Espacios del capitalismo global - David Harvey - E-Book

Espacios del capitalismo global E-Book

David Harvey

0,0

Beschreibung

Una introducción esencial al campo de la geografía histórica. Las crisis económicas se suceden una tras otra a un ritmo cada vez más infernal, dibujando un paisaje de volatilidad extrema que nos obliga a repensar las fuerzas que impulsan el desarrollo económico mundial.David Harvey, destacadísimo teórico social, nos brinda en estas páginas una crítica exhaustiva del capitalismo contemporáneo. Para ello, analiza con maestría el desarrollo del neoliberalismo en cuanto estrategia de restauración del poder de clase, la expansión omnipresente de las desigualdades y el "espacio" como un concepto teórico clave.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 281

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Akal / Cuestiones de antagonismo / 120

David Harvey

Espacios del capitalismo global

Hacia una teoría del desarrollo geográfico desigual

Traducción: Juanmari Madariaga

Las crisis económicas se suceden una tras otra a un ritmo cada vez más infernal, dibujando un paisaje de volatilidad extrema que nos obliga a repensar las fuerzas que impulsan el desarrollo económico mundial.

David Harvey, destacadísimo teórico social, nos brinda en estas páginas una crítica exhaustiva del capitalismo contemporáneo. Para ello, analiza con maestría el desarrollo del neoliberalismo en cuanto estrategia de restauración del poder de clase, la expansión omnipresente de las desigualdades y el «espacio» como un concepto teórico clave.

«David Harvey es una inspiración para mí, así como para todas las personas que, de manera imperiosa, aspiran a un orden mundial justo; uno de los pensadores más sagaces e inteligentes con que podemos contar.»

Owen Jones, autor de Chavs y The Establishment.

«David Harvey provocó una revolución en su campo de estudio y ha inspirado a generaciones de intelectuales radicales»

Naomi Klein, autora de La doctrina del shock y No Logo.

David Harvey es Distinguished Professor of Anthropology and Geography en el Graduate Center de la City University of New York (CUNY) y director del Center of Place, Culture and Politics de la misma universidad. En Ediciones Akal ha publicado Espacios de esperanza (2003), El nuevo imperialismo (2004), Espacios del capital (2007), Breve historia del neoliberalismo (2007), París, capital de la modernidad (2008), El enigma del capital y las crisis del capitalismo (2012), Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana (2013), El cosmopolitismo y las geografías de la libertad (2017), Senderos del mundo (2018), Marx, El Capital y la locura de la razón económica (2019) y los dos volúmenes de su Guía de El Capital de Marx (2014 y 2016).

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Spaces of neoliberalization: towards a theory of uneven geographical development

Publicado originalmente en 2005 por Franz Steiner Verlag

Birkenwaldstraße 44

70191 Stuttgart (Alemania)

© Franz Steiner Verlag, 2005, 2019

© Ediciones Akal, S. A., 2021

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5098-8

INTRODUCCIÓN

Hettner-Lecture 2004 en Heidelberg

Peter Meusburger y Hans Gebhardt

El Departamento de Geografía de la Universidad de Heidelberg celebró la octavaHettner-Lectureentre el 28 de junio y el 2 de julio de 2004. Esta serie anual de conferencias, celebrada en honor de Alfred Hettner, profesor de Geografía en Heidelberg de 1899 a 1928 y uno de los geógrafos alemanes más reputados de su época, se dedica a los nuevos desarrollos teóricos en los campos cruzados de la geografía, la economía, las ciencias sociales y las humanidades.

Durante su estancia, los oradores invitados ofrecen dos conferencias públicas, una de las cuales se transmite telemáticamente vía internet. Además, varios seminarios brindan a los estudiantes de posgrado y jóvenes investigadores la oportunidad de reunirse y conversar con un académico de renombre internacional. Esa experiencia en una fase temprana de su carrera académica les abre nuevas perspectivas para la investigación y fomenta la reflexión crítica sobre los debates teóricos actuales y la práctica geográfica.

La octava Hettner-Lecture corrió a cargo de David Harvey, Distinguished Professor de antropología en el Centro de Estudios de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). David Harvey es ampliamente reconocido como uno de los pensadores en el ámbito geográfico más innovadores e influyentes de los últimos cuarenta años. Su Explanation in Geography (Londres, Edward Arnold, 1969 [en cast.: Teorías, leyes y modelos en geografía, Madrid, Alianza, 1983]) supuso una importante contribución al debate metodológico sobre la geografía como ciencia espacial que cautivó a los geógrafos en la década de 1960. El traslado posterior de Harvey del Reino Unido –donde había enseñado en la Universidad de Bristol– a la Johns Hopkins University, en Baltimore, coincidió con un cambio profundo en los fundamentos intelectuales de su investigación. Con Social Justice and the City (Johns Hopkins University Press, 1973 [en cast.: Urbanismo y desigualdad social, Madrid, Siglo XXI, 1977]), Harvey dio a conocer un texto pionero en los estudios urbanos críticos que exploraba la relevancia del pensamiento marxista para explicar y combatir la pobreza y el racismo en las ciudades occidentales. Su The Limits to Capital (Oxford, Basil Blackwell, 1982 [en cast.: Los límites del capitalismo y la teoría marxista, México, Fondo de Cultura Económica, 1990]), una ampliación geográfica de la teoría del capitalismo de Marx, asentó firmemente a Harvey como gran geógrafo marxista y extendió su reputación mucho más allá de los límites de la disciplina. Harvey volvió a las cuestiones urbanas en The Urbanization of Capital (Blackwell, 1985) y Consciousness and the Urban Experience (Johns Hopkins University Press, 1985), antes de embarcarse en su libro más exitoso hasta la fecha, The Condition of Postmodernity (Wiley-Blackwell, 1989 [en cast.: La condición de la posmodernidad: investigación sobre los orígenes del cambio cultural, Buenos Aires, Amorrortu, 1990]), una crítica materialista del posmodernismo escrita mientras se hacía cargo de la Cátedra Halford Mackinder en Geografía de la Universidad de Oxford. Más recientemente, Harvey ha revisado y explorado temas de justicia social y la idea de utopía en Justice, Nature and the Geography of Difference (Oxford, Basil Blackwell, 1996 [en cast.: Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia, Madrid, Traficantes de Sueños, 2018]) y Spaces of Hope (Edinburgh University Press, 2000 [en cast.: Espacios de esperanza, Madrid, Akal, 2003]). Sus últimos libros antes de la octavaHettner-Lectureson Paris, Capital of Modernity (Nueva York, Routledge, 2003 [en cast.: París, capital de la modernidad, Madrid, Akal, 2008]) y The New Imperialism (Oxford University Press, 2003 [en cast.: El nuevo imperialismo, Madrid, Akal, 2004]).

Durante la Hettner-Lecture 2004, David Harvey ofreció dos conferencias públicas tituladas «Capitalismo de libre mercado y restauración del poder de clase» y «Hacia una teoría general del desarrollo geográfico desigual»[1], que se publican aquí en forma revisada, junto con un ensayo sobre «El espacio como palabra clave» y una breve documentación fotográfica. Tres seminarios con estudiantes de posgrado y jóvenes investigadores de Heidelberg, y otras diecinueve universidades europeas y estadounidenses, abordaron los temas planteados en las conferencias. Los seminarios se titulaban «El nuevo imperialismo», «Conocimientos geográficos / poderes políticos» y «El espacio como palabra clave».

Deseamos expresar nuestro agradecimiento a la Fundación Klaus Tschira por su generoso apoyo a la Hettner-Lecture, y en particular al doctor honoris causa Klaus Tschira, nuestro benevolente anfitrión en el Studio de la magnífica Villa Bosch de la Fundación. También queremos agradecer al prof. Dr. Angelos Chaniotis, vicerrector de la Universidad de Heidelberg, y al prof. Dr. Peter Hofmann, decano de la Facultad de Química y Ciencias de la Tierra, sus discursos de bienvenida en la ceremonia de inauguración celebrada en la Alte Aula de la Universidad.

La Hettner-Lecture 2004 no hubiera sido posible sin el compromiso total de todos los estudiantes y miembros de la facultad que participaron en sus sesiones. Agradecemos a Tim Freytag y Heike Jöns su eficaz trabajo organizativo y la planificación y presidencia de las sesiones del seminario con estudiantes graduados y jóvenes investigadores, así como a los estudiantes que ayudaron en la organización del evento. El esfuerzo concertado y el entusiasmo de todos los participantes aseguraron una vez más una exitosa Hettner-Lecture en Heidelberg.

[1] «El capitalismo de libre mercado y la restauración del poder de clase», Alte Aula der Universität, lunes 28 de junio de 2004, 18:15; «Hacia una teoría general del desarrollo geográfico desigual», Hörsaal des Geographischen Instituts, martes 29 de junio de 2004, 15:15. La segunda conferencia fue seguida por una discusión pública, presidida por Michael Hoyler (Loughborough).

I. EL NEOLIBERALISMO Y LA RESTAURACIÓN DEL PODER DE CLASE

El presidente Bush afirma reiteradamente que Estados Unidos ha conferido el precioso regalo de la «libertad» al pueblo iraquí. «La libertad», dice, «es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer de este mundo» y «como la mayor potencia de la tierra tenemos la obligación de ayudar a difundir la libertad»[1]. Ese mantra oficial (repetidamente proclamado por el gobierno y las fuerzas armadas), según el cual el logro supremo de la invasión preventiva de Iraq ha sido hacer que el país sea «libre», se reitera incansablemente en la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses y parece un argumento persuasivo para que muchos sigan apoyando la guerra a pesar de que las razones oficiales ofrecidas para ello (como las conexiones entre Sadam Husein y al-Qaeda, la existencia de armas de destrucción masiva y amenazas directas a la seguridad de Estados Unidos) han sido desmontadas. La libertad, empero, es una palabra difícil de retorcer. Como observó Matthew Arnold hace muchos años, «la libertad es muy buen caballo para montar, pero para ir a algún sitio»[2]. ¿A qué destino se espera pues que se encamine el pueblo iraquí montado en el caballo de la libertad que generosamente se le donó?

La respuesta estadounidense a esta pregunta nos llegó el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó órdenes que incluían «la privatización total de las empresas públicas, los derechos de propiedad plenos de las empresas extranjeras sobre negocios iraquíes, la repatriación completa de las ganancias extranjeras […] la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el trato nacional para las empresas extranjeras y […] la eliminación de casi todas las barreras comerciales»[3]. Esas órdenes debían aplicarse a todos los ámbitos de la economía, incluidos los servicios públicos, los medios de comunicación, la fabricación, servicios, transportes, finanzas y construcción. Sólo el petróleo quedaba exento (presumiblemente por su estatus especial y su importancia geopolítica como arma bajo el control particular de Estados Unidos). El derecho de sindicalización y huelga, por otro lado, quedaba estrictamente restringido. También se decretó un «impuesto fijo» altamente regresivo (un deseo remarcado por los conservadores estadounidenses). Esas órdenes eran, como señala Naomi Klein, una violación de los Convenios de Ginebra y La Haya, ya que una potencia ocupante tiene la obligación de proteger los activos del país ocupado y no tiene derecho a venderlos[4]. Existe, además, una resistencia considerable a la imposición a Iraq de lo que el Economist de Londres llama un «sueño capitalista». Hasta el ministro provisional de Comercio de Iraq, miembro de la Autoridad Provisional de la Coalición designado por Estados Unidos, atacó la imposición forzada del «fundamentalismo de libre mercado», describiéndolo como «una lógica defectuosa que ignora las enseñanzas de la historia»[5]. Casi con toda seguridad, como también señala Klein, la resistencia inicial de Estados Unidos a celebrar elecciones directas en Iraq surgió del deseo de trabajar con unos representantes designados, y muy dóciles, que dejaran fijadas esas reformas de libre mercado antes de que la democracia directa (que casi con toda seguridad las repudiaría) se hiciera cargo del país. Si bien las reglas de Bremer se considerarían ilegales si fueran impuestas por una potencia ocupante, es probable que se consideren legales según el derecho internacional si son confirmadas por un gobierno «soberano» (aunque no haya sido elegido y sea provisional). El gobierno interino que entró en funciones a finales de junio de 2004, aunque denominado «soberano», sólo tenía el poder de confirmar las leyes existentes. No podía modificarlas ni promulgar otras nuevas (aunque, a tenor del perfil de sus integrantes, era poco probable que semejante gobierno se hubiera alejado radicalmente de los decretos de Bremer).

El giro neoliberal

Evidentemente, lo que Estados Unidos trata de imponer por la fuerza en Iraq es un aparato estatal neoliberal en toda regla cuya misión fundamental es facilitar las condiciones para una provechosa acumulación de capital. El tipo de medidas que Bremer delineó son, siguiendo la teoría neoliberal, necesarias y suficientes para la creación de riqueza y, por tanto, para mejorar el bienestar de poblaciones enteras. La combinación de la libertad política con la libertad de mercado y de comercio lleva mucho siendo una característica fundamental de la política neoliberal y ha dominado la actitud de Estados Unidos hacia el resto del mundo durante muchos años. En el primer aniversario del 11 de Septiembre, por ejemplo, el presidente Bush anunció en un artículo de opinión publicado en el New York Times que «usaremos nuestra posición de fuerza e influencia incomparables para construir una atmósfera de orden y apertura internacional en la que el progreso y la libertad puedan florecer en muchas naciones. Un mundo pacífico de libertad creciente sirve a los intereses estadounidenses a largo plazo, refleja perdurables ideales estadounidenses y une a los aliados de Estados Unidos […] Buscamos una paz justa donde la represión, el resentimiento y la pobreza sean reemplazados por la esperanza de democracia, desarrollo, libre mercado y libre comercio», habiendo demostrado estas dos últimas «su capacidad para sacar sociedades enteras de la pobreza». Hoy, concluía, «la humanidad tiene a su alcance la oportunidad de establecer el triunfo de la libertad sobre todos sus antiguos enemigos. Estados Unidos saluda con gratitud la responsabilidad de liderar esta gran misión». Ese mismo lenguaje aparecía en el prólogo del Documento de Estrategia de Defensa Nacional publicado poco después[6]. Es esa libertad, interpretada como la libertad de mercado y de comercio, la que debe imponerse a Iraq y al mundo.

Es útil recordar aquí que el primer gran experimento de conformación de un Estado neoliberal se produjo en Chile tras el golpe de Estado de Pinochet el «pequeño 11 de Septiembre» de 1973 (casi treinta años antes del anuncio de Bremer del régimen que se iba a instalar en Iraq). Aquel golpe, contra el gobierno socialdemócrata e izquierdista democráticamente elegido de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la CIA y por el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger. Reprimió violentamente todos los movimientos sociales y las organizaciones políticas de la izquierda y desmanteló todas las formas de organización popular (como los centros de salud comunitarios en los barrios más pobres). El mercado laboral fue «liberado» de restricciones reguladoras o institucionales (por ejemplo, del poder sindical). Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importaciones que habían dominado anteriormente los intentos latinoamericanos de regeneración económica (y que habían tenido éxito hasta cierto punto en Brasil después del golpe militar de 1964) habían caído en desgracia. Con la economía mundial sumida en una grave recesión, se requería claramente algo nuevo. Un grupo de economistas conocidos como «los Chicago boys» –por su apego a las teorías de Milton Friedman, quien era profesor en la Universidad de Chicago– fueron convocados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada y facilitando la inversión extranjera directa y el libre comercio. Se garantizó el derecho de las empresas extranjeras a repatriar las ganancias de sus operaciones chilenas. El crecimiento liderado por las exportaciones fue favorecido por encima de la sustitución de importaciones. El único sector reservado para el Estado fue el recurso clave del cobre (como el petróleo en Iraq). La posterior recuperación a corto plazo de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital y altas tasas de rendimiento de las inversiones extranjeras, proporcionó pruebas sobre las que se iba a basar el giro posterior a políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) como en Estados Unidos (bajo Reagan). No era la primera vez que un brutal experimento llevado a cabo en la periferia se convertía en modelo para la formulación de políticas en el centro (al igual que ahora se propone la experimentación con la reducción de impuestos en Iraq)[7].

Sin embargo, el experimento chileno demostró que los beneficios no estaban bien distribuidos. Al país y sus elites gobernantes, junto con los inversores extranjeros, les fue bien; no así a la gente en general, que salió malparada. Esto ha sido un efecto de las políticas neoliberales lo bastante persistente a lo largo del tiempo como para considerarlo estructural e intrínseco de todo el proyecto. Duménil y Lévy llegan a argumentar que el neoliberalismo fue, desde el principio, un proyecto para restaurar el poder de clase de las capas más ricas de la población. Comentando cómo le fue al 1 por 100 que más gana en Estados Unidos, escriben:

Antes de la Segunda Guerra Mundial, esos hogares recibían alrededor del 16 por 100 de la renta total. Ese porcentaje cayó rápidamente durante la guerra y, en la década de 1960, se había reducido al 8 por 100, una meseta que se mantuvo durante tres décadas. A mediados de la década de 1980 se disparó repentinamente, y para fines de siglo alcanzó el 15 por 100. En cuanto a la riqueza total, la tendencia es en general idéntica…[8].

Otros datos muestran que el 0,1 por 100 de los receptores de ingresos más favorecidos aumentaron su participación en la renta nacional del 2 por 100 en 1978 a más del 6 por 100 en 1999. Casi con seguridad se puede afirmar que, con los recortes de impuestos implementados por la administración Bush, la concentración de la riqueza en los escalones superiores de la sociedad prosigue a buen ritmo. Duménil y Lévy también señalaban que «la crisis estructural de la década de 1970, con tipos de interés apenas superiores a las tasas de inflación, bajos pagos de dividendos por parte de las corporaciones y mercados bursátiles deprimidos, redujo aún más los ingresos y la riqueza de los más ricos» durante esos años. La década de 1970 no sólo se caracterizó por una crisis global de estanflación, sino que fue el periodo en que el poder de las clases altas estaba más seriamente amenazado. El neoliberalismo surgió, prosigue el argumento, como respuesta a esa amenaza[9].

Pero la justificación de esta tesis de restauración del poder de clase requiere que identifiquemos una constelación específica y orquestada de fuerzas de clase tras el giro hacia las políticas neoliberales, ya que ni en Gran Bretaña ni en Estados Unidos era posible recurrir a la violencia del tipo chileno. Era necesario obtener el consentimiento. Debemos volver a la década crucial de 1970 para ver cómo sucedió esto.

El Estado socialdemócrata en Europa y el compromiso keynesiano sobre el que se basó el pacto social entre el capital y el trabajo en Estados Unidos, habían funcionado bastante bien durante los años de alto crecimiento de las décadas de 1950 y 1960. La política redistributiva, los controles sobre la libre movilidad del capital, el gasto público y la construcción del Estado del Bienestar habían ido de la mano con tasas relativamente altas de acumulación de capital y rentabilidad en la mayoría de los países capitalistas avanzados. Pero, a finales de la década de 1960, esto comenzó a deteriorarse, tanto a nivel internacional como en las economías nacionales. En 1973, incluso antes de la guerra árabe-israelí y del embargo petrolero de la OPEP, el sistema de Bretton Woods, que había regulado las relaciones económicas internacionales, se había disuelto. Las señales de una grave crisis de acumulación de capital eran evidentes en todas partes, marcando el comienzo de una fase global de estanflación, de crisis fiscales en varios Estados (Gran Bretaña tuvo que ser rescatada por el Fondo Monetario Internacional en 1975-1976, y la ciudad de Nueva York se declaró técnicamente en bancarrota en el mismo año, mientras que en casi todas partes se recortó en el gasto público). El compromiso keynesiano se había derrumbado como una forma viable de gestionar la acumulación de capital compatible con la política socialdemócrata[10].

La respuesta de la izquierda fue profundizar el control estatal y la regulación de la economía (incluyendo, si se consideraba necesario, frenar las aspiraciones de los movimientos obreros y populares mediante medidas de austeridad y controles de salarios y precios), sin desafiar en cambio los poderes de la acumulación de capital. Esta respuesta fue adelantada por los partidos socialistas y comunistas aliados en Europa (que ponían sus esperanzas en experimentos innovadores en gobernanza y gestión de la acumulación de capital en lugares como la «Bologna Rossa», o en el giro hacia un socialismo de mercado más abierto e ideas «eurocomunistas» en Italia y España). La izquierda recabó un considerable respaldo popular para ese programa, acercándose al poder en Italia, llegando al gobierno en Francia, Portugal, España y Gran Bretaña, y manteniendo el poder en Escandinavia. Hasta en Estados Unidos un Congreso controlado por el Partido Demócrata inició, a principios de la década de 1970, una gran oleada de reformas reguladoras (promulgadas por Richard Nixon, un presidente republicano) en cuestiones medioambientales, laborales, de consumo y de derechos civiles[11]. Pero, en términos generales, la izquierda no fue mucho más allá de las soluciones socialdemócratas tradicionales, y mediada ya la década de 1970 estas se habían demostrado incapaces de satisfacer los requerimientos de la acumulación de capital. El efecto fue polarizar el debate entre las fuerzas socialdemócratas, por un lado (que a menudo se dedicaban a una política pragmática de frenar las aspiraciones de sus propios electores), y las aspiraciones de todos los interesados en establecer condiciones más abiertas para la acumulación activa de capital, por el otro.

El neoliberalismo, como posible antídoto contra las amenazas al orden social capitalista y como solución a los males del capitalismo, había estado largo tiempo al acecho en los flancos de la política pública. Pero hasta los años difíciles de la década de 1970 no comenzó a avanzar hacia el centro del escenario, particularmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, promovido por diversos laboratorios de ideas, o think tanks, como el Instituto de Asuntos Económicos de Londres y la Universidad de Chicago. Ganó respetabilidad al hacerse con el Premio Nobel de Economía dos de sus principales adalides, Friedrich von Hayek en 1974 y Milton Friedman en 1976, y comenzó gradualmente a ejercer influencia práctica. Durante la presidencia de Carter, por ejemplo, la desregulación de la economía surgió como una de las respuestas a la situación crónica de estanflación que había prevalecido en Estados Unidos durante la década de 1970; pero la consolidación espectacular del neoliberalismo como nueva ortodoxia económica que regula las políticas públicas en el mundo capitalista avanzado ocurrió en Estados Unidos y Gran Bretaña en 1979.

En mayo de aquel año, Margaret Thatcher fue elegida primera ministra de Reino Unido con un fuerte respaldo para reformar la economía. Bajo la influencia del pensamiento de Keith Joseph y del Instituto de Asuntos Económicos, aceptó que el keynesianismo debía ser abandonado y que la solución monetarista del «lado de la oferta» era esencial para curar la estanflación que había caracterizado a la economía británica durante la década de 1970. Reconoció que esto significaba nada menos que una revolución en las políticas fiscales y sociales, e inmediatamente mostró una determinación feroz de acabar con las instituciones y las formas políticas del Estado socialdemócrata que se había consolidado en Gran Bretaña desde 1945. Eso significaba enfrentarse al poder sindical, atacando todas las formas de solidaridad social (como las expresadas a través de la gobernanza municipal socialista) que obstaculizaban la flexibilidad competitiva (incluido el poder de muchos profesionales y sus asociaciones), desmantelando o revocando los compromisos del Estado del Bienestar, privatizando las empresas públicas (incluida la vivienda social), reduciendo los impuestos, alentando la iniciativa empresarial y creando un clima comercial favorable para inducir una fuerte entrada de inversión extranjera (particularmente desde Japón).

Lo que Pinochet hizo mediante la violencia estatal coercitiva, Thatcher lo hizo mediante la organización del consentimiento democrático. A ese respecto, la observación gramsciana de que el consentimiento y la hegemonía deben organizarse antes de la acción revolucionaria –y Thatcher se autoproclamaba revolucionaria– es muy relevante. Durante los sombríos años de estancamiento económico de la década de 1970, se habían generalizado en Gran Bretaña fuertes corrientes de pensamiento, propagadas deliberadamente a través de medios cada vez más subordinados a los intereses del gran capital, en torno al individualismo y la libertad como algo opuesto al poder sindical y la sofocante ineptitud burocrática del Estado. La crisis del capitalismo se interpretó como una crisis de gobierno, y el hecho de que el gobierno laborista de Callaghan hubiera acordado la imposición de un programa de austeridad –obedeciendo líneas empresariales y en contra de los intereses de sus partidarios tradicionales–, ordenado por el Fondo Monetario Internacional en 1976 a cambio de préstamos para cubrir la situación crónica de endeudamiento, ayudó a allanar el camino para la idea de que, como decía Thatcher, «no hay alternativa» a las soluciones neoliberales. La revolución de Thatcher fue preparada, pues, por la organización de un cierto nivel de consentimiento político, particularmente entre de las clases medias, que la llevó a la victoria electoral. Desde el punto de vista programático, tenía un mandato electoral para reducir el poder sindical. Enfrentarse a las asociaciones profesionales que tenían un gran poder en áreas como la educación, la atención médica, el poder judicial y la gobernanza municipal era otra cuestión. Sobre esto, sus ministros (y sus partidarios) estaban notoriamente divididos, y forjar la línea neoliberal le costó varios años de confrontaciones contundentes dentro de su propio partido y en los medios de comunicación. Como es bien sabido, más adelante declararía: «no existe algo que se pueda llamar sociedad, sólo individuos», para agregar, acto seguido, «y sus familias». Todas las formas de solidaridad social debían disolverse en favor del individualismo, la propiedad privada, la responsabilidad personal y los valores familiares. El asalto ideológico que siguió a las directrices que emanaban de la retórica de Thatcher fue implacable y acabó obteniendo un gran éxito[12]. «La economía es el método», dijo, «pero el objetivo es cambiar el alma». Y lo hizo, aunque de un modo que no estuvo en absoluto libre de costes políticos ni de impulsos contradictorios, como veremos más adelante.

En octubre de 1979 Paul Volcker, presidente del Banco de la Reserva Federal estadounidense, diseñó un cambio draconiano en la política monetaria de Estados Unidos[13]. El longevo compromiso con los principios del New Deal, que se traducía grosso modo en políticas keynesianas con el pleno empleo como objetivo clave, se desechó en favor de una política diseñada para sofocar la inflación sin importar las consecuencias para el empleo o, en otro sentido, para las economías de países (como México y Brasil) que eran muy dependientes de las condiciones económicas y muy sensibles a los cambios en los tipos de interés en Estados Unidos. El tipo de interés real, que a menudo había sido negativo durante el auge inflacionario de dos dígitos de la década de 1970, se hizo positivo tras la decisión ejecutiva de la Reserva Federal. El tipo de interés nominal se elevó de la noche a la mañana (aquel movimiento llegó a conocerse como «el especial del sábado noche») hasta cerca del 20 por 100, lo que sumió deliberadamente a Estados Unidos y a gran parte del mundo en la recesión y el desempleo. Aquel giro, se alegó, era la única forma de salir de la enojosa crisis de estanflación que había caracterizado a la economía estadounidense y a gran parte de la economía mundial a lo largo de la década de 1970.

La conmoción o shock de Volcker, como se la conoce desde entonces, no podía consolidarse sin cambios paralelos de las políticas gubernamentales en el resto de ámbitos. La victoria de Ronald Reagan sobre Carter resultó crucial. Los asesores de Reagan estaban convencidos de que la «medicina» de Volcker para una economía enferma y estancada daba justo en el blanco. En consecuencia, Volcker fue apoyado y confirmado en el cargo de presidente de la Reserva Federal. La tarea de la administración Reagan era proporcionar el respaldo político necesario mediante una mayor desregulación, recortes de impuestos y presupuestarios, y ataques al poder sindical y profesional. Reagan se enfrentó a PATCO, el sindicato de controladores del tránsito aéreo, en una huelga amarga y prolongada. Esto fue la señal para un asalto en toda regla a los poderes del trabajo organizado en el mismo momento en que la recesión inducida por Volcker estaba generando altos niveles de desempleo (10 por 100 o más). Pero PATCO era algo más que un sindicato ordinario: era también uno de cuello blanco, que tenía el carácter de una asociación profesional cualificada y que era, por tanto, un icono del sindicalismo de clase media más que de clase trabajadora. El efecto sobre las condiciones laborales en todos los ámbitos fue dramático –quizá lo que mejor refleje esto sea el hecho de que el salario mínimo federal, que estaba a la par con el nivel de pobreza en 1980, había caído a un 30 por 100 por debajo de ese nivel en 1990–. Los nombramientos de Reagan para puestos ejecutivos en temas como la regulación ambiental, la seguridad en el trabajo y la sanidad llevaron la campaña contra el «gobierno excesivo» a niveles cada vez más altos. La desregulación de todo, desde las aerolíneas y las telecomunicaciones hasta las finanzas, abrió nuevas zonas a la libertad de mercado, sin cortapisa alguna para poderosos intereses empresariales. El mercado, representado ideológicamente como el gran medio para fomentar la competencia y la innovación, iba a ser en la práctica el gran vehículo para la consolidación de los poderes de corporaciones monopolísticas y de multinacionales como nexo del dominio de clase. Los recortes de impuestos para los ricos iniciaron simultáneamente el cambio trascendental hacia una mayor desigualdad social y la restauración del poder de la clase alta.

Thomas Edsall (un periodista que cubrió los asuntos de Washington durante muchos años) publicó en 1984 una descripción profética de las fuerzas de clase alineadas detrás de todo esto:

Durante la década de 1970 las empresas refinaron su capacidad de actuar como clase, moderando los instintos competitivos en favor de la acción conjunta y cooperativa en el ámbito legislativo. En lugar de empresas individuales que sólo buscaban favores especiales […] el tema dominante en la estrategia política de los negocios pasó a ser un interés compartido, consistente en frustrar proyectos de ley como el de la protección del consumidor y la reforma de la legislación laboral, y en promulgar una legislación fiscal, reguladora y antimonopolista favorable[14].

Para lograr ese objetivo, las empresas necesitaban un instrumento de clase político y una base popular, por lo que trataron activamente de controlar el Partido Republicano como su propio instrumento. La formación de poderosos comités de acción política para procurar, como decía el viejo adagio, «el mejor gobierno que el dinero pudiera comprar» fue un paso importante. Las supuestamente «progresistas» leyes de 1974, de financiación de campañas electorales, legalizaron la corrupción financiera de la política. A partir de entonces, los comités de acción política podrían asegurar el dominio financiero de ambos partidos políticos por parte de los intereses de asociaciones empresariales profesionales y bien dotadas económicamente. Los PAC [Political Action Committee] empresariales, que ascendían a 89 en 1974, habían aumentado a 1.467 en 1982. Si bien estaban dispuestos a financiar a poderosos miembros de ambos partidos siempre que sus intereses fueran atendidos, también se inclinaron sistemáticamente por apoyar a los paladines de la derecha. El límite de 5.000 dólares en la contribución de un PAC a cualquier individuo obligó a los PAC de diferentes empresas e industrias a trabajar juntos; y eso significó construir alianzas basadas en el interés de clase. La voluntad del Partido Republicano de convertirse en el representante de «su base de clase dominante» durante aquel periodo contrasta con la actitud «ideológicamente ambivalente» del Partido Demócrata, derivada del «hecho de que sus lazos con varios grupos en la sociedad son difusos, y ninguno de esos grupos (mujeres, negros, trabajadores, ancianos, hispanos, organizaciones políticas urbanas) destaca claramente sobre los demás». La dependencia de los demócratas, además, de las contribuciones del gran capital –o «big money»– hicieron que muchos de ellos fueran muy vulnerables a la influencia directa de los intereses comerciales[15]. Los intereses de la industria, la minería, la silvicultura y los agronegocios tomaron la delantera en ese aspecto de la guerra de clases que se desarrolló a partir de entonces.

Sin embargo, el Partido Republicano necesitaba una base electoral sólida para colonizar el poder de manera efectiva. Fue hacia esa época cuando los republicanos buscaron una alianza con la derecha cristiana. Jerry Falwell fundó en 1978 el movimiento de la «mayoría moral» como brazo político de un cristianismo de derechas y muy conservador. Apelaba al nacionalismo cultural de la clase trabajadora blanca y su acosado sentido de justicia moral (acosado porque esa clase vivía en condiciones de inseguridad económica crónica y se sentía excluida de muchas de las prestaciones que se distribuían a través del programa de «acción afirmativa», puesto en marcha por el presidente Kennedy, y de otros programas estatales). Esa «mayoría moral» podía movilizarse en una clave racista, homófoba y antifeminista más o menos modulada. No era la primera vez, ni por desgracia será la última, que un grupo social vota en contra de sus intereses materiales, económicos y de clase por razones culturales, nacionalistas y religiosas. A partir de entonces, la impía alianza entre las grandes empresas y los cristianos conservadores no dejó de consolidarse, erradicando todos los elementos progresistas (significativos e influyentes en la década de 1960) del Partido Republicano y convirtiéndolo en la fuerza electoral derechista relativamente homogénea de los tiempos actuales.

La elección de Reagan inició el largo proceso de consolidación del cambio político necesario para apoyar el previo viraje monetarista hacia el neoliberalismo. Sus planes, señaló Edsall en aquel momento, se centraron en

un impulso general para reducir el alcance y el contenido de la regulación federal de la industria, el medio ambiente, el centro de trabajo, la atención médica y la relación entre comprador y vendedor. El impulso de la administración Reagan hacia la desregulación se logró mediante severos recortes presupuestarios que redujeron la capacidad de aplicación efectiva de la ley; mediante el nombramiento, en los organismos competentes, de personal contrario a la regulación y favorable a la industria; y, finalmente, dotando a la Oficina de Administración y Presupuesto de una autoridad sin precedentes para retrasar las principales regulaciones, forzar revisiones importantes en las propuestas reguladoras y –mediante análisis prolongados de costes-beneficios– para ahogar efectivamente una amplia gama de iniciativas reguladoras[16].