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La unión entre el septuagenario don Roque y la jovencita doña Isabel se ve trastornada cuando, sin saberlo, don Roque invita a su casa al antiguo pretendiente de esta, que está buscándola tras volver a Cádiz. Una historial atemporal de celos, no querer asimilar la edad que se tiene y honor.
La primera comedia de Moratín fue estrenada el 22 de mayo de 1790, después de que varias compañías tuviesen que cancelar el proyecto.
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Veröffentlichungsjahr: 2021
El viejo y la niña
Comedia en tres actos
por
Leandro Fernández de Moratín
Edición basada en las siguientes ediciones:
Obras dramáticas y líricas de D. Leandro Fernández de Moratín, entre los Arcades de Roma Inarco Celenio,, París, Augusto Bobée, 1825.
Imprenta Real, Madrid, 1795, 2ª Ed.
Ilustraciones procedentes de:
Romancero de Durán (Tomo ii, nº 1356)
Imagen de portada: Viejo bendición una niña de rodillas, Tony Johannot , ¿1863?
De esta edición: Licencia CC BY-NC-SA 4.0 2021 Xingú
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/deed.es_ES
ADVERTENCIA
PERSONAJES
— I — ACTO PRIMERO
Escena I
Escena II
Escena III
Escena IV
Escena V
Escena VI
Escena VII
Escena VIII
Escena IX
Escena X
Escena XI
Escena XII
— II — ACTO SEGUNDO
Escena I
Escena II
Escena III
Escena IV
Escena V
Escena VI
Escena VII
Escena VIII
Escena IX
Escena X
Escena XI
Escena XII
Escena XIII
Escena XIV
Escena XV
Escena XVI
Escena XVII
— III — ACTO TERCERO
Escena I
Escena II
Escena III
Escena IV
Escena V
Escena VI
Escena VII
Escena VIII
Escena IX
Escena X
Escena XI
Escena XII
Escena XIII
Escena XIV
En el año de 1786, leyó el autor esta comedia a la compañía de Manuel Martínez, y los galanes fueron de opinión de que tal vez no se sufría en el teatro por la sencilla disposición de su fábula, tan poco semejante a las que entonces aplaudía la multitud; pero se determinaron a estudiarla a pesar de este recelo, persuadidos de que ya era tiempo de justificarse a los ojos del público, presentándole una obra original escrita con inteligencia del arte.
Costó no pequeña dificultad obtener licencia para representarla, y solo pudo conseguirse haciendo en ella supresiones tan considerables, que resultaron truncadas las escenas, inconsecuente el diálogo, y toda la obra estropeada y sin orden. La segunda dama de la compañía, que frisaba ya en los cuarenta, no quiso reducirse a hacer el papel de doña Beatriz, a fin de conservar siquiera en el teatro las apariencias de su perdida juventud. La comedia volvió a manos del autor y desistió por entonces de la idea de hacerla representar.
Dos años después, creyendo que las circunstancias eran más favorables, restableció el manuscrito y se lo dio a la compañía de Eusebio Ribera, bien ajeno de prevenir el grave inconveniente que amenazaba. Una actriz que, por espacio de treinta años, había representado con aceptación del público en algunas ciudades de Andalucía y en los Sitios Reales, mujer de gran talento, sensibilidad y no vulgar inteligencia en las delicadezas del arte, se hallaba entonces de sobresaliente en aquella compañía. Leyó la comedia, la aplaudió, la quiso para sí, y determinó representarla y hacer en ella el personaje de doña Isabel. Podía muy bien aquella estimable cómica desempeñar los papeles de Semíramis, Atalía, Clitemnestra y Hécuba; pero no era posible que hiciese el de una joven de diecinueve años sin que el auditorio se burlase de su temeridad. El conflicto en que se vio el autor fue muy grande, considerando que debía sacrificar su obra por un tímida contemplación, o que había de tomar sobre sí el odioso empeño de sacar de error a una dama, a quien ni la partida de bautismo ni el espejo habían desengañado todavía. Si la compañía de Martínez no hizo esta comedia porque una actriz se negó a fingir los caracteres de la edad madura, tampoco la compañía de Ribera debía representarla mientras no moderase otra cómica el infausto deseo de parecer niña.
Entre tanto, la comedia se iba estudiando, y el autor anunciaba en silencio un éxito infeliz, que se hubiera verificado si otro incidente no hubiese venido a disipar sus temores. El vicario eclesiástico no quiso dar la licencia que se le pedía para su representación, y el autor recogió su obra, agradeciendo la desaprobación del juez, que le libertaba de la del patio.
Pasaron dos años, y todo se halló favorable. Los censores aplaudieron el objeto moral, la regularidad de la fábula, la imitación de los caracteres, la gracia cómica, el lenguaje, el estilo, la versificación: todo les pareció digno de alabanza. Así varían las opiniones acerca del mérito de una obra de gusto; y tan opuestos son los principios que se adoptan para examinarla, que a pocos meses de haberla juzgado unos perjudicial y defectuosa, otros admiran su utilidad y la recomiendan como un modelo de perfección.
El público, supremo censor en estas materias, oyó la comedia de El viejo y la niña, representada por la compañía de Eusebio Ribera en el teatro del Príncipe, el día 22 de mayo de 1790. Aplaudió, si no el acierto, la aplicación y los deseos del autor, que daba principio a su carrera dramática con una fábula en que tanto lucen la regularidad y el decoro.
Juana García desempeñó el papel de doña Isabel, reuniendo a sus pocos años su agradable presencia y voz, la expresión modesta del semblante y la regular compostura de sus acciones. Manuel Torres, uno de los mejores cómicos que entonces florecían, agradó sobremanera al público en el papel de don Roque; y Mariano Querol supo fingir el de Muñoz con tal acierto, que pudo quitar al más atrevido la presunción de competirle.
Representada esta comedia en los teatros de Italia por la traducción que hizo de ella Signorelli, fue recibida con aplauso público; pero muchas ilustres damas, acostumbradas tal vez a los desenlaces de la Misantropía de Kotzbué y La madre culpable de Beaumarchais, hallaron el de la comedia de El viejo y la niña demasiado austero y melancólico, y poco análogo a aquella flexible y cómoda moralidad que es ya peculiar de ciertas clases en los pueblos más civilizados de Europa. Cedió el traductor con excesiva docilidad a la poderosa influencia de aquel sexo que, llorando, manda y tiraniza; mudó el desenlace (para lo cual hubiera debido alterar toda la fábula) y, por consiguiente, faltando a la verosimilitud, incurrió en una contradicción de principios tan manifiesta, que no tiene disculpa.
DON ROQUE, viejo.
DON JUAN, amante de DOÑA ISABEL.
DOÑA ISABEL, mujer de DON ROQUE.
DOÑA BEATRIZ, viuda, hermana de DON ROQUE.
BLASA, criada.
GINÉS, criado de DON JUAN.
MUÑOZ, viejo, criado de DON ROQUE.
La escena es en Cádiz, en una sala de la casa de DON ROQUE.
El teatro representa una sala con adornos de casa particular, mesa, canapé y sillas. En el foro habrá dos puertas; una del despacho de DON ROQUE y otra que da salida a una callejuela, que se supone detrás de la casa. A los dos lados de la sala habrá otras dos puertas: por la de la derecha se sale a la escalera principal, la de enfrente sirve de comunicación con las habitaciones interiores.
La acción empieza por la mañana y concluye antes de medio día.
DON ROQUE, y después MUÑOZ.
Don Roque
¡Muñoz!
Muñoz
¡Señor!
(Responde desde adentro).
Don Roque
Ven acá.
(Sale MUÑOZ).
Muñoz
Ved que queda abandonada
la puerta y zaguán.
Don Roque
¿No echaste
al postigo las aldabas
y el cerrojillo?
Muñoz
Sí eché.
Don Roque
Pues no hay que recelar nada
mientras a la vista estamos;
y si Bigotillos ladra,
al instante bajarás.
Muñoz
¿Y a qué fin es la llamada?
Don Roque
A fin de comunicarte
un asunto de importancia.
Muñoz
No está mi cabeza ahora
para consultas.
Don Roque
Extraña
condición tienes, Muñoz.
Muñoz
Yo bien sé...
Don Roque
No sabes nada
de lo que voy a decir.
Muñoz
¡Sí, que al chico se le escapan
las cosas! ¡Como es tan bobo!
Don Roque
Escúchame dos palabras,
y escucha con atención;
porque al honor de mi casa,
y a mi quietud...
Muñoz
En efecto
salió lo que me pensaba;
vaya.
Don Roque
Conviene...
Muñoz
Conviene
que declaréis lo que os pasa,
y qué queréis, sin andar con
repulgos de empanada.
Don Roque
Guarda el rosario, y escucha.
Muñoz
Guardo, y escucho.
Don Roque
Excusada
cosa será repetirte,
pues no debes olvidarla,
la estimación y el aprecio
que has merecido en mi casa;
tanto, que habiéndote siempre
aborrecido en el alma,
por motivos que ya sabes,
mis tres mujeres pasadas,
yo siempre sordo a sus quejas
te he mantenido en mi gracia.
Dieciséis años y medio,
tres meses y dos semanas
hace que comes mi pan;
en servidumbre tan larga...
Muñoz
Y bien, le he comido, ¿y qué?
Don Roque
Digo, que esto solo basta
a que tú, reconocido,
cuando yo de ti me valga...
Muñoz
Vamos al asunto.
Don Roque
Vamos.
Sabrás, Muñoz, que la causa
de mi mal, lo que me tiene
sin saber por dónde parta,
es ese don Juan... ¿Qué dices?
Muñoz
¿Yo acaso he dicho palabra?
Don Roque
Jurara...
Muñoz
(Aparte.
Lo que no suena
oye; y lo que suena, nada).
Señor, adelante.
Don Roque
Digo,
que el autor de mi desgracia
es este don Juan que vino
a Cádiz ayer mañana,
y aceptándome la oferta
que le hice yo de mi casa,
se nos ha metido aquí.
¡Nunca yo le convidara!
Muñoz
La culpa la tenéis vos;
¿quién os metió...? Me da rabia...;
cuidado que... ¿quién ofrece
con repetidas instancias
hospedaje, cama y mesa
a un hombre, que...?
Don Roque
No sin causa
hice el convite, Muñoz;
porque él en Madrid estaba
con don Álvaro de Silva,
su tío, con quien trataba
yo, por tener a mi cargo
aquello de la aduana...
Ya te acuerdas: murió el tío;
fuerza fue, pues le dejaba
por su heredero, tratar
con el sobrino; y en varias
cartas que escribí, formando
unas cuentas que quedaban
sin concluir, por algunas
cantidades devengadas,
le dije que si quería
venir a hospedarse a casa
cuando pensara en volver
a Cádiz... ¿Mas quién juzgara
que lo había de admitir?
Un hombre de circunstancias
como es él, que en la ciudad
conocidos no le faltan
de su genio y de su edad,
¿a qué fin...? Ni fue mi instancia
nacida de buen afecto;
porque mal pudiera usarla
con un hombre que, en mi vida,
pienso, no le vi la cara;
sino, como me escribió
que de Madrid se marchaba,
y en Cádiz me entregaría
los dineros que restaban
a mi favor, meramente
por atención cortesana,
hice la oferta, creyendo
que nunca fuese aceptada.
Muñoz
Pues ya estáis desengañado.
(Hace que se va).
Don Roque
Sí lo estoy, pero me falta
que decir; porque esta noche,
al pasar yo por la sala,
noté que en el gabinete,
él y mi mujer estaban.
Muñoz
¡Bueno!
Don Roque
Acércome, mas no
pude entenderles palabra.
Solo vi, que el tal don Juan,
como que la regañaba,
iba a levantarse, y ella
con acciones y palabras
le detenía. Yo, viendo
aquello de mala data
di algunos pasos atrás,
hice ruido con las chanclas,
entro, y la encuentro cosiendo
unas cintas a mi bata,
y a él entretenido en ver
las pinturas y los mapas.
Muñoz
¡Qué prontitud de demonios!
Don Roque
¿Qué he de hacer en tan extraña
situación, Muñoz amigo?
Tu sagacidad me valga;
sácame de tanto afán.
¿Qué debo hacer? De mi hermana
no me he querido fiar,
porque en secreticos anda
con Isabel, y sospecho
que las dos...
Muñoz
Son buenas maulas.
En fin, lo que yo predije,
al pie de la letra pasa;
viejo el amo y achacoso
con mujer niña se casa;
lo dije: no puede ser.
Si es preciso...
Don Roque
ADVERTENCIA
PERSONAJES
— I — ACTO PRIMERO
Escena I
Escena II
Escena III
Escena IV
Escena V
Escena VI
Escena VII
Escena VIII
Escena IX
Escena X
Escena XI
Escena XII
— II — ACTO SEGUNDO
Escena I
Escena II
Escena III
Escena IV
Escena V
Escena VI
Escena VII
Escena VIII
Escena IX
Escena X
Escena XI
Escena XII
Escena XIII
Escena XIV
Escena XV
Escena XVI
Escena XVII
— III — ACTO TERCERO
Escena I
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Escena III
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Escena V
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