arkileos era de un color rojo sangre y el motivo de esta diferencia tenía que ver con curiosas circunstancias en que había tenido lugar el nacimiento del héroe. Antes de volverse un daquin había sido un obrero eficaz, pero sus descollantes aptitudes para ingresar al Dagun, el grupo de elite del ejército urimio, habían captado poderosamente la atención de Malkhut. Muy pocos eran admitidos en el Dagun; sus integrantes sumaban algunas decenas entre los miles de urimios miembros del ejército azulino. No obstante ello, ningún soldado en su sano juicio habría osado jamás desafiar a un daquin, ya que el desenlace de ese combate habría estado sentenciado desde el principio. Conscientes de sus destrezas -resultado de un riguroso entrenamiento-, los daquines hacían el juramento, al ingresar al Dagun, de observar un rígido código marcial y de conducta llamado Uliton, sabiendo que su incumplimiento podría acarrearles duros castigos y hasta la expulsión de la elite.

Formidables guerreros y astutos centinelas, los daquines eran frecuentemente convocados para cumplir tareas de alta responsabilidad, tales como montar guardia en la entrada del primer Templo cuando se sabía de la posibilidad de que fuerzas invasoras intentaran apoderarse del Antiguo Tesoro. Si bien el ejército completo las enfrentaría en las afueras de la ciudad, los Regentes tomaban todos los recaudos necesarios haciendo que algunos daquines permanecieran en el interior de la misma para cuidar de los lugares más sagrados del Reino.

Arkileos había sido el daquin más temidamente respetado en toda la historia de la raza, no sólo por los soldados urimios sino también por sus propios camaradas del Dagun. Todos ellos habían tenido sobradas demostraciones de lo que era capaz este guerrero. Arkileos neutralizaba en segundos al enemigo, derrotándolo luego con un sólo golpe que nunca fallaba. Su inigualable destreza arrasaba cualquier ofensiva, su brazo jamás erraba un disparo, su célebre sitana –Givanda- cortaba con una precisión imposible de imitar. Además, cualquier elemento le servía como ocasional arma de guerra: una porción de armadura, una roca, un fragmento del hueso de algún animal, o bien sus brazos y piernas, eran recursos más que suficientes para acabar con el enemigo más intimidante.

La Mente de Dakhul comenzó a revivir en silencio la rebelión de un grupo de daquines comandados por Arkileos, quienes, por irreconciliables disidencias con los dirigentes urimios de turno, habían decidido derrocarlos y tomar el mando. Los jefes, por su parte, habían ordenado a varios sectores del ejército sofocar la insurrección, y así los rebeldes liderados por Arkileos debieron enfrentarse con cientos de soldados (los daquines restantes se mantuvieron al margen y no apoyaron a ninguno de los dos bandos). Tal dimensión había cobrado la sangrienta revuelta, que los Regentes, viendo las bajas y además el riesgo de que un enemigo oportunista invadiese Kalik, decidieron la inmediata intervención del mayor de Ellos, Oryma, para darle fin al imparable levantamiento del gran daquin.

Dakhul, con Su mente inundada por el aluvión de imágenes que desde el lejano pasado de Kalik venían a Su memoria, continuaba reafirmando la intuición de que la sublevación de los gigantes había comenzado hacía mucho tiempo. La presentación -en aquel pasado remoto- de los jefes urimios ante Oryma pidiéndole una libre conducción en la próxima batalla, y, tiempo después, la revuelta protagonizada por los daquines, eran sólo dos antecedentes de la futura revolución urimia. Además, el atroz movimiento racial orientado a la liberación, sería un elemento más que contribuiría a precipitar la próxima Edad Oscura, y esto era bien sabido por los siete Maestros de Kalik.

Dakhul, Su mirada fija y al mismo tiempo trascendiendo la silueta de Tantor que hablaba frente a El, elevó Su mente y trató de volver receptivo Su corazón. Sabía que Oryma, una vez finalizada la declaración del líder guerrero, convocaría a todos los demás Regentes a un inmediato Cónclave.

-Los urimios hemos escuchado la voz de los Regentes, y hemos hecho grandes esfuerzos por desarrollar nuestra visión. El señor Dakhul ha sido muy bondadoso con nosotros, y sin duda confió en la capacidad de nuestro pueblo para absorber su esencia anímica y así poder cultivar diferentes capacidades, de las cuales la última y principal es una visión completa. ¡Y hoy nuestra raza se alza orgullosa porque tal capacidad está finalmente siendo conquistada!

Sina, Sinat, Sinastana y Suyat (cuyos rostros, básicamente, reproducían el de Malkhut sólo que más jóvenes), sabían de la parcialidad de esta última declaración. Los cuatro Regentes menores sabían que los azulinos se alejaban prematura y peligrosamente de la conducción de los Regentes mayores. También notaban la escasa conciencia de Tantor acerca de la real importancia que la absorción de la esencia anímica irradiada por Dakhul tenía para el pueblo urimio: tal esencia no sólo desarrollaría –a lo largo del tiempo –una serie de facultades, sino que además era el sustento energético básico de todos los gigantes sin el cual estarían destinados, primero, a corromperse (ya que deberían reemplazarlo por energías espurias), y luego a perecer. Y si bien esto era cíclicamente recordado a los urimios, ellos parecían olvidarlo, creyéndose capaces de poder prescindir de tal irradiación.

Sina y Sinat (Regentes cuarto y quinto), Señores de la armonía y la belleza, uno, y del conocimiento superior el otro, habían tenido activa participación en la formación de los obreros urimios en las distintas artes de la arquitectura superior, las más exquisitas artesanías y la escultura, todo esto posibilitado por la correcta aplicación del conocimiento ancestral (legado de los borimios, raza anterior a los urimios). Cuando los tiempos de paz eran interrumpidos por una amenaza externa, estos dos Regentes se alineaban con Malkhut y colaboraban en la preparación de las acciones armadas de los gigantes.

Nuevamente, la voz de Tantor surcó el cielo de la explanada mayor de Kalik como un trueno:

-¡Orukan está próximo y esta raza pronta para iniciar su edad de gloria! ¡Uno de nuestros más sabios sacerdotes ha tenido la clara visión de que Orukan se corporizará en su pueblo elegido sólo si este se decide a caminar por sí mismo, renunciando definitivamente a la conducción de los Regentes!

El clamor estalló nuevamente en las filas de gigantes, ahora desordenadas y caóticas:

-¡Oru-kan!¡Oru-kan!¡Oru-kan!

Sinastana y Suyat (Regentes sexto y séptimo), como portadores de la llama devocional el primero, y de la expresión ritual y la magia, el segundo, tenían Su principal tarea en la conducción de la vida religiosa del pueblo. Ambos sabían que una inmadura espiritualidad había obnubilado a los gigantes; sabían que el culto a I-Chanda (la Diosa-Naturaleza) se había desvirtuado, y que el desesperado y ciego afán de los urimios por la manifestación de Orukan estaba más cerca de traer consecuencias lamentables para la raza, que de conducirla a un estado de acabada lucidez, tal como los colosos creían estar cerca de alcanzar.

Los Regentes sexto y séptimo, elevándose hacia los recintos de Sus memorias, también encontraron, al igual que Dakhul, algunos hechos del pasado religioso de los urimios que habían actuado como primeras señales de una futura crisis colectiva, con riesgos de degeneración racial. Transcurrido cierto tiempo de la rebelión de los daquines bajo el mando del fabuloso Arkileos, los sacerdotes urimios habían empezado a reunirse secretamente, con inusual frecuencia, a escondidas de Sinastana y Suyat, de Quienes recibían instrucción en forma regular. Los sacerdotes cuestionaban la validez del conocimiento custodiado por los Regentes; dichas ideas, decían, no podían pertenecer al Antiguo Tesoro. Consideraban que si así fuera, tal valor de verdad ya habría tenido que producir, por aquella época, frutos tangibles: el clero urimio debería ser más independiente de la tutela de sus Maestros, y la aparición de Orukan debería ser, al menos, mencionada por los Regentes en Sus prédicas diarias. La ausencia de toda mención de la aparición del dios redentor, había provocado entonces el recelo de los sacerdotes urimios, que, como consecuencia, profirieron con gran indignación:"¡Sinastana teme nuestra liberación!¡Suyat se opone a nuestro crecimiento!¡Orukan debería estar próximo!"

Los Regentes sexto y séptimo, percibiendo la inquietud en Sus discípulos azulinos, habían consultado a Dakhul (segundo Regente). Este, haciendo lo propio con Malkhut y con Oryma, había expresado Su acuerdo de vigilar pacíficamente al clero urimio, sin hacerle ninguna mención de los encuentros furtivos, ya que de hacerlo hubieran provocado más rebeldía entre los sacerdotes, y la ya instalada desconfianza aumentaría. Los sacerdotes urimios, en su fanático intento por lograr mayor independencia, se apoderaron luego de antiguos manuscritos que contenían una serie de fórmulas vinculadas con las prácticas mágico-religiosas de sus antepasados borimios. Tales manuscritos eran custodiados por asistentes de Suyat en uno de los recintos de Su Templo, y formaban parte de los anales del Antiguo Tesoro dedicados al secreto arte de la magia. Por tratarse de rituales menores que no implicaban un riesgo mayor en sus efectos, Suyat no impidió el saqueo, y permitió, además, la puesta en práctica de tales conocimientos. Obviamente, los sacerdotes no sabían que los Maestros conocían sus movimientos. Este incidente -habían dicho Dakhul, Sinastana y Suyat- les permitiría a Ellos evaluar el grado de temeridad del clero, y el potencial riesgo de la situación. Los Maestros querían ver qué tan opacados por la codicia estaban los corazones de los religiosos urimios. Por su parte, los sacerdotes estaban convencidos de que el conocimiento obtenido por la fuerza, provocaría, al ser utilizado, la pronta exteriorización de Orukan, evento que -según ellos- jamás favorecerían los Regentes, ya que la presencia física del dios les restaría autoridad frente al pueblo azulino.

Los encuentros se habían ido incrementando, así como también el nerviosismo y rumoreo constante de los sacerdotes en los pasillos de su templo. Luego las prácticas mágicas comenzaron. Los resultados tardaron en hacerse sentir, pero los primeros síntomas fueron claramente advertidos por los dos Regentes menores y Sus discípulos. Los sacerdotes comenzaron a ausentarse más y más de los encuentros que regularmente mantenían con Sinastana o con Suyat. Además, su psiquismo se enrareció y Dakhul lo percibió. Alertó entonces a los dos Regentes menores, y transmitió Su visión a Oryma. Como ya había ocurrido en ocasión de la rebelión de los daquines, Oryma (esta vez acompañado por Dakhul) tuvo que intervenir para interrumpir las prácticas mágicas de inmediato.

Los siete Regentes recibían sobre Sus augustos semblantes los últimos rayos de aquel crítico atardecer en la historia de Kalik. Sus largas vestiduras, en tonos variados, mutaban sus colores al entremezclarse con las últimas luces del crepúsculo. Las torres de los siete Templos sumaron el fuego de sus grandes antorchas a las que permanentemente ardían en la ciudad. Kalik comenzó así a resplandecer con luz propia en la progresiva oscuridad. Pero esa luz, desde aquel día, iría perdiendo agónicamente su fulgor. La ciudad de los siete Templos ya no sería la misma a partir de aquella puesta de sol, y los Maestros lo sabían con plena conciencia.

Ya sobre el final de su efusivo discurso, Tantor volvería a destacar la fractura definitiva de las relaciones entre su pueblo y los Maestros etalinos:

-¡Oryma! ¡Dakhul! ¡Malkhut! ¡Sina! ¡Sinat! ¡Sinastana! ¡Suyat! ¡Escuchen mis palabras!:

¡Los urimios no necesitamos ya de guía alguna, y además estamos ansiosos por ver a Orukan caminar entre nosotros!¡Hemos organizado nuestros grupos y tomado nuestros bienes, hemos clausurado nuestros hogares, cuarteles, centros de ciencia y templos!¡Si los Regentes tienen algo que decir al pueblo urimio, los escucharemos! –dijo Tantor, cediéndole la palabra a los siete Maestros.

-Conocemos vuestra decisión y la respetamos. Sabes muy bien cómo son los mundos externos; eres un general y has sido preparado largo tiempo para conducir a todo un pueblo y su ejército. Por eso, nada más diremos, Tantor –le contestó Oryma, en perfecta calma.

¡Entonces, si no tienen más que decir, esta ha sido nuestra última conversación con ustedes, los siete Regentes etalinos! ¡Los urimios, muy pronto, abandonaremos Kalik!

El estallido de la muchedumbre hizo estremecer los cimientos del propio Templo de Oryma. La vasta y célebre explanada central, silenciosa conocedora de las gloriosas campañas del ejército azulino, de pronto se vio muy pequeña para los posesos urimios, sedientos de una libertad que vislumbraban gloriosa. Los gigantes desafiaban a los Regentes con sus miradas; los incitaban a impedirles la salida de la ciudad. Los siete, por el contrario, les devolvían una mirada respetuosa, bondadosa, pero sin traza alguna de temor. Sus hijos abandonaban el hogar que los viera nacer y los cobijara por tan largo tiempo, y Ellos no harían nada por impedirlo. La sabiduría de los tiempos que los inspiraba desde hacía incontables eones, así lo dictaba.

La Edad Oscura, inclemente, comenzaba a extender su espeso manto sobre el continente único.

Capítulo II

EL CONCLAVE DE KALIK

Los sentidos errarán alocadamente por el mundo, pero la Conciencia única jamás los perderá de vista.

(Libro de Oryma)

Cuando el Ser que representaba la jerarquía inmediata superior a los siete Regentes tomó la palabra, Estos se sumieron en un profundo silencio, recogieron Su atención y escucharon al Maestro. En el salón pentagonal del Templo de Oryma, los siete se hallaban sentados en Sus correspondientes asientos, evidencia magnífica de la meticulosa labor de los artesanos urimios. Cada uno sustentaba un bajorrelieve que mostraba, en forma secuencial, la obra del Regente que lo ocupaba: la dirigencia mayor de la ciudad (Oryma), la influencia magnética y la labor cultural en sus más variadas y ricas expresiones (Dakhul), la conducción militar o cualquier otra forma de actividad inteligentemente dirigida (Malkhut), y, la estética, el arte, la armonía, la labor científica, la expresión religiosa y la ritualística, todo esto último distribuido en los asientos de los cuatro menores. A su vez, el conjunto estaba conectado en un todo que relataba, con poderosas escenas, la historia de Kalik con sus hechos más sobresalientes: sus epopeyas, sus glorias, y también sus elecciones erróneas y consiguientes sufrimientos. Tal era la Ley, según recordaban siempre los Regentes a Su pueblo:

“El verdadero progreso en el sendero del espíritu, se logra a partir del sufrimiento y la desdicha, y no de la pequeña felicidad, esa que no es otra cosa que el espacio existente entre dos pesares”.

En el medio del luminoso salón, un pilar de mediana altura mantenía una llama encendida. El fuego, nuevamente, como símbolo inalterable de Kalik y sus Dirigentes. Pero en esta ocasión, la llama -a diferencia de la que ardía en los lugares elevados de la ciudad- era de un color azul intenso, con brillos violáceos y púrpuras. Los siete Regentes sostenían la atención en el centro de la llama, propiciando así Su sintonía con la Voz interna que una vez más los iluminaba.

Ningún Regente hablaba. Todos escuchaban al Ser que, aunque invisible a los ojos físicos, los instruía en el silencio de Sus Mentes con palabras intraducibles, mudas, pero que, sin embargo, no dejaban el menor rastro de duda en los corazones de aquellos Maestros.

Así se expresaba la Voluntad mayor, así lo habían aprendido los siete desde tiempos inmemoriales, y si bien Su escucha y comprensión de aquella Voz era perfecta, no lo era aun Su poder de realizar con total exactitud lo que Ella les transmitía. Esa era la labor de los Regentes: materializar en una raza, cada vez más plenamente, una Voluntad más alta que la propia. Pero esa meta aun estaba lejana, y la inexorable llegada de una nueva Edad Oscura la retrasaría todavía más.

El elevado Señor que les hablaba en el silencio era Kao-Ming. En remotas épocas, cuando los primeros borimios comenzaban a poblar las tierras mas allá de los Bosques Azules, Kao-Ming había presidido la Regencia de uno de los Templos de la capital de entonces (Mirabis) y, tras varios ciclos de vida como Regente al servicio de esa antigua raza, Su progreso le había permitido acceder a la existencia superior, aquella que todo Maestro estaba destinado a alcanzar, y para la cual no era ya necesario un cuerpo material. Kao-Ming, al igual que otros Señores que alguna vez caminaran con El por los mundos concretos, habitaba ahora los vastos niveles de la vida sutil, no-física, y desde allí continuaba Su labor de instruir a los que habían quedado a cargo de los seres materiales. En caso de ser necesario, Kao-Ming podría re-hacer Su cuerpo y aparecer nuevamente en el plano físico.

Cuando este “octavo Ser” emitió Su sonido desde los reinos internos, los siete restantes sintieron Su presencia de inmediato. La irradiación generaba una tensión mental de tal intensidad, que sólo un Regente era capaz de soportarla, o quizás también algunos escasos discípulos Suyos pero siempre bajo la protección psíquica de Sus Maestros y nunca por sí solos.

Hacía largo tiempo que Kao-Ming no se comunicaba con los siete Regentes a la vez. Sin embargo, en los últimos contactos había reiterado la necesidad de que Estos se prepararan, ya que las pruebas de los tiempos por venir serían duras. Tras una breve y humilde salutación inicial, el Maestro oculto fue directo al punto álgido de la situación imperante en el plano concreto:

-…Como siempre, yo, un hermano mayor, estoy acá para servir y transmitirles lo que la Voluntad más alta me comunica secretamente. La raza urimia finalmente ha hecho eclosión. Ustedes habían visto con mucha anticipación este acontecimiento, pero nosotros, los cinco Señores, lo habíamos visto con mayor anticipación aun. Pero, ¡he aquí la oportunidad que hoy comenzamos a presenciar! ¡Este evento es único en la historia de las razas guiadas por los Regentes, y la urimia es una de muy singulares características! ¡Los cinco Señores nunca antes habíamos visto algo similar!

Ustedes, Regentes de Kalik, han creado la raza urimia con dedicado esfuerzo, y la han cuidado celosamente desde tiempos remotos, cuando los gigantes eran apenas como niños. Pero, lo más importante de todo, es que ustedes han respetado siempre la Ley de la libre elección. Los gigantes se arriesgarán, experimentarán, sufrirán y, poco a poco, irán madurando, aunque no siempre del modo más conveniente. De cualquier modo, es lo que ellos han elegido y debe ser respetado.

Pero escuchen, Regentes, la Voz Mayor ¡El pueblo urimio que hoy los abandona continúa estando bajo vuestra responsabilidad! ¡Numerosas son las tentaciones y sutiles los peligros que los mundos sombríos reservan para aquellos que, excesivamente confiados, se internan en ellos con rumbo incierto! Debido a la Ley, ni siquiera aquellos que moramos en los Mundos Internos sabemos con plena exactitud el destino final de estos hijos de Kalik. El plan no ha sido cumplido todavía, de modo que, aunque los gigantes ya no estén a vuestro alcance físico, ustedes continuarán velando por su bienestar hasta donde la Ley lo permita. Para brindarle a este pueblo oportunidades reales de salvación, ustedes, Regentes de Kalik, deberán ser más pacientes que nunca antes.

El recinto de Oryma vibraba en un clima de profundo respeto por aquella Consciencia que se manifestaba en el silencio. Las estatuas de mármol verde grisáceo que adornaban los cinco rincones del recinto simbolizando los valores eternos (encarnados en tiempos ya distantes por Seres de excelencia), parecían también escuchar a Kao-Ming y atesorar secretamente Sus palabras.

¿Habría sido Kao-Ming mismo, Quien, en un pasado remoto habría caminado por los mundos concretos bajo la apariencia de alguna de esas cinco figuras de mármol? Y entonces, cuando Kao-Ming actuaba en Mirabis como uno de los Regentes, ¿quién sería la Voz silenciosa que en nombre de los Cinco Señores de aquella época le hablaría desde los Mundos Internos?

Desde la linterna de la cúpula que cubría el recinto pentagonal, una clara y fría luz (que no pertenecía al sol físico) se filtraba bañando el rostro de los siete. Ningún sonido quebraba el silencio de aquel Cónclave sagrado que tenía lugar dentro de los impenetrables muros del Templo mayor.

Por su parte, los discípulos y aprendices de Kalik se mantenían expectantes en las salas exteriores al recinto. Sentados sobre esterillas cubiertas de extraños caracteres ideográficos, trataban de conservar la atmósfera mental del Templo, según los Maestros se lo habían encomendado, ya que un Templo carente de ella –solían explicarles- era como un cascarón vacío, sin vida, y de poco serviría como eventual “nido” en el cual pudiesen madurar realidades invisibles transmitidas desde los reinos sutiles de la existencia una. Por lo tanto, distribuidos en siete sectores y formando con sus propios cuerpos agrupados una figura que variaba según el Maestro al cual respondían (un círculo lleno formaban los estudiantes a cargo de Oryma, un gran círculo con un punto los de Dakul, un triángulo los de Malkhut, un cuadrado los de Sina, un pentágono los de Sinat, una cruz de brazos iguales los de Sinastana, y dos líneas onduladas los de Suyat), aprendices y discípulos procuraban mantener sus mentes concentradas bajo la luz de la enseñanza largo tiempo recibida.

Y, sin embargo, ninguno de los cientos de jóvenes que integraban la Jerarquía de Kalik podía olvidar las palabras que Dakhul, en uno de los concilios del segundo Templo, había utilizado mucho tiempo atrás para vaticinar los tiempos críticos que vendrían:

“Siempre hemos de recordar que los urimios buscarán incansablemente una autonomía cada vez mayor, y quizás un día podrían renunciar a nuestra guía y emprender su propio camino...Por eso, hermanos, debemos encomendarlos a las Fuerzas más altas para que si ese día finalmente llega, los gigantes hayan crecido lo suficiente como para realizar elecciones acertadas -tal es y siempre ha sido la intención del Plan. De lo contrario, la continuidad de la raza se vería gravemente comprometida.”

Pero las reminiscencias de los estudiantes no se agotaban allí. Recordaban también la aparición de aquella Emisaria celeste, Quien, como una brillante Luz, había descendido sobre la explanada del Templo de Malkhut, mientras Este y los cuatro Regentes menores trabajaban en la coordinación de las fases finales de la construcción de dicho Templo (el tercero de los tres mayores). En la quietud de la noche, los cinco Maestros organizaban la distribución del trabajo que sería asignado a los obreros azulinos al día siguiente. Dialogaban concentradamente cuando Su atención fue captada por el potente brillo de una esfera de luz que se desplazaba muy por arriba de Sus cabezas. Luego de describir algunos círculos, descendió frente a los cinco para comunicarles el mensaje que traía:

“Los tiempos se acortan, Regentes de Kalik. Los colosos pierden rápidamente su frescura e inocencia originales. No hay maldad en ellos aun, pero sus mentes pequeñas claman por un reino propio. Es menester que ustedes, sus Hermanos mayores, intensifiquen la vigilancia. Si el capullo se abriera prematuramente, también los etalinos correrían serio peligro y el Antiguo Tesoro se vería totalmente desprotegido. Eso pondría en grave riesgo a esta sagrada ciudad.

Velen, pues, por ello, y no olviden que nosotras, vuestras Hermanas de las estrellas, estamos dispuestas a prestar toda nuestra ayuda. Les ha hablado Micilíades, Ondina de los Reinos Celestes.”

Por último, la Mensajera había irradiado nuevamente Su fulgurante brillo, y se había elevado hacia las alturas infinitas. A medida que aumentaba su velocidad, la esfera luminosa que la recubría cambiaba de color: rojo, amarillo, naranja, azul intenso, hasta llegar a un blanco purísimo que se diluyó entre las distantes esferas celestes del firmamento.

Mientras muchos aprendices recordaban este episodio, los distintos grupos comenzaron a alternar frases específicas a manera de prolongados tonos. Esta sinfonía grupal de rara belleza constituía, además de un recurso para propiciar la atmósfera mental del Templo, una especial invocación para atraer la ayuda que, desde lo alto, Fuerzas invisibles prestarían en la hora de la necesidad.

En el interior del recinto pentagonal, Kao-Ming continuaba Su silencioso y sobrio discurso:

-Tiempos de gran sufrimiento y caos podrían llegar. Quienes velamos por ustedes sabemos esto desde siempre. Es el destino de todo grupo de vidas llegar a un momento de crisis, prueba, y búsqueda desenfrenada de la liberación. Pero también es destino de los Maestros continuar cuidando de su rebaño cuando este renuncia deliberadamente a la conducción superior.

Existe un riesgo que no podemos olvidar, hermanos: lo que los gigantes han aprendido es muy escaso para lograr la total madurez como raza, pero más que suficiente para autodestruirse y destruir el mundo que elijan habitar. Por eso, cavilen sobre lo que les transmito y diseñen en sus mentes la forma más apta de seguir protegiendo a los urimios, aun cuando ellos no lo sepan ni lo deseen. Nosotros, desde nuestra morada en los Mundos Internos, también evaluaremos nuestra parte a ser cumplida y pronto, muy pronto, volveremos a contactarlos. Los saludo con devoción, Hermanos de Kalik –concluyó Kao-Ming, y a continuación la potencia de Su presencia comenzó a retirarse del Templo, dejando tras de sí una estela invisible que casi podía percibirse cargada de una cualidad de secreta belleza. Oryma y los demás Maestros fueron saliendo de Sus recintos mentales, y enseguida comenzarían a entablar -primero con la mirada y luego con la palabra- un solemne diálogo, tomando como piedra fundamental la guía recibida de Kao-Ming.

Oryma pidió la Palabra y se dirigió a los seis restantes:

-En coincidencia con lo que habíamos percibido, los cinco Señores también nos han alertado acerca de la situación crítica que ya estamos viviendo. Kao-Ming fue muy claro: los urimios podrían ponerse en peligro, y por lo tanto nuestra ayuda no debe serles retirada bajo ningún aspecto. Ahora no hay más especulaciones posibles. La crisis ya está instalada y el caos es inminente.

A continuación Dakhul, el segundo Regente, se expreso así:

-No tenemos mucho tiempo y hay aspectos que son prioritarios y no pueden esperar, hermanos.

Dicho esto, el segundo Regente y Malkhut (el tercero) miraron a Oryma. Este, como inmediata respuesta, retomó la Palabra:

-Sí. La creación de la red protectora en torno al Santuario Madre debe comenzar. El Antiguo Tesoro es, en este momento, nuestra prioridad.

Seguidamente habló Malkhut:

-Los discípulos no tienen suficiente preparación para colaborar eficientemente en esta labor, pero su participación es vital si queremos acelerar el tejido de la red sutil.

-Desafortunadamente, será sólo una protección temporaria, que, de darse una situación extrema, difícilmente podría resistir por un tiempo prolongado el ataque de los Señores de Ivenur -agregó Suyat (séptimo Regente).

Sinat, Regente quinto (del Conocimiento superior), dijo a Sus Hermanos:

-Si la situación llegara a puntos muy críticos, será necesario revisar de inmediato las Profecías transmitidas por los elidianos.

- Que así sea -concluyó Oryma, el primer Regente, en aquel clima grave donde el destino de toda una raza comenzaba a ser evaluado con mayor detenimiento que nunca antes.

Los siete Maestros etalinos continuaron deliberando en el recinto pentagonal del primer Templo. Las horas transcurrieron. Afuera, la ciudad de Kalik era sitiada por una de las noches más oscuras que jamás hubiere conocido. Solamente la llama de las torres más elevadas de los siete Templos y de las grandes antorchas diseminadas por toda la ciudad, iluminaban parcialmente los innúmeros edificios. Sin embargo, en el aire flotaba una muy perceptible aura premonitoria, anunciando que también esos crepitantes fuegos finalmente se apagarían.

En un amplio salón cercano al recinto pentagonal, los discípulos y aprendices, sin romper la armonía geométrica creada por sus propios cuerpos sentados, continuaban trabajando con el sonido de sus fórmulas recitadas, a fin de conservar el elevado clima mental que los siete Regentes precisaban para el Cónclave. Las entonadas voces de los siete grupos de estudiantes se prolongaron extensamente aquella noche, pero sus jóvenes corazones no lograban la calma total. Eran conscientes de la gravedad de la crisis, y también habían tomado conocimiento de las Profecías elidianas.

Capítulo III

LOS URIMIOS: EL EXODO

Las pequeñas vidas abandonarán su morada celestial y se sumergirán en la materia.

(Libro de Malkhut)

Bajo el despuntar de la aurora del siguiente día, un inquietante espectáculo tenía lugar sobre los amplios caminos de piedra oscura de Kalik: los gigantes azulinos, en organizada caravana, avanzaban lentamente hacia las puertas de la ciudad. El primer grupo estaba conformado por aproximadamente dos mil soldados equipados con sus cascos, corazas y armas, encabezados por un comandante menor, que, nuevamente, portaba un estandarte con raros signos. El cargamento militar era llevado en plataformas gravitatorias -similares a las usadas por los altos mandos urimios pero de mayor tamaño- , las cuales, desde el reverso de su estructura y en dirección al piso, despedían una luz verde intensa responsable de la fuerza que hacía posible la gravitación. Estas plataformas viajaban justo en el medio de la columna de soldados, y transportaban armas variadas, herramientas, equipos para la asistencia de los caídos, tiendas portátiles, y elementos para el preparado de las raciones que el ejército y el pueblo todo consumían.

Las Ánforas Sagradas también viajaban en una plataforma, y eran tratadas con extremo cuidado: en tales vasijas, los urimios conservaban los restos de los veintiún seres-Madre. También se contaban, junto a los veintiún recipientes, otros tantos que contenían los restos de los urimios más célebres de la historia racial. Era una tradición muy venerada entre los azulinos no incinerar los cuerpos de sus más destacados exponentes.

Detrás del cuerpo armado caminaban los integrantes del pueblo que no pertenecían al ejército: obreros, artesanos, científicos y sacerdotes, todos organizados por escalafones. Igual que los soldados, estos urimios avanzaban junto a sus pesadas plataformas (no tan grandes como las usadas por el ejército) cargadas de elementos variados. Además, los miembros más importantes de cada una de estas castas también ocupaban una plataforma grupal; de este modo, los líderes científicos tenían su propia plataforma, y lo mismo ocurría con los sacerdotes y artesanos de más autoridad.

En la raza, todos los guerreros eran también trabajadores en alguna rama (durante los tiempos de paz), pero no todos los trabajadores eran guerreros. Bajo la evaluación del infalible ojo del tercer Regente (Malkhut), los urimios aptos para el ejército habían ingresado a sus filas, mientras que los demás habían permanecido dedicados a las diferentes labores en forma exclusiva.

En los tiempos en que no se producían invasiones a Kalik (casi siempre anticipadas por la sagaz Mente de Malkhut), los guerreros llevaban una vida de trabajo normal. Esto era así para todo el ejército excepto para el Dagun, cuyos expertos integrantes tenían su vida totalmente consagrada a la práctica y cumplimiento del Uliton (código de honor y conducta de los daquines), que no solamente contemplaba cuestiones de tipo marcial, sino que también exhortaba a sus practicantes a llevar una vida virtuosa. Sí, el Maestro Malkhut, al crear el Dagun, había aspirado a formar seres integrales, y no solamente guerreros que actuaran como unidades de combate prácticamente imbatibles.

Detrás de la numerosa columna de urimios integrada por los miembros de las diversas áreas, iba un grupo muy reducido que viajaba escoltado, a ambos lados, por varios daquines. Estos últimos se trasladaban en sofisticados pero muy versátiles vehículos gravitatorios individuales, diseñados por Sinat (el quinto Regente) para uso específico del grupo militar de elite. Tan celosa escolta no carecía de sentido, ya que dicho grupo menor -que también viajaba en una plataforma grupal- era el más importante de toda la caravana: se trataba del Consejo urimio y estaba integrado por los gigantes más destacados de cada área.

Detrás del grupo dirigente se extendían otra vez numerosas columnas de soldados, cada una con sus cargas respectivas, y allí terminaba la caravana de colosos. Tal era la cuidadosa organización de los urimios. La población no militar se ubicaba en el medio de la formación, pues así sería más efectivamente protegida por los miles de guerreros -ubicados detrás y delante de ella- en caso de un ataque repentino. Los miembros del Consejo, a su vez, eran protegidos por los daquines, quienes, llegado el caso, se olvidarían del resto del pueblo y darían su vida por defender y salvar a los jefes. La raza azulina sabía que los peligros se incrementarían en proporciones geométricas en la medida que se alejara de la ciudad amurallada, ya que los mundos externos estaban infestados de hostilidad. Por fuera de Kalik, era como si la Edad Oscura hubiera comenzado mucho antes, siendo la ciudad de los Regentes un verdadero oasis de Luz en un vastísimo desierto de bestialidad, ignorancia y oscuras intenciones. En los mundos externos la ley era el sometimiento, la imposición de la fuerza, y el saqueo mutuo entre supuestos aliados, a tal punto que se vivía en permanente barbarie y anarquía, aunque este cuadro, en su centro más recóndito, tenía un núcleo de tiranía. En la colosal fortaleza llamada Ivenur -atravesada, de a momentos, por un turbio silencio cargado de premeditación-, otros Señores distintos de los Regentes movían las piezas de acuerdo a sus designios más egoístas.

En la vida externa, no obstante, esas intenciones vestían el disfraz de la magnanimidad: los doce Señores mantenían -con sorprendente astucia- a la gran mayoría de las razas satisfechas y en permanente deuda con Ivenur, y, al mismo tiempo, en creciente discordia entre sí. En este engañoso escenario los Señores oscuros actuaban como supuestos mediadores, logrando un gobierno fácil y perverso que mayor poder concentraba cuanto más enfrentados estaban los distintos grupos raciales.

Desde tiempos remotos, estos Señores mantenían bajo Su control a la inmensa mayoría de los habitantes de los mundos externos, a excepción de los moradores de Elidium, Anu-Sat y Xinat-Ximur, tres civilizaciones subterráneas ubicadas en cada vértice de un enorme triángulo que rodeaba a Kalik, y que mantenían estrechas relaciones con la raza etalina.

Cuando promediaba la última Edad Sombría, los habitantes de Elidium habían transmitido a los siete Regentes una serie de profecías referidas a un tiempo futuro de oscuridad y ascenso del mal, en el cual la raza azulina estaría en el centro de la escena. Ese tiempo estaba ahora muy próximo, y los Regentes deberían revisar, otra vez, los vaticinios elidianos.

La mañana del día elegido para la salida, los urimios se mostraban prestos para iniciar el éxodo rumbo a las lejanas llanuras bañadas por el río Numis. Así, las numerosas filas del pueblo de gigantes comenzaron a abandonar Kalik con pesada marcha, cuyo estruendo recordaba el de un caudaloso y salvaje río que, furioso en su avance, se desbordaría implacable de un momento a otro.

En una de las muchas plataformas gravitatorias, un grupo de quince urimios entonaban con vivas voces el himno de la raza. El mismo había sido creado por viejos comandantes del ejército para ser cantado en las batallas en defensa de la ciudad, y consistía en fuertes rugidos y gritos en diferentes tonos que al final eran rematados en declaraciones que rezaban:

“¡Gloria a I-Chanda, diosa de los urimios!

¡Gloria a Orukan, Espíritu redentor!

¡Larga vida al pueblo urimio, victoria eterna para él!”

De esta manera y mientras las filas de la caravana iban saliendo una a una, los baladros de los coristas se elevaban entre los siete Templos haciendo estremecer sus elevadísimas torres, que, afligidas, veían cómo sus hacedores partían rumbo a los impredecibles mundos externos.

Al terminar una estrofa, todo el pueblo se unía al grupo de los quince, repitiendo con ensordecedora potencia el nombre del dios venerado:

-¡Oru-kan! ¡Oru-kan! ¡Oru-kan! ¡Redentor del pueblo urimio!

El estrépito que se desprendía de la multitud podía escucharse desde lejanas distancias. Muchos poblados de las montañas cercanas oyeron extrañados el eufórico himno, pero no tenían noticia de batalla alguna en Kalik. ¿Qué ocurría entonces? ¿Por qué los urimios -y en cantidad mayor que de costumbre, dada la intensidad del clamor- entonaban su himno? ¿Habrían dejado de ser un ejército puramente defensivo para convertirse en uno de invasores? Temiendo un ataque, los pobladores, temerosos, corrieron a sus refugios como siempre lo hacían cuando los gigantes batallaban. Sin embargo, en esas ocasiones, recibían siempre el aviso previo de un oportuno mensajero de Kalik (normalmente un urimio) a fin de que se guarecieran en tanto durase la contienda. Entonces, ante la ausencia de tal aviso, ¿por qué cantaban tan visceralmente los urimios?, se preguntaban.

Pero no todos los habitantes cercanos a Kalik se amedrentaron ante el rugido de la ola de colosos que salía de la capital; muchos otros eran antiguos enemigos que habían intentado asaltar el corazón de los Templos, siendo derrotados por los urimios en más de una ocasión. Todos ellos, antes o después, habían sido tentados por la tramposa propuesta de los doce Señores oscuros (también llamados Señores de la materialidad): invadir Kalik, hallar el Antiguo Tesoro y entregarlo a los doce. Ellos, conocedores de los medios para sacar provecho del preciado trofeo, luego compartirían –supuestamente- los beneficios con los mercenarios. Fácilmente hipnotizados por las laberínticas Mentes de los Señores oscuros, los ejércitos de las diversas razas eran cíclicamente persuadidos de la “necesidad” de sitiar Kalik, y hacer todo lo posible para quebrar sus defensas y tomar el Tesoro.

Los pueblos salvajes conformados por gigantescos individuos (algunos inferiores en tamaño a los urimios, otros superiores), eran los reincidentes enemigos que intentaban tomar la ciudad de los Templos por la fuerza. Pero Malkhut –de ojos muy negros, barba y cabellera onduladas y también oscuras- luego de analizar la situación con Sus Hermanos, siempre había logrado desbaratar eficientemente cada nueva invasión. Su papel como conductor militar de los gigantes había sido un completo éxito, y, durante largos períodos del Reino, el ejército urimio había salido victorioso en cada una de sus cruzadas. A veces sin mayor esfuerzo, cuando se trataba de enemigos ignorantes, desprovistos de toda astucia o preparación para el combate. Otras veces, cuando frente a enemigos con cierta organización y recursos militares la batalla se complicaba, los daquines entraban en acción y lograban inclinarla vertiginosamente en favor de Kalik. La contienda cambiaba su ritmo en forma abrupta, y el Dagun volvía a demostrar su arrasadora superioridad marcial.

En los últimos tiempos, Malkhut había comenzado a notar que los daquines tenían que participar en prácticamente todas las batallas, observación que lo condujo a una rápida decisión: era necesario aumentar la letalidad de las armas empleadas por los guerreros rapados, y para ello pidió la intervención de Sinat, cuyo amplísimo conocimiento de las ciencias y técnicas le permitió diseñar armas más perfectas (las sitanas). Los discípulos del quinto Regente se pusieron a trabajar de inmediato sobre el diseño por El concebido, y, poco tiempo después, los miembros del Dagun comenzaron a entrenarse con sus nuevas armas. Esto hizo posible que las batallas volvieran a resolverse sin tantas bajas en el ejército que adoraba a Orukan.

Por otro lado, la creciente necesidad de la participación del Dagun en los combates, llevó a Malkhut a una obvia conclusión: el mal se estaba robusteciendo cada vez más, y esto no era sino otra inequívoca señal de la llegada de los próximos tiempos de oscuridad.

Sin conocer los detalles del vínculo magnético existente entre Dakhul (segundo Regente) y la raza urimia, los ejércitos enemigos habían percibido la invisible fuerza que movía a los azulinos, lo cual, de un modo que los bárbaros no podían comprender, aumentaba el poderío de los gigantes de Kalik en las batallas. Al abandonar ellos su capital, la “extraña fuerza” estaría ausente y esto significaría una diferencia ventajosa a la hora de atacar al odiado pueblo urimio –pensaban. Pero esto no era totalmente cierto, ya que Oryma, previendo el futuro éxodo, había pedido a Dakhul –mucho antes de producirse el mismo- que fuera desarrollando el modo de lograr que los gigantes continuaran recibiendo la esencia anímica aun estando lejos de Kalik. En lo sucesivo, Dakhul se había empeñado pacientemente en este trabajo, y lo había logrado en una proporción considerable. Sin embargo, si los urimios decayeran excesivamente en su actitud moral, incurriendo por lo tanto en elecciones erróneas, la influencia del segundo Regente sería, inevitablemente, cada vez más débil.