Obras dramáticas y líricas. Tomo I - Leandro Fernández de Moratín - E-Book

Obras dramáticas y líricas. Tomo I E-Book

Leandro Fernández de Moratín

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Beschreibung

Colección completa de las obras de Moratín, compuestas por sus comedias, sus traducciones y su poesía, sus discursos y otros textos. Este libro, en cuya edición participó el propio autor, es la mejor entrada al teatro neoclásico en España, de mano de uno de los dramaturgos más importantes de su época. Este primer volumen lo abre la obra de teatro El sí a las niñas, una de sus comedias más conocidas, que nos muestra una noche de Paquita, una joven de 16 años obligada a casarse con un señor adinerado de 59 años. Además de esta obra, el tomo reúne otros textos y comedias cortas.

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Seitenzahl: 415

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Leandro Fernández de Moratín

Obras dramáticas y líricas. Tomo I

NUEVA EDICION COMEDIAS ORIGINALES.

Saga

Obras dramáticas y líricas. Tomo I

 

Copyright © 1834, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726788914

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

EL SI DE LAS NIÑAS.

COMEDIA.

Estas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el si de las niñas.

Acto III. Escena XIII.

PERSONAS.

DON DIEGO. DON CARLOS. DOÑA FRANCISCA. DOÑA IRENE. RITA. SIMON. CALAMOCHA.

La escena es en una posada de Alcalá de Henares

El teatro representa una sala de paso, con cuatro puertas de habitaciones para huéspedes, numeradas todas. Una mas grande en el foro, con escalera que conduce al piso bajo de la casa. Ventana de antepecho á un lado. Una mesa en medio, un banco, sillas, etc.

La accion empieza à las siete de la tarde, y acaba á las cinco de la mañana siguiente.

EL SÍ DE LAS NIÑAS.

ACTO PRIMERO.

ESCENA I.

DON DIEGO, SIMON.

( Sale D. Diego de su cuarto. Simon que està sentado en una silla, se levanta.)

 

d. diego.

¿No han venido todavía?

 

simon.

No Señor.

 

d. diego.

Despacio la han tomado por cierto.

 

simon.

Como su tia la quiere tanto, segun parece, y no la ha visto desde que la llevaron á Guadalajara . . . .

 

d. diego.

Sí. Yo no digo que no la viese; pero con media hora de visita y cuatro lágrimas, estaba concluido.

 

simon.

Ello tambien ha sido estraña determinacion, la de estarse usted dos dias enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir. . . Y sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del Hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversacion ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.

 

d. diego.

Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me conocen todos . . . El Corregidor, el señor Abad, el Visitador, el Rector de Málaga . . . ¡Qué sé yo! Todos . . . Y ha sido preciso estarme quieto y no esponerme á que me hallasen por ahí.

 

simon.

Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues ¿hay mas en esto, que haber acompañado usted á Doña Irene hasta Guadalajara, para sacar del convento á la niña y volvernos con ellas á Madrid?

 

d. diego.

Sí, hombre, algo mas hay de lo que has visto.

 

simon.

Adelante.

 

d. diego.

Algo, algo . . . Ello tú al cabo lo has de saber y no puede tardarse mucho . . . Mira, Simon, por Dios te encargo que no lo digas . . . Tú eres hombre de bien y me has servido muchos años con fidelidad . . . Ya ves que hemos sacado á esa niña del convento y nos la llevamos á Madrid.

 

simon.

Sí, señor.

 

d. diego.

Pues bien . . . Pero te vuelvo á encargar que á nadie lo descubras.

 

simon.

Bien está, Señor. Jamás he gustado de chismes.

 

d. diego.

Ya lo sé, por eso quiero fiarme de tí. Yo, la verdad, nunca habia visto á la tal doña Paquita; pero mediante la amistad con su madre, he tenido frecuentes noticias de ella: he leido muchas de las cartas que escribia, he visto algunas de su tia la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos informes pudiera desear, acerca de sus inclinaciones y su conducta. Ya he logrado verla: he procurado observarla en estos pocos dias, y á decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen escasos.

 

simon.

Sí, por cierto . . . Es muy linda y . . .

 

d. dieco.

Es muy linda, muy graciosa, muy humilde . . . Y sobre todo, aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí . . . Y talento . . . Sí señor, mucho talento . . . Con que, para acabar de informarte, lo que yo he pensado es . . .

 

simon.

No hay que decírmelo.

 

d. diego.

¿No? ¿Por qué?

 

simon.

Porque ya lo adivino. Y me parece escelente idea.

 

d. diego.

¿Qué dices?

 

simon.

Excelente.

 

d. diego.

¿Con qué al instante has conocido?..

 

simon.

Pues ¿no es claro? . . . ¡Vaya! . . . Dígole á usted que me parece muy buena boda. Buena, buena.

 

d. diego.

Sí señor . . . Yo lo he mirado bien y lo tengo por cosa muy acertada.

 

simon.

Seguro que sí.

 

d. diego.

Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta que esté hecho.

 

simon.

Y en eso hace usted bien.

 

d. diego.

Porque no todos ven las cosas de una manera, y no faltaria quien murmurase y dijese que era una locura, y me . . .

 

simon.

Locura? ¡Buena locura! . . . ¿Con una chica como esa, eh?

 

d. diego.

Pues, ya ves tú. Ella es una pobre . . . Eso sí. Porque, aquí entre los dos, la buena de Doña Irene se ha dado tal prisa á gastar desde que murió su marido, que si no fuera por estas benditas religiosas y el canónigo de Castrojeriz, que es tambien su cuñado, no tendria para poner un puchero á la lumbre . . . Y muy vanidosa y muy remilgada, y hablando siempre de su parentela y de sus difuntos, y sacando unos cuentos, allá, que . . . Pero esto no es del caso . . . Yo no he buscado dinero, que dineros tengo; he buscado modestia, recogimiento, virtud.

 

simon.

Eso es lo principal . . . Y sobre todo, lo que usted tiene ¿para quien ha de ser?

 

d. diego.

Dices bien . . . Y ¿sabes tú lo que es una muger aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en todo? . . . Siempre lidiando con amas, que si una es mala, otra es peor: regalonas, entremetidas, habladoras, llenas de histérico, viejas, feas como demonios . . . No señor, vida nueva. Tendré quien me asista con amor y fidelidad, y vivirémos como unos santos . . . Y deja que hablen y murmuren, y . . .

 

simon.

Pero siendo á gusto de entrambos, ¿qué pueden decir?

 

d. diego.

No, yo ya sé lo que dirán, pero. . . Dirán que la boda es desigual, que no hay proporcion en la edad, que . . .

 

simon.

Vamos que no me parece tan notable la diferencia. Siete ú ocho años, á lo mas . . .

 

d. diego.

¿Qué, hombre? ¿Qué hablas de siete ú ocho años? Si ella ha cumplido diez y seis años pocos meses ha.

 

simon.

¿Y bien, qué?

 

d. diego.

Y yo, aunque gracias á Dios estoy robusto y . . . Con todo eso, mis cincuenta y nueve años no hay quien me los quite.

 

simon.

Pero si yo no hablo de eso.

 

d. diego.

Pues ¿de qué hablas?

 

simon.

Decia que . . . Vamos, ó usted no acaba de esplicarse, ó yo lo entiendo al revés . . . En suma, esta Doña Paquita, ¿con quién se casa?

 

d. diego.

¿Ahora estamos ahí? Conmigo.

 

simon.

¿Con usted?

 

d. diego.

Conmigo.

 

simon.

¡Medrados quedamos!

 

d. diego.

¿Qué dices? . . . Vamos, qué?

 

simon.

¡Y pensaba yo haber adivinado!

 

d. diego.

Pues ¿qué creias? Para quien juzgaste que la destinaba yo?

 

simon.

Para D. Cárlos, su sobrino de usted: mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias . . . Para ese juzgué que se guardaba la tal niña.

 

d. diego.

Pues no señor.

 

simon.

Pues bien está.

 

d. diego.

¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la habia de ir á casar! . . . No señor, que estudie sus matemáticas.

 

simon.

Ya las estudia, ó por mejor decir, ya las enseña.

 

d. diego.

Que se haga hombre de valor y . . .

 

simon.

¡Valor! ¿Todavía pide usted mas valor á un oficial que en la última guerra, con muy pocos que se atrevieron á seguirle, tomó dos baterías, clavó los cañones, hizo algunos prisioneros, y volvió al campo lleno de heridas y cubierto de sangre? . . . Pues bien satisfecho quedó usted entonces del valor de su sobrino; y yo le ví á usted mas de cuatro veces llorar de alegría, cuando el Rey le premió con el grado de teniente coronel y una cruz de Alcántara.

 

d. diego.

Sí señor: todo eso es verdad; pero no viene á cuento. Yo soy el que me caso.

 

simon.

Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no la asusta la diferencia de la edad, si su eleccion es libre . . .

 

d. diego.

¿Pues no ha de serlo? . . . Y ¿qué sacarian con engañarme? Ya ves tú la religiosa de Guadalajara si es muger de juicio: esta de Alcalá, aunque no la conozco, sé que es una señora de excelentes prendas: mira tú si Doña Irene querrá el bien de su hija, pues todas ellas me han dado cuantas seguridades puedo apetecer . . . La criada, que la ha servido en Madrid y mas de cuatro años en el convento, se hace lenguas de ella, y sobre todo, me ha informado de que jamás observó en esta criatura la mas remota inclinacion á ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos, oir misa y correr por la huerta detras de las mariposas, y echar agua en los agujeros de las hormigas, estas han sido su ocupacion y sus diversiones . . . ¿Qué dices?

 

simon.

Yo nada, señor.

 

d. diego.

Y no pienses tú que, á pesar de tantas seguridades, no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir ganando su amistad y su confianza, y lograr que se esplique conmigo en absoluta libertad . . . Bien que aun hay tiempo . . . Solo que aquella Doña Irene siempre la interrumpe: todo se lo habla . . . Y es muy buena muger, buena . . .

 

simon.

En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.

 

d. diego.

Sí, yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto . . . ¡Y qué fuera de tiempo me recomendabas al tal sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que estoy con él?

 

simon.

Pues ¿qué ha hecho?

 

d. diego.

Una de las suyas . . . Y hasta pocos dias ha no lo he sabido. El año pasado, ya lo viste, estuvo dos meses en Madrid . . . Y me costó buen dinero la tal visita . . . En fin, es mi sobrino, bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el caso de irse á Zaragoza á su regimiento . . . Ya te acuerdas de que á muy pocos dias de haber salido de Madrid, recibí la noticia de su llegada.

 

simon.

Sí señor.

 

d. diego.

Y que siguió escribiéndome, aunque algo perezoso, siempre con la data de Zaragoza.

 

simon.

Así es la verdad.

 

d. diego.

Pues el picaron no estaba allí cuando me escribia las tales cartas.

 

simon.

¿Qué dice usted?

 

d. diego.

Sí señor. El dia tres de julio salió de mi casa, y á fines de setiembre aun no habia llegado á sus pabellones . . . ¿No te parece que para ir por la posta hizo muy buena diligencia?

 

simon.

Tal vez se pondria malo en el camino, y por no darle á usted pesadumbre . . .

 

d. diego.

Nada de eso. Amores del señor oficial y devaneos que le traen loco . . . Por ahí en esas ciudades puede que . . . . ¿Quién sabe? . . . Si encuentra un par de ojos negros, ya es hombre perdido . . . No permita Dios que me le engañe alguna bribona de estas que truecan el honor por el matrimonio!

 

simon.

¡Oh! No hay que temer . . . Y si tropieza con alguna fullera de amor, buenas cartas ha de tener para que le engañe.

 

d. diego.

Me parece que están ahí . . . Sí. Gracias á Dios. Busca al mayoral y dile que venga, para quedar de acuerdo en la hora á que deberemos salir mañana.

 

simon.

Bien está.

 

d. diego.

Ya te he dicho que no quiero que esto se trasluzca, ni . . . ¿Estamos?

 

simon.

No haya miedo que á nadie lo cuente.

( Simon se va por la puerta del foro. Salen por la misma las tres mugeres con mantillas y basquiñas. Rita deja un pañuelo atado sobre la mesa y recoge las mantillas y las dobla.)

ESCENA II.

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA, D. DIEGO.

 

doña francisca.

Ya estamos acá.

 

doña irene.

¡Ay! ¡qué escalera!

 

d. diego.

Muy bien venidas, señoras.

 

doña irene.

¿Con que usted, á lo que parece, no ha salido?

( Se sientan Doña Irene y D. Diego.)

 

d. diego.

No señora. Luego, mas tarde, daré una vueltecilla por ahí . . . He leido un rato. Traté de dormir; pero en esta posada no se duerme.

 

doña francisca.

Es verdad que no . . . ¡Y qué mosquitos! Mala peste en ellos. Anoche no me dejaron parar . . . Pero, mire usted. Mire usted ( Desata el pañuelo y manifiesta algunas cosas de las que indica el diàlogo.) cuántas cosillas traigo. Rosarios de nacar, cruces de ciprés, la regla de S. Benito, una pililla de cristal . . . Mire usted que bonita. Y dos corazones de talco . . . ¡Qué sé yo cuanto viene aquí! . . . Ay! y una campanilla de barro bendito para los truenos . . . ¡Tantas cosas!

 

doña irene.

Chucherías que la han dado las madres. Locas estaban con ella.

 

doña francisca.

¡Como me quieren todas! ¡Y mi tia, mi pobre tia, lloraba tanto! . . . Es ya muy viejecita.

 

doña irene.

Ha sentido mucho no conocer á usted.

 

doña francisca.

Sí, es verdad. Decia: ¿porqué no ha venido aquel señor?

 

doña irene.

El pobre capellan y el rector de los Verdes nos han venido acompañando hasta la puerta.

 

doña francisca.

Toma ( Vuelve à atar el pañuelo y se le dá á Rita, la cual se va con él y con las mantillas al cuarto de Doña Irene.) guárdamelo todo allí, en la escusabaraja. Mira, llévalo así de las puntas . . . ¡Válgate Dios eh! ya se ha roto la Santa Gertrudis de alcorza!

 

rita.

No importa, yo me la comeré.

ESCENA III.

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, DON DIEGO.

 

doña francisca.

¿Nos vamos adentro, mamá, ó nos quedamos aquí?

 

doña irene.

Ahora, niña, que quiero descansar un rato.

 

d. diego.

Hoy se ha dejado sentir el calor en forma.

 

doña irene.

Y ¡qué fresco tienen aquel locutorio! Vaya, está hecho un cielo.

 

doña francisca.

Pues con todo, ( Sentàndosc junto á Doña Irene.) aquella monja tan gorda, que se llama la Madre Angustias, bien sudaba . . . ¡Ay, como sudaba la pobre muger!

 

doña irene.

Mi hermana es la que está bastante delicadita . . . Ha padecido mucho este invierno . . . Pero, vaya, no sabia que hacerse con su sobrina la buena señora . . . . Está muy contenta de nuestra eleccion.

 

d. diego.

Yo celebro que sea tan á gusto de aquellas personas, á quienes debe usted particulares obligaciones.

 

doña irene.

Sí, Trinidad está muy contenta, y en cuanto á Circuncision, ya lo ha visto usted. La ha costado mucho despegarse de ella; pero ha conocido que siendo para su bien estar, es necesario pasar por todo . . . Ya se acuerda usted de lo espresiva que estuvo y . . .

 

d. diego.

Es verdad. Solo falta que la parte interesada tenga la misma satisfaccion que manifiestan cuantos la quieren bien.

 

doña irene.

Es hija obediente, y no se apartará jamás de lo que determine su madre.

 

d. diego.

Todo eso es cierto; pero . . .

 

doña irene.

Es de buena sangre, y ha de pensar bien, y ha de proceder con el honor que la corresponde.

 

d. diego.

Sí, ya estoy; pero ¿no pudiera, sin faltar á su honor ni á su sangre . . . .

 

doña francisca.

¿Me voy, mamá?

( Se levanta y vuelve à sentarse.)

 

doña irene.

No pudiera, no señor. Una niña bien educada, hija de buenos padres, no puede menos de conducirse en todas ocasiones como es conveniente y debido. Un vivo retrato es la chica, ahí donde usted la vé, de su abuela, que Dios perdone, Doña Gerónima de Peralta. . . En casa tengo el cuadro, ya le habrá usted visto. Y le hicieron, segun me contaba su merced, para enviársele á su tio carnal el padre fray Serapion de S. Juan Crisóstomo, electo obispo de Mechoacan.

 

d. diego.

Ya.

 

doña irene.

Y murió en el mar, el buen religioso: que fué un quebranto para toda la familia . . . . Hoy es, y todavía estamos sintiendo su muerte: particularmente mi primo D. Cucufate, regidor perpétuo de Zamora, no puede oir hablar de su Ilustrísima sin deshacerse en lágrimas.

 

doña francisca.

¡Válgate Dios! qué moscas tan . . .

 

doña irene.

Pues murió en olor de santidad.

 

d. diego.

Eso bueno es.

 

doña irene.

Sí señor; pero como la familia ha venido tan á menos . . . ¿Qué quiere usted? Donde no hay facultades . . . Bien que, por lo que puede tronar, ya se le está escribiendo la vida; y quien sabe que el dia de mañana no se imprima, con el favor de Dios.

 

d. diego.

Sí, pues ya se ve. Todo se imprime.

 

doña irene.

Lo cierto es que el autor, que es sobrino de mi hermano político, el canónigo de Castrojeriz, no la deja de la mano, y á la hora de esta lleva ya escritos nueve tomos en fólio, que comprenden los nueve años primeros de la vida del santo Obispo.

 

d. diego.

¿Con qué para cada año un tomo?

 

doña irene.

Sí señor, ese plan se ha propuesto.

 

d. diego.

Y ¿de qué edad murió el venerable?

 

doña irene.

De ochenta y dos años, tres meses y catorce dias.

 

doña francisca.

¿Me voy mamá?

 

doña irene.

Anda vete. ¡Válgate Dios, que prisa tienes!

 

doña francisca.

¿Quiere usted ( Se levanta, y despues de hacer una graciosa cortesìa à D. Diego, da un beso à Doña Irene y se va al cuarto de esta.) que le haga una cortesía á la francesa, señor Don Diego?

 

d. diego.

Sí, hija mia. A ver.

 

doña francisca.

Mire usted, así.

 

d. diego.

¡Graciosa niña! Viva la Paquita, viva.

 

doña francisca.

Para usted una cortesía, y para mi mamá, un beso.

ESCENA IV.

DOÑA IRENE, D. DIEGO.

 

doña irene.

Es muy gitana y muy mona, mucho.

 

d. diego.

Tiene un donaire natural que arrebata.

 

doña irene.

¿Qué quiere usted? Criada sin artificio ni embelecos de mundo, contenta de verse otra vez al lado de su madre, y mucho mas de considerar tan inmediata su colocacion; no es maravilla que cuanto hace y dice sea una gracia, y máxime á los ojos de usted, que tanto se ha empeñado en favorecerla.

 

d. diego.

Quisiera solo que se esplicase libremente acerca de nuestra proyectada union, y . . . .

 

doña irene.

Oiria usted lo mismo que le he dicho ya.

 

d. diego.

Sí, no lo dudo; pero el saber que la merezco alguna inclinacion, oyéndoselo decir con aquella boquilla tan graciosa que tiene, seria para mí una satisfaccion imponderable.

 

doña irene.

No tenga usted sobre ese particular la mas leve desconfianza; pero hágase usted cargo de que á una niña no la es lícito decir con ingenuidad lo que siente. Mal pareceria, señor D. Diego, que una doncella de vergüenza y criada como Dios manda, se atreviese á decirle á un hombre: yo le quiero á usted.

 

d. diego.

Bien: si fuese un hombre á quien hallara por casualidad en la calle y le espetara ese favor de buenas á primeras, cierto que la doncella haria muy mal; pero á un hombre con quien ha de casarse dentro de pocos dias, ya pudiera decirle alguna cosa que . . . Ademas, que hay ciertos modos de esplicarse . . .

 

doña irene.

Conmigo usa de mas franqueza. A cada instante hablamos de usted, y en todo manifiesta el particular cariño que á usted le tiene . . . ¡Con qué juicio hablaba ayer noche, despues que usted se fué á recoger! No sé lo que hubiera dado porque hubiese podido oirla.

 

d. diego.

¿Y qué? ¿Hablaba de mí?

 

doña irene.

Y que bien piensa, acerca de lo preferible que es para una criatura de sus años un marido de cierta edad, esperimentado, maduro y de conducta . . .

 

d. diego.

¡Calle! ¿Eso decia?

 

doña irene.

No, esto se lo decia yo, y me escuchaba con una atencion como si fuera una muger de cuarenta años, lo mismo . . . ¡Buenas cosas la dije! Y ella que tiene mucha penetracion, aunque me esté mal el decirlo . . . ¿Pues no da lástima, señor, el ver como se hacen los matrimonios hoy en el dia? Casan á una muchacha de quince años con un arrapiezo de diez y ocho, á una de diez y siete con otro de veinte y dos: ella niña, sin juicio ni esperiencia, y él niño tambien, sin asomo de cordura ni conocimiento de lo que es mundo. Pues señor, (que es lo que yo digo), ¿quién ha de gobernar la casa? ¿Quién ha de mandar á los criados? ¿Quién ha de enseñar y corregir á los hijos? Por que sucede tambien, que estos atolondrados de chicos, suelen plagarse de criaturas en un instante, que da compasion.

 

d. diego.

Cierto que es un dolor el ver rodeados de hijos á muchos que carecen del talento, de la esperiencia y de la virtud que son necesarias para dirigir su educacion.

 

doña irene.

Lo que sé decirle á usted es, que aun no habia cumplido los diez y nueve, cuando me casé de primeras nupcias con mi difunto D. Epifanio, que esté en el cielo. Y era un hombre que, mejorando lo presente, no es posible hallarle de mas respeto, mas caballeroso . . . Y al mismo tiempo, mas divertido y decidor. Pues, para servir á usted, ya tenia los cincuenta y seis, muy largos de talle cuando se casó conmigo.

 

d. diego.

Buena edad . . . No era un niño, pero . . .

 

doña irene.

Pues á eso voy . . . Ni á mí podia convenirme en aquel entonces un boquirrubio, con los cascos á la gineta . . . No señor . . . Y no es decir tampoco que estuviese achacoso ni quebrantado de salud; nada de eso. Sanito estaba, gracias á Dios, como una manzana; ni en su vida conoció otro mal, sino una especie de alferecía que le amagaba de cuando en cuando. Pero luego que nos casamos dió en darle tan á menudo y tan de recio, que á los siete meses me hallé viuda, y en cinta de una criatura que nació despues; y al cabo y al fin se me murió de alfombrilla.

 

d. diego.

¡Oiga! . . . Mire usted si dejó sucesion el bueno de D. Epifanio.

 

doña irene.

Sí señor, pues ¿por qué no?

 

d. diego.

Lo digo porque luego saltan con . . . Bien que si uno hubiera de hacer caso . . . Y ¿fué niño ó niña?

 

doña irene.

Un niño muy hermoso. Como una plata era el angelito.

 

d. diego.

Cierto que es consuelo tener, así, una criatura y . . .

 

doña irene.

¡Ay, Señor! Dan malos ratos; pero ¿qué importa? Es mucho gusto, mucho.

 

d. diego.

Yo lo creo.

 

doña irene.

Sí señor.

 

d. diego.

Ya se ve que será una delicia y . . .

 

doña irene.

Pues ¿no ha de ser?

 

d. diego.

Un embeleso el verlos juguetear y reir, y acariciarlos, y merecer sus fiestecillas inocentes.

 

doña irene.

¡Hijos de mi vida! Veinte y dos he tenido en los tres matrimonios que llevo hasta ahora, de los cuales solo esta niña me ha venido á quedar; pero le aseguro á usted que . . .

ESCENA V.

SIMON, ( Sale por la puerta del foro.) DOÑA IRENE, D. DIEGO.

 

simon.

Señor, el mayoral está esperando.

 

d. diego.

Dile que voy allá . . . Ah! Tráeme primero el sombrero y el baston, que quisiera dar una vuelta por el campo. ( Entra Simon al cuarto de D. Diego, saca un sombrero y un baston, se los da à su amo, y al fin de la escena se va con él por la puerta del foro.) ¿ Con qué, supongo que mañana tempranito saldrémos?

 

doña irene.

No hay dificultad. A la hora que á usted le parezca.

 

d. diego.

A eso de las seis. Eh?

 

doña irene.

Muy bien.

 

d. diego.

El sol nos da de espaldas . . . Le diré que venga una media hora antes.

 

doña irene.

Sí, que hay mil chismes que acomodar.

ESCENA VI.

DOÑA IRENE, RITA.

 

doña irene.

Válgame Dios, ahora que me acuerdo . . . Rita . . . Me le habrán dejado morir. Rita.

 

rita.

Señora.

( Sacarà Rita unas sàbanas y almohadas debajo del brazo.)

 

doña irene.

¿Qué has hecho del tordo? ¿Le diste de comer?

 

rita.

Sí señora. Mas ha comido que un abestruz. Ahí le puse en la ventana del pasillo.

 

doña irene.

¿Hiciste las camas?

 

rita.

La de usted ya está. Voy á hacer esotras antes que anochezca, porque si no, como no hay mas alumbrado que el del candil, y no tiene garabato, me veo perdida.

 

doña irene.

Y aquella chica ¿qué hace?

 

rita.

Está desmenuzando un bizcocho para dar de cenar á D. Periquito.

 

doña irene.

¡Qué pereza tengo de escribir! ( Se levanta y se entra en su cuarto.) Pero es preciso, que estará con mucho cuidado la pobre Circuncision.

 

rita.

¡Qué chapucerías! No ha dos horas, como quien dice, que salimos de allá, y ya empiezan á ir y venir correos. Qué poco me gustan á mí las mugeres gazmoñas y zalameras!

( Entrase en el cuarto de Doña Francisca.)

ESCENA VII.

CALAMOCHA ( Sale por la puerta del foro conunas maletas, látigo y botas; lo deja todo sobre lamesa y se sienta.)

 

calamocha.

¿Con que ha de ser el número tres? Vaya en gracia . . . Ya, ya conozco el tal número tres. Coleccion de bichos mas abundante no la tiene el Gabinete de Historia natural . . . Miedo me da de entrar . . . Ay! ay! . . . Y ¡qué agujetas! Estas si que son agujetas . . . Paciencia, pobre Calamocha, paciencia . . . Y gracias á que los caballitos dijeron no podemos mas, que si no, por esta vez no veia yo el número tres, ni las plagas de Faraon que tiene dentro . . . En fin, como los animales amanezcan vivos, no será poco . . . Rebentados están . . . . ( Canta Rita desde adentro, Calamocha se levanta desperezàndose.) Oiga! . . . Seguidillitas? . . . Y no canta mal . . . Vaya, aventura tenemos . . . Ay! que desvencijado estoy.

ESCENA VIII.

RITA, CALAMOCHA.

 

rita.

Mejor es cerrar, no sea que nos alivien de ropa y . . . ( Forcejeando para echar la llave.) Pues cierto que está bien acondicionada la llave.

 

calamocha.

¿Gusta usted de que eche una mano, mi vida?

 

rita.

Gracias, mi alma.

 

calamocha.

Calle! . . . Rita.

 

rita.

Calamocha.

 

calamocha.

¿Qué hallazgo es este?

 

rita.

¿Y tu amo?

 

calamocha.

Los dos acabamos de llegar.

 

rita.

¿De veras?

 

calamocha.

No que es chanza. Apenas recibió la carta de Doña Paquita, yo no sé adonde fué, ni con quien habló, ni como lo dispuso; solo sé decirte que aquella tarde salimos de Zaragoza. Hemos venido como dos centellas, por ese camino. Llegamos esta mañana á Guadalajara, y á las primeras diligencias nos hallamos con que los pájaros volaron ya. A caballo otra vez y vuelta á correr y á sudar y á dar chasquidos . . . En suma, molidos los rocines y nosotros á medio moler, hemos parado aquí con ánimo de salir mañana . . . Mi teniente se ha ido al colegio mayor á ver á un amigo, mientras se dispone algo que cenar . . . Esta es la historia.

 

rita.

¿Con que le tenemos aquí?

 

calamocha.

Y enamorado mas que nunca, zeloso, amenazando vidas . . . Aventurado á quitar el hipo á cuantos le disputen la posesion de su Currita idolatrada.

 

rita.

¿Qué dices?

 

calamocha.

Ni mas ni menos.

 

rita.

¡Qué gusto me das! . . . Ahora si se conoce que la tiene amor.

 

calamocha.

¿Amor? . . . ¡Friolera! . . . El moro Gazul fué para él un pelele, Medoro un zascandil, y Gaiferos un chiquillo de la doctrina.

 

rita.

¡Ay cuando la señorita lo sepa!

 

calamocha.

Pero acabemos. ¿Como te hallo aquí? ¿Con quién estás? Cuándo llegaste? Que..

 

rita.

Yo te lo diré. La madre de Doña Paquita dió en escribir cartas y mas cartas, diciendo que tenia concertado su casamiento en Madrid con un caballero rico, honrado, bien quisto, en suma cabal y perfecto, que no habia mas que apetecer. Acosada la señorita con tales propuestas, y angustiada incesantemente con los sermones de aquella bendita monja, se vió en la necesidad de responder que estaba pronta á todo lo que la mandasen . . . Pero no te puedo ponderar cuánto lloró la pobrecita, qué afligida estuvo. Ni queria comer, ni podia dormir . . . Y al mismo tiempo era preciso disimular para que su tia no sospechára la verdad del caso. Ello es que cuando, pasado el primer susto, hubo lugar de discurrir escapatorias y arbitrios, no hallamos otro que el de avisar á tu amo; esperando que si era su cariño tan verdadero y de buena ley como nos habia ponderado, no consentiria que su pobre Paquita pasára á manos de un desconocido, y se perdiesen para siempre tantas caricias, tantas lágrimas y tantos suspiros, estrellados en las tapias del corral. A pocos dias de haberle escrito, cata el coche de colleras y el mayoral Gasparet con sus medias azules, y la madre y el novio que vienen por ella: recogimos á toda prisa nuestros meriñaques, se atan los cofres, nos despedimos de aquellas buenas mugeres, y en dos latigazos llegamos antes de ayer á Alcalá. La detencion tia sido para que la señorita visite á otra tia monja que tiene aquí, tan arrugada y tan sorda como la que dejamos allá. Ya la ha visto, ya la han besado bastante una por una todas las religiosas, y creo que mañana temprano saldremos. Pero esta casualidad nos . . .

 

calamocha.

Sí. No digas mas . . . Pero . . . ¿Con que el novio está en la posada?

 

rita.

Ese es su cuarto, ( Señalando el cuarto de D. Diego, el de Doña Irene y el de Doña Francisca.) este el de la madre, y aquel el nuestro.

 

calamocha.

¿Como nuestro? ¿Tuyo y mio?

 

rita.

No por cierto. Aquí dormiremos esta noche la señorita y yo; porque ayer, metidas las tres en ese de enfrente, ni cabíamos de pie, ni pudimos dormir un instante, ni respirar siquiera.

 

calamocha.

Bien . . . A Dios. ( Recoge los trastos que puso sobre la mesa, en ademan de irse.)

 

rita.

¿Y adónde?

 

calamocha.

Yo me entiendo . . . Pero el novio ¿trae consigo criados, amigos ó deudos que le quiten la primera zambullida que le amenaza?

 

rita.

Un criado viene con él.

 

calamocha.

¡Poca cosa! . . . Mira, dile en caridad que se disponga, porque está de peligro, A Dios.

 

rita.

¿Y volverás presto?

 

calamocha.

Se supone. Estas cosas piden diligencia; y aunque apenas puedo moverme, es necesario que mi teniente deje la visita y venga á cuidar de su hacienda, disponer el entierro de ese hombre, y . . . ¿Con que ese es nuestro cuarto, eh?

 

rita.

Sí. De la señorita y mio.

 

calamocha.

¡Bribona!

 

rita.

¡Botarate! A Dios.

 

calamocha.

A Dios, aborrecida. ( Entrase con los traslos al cuarto de D. Càrlos.)

ESCENA IX.

DOÑA FRANCISCA, RITA.

 

rita.

Qué malo es . . . Pero . . . ¡Válgame Dios! D. Felix aquí! Sí, la quiere, bien se conoce . . . ( Sale Calamocha del cuarto de D. Càrtos, y se va por la puerta del foro.) Oh! por mas que digan, los hay muy finos, y entonces, ¿qué ha de hacer una? . . . Quererlos: no tiene remedio, quererlos . . . Pero ¿qué dirá la señorita cuando le vea, que está ciega por él? ¡Pobrecita! Pues no seria una lástima que . . . Ella es. ( Sale Doña Francisca.)

 

doña francisca.

¡Ay, Rita!

 

rita.

¿Qué es eso? ¿Ha llorado usted?

 

doña francisca.

¿Pues no he de llorar? Si vieras mi madre . . . Empeñada está en que he de querer mucho á ese hombre . . . Si ella supiera lo que sabes tú, no me mandaria cosas imposibles . . . Y que es tan bueno, y que es rico y que me irá tan bien con él . . . Se ha enfadado tanto, y me ha llamado picarona, inobediente . . . Pobre de mí! Porque no miento, ni se fingir, por eso me llaman picarona.

 

rita.

Señorita, por Dios, no se aflija usted.

 

doña francisca.

Ya, como tú no lo has oido . . . Y dice que D. Diego se queja de que yo no le digo nada . . . Harto le digo, y bien he procurado hasta ahora mostrarme contenta delante de él, que no lo estoy por cierto, y reirme y hablar niñerías . . . Y todo, por dar gusto á mi madre, que si no . . . Pero bien sabe la Vírgen que no me sale del corazon.

( Se va obscureciendo lentamente el teatro.)

 

rita.

Vaya, vamos, que no hay motivos todavía para tanta angustia . . . ¿Quién sabe? . . . ¿No se acuerda usted ya de aquel dia de asueto que tuvimos el año pasado en la casa de campo del intendente?

 

doña francisca.

¡Ay! ¿como puedo olvidarlo?.. ¿Pero qué me vas á contar?

 

rita.

Quiero decir que aquel caballero que vimos allí con aquella cruz verde, tan galan, tan fino . . .

 

doña francisca.

¡Qué rodeos! . . . D. Felix. ¿Y qué?

 

rita.

Que nos fué acompañando hasta la ciudad . . .

 

doña francisca.

Y bien . . . Y luego volvió, y le ví, por mi desgracia, muchas veces . . . mal aconsejada de tí.

 

rita.

¿Por qué, señora? . . . ¿A quién dimos escándalo? Hasta ahora nadie lo ha sospechado en el convento. Él no entró jamas por las puertas, y cuando de noche hablaba con usted, mediaba entre los dos una distancia tan grande, que usted la maldijo, no pocas veces . . . Pero esto no es del caso. Lo que voy á decir es, que un amante como aquel no es posible que se olvide tan presto de su querida Paquita . . . Mire usted que todo cuanto hemos leido á hurtadillas en las novelas, no equivale á lo que hemos visto en él . . . ¿Se acuerda usted de aquellas tres palmadas que se oian entre once y doce de la noche, de aquella sonora punteada con tanta delicadeza y espresion?

 

doña francisca.

¡Ay, Rita! Sí, de todo me acuerdo, y mientras viva conservaré la memoria . . . Pero está ausente . . . Y entretenido acaso con nuevos amores.

 

rita.

Eso no lo puedo yo creer.

 

doña francisca.

Es hombre al fin, y todos ellos . . .

 

rita.

¡Qué bobería! Desengáñese usted, señorita. Con los hombres y las mugeres sucede lo mismo que con los melones de Añovér. Hay de todo; la dificultad está en saber escogerlos. El que se lleve chasco en la eleccion, quéjese de su mala suerte, pero no desacredite la mercancía . . . Hay hombres muy embusteros, muy picarones; pero no es creible que lo sea el que ha dado pruebas tan repetidas de perseverancia y amor. Tres meses duró el terrero y la conversacion á obscuras, y en todo aquel tiempo, bien sabe usted que no vimos en él una accion descompuesta, ni oimos de su boca una palabra indecente ni atrevida.

 

doña francisca.

Es verdad. Por eso le quise tanto, por eso le tengo tan fijo aquí . . . aquí . . . ( Señalando el pecho.) ¿ Qué habrá dicho al ver la carta? . . . ¡Oh! Yo bien sé lo que habrá dicho . . . ¡Válgate Dios! ¡Es lástima! . . . Cierto. ¡Pobre Paquita!.. Y se acabó . . . No habrá dicho mas . . . Nada mas.

 

rita.

No señora, no ha dicho eso.

 

doña francisca.

¿Qué sabes tú?

 

rita.

Bien lo sé. Apenas haya leido la carta se habrá puesto en camino, y vendrá volando á consolar á su amiga . . . Pero . . .

( Acercàndose à la puerta del cuarto de Doña Irenie.)

 

doña francisca.

¿Adónde vas?

 

rita.

Quiero ver si . . .

 

doña francisca.

Está escribiendo.

 

rita.

Pues ya presto habrá de dejarlo, que empieza á anochecer . . . Señorita, lo que la he dicho á usted es la verdad pura. D. Felix está ya en Alcalá.

 

doña francisca.

¿Qué dices? No me engañes.

 

rita.

Aquel es su cuarto . . . Calamocha acaba de hablar conmigo.

 

doña francisca.

¿De veras?

 

rita.

Sí señora . . . . Y le ha ido á buscar para . . .

 

doña francisca.

¿Con que me quiere? . . . ¡Ay Rita! Mira tú si hicimos bien de avisarle . . . ¿Pero ves qué fineza? . . . ¿Si vendrá bueno? ¡Correr tantas leguas solo por verme . . . porque yo se lo mando! . . . ¡Qué agradecida le debo estar! . . . ¡Oh! yo le prometo que no se quejará de mí. Para siempre agradecimiento y amor.

 

rita.

Voy á traer luces. Procuraré detenerme por allá abajo hasta que vuelvan . . . Veré lo que dice y qué piensa hacer, porque hallándonos todos aquí, pudiera haber una de Satanás entre la madre, la hija, el novio y el amante; y si no ensayamos bien esta contradanza, nos hemos de perder en ella.

 

doña francisca.

Dices bien . . . Pero no, él tiene resolucion y talento, y sabrá determinar lo mas conveniente . . . ¿Y cómo has de avisarme? . . . Mira que así que llegue le quiero ver.

 

rita.

No hay que dar cuidado. Yo le traeré por acá, y en dándome aquella tosecilla seca . . . ¿Me entiende usted?

 

doña francisca.

Sí, bien.

 

rita.

Pues entonces no hay mas que salir con cualquiera excusa. Yo me quedaré con la señora mayor, la hablaré de todos sus maridos y de sus concuñados, y del obispo que murió en el mar . . . Además, que si está allí D. Diego . . . .

 

doña francisca.

Bien, anda, y así que llegue . . .

 

rita.

Al instante.

 

doña francisca.

Que no se te olvide toser.

 

rita.

No haya miedo.

 

doña francisca.

¡Si vieras que consolada estoy!

 

rita.

Sin que usted lo jure lo creo.

 

doña francisca.

¿Te acuerdas cuando me decia que era imposible apartarme de su memoria, que no habria peligros que le detuvieran, ni dificultades que no atropellara por mí?

 

rita.

Sí, bien me acuerdo.

 

doña francisca.

¡Ah! . . . Pues mira como me dijo la verdad.

( Doña Francisca se va al cuarto de Doña Irene. Rita por la puerta del foro.)

ACTO SEGUNDO.

ESCENA I.

( Teatro obscuro.)

 

doña francisca.

Nadie parece aún . . . ( Acércase à la puerla del foro y vuelve.) ¡Qué impaciencia tengo! . . . Y dice mi madre que soy una simple, que solo pienso en jugar y reir, y que no sé lo que es amor . . . Sí, diez y siete años y no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta.

ESCENA II.

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA.

 

doña irene.

Sola y á obscuras me habeis dejado allí.

 

doña francisca.

Como estaba usted acabando su carta, mamá, por no estorbarla me he venido aquí, que está mucho mas fresco.

 

doña irene.

¿Pero aquella muchacha qué hace, que no trae una luz? Para cualquiera cosa se está un año . . . Y yo que tengo un genio como una pólvora . . . ( Siéntase.) Sea todo por Dios . . . ¿Y D. Diego no ha venido?

 

doña francisca.

Me parece que no.

 

doña irene.

Pues cuenta, niña, con lo que te he dicho ya. Y mira que no gusto de repetir una cosa dos veces. Este caballero está sentido, y con muchísima razon . . .

 

doña francisca.

Bien, sí señora, ya lo sé. No me riña usted mas.

 

doña irene.

No es esto reñirte, hija mia, esto es aconsejarte. Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien que se nos ha entrado por las puertas . . . Y lo atrasada que me coge, que yo no sé lo que hubiera sido de tu pobre madre . . . Siempre cayendo y levantando . . . Médicos, botica . . . Que se dejaba pedir aquel caribe de D. Bruno (Dios le haya coronado de gloria) los veinte y los treinta reales por cada papelillo de píldoras de coloquíntida y asafétida . . . Mira que un casamiento como el que vas á hacer, muy pocas le consiguen. Bien que á las oraciones de tus tias, que son unas bienaventuradas, debemos agradecer esta fortuna, y no á tus méritos ni á mi diligencia . . . ¿Qué dices?

 

doña francisca.

Yo nada, mamá.

 

doña irene.

Pues nunca dices nada. ¡Válgame

Dios, señor! . . . En hablándote de esto, no te ocurre nada que decir.

ESCENA III.

RITA, ( Sale por la puerta del foro con luces y las pone encima de la mesa.) DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA.

 

doña irene.

Vaya, muger, yo pensé que en toda la noche no venias.

 

rita.

Señora, he tardado porque han tenido que ir á comprar las velas. Como el tufo del velon la hace á usted tanto daño.

 

doña irene.

Seguro que me hace muchísimo mal, con esta jaqueca que padezco . . . Los parches de alcanfor al cabo tuve que quitármelos; si no me sirvieron de nada. Con las obleas me parece que me va mejor . . . Mira, deja una luz ahí y llévate la otra á mi cuarto, y corre la cortina, no se me llene todo de mosquitos.

 

rita.

Muy bien.

( Toma una luz y hace que se va.)

 

doña francisca.

( Aparte à Rita.) ¿No ha venido?

 

rita.

Vendrá.

 

doña irene.

Oyes, aquella carta que está sobre la mesa, dásela al mozo de la posada para que la lleve al instante al correo . . . ( Vase Rita al cuarto de Doña Irene.) Y tú, niña, ¿que has de cenar? Porque será menester recojernos presto para salir mañana de madrugada.

 

doña francisca.

Como las monjas me hicieron merendar . . .

 

doña irene.

Con todo eso . . . Siquiera unas sopas del puchero para el abrigo del estómago . . . ( Sale Rita con una carta en la mano, y hasta el fin de la escena hace que se va y vuelve, segun lo indica el diàlogo. ) Mira, has de calentar el caldo que apartamos al mediodia, y haznos un par de tazas de sopas, y tráetelas luego que estén.

 

rita.

¿Y nada mas?

 

doña irene.

No, nada mas . . . ¡Ah! y házmelas bien caldositas.

 

rita.

Sí, ya lo sé.

 

doña irene.

Rita.

 

rita.

Otra. ¿Qué manda usted?

 

doña irene.

Encarga mucho al mozo que lleve la carta al instante . . . Pero, no señor, mejor es . . . No quiero que la lleve él, que son unos borrachones, que no se les puede . . . Has de decir á Simon, que digo yo, que me haga el gusto de echarla en el correo. ¿Lo entiendes?

 

rita.

Sí señora.

 

doña irene.

¡Ah! mira.

 

rita.

Otra.

 

doña irene.

Bien que ahora no corre prisa . . . Es menester que luego me saques de ahí al tordo y colgarle por aquí, de modo que no se caiga y se me lastime . . . ( Vase Rita por la puerta del foro.) ¡Qué noche tan mala me dió! . . . Pues ¡no se estuvo el animal toda la noche de Dios rezando el Gloria Patri y la oracion del Santo Sudario! . . . Ello por otra parte edificaba, cierto . . . Pero cuando se trata de dormir . . .

ESCENA IV.

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA.

 

doña irene.

Pues mucho será que D. Diego no haya tenido algun encuentro por ahí y eso le detenga. Cierto que es un señor muy mirado, muy puntual . . . ¡Tan buen cristiano! ¡Tan atento! ¡Tan bien hablado! ¡Y con qué garbo y generosidad se porta! . . . Ya se vé, un sugeto de bienes y de posibles . . . Y ¡qué casa tiene! Como un ascua de oro la tiene . . . Es mucho aquello. ¡Qué ropa blanca! ¡Qué batería de cocina! ¡Y qué despensa, llena de cuanto Dios crió! . . . Pero tu no parece que atiendes á lo que estoy diciendo.

 

doña francisca.

Sí señora, bien lo oigo; pero no la queria interrumpir á usted.

 

doña irene.

Allí estarás, hija mia, como el pez en el agua: pajaritas del aire que apetecieras, las tendrias, porque como él te quiere tanto, y es un caballero tan de bien y tan temeroso de Dios . . . Pero mira, Francisquita, que me cansa de veras el que siempre que te hablo de esto, hayas dado en la flor de no responderme palabra . . . ¡Pues no es cosa particular, señor!

 

doña francisca.

Mamá, no se enfade usted.

 

doña irene.

¡No es buen empeño de . . . ¿Y te parece á tí que no sé yo muy bien de dónde viene todo eso? . . . ¿No ves que conozco las locuras que se te han metido en esa cabeza de chorlito? . . . Perdóneme Dios.

 

doña francisca.

Pero . . . ¿Pues qué sabe usted?

 

doña irene.

¿Me quieres engañar á mí, eh? ¡Ay hija! He vivido mucho, y tengo yo mucha trastienda y mucha penetracion para que tú me engañes.

 

doña francisca.

( Aparte.) ¡Perdida soy!

 

doña irene.

Sin contar con su madre . . . Como si tal madre no tuviera . . . Yo te aseguro, que aunque no hubiera sido con esta ocasion, de todos modos era ya necesario sacarte del convento. Aunque hubiera tenido que ir á pie y sola por ese camino, te hubiera sacado de allí . . . ¡Mire usted qué juicio de niña este! Que, porque ha vivido un poco de tiempo entre monjas, ya se la puso en la cabeza el ser ella monja tambien . . . Ni que entiende ella de eso, ni que . . . En todos los estados se sirve á Dios, Frasquita; pero el complacer á su madre, asistirla, acompañarla y ser el consuelo de sus trabajos, esa es la primera obligacion de una hija obediente. Y sépalo usted, si no lo sabe.

 

doña francisca.

Es verdad, mamá . . . Pero yo nunca he pensado abandonarla á usted.

 

doña irene.

Sí, que no sé yo . . .