Senderos del mundo - David Harvey - E-Book

Senderos del mundo E-Book

David Harvey

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Beschreibung

Este libro indaga entre las obras más emblemáticas del recorrido intelectual emprendido por David Harvey a lo largo de cinco décadas. Muestra cómo la vivencia de los disturbios, la desesperación y la injusticia presentes en el Baltimore de los años setenta llevó a Harvey a buscar en Marx una explicación satisfactoria de las desigualdades capitalistas, así como a un compromiso intelectual ininterrumpido que ha hecho de él el mayor expositor de la obra de Marx. El libro conduce al lector por las diferentes etapas de la singular síntesis de método marxista y saberes geográficos que ha permitido a Harvey desarrollar una poderosa comprensión acerca de los caminos del mundo: desde la nueva mecánica del imperialismo, las crisis de los mercados financieros o la eficacia de las huelgas en el sector automovilístico inglés, hasta los vínculos entre naturaleza y cambio, pasando por el significado de la condición posmoderna.

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Akal / Cuestiones de antagonismo / 105

David Harvey

Senderos del mundo

Traducción: Juanmari Madariaga

Este libro indaga entre las obras más emblemáticas del recorrido intelectual emprendido por David Harvey a lo largo de cinco décadas. Muestra cómo la vivencia de los disturbios, la desesperación y la injusticia presentes en el Baltimore de los años setenta llevó a Harvey a buscar en Marx una explicación satisfactoria de las desigualdades capitalistas, así como a un compromiso intelectual ininterrumpido que ha hecho de él el mayor analista de la obra de Marx.

El libro conduce al lector por las diferentes etapas de la singular síntesis de método marxista y saberes geográficos que ha permitido a Harvey desarrollar una poderosa comprensión acerca de los caminos del mundo: desde la nueva mecánica del imperialismo, las crisis de los mercados financieros o la eficacia de las huelgas en el sector automovilístico inglés, hasta los vínculos entre naturaleza y cambio, pasando por el significado de la condición posmoderna.

David Harvey es Distinguished Professor of Anthropology and Geography en el Graduate Center de la City University of New York (CUNY) y director del Center of Place, Culture and Politics de la misma universidad. En Ediciones Akal ha publicado Espacios de esperanza (2003), El nuevo imperialismo (2004), Espacios del capital (2007), Breve historia del neoliberalismo (2007), París, capital de la modernidad (2008), El enigma del capital y las crisis del capitalismo (2012), Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana (2013), El cosmopolitismo y las geografías de la libertad (2017), Senderos del mundo (2018) y los dos volúmenes de su Guía de El Capital de Marx (2014 y 2016).

«David Harvey es una inspiración para mí, así como para todas las personas que, de manera imperiosa, aspiran a un orden mundial justo; uno de los pensadores más sagaces e inteligentes con que podemos contar.»

Owen Jones, autor de Chavs y The Establishment.

«David Harvey provocó una revolución en su campo de estudio y ha inspirado a generaciones de intelectuales radicales»

Naomi Klein, autora de La doctrina del shock y No Logo.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Ways of the World

© David Harvey, 2016

© Ediciones Akal, S. A., 2018

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4651-6

Créditos de imágenes

Figura 4.2 (arriba) © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Briant;

(abajo) © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Joffre

Figura 4.3 (izquierda) © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Habouzit

(derecha) © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Pierrain

Figura 4.5 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Lifeman

Figura 4.6 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Joffre

Figura 4.7 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Joffre

Figura 4.8 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Joffre

Figura 4.9 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Degraces

Figura 4.10 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Joffre

Figura 4.11 © Photothèque des Musées de la Ville de Paris / Degraces

Prefacio

He tenido la suerte de participar en la publicación de muchos de los libros de David Harvey, desde el primero en 1969 hasta el presente 47 años después. El primero fue Explanation in Geography, en el que reformuló las formas en que los geógrafos recopilan, clasifican e interpretan los datos y cómo generalizan y elaboran teorías basadas en ellos. Lo hizo apoyándose en otras disciplinas, especialmente filosofía, estadística y matemáticas. Trataba de llevar lo que llamaba «estándares intelectuales decentes para la argumentación racional» a la metodología y la teorización geográfica. El libro fue una hazaña rápidamente aclamada en todo el mundo. Harvey lo terminó mientras era profesor en el Departamento de Geografía en la Universidad de Brístol. En el momento en que lo publicó se había convertido en profesor asociado en el Departamento de Geografía e Ingeniería Medioambiental en la Universidad Johns Hopkins en Baltimore. Allí su experiencia de la ciudad a raíz de los disturbios de 1968 cambió dramáticamente el enfoque de su investigación y marcó el comienzo de su larga vinculación con las obras de Karl Marx. La transición se hizo evidente 2 años después en «Revolutionary and Counter-Revolutionary Theory in Geography and the Problem of Ghetto Formation», publicado aquí como capítulo 1. Su tema tiene un marcado contraste con el libro que lo precedió, pero la preocupación de Harvey por la meticulosa recopilación y análisis de datos y por una interpretación rigurosa de su importancia para la teoría y la práctica es tan evidente en uno como en otro; ha seguido siendo una característica descollante de su obra desde entonces.

En su comentario sobre el capítulo 1 Harvey señala que sus hallazgos sobre las causas del problema de la vivienda en Baltimore se ganaron la admiración de los funcionarios, los propietarios de terrenos y los financieros de la ciudad. En este caso admite que no mencionaba la base marxista de su análisis. Sus investigaciones sobre la naturaleza proteica del capital han seguido obteniendo aplausos de los capitalistas que critica, incluso cuando se enmarcaban explícitamente en términos marxistas: The Enigma of Capital, por ejemplo, publicado en 2010, fue reseñado favorablemente en el Financial Times y en la revista trimestral Finance & Development del FMI. Se puede entender por qué al leer el chispeante informe sobre la evolución del capitalismo en el capítulo 11. Al igual que su ilustre predecesor, Harvey es un analista brillantemente perspicaz de la historia y adaptabilidad del capital, incluso cuando diagnostica las causas de sus crisis y la inevitabilidad de su desaparición.

Mis favoritos entre los muchos capítulos que destacan en el libro incluyen la explicación de lo que hay detrás de la construcción de la Basílica del Sacré-Coeur en París en el capítulo 4, la exposición de la compresión espacio-temporal en su estudio del posmodernismo en el capítulo 5 y el informe en el capítulo 8 de la huelga de los trabajadores del automóvil en Oxford, que se desplaza desde un análisis de las tensiones entre la acción local y las causas globales hasta una consideración minuciosa de las novelas de Raymond Williams, así como el tema recurrente a lo largo de todo el libro de cómo se trasladan, demasiado visiblemente, los problemas de sobreacumulación a la urbanización desenfrenada y los perjuicios sociales que la acompañan.

Esta recopilación de textos de David Harvey de diversos periodos de su larga y productiva carrera interesará sin duda, tanto a los que ya están familiarizados con su obra como a quienes la conozcan por primera vez.

John Davey

Oxford, agosto de 2015

Introducción

Nos llegan de China algunas noticias y algunos informes sorprendentes. El Servicio Geológico estadounidense [United States Geological Survey], que controla este tipo de cosas, informa que China consumió 6.651 millones de toneladas de cemento en los años 2011-2013, frente a los 4.405 millones de toneladas que utilizó Estados Unidos durante el periodo 1900-1999. En Estados Unidos se emplean sin duda grandes cantidades, pero los chinos parecen estar vertiéndolo sin freno en todas partes. ¿Cómo y por qué podría estar sucediendo esto? ¿Y con qué consecuencias medioambientales, económicas y sociales?

Ese es el tipo de preguntas sobre las que este libro pretende arrojar luz. Así que atendamos al contexto de este hecho simple y consideremos luego cómo podemos crear un marco general para comprender lo que está sucediendo.

La economía china atravesó una seria crisis en 2008. Su sector exportador se vio en grandes dificultades. Millones de trabajadores (30 millones según algunas estimaciones) fueron despedidos porque la demanda de consumo en Estados Unidos (el principal mercado para los productos chinos) había caído en picado: millones de familias estadounidenses habían perdido o se exponían al peligro de perder sus hogares a causa de las ejecuciones de hipotecas y evidentemente no corrían a los centros comerciales a comprar bienes de consumo. El boom inmobiliario y la consiguiente burbuja desde 2001 hasta 2007 habían sucedido a la caída del mercado de valores «punto-com» tras el estallido de la anterior burbuja en 2001. Luego, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal estadounidense, optó por bajar los tipos de interés, con lo que el capital rápidamente retirado de la bolsa se trasladó al mercado inmobiliario como destino preferido hasta que en 2007 estalló la correspondiente burbuja. Así se desplazan las tendencias a la crisis del capital. La crisis de 2008, surgida principalmente en el mercado de la vivienda en el sudoeste (California, Arizona y Nevada) y en el sur (Florida y Georgia) de Estados Unidos, provocó millones de desempleados en las regiones industriales de China a principios de 2009.

El Partido Comunista chino sabía que debía buscar alguna ocupación para todos esos trabajadores desempleados so pena de afrontar la amenaza de un malestar social masivo. A finales de 2009 un detallado estudio conjunto del Fondo Monetario Internacional y la Organización Internacional del Trabajo estimó que la pérdida total neta de empleos en China como consecuencia de la crisis rondaba los 3 millones de personas (frente a 7 millones en Estados Unidos). El Partido Comunista chino logró pues de algún modo crear alrededor de 27 millones de empleos en un año, un resultado fenomenal, sin precedentes en la historia.

¿Pero qué es lo que hicieron los gobernantes chinos y cómo lo hicieron? Diseñaron una enorme oleada de inversión en infraestructuras materiales, en parte para integrar espacialmente la economía china estableciendo lazos de comunicación entre las dinámicas zonas industriales de la costa este y el interior, muy poco desarrollado, y entre los mercados industriales y de consumo del norte y del sur, hasta ahora bastante aislados entre sí. Esto se combinó con un vasto programa de urbanización forzada, construyendo casi de la nada ciudades enteras, así como ampliando y reconstruyendo las existentes.

Esta respuesta a la crisis económica no era nueva. Napoleón III llevó a Haussmann a París en 1852 para restaurar el empleo mediante la reconstrucción de la ciudad después del colapso económico y el movimiento revolucionario de 1848. El Gobierno estadounidense hizo lo mismo después de 1945, cuando empleó gran parte de su mayor productividad y del excedente de efectivo para construir urbanizaciones periféricas y regiones metropolitanas (al estilo de Robert Moses en Nueva York) en torno a las principales ciudades, al mismo tiempo que integraba el sur y el oeste del país en la economía nacional mediante la construcción del sistema de autopistas interestatales. El objetivo era, en ambos casos, crear grandes cantidades de empleo para los excedentes de capital y trabajo y asegurar así la estabilidad social. En China se hizo lo mismo después de 2008, pero tal como indican los datos sobre el consumo de cemento, lo hicieron mediante un cambio de escala. Tal cambio también se había visto antes: Robert Moses trabajó a una escala metropolitana mucho mayor que la del barón Haussmann, que se centró sólo en la ciudad de París. Después de 2008, más de una cuarta parte del PIB chino procedía de la construcción de viviendas, y cuando se le añaden todas las infraestructuras físicas (tales como líneas férreas de alta velocidad, autopistas, proyectos hídricos y de presas, nuevos aeropuertos y terminales de contenedores, etc.), aproximadamente la mitad del PIB de China y casi todo su crecimiento (que rondaba el 10 por 100 anual hasta hace poco) se debió a la inversión en el entorno construido. Así fue como China salió de la recesión, con el vertido de todo ese cemento.

Los efectos de estas iniciativas fueron espectaculares. Después de 2008 China consumía alrededor del 60 por 100 del cobre mundial y más de la mitad de la producción mundial de hierro y cemento. La aceleración de la demanda de materias primas significó que todos los países que como Australia, Chile, Brasil, Argentina, Ecuador… producen minerales, petróleo o productos agrícolas (madera, habas de soja, pieles, algodón, etc.) dejaron atrás rápidamente los efectos del colapso de 2007-2008 y experimentaron un veloz crecimiento. Alemania, que suministra a los chinos máquinas-herramientas de alta calidad, también prosperó (a diferencia de Francia, que no lo hace). La resolución de una crisis puede ser tan veloz como su generación; de ahí su volatilidad en la geografía del desarrollo desigual. Pero de lo que no cabe dudar es de que China asumió el liderazgo para salvar el capitalismo global del desastre después de 2008, con su urbanización masiva y sus inversiones en el entorno construido.

¿Cómo lo hicieron los chinos? La respuesta básica es simple: se financiaron con deuda. El Comité Central del Partido Comunista instruyó a los bancos para que prestaran sin importar el riesgo. A los municipios y las administraciones regionales y locales se les dijo que maximizaran sus iniciativas de desarrollo, mientras que los términos de endeudamiento para inversores y consumidores se relajaron para que pudieran comprar apartamentos donde invertir o vivir. Como consecuencia, el crecimiento de la deuda china ha sido espectacular: casi se ha duplicado desde 2008. La relación deuda/PIB de China es ahora una de las más altas del mundo; pero, a diferencia de Grecia, la deuda se contabiliza en la moneda nacional (el renminbi) y no en dólares o euros. El banco central chino tiene suficientes reservas de divisas extranjeras para cubrir la deuda si fuera necesario y puede imprimir su propia moneda a voluntad. Los chinos asumieron la (sorprendente) visión de Ronald Reagan de que el déficit y el endeudamiento no importan. Pero en 2014 la mayoría de los municipios estaban en quiebra, había proliferado un sistema bancario clandestino para disfrazar la enorme cantidad de préstamos bancarios a proyectos no rentables y el mercado inmobiliario se había convertido en un auténtico casino de volatilidad especulativa. Las amenazas de devaluación de los valores inmobiliarios y del capital sobreacumulado en el entorno construido comenzaron a materializarse en 2012 y alcanzaron un máximo en 2015. China experimentó, en resumen, un problema predecible de sobreinversión en el entorno construido (como sucedió con Haussmann en París en 1867 y con Robert Moses en Nueva York entre el final de la década de 1960 y la crisis fiscal de 1975). La ola masiva de inversión de capital fijo debería haber aumentado la productividad y la eficiencia en el conjunto de la economía china (como sucedió en el caso del sistema de autopistas interestatales en Estados Unidos durante la década de 1960). Invertir la mitad del aumento del PIB en capital fijo que produce tasas de crecimiento en disminución no es una buena propuesta. Los efectos colaterales positivos del crecimiento de China se invirtieron. A medida que este crecimiento se desaceleró, cayeron los precios de las materias primas, lo que provocó que las economías de Brasil, Chile, Ecuador, Australia, etc. cayeran en picado.

¿Cómo se proponen entonces los chinos resolver sus problemas actuales de excedentes de capital ante la sobreacumulación en el entorno construido y el rápido aumento del endeudamiento? Las respuestas son tan simples como los datos sobre el uso del cemento. Para empezar, planean construir una ciudad capaz de albergar a 130 millones de personas (la población combinada de Gran Bretaña y Francia), centrada en el actual Pekín y atravesada en todas direcciones por redes de transportes y comunicaciones de alta velocidad (que «aniquilarán el espacio mediante el tiempo», como decía Marx). Este proyecto financiado con deuda, en un territorio no más grande que Kentucky, está diseñado para absorber excedentes de capital y de trabajo durante mucho tiempo. No se sabe con certeza cuánto cemento se va a emplear, pero no cabe duda de que será una cantidad enorme.

China no es el único lugar que contempla proyectos de este tipo. Versiones menos gigantescas se pueden encontrar en todas partes. La reciente y espectacular urbanización de los Estados del Golfo es un ejemplo obvio. Turquía planea convertir Estambul en una ciudad de unos 45 millones de habitantes (actualmente cuenta con alrededor de 18 millones) y ha comenzado un enorme programa de urbanización en el extremo norte del Bósforo. Ya están en construcción un nuevo aeropuerto y un puente sobre el estrecho. Sin embargo, a diferencia de China, Turquía no puede hacer esto endeudándose en su propia moneda y los mercados de bonos internacionales se están poniendo nerviosos al entrever los riesgos, por lo que el proyecto amenaza estancarse. Pero en casi todas las ciudades importantes del mundo se observan grandes expansiones en la construcción y notables subidas en las precios de las viviendas y sus alquileres; cabe destacar el caso de la ciudad de Nueva York. Un boom de ese tipo tuvo lugar en España hasta que colapsó en 2008. Y cuando llega, el colapso revela mucho sobre el despilfarro y la insensatez de los planes de inversión que se dejaron atrás. En Ciudad Real, al sur de Madrid, se construyó un nuevo aeropuerto con un coste de más de mil millones de euros; pero no llegaron aviones y la constructora se declaró en quiebra. La oferta más alta cuando se subastó en la primavera de 2015 fue de 10.000 euros.

Pero para los gobernantes chinos, duplicar la cohesión y el tamaño de sus ciudades no es bastante. También miran más allá de sus fronteras buscando formas de absorber su capital y mano de obra excedente. Existe un proyecto para reconstruir la llamada «Ruta de la Seda» que unía a China con Europa Occidental a través de Asia Central en la época medieval. «La creación de una versión moderna de esa antigua ruta comercial se ha convertido en una importante iniciativa de la política exterior de China bajo el mandato del presidente Xi Jinping», escriben Charles Clover y Lucy Hornby en el Financial Times (12 de octubre de 2015). La red ferroviaria se extendería desde la costa este de China, a través de Mongolia interior y exterior y los Estados de Asia Central, hasta Teherán y Estambul, desde donde se desplegará por toda Europa y se ramificará hasta Moscú. Ya es un hecho que los productos de China pueden llegar a Europa por esa ruta en 4 días en lugar de los 7 que precisa el transporte marítimo. Los costes más bajos y los tiempos más rápidos en la Ruta de la Seda convertirán en el futuro un área en gran parte vacía en el centro de Asia en una cadena de metrópolis prósperas, algo que ya está sucediendo. Al analizar la lógica del proyecto, Clover y Hornby señalaban la apremiante necesidad de absorber los enormes excedentes de capital y de materiales como el cemento y el acero en China. Los chinos, que han absorbido y luego han creado una creciente masa de capital excedente en los últimos 30 años, buscan ahora desesperadamente lo que yo llamo un «remedio espacial» (véase el capítulo 2) para sus problemas de exceso de capital.

Ese no es el único proyecto de infraestructura global que interesa a China. En el año 2000 se lanzó la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional en Sudamérica (IIRSA), un ambicioso programa para crear infraestructuras de transporte para la circulación de capital y productos básicos en 12 países sudamericanos. Los enlaces transcontinentales pasan por 10 polos de desarrollo. Los proyectos más ambiciosos conectan la costa del Pacífico (Perú y Ecuador) con la costa este (brasileña). Pero los países latinoamericanos no cuentan con financiación suficiente, por lo que incorporaron al proyecto a China, que está particularmente interesada en abrir Brasil a su comercio sin las demoras que suponen las rutas marítimas. En 2012 se firmó un acuerdo con Perú para comenzar la ruta por los Andes hacia Brasil. Los chinos también están interesados en financiar el nuevo canal a través de Nicaragua para competir con el de Panamá. En África ya trabajan esforzadamente (utilizando su propio capital y mano de obra) para integrar los sistemas de transporte de África Oriental, y están interesados en construir ferrocarriles transcontinentales de una costa a otra.

Cuento estos relatos para ilustrar que la geografía mundial ha estado y está siendo constantemente hecha, rehecha y a veces incluso destruida para absorber los excedentes de capital que se acumulan rápidamente. La respuesta simple a la pregunta de por qué sucede eso es: porque la reproducción de la acumulación de capital lo requiere. Esto prepara la escena para una evaluación crítica de las eventuales consecuencias sociales, políticas y medioambientales de tales procesos y plantea la cuestión de si podemos permitirnos seguir por ese camino o si debemos controlar o abolir el impulso a la acumulación sin fin de capital que se encuentra en su raíz. Ese es el tema unificador que enlaza los capítulos aparentemente dispares de este libro.

Que la destrucción creativa del entorno geográfico mundial no se detiene ni un momento es algo obvio: lo vemos a nuestro alrededor, lo leemos en la prensa y lo oímos en las noticias cada día. Ciudades como Detroit florecen por un tiempo y luego se hunden, mientras que otras ciudades prosperan. Los casquetes polares se derriten y los bosques encogen. Pero la idea de que comprender todo esto podría requerir algo más que una mera descripción, de que necesitamos crear nuevos marcos para entender cómo y por qué «las cosas suceden» tal como lo hacen, es bastante más revolucionaria. Los economistas, por ejemplo, construyen típicamente sus teorías como si la geografía fuera el terreno físico fijo e inmutable sobre el que juegan las fuerzas económicas. ¿Qué podría ser más sólido que las cadenas montañosas como el Himalaya, los Andes o los Alpes, o más fijo que la forma de los continentes y de las zonas climáticas que ciñen la Tierra? Recientemente, respetados analistas como Jeffrey Sachs en The End of Poverty: Economic Possibilities of our Time (2005) [El fin de la pobreza. Cómo lograrlo en nuestro tiempo, 2005] y Jared Diamond en Guns, Germs and Steel: The Fates of Human Societies (1997) [Armas, Gémenes y Acero, 2006] han escrito libros de gran éxito que sugieren que la geografía interpretada como el entorno fijo e inmutable es el destino. La mayoría de las diferencias en la riqueza de las naciones, señala Sachs, tienen que ver con la distancia al Ecuador y el acceso a aguas navegables. Otros, como Daron Acemoglu y James Robinson en Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (2012) [Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, 2012] publican best-sellers que disputan esa opinión. La geografía, según dicen, no tiene nada que ver con eso; lo que importa es el marco institucional, histórica y culturalmente construido. Hay quienes dicen que Europa se desarrolló y se convirtió en cuna del capitalismo de libre mercado debido a su régimen de lluvias, costas accidentadas y diversidad ecológica regional, mientras que China se vio frenada por una línea costera que inhibía la navegación fácil y un régimen hidrológico que requería una administración estatal centralizada y burocrática, hostil al mercado libre y a la iniciativa individual. Otros dicen que las innovaciones institucionales que favorecen la propiedad privada y una estructura fragmentada de poderes estatales y regionales surgieron quizá por accidente en Europa para acabar imponiendo un imperialismo extractivo en partes densamente pobladas del globo (como India y China), que hasta hace muy poco mantuvo bloqueadas sus economías, contrastando radi­calmente con la apertura del asentamiento colonial en las Américas y Oceanía que estimuló el crecimiento económico del libre mercado. Alrededor de temas parecidos se han elaborado historias convincentes de la humanidad: recuérdese el monumental Study of History [Estudio de la Historia, 1963] de Arnold Toynbee, en el que los desafíos ambientales y las respuestas humanas están en la raíz de las transformaciones históricas, o la reciente y sorprendente popularidad de Guns, Germs and Steel de Jared Diamond, donde el medio ambiente lo decide todo.

Lo que sugiero en los ensayos reunidos aquí está en desacuerdo con ambas tradiciones, sobre todo porque ambas son, dicho simplemente, incorrectas. No están equivocadas porque malinterpreten los detalles, lo que claramente hacen (la suavidad de la costa china frente a la accidentada línea costera de Europa depende enteramente de la escala del mapa que se consulte), sino porque su definición de qué es o no es geográfico no tiene sentido: depende de una separación cartesiana artificial de la naturaleza con respecto a la cultura, mientras que en el mundo real es imposible discernir dónde termina la naturaleza y comienza la cultura. Imponer una dicotomía donde no la hay es un error fatal. La geografía expresa la unidad entre la cultura y la naturaleza y no el producto de una interacción causal con retroalimentación, tal como se suele representar. Esa dualidad ficticia da lugar a todo tipo de desastres políticos y sociales.

Como muestra la historia reciente de China, la geografía del mundo no está fija sino que cambia constantemente. Los cambios en la duración y el coste del transporte, por ejemplo, redefinen continuamente los espacios relativos de la economía global. La extracción de riqueza de Oriente a Occidente desde el siglo XVIII no podría haber ocurrido sin las nuevas tecnologías del transporte y el dominio militar que cambiaron las coordenadas espacio-temporales de la economía global (particularmente con la aparición de los ferrocarriles y los buques de vapor). Lo que importa es el espacio relativo y no el absoluto. Aníbal tuvo muchos problemas para llevar a sus elefantes a través de los Alpes, pero la construcción del Túnel del Simplon cambió drásticamente la facilidad de movimiento de mercancías y personas entre la mayor parte de Europa y el norte de Italia.

En estos ensayos pretendo encontrar un marco para comprender el proceso por el que se compone, descompone y recompone continuamente nuestra geografía y sus consecuencias para la vida humana y el medio ambiente del planeta Tierra. Digo un «marco» más que una teoría específica y estrictamente ordenada porque la geografía cambia constantemente, no sólo porque los seres humanos son agentes activos en la creación de entornos que condicionan la reproducción de su modo de producción (como el capitalismo), sino porque en los ecosistemas del mundo se están produciendo continuamente transformaciones simultáneas bajo otros impulsos. Algunos de esos cambios, pero no todos, son consecuencias involuntarias de las acciones humanas: piénsese en el cambio climático global, el del nivel del mar, el de la capa de ozono, las cualidades más o menos degradadas del aire y el agua, los desechos oceánicos y la disminución de las poblaciones de peces, extinciones de especies y similares. Mientras tanto, surgen nuevos virus y agentes patógenos (VIH/sida, ébola, virus del Nilo Occidental) y desaparecen otros más antiguos (viruela) o, como el de la malaria, se muestran recalcitrantes frente a los intentos humanos por controlarlos. El mundo natural que habitamos también está en constante cambio, ya que el movimiento de las placas tectónicas arroja lavas volcánicas y provoca terremotos y tsunamis, mientras que las manchas solares afectan a la Tierra de modos dispares.

La reproducción de nuestro entorno geográfico se da de diversas maneras y por todo tipo de razones. Los bulevares de Haussmann en París se concibieron en parte como instalaciones militares diseñadas para el control militar y social de una población urbana tradicionalmente rebelde, del mismo modo que la actual construcción de represas en Turquía está destinada principalmente a destruir, inundándola, la base agraria del movimiento autónomo kurdo mientras entrecruzan el sudeste de Anatolia con una serie de fosos para dificultar el movimiento de las guerrillas insurgentes que combaten por la independencia kurda. Que la construcción, tanto de los bulevares como de las presas, absorba el capital y el trabajo excedente parece enteramente fortuito. Las percepciones y las costumbres culturales se están incorporando constantemente al paisaje de maneras específicas, ya que el paisaje mismo se convierte en una serie de monumentos (como el Sacré-Coeur en París o una montaña como el Mont Blanc) que marcan una identidad y significados sociales y colectivos. Las ciudades y aldeas de la Toscana contrastan con las cumbres peladas que se consideran espacios sagrados e intocables en Corea. Tratar de aglutinar diversas características de ese tipo en una sola teoría coherente es claramente imposible; pero eso no significa que la producción geográfica supere todo entendimiento humano. Por eso escribo sobre «marcos», para comprender la creación de nuevas geografías, la dinámica de la urbanización y los desarrollos geográficos desiguales (por qué algunos lugares prosperan mientras otros declinan) y las consecuencias económicas, políticas y ambientales para la vida en el planeta Tierra en general y la vida cotidiana en el mosaico de vecindarios, ciudades y regiones en que el mundo está dividido.

Para crear tales marcos debemos explorar métodos de investigación basados en procesos y adoptar criterios más dialécticos en los que las típicas dualidades cartesianas (como entre la naturaleza y la cultura) se disuelven en un solo flujo de destrucción creativa histórica y geográfica. Aunque esto pueda parecer difícil de entender al principio, es posible localizar eventos y procesos en los que podamos intuir mejor cómo navegar en mares peligrosos y aventurarnos en tierras inexploradas. Nada, por supuesto, nos garantiza que el marco evitará naufragios o nos librará de caer en arenas movedizas, quedarnos inmovilizados o desanimarnos y darnos por vencidos. Cualquiera que contemple la inextricable maraña de relaciones e interacciones que condiciona cuanto acontece en Oriente Medio entenderá seguramente a qué me refiero.

Los mapas cognitivos proporcionan algunas claves y algunos asideros con los que analizar cómo se producen tales enredos y quizá indicaciones de cómo zafarnos de las dificultades que afrontamos. Puede que esta sea una declaración osada, pero en estos tiempos difíciles se precisa de cierta audacia y del valor de nuestras convicciones para ir a cualquier parte, y deberíamos hacerlo con la certeza de que cometeremos errores. El aprendizaje, en este caso, significa extender y profundizar los mapas cognitivos que llevamos en nuestras cabezas. Esos mapas nunca están completos y en cualquier caso cambian rápidamente, en estos días con un ritmo cada vez más rápido. Mis mapas cognitivos, compilados a lo largo de 40 años de trabajo, pensamiento y diálogo con otros, son incompletos; pero tal vez proporcionan una base para una comprensión crítica de las sendas por recorrer en la complicada geografía en la que vivimos y somos.

Esto plantea preguntas sobre las formas que podría adoptar nuestro mundo futuro. ¿Queremos vivir en una ciudad de 130 millones de habitantes? ¿Es razonable verter cemento en todas partes para evitar que el capital caiga en una crisis? No me parece particularmente atractiva la imagen de esas nuevas ciudades chinas que se están construyendo, por muchas razones: sociales, ambientales, estéticas, humanísticas y políticas. Mantener cualquier sentido de valor, dignidad y significado personal o colectivo frente a semejante monstruo del desarrollo parece una misión destinada al fracaso, que produce las más profundas enajenaciones. No me puedo imaginar que muchos de nosotros lo deseemos, promovamos o planifiquemos personalmente, aunque evidentemente hay algunos futurólogos que avivan las llamas de estas visiones utópicas y algunos periodistas bastante serios que están convencidos o cautivados por esas iniciativas hasta el punto de querer informar sobre ellas, junto con los desesperados financieros que controlan excedentes de capital, preparados para invertirlos y convertir en realidad tales visiones.

Recientemente concluía, en Seventeen Contradictions and the End of Capitalism [Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, 2014], que es a la vez lógico e imperativo en nuestros días considerar seriamente la geografía cambiante del mundo desde una perspectiva crítica anticapitalista. Si sostener y reproducir el capital como forma dominante de la economía política requiere, como parece ser el caso, verter cemento a un ritmo cada vez mayor, seguramente es hora de cuestionar al menos, si no rechazar, el sistema que produce tales excesos. O eso, o los apologistas del capitalismo contemporáneo tendrán que demostrar que la reproducción del capital puede lograrse por otros medios menos violentos y menos destructivos. Espero ese debate con interés.

I

Teoría revolucionaria y contrarrevolucionaria en geografía y el problema de la formación de guetos

¿Cómo y por qué deberíamos instar a una revolución en el pensamiento geográfico? Para obtener mayor perspectiva acerca de esa pregunta, vale la pena examinar las revoluciones y contrarrevoluciones ocurridas en todas las ramas de la ciencia. Thomas Kuhn[1] proporciona un análisis interesante de este fenómeno en las ciencias naturales. Sugiere que la mayor parte de la actividad científica se desarrolla en el marco de la que llama «ciencia normal», que equivale a la investigación de todas las facetas de un paradigma particular (un paradigma es un conjunto de conceptos, categorías, relaciones y métodos que son generalmente aceptados en una comunidad científica en un lugar y un momento dados). En la práctica de la ciencia normal surgen ciertas anomalías, esto es, observaciones o paradojas que no se pueden resolver desde o dentro del paradigma existente. Estas se convierten en un foco de atención creciente hasta que la ciencia entra en un periodo de crisis en el que se realizan intentos especulativos de resolver los problemas planteados por las anomalías. De esos intentos acaba surgiendo finalmente un nuevo conjunto de conceptos, categorías, relaciones y métodos entrelazados que resuelven los dilemas existentes al tiempo que preservan e incorporan los aspectos más valiosos del viejo paradigma. Así es como nace un nuevo paradigma, seguido una vez más por la reanudación de la actividad científica normal.

El esquema de Kuhn está sujeto a críticas por varios motivos. Discutiré dos problemas muy brevemente: primero, no ofrece ninguna explicación de cómo surgen las anomalías ni de cómo, una vez que han surgido, generan crisis. Esta crítica se podría solventar distinguiendo entre las anomalías significativas y las insignificantes. Por ejemplo, se sabía desde hacía mucho que la órbita de Mercurio no se ajustaba a los cálculos de Newton, pero esa anomalía era insignificante porque no tenía relevancia para el uso del sistema newtoniano en el contexto habitual. Si hubieran surgido anomalías en la construcción de puentes, en cambio, seguramente se habrían considerado altamente significativas. El paradigma newtoniano permaneció en pie sin ser cuestionado hasta que algo de importancia práctica resultaba imposible de explicar apelando a él.

En segundo lugar está la pregunta, nunca respondida satisfactoriamente por Kuhn, sobre la forma en que se acepta un nuevo paradigma. Kuhn admite que esa aceptación no es una cuestión de lógica. Sugiere más bien que implica un acto de fe. ¿En qué se basa ese acto? Según el análisis de Kuhn, hay una fuerza-guía que nunca se examina explícitamente. En su historia esa fuerza-guía se enraiza en una creencia fundamental en las virtudes del control y la manipulación del entorno natural. El acto de fe, aparentemente, se basa en la creencia de que el nuevo paradigma extenderá y profundizará ese poder. ¿Pero a qué aspecto de la naturaleza afectará? Presumiblemente, será un aspecto de la naturaleza importante en términos de la actividad y la vida cotidiana en un lugar y un momento particulares.

La debilidad más notoria de la argumentación de Kuhn, a la que apuntan esas dos críticas, es su abstracción de la elaboración del conocimiento científico de su contexto materialista histórico. Kuhn ofrece una interpretación idealista del avance científico, cuando está claro que el pensamiento científico está fundamentalmente orientado a actividades materiales. La base materialista histórica para el avance del conocimiento científico ha sido explorada por John Desmond Bernal[2]. La actividad material implica la manipulación de la naturaleza en interés del hombre, y la comprensión científica no puede ser interpretada independientemente de ese impulso general. Sin embargo, en esta coyuntura, nos vemos obligados a agregar una nueva perspectiva, porque «el interés del hombre» está sujeto a una variedad de interpretaciones, según el sector de la sociedad en el que estemos pensando. Bernal señala que en Occidente las ciencias eran hasta hace muy poco propiedad exclusiva de un grupo de clase media, e incluso recientemente, con el surgimiento de lo que a menudo se llama la «meritocracia», el científico se ve frecuentemente atraído en el curso de su carrera a las formas de vida y pensamiento de la clase media. Por eso cabe esperar que las ciencias naturales reflejen tácitamente un impulso hacia la manipulación y el control de aquellos aspectos de la naturaleza que son relevantes para la clase media. Mucho más importante, sin embargo, es la sujeción de la actividad científica, por un proceso de mecenazgo y financiación de la investigación, a los intereses especiales de quienes tienen el control de los medios de producción y las finanzas. La coalición de industria y gobierno dirige en gran medida la actividad científica. En consecuencia, «manipulación y control» significa manipulación y control en interés de grupos particulares de la sociedad (específicamente, la comunidad industrial y financiera junto con la clase media) más que de la sociedad como un todo[3]. Con esas restricciones estaremos en mejores condiciones para comprender el impulso general del avance científico oculto en las recurrentes revoluciones científicas que Kuhn ha descrito tan perspicazmente.

Con frecuencia se ha cuestionado si el análisis de Kuhn podría extenderse a las ciencias sociales. Kuhn parece verlas como «precientíficas», en el sentido de que ninguna ciencia social ha establecido realmente ese corpus de conceptos, categorías, relaciones y métodos generalmente aceptados que constituyen un paradigma. Esta visión de las ciencias sociales como precientíficas es, de hecho, bastante general entre los filósofos de la ciencia[4]. Sin embargo, una rápida revisión de la historia del pensamiento en las ciencias sociales muestra que sí ocurren revoluciones en ese campo y que están marcadas por muchas de las mismas características que Kuhn señaló en las ciencias naturales. No hay duda de que Adam Smith proporcionó una formulación paradigmática del pensamiento económico, que fue posteriormente consolidada por Ricardo. En tiempos más recientes, Keynes logró hacer algo esencialmente similar y ofreció una formulación paradigmática que dominó el pensamiento económico en Occidente hasta 1970, más o menos. H. G. Johnson[5] explora tales revoluciones en el pensamiento económico. Su análisis es paralelo en muchos aspectos al de Kuhn, agregando, sin embargo, varios giros adicionales. En el corazón de la revolución keynesiana, afirma, había una crisis generada por el fracaso de la economía prekeynesiana para tratar el problema más apremiante y significativo de la década de 1930: el desempleo. Así, el desempleo suponía la anomalía significativa. Johnson sugiere que:

Por mucho, la circunstancia más útil para la rápida propagación de una teoría nueva y revolucionaria es la existencia de una ortodoxia establecida que es claramente inconsistente con los hechos más sobresalientes de la realidad, y sin embargo está lo bastante segura de su poder intelectual para intentar explicar esos hechos, y en sus esfuerzos por hacerlo exhibe su incompetencia de una manera ridícula.

Así, las realidades sociales objetivas de la época desbordaron la sabiduría convencional y sirvieron para exponer sus fallos.

En esta situación de confusión general y obvia irrelevancia de la economía ortodoxa para los problemas reales, se abrió el camino para una nueva teoría que ofrecía una explicación convincente de la naturaleza del problema y un conjunto de prescripciones políticas basadas en esa explicación.

Hasta ahí, la similitud con Kuhn es bastante notable. Pero Johnson agrega nuevas consideraciones, algunas de las cuales provienen realmente de la sociología de la propia ciencia. Afirma que una teoría recién aceptada tenía que poseer cinco características principales:

Primero, tenía que atacar la proposición central de la ortodoxia conservadora […] con un nuevo análisis académicamente aceptable que la invirtiera […] Segundo, la teoría tenía que parecer nueva, pero absorber la mayor cantidad posible de componentes válidos o al menos no fácilmente discutibles de la teoría ortodoxa existente. En ese proceso ayuda enormemente dar a los viejos conceptos nombres nuevos y desconcertantes, y enfatizar como cruciales pasos analíticos que anteriormente se habían considerado triviales […] En tercer lugar, la nueva teoría debía tener el grado apropiado de dificultad […] de modo que a los colegas académicos al mando les resultara difícil o demasiado costosa estudiarla y desperdiciaran sus esfuerzos en cuestiones teóricas periféricas, ofreciéndose así como blancos fáciles para la crítica y el rechazo por parte de sus colegas más jóvenes y ansiosos. Al mismo tiempo, la nueva teoría tenía que parecer lo suficientemente difícil como para atraer el interés intelectual de colegas y estudiantes más jóvenes, pero en realidad lo bastante fácil para poder dominarla adecuadamente con suficiente inversión de esfuerzo intelectual […] Cuarto, la nueva teoría tenía que ofrecer a los estudiosos más dotados y menos oportunistas una nueva metodología más atractiva que las actualmente disponibles […] Finalmente, [tenía que ofrecer] una importante relación empírica […] para las mediciones.

La historia del pensamiento geográfico en los últimos 10 años se refleja exactamente en ese análisis. La proposición central de la vieja geografía era la cualitativa y particular, incapaz claramente de resistir el impulso del conjunto de las ciencias sociales hacia instrumentos de manipulación y control social que requieren una comprensión de lo cuantitativo y lo general. Tampoco cabe ninguna duda de que durante el proceso de transición los conceptos antiguos recibieron nombres nuevos y confusos y que suposiciones bastante triviales fueron sometidas a una investigación analítica rigurosa. Además, no se puede negar que la llamada revolución cuantitativa en la geografía ofreció la oportunidad de poner en la picota a los académicos más antiguos en la disciplina, en particular cuando se aventuraban en cuestiones relacionadas con la ortodoxia emergente. También es cierto que el movimiento cuantitativo proporcionó un desafío con la dificultad apropiada y abrió la posibilidad de nuevas metodologías, muchas de las cuales fueron muy provechosas en términos de las ideas analíticas que generaron. Por último, había muchas cosas nuevas por medir; en la función de la pérdida de influencia a distancia, el umbral, el rango de un bien y la medición de pautas espaciales, los geógrafos encontraron cuatro nuevos temas empíricos aparentemente cruciales, a cuya investigación podían dedicar gran cantidad de tiempo. El movimiento cuantitativo puede interpretarse así, al menos parcialmente, como un desafiante conjunto de nuevas ideas para debatir, en parte como una lucha bastante mezquina por el poder y el estatus dentro de un marco disciplinario, y en parte como respuesta a presiones externas para descubrir los medios de manipulación y control en los que se puede definir, hablando genéricamente, «el campo de planificación». Por si alguien malinterpreta esas observaciones como señales que apuntan a un grupo en particular, debo decir que todos estábamos involucrados en este proceso y que no había ni hay manera de que pudiéramos escapar de esa participación.

Johnson también introduce el término «contrarrevolución» en su análisis. A este respecto su pensamiento no es muy esclarecedor, ya que es obvio que tiene un gran interés personal en criticar a los monetaristas, a quienes designa como contrarrevolucionarios, aunque existe una anomalía significativa (la combinación de inflación y desempleo) que supone un importante desafío para la ortodoxia keynesiana. Pero hay algo muy importante en ese término que requiere análisis. Parece intuitivamente plausible pensar en el tráfago de las ideas en las ciencias sociales como un movimiento basado en la revolución y la contrarrevolución, a diferencia de las ciencias naturales, en las que no parece que esa noción pueda aplicarse tan directamente.

Podemos analizar los fenómenos contrarrevolucionarios utilizando nuestra percepción de la formación de paradigmas en las ciencias naturales, basada en la ampliación de la capacidad del hombre para manipular y controlar los fenómenos naturales. Del mismo modo, podemos anticipar que la fuerza motriz detrás de la formación de paradigmas en las ciencias sociales es el deseo de manipular y controlar la actividad humana y los fenómenos sociales en interés del hombre. Inmediatamente surge la cuestión de quién va a controlar a quién, en interés de quién se ejercerá el control, y si el control dice ejercerse en interés de todos, quién va a asumir la tarea de definir ese interés público. Nos vemos así obligados a enfrentarnos directamente en las ciencias sociales a lo que en las ciencias naturales surge sólo indirectamente, a saber, las bases y consecuencias sociales del control y la manipulación. Sería extraordinariamente estúpido suponer que esas bases están equitativamente distribuidas en toda la sociedad. Nuestra historia muestra que generalmente esas bases están muy concentradas en unas pocas agrupaciones sociales clave. Esos grupos pueden ser benevolentes o explotadores con respecto a otros grupos, pero ese no es el problema. La cuestión es que las ciencias sociales formulan conceptos, categorías, relaciones y métodos que no son independientes de las relaciones sociales existentes. Como tales, los conceptos son el producto de los mismos fenómenos que están diseñados para describir. Una teoría revolucionaria sobre la cual se basa un nuevo paradigma sólo obtendrá aceptación general si la naturaleza de las relaciones sociales incorporadas en la teoría se constata efectivamente en el mundo real. Una teoría contrarrevolucionaria es la que se propone deliberadamente hacer frente a la teoría revolucionaria a fin de evitar, ya sea por cooptación o por subversión, los cambios sociales amenazadores que generaría la aceptación general de la teoría revolucionaria.

Este proceso de revolución y contrarrevolución en las ciencias sociales queda explícito en la relación entre las teorías económicas y políticas de Adam Smith y Ricardo y las de Karl Marx, sobre las que Engels, en su prefacio al volumen dos de El capital, proporciona algunas ideas bastante extraordinarias examinando la acusación de que Marx había plagiado la teoría del plusvalor[6], cuando lo cierto es que había reconocido claramente que tanto Adam Smith como Ricardo habían discutido y comprendido parcialmente la naturaleza del plusvalor. Engels trata de explicar lo que era nuevo en los enunciados de Marx al respecto, y cómo fue que la teoría del plusvalor de Marx «golpeó como un rayo que cae de un cielo despejado»; para ello describió un pasaje de la historia de la química (casualmente, también en él se inspiró Kuhn[7] al tratar la estructura de las revoluciones en las ciencias naturales), sobre la relación entre Lavoisier y Priestley en el descubrimiento del oxígeno. Ambos realizaron experimentos similares y obtuvieron resultados similares. Sin embargo, había una diferencia esencial entre ellos. Priestley insistió durante el resto de su vida en interpretar sus resultados en términos de la antigua teoría del flogisto y por eso llamó a su descubrimiento «dephlogisticated air» [aire deflogistizado]. Lavoisier, en cambio, reconoció que su descubrimiento no se podía reconciliar con la teoría del flogisto existente, y en consecuencia reconstruyó el marco teórico de la química sobre una base completamente nueva. Así, Engels, y Kuhn después de él, afirman que Lavoisier fue el «descubridor real del oxígeno mientras que otros sólo lo habían producido sin saber lo que habían producido». Engels prosigue:

La relación que existe entre Marx y sus predecesores, en lo que respecta a la teoría del plusvalor, es la misma que media entre Lavoisier, por un lado, y Priestley y Scheele, por el otro. La existencia de la parte de valor del producto que ahora denominamos plusvalor fue establecida mucho antes de Marx; asimismo se había enunciado, con mayor o menor claridad, de qué se compone, a saber, el producto del trabajo por el cual quien se lo apropia no ha pagado equivalente alguno. Pero no se pasaba de ahí. Unos –los economistas burgueses clásicos– a lo sumo investigaron la proporción cuantitativa según la cual el producto del trabajo se distribuye entre el obrero y el poseedor de los medios de producción. Otros –los socialistas– encontraban injusta esa distribución y buscaban medios utópicos con los que corregir la injusticia. Pero tanto unos como otros seguían imbuidos de las categorías económicas preexistentes, tal como las habían encontrado. Entonces apareció Marx, y precisamente en antítesis directa con todos sus predecesores. Allí donde estos veían una solución, él veía solamente un problema. Vio que lo que tenía ante sí no era aire desflogistizado ni aire ígneo, sino oxígeno; que no se trataba ni de la simple comprobación de un hecho económico corriente, ni del conflicto de este hecho con la justicia eterna y la verdadera moral, sino de un hecho que estaba llamado a trastocar toda la economía y que ofrecía –a quien supiera interpretarlo– la clave para comprender toda la producción capitalista. Basándose en ese hecho, investigó todas las categorías, tal como Lavoisier había investigado de la mano del oxígeno todas las categorías preexistentes de la química flogística[8].

Resulta bastante notable, por supuesto, que Engels expusiera ese tipo de pensamiento casi un siglo antes de que Kuhn supuestamente revolucionara el nuestro sobre el progreso científico. La teoría económica marxista era claramente peligrosa en tanto que parecía proporcionar la clave para comprender la producción capitalista desde la posición de quienes no controlan los medios de producción. En consecuencia, las categorías, conceptos, relaciones y métodos capaces de constituir un nuevo paradigma suponían una enorme amenaza para la estructura de poder del mundo capitalista. La aparición posterior de la teoría marginal del valor (especialmente entre la escuela austríaca de economistas como Böhm-Bawerk y Menger) eliminó muchos de los conceptos básicos del análisis de Smith y Ricardo (en particular, la teoría del valor-trabajo) y también, de paso, sirvió para hacer retroceder el desafío marxista en la economía. La cooptación contrarrevolucionaria de la teoría marxista en Rusia después la muerte de Lenin y una cooptación contrarrevolucionaria similar de gran parte del lenguaje marxista por la sociología occidental (hasta el punto de que algunos sociólogos sugieren que ahora todos somos marxistas), sin transmitir la esencia del pensamiento marxista, han impedido de hecho el verdadero florecimiento del pensamiento marxista y, concomitantemente, el surgimiento de la sociedad humanista que Marx preveía. Tanto los conceptos como las relaciones sociales proyectadas encarnadas en esos conceptos se vieron frustrados.

La revolución y la contrarrevolución en el pensamiento son pues características de las ciencias sociales de una manera aparentemente no característica de las ciencias naturales. Las revoluciones en el pensamiento no pueden divorciarse finalmente de las revoluciones en la práctica. Esto puede apuntar a la conclusión de que las ciencias sociales están de hecho en un estado precientífico. Sin embargo, la conclusión está mal fundada, ya que las ciencias naturales nunca han sido arrebatadas por un tiempo al control de un grupo de interés restringido. Es este hecho, más que algo inherente a la naturaleza de las propias ciencias naturales, lo que explica la ausencia de contrarrevoluciones en las ciencias naturales. En otras palabras, esas revoluciones del pensamiento realizadas en las ciencias naturales no representan una amenaza para el orden existente, ya que están construidas básicamente con los requisitos de ese orden existente. Eso no quiere decir que no tengan que afrontar en su camino algunos problemas sociales incómodos, porque el descubrimiento científico no es predecible y puede ser, por tanto, fuente de tensiones sociales. Lo que esto sugiere, no obstante, es que las ciencias naturales se hallan en un estado presocial. En consecuencia, las cuestiones de acción y control social, que las técnicas de las ciencias naturales a menudo ayudan a resolver, no se incorporan a las propias ciencias naturales. De hecho, hay un cierto fetichismo en cuanto a mantener las cuestiones sociales fuera de las ciencias naturales ya que su incorporación supuestamente introduciría un «sesgo» en una investigación realizada a instancias del orden social existente. Los consiguientes dilemas morales para los científicos que se toman en serio su responsabilidad social son muy reales. Contrariamente a la opinión popular, parece apropiado concluir que la filosofía de las ciencias sociales es potencialmente muy superior a la de las ciencias naturales, y que la fusión final de los dos campos de estudio vendrá, no como consecuencia de los intentos de «cientificar» las ciencias sociales sino, por el contrario, de la socialización de las ciencias naturales[9]. Esto puede significar el reemplazo de la manipulación y el control por la realización del potencial humano como criterio básico para para la aceptación de sus paradigmas. En tal caso, todos los aspectos de la ciencia experimentarían fases de pensamiento revolucionario y contrarrevolucionario, que indudablemente estarían asociadas a cambios revolucionarios en la práctica social.

Volvamos ahora a la pregunta inicial. ¿Cómo y por qué habría que realizar una revolución en el pensamiento geográfico? La revolución cuantitativa ha seguido su curso y aparentemente está dando lugar a rendimientos marginales decrecientes, de modo que cualquier nueva pieza de ecología factorial, cualquier nuevo intento de medir la pérdida de influencia a distancia o de precisar el rango de un bien, nos dice cada vez menos sobre cosas de gran relevancia. Además, ahora hay geógrafos más jóvenes, tan ambiciosos como lo eran los «cuantificadores» de principios de la década de 1960, ansiosos de reconocimiento y de cosas interesantes que hacer. Por eso surgen murmullos de descontento dentro de la estructura social de la disciplina cuando los «cuantificadores» establecen un firme control sobre la producción de estudiantes de posgrado y sobre los planes de estudio de los departamentos. Esta situación sociológica dentro de la disciplina no es suficiente para justificar una revolución en el pensamiento (ni debe), pero es así. Más importante aún, existe una clara disparidad entre el sofisticado marco teórico y metodológico que estamos utilizando y nuestra capacidad para decir algo realmente significativo sobre los acontecimientos que tienen lugar a nuestro alrededor. Existen demasiadas anomalías entre lo que pretendemos explicar y manipular y lo que realmente ocurre. Hay un problema ecológico, un problema urbano, un problema de comercio internacional, y sin embargo parecemos incapaces de decir nada profundo sobre ninguno de ellos. Cuando decimos algo, parece trillado y bastante ridículo. En resumen, nuestro paradigma no está funcionando bien. Está listo para el derrocamiento. Las condiciones sociales objetivas exigen que digamos algo sensato o coherente o callemos para siempre (por falta de credibilidad, o peor aún, por el deterioro de las condiciones sociales objetivas). Son la situación social objetiva emergente y nuestra patente incapacidad para hacerle frente las que esencialmente explican la necesidad de una revolución en el pensamiento geográfico.

¿Cómo deberíamos realizar tal revolución? Hay varios caminos posibles para tomar. Podríamos, como algunos sugieren, abandonar la base positivista del movimiento cuantitativo en favor de un idealismo filosófico abstracto y esperar que las condiciones sociales objetivas mejoren por sí mismas, o que los conceptos forjados mediante modos de pensamiento idealistas logren finalmente suficiente contenido para facilitar el cambio creativo de las condiciones sociales objetivas. Sin embargo, el idealismo se caracteriza por estar siempre condenado a buscar infructuosamente contenido real. También podríamos rechazar la base positivista de la década de 1960 en favor de interpretaciones fenomenológicas. Esto parece más atractivo que el curso idealista, ya que al menos serviría para mantenernos en contacto con el concepto de «hombre» como un ser en constante interacción sensible con las realidades sociales y naturales que le rodean. Pero los enfoques fenomenológicos pueden llevarnos al idealismo o de nuevo al ingenuo empirismo positivista tan fácilmente como a una forma de materialismo socialmente consciente. La llamada revolución conductista en geografía apunta en ambas direcciones. Por lo tanto, la estrategia más fructífera en esta coyuntura es explorar esa área de comprensión en la que se superponen ciertos aspectos del positivismo, el materialismo y la fenomenología para proporcionar interpretaciones adecuadas de la realidad social en la que nos encontramos. Esa superposición es la que explora más claramente el pensamiento marxista. Marx, en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y en La ideología alemana, dio a su sistema de pensamiento una poderosa y atractiva base fenomenológica.

El marxismo y el positivismo tienen también ciertas cosas en común. Ambos tienen una base materialista y recurren a un método analítico. La diferencia esencial, por supuesto, es que el positivismo trata simplemente de entender el mundo, mientras que el marxismo trata de cambiarlo. Dicho de otra manera, el positivismo extrae sus categorías y conceptos de una realidad existente con todos sus defectos, mientras que las categorías y conceptos marxistas se formulan mediante la aplicación del método dialéctico para la historia tal como se desarrolla, aquí y ahora, a través de acontecimientos y acciones. El método positivista implica, por ejemplo, la aplicación de la lógica aristotélica tradicional dicotómica para contrastar hipótesis (la hipótesis nula de la inferencia estadística es un dispositivo puramente aristotélico): las hipótesis son verdaderas o falsas y una vez categorizadas lo son para siempre. La dialéctica, en cambio, propone un proceso de comprensión que permite la interpenetración de opuestos, incorpora contradicciones y paradojas, y apunta a los procesos de resolución. En la medida en que es relevante hablar de verdad y falsedad, la verdad reside en el proceso dialéctico más que en las proposiciones derivadas del proceso. Esas proposiciones pueden ser declaradas «verdaderas» tan sólo en un momento determinado, y siempre pueden ser contradichas por otras proposiciones «verdaderas». El método dialéctico nos permite invertir los análisis si es necesario, considerar las soluciones como problemas y las preguntas como soluciones.

Y así llego por fin a la cuestión de la formación de guetos. En este momento el lector puede considerar que todo lo anterior no era más que una introducción prolija que sólo tiene una importancia marginal para entender la formación de guetos y definir soluciones para el problema; pero de hecho es crucial para el caso, ya que argumentaré que sólo podemos decir algo relevante para el problema si conscientemente buscamos, en el proceso, establecer una teoría geográfica revolucionaria para abordarlo. También argumentaré que podemos concebir esta comprensión utilizando muchas de las herramientas que actualmente tenemos a nuestra disposición. Sin embargo, debemos estar preparados para interpretar esas herramientas de una manera nueva y bastante diferente. En resumen, debemos pensar en términos de oxígeno y no en términos de aire deflogistizado.

El gueto ha atraído mucha atención como uno de los principales problemas sociales de la ciudad estadounidense. A lo largo de la década de 1960 se convirtió en el centro de una ola tras otra de disturbios sociales que culminaron en levantamientos urbanos en Detroit, Los Ángeles y muchas otras ciudades tras el asesinato de Martin Luther King en abril de 1968. Ha asentado lo que ya se conoce como «la crisis urbana» en Estados Unidos y planteó problemas al poder político que exigen respuestas e intervenciones públicas. En las ciudades británicas también han venido aumentando los temores de «polarización» y «guetización». Generalmente se considera que los guetos son malos y que sería socialmente deseable eliminarlos, preferiblemente sin eliminar a la población que contienen (la posición de Banfield con respecto a esta última cuestión parece algo ambigua). Mi intención aquí no es intentar un análisis detallado de la literatura sobre el gueto ni involucrarme en las posibles definiciones de ese concepto. En lugar de eso, examinaré las teorías geográficas que parecen tener cierta relevancia para entender la formación de guetos y su pervivencia. El corpus teórico más obvio que requiere un examen a este respecto es, por supuesto, la teoría del uso del suelo urbano.

Gran parte de la teoría geográfica del uso del suelo urbano se inspira en la Escuela Sociológica de Chicago. Park, Burgess y McKenzie[10] escribieron abundantemente sobre la ciudad y elaboraron una interpretación de su forma en términos ecológicos. Observaron la concentración de grupos de bajos ingresos y varios grupos étnicos en determinados sectores de la ciudad. También descubrieron que las ciudades exhibían cierta regularidad en su forma espacial. A partir de ahí, Burgess elaboró lo que llegó a conocerse como la teoría de zonas concéntricas de la ciudad. Park y Burgess parecían considerar la ciudad como una especie de complejo ecológico producido humanamente, dentro del cual los procesos de adaptación social, especialización de funciones y estilo de vida, competencia por el espacio vital, etc., acababan produciendo una estructura espacial coherente, manteniéndose unido el conjunto por alguna forma de solidaridad social culturalmente derivada que Park[11] llamó «el orden moral». Los diversos grupos y actividades dentro del sistema de la ciudad estaban esencialmente unidos por ese orden moral, y simplemente se disputaban la posición (tanto social como espacial) dentro de las restricciones impuestas por el orden moral. El principal foco de interés era descubrir quiénes terminaban dónde, y cómo era su situación cuando llegaban allí. El impulso principal de la Escuela de Chicago era necesariamente descriptivo. Esta tradición ha ejercido una influencia extraordinariamente poderosa sobre el pensamiento geográfico y sociológico y, aunque las técnicas de descripción han cambiado un tanto (la ecología factorial ha reemplazado esencialmente a la ecología humana descriptiva), la dirección esencial del trabajo no ha cambiado. La Escuela de geógrafos urbanos de Chicago se deriva claramente de la Escuela Sociológica nacida en la misma ciudad[12]