El triunfo del cariño - Victoria Pade - E-Book
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El triunfo del cariño E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Aquellas Navidades blancas invitaban al romance. ¿Alguno de nuestros lectores sabe qué hombre de la familia Traub de Rust Creek Falls ha sido visto acaramelado con una Crawford muy embarazada? Los lectores más astutos habrán adivinado que estamos hablando del divorciado ranchero Dallas Traub, que hace unas semanas rescató de un accidente de coche en la nieve a Nina Crawford, la encargada de la tienda. Pero ¿podrán sobrevivir estos novios a la rencilla de sus familias, a tres niños revoltosos y al bebé que está deseando nacer antes de tiempo? Solo Santa Claus lo sabe con seguridad… ¡y puede que lo que este año deje en la chimenea sea un regalo de amor!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El triunfo del cariño, n.º 96 - diciembre 2014

Título original: The Maverick’s Christmas Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5607-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

ESTO no está bien… —murmuró Nina Crawford cuando detuvo el coche en la señal de stop de la aislada carretera secundaria situada a las afueras de su pueblo natal.

La madre naturaleza no había sido amable con Rust Creek Falls aquel año. Primero la inundación veraniega que había devastado la pequeña localidad de Montana, y ahora, cuando todavía estaba tratando de recuperarse, era azotada por una tormenta de nieve en diciembre.

La previsión meteorológica anunciaba una tormenta moderada que llegaría a última hora de aquella noche. Nina era la encargada de la tienda familiar del pueblo, y fiándose de la previsión, cuando una clienta anciana y con artrosis llamó para que le llevaran una almohada eléctrica a casa, no vaciló en dejar la tienda en manos de sus empleados para ir a llevar el encargo. Y cuando la anciana, que estaba sola y vivía en una granja alejada del pueblo, le ofreció galletas navideñas y una infusión de manzanilla, Nina seguía sin sentir ninguna preocupación por dedicar una hora a aquella visita.

Pero el cielo se había ido oscureciendo cada vez más con nubes de tormenta, y cuando cayeron los primeros copos mucho antes de lo que se suponía, Nina se marchó.

Y se encontró a varios kilómetros de su casa mientras un viento fuerte convertía la nieve en un ciego frenesí.

La temperatura se desplomó rápidamente, y la nieve había empezado a congelarse en las ventanillas del coche de Nina, añadiendo una nueva limitación a su visión. Bajó la ventanilla de su lado con la esperanza de ver si se acercaba algún otro vehículo por la izquierda.

No ayudó mucho. La visibilidad era muy mala.

Observó el cruce en busca de alguna señal que pudiera indicarle si se acercaba otro coche. Pero no vio ninguna luz en aquellas condiciones, y lo único que oía era el aullido del viento. Así que, confiando en que no hubiera moros en la costa, subió la ventanilla y se aventuró a girar hacia la derecha.

Pero en cuanto lo hizo vio las luces. Se dirigían directamente hacia ella.

Giró bruscamente para tratar de evitar una colisión, y el otro vehículo hizo lo mismo.

Lo siguiente que Nina supo fue que su coche había caído de morro en una zanja y que ella, que estaba embarazada, tenía la tripa clavada contra el volante.

Entonces fue cuando sintió el primer dolor.

—No, no, no, no…

Tratando de contener el creciente pánico, hizo lo posible por tratar de apartarse del volante. Algo que, dada la posición, no resultaba fácil.

Salía de cuentas el trece de enero. Todavía faltaban dos semanas para Navidad. Si su bebé nacía ahora, lo haría con un mes de antelación.

No podía dar a luz con un mes de antelación.

No podía…

Dio un respingo al oír cómo alguien golpeaba el cristal de su ventanilla.

—¿Estás bien? —le gritó la voz de un hombre.

Nina no había chocado contra nada, así que el airbag no había saltado y el motor seguía en marcha. Pero estaba confusa y asustada, y no sabía si estaba bien. No podía pensar con claridad.

Entonces la puerta se abrió desde fuera, y allí delante estaba Dallas Traub.

No era precisamente alentador ver a un miembro de la familia que llevaba varias generaciones enfrentada a la suya.

—¿Estás bien? —repitió él.

—No lo sé. Puede que me haya puesto de parto. Creo que necesito ayuda…

—De acuerdo, mantén la calma. Mi camioneta también está atascada al otro lado de la carretera. Pero al menos no ha quedado tan empinada como tu coche. Si puedes salir de aquí, podrás tumbarte en la parte de atrás de mi camioneta.

El miedo y el punzante dolor del abdomen dejaron a Nina sin capacidad para discutir. Aunque fuera un Traub, era la única persona a mano, así que iba a tener que aceptar su ayuda.

—¿Puedes apagar el motor? —le preguntó Dallas.

Aquello tenía sentido, pero a ella no se le había ocurrido. Y sí, podía. Lo hizo y dejó las llaves en el contacto.

—Me alegro de que puedas mover los brazos. ¿Puedes sentir todo, los brazos, las piernas, los pies?

—Sí.

—¿Te has golpeado en la cabeza? ¿Te duele el cuello?

—No, ninguna de las dos cosas. Solo he chocado contra el volante.

—¿Sangras por algún sitio? ¿Has roto aguas?

Por extraño que pareciera, ni aquella pregunta tan personal sonaba fuera de lugar en aquel momento.

—No, creo que no estoy sangrando. Y estoy completamente seca…

—Bien. Todo bien —aseguró Dallas—. ¿Te parece bien que te saque de ahí?

—Creo que sí…

—Deja que yo haga todo el trabajo —le aconsejó él.

Le pasó el brazo por debajo de las piernas, el otro por la espalda y tiró de ella con cuidado pero con fuerza hasta que Nina se vio lejos del volante y acurrucada en su enorme y masculino pecho.

—Tal vez pueda andar… —sugirió.

—No vamos a arriesgarnos —aseguró Dallas cruzando la carretera sin perder un instante.

Llevaba puesta una gruesa cazadora de ante forrada de borrego, pero Nina supo que era todo músculo por debajo porque la llevaba como si fuera una pluma. Y cuando llegaron a la camioneta blanca, que resultaba prácticamente invisible entre la nieve, Dallas se las arregló incluso para abrir la puerta de atrás.

Otro calambre atravesó a Nina cuando la dejó en el asiento de atrás. Se le debió notar el pánico, porque Dallas dijo:

—No pasa nada. Respira hondo. Pasará y conseguiremos que venga alguien antes de que te des cuenta.

—¿Y si mi bebé no quiere esperar? —preguntó ella aterrada.

—He estado presente en el parto de mis tres hijos y he ayudado a nacer a más animales de los que puedo recordar. Llegado el caso, puedo encargarme. Todo va a estar bien.

A Nina se le pasó por la cabeza la idea de llamarle mentiroso, porque nada estaba bien. Pero había algo tranquilizador en su actitud, en su manera de hacerse cargo de la situación. Y aunque fuera un Traub, Nina confiaba en que fuera capaz de ayudarla en aquel trance llegado el caso.

Pero, por favor, que el caso no llegara…

—Deberíamos conservar el combustible, así que voy a encender el motor solo lo justo para calentar esto y luego volveré a apagarlo —explicó Dallas cerrando la puerta de atrás y entrando en la cabina para encender el motor—. Pero voy a dejar las luces de posición encendidas para asegurarme de que nos vean en la nieve si alguien se acerca.

El aire caliente empezó a salir al instante, pero Nina se sentía ahora más incómoda tumbada, así que se incorporó para comprobar si eso ayudaba.

Así fue.

—A ver si puedes conseguir que venga alguien —le pidió a Dallas.

Él intento hacer una llamada con el móvil, pero no tenía señal.

—Prueba con el mío —sugirió Nina sacándolo del bolsillo del abrigo mientras contenía una nueva oleada de pánico.

Pero su teléfono resultó tan inútil como el de Dallas.

—Oh, Dios —gimió ella mientras todos los músculos de su cuerpo se ponían en tensión.

—¿Otra contracción? —preguntó Dallas.

—No, no creo —estaba tan asustada que ya no sabía lo que sentía.

Dallas se puso de lado en el asiento delantero.

—Vamos a estar bien. Te lo prometo.

Lo dijo de un modo que le creyó, y Nina volvió a relajarse un poco.

Hasta que él dijo:

—Ahí fuera hay algunas zonas en las que puede haber señal si encuentras el punto exacto. Caminaré un poco a ver si…

—¡No! ¡No puedes marcharte! —exclamó Nina entrando otra vez en pánico—. ¿No conoces esas historias de los granjeros que se pierden en tormentas de nieve como esta cuando intentan encontrar el camino entre su casa y la cuadra? ¡No puedes irte!

—Conozco las historias —respondió él.

Entonces se bajó de la camioneta.

Un instante más tarde se subió en el asiento de atrás a su lado. Llevaba consigo un rollo de cuerda gruesa que Nina le había oído sacar del maletero. Bajó una de las ventanillas de atrás, colocó ahí un extremo de la cuerda y arrojó el resto fuera. Luego volvió a subir la ventanilla, dejando el extremo enganchado.

—De acuerdo —dijo pasándole la cuerda a Nina—. Sujeta esto. Yo me agarraré al otro extremo, y no iré más lejos de lo que mide la cuerda. Si me necesitas, tira y volveré al instante. En caso contrario, yo la utilizaré para asegurarme de que sé cómo regresar.

—¿Tendrás cuidado?

—Lo tendré. Y dejaré el motor encendido para mantenerte en calor mientras tanto, ¿de acuerdo?

—Supongo que sí —accedió Nina a regañadientes mientras sujetaba la cuerda con el puño muy cerrado.

Dallas Traub le puso la mano en la suya y la apretó.

—Todo va a salir bien —aseguró confiado.

Sintió el calor de su mano, y también se dio cuenta de que la tenía un poco áspera y dura, signos del duro trabajo del rancho. Aquello inspiró más confianza en Nina, y la renovada certeza de que podría ocuparse de ella. Aunque fuera un Traub.

Nina consiguió incluso sonreír débilmente.

—Ten cuidado —le pidió, pensando también en la seguridad de Dallas.

—Lo tendré.

Dallas le soltó la mano, y a Nina le sorprendió echar de menos su contacto. En eso pensaba cuando él abrió la puerta, se agachó bajo la cuerda y se marchó, dejándola sola. También lamentaba haber perdido su compañía. Su reconfortante presencia.

El contacto, la compañía y la presencia de un Traub.

Cerró los ojos y aspiró con fuerza el aire, haciendo un esfuerzo por tranquilizarse por el bien del bebé, pidiéndole en silencio que descansara, que no naciera aquel día…

Entonces sintió otra contracción.

—No, por favor, todavía no —le suplicó a su hijo no nacido y al destino, como si aquello pudiera evitar que se pusiera de parto.

¿Cuánto tiempo llevaba Dallas Traub fuera? Le parecía que una eternidad. Nina miró a través del parabrisas con la esperanza de verle, pero solo veía nieve.

Captó su propia imagen en el espejo retrovisor y se dio cuenta de que tenía el gorro torcido. Por alguna extraña razón, lamentó que Dallas la hubiera visto desaliñada, así que se ajustó el gorro. También se dejó llevar por el impulso de arreglarse la melena que le salía del gorro y le caía por los hombros.

Las mejillas, normalmente sonrosadas, estaban ahora pálidas y se las pellizcó para darles un poco de color. El rímel había sobrevivido al accidente y a todo lo que había sucedido a continuación, pero desgraciadamente, tenía un brillo en la fina y recta nariz que no le gustó.

Trató de borrarlo con el dorso de la mano, lamentando haber dejado en el coche el bolso con los polvos para la cara. Y también el lápiz de labios.

No es que estuviera pensando en pintarse los labios en medio de aquel posible peligro por coquetería, solo quería evitar que se le cuartearan, se dijo. Desde luego, no le importaba lo más mínimo el aspecto que tuviera en aquel momento, cuando acababa de sufrir un accidente y podía estar poniéndose de parto. Y menos para que la viera un Traub.

Pero cuánto deseaba que aquel Traub en concreto regresara…

Consideró la posibilidad de tirar de la cuerda, pero se negó a hacerlo. Necesitaban ayuda, y si había alguna posibilidad de conseguir señal telefónica, no podía renunciar a ella.

«Pero vuelve pronto, vuelve pronto…».

Entonces, como contestando a su silenciosa plegaria, se abrió la puerta de atrás y apareció Dallas.

Nina tampoco entendía por qué le impactó su aspecto en aquel instante, pero le asombró lo alto que era y lo anchos que tenía los hombros. Era todo un hombre del Oeste.

Pero no fue solo el tamaño de su cuerpo lo que le impresionó. Era remarcablemente guapo, algo en lo que nunca había reparado durante la cantidad de veces que debían haberse cruzado en Rust Creek Falls.

Nina conocía a todos los Traub de vista, pero nunca se había fijado al detalle en ninguno de ellos. Ahora se dio cuenta con asombro de que Dallas era guapo al estilo viril, con la nariz algo ganchuda pero de estilo elegante, labios carnosos y unos impresionantes ojos azules con un leve toque gris.

—¿Has conseguido llamar? —le preguntó mientras él sacaba el extremo de la cuerda por la ventanilla, la recogía para guardarla en el maletero y subía al asiento con ella.

—No —dijo cerrando la puerta tras él y luego la ventanilla—. Estamos en una zona muerta. Pero no te preocupes. Alguien vendrá a buscarnos. Mis padres están en su casa con mis tres hijos. Enseguida empezarán a preguntarse dónde estoy. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy bien… —respondió Nina con escaso convencimiento.

—¿Has tenido más contracciones?

—Una —admitió ella.

—¿Y el calor? ¿Crees que podríamos apagar el motor un rato?

—Claro. Sí tú ya has entrado en calor.

Dallas se inclinó hacia delante para hacerse con la llave, y Nina le miró de reojo. Llevaba unos vaqueros que le marcaban el trasero y los fuertes muslos, pero Nina sabía que no tenía por qué estar fijándose en eso.

Entonces el motor se apagó y Dallas volvió a reclinarse en el asiento. Se giró hacia ella y se deslizó al borde del asiento.

—Aquí debería haber una manta —dijo bajando el respaldo de atrás.

Sacó una manta gruesa de cuadros del compartimento oculto detrás del asiento.

—Seguramente no te vaya a gustar esto, pero mantendríamos mejor el calor si compartimos manta y un poco de calor humano —dijo entonces.

—Está bien —accedió Nina, consciente de que tenía razón.

Y no le parecía tan terrible la idea de tenerle cerca ni de compartir manta con él. Pero prefirió no analizarlo.

Dallas abrió la manta de emergencia, la colocó sobre Nina y luego se inclinó para tirar del otro extremo.

Luego se sentó lo suficientemente cerca como para compartir el calor que exudaba y se tapó a su vez con la manta.

—¿Seguro que te sientes mejor sentada? —le preguntó.

—Sí.

—Si eso cambia y necesitas tumbarte, dímelo.

—Lo haré —aseguró Nina.

Se arrebujó más en la manta. Y, al hacerlo, se acercó más a él. A Dallas no pareció importarle que estuviera un poco pegada a su costado.

—Así que tú eres Nina Crawford, ¿verdad? —comentó él girando la cabeza para mirarla cuando la tuvo recostada—. ¿La encargada de la tienda?

Al parecer, Dallas Traub estaba tan poco al día de la vida de sus rivales Crawford como ella lo estaba de la de los Traub. Y como nunca habían estado el uno frente al otro como ahora, a Nina le sorprendió incluso que supiera su nombre.

—Sí, soy Nina. Y sí, dirijo la tienda —una tienda que los Traub apenas pisaban. Todo el mundo sabía que preferían hacer la compra en la vecina Kalispell antes de ayudar al negocio de los Crawford.

—Yo soy Dallas, por si no lo sabes.

—Vives en el rancho familiar, ¿verdad? El Triple T.

—Trabajo en el rancho, pero tengo mi propia casa dentro de la propiedad. Estoy divorciado y tengo tres hijos, Ryder, de diez años, Jake, de ocho y Robbie, que acaba de cumplir seis hace un par de semanas.

—¿Y tienes tú la custodia? —preguntó Nina.

Recordaba que nadie estaba muy seguro de lo que había pasado con su matrimonio, solamente que había terminado el año anterior por aquellas fechas. Hubo muchos rumores, y Nina recordó haber pensado que, dado que Dallas era un Traub, seguramente su mujer se lo había pensado mejor. Sin embargo, no le resultó tan fácil entender por qué su exmujer había dejado también a sus hijos.

Ahora, al apreciar el modo en que Dallas la cuidaba, el esfuerzo que estaba haciendo para distraerla con su charla, lo amable y cariñoso que se mostraba con ella, entendía menos por qué se había marchado su ex.

—Sí, yo tengo la custodia completa —dijo con cierta tristeza—. Mi familia me ayuda mucho, eso es verdad, pero de todas maneras…

—Eres tú el que está al cargo. De tres niños.

—Y no es fácil ser padre soltero —aseguró mirándole de reojo el vientre—. Supongo que no sé demasiado de los Crawford —dijo entonces—. De quién más sé es de tu hermano Nathan, porque se presentó a la alcadía.

—Se presentó contra tu hermano Collin y perdió —le recordó ella.

—Pero creo que no sabía que estuvieras casada y embarazada.

—Embarazada sí, casada no. Nunca lo he estado.

—Pero estabas con alguien, ¿verdad? ¿Con Leo Steadler? Trabajó con nosotros hace un par de años, y…

—Estuve cuatro años con Leo.

Cuatro años que habían terminado en desilusión, pensó ella.

—Pero se marchó del pueblo, ¿verdad?

Nina percibió la confusión y el recelo.

—Así es.

—¿En lugar de asumir las consecuencias?

Parecía que estuviera ultrajado. Nina sonrió.

—El niño no es de Leo.

—Ah.

Nina volvió a sonreír. Se hacía a la idea de cómo estaba llenando los huecos en blanco. Era lo mismo que había hecho su familia: asumir primero que el niño era de Leo, y luego que había tenido una aventura en venganza cuyo resultado había sido un embarazo no deseado.

Pero todos estaban equivocados. Y como no se avergonzaba de las decisiones que había tomado y había sido completamente sincera con todo el mundo, decidió que también podía serlo incluso con Dallas Traub.

—Después de perder cuatro años con Leo, cuando todo acabó decidí que no iba a esperar a que llegara ningún otro hombre —y le hiciera vagas promesas diciéndole «algún día»—, nunca se sabe cuánto tiempo puede tardarse en conocer a alguien.

—Si es que alguna vez pasa —murmuró Dallas, como si no tuviera ninguna esperanza de encontrar a su alma gemela.

—¿Y entonces qué? —continuó Nina—. ¿Y si pasaba un año, o dos, o tres, o cuatro y me encontraba justo donde estaba después de Leo? Sería más vieja y seguiría sin tener el bebé que siempre quise tener. La familia que quiero. A veces tienes que ir en busca de lo que quieres independientemente de lo que piensen los demás. Así que me tomé un tiempo libre y fui a un banco de esperma de Denver sin decírselo a mi familia.

—¿Lo hiciste tú sola?

—Sí —aseguró ella con convicción—. No veía necesidad de contárselo a gente que iba a intentar disuadirme, así que lo hice. Y voilà! Gracias a la magia de la medicina moderna, voy a tener el bebé que quería. Sola.

Nina le miró y vio que estaba asintiendo lentamente con la cabeza, arqueando las cejas sobre aquellos ojos azules y grises.

—Vaya —dijo, como si no supiera muy bien cómo tomárselo—. Mi familia es muy tradicional y se habría asustado con algo así. ¿Cómo se lo tomó la tuya?

—Se asustaron —confirmó Nina—. Pero una vez que se asentó el polvo… —se encogió de hombros—. Siempre he sido muy independiente y muy obstinada. Cuando pongo la mente en algo, no hay quien me detenga. Mi familia está ya acostumbrada. Y tener un hijo es algo bueno, así que tras el impacto inicial, todos me han apoyado.

—Eso está muy bien. En caso contrario, tener un hijo tú sola te habría resultado abrumador.

—Pero no quería esperar más.

—Pareces demasiado joven como para que tu reloj biológico se haya puesto en marcha ya.

—Eso mismo decía mi familia. Tengo veinticinco, así que supongo que la edad no es el problema. Pero siempre he querido tener hijos joven, antes de los treinta. No sé cuántos años tienes tú, pero si tienes un hijo de diez años, seguramente lo tendrías joven, ¿no?

—Tengo treinta y cuatro, así que Ryder nació cuando tenía veinticuatro.

—Eso significa que tendrás la oportunidad de estar todavía aquí para ver a tus hijos a los cuarenta, los cincuenta y los sesenta. Para conocer a tus nietos y tal vez a tus biznietos. Yo también quería eso. La familia es lo más importante para mí.

—Pero, ¿no se trata acaso de hacerlo con un compañero? —preguntó Dallas con cierto tono de derrota.

—Eso es lo ideal, pero mírate a ti. No hay garantías de que aunque tengas un compañero, sigas luego con él.

—Ya —reconoció él—. Pero la paternidad en solitario es un camino duro. Yo nunca sé si estoy a la altura. Sobre todo últimamente.

Nina sentía curiosidad por lo que estaba diciendo, pero de pronto sintió un dolor más agudo que los anteriores y separó la espalda del respaldo.

Dallas se incorporó igual de rápido, se giró hacia ella y le pasó el brazo por detrás.

—No pasa nada —le dijo en un tono viril que Nina encontró tremendamente tranquilizador—. Capea el dolor. No luches contra él. Respira.

Nina trató de hacer todo aquello, pero el dolor era muy agudo. Cerró los ojos para no pensar en ello ni sentir miedo.

—No pasa nada —repitió Dallas—. Todo va a estar bien.

Entonces Nina sintió sus labios en la sien en un beso dulce y tierno que identificó como una reacción completamente involuntaria por no saber qué más decirle.

El dolor desapareció tan rápidamente como había llegado y Nina descansó.

El hecho de que descansara encima de Dallas Traub tampoco fue premeditado, simplemente sucedió.

Pero él la abrazó como si lo hubiera hecho un millón de veces antes, y le pareció completamente natural apoyar la cabeza contra su pecho.

—Pasó mucho rato entre contracción y contracción —dijo Nina cuando pudo hablar—. Creí que habían parado.

—Es bueno que no surjan con regularidad. Cuando son las contracciones del parto, funcionan como un reloj. Tal vez esto sean solo espasmos musculares.

El bebé había estado moviéndose y dando pataditas normales mientras hablaban, así que no parecía estresado. Pero no había nada de tranquilizador en aquella situación.

—Pero te digo una cosa —comentó Dallas con tono ligero—, si termino trayendo al mundo a este niño tendrás que llamarle como yo. Dallas Traub Crawford.

Aquello hizo reír a Nina.

—A nuestras familias les daría un soponcio —aseguró—. Y no he querido saber si es niño o niña. Quiero que sea una sorpresa.

—Aunque sea niña, se puede llamar Dallas.

—Dallas Crawford —dijo ella. Y luego volvió a reírse—. Veamos. Primero tuve que convencer a todo el mundo de que Leo no es el padre, que me sometí a una inseminación artificial. ¿Y luego te meto a ti en la mezcla? No quiero ni imaginar los rumores.

—En Rust Creek Falls no se hablaría de otra cosa durante años.

—Y nuestras familias nos dejarían seguramente de hablar por unirnos al enemigo.

—Seguramente —reconoció Dallas riéndose a su vez.

De pronto aparecieron unas luces entre la nieve que venían en dirección del pueblo, y unos instantes más tarde un vehículo aparcó a su lado.

—¿Qué te dije? Ha llegado la ayuda —dijo Dallas.

Nina se incorporó y se apartó de él. Echó de menos sentir su brazo rodeándola cuando Dallas la soltó y se giró para abrir la puerta.

Gage Christensen, el sheriff de la localidad, estaba allí fuera.

—¿Has salido a dar una vuelta bajo la nieve? —bromeó Dallas.

Pero Nina escuchó alivio en su voz.

—Cuando se desató la tormenta, tu madre llamó a la granja a la que habías ido a entregar el heno para saber si ya te habías marchado de allí. Le dijeron que sí, y como no volvías a casa, me llamó.

Dallas miró de reojo a Nina.

—¿Qué te dije? La idea de verse atrapada con mis tres hijos ha hecho que envíe una patrulla para encontrarme lo antes posible —luego se giró otra vez hacia el sheriff—. Tengo aquí a Nina Crawford, y creo que necesita ir al hospital de Kalispell. Cuanto antes mejor.

Así que estaba más preocupado por su estado de lo que había dejado ver.

—Creo que puedo empujarte por detrás para que puedas salir —sugirió Gage.

—¿Por qué no me sacas de aquí y luego nos sigues? Me gustaría contar con tu apoyo. Cuando pase la tormenta, alguien puede venir a recoger el coche de Nina.

A ella le sorprendió que Dallas no aprovechara la oportunidad para librarse de la situación. Y agradecía que no lo hiciera, que se preocupara por ella.

—Veamos qué podemos hacer —dijo el sheriff volviendo al coche patrulla.

Dallas se giró hacia Nina y le dio un cariñoso apretón en el antebrazo.

—Tú relájate, estaremos en camino antes de que te des cuenta —dijo sonando seguro de sí mismo una vez más.

Nina asintió, aliviada al saber que iban a salir de allí.

Entonces Dallas se bajó, cerró la puerta de atrás, se puso tras el volante y encendió de nuevo el motor.

No pasó mucho tiempo hasta que sintieron un suave empujón en la parte de atrás. Luego se oyó el rápido girar de las ruedas y sintieron cómo la camioneta avanzaba unos centímetros hasta que las ruedas de Dallas volvieron a tener tracción sobre el suelo.

—Ahora ya estamos enfilados —aseguró él victorioso.

—El bolso... tengo que llevar la tarjeta del seguro —dijo Nina al darse cuenta de que iban a ponerse en camino.

—Yo te lo traigo —dijo Dallas parando suavemente la camioneta. Luego salió a toda prisa a la tormenta y regresó con su enorme bolso y las llaves.

—Gracias —le dijo ella cuando puso todo en el asiento delantero—. Gracias por todo lo que estás haciendo —añadió algo emocionada.

—Vamos a llevarte al hospital —aseguró Dallas poniendo la camioneta en marcha y dirigiéndola con cuidado hacia la cegadora tormenta.

Mientras le observaba la coronilla, Nina no pudo evitar maravillarse ante el hecho de que quien seguía cuidándola era nada menos que Dallas Traub.

Era cercano, cariñoso, fuerte, tranquilizador y guapo, y estaba encantada de que no se hubiera limitado a entregársela al sheriff.

Y en aquel momento no pudo evitar preguntarse por qué se suponía que debía odiarle.

Capítulo 2

ACOMPAÑÁNTES de Nina Crawford?

Dallas se puso de pie en cuanto oyó aquellas palabras. Estaba en la sala de espera de urgencias del hospital de Kalispell, donde permanecía desde que llegaron y se llevaron a Nina.

—Soy la doctora Axel —se presentó la mujer.

Dallas no sabía si admitir o no que no era de la familia, pero antes de que pudiera decir algo, la mujer continuó.

—Nina y el bebé están bien. Las punzadas que ha experimentado eran debidas al golpe contra el volante, no al parto. Nada indica que vaya a dar ya a luz. Hemos hecho una ecografía y el bebé parece estar bien. Además, le hemos puesto a Nina un monitor fetal y no parece haber signos de estrés.

—Estupendo —aseguró Dallas sintiendo un gran alivio.