Una familia casi normal - Pablo Barrena García - E-Book

Una familia casi normal E-Book

Pablo Barrena García

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Beschreibung

Juan no ha tenido una vida fácil y ahora que se encuentra en plena adolescencia no cree que haya nadie capaz de aconsejarle mejor que él mismo. Se ha criado en un entorno en el que las drogas, el alcohol y el desempleo forman parte del día a día y donde la esperanza apenas brilla. Tiene una pasión, el dibujo, pero sin quererlo se ve envuelto en el mundo de la droga y empieza a traficar con droga como ya hizo su hermano mayor, ahora convertido en yonqui sin remedio. Ante este panorama desolador, Juan observa la vida del resto de muchachos de su edad, los que se presupone que son normales y que viven en un mundo en el que él ya no tiene cabida. ¿O sí?

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Seitenzahl: 90

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Pablo Barrena García

Una familia casi normal

 

Saga

Una familia casi normal

 

Copyright © 1988, 2021 Pablo Barrena García and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726927092

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

1.

Por lo que yo recuerdo, vengo comiendo lentejas todos los días, y sólo lentejas, para comer y cenar. Y me he acostumbrado a acompañarlas con dos pistolas diarias, porque ensopo y pringo el pan en ellas.

 

Recuerdo que mi hermano, cuando se fue para Alemania, se despidió así en el andén: «Bueno, adiós para siempre a las lentejas espero!» Lo dijo de un grito y se le saltaron las lágrimas. No sé si porque se iba o por lo de las lentejas. El caso es que a los pocos meses volvió y más fastidiado que antes. Nuestro tío, el de allí, había escrito diciendo que podía encontrarle trabajo y eso animó a Juan, que marchó lleno de ilusión; y se dio la vuelta sin haberlo conseguido. Aquello le hundió completamente. Ahora mi hermano es un camello. En fin.

 

Yo estoy estudiando séptimo. Tengo un profe de mates que se tuvo que venir de Argentina. «Muy lindo, vos», me dice. Soy bueno con los números, uno de los primeros de la clase. Mi padre, que en realidad pasa de mí y es un egoísta alcohólico aunque a él ni se le ocurre pensarlo siquiera, va por ahí luciendo eso de tener un hijo despabilado. Mi madre... ha tenido poca suerte al casarse. Ella no tiene la culpa de poner lentejas sin descanso. El no le da dinero suficiente. Durante años, fue tirando como pudo. Luego, un buen día, se hartó tanto de tener cuenta en las tiendas, que un lunes puso lentejas, siguió el martes, y el miércoles, y no ha parado. «Encontró una oferta, un montón de quilos. Por eso le cogió el gusto al chute de las lentejas», así me lo contó Juan, como si se tratase de un chiste. «Qué le vamos a hacer», me resigné.

 

Mi padre trabaja en la gasolinera vieja. vivimos encima, en un pisito de juguete. Abres y de frente está la cocina, ahumada por el fuego de carbón y leña, y la puerta del retrete, y a la izquierda, separadas por el pasillín, dos habitaciones. Total, cincuenta metros.

 

El casi nunca para en casa y menos come con nosotros. «No penséis, me encantan las lentejas», nos dice a Juan y a mí, mientras se frota el barrigón con sus manos gordas. Es el encargado del negocio y no entiendo por qué no da más dinero a mamá, con lo que debe ganar; o sí lo entiendo.

 

Tengo un amigo estupendo y tres o cuatro amigos más. Formamos una buena pandilla, creo yo. Al menos no nos liamos con la litrona ni con los canutos, que no es raro ver por el

barrio a chicos de doce y trece dándole a cualquiera de las dos cosas y a otras peores.

 

La otra tarde llegó la pasma, muy discreta, pero se les conoce. Iban dispuestos a dar una batida a la salida de los colegios. La gente pasa de estas redadas. Para lo que sirven, comentan. Juan no vende costo a los chavales, pero casualmente andaba por medio. Y, como siempre, tan despistado. Tuve que correr como un loco por entre el barullo atropellando a madres y niños, tenía un tío a dos pasos con intención de atraparle. Cuando le alcancé hice que tropezaba y rodamos al tiempo que le mascullé: «Rápido, mete el chocolate en la cartera.»- El poli nos echó mano algo mosca.

Yo salí de piro antes de que reaccionase. Después, escondido tras la esquina de la papelería, vi a Juan contra la pared del solar de la Panadera, junto con otros. Le soltaron al rato.

Me invitó a tomar una cerveza con calamares.

«Mira, canijo, si me entalegan, para lo que vendo, mierda de este rollo.» Dijo sonriéndose sin dejar de apretar los dientes. Luego, camino de casa, le devolví su preciosa cajita de metal.

 

Y es verdad. No busca hacer pasta, sólo desea ayudar un poco a mamá y tener algo de dinero para sus gastos. Además, piensa encontrar trabajo pronto. Pero lo tiene difícil. Por aquí no curra casi nadie a su edad y estudios, a no ser que se proporcione una moto o un coche para ir de transportista o de vendedor de lo que sea, o tenga un pariente o alguien que le meta en algún taller o almacén o así. Pero él, en la gasolinera, ni pensarlo. Y no comprendo por qué mi padre no trata de ayudarle. Juan, por su parte, dice que ni pensarlo. Y por el modo de decirlo es que ni insistir en hablar de ello. Pues eso.

2.

Si le he puesto ese título a esta especie de diario, que pienso dejar a Blanca a ver qué opina, es porque no tenemos trifulcas en casa, normalmente, no pasamos miseria-miseria y yo continúo en el cole, que podría ser de otro modo. Así que consideré que somos casi normales, pues por aquí, bueno, por aquí, qué voy a decir. Toca a borracho por familia o a drogota, que se pica, y hay palizas, también algún intento de suicidio, y hambre. Bueno, bueno. Sin embargo, en casa, pese a todo, la vida parece ir como la seda, aunque por lo que llevo dicho se ve que no es cierto. Pero...

 

—¿Vienes conmigo?

Fue ayer. Pedro es que suele invitarme los viernes después del cole. Su madre nos prepara un bocata de tocino fresco entreverado y nos contempla mientras jugamos a las cartas o vemos la tele, o si no lo que hacemos es bajar al patio a patinar. Su piso es grande y hay algo raro en él. Una vez vi el cuarto de sus padres. Tienen fotografías y retratos de personajes de familias reales. Huelo a conspiración. Pienso que su padre es un espía al servicio de algún pretendiente al trono. Viaja mucho, pero su trabajo no da para tanto. O sea, que ando preguntándome: ¿éste querrá quitar al rey y poner otro? No me aclaro. Después de merendar, llamé a mi madre.

—Que luego iré.

—No tardes. Tu hermano no estará; ya sabes que no me gusta quedarme sola por la noche.

 

La cuestión es que yo a veces me pierdo por las calles. Voy de vagabundo y lo paso fetén. Es como que caminar solo me ensancha por dentro. Y si llueve, pues mejor, es maravilloso. Una noche del verano pasado me pareció que una estrella me guiñaba con su brillo. Entonces, no sé qué me sucedió, peró fui hacia ella atravesando calles de chabolas con gente a las puertas tomando el fresco. Y a medida que avanzaba, pensaba tenerla más y más cerca. Así bastante tiempo. Ella descendía por el negro y luminoso firmamento, más allá de las casuchas, y yo iba a buscarla sin terminar de encontrarnos. Por fin, cuando ya era muy tarde y había dejado las calles oscuras y solitarias a la espalda, llegué a un descampado, donde sentí despertar de un sueño al verla junto a la luna redonda, a la altura de mis ojos, pero inalcanzable. Permanecí quieto un rato largo, mientras volvía del todo a la realidad. Aún guardo el resplandor especial de su luz en mi memoria y cuando lo recuerdo me atrapa un dulce escalofrío. No sé si fue un alucine o qué, pero a partir de ese día prefiero no mirar fijamente a las estrellas, no sea que vuelva a autohipnotizarme. Además, terminé cansadísimo.

—Flora es encantadora.

La piropeó Pedro cuando colgué. Aprecia a mi madre, eso lo noto.

—Bueno, déjate. ¿Dónde nos lo montamos? —le corté, un poco emocionado. Yo la adoro.

—Oye, ¿tú eres religioso? —me saltó de improviso.

—¿Cómo?

—Es que mis padres son católicos y como algunos no creen en nada y no te ven en misa los domingos, me dijeron que te preguntase.

 

—¿Quieres que te diga una cosa? Pues que para mí eso es asunto de cada cual, así que a otra cosa.

 

Se quedó pensativo, sin atreverse a decir nada. Mi madre va a misa, entre semana, no todas, pero no anda diciendo que vaya yo también. Ella lo hace para desahogarse y coger fuerzas, dice, y porque le gusta el silencio que hay, en comparación con el ruido de los coches en la gasolinera. Yo voy a clase de Ética. Debe de ser por influencia de mi hermano. Despotrica contra los políticos y los religiosos. Para él, mientras la mayoría de ellos vivan a costa de los demás, no se creerá nada de nada. Igual piensa de los militares.

 

Tras pasar un rato callados, a Pedro se le ocurrió que fuésemos en patines al centro. El me presta unos que le sobran. Yo no tengo. Disfrutamos un montón cuando aterrizamos en las aceras anchas, lanzados a toda mecha, regateando a la gente. Y no somos los únicos, suele haber amiguetes del cole y otros chicos y chicas. Hay tíos que patinan fantástico, con un dominio increíble. De cualquier manera, en cuanto puedo me despisto por los alrededores. Procuro que los demás compas no se enteren. Creerán que estoy con otra basca. Es que me apetece ver los escaparates con cuadros. Me chiflaría pintar y dibujar, casi más que ser matemático,. Pero esto no se lo he dicho a nadie.

 

Ayer también me escabullí. Y sucedió que estaba mirando una tienda de arte y de repente oí una voz en el cogote.

 

—¿Qué te parecen?

Me volví. Un hombre rechoncho y una mujer se habían parado junto a mí. Me divirtieron sus pintas de modernos.

—¿Me habla usted, señor?

—Sí, anda, dinos cuál es el que más te atrae.

Como no soy nada tímido, le contesté decidido, pensando en ganarme su simpatía; fue un presentimiento.

—¿Ve usted aquel que está detrás de la mesa? —la señora abrió los ojos sorprendida —Creo que es muy bonito, es el sol... los pájaros... no sé explicarme.., y... —no me dejó continuar.

—Pasa con nosotros —dijo él— ¿Sabes? Ese es un cuadro de Joan Miró. Has elegido bien, es el más hermoso de la exposición, también el más caro.

Fue estupendo, las pinturas que me enseñaron y la charla. Son los dueños de la galería de arte. He quedado en volver. El lunes me escapé de la última clase, para llegar antes de las siete, pues a partir de esa hora, me dijo el señor, es cuando acuden más visitas. Estoy muy contento.