El negro en Costa Rica - Carlos Meléndez - E-Book

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Carlos Meléndez

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Beschreibung

La conjunción feliz de un historiador tan brillante y conocido como Carlos Meléndez y el narrador de origen limonense, Quince Duncan, ha dado lugar a una obra entre cuyos méritos no es el menos principal constituir el primer trabajo histórico-social de envergadura acerca de un grupo étnico cuya participación en la vida de nuestro país debe conocerse en toda su extensión e implicaciones, ya que los trabajadores inmigrantes que procedían de Jamaica y otros puntos de la zona del Caribe llegaron a ser a lo largo de sus descendientes, son y serán por siempre, parte indivisible del nosotros nacional.

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Carlos Meléndez Chaverri

Quince Duncan

El negro en Costa Rica

Palabras introductorias a la primera edición

Este trabajo es el resultado de la cooperación de dos autores que se unieron para intentar, por primera vez en Costa Rica, una más clara comprensión del negro.

A través de su lectura, será posible llegar a la determinación de dos oleadas migratorias de este grupo étnico, a lo largo de la historia nacional. La primera ocurrió cuando en el tráfico esclavo colonial se le trajo al país para el servicio urbano y rural, sin libertad ni comprensión, como que no era más que una mercancía de comercio. Paulatinamente fue realizándose su liberación, de modo que la ley que los emancipó, a principios de la Independencia, fue de poco impacto social, por haber decaído el número de los siervos y el comercio esclavo africano. Sin embargo, este grupo fue lo suficientemente importante como para dejar la huella de su cultura y su sangre, en regiones como la del Pacífico Norte del país, especialmente.

La segunda oleada inmigrante provino de las Antillas, en particular de Jamaica, a partir de 1872. Casualmente una de las cosas que buscamos con este esfuerzo es conmemorar adecuadamente el primer centenario de esta inmigración jamaicana, cuyo puente directo entre Kingston y Limón, empezó el día 20 de diciembre de 1872, cuando llegó el primer barco con un número significativo de inmigrantes de ese origen, a Puerto Limón. El número creció y decreció según fueron menores o mayores las actividades de la construcción del ferrocarril y de la explotación bananera.

Esta explotación que pretendía ser ocasional, con el tiempo empezó a ser permanente, en muchos casos, involuntariamente permanente. Esto trajo como resultado, por un lado, un escaso o mínimo interés del Estado costarricense por este inmigrante de habla inglesa y de cultura tan diferente a la de nuestra nación. Por el otro, hubo falta de interés por comprender al pueblo en que se vivía, prefiriendo mantener su cohesión étnica y cultural con la cultura tradicional y su país de origen. Estas dos actitudes contribuyeron muy poco al desarrollo del proceso de integración social, de modo que fue frecuente incluso la práctica de dificultar la nacionalización del inmigrante negro, a la vez que tampoco existió, por mucho tiempo, el deseo del aprendizaje del español por los jamaiquinos.

En los últimos veinticinco años[a] la situación ha venido a cambiar sustancialmente. Sin pretender decir que el Estado costarricense haya hecho mucho por conseguir esta variación, se debe reconocer, en todo caso, que ha surgido al menos una nueva actitud que tiende a la integración del negro descendiente de jamaicanos a la cultura nacional. Es grande sin embargo la tarea que queda por emprender. En consecuencia, uno de los propósitos de este trabajo ha sido el de recoger los materiales básicos que conduzcan, tarde o temprano, a una más precisa, justa y clara comprensión del problema.

En ningún momento los autores han creído o pretendido abarcar todos los tópicos ligados al problema del negro en Costa Rica. Mucho menos han pensado, al emprender la tarea, agotar el tema en cuestión. Todo lo contrario; este trabajo ha sido concebido como un esfuerzo preliminar que busca brindar al estudioso o interesado, una orientación básica que le permita llegar a más profundas investigaciones. Por ello hemos hecho una antología y una bibliografía básica, que sirvan de base y orientación para esfuerzos mejor logrados que el presente.

El problema de la integración del negro a la cultura nacional es un tópico delicado que requiere más que nada comprensión y entendimiento. ¿Debe el negro abandonar su peculiar idioma inglés y adoptar como lengua exclusiva el español? No parece convenirle esta situación; en mucho, parte de su éxito anterior ha descansado en el bilingüismo. De manera que, sin pretender mantener la separación con otros sectores sociales del país, parece aconsejable que el bilingüismo persista.

La incorporación del negro debe hacerse sin que ninguna de las dos partes sufra menoscabo. Cada día parece más clara la definición cultural del negro limonense. Los carnavales de octubre tienden más y más a mostrarnos sus peculiaridades y sus actitudes positivas alrededor de un campo de interés que le está cautivando.

Esto mismo podría lograrse mediante el interés y buena voluntad de las dos partes interesadas, en muchos otros campos. Debemos, en consecuencia, contribuir a comprender el problema que está planteado, como fundamento para más tarde hallar las mejores soluciones.

¿Existe una política definida que tienda a disminuir las distancias socioculturales entre el negro y el resto de costarricenses? Diríamos que no. Esto no es conveniente, de manera que en un futuro, lo más próximo posible ojalá, habrá necesidad de tomar medidas más efectivas para contribuir a demoler las barreras interétnicas que nos separan de estos otros costarricenses nuevos, que tienen tanto derecho como nosotros a gozar de los beneficios de la ciudadanía.

Repetimos que nuestro empeño no busca otra cosa que brindar algunos materiales para la mejor comprensión de un problema nacional. Con estos materiales básicos, quizás otros costarricenses emprendan tareas más perfectas y positivas. De allí que nuestro esfuerzo se haya orientado, fundamentalmente, a recoger algo de lo mucho que podría utilizarse para este esfuerzo que está por emprenderse.

Que desde ahora se procure hallar soluciones positivas para Costa Rica, es el móvil principal de nuestro empeño. De allí que será nuestra mayor satisfacción y compensará todos nuestros esfuerzos, el momento en que, como resultado de este modesto aporte, se empiece con más claridad y definición, a adoptar una política efectiva y concreta que tienda a eliminar las barreras que hoy separan a estas comunidades étnicas.

Carlos Meléndez

Quince Duncan

20 de octubre de 1972

[a] Se refiere al periodo que va de 1948 a 1972.

Prólogo a la sétima edición

El estudio del tema relativo a la presencia de la población afrodescendiente en Costa Rica era incipiente cuando se publicó la primera edición del presente libro. En ella se esbozaba una visión panorámica sobre el devenir histórico del negro en Costa Rica, partiendo de los africanos y sus descendientes que fueron traídos durante la etapa de colonización española y culminando con una presentación del grupo afrocaribeño, sean los inmigrantes recientes que poblaron la provincia de Limón.

En efecto, en Costa Rica, tal como se describe en el texto, es posible distinguir diferentes grupos de afrodescendientes. En primer lugar, están los descendientes de los africanos del periodo colonial, conocidos a lo largo de la historia como “pardos”, morenos y cholos. Su presencia en el país se remonta a la época de exploración y posterior conquista del territorio nacional por parte de los españoles. Por ejemplo, el explorador español Sánchez de Badajoz, que transita por “la costa rica” en 1540, estaba acompañado de nueve negros esclavizados. Y en una de las primeras confrontaciones armadas, los indígenas, en defensa de su territorio, dieron muerte a las tropas del español Diego Gutiérrez, matando de paso a varios negros.

A lo largo de las sucesivas generaciones, este núcleo inicial de “pardos” fue creciendo. Sin ser un fenómeno masivo, alcanzó proporciones respetables, al punto de que, en algunos momentos de la historia, hubo poblaciones en el país con porcentajes importantes de negros. Al final de la Colonia, estos grupos fueron perdiendo la singularidad racial por procesos de blanqueamiento, diluyéndose en el fuerte mestizaje que se dio en esa época.

Uno de estos grupos de pardos esclavizados por la oligarquía cartaginesa, trabajó en las plantaciones de cacao de Matina, en la región caribeña del país. De hecho, entre 1678 y 1805 el cultivo de cacao se constituyó en una de las principales fuentes de ingreso de la oligarquía de Cartago, ciudad capital durante la Colonia. Adicionalmente a su labor de productores de cacao, se les asignó a los pardos de Matina la tremenda tarea de primer escudo de defensa contra las incursiones anuales de los miskitos. Esta población regresó a la provincia de Cartago, tras la emancipación de los esclavos en 1824, y fue parte de la corriente de mestizaje hasta su asimilación.

El segundo grupo de afrodescendientes procedía de Cuba. Ingresó al país gracias a un contrato que realizó el gobierno y Antonio Maceo, el héroe de la lucha por la independencia cubana. Este grupo de exiliados estaba integrado en su mayoría por afromestizos y se estableció en La Mansión de Nicoya, en el Pacífico Norte del país. Numéricamente no fue significativo, pero sí dieron su aporte cultural y genético en la región de Nicoya.

El tercer grupo de afrodescendientes, procedía de Panamá, Nicaragua, San Andrés, Belice, Martinica, San Cristobal y Nieves, San Luis, y, en su gran mayoría, de Jamaica.

Estos afrodescendientes comenzaron a llegar al área a mediados del siglo XIX como exploradores y pescadores. Posteriormente dieron inicio al poblamiento pacífico de la costa y algunos de ellos, incluso, se fueron integrando a la población indígena local. William M. Gabb, un explorador de la época, constata la presencia en la zona de “cierta clase de negros, que se titulan ingleses aunque en realidad no reconocen soberanía alguna”.

Pero el grueso de esta población llegó al país a partir de 1872 para construir el ferrocarril al Atlántico y fue luego clave en la industria bananera, en la producción del cacao, del abacá y de otros productos de la zona.

Aislado por una parte, por disposiciones de las autoridades costarricenses, y por otra, por su propio interés por mantenerse como grupo étnico, el afrocaribeño se vinculaba con el capitalismo industrial principalmente por medio de la United Fruit Co. y sus subsidiarias. No era el único protagonista de la zona, ciertamente, pero estuvo expuesto a un aislamiento reforzado por la transnacional, para evitar la consolidación de movimientos concertados de trabajadores. Esta intención divisionista de la empresa dio pie a las cuadrillas segregadas: cuadrillas negras con jefes negros y cuadrillas hispanohablantes con jefes de ese grupo. Desde luego que esa división facilitaba el trabajo por razones culturales y lingüísticas, pero era a la vez consecuente con el principio de “divide y vencerás”.

A lo largo de los años, algunas veces solos y otras veces aliados con los indígenas, los afrodescendientes tuvieron una participación de primera línea en las luchas locales. Hubo un buen número de huelgas y movimientos a lo largo y ancho de la provincia de Limón, contra las condiciones de opresión económica y de discriminación étnica. Entre estos pueden destacarse las huelgas de 1913, que fueron las primeras dos grandes huelgas bananeras, una en Barmouth de Siquirres y otra en Sixaola, esta última reprimida con la intervención de 150 hombres armados del gobierno costarricense. Igualmente impactante fue la huelga de 1918, esta vez en toda la zona de Talamanca, con saldo de al menos dos muertos y numerosos heridos. En esta huelga, la Compañía con total apoyo del Gobierno, trajo rompehuelgas blancos y reprimió a los trabajadores afrocaribeños expulsándolos de sus fincas y quemando sus ranchos. Podríamos agregar un ejemplo más: la huelga de 1919, que tuvo una duración de nueve meses. Todos estos movimientos fueron conducidos por sindicatos propios de los afrodescendientes, tales como la “Artisans and Labourers Unión”.

Fueron también significativas las luchas de los seguidores de Marcus Garvey, quien había vivido en Limón. La UNIA (Asociación Unida para el Mejoramiento del Negro) gracias a sus más de treinta filiales distribuidas en toda la provincia de Limón, logró mantener funcionando escuelas, organizaciones juveniles; patrocinó numerosas actividades de formación cultural que sirvieron para potenciar la conciencia étnica del grupo, al despertar el interés de los afrolimonenses en su herencia africana.

El negro en Costa Rica es, en primera instancia, una descripción de aspectos de la historia y la cultura de los dos principales grupos (pardos y afrocaribeños), con base en el conocimiento a mano en 1972. Toma la forma de una antología, en la que los dos principales ensayos históricos fueron escritos por los autores, pero que incluye textos de otros estudiosos, lo cual permitió una amplitud de perspectivas, muy adecuada al momento.

El negro en Costa Rica fue entregado a sus autores y lanzado al público en una ceremonia especial en la Municipalidad de Limón, entonces presidida por la Lic. Thelma Curling, con la presencia de la junta de la Editorial Costa Rica y distinguidos miembros de la comunidad limonense. La ceremonia conmemoró el centenario del inicio de la inmigración masiva de afrocaribeños a Costa Rica para la construcción del ferrocarril. La primera edición de tres mil trescientos setenta y cinco ejemplares contenía un apéndice con algunas figuras destacadas de la comunidad negra. Esta primera edición se agotó en cuatro meses y se ha venido reeditando de manera regular a lo largo de estos treinta años. Se estima que se han realizado no menos de diecisiete reimpresiones del libro.

El texto se ha convertido en un libro de consulta obligada y ha sido invitación e inspiración para numerosos estudios posteriores. Aparece citado en prácticamente todos los estudios históricos y literarios que se han hecho sobre el tema, dentro y fuera del país, y ha sido la base de varias tesis y objeto de traducciones parciales para fines académicos. Los grandes avances que se han hecho en los últimos años en cuanto al estudio del tema, no pueden atribuirse exclusivamente a El negro en Costa Rica pero, sin duda, el libro ha tenido que ver con ese inusitado interés.

El entorno definitivamente ha ido cambiando a lo largo de estos treinta años que han transcurrido entre la primera edición y la presente. Uno de los primeros actos políticos visibles se vio en el gobierno de Daniel Oduber por encargo del Ministro de Educación, don Fernando Volio Jiménez, cuando la Lic. Eulalia Bernard logró organizar un programa educativo especial para la provincia de Limón. El énfasis del programa era poner en primera plana la cultura afrocaribeña y lograr de esa manera su incorporación al currículo escolar.

El programa mostró un gran vigor durante un corto periodo de tiempo, organizando seminarios, simposios y talleres en varios lugares de la provincia, con nutrida concurrencia de educadores. Muchos de ellos adoptaron un punto de vista diferente a partir de estas actividades. No obstante, por un lamentable malentendido del citado Ministro en torno al trabajo que se hacía en una de las escuelas, se puso fin a todo el programa. Alegó que se estaba importando un problema de racismo ajeno a nuestro país, debido al uso de algunos afiches de personalidades negras de la talla de Harriet Tubman.

Es interesante que, cuando salió la primera edición de El negro en Costa Rica, el país había asumido en el nivel internacional una posición beligerante contra el racismo. De hecho, el mismo Ministro de Educación aludido, en su condición anterior de Ministro de Relaciones Exteriores y como embajador ante la ONU, se había destacado por sus posiciones claras y bien radicales en contra del racismo, sobre todo, contra el apartheid.

Esta posición fue mantenida y profundizada por don Gonzalo Facio durante el gobierno de Daniel Oduber. En su discurso del 26 de setiembre de 1977 ante la ONU, el Ministro de Relaciones Exteriores declaraba:

Reitero con toda energía la permanente condenatoria de mi país a la política de apartheid practicada por el Gobierno de Sudáfrica, y a toda otra forma de discriminación racial. Esta irreducible posición de Costa Rica contra el apartheid es ya de una larga trayectoria y mantiene absoluta vigencia, pues la ignominia de la discriminación es totalmente opuesta al sentido costarricense de la libertad, de la práctica democrática, de la igualdad y el respeto a los derechos humanos (Facio, Gonzalo, citado por él mismo, 1978).

Tal era el contexto en que se organizó el Primer Seminario Nacional sobre la situación del negro en Costa Rica, convocado por el Dr. Colón Bermúdez y apoyado en pleno por la intelectualidad negra del momento. En el evento, el Ministro de Relaciones Exteriores, el Lic. Gonzalo Facio, en su discurso ante los participantes del seminario dijo lo siguiente:

En la variedad está la riqueza. El Caribe no es el mar que nos separa sino el camino que nos une; la espina dorsal de los pueblos negros de América. La genialidad de los tiempos reside en tratar de integrar esa variedad (…) Creemos que el camino más obvio habrá de pasar a través de Costa Rica. (Canciller Gonzalo Facio, Primer Seminario sobre la situación del negro en Costa Rica, San José, 20-1-1978).

Era notoria la creciente toma de conciencia que había en cuanto al tema. Sin duda el Canciller tenía una excelente visión de la cuestión. Sin embargo, es de hacer notar que no escapaba de las contradicciones típicas de los funcionarios costarricenses y que de alguna manera reflejaban la realidad nacional. En efecto, cuando en la sesión de preguntas y respuestas el Dr. Bermúdez lo interpeló sobre el contenido racista de la publicidad del Instituto Costarricense de Turismo al presentar a Costa Rica como una nación blanca (98% caucásica), don Gonzalo por una parte condena esa “forma de racismo, patente aquí, es indirecta porque es por negación o exclusión”; mas agrega “No tenemos porqué blasonar de una calidad europea de la población que realmente no tenemos” (sub. n.).

El Seminario reflejó el pensamiento de políticos de todas las tendencias. El propio presidente Oduber, quien inauguró la actividad, tenía una posición beligerante a nivel internacional. Por ejemplo, en la Asamblea de las Naciones Unidas de 1977, el Presidente declaraba a favor de un gobierno de mayoría en Zimbabwe y de la independencia de Namibia. En su discurso inaugural del Seminario el presidente Oduber planteó:

Yo creo que van a salir sorpresas de este primer seminario (…) van a aparecer trazos de discriminación y de racismo, tal vez no tan fuertes en la primera etapa de la historia de Costa Rica, pero fuertísimos como parámetros importados a la par del cacao, del ferrocarril y del banano; y creo que valientemente debemos, los costarricenses, reconocer el error de cien años y aprestarnos de conjunto, con todas nuestras comodidades, con todos los que adoramos esta bandera, a rectificar errores, a fortalecer nuestra sociedad y a fortalecer, de verdad, nuestro sistema democrático (Presidente Daniel Oduber, Primer Seminario del Negro en Costa Rica, San José, 18-1-1978).

Esta declaración tajante del Presidente de la República marcó un viraje importante en la postura tradicional adoptada desde la Guerra Civil de 1948, que tendía a despachar la cuestión sobre la base de que, habiéndose derogado las leyes discriminatorias, todos los problemas de los negros estaban ahora solucionados. Por su parte, su Ministro de Educación, don Fernando Volio, reconocía en el Seminario que

Nuestro país ha hecho poco para centrar la atención en la situación de grupos étnicos frente a grupos mayoritarios, para determinar si existe discriminación y para estudiar en ese caso cómo eliminarla (…) [Se ha de pasar la fase de] búsqueda de medios para la observancia efectiva de los derechos humanos y, concretamente los que se refieren a la igualdad de trato, a la no discriminación (Volio, Fernando. Discurso al Primer Seminario sobre la situación del negro en Costa Rica, San José, 18 y 22-1-1978).

El caso del candidato del partido Pueblo Unido fue bien interesante, tomando en cuenta que históricamente el movimiento de izquierda, fiel a su postura de explicar la historia a partir de la lucha de clases, había sido bastante insensible a la visión étnica. El candidato Rodrigo Gutiérrez dijo por una parte que el racismo “se resuelve automáticamente con el arreglo de los problemas sociales, y en ese sentido me parece que Cuba es un buen ejemplo”. No obstante, acto seguido agregó que “Cuando el régimen cubano llega al poder, los negros cubanos estaban absolutamente discriminados. Hoy ciertamente no lo son, y han hecho grandes progresos en Cuba, pero no fue producto del cambio automáticamente sino que tuvo que venir una política específica revolucionaria” (sub. n.).

Lo importante aquí es que era la primera vez que las fuerzas de la izquierda costarricense, por medio de su principal vocero de ese momento, reconocían la necesidad de una política específica para solucionar el problema. Pero a la vez, el candidato mediatizaba esa postura al agregar: “No creo pues que el negro tenga que primero encontrarse a sí mismo, como negro”, sino más bien que necesita conciencia de clase (Gutiérrez, Rodrigo. Discurso en el Primer Seminario sobre la situación del negro en Costa Rica, San José, 18 y 22-1-1978).

El candidato político oficialista en la contienda electoral que coincidió con el seminario, don Luis Alberto Monge, había fungido como secretario de la Junta de Gobierno que inició el proceso de derogatoria de las leyes discriminatorias; no se hizo presente, pero envió una misiva que declaraba:

El apremiante reto que presenta la Vertiente Atlántica no debe circunscribirse exclusivamente a la presencia gravitante de una minoría negra. Es más bien el resultado complejo de cuatro corrientes culturales y étnicas que no han logrado, ni siquiera, una aproximación satisfactoria a una verdadera integración entre sí ni con el resto de la nacionalidad costarricense.

Llama la atención que pese a la agudeza de don Luis Alberto en el planteamiento global de la cuestión, “Creo que la historia tendrá que enjuiciar a los políticos y clases dirigentes que, proclamando la democracia como el estilo de vida para los habitantes de este país, no han tenido la audacia ni la resolución efectiva” para enfrentar la cuestión de las diferencias étnicas, hace recaer en los propios grupos étnicos una gran parte de la responsabilidad. Esta posición es parcialmente válida, pero no podemos ignorar la larga historia del divide y vencerás que caracterizó tanto la política de la transnacional bananera, como las políticas étnicas tradicionales del Estado costarricense.

El candidato opositor, don Rodrigo Carazo, que a la postre ganaría las elecciones, señalando la zona atlántica como el centro focal del problema, reconocía el estado de marginalización impuesto por los gobiernos costarricenses, los cuales dice “se detienen en el Ochomogo, que no se proyectan a la Zona Atlántica (que) viene a ser para los gobiernos (…) una especie de zona bananera, ajena por completo a los intereses del país”. Es interesante, sin embargo, que don Rodrigo no agotara su análisis en la cuestión regional, sino que reconoce la existencia de discriminación en el campo del trabajo.

Cuesta, en algunas ocasiones, que al negro se le trate en las mismas condiciones que al blanco a la hora de obtener trabajo. Sobre esto no solo hay que legislar, sino fundamentalmente concientizar a la gente (Carazo, Rodrigo. Discurso en el Primer Seminario sobre la situación del negro en Costa Rica, San José, 18 y 22-1-1978).

Una vez electo, el Presidente Carazo se reunió con el Comité Organizador del Seminario para pedir un programa dirigido a la cuestión, el cual no se llegó a concretar, fundamentalmente por motivos políticos. No obstante, durante su administración hubo algunas iniciativas importantes que se plasmaron, como el Museo Etnohistórico de Limón y el decreto que creó el Día del Negro, iniciativa esta que fue una de las propuestas del Seminario impulsada por el Sindicato de Educadores Costarricenses.

Los asistentes al Seminario, luego de varios días de deliberaciones, describieron la situación en su dimensión histórica de la siguiente manera:

Históricamente, el negro ha vivido en Costa Rica una situación de servidumbre, de explotación y de marginación, consecuencia de un sistema de producción y arrendamiento de tierras que perpetúa la desigualdad y lo mantiene en desventaja en relación con otros grupos étnicos.

El grupo luego pasó a detallar algunos hitos de esa herencia de esclavitud, pérdida de identidad, desventaja en el conflicto de clases, imposición indiscriminada de la cultura dominante y destrucción de las instituciones de la negritud. Todo esto fundamentado en determinados valores que el negro “ha llegado incluso a interiorizar y a aceptar como válidos, algunos de los mismos estereotipos que lo minimizaron y lo mantienen en la marginación y la opresión”.

El Seminario fue también claro en reconocer la nueva postura del Estado cuya “Constitución y (…) leyes (…) garantizan la plena igualdad ante la ley y proscriben toda forma de discriminación racial”. Pero adoptando una posición firme, declaró sin ambages que:

Subsisten prácticas sutiles de discriminación racial y prejuicios racistas por parte de instituciones, grupos y personas, evidentes en los medios de comunicación masiva que contribuyen consiente o inconscientemente a la estandarización y permanencia de determinados estereotipos en relación con el negro; en la propaganda turística del país, en el sistema educativo nacional, en forma expresa o por omisión; en la relación de empleos ocupados por negros y la cantidad de profesionales existentes en algunos campos (Conclusiones finales del Primer seminario sobre la situación del negro en Costa Rica, San José, 18 y 22-1-1978).

Durante el gobierno de don Óscar Arias (1986-1990), con gran beligerancia de los diputados Clinton Cruickshank y Marcel Taylor, se tomó la decisión de romper relaciones económicas con el gobierno racista de Sur África, y la Asamblea Legislativa ratificó la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen del Apartheid.

En fechas recientes ha habido importantes avances. Tales han sido la sustitución del Día de la Raza por Día de las culturas y la ley 7711 propuesta por el diputado Teddy Cole.

En esa importante ley, se le impone al Consejo Superior de Educación la obligación de incluir en los planes y programas de estudio la orientación hacia “la eliminación de prejuicios, estigmatizaciones o todo hecho o disposición que promueva segregación de cualquier tipo”. Igualmente, esta ley obliga al Consejo –en su artículo 5– a dedicar

Un espacio a la enseñanza de generalidades sobre las diferentes etnias y culturas que constituyen la vida activa de la sociedad costarricense, incluidas las contribuciones de los grupos minoritarios al desarrollo de la sociedad y de una cultura esencialmente democrática, diversa y pluralista.

Por otra parte, el artículo 7 establece que la Defensoría de los Habitantes debe mantener una oficina abierta para atender los casos de discriminación étnica o cultural. Este aspecto tiene un cumplimiento parcial, en tanto que la Defensoría sí ha dedicado recursos humanos a estos efectos, pero el Ministro de Educación Pública durante la administración Rodríguez, simplemente no aplicó la ley, poniendo en el tapete una nueva actitud de inconsistencia típica de los gobiernos de turno, cuando se trata de esta materia.

Otro aporte importante se da con la transformación del Día de la Raza en Día de la Cultura. En efecto, la ley 4169 establecía que se debería celebrar anualmente el 12 de octubre de manera laudatoria hacia lo que el legislador denominó como “nobilísimos ideales de Isabel la Católica” en el proceso de colonización y evangelización de América. Ese punto de vista era una celebración e idealización de la conquista, puesto que había contribuido a la “elevación espiritual de los indígenas, así como a su educación para una vida mejor y el desarrollo económico del Continente”. La ley 7426 deroga esa legislación anterior, por considerársela racista y peyorativa, y en su lugar establece el Día de las Culturas. La nueva celebración tiene que “enaltecer el carácter pluricultural y multiétnico del pueblo costarricense”. Y al recordar a Colón, se han de tomar en cuenta también “los valores indígenas, europeos, africanos y asiáticos presentes en la composición de la idiosincrasia costarricense”.

Desde el punto de vista de los derechos educativos, el artículo 3 de dicha ley explicita que en los “programas de estudios del primer y segundo ciclos” se deberán incluir todos los componentes culturales y étnicos “acordes con el carácter pluricultural y multiétnico del pueblo costarricense”.

Existe a nivel de la legislación un reconocimiento claro de la multietnicidad y de la pluriculturalidad de la nación costarricense, lo cual constituye un importante paso adelante.

Al tener los Convenios en Costa Rica un rango superior al de la ley, la falta de una legislación adecuada no ha impedido en algunos casos obligar al Estado a aplicar dichos compromisos internacionales. Recientemente, el Gobierno de la República dio en concesión la explotación petrolera en la zona de Talamanca, una región predominantemente indígena, sin consulta previa con sus habitantes. El asunto fue elevado a la Sala Constitucional de la Corte Suprema, la cual dejó sin efecto dicha concesión por no haber cumplido con el trámite de consulta.

Igualmente, por iniciativa de la Asociación Proyecto Caribe y de otros grupos de la comunidad negra organizada, durante la administración Rodríguez Echeverría, el Gobierno de la República amplió los términos de la convocatoria a Concertación Nacional, para incluir un asiento para los grupos negros y orientales. Posteriormente, a iniciativa de la Asociación Proyecto Caribe y con el apoyo de la Asociación de Mujeres Afrocostarricenses se incluyó, con respaldo de la Cancillería, el aspecto étnico en el censo nacional.

Algunas iniciativas recientes abren un importante espacio para la esperanza. En primer lugar las jornadas de estudio y reflexión que, en el marco para la preparación para la Preconferencia de Chile sobre discriminación e intolerancia, se convocaron en la Cancillería presidida por la ex Vicecanciller Elaine Whyte. En segundo lugar, el Decreto Ejecutivo anunciado en Limón el 12 de octubre del año 2000 por parte del Presidente de la República, don Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, estableciendo una Comisión de Ministros de Gobierno, para elaborar una propuesta de política étnica para el país.

Por su parte, la Lic. Joyce Sawyers, diputada del Partido Liberación Nacional durante la administración Rodríguez, propuso dos iniciativas de gran impacto. En primer lugar, la reforma a la Constitución para declarar a Costa Rica una nación multiétnica. Y en segundo lugar, la de declarar a Alex Curling Benemérito de la Patria, reconociendo así sus aportes a la igualdad. Con razón, se le ha conferido el título de Padre de la Igualdad Jurídica de los costarricenses.

La presente edición de El negro en Costa Rica respeta el planteamiento original de sus autores. El suscrito ha incorporado algunas notas aclaratorias de tipo léxico, tomando en cuenta la evolución de la terminología histórica y étnica, aplicable en la actualidad en referencia a algunos de los estudios que se han realizado posteriormente y que llenan algunos vacíos que existían en 1972. Y se incluyó, a manera de complemento, un pequeño ensayo que actualiza la sección titulada “El negro en la Costa Rica de hoy”, siendo que “hoy” era la opinión del suscrito sobre sus observaciones en 1972, realidad que sin duda, ha cambiado.

Esperamos que el libro siga difundiéndose en la medida que pueda ser útil para los estudiosos del tema y para el público en general. La bibliografía creciente que ha surgido agrega a la discusión, no solo una gran cantidad de información que no estaba a nuestro alcance en 1972, sino una variedad interesante de enfoques nuevos.

Sirva la presente edición para rendir un homenaje póstumo a don Carlos Meléndez, mentor y maestro, en agradecimiento por haber prestado una mano para romper el silencio histórico que mitificaba el tema en la Costa Rica de los setenta.

Quince Duncan

El negro en Costa Rica

I

El negro en Costa Rica durante la Colonia

Carlos Meléndez

Vivimos hoy una época de gran sensibilidad y de reivindicaciones de toda índole, en donde la explotación del hombre por el hombre es causa de indignación y de total repulsa por parte de los sectores progresistas o de mayor sensibilidad social.

De manera que al enfocar cuestiones ligadas a la esclavitud de pueblos y sociedades en el pasado, surge en nosotros una actitud de cierta indignación ante tales hechos, pues no acabamos de explicárnoslos. ¿Cómo es posible que el ser humano fuera considerado como un animal, del que se podía disponer al antojo? ¿Cómo operaron los cambios que llevaron a la justa liberación de los esclavos? Son cuestiones que surgen de inmediato como interrogantes.

a) El régimen de la esclavitud

La renovación que experimenta el mundo en su tránsito de la Edad Media a los tiempos modernos, se explica como resultado, en buena parte, del mejor y más amplio conocimiento del mundo que adquieren los hombres de Occidente. Al acercarse el hombre europeo al África, durante el siglo XV, así como a finales de la misma centuria lo hará con América, actuará creído de superioridad, lo que fácilmente lo llevará, entre otras cosas, a desarrollar la reprobable práctica del comercio esclavo. Las víctimas serán sobre todo los negros y los indios americanos, aunque en mayor grado los primeros.

El sistema de servidumbre y esclavitud es muy antiguo y arranca de periodos muy primitivos de la historia humana. Aristóteles en su Política considera que las diferencias existentes entre los hombres en cuanto a uso de razón, dan base a que se llegue a considerar a esta institución como natural.

Son esclavos por naturaleza (…), aquellos cuya función estriba en el empleo del cuerpo, y de los cuales esto es lo más que puede obtenerse; es decir, hombres que hasta tanto alcanzan razón que puedan percibirla, mas no lo tienen en sí.1

Esto, nos aclara Zavala, obedece en primer término a un orden general de la naturaleza,

que exige la sujeción de lo imperfecto a lo más perfecto (…) Los prudentes o los que poseen plenamente la razón, deben dominar a los imperitos o bárbaros que no la alcanzan en igual grado. Y para estos la servidumbre es una institución justa y conveniente.2

Aristóteles acepta en consecuencia,

El uso de la fuerza por la implantación del dominio de los hombres prudentes sobre los bárbaros.3

Estas concepciones sobrevivieron durante largo tiempo en la historia de los pueblos, aunque sin duda evolucionan paulatinamente. El cristianismo, si bien trae principios fundamentales de libertad, adopta una actitud de tolerancia al sistema de la esclavitud. En efecto, parte del principio de que el hombre en su estado de inocencia nacería libre, pero que en la caída en el pecado se hizo posible la esclavitud.

Sin embargo, la igualdad y la libertad de origen son en cierto modo indestructibles e inalienables; aún en la condición del mundo presente, si el cuerpo puede estar en sujeción, la mente y el alma son libres. El esclavo es capaz de razón y de virtud; hasta puede ser superior al hombre a quien sirve.4

No es esta la oportunidad para extendernos en el análisis completo del proceso evolutivo histórico de la esclavitud. Sin embargo, sí es conveniente destacar que el desarrollo del comercio esclavo, generado en mucho por el descubrimiento de América, planteará agudas controversias y críticas al sistema, polémica en la que estarán presentes pensadores y juristas acreditados. Resulta en todo caso evidente el papel fundamental, realizado en este campo por figuras de la talla de Vitoria y Suárez en España, y la renovadora vehemencia con que actuó el Padre Las Casas, a quien se deben las Leyes Nuevas de 1542, que buscaban mejorar las relaciones de los conquistadores con los naturales de América.5

El Padre Las Casas caería, en un momento de debilidad en su lucha contra la injusticia, en la tolerancia de aceptar la esclavitud negra como la sustitutiva de la indígena. Más tarde adoptaría una más correcta, la del total repudio a cualquier sistema de esclavitud.

Fueron, en el transcurso de los siglos siguientes, muchos los factores que entraron en juego para contribuir a formar una conciencia más humanitaria ante este delicado problema de la esclavitud, desarrollándose en consecuencia una actitud orientada hacia la hermandad de los hombres, y opuesta, por lo tanto, a la aceptación de la servidumbre natural.

La entrada de los esclavos negros africanos al continente americano estuvo condicionada por la idea de proteger al indio, sustituyéndolo en consecuencia en las duras faenas en las cuales el poblador americano mostraba hallarse en franca desventaja. Obedecía además a la circunstancia del decreciente número de indígenas, como resultado de los contactos del pueblo conquistador, las pestes y enfermedades que los diezmaron, y a los abusos a que fueron muchas veces sometidos los naturales.

España tuvo, sin embargo, un papel en cierto modo periférico, en el comercio y la organización del sistema comercial del esclavo procedente del África. Ni adoptó como política estatal su explotación, ni tampoco los españoles en general tuvieron que ver con su comercio. Y aunque en un principio mantuvo una política restrictiva a su comercio, más tarde, a través en especial de los asientos (1595), empezó a fortalecer la extensión del sistema de la esclavitud en sus colonias americanas.

La explotación directa desde el África la controlaron en un principio los portugueses, quienes a partir de 1542 comenzaron por llevarlos a Europa, y en 1548 establecieron la primera “factoría” con el propósito de fortalecer este nuevo comercio.6

Con esto no se quiere afirmar que fueron los portugueses quienes establecieron la esclavitud en África. La esclavitud ya existía en numerosas sociedades africanas, desde muchísimo antes de la llegada de los europeos, sobre todo en las sociedades más jerarquizadas del continente negro.

Numerosas sociedades africanas utilizaban a los esclavos para las plantaciones, los transportes, los servicios domésticos, para prestigio y para la guerra. La trata interna se extendía en los periodos de conflicto (…) La trata exterior fue por largo tiempo practicada por los árabes a través del Sahara, hacia África del Norte y Egipto (…).7

Los portugueses fueron paulatinamente suplantados, a lo largo del siglo XVII, en su monopolio del comercio esclavo, por las compañías inglesas, holandesas, francesas, y otras, que a través de sus “establecimientos” en las costas africanas, defendían sus privilegios adquiridos.

Al comenzar el siglo XVIII (1713), los ingleses ejercieron el mayor control del comercio esclavo africano y esta situación se mantendría hasta el 1789, año en el que se concedió la libertad de trata de negros, medida que en cierto modo significó más bien poco, pues desde mucho antes venía realizándose en la forma del comercio ilegal.

En setiembre de 1817 los reyes de España e Inglaterra firmaron el tratado de abolición del tráfico negro. Con ello viene además un periodo de corrientes abolicionistas, estimuladas entre otras razones por las necesidades del desarrollo industrial. De este modo se explican en el siglo XIX los paulatinos procesos de liberación de los esclavos. La América Central lo hace en 1823. En Jamaica empezó en 1831 el movimiento a favor de la libertad, que fue salvajemente reprimido, quemándose incluso las iglesias metodistas y bautistas que apadrinaban la idea. Todos estos movimientos fueron prácticamente los que generaron la preparación del Acta de Emancipación, que finalmente se convirtió en ley en 1833.8 De este modo el negro jamaicano ganó su libertad.

b) Orígenes tribales africanos

La determinación de los orígenes tribales de muchos de los inmigrantes negros a Costa Rica, es posible gracias a la modalidad incorporada en las escrituras públicas coloniales de señalar dichos orígenes. Ello obedece a menudo a que la procedencia jugaba un papel bastante determinante, por motivo de que el valor de los esclavos quedaba condicionado por ello.

En efecto, de acuerdo a la valoración que se hacía en los mercados, había, según la procedencia, un tipo de esclavos cuya inversión era más justificable que sobre otros.