Fábula de El Greco. El misterio de Luis Candilla - Pablo Barrena García - E-Book

Fábula de El Greco. El misterio de Luis Candilla E-Book

Pablo Barrena García

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Luis Candilla es un joven que vive en las calles de Toledo, vagabundeando de un lugar a otro. Un día se le acerca el prestigioso pintor El Greco para encomendarle una misión importante: ha de informar a la Corte de que el cuadro «Fábula» está terminado. El joven emprende toda una aventura que le llevará de las calles de Toledo hasta los palacios de Madrid y en la cual será testigo de brujería, traiciones, nigromantes y villanos, pero también de amor, compañerismo y, fundamentalmente, arte.

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Seitenzahl: 155

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Pablo Barrena García

Fábula de El Greco. El misterio de Luis Candilla

 

Saga

Fábula de El Greco. El misterio de Luis Candilla

 

Copyright © 2014, 2021 Pablo Barrena García and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726927054

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Resumen: El pícaro Luis, don Greco y el rey

Contada en primer persona, al modo y estilo de un pícaro.

A Luis Candilla, joven de malvivir en Toledo, tras burlar alguaciles, unos mandados lo aprensan y llevan al taller del El Greco (proceden de la misma isla griega, y de ahí este ir tras el muchacho). El pintor desea encargarle una misión delicada, propicia para quien se sabe valer en situación difícil: le pide que informe en secreto a la Corte de que está terminado el cuadro Fábula. Se sabrá después que este lienzo es regalo al rey Felipe II, pero el obsequio se ha de mantener oculto debido a los enemigos del propio rey y del pintor.Comprometido, Luis tiene su primera andanza horrible al ver cómo matan en la catedral a su enlace, y después hay otros sucesos, en calles de Toledo, puentes sobre el Tajo, hospital de Tavera, a orillas del río (Él y Dorotea, su amiga, sufren un ataque ahí y la secuestran). Y luego Luis pasa peores ratos en aquel Madrid, de pleno crecimiento, obras en accesos, plaza mayor, etc., y por ello llegada de trabajadores y otras gentes de variado pelaje.

Son espacios en los que se desarrolla la aventura del pícaro Luis, con amores, amigos, como El Greco, y en brega contra nigromantes, villanos, pero también de contar con ayudas, gracias a cortesanos leales próximos al monarca. La intriga es feroz, por el fuerte complot a alto nivel que va contra el rey y el pintor, contra el infante, en parte por el hundimiento de la Armada Invencible.

A LOS LECTORES

La “novela picaresca” tuvo gran éxito en el siglo de oro y como escuela literaria ha servido de modelo para componer múltiples obras hasta nuestros días.

Esta que ahora presentamos es una de las más curiosas del género, por los personajes que en ella aparecen, destacando El Greco, en la acción, y por la incógnita de la trama, basada en un posible suceso de gran importancia histórica, y por los lugares donde se desarrolla.

Esta contada por un pícaro al servicio del pintor, el cual sospecha de un complot contra el rey Felipe Segundo, así que hay mucha peripecia, mucha aventura y muchos momentos con riesgo de muerte.

Se desconoce la fecha exacta en que apareció y quién fuera su autor; y sobre lo primero se sabe que permaneció siglos oculta entre papeles de cierta biblioteca privada, y de lo segundo solo cabe hacer conjeturas.

Luis de Candilla, como figura de una época muy estudiada, no está recogido en manuales y documentos que tratan de los pícaros, especialmente de aquellos que dejaron huella escrita de su aventurera vida. Pero merece honores, por sus trepidantes andanzas, tan sustanciosas en humor, peligros y misterios.

Para el lector será de gran interés este personaje, ya que encarna de manera singular a un pícaro con el que es fácil empatizar, dada su entrañable chispa humana, rica en ingenio y sensibilidad.

Es, por tanto, historia para el deleite de los receptores de hoy, con comprensión y capacidad para captar lo más sencillo a la vez que lo más hondo, que es el fundamento que nos impulsa a ponerla en sus manos.

Libro I

Capítulo I

En que Luis de Candilla refiere sus comienzos con El Greco

Señor escribano, bien me parece a mí empezar la cuestión diciendo que iba en carroza el servidor, con caras abominables como compañía, pero no por mi gusto. Me llevaban, sin abrir la boca, a una casa junto al río, que corría el Tajo como la mar serena.

Llegamos a la puerta de aquella casa, a la luz del sol naciente, siendo yo don nadie pero traído para que me mandase el buen señor. Nada más poner pie en el corral me saludaron gallinas y cerdos y acudieron a verme unos criados, y había una que era de las más perfecta hermosura.

Me pensé que sería de edad hasta diez y seis años no cumplidos, y se prestaba de cuerpo y cara para un lienzo, y que es hija de una lavandera, que de esto me enteré después por ella misma, como luego se conocerá.

Siendo un servidor más mayor, poco menos de ser hombre, el rostro de Dorotea mostró enseguida que mi persona era de su agrado. Pero el de peor catadura de los que me llevaban, viendo lo que sucedía entre ella y yo, me empujó hasta el portalón y dijo:

- En todo estás a voluntad de nuestro señor, y por eso ándate sin alborotos, no tengas que pasar por lástimas y daños.

Y su aviso de desconfiado fue duro como el hierro, y así bajé la cabeza, aunque de soslayo miraba anheloso a la joven, ya pensando a la vez en los indicios del menester terrible al que conducía mi sino.

Todo sucedió porque antes me persiguieron los alguaciles por coger melones de un cestón para que comiésemos los que en la plaza de Zocodover estábamos con hambre. Y llegando la noche encontré refugio entre rocas, junto a la muralla, al costado del río.

Luego, de primera mañana, vino el ser cazado por unos en el cobijo en que me encontraba riendo por escapar de los otros. Fue tal la hora después del alba cuando los cazadores de fea cara me llevaron a la casa de extrañas señales, de las cuales contaré pronto.

En verdad os digo que en esas y ahí mismo comenzaron mis tribulaciones, pues tras soltarme el salvaje me recibió un caballero alto como una caña de la orilla del río, de barba entrecana, aspecto devoto y de mirada fiera. Estaba a la gran puerta de madera con tachuelas que abría o cerraba la entrada, como esperando mi llegada, y mientras le miraba humilde y atento me soltó un decir y un remirar que me parecían amenaza cierta.

- No te hemos traído para que seas reo ante mí, ni siervo de criados o señores, sino para que seas mi mensajero, que en el interior te diré después para qué me has de servir, caro mancebo.

Con esas palabras misteriosas me dejó solo en el patio y el caballero se adentró en la casa, tenebrosa como una cueva. Viendo que iba a huir como una sabandija, pues yo tornaba a escapar más pronto que antes, el abominable apareció veloz a mi espalda. Me dio una puñada en el hombro que hizo viera las estrellas de la noche anterior, y, con voz ronca de beber vino por la mañana antes de comer, dijo:

- Longaniza, torreznos, pan, queso y otros manjares te esperan en la cocina, Luis de Candilla, conocido por picarón de Toledo, y así verás qué bien te viene tu nueva condición: y jarrón de agua como compañía, no otra cosa, je.

Por esas que no supe acertar a responder porque de inmediato me dio un empellón por el patio y allí entré por una puertecilla, trompicando, hasta besar una tabla en la que me senté más por la fuerza que por mi deseo.

Así quedé ante la mesa, cuyo extremo tocaba el hogar, y olfateé las viandas, y alrededor nuestro, en estantes y colgados, cacerolas, sartenes, cazos, jarras, bandejas, platos y vasos y otras lindezas de cocina.

Ni cocinera ni criadas ni nadie había, y comí sin parar y sin dejar de mirar a un lado y a otro, en precaución por cuanto si es de común que la mala fortuna te sorprenda sin viandas a mano, cuando hay yantar mejor comer antes de que te partan la cabeza, que a eso está hecho uno.

El de faz fea, bizca, rajada y torcida, de color rojizo, me contemplaba sonriendo como un amo de malas pulgas, listo para hacerme mil ignominiosas afrentas. Se reía, sí señor, viendo cómo me apremiaba yo en comer cebolla de llorar y entonces me dijo por extenso lo que ahora viene, que es de mucho provecho para ver qué camino iban a disponer a un servidor. Y por añadidura está además lo terrible que me esperaba si no resolvía según me mandasen, y pluguiera a Dios que eso fuera bien a mi sino; y así pensaba yo.

Capítulo II.

En que Luis refiere sus andanzas y pasos con El Greco

El Abominable se sentó al otro lado de la mesa, se puso a tamborear con los dedos en el asiento de tabla ancha, que resonaba aquello como un repique de misa fúnebre, y enseguida dio comienzo a su decir:

- En pasando al taller donde don Domenikos Theotokopoulos, o mejor con nombre en castellano, Domingo Greco, te ha de hablar, y lo que ahora te digo ha de serte útil. Es un taller de espanto y belleza, con figuras de barro, de cera y de yeso, y hay ahí otros materiales de los cuales él usa para realizar muy bellas pinturas, algunas de mucho susto.

Yo le escuchaba a la vez que trasegaba bocado va y viene y le pregunté lo que bullía en mi mollera de pobre nacimiento y peor crianza.

- ¿Qué podrá decirme que ha de serme útil?

Él se echó adelante poniendo su fea cara a un palmo de la mía, como si fuera a robarme algún bocado (olía a vino, y siempre olió así), y dijo:

- Yo te digo, Luis, que si un mancebo puede salir silbando y alegre de la aventura que te espera ese eres tú. Y de tal tendrás fortuna y vida nueva, pero lo siguiente tiene que entrar en tu cabeza. Has de saber al principio que interesas al señor porque te apellidas Candilla y él nació en Candía, lugar de la isla griega de nombre Creta.

Al decir tal, aconteció que él calló y me miró como si quisiera descubrir en mi cara alguna falta o signo de mi nacimiento, sin saber yo qué podía ser, pero que, con el tiempo, acabaré diciendo lo que era. Y en esa ocasión, viendo que yo no hablaba y que su sospecha se hundía, continuó:

- Por azar un día que corrías con otros mozos y te llamaban por ese nombre y él lo oyese y dedujese que tus padres eran de su mismo pueblo griego y luego supo que cambiaron el apellido cuando llegaron a esta ciudad imperial de Toledo, a poco de dejar de ser capital del reino. Te he decir que antes de eso acudían muchos extranjeros a esta, como siguen haciendo, artistas, escritores, filósofos, teólogos. Y también gentes de comerciar venían y vienen de París, Flandes, Venecia, Praga y otros lugares de Europa. Pero mejor sigo con lo anterior, pues sucedió que por el mandato del señor no tardamos en descubrir que eras hijo de un alquimista y una molinera que más era ayudante de tu padre que de su oficio. Cierto día, los dos murieron por acero en el lugar que llaman Cigarral de Buenavista, a manos vengadoras, a causa de discutir con un cortesano. En consecuencia tus hermanos huyeron a la isla de Mallorca y tú, sin comerlo ni beberlo, quedaste de corta edad, buscando día a día ración de pan. Creciste buen mozo a pesar de todo y estuviste con un soldado, al que serviste, enseñándote él a cambio estrategias de burlador, y también con el fraile que te enseñó letras y números y otros conocimientos. Transcurrieron así los tiempos hasta que aquel día supo de ti don Domingo, cuyo hijo, Juan Manuel, es de mucha menos edad que tú. Sintiendo recién que le podías servir para un fin que trae entre manos, nos encargó que te atrapásemos y te cuidásemos cuanto merecieses y es el punto en que nos encontramos. Te adelantaré que no es trabajo ni oficio fácil el que te va a encomendar, pero será generoso contigo si lo consigues, malandrín, capitán de malandrines.

Tras este contar en breve mi vida, creyendo conocerla cuando de ella apenas había tocado la vaina, siendo yo el grano de una retorcida algarroba, digo que empezó entonces a contar su historia, demás de decirme que la doncella se llamaba Dorotea.

Pero digo que de tener él otra información sobre mí creo yo que hubiera sufrido malas cosas. Y quiero decir primero que tras esta clara muestra de su carácter, pues al contar mi vida, o lo que él creía que lo era, hizo gestos y en ello se veía que sí era persona adusta y fea, pero blanda.

Supe así que tenía alma dura y desnuda y clara, y comencé a pensar que no era mal compañero y que podía fiarme de él, aunque ni mucho ni poco. Disimuladamente miré yo a Abominable, de nombre Benito Cepeda, me senté de lado, dejé de comer y me puse a escucharle mientras él no quitaba sus ojos de mí, como si de este modo penetrase en mis pensamientos. Esto que sigue es lo que, señor escribano, vino a contarme.

Capítulo III

En que Candilla conoció los viajes de quien iba ser su amo.

Púsose con las manos asolando la mesa y comenzó a contarme las peripecias de don Domingo, al que llama El Greco como muchos vecinos de esta ciudad. Pero antes de eso me preguntó con intención determinada de ver mi idea y con gesto de blandir su mano para darme un porrazo:

- ¿Quieres esta colocación? Sí, ¿verdad? Pues vamos a lo que vamos.

De tal manera entendí yo que con esas palabras y blandiendo su manaza se aseguraba para sus adentros que el servidor estaba conforme con lo dicho.

- Has de saber que yo luche en la mar contra los turcos, en la gran batalla de Lepanto, con algunos caballeros que luego fueron amigos de nuestro amo. Yo entonces, nacido en Vizcaya, no esperaba tal encuentro futuro con don Greco. A pocos años de pasar aquella gesta, estando yo en Roma una noche de invierno, ciertos caballeros embozados atacaron con espadas a un hombre solitario, de razonable vestido y de buen paso. Apenas pudo salir un instante del apuro con un echar su capa sobre ellos y huir a toda prisa. No lo hubiera conseguido si yo, viendo por fortuna la mala jugada, no estuviera contra ellos tan pronto como en una batalla. Tuvimos cruce de estocadas y como yo era hombre avezado de guerra, ellos no veían salirse con la suya, y salieron por pies. Viendo esto, el caballero se acercó a mí y hablamos en la lengua del excelso poeta Dante, y del muy conocido Ariosto, que conoció a nuestro bravo soldado Garcilaso de la Vega, el de componer pocos pero hermosos poemas. Esto nos dijimos:

-Tengo enemigos de mi persona porque creen que mi pensamiento ha dejado en entredicho la pintura del gran Miguel Ángel. Y eso es una presunción según se les antoja a ciertos señores, sin verdad en lo que dicen, y por tal alboroto me buscan para pincharme. De manera que ahora iba al encuentro de unos clérigos españoles que me darán cobijo. También tendré de ellos una carta para viajar a esa tierra de la que tú pareces nacido, y donde por deseo del fiel católico rey Felipe Segundo se construye el monasterio de El Escorial, del cual dicen es grande obra de nuestra época. Yo, como muchos pintores y artesanos de estas tierras, espero trabajar en esa gran obra del hombre. Pues soy pintor de miniaturas, madonas, vírgenes, retablos, que aprendí el oficio en mi país y luego visité Mantua, Ferrara, Bolonia, Florencia, Siena y otros lugares para asentar el arte mío. Entre tales lugares, estuve principalmente en Venecia, recibiendo consejo del maestro Tiziano, anciano entonces, y participé en su taller, donde tuve el privilegio de realizar con él alguno de sus cuadros. Trascurridos esos años, vine a Roma hace siete, y pasando dos del comienzo en esta ciudad me admitieron en la Academia de San Lucas, como pintor de miniaturas, y ahora me sucede lo que ya te he dicho.”

“A tal confianza del caballero, exprimía mis entendederas, en viendo que podía serme de ayuda: Pues estaba mi persona en miseria, pensé que todo él desprendía hidalguía y agudo talento, y ya que la diosa Fortuna me ofrecía hacer amistad con aquel hombre, dije: - Ahora, a comienzos del año de gracia de 1577, siendo que las muertes y heridas dadas por mí espada quedan en mi memoria, y digo pues que he mostrado que le puedo auxiliar. Si su señoría, caballero de honra, está conforme con ello le acompañaré como escudero donde me diga y como me pida, y mejor si, como entiendo, se muda a la Península de mi origen. Y tan pronto me vea allí buscaré y me echaré en brazos de mi madre.

“Y Como entendiese por verdad lo que le decía, sin más y sin menos, comenzamos a caminar por la misma senda de la vida. En adelante, mi estar con don Domingo fue como agua de lluvia que fluye libre por la ladera, y lo digo estando cerca el estío del año de gracia de 1589.

“Y sabrás también que, antes de ser soldado y de ir a la guerra contra los sarracenos y mantener este oficio, estudié en mi tierra y luego en Nápoles, pues era hijo de familia noble. Pero mis andanzas y pecados de joven me llevaron a ser peregrino, ladrón y otras cosas peores y algunas mejores, hasta este punto que hemos ido a entendernos para servir a tan buen señor que te va a recibir al terminar tú de comer.”

Capítulo IV

En que El Greco recibe a Candilla.

Después de tan prolijo decir del Abominable, nos levantamos de la mesa y salimos de la cocina y pasamos por estancias, hasta entrar en el taller, enorme como una cuadra real y rebosante de luz, lugar de trabajo del pintor.

Estaba el caballero sentado en una silla de mimbre de tan bello respaldo, como un trono, o como alas abiertas de un pavo real, y me examinó de cabo a rabo, como si yo fuera una estatua o un cabrito.