El rey de su corazón - Cathie Linz - E-Book
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El rey de su corazón E-Book

CATHIE LINZ

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Beschreibung

¡El heredero de la corona había aparecido! La reina viuda y el Consejo del Rey estaban más que satisfechos, pero Luc Dumont, jefe de seguridad del palacio y nuevo heredero, pensaba que debía tratarse de un error. Le resultaba increíble que después de creerse plebeyo toda su vida, fuese el nuevo rey de St. Michel. Y como siempre, la encantadora Juliet Beaudreau estaba a su lado, ayudándolo y enseñándole a comportarse acorde con las nuevas circunstancias. Pero él no podía concentrarse en el protocolo cuando lo que de verdad quería era tener a su competente profesora entre sus brazos y satisfacer otro tipo de necesidades... Y mientras se preparaba para ocupar el trono, se preguntaba si la tímida y callada reina de su corazón estaría dispuesta a ser también la reina de St. Michel.

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El rey de su corazón, n.º 1716 - diciembre 2015

Título original: A Prince at Last!

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7322-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Hoy va a ser un mal día –anunció Luc Dumont, entrando en el despacho de Juliet Beaudreau.

–¿Qué ha ocurrido? –quiso saber Juliet, quitando un montón de papeles de una silla para que la ocupara el inesperado visitante.

Pero Luc ignoró la silla y prefirió pasear de un lado a otro, a pesar del reducido tamaño de la habitación que servía a Juliet de despacho en la planta baja del palacio de Bergeron, en St. Michel. La presencia de Luc la hacía parecer más pequeña aún, ya que era un hombre impresionante.

A Juliet ya la había impresionado al conocerlo, tres años antes. Desde entonces, cada vez que lo veía, se le iluminaba la cara. Alto y delgado, de pelo castaño y facciones marcadas, tenía los ojos azules más vivos que había visto jamás. En lugar de su atuendo normal de trabajo: traje negro, camisa de color azul claro y corbata de color rojo oscuro; ese día llevaba una camisa negra y pantalones normales. Juliet pensó que seguramente acababa de volver de su último viaje y había ido a palacio directamente.

Era un hombre de muchas facetas. Profundamente serio algunas veces y con gran sentido del humor otras. Debajo de la fachada educada y culta, siempre parecía arder una especie de llama.

En ese momento, estaba sencillamente guapísimo… y muy enfadado.

–¿Que qué ha ocurrido? –repitió Luc–. No te lo creerías si te lo contara.

–Claro que sí. ¿Has encontrado finalmente al heredero?

Juliet sabía que a Luc, como jefe de seguridad de St. Michel, le había sido encomendada la misión de encontrar al desaparecido heredero al trono.

–Parece que sí.

–Pues no pareces muy contento con el resultado.

Juliet rodeó la mesa de roble que le servía de escritorio y se colocó en la parte delantera. Mientras lo hacía, deseó haberse puesto algo más femenino que el top y la falda negra que llevaba.

–¿Quién es? Sabemos ya que no es Sebastian LeMarc. Lo que dijo resultó ser falso.

–La que mintió fue su madre, no él. Las madres a veces son muy mentirosas –dijo él con amargura.

Juliet, preocupada, puso una mano sobre el brazo de Luc, y eso hizo que este dejara de deambular.

–Cuéntamelo, Luc. Dime lo que está pasando. Sabes que puedes contar conmigo.

A Juliet le dolía su falta de confianza. Pero Luc, tras unos segundos, comenzó a hablar.

–Acabo de volver de visitar a mi padre.

Eso tal vez explicaba su mal humor. Quizá estuviera enfadado por asuntos familiares y no por algo relacionado con el heredero.

–¿Fue mal la visita?

–Depende a quién se lo preguntes –replicó Luc crípticamente.

–¿Qué ocurrió?

–Primero tengo que ponerte en antecedentes. Mi madre murió cuando yo tenía seis años y mi padre se volvió a casar después.

–Tu madrastra era horrible –continuó Juliet–, hizo que te enviaran a un internado en Inglaterra. Primero estuviste en Eton y luego en Cambridge.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Luc frunciendo el ceño.

–¿No me lo has dicho tú?

–No, yo no hablo de mi familia a nadie.

–De acuerdo, leí tu currículum vitae. Antes de morir, el rey Philippe me concedió acceso libre a los archivos reales.

–Pero para hacer tu tesis sobre la historia de St. Michel no necesitas meter la nariz en mi archivo personal. Y no estoy seguro de que ponga que mi madrastra fuera horrible.

–Eso lo deduje yo. ¿Te has enfadado? –preguntó ella con la mejor de sus sonrisas.

Luc sacudió la cabeza.

–No. Esta vez te perdono. De todos modos, desde que me fui a estudiar a Inglaterra, mi padre y yo no hemos tenido apenas contacto. Quizá, si nos hubiéramos visto más a menudo, las mentiras habrían salido antes.

–¿Qué mentiras?

–Mentiras sobre muchas cosas. Mentiras sobre el hombre que yo pensaba que era mi padre, sobre mi madre y sobre el hombre que soy hoy –la voz de Luc expresaba emoción.

Juliet nunca había visto a Luc tan enfadado. No sabía si era por el internado en Inglaterra o por haber trabajado tanto tiempo para la Interpol, pero Luc siempre había sabido controlar sus sentimientos. Era un hombre discreto, que solía mantener cierta distancia con los demás.

Juliet sospechaba que era debido a su educación. Una educación en un internado que lo había apartado de su familia. Ella conocía bien ese sentimiento. Como hijastra del rey fallecido, nunca se había sentido parte de la familia real. Sus hermanastras, que en el pasado habían sido princesas, nunca la habían hecho sentir deliberadamente que no fuera parte de la familia, pero se sentía diferente a ellas. Para empezar, era morena, y también tímida y estudiosa, a diferencia de las otras, que eran rubias, simpáticas y extrovertidas.

Siempre había sentido que aquel no era su hogar. La única persona que le había ofrecido su amistad era Luc. Aunque él tenía treinta y dos años y ella solo veintidós, era muy madura para su edad y se sentía muy unida a Luc. Pero, por miedo a arruinar su amistad, nunca se había atrevido a analizar por qué se sentía tan unida a él.

Sabía que Luc la veía solo como una amiga y eso estaba bien. Se conformaría con lo que tenía. Sería la mejor amiga que Luc hubiera tenido nunca.

–No sé qué mentiras son esas sobre tu padre o tu madre, pero sí puedo hablar del hombre que eres hoy. Eres una persona sincera y honrada.

–¡Juliet, no sabes lo que es descubrir que tu vida entera está basada en una mentira!

–Y no lo voy a saber nunca si no me dices lo que ha pasado –contestó ella con un ligero tono de impaciencia.

–Estoy hablando de un modo incoherente, ¿verdad?

–No, no te preocupes. Pero, ¿por qué no me lo cuentas desde el principio?

–¡Ah, el principio! Bien, pues eso nos lleva al matrimonio de Philippe con Katie. El matrimonio que aseguraron al joven príncipe que no era válido porque Katie era menor de edad.

–Sí, pero nosotros sabemos ahora que no era cierto –le recordó Juliet–. El matrimonio era totalmente legal. Por eso has estado todos estos meses buscando al hijo que nació de su unión.

–Bueno, pues la búsqueda ha terminado.

–Y por eso es por lo que tienes un mal día, ¿verdad?

–Exactamente.

–Todavía no me has dicho quién es.

–Lo sé. Pero es porque me resulta bastante difícil aceptar todo este asunto.

–¿Todo este asunto?

–Bueno, descubrir que mi padre no es mi padre, en primer lugar.

La impaciencia de Juliet se disipó momentáneamente.

–Oh, Luc.

ÉL trató de quitarle importancia con un gesto, pero no lo consiguió, y se notaba que estaba más nervioso de lo que quería dejar ver.

–Mi vida se está convirtiendo en una de esas telenovelas americanas.

–¿Te lo confesó tu padre?

–Fui a verlo para llegar al fondo de todo este lío.

–¿Qué lío?

–Tenía motivos para creer que Albert Dumont quizá no fuera mi verdadero padre y él me lo ha confirmado. Mi madre había estado casada con otro hombre antes de conocerlo a él.

–¿Sabía Albert quién era tu padre?

–No lo supo al principio. Lo único que sabía era que mi madre no era feliz con Robert Johnson, su anterior marido, y que se divorció de él. Al parecer, la engañaba. Albert hacía negocios con las empresas para las que trabajaba Robert Johnson y conoció a mi madre en un acto oficial.

Luc hizo una pausa.

–Albert también estaba divorciado y, cuando mi madre se divorció, se casaron y se instalaron en Francia. Yo tenía entonces dos o tres años. Sé que el padre de mi madre murió poco después y mi madre se quedó sin familiares en América.

–¿Así que Albert creyó que tú eras hijo de Robert Johnson?

–Bueno, no exactamente. Al parecer, Albert sabía que mi madre estaba embarazada de otro hombre cuando se casó con Robert. Mi madre le pidió a Albert que fuera un padre para mí. Incluso le pidió que hiciera un certificado de nacimiento falso con el nombre de Luc Dumont. En él, aparecía Albert como mi padre y Katherine como mi madre.

Juliet comprendió entonces por qué Luc se sentía traicionado. El hombre al que siempre había querido como a un padre, resultaba que no lo era. Y para ocultarlo habían sido necesarias muchas mentiras.

–Luc Dumont en realidad no existe.

–Por supuesto que existes. Ahora mismo estás delante de mí, caminando de un lado para otro como un león enjaulado.

–¿Por qué te han puesto aquí? –se dejó caer en la silla vacía y clavó en ella una mirada grave–. Te podían haber puesto un despacho mayor en la zona norte.

–Me encanta esta habitación –aseguró ella.

Las paredes de piedra databan del siglo XVI. En su irregular superficie estaban todavía las marcas del cincel.

Aparte de la mesa de roble, había recuperado del almacén de palacio dos sillones tapizados con seda china, una estantería de caoba y un armario de estilo victoriano, forrado con cretona y que ocupaba una de las esquinas. Finalmente, también había puesto una alfombra oriental.

–Además, se ve el jardín desde la ventana –añadió.

Juliet se detuvo brevemente a mirar las rosas silvestres que subían por los muros de la torre, los arbustos que crecían un poco más allá y junto a los que había rododendros y algunas azaleas tardías, sobre las cuales revoloteaban tres mariposas blancas.

Nunca se cansaba de mirar la naturaleza. Eso alimentaba su alma. Aunque nunca se lo había dicho a nadie. Los demás pensaban que era un poco rara, una persona ensimismada y solitaria.

–La torre es una de las partes más antiguas del palacio –añadió–. Y como estoy haciendo la tesis sobre la historia de St. Michel, es el lugar ideal para trabajar.

–Y está tan cerca de la caldera, que en invierno oyes el ruido que hace.

–Sí, pero ahora es primavera y no me molesta –dijo, volviéndose hacia él–. No trates de convencerme, soy muy tozuda. Una vez que se me mete una idea en la cabeza, tengo que llegar al final. Así que volvamos a tu familia. Me has dicho que todo empezó con el matrimonio del príncipe Philippe y Katie. ¿Por qué? ¿Conocía Katie a tu madre?

–¿No lo entiendes? Katie era mi madre.

Juliet se quedó pálida.

–Pero… pero… eso significaría que tú eres…

–El príncipe heredero –asintió Luc–. Bingo. Ahora ya entiendes por qué he entrado diciendo que este es un mal día. Yo rastreando América y Europa en busca del heredero, y resulta que soy yo. ¿No te parece una ironía?

Ella no sabía si era irónico, pero desde luego era un suceso bastante extraño.

Cuando él había dicho que su padre no era en realidad su padre, a ella no se le había ocurrido relacionarlo con la investigación que estaba llevando a cabo. Luc siempre le había parecido, igual que ella, un marginado dentro del círculo de la realeza.

Pero ya no lo era. Así que la unión que existía entre ellos iba sin duda a romperse.

–Eres el heredero desaparecido –repitió ella despacio–. Tu padre era…

–El rey Philippe, quien, cuando todavía era príncipe, se casó con Katherine, mi madre, a quien llamaba Katie. Yo debería haberlo relacionado –se había puesto en pie y estaba caminando de nuevo por la habitación–. Soy un investigador con experiencia, ¡por el amor de Dios!

Luc soltó un suspiro.

–Pero nunca se me habría ocurrido –añadió–. Mi madre murió cuando yo era muy pequeño y apenas la recuerdo. Lo único que tengo es un libro que ella solía leerme. Un libro que conservo por motivos sentimentales.

–¿Quién más lo sabe?

–Algunas veces me parece que todos me conocen.

–¿Qué vas a hacer?

–¿Cómo voy a saberlo? Todavía estoy intentando asumirlo.

–La reina Celeste no va a alegrarse mucho.

La reina Celeste era la cuarta esposa del rey Philippe. Cuando el rey había muerto de un infarto, todo el país lo había sentido, pero para los habitantes del palacio había sido una verdadera catástrofe.

Según las leyes de St. Michel, solo podían acceder al trono los varones, así que cuando la reina madre había reunido a todos para decirles que el rey se había casado en secreto con dieciocho años y que había tenido un hijo… el palacio entero había temblado.

–Celeste sigue manteniendo que el hijo que está esperando es un varón –dijo Juliet.

–Y supongo que sigue negándose a hacerse pruebas para comprobarlo, ¿me equivoco?

–Exacto.

–¡Vaya desastre!

–Pero ahora tú eres el heredero –repitió Juliet–. El varón primogénito. El futuro rey de St. Michel. Voy a tener que acostumbrarme a hacerte reverencias.

–Si me haces una reverencia, te dejo de hablar –le advirtió él.

–Pero es el protocolo.

–¿Y qué se yo de protocolos y de ser rey?

–Bueno, por lo menos sabes dar órdenes –señaló ella con una sonrisa.

–Cierto, dar órdenes es fácil. Pero decirle a la reina madre y al primer ministro lo que he descubierto no lo va a ser.

–¿Por qué no?

–¿Quién va a creer que yo soy el futuro rey? No soy muy diplomático. No sé cómo se gobierna un país.

–Puedes aprender. Estoy segura de que el primer ministro y la reina madre se alegrarán de la noticia.

–He traído pruebas –dijo bruscamente–. No tanto para convencerlos a ellos, como para convencerme a mí. Mi madre dejó la llave de una caja fuerte a cargo de Albert, por si yo alguna vez preguntaba por mi nacimiento. Como yo no sabía que Albert no era mi padre, era improbable que alguna vez preguntara algo. Dentro de la caja estaba mi certificado de nacimiento.

Luc se quedó pensativo unos instantes.

–Al principio –continuó diciendo–, pensé que podría ser también falso, pero lo comprobé, esta vez utilizando el nombre de mi madre, y resultó ser verdadero. Antes de ello, yo buscaba a Katie Graham, que es el nombre que aparece en el certificado de boda con el príncipe Philippe. También había seguido el rastro de Katie hasta Tejas y descubrí que se había casado con Ellsworth Johnson.

–Pensé que habías dicho que se llamaba Robert Johnson.

–Los americanos tienen la horrible costumbre de no usar el primer nombre, especialmente los de Tejas. Robert era su segundo nombre. Todo estaba en la caja fuerte: los certificados de matrimonio, mi certificado de nacimiento y una carta de mi madre.

–¿De verdad? ¿Y qué decía?

–Todavía no la he leído.

–¿Por qué no?

–Porque no sé si la voy a poder perdonar –afirmó Luc–. Y no creo que haya en la carta nada que pueda justificar que me engañara o que permitiera que viviera en una mentira continua.

–Quizá tratara de protegerte. Era muy joven cuando te tuvo. Apenas dieciocho años. Estaba embarazada y sola. Se casó con Albert para darte un hogar y un padre.

–Se casó con un hombre sabiendo que estaba embarazada de otro –replicó Luc, apretando los puños–. ¿Qué honorabilidad hay en ese comportamiento?

–No lo sabrás hasta que no leas la carta.

–No necesito leerla para saber que lo que hizo no es propio de una persona íntegra.

–Entiendo que te sientas así, pero tienes que leerla, Luc.

–Si te interesa tanto, léela tú –dijo, sacando un sobre del bolsillo y tirándolo sobre la mesa–. A mí no me importa lo que diga. Y ahora, si me disculpas, tengo que preparar la reunión con el primer ministro y la reina madre. Pero, antes de nada, quiero dar un paseo para ordenar las ideas.

Dicho lo cual, Luc salió tan bruscamente de la habitación como había entrado.

Capítulo 2

 

Juliet se quedó mirando el sobre que Luc había arrojado encima de la mesa como si de una serpiente se tratara. Con dedo tembloroso, dibujó las letras de elegante caligrafía escritas en el dorso: Luc.

¿Qué había pensado su madre al escribir su nombre? ¿Había confiado en que Luc nunca se enteraría de que era el heredero al trono de St. Michel? ¿Lo habría imaginado siquiera? Por lo que le había dicho Luc, a Katie le habían asegurado que su matrimonio con Philippe no tenía ninguna validez.

Eso significaba que Katie había pensado que su hijo era ilegítimo y por eso había hecho todo lo posible por ocultárselo.

Juliet sabía la importancia que tenía la legitimidad. Las princesas lo habían sufrido en sí mismas. Sobre todo Lise, cuyo primer marido, Wilhelm, había vendido la exclusiva a un periódico sensacionalista. Cuando salió a la luz que el rey Philippe había tenido una primera mujer, de la que no se había divorciado, los paparazzi habían irrumpido en el palacio de Bergeron como un puñado de buitres buscando el escándalo.

Las princesas ya se habían ido del palacio. Marie-Claire se había casado con Sebastian, Ariane se había ido a Rhineland y se había casado con el príncipe Etienne y Lise finalmente había encontrado la felicidad al lado de su cuñado, el bondadoso Charles Rodin. Su hermana Jacqueline estaba visitando a unos parientes en Suiza y su hermano Georges se había ido a esquiar a Perú.

Por lo menos, la historia había acabado bien para las tres princesas, que habían encontrado finalmente al hombre de sus sueños.

Juliet se dio la vuelta y se miró el pequeño espejo que había sobre la estantería de la pared opuesta. Lo había colocado allí para que reflejara la vista del jardín, más que por vanidad.

No tenía mucho de qué presumir. Sus ojos verdes eran bonitos, suponía, pero su pelo oscuro era muy rebelde. En ese momento, estaba luchando por escapar del recogido que se había hecho utilizando un lápiz. Sus cejas eran muy pobladas, o eso le había dicho una vez su compañera de habitación del internado, y su boca era demasiado grande para resultar bonita. Hasta tenía pecas, algo que las princesas nunca tenían.

Por otra parte, no era ninguna princesa. Solo era la hermanastra fea, inteligente y estudiosa, que estaba más interesada en el pasado que en el futuro.

Aunque eso sí, las pocas veces que pensaba en lo que este podía depararle, se veía al lado de Luc. Su mirada se apartó entonces del espejo y se volvió hacia el sobre.

El hecho de que Luc fuera el heredero al trono lo cambiaba todo.

Ella no tenía ninguna de las cualidades que podían hacer feliz a un rey. Ni siquiera había podido satisfacer a Armand Killey, el hijo de un millonario de St. Michel. Tres años antes, Armand le había dicho que amaba su belleza silenciosa y ella se lo había creído todo. Su madre había muerto poco antes y se sentía muy sola.

Pero Armand en realidad no la había querido. Solo la había utilizado para acercarse al rey. Juliet había oído la conversación entre el rey y él y se había quedado destrozada. También se había enfadado consigo misma por haberse creído todas las mentiras de Armand y por haberse enamorado de él.

–¿Has leído ya la carta? –le preguntó Luc, interrumpiendo sus pensamientos.

Luc había vuelto a entrar de improviso.

–No –contestó ella.

Se quitó el lápiz del moño y el cabello cayó suelto sobre sus hombros. Luego se volvió hacia Luc.

–No la he leído y no voy a leerla hasta que tú no lo hagas.

–Entonces vas a tener que esperar mucho tiempo –replicó él–, porque no tengo ninguna intención de leerla.

–Luc –al decirlo, cubrió la mano de él con la suya–, ahora estás enfadado. No tomes ninguna decisión hasta que no te tranquilices.

–¿Que no tome ninguna decisión? Tengo que tomarla. En primer lugar, he de contarles al primer ministro y a la reina madre lo que he descubierto. Tengo una reunión con ellos en menos de media hora.

Juliet trató de no sentirse ofendida cuando Luc se apartó de ella. Era normal, Luc tenía en esos momentos muchas cosas que solucionar.

–Como ya te he dicho, estoy segura de que se alegrarán de la noticia.

–Te repito que yo no sé nada de reyes.

–Pero hay algo bueno, ¿sabes? Por lo menos no tendrás que preocuparte por llevarte bien con el nuevo rey.

–Sabía que tú encontrarías el lado bueno.

–Me haces sentirme como una adolescente ingenua que cree en los finales felices.

–¿Es que no crees en los finales felices?

–Mi madre nunca encontró un final feliz –recordó Juliet con tristeza–. Se casó con Philippe por su sentido del deber, para proteger a sus hijos, a Georges y a mí. No creo que llegara a amar a Philippe como amó a mi padre. Y eso quizá fue lo mejor, porque el rey solo quería de ella una cosa: que le diera un hijo varón. Y ella murió precisamente tratando de darle ese varón.

–¿Sientes amargura por ello?

–Trato de que no me afecte, pero a veces es difícil –admitió–. Después de que el primer hijo naciera muerto, los médicos le advirtieron a mi madre que otro embarazo conllevaría muchos riesgos. Pero el rey no hizo caso y mi madre continuó tratando de cumplir sus deseos. Jacqueline nació un año después. Aquel embarazo transcurrió sin problemas y me imagino que Philippe y mi madre se relajaron.

Juliet se quedó en silencio unos instantes, sintiendo un nudo en la garganta.